Solemnidad de la Ascención del Señor – Ciclo A

DOMINGO SÉPTIMO DE PASCUA:  LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.  CICLO A

Las lecturas de hoy nos ofrecen una consideración teológica de gran densidad: el triunfo de Jesús, después de haber cumplido con valentía y generosidad la misión que le había encomendado Dios. Pablo nos dice que nunca acabaremos de comprender del todo este misterio: cómo Dios manifestó su fuerza salvadora resucitando a Jesús de la muerte, haciéndolo sentar a su derecha y constituyéndolo Cabeza de la Iglesia y plenitud de toda la creación.

Orientación para introducirse en el significado de los textos que vamos a reflexionar: De acuerdo con una simbología antigua y universal, la Biblia sitúa en lo “alto”, “encima”, “en el cielo”, aquello que es superior, que sobrepasa nuestro horizonte, que trasciende el nivel del mundo. Debajo, por el contrario, se sitúa el mal y la muerte (los “infiernos”). De ahí que se describa el encuentro entre el hombre y Dios con la imagen de un trayecto de subida y descenso: Dios “baja”; el hombre “sube”. En consecuencia, cuando hablamos de “ascensión” estamos utilizando una imagen de desplazamiento espacial para significar el dinamismo de inserción de lo humano en la esfera de lo divino, de lo temporal en lo eterno. La Ascensión de Jesús, más que un episodio de crónica, es una forma de señalar su triunfo, su “glorificación”, su plenitud. Siendo así, todos los domingos de pascua también son domingos de ascensión. Acerquémonos a la lectura y reflexión de los textos.

1. LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1, 1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos les recomendó: –No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo. Ellos lo rodearon preguntándole: –Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Jesús contestó: –No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: –Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

La introducción general al libro de los Hechos de los Apóstoles enlaza directamente con el final del evangelio de Lucas (Cfr Lc 24,45-53). Desde ahora serán los apóstoles, aquellos que han visto al Señor y han sido instruidos «por medio del Espíritu Santo» (Hech 1,2), los testigos autorizados de la palabra de Jesús y de su resurrección. Ante la expectativa mesiánica nacionalista de los apóstoles, Jesús rechaza todo tipo de especulación apocalíptica (Hech 1,7) y enseña que no hay conexión temporal directa entre el don del Espíritu y la llegada plena del reino; la experiencia del Espíritu servirá más bien para dar inicio al tiempo y misión de la Iglesia (Hech 1,8). El relato de la ascensión del Señor ocupa sólo un versículo (Hech 1,9) y es presentado a través del esquema simbólico conocido en tantas religiones y también en la Biblia, que coloca en lo «alto», en el «cielo», la trascendencia, y «abajo», el mundo de los hombres (Cfr Gén 11,5; 17,22; Sal 144,5). La Ascensión es presentada desde la óptica de la Pascua: Jesús ha sido introducido eternamente en el ámbito de la trascendencia y en el mundo de lo divino. El acento está puesto sobre todo en la «despedida». se trata de una «separación». La «nube» que oculta a Jesús de la vista de los discípulos es precisamente el signo de esta nueva forma de presencia. Un símbolo bíblico que al mismo tiempo «esconde» y «revela» la trascendencia de Dios (Cfr Ex 13,21; 24,16.18; Ez 1,4; Sal 96/97,2; etc.).

2. Introducción al Salmo 46

Como todos los Salmos del Reino, el Salmo 46 celebra la soberanía de Dios sobre su pueblo y sobre el mundo. Parece tener su origen en una celebración litúrgica. Este Salmo se puede representar como una procesión que sube a través de las calles de Jerusalén hasta el Templo llevando el arca de la Alianza. Así se conmemora el gesto del Rey David, quien introdujo el arca en Jerusalén (ver 2 Samuel 6). Dios sube entre las ovaciones populares: “¡Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría!” (v.2). Allí escucha el toque del “shofar” (trompeta fabricada con un cacho): “Sube Dios entre aclamaciones, Yahvé al clangor de trompeta” (v.6). Pero este Salmo no se sitúa en su recuerdo histórico. Al dirigirse hacia el Templo, el pueblo celebra a la vez a aquel que allí reside, pero igualmente a aquel cuyo trono está en los cielos. La morada terrena de Dios no es más que una imagen imperfecta de su morada celestial. El orante designa la divinidad con dos vocablos: (1) “El Señor”: es decir, Yahvé, el Dios de Israel; (2) “Dios”: es decir, Elohim, el Dios creador del cielo y de la tierra. Con estos dos términos se invoca al mismo Dios, el que reina sobre su pueblo y sobre el mundo: “Rey grande sobre la tierra toda… Que de toda la tierra él es rey… Reina Dios sobre las naciones” (vv.3b.8ª.9ª). Su dominio es universal. Este Salmo encaja bien para este día de la Ascensión, cuando Jesús sube hacia Dios para ser entronizado en su gloria real. Por medio de Jesús resucitado, Dios reina sobre el universo.

 

 

Salmo responsorial sal. 46, 2-3. 6-7. 8-9

Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

 

3. LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1, 17-23

Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todo.

Es posible distinguir dos partes en este texto: una oración de intercesión (vv. 17-19) y una reflexión cristológica (vv. 20-23). La intercesión comprende tres peticiones: se pide para la comunidad un espíritu de sabiduría para conocer al Señor; la iluminación «de la mente», para adquirir la visión contemplativa de la fe y de la esperanza; y, finalmente, la comprensión del poder extraordinario que Dios, venciendo definitivamente a la muerte, ha desplegado a través de la resurrección de Cristo. La reflexión cristológica afirma la glorificación de Cristo como Señor absoluto de cielo y tierra y como cabeza de la Iglesia, su cuerpo, que aparece con dimensiones cósmicas y llena de la plenitud de Cristo, en la cual se reconoce se celebra y se anuncia su señorío universal.

4. EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

La aparición pascual en Galilea sirve de conclusión al evangelio de Mateo y está estructurada en tres partes: la presentación de Cristo, la misión de los discípulos y la promesa de la presencia del Señor hasta el final de los tiempos. El escenario es un «monte», símbolo bíblico que evoca un espacio privilegiado en el que Dios se ha revelado en la primera alianza (Cfr Ex 19; 1 Re 19) .

1. La presentación de Jesús. Se declara el señorío absoluto de Jesús sobre el cielo y la tierra: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). La formulación pasiva de la frase indica que Jesús ha recibido el poder de parte de Dios (Cfr Mt 11,27). La palabra «poder» traduce el término griego exousía, que indica el poder, el derecho y la capacidad que caracterizan la palabra y la obra de Jesús para llevar a cabo el proyecto del reino (Cfr Mt 7,29; 21,27) Jesús resucitado es Señor de cielo y tierra, con el poder mesiánico para transformar la historia humana y llevarla a la plenitud de Dios. Delante de Jesús los discípulos se postran en humilde adoración, como habían hecho antes las mujeres el día de Pascua (Mt 28,9). Mateo agrega un detalle significativo: «aunque algunos titubeaban» (Mt 28,17). La fe pascual de los discípulos no está exenta de la duda, un riesgo que acompañará también la fe de la comunidad cristiana en la historia.

2. La misión. Jesús ordena a los discípulos: «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizádolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado» (Mt 28,19-20). La misión de la Iglesia tiene alcance universal. Los verbos utilizados son significativos: «ir» sugiere el dinamismo de la vida cristiana y de la misión que debe caracterizar al discípulo de Jesús; «enseñar» indica el testimonio en palabras y obras que constituye la evangelización; «bautizar» evoca el signo por el que los hombres se configuran con Cristo resucitado y, en cierto modo, la actividad sacramental de la comunidad; «cumplir» indica la respuesta del creyente a la palabra del Evangelio.

3. La presencia de Jesús. Es la última palabra de Jesús en el evangelio de Mateo: «Y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). En el Antiguo Testamento la frase: «yo estaré contigo», o «yo estaré con ustedes», expresa la garantía de la presencia salvadora y activa de Dios (Cfr Ex 3,12; Jer 1,8; Is 41,10; 43,5). Jesús, constituido Señor universal mediante la resurrección, lleva a plenitud esta presencia salvadora de Dios. Él es el Emmanuel», «el Dios-con-nosotros» (Cfr Is 7,14; Mt 1,22-23) . La presencia de Jesús no está ahora limitada por el espacio y el tiempo. Los discípulos realizan la misión universal de Jesús bajo el signo de su presencia.

En un mundo que no abunda precisamente en motivos de alegría y esperanza, la fiesta de hoy nos debe comunicar a los cristianos un sincero sentido de fiesta pascual, porque nosotros también somos partícipes de la victoria de Jesús y estamos llamados a la vida definitiva con él. El motivo fundamental es que Cristo ya nos ha incluido de alguna manera en su destino final: «ya desde este mundo nos haces participar de tu vida divina» (oración poscomunión).

Sobre todo los textos de hoy insisten en que Cristo es la Cabeza de la Iglesia: «No se fue para alejarse de nuestra pequeñez -sigue diciendo el prefacio-, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde Él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido». O, como dice la oración del día «Señor… la gloriosa ascensión de tu hijo… es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo».

Esto no es sólo un consuelo psicológico. Es teología: es la consecuencia de nuestra unión intima con Cristo Jesús desde el Bautismo, y de que, como Iglesia, somos el Cuerpo unido a la Cabeza que es él. En una fiesta como ésta vale la pena que nos dejemos «contagiar» de esta visión positiva de la historia.

5. PORQUE TENEMOS UNA MISIÓN

Nos hacen falta palabras de ánimo, porque Jesús dejó a sus discípulos una misión nada fácil. Al terminar el camino terreno de Jesús (la Ascensión es «punto de llegada»), empezaba el camino de su comunidad (la Ascensión es también «punto de partida»): «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra». Los ángeles se encargaron de avisar a los discípulos que no se quedaran mirando al cielo, sino que, conectando con lo que se nos dice en el evangelio de hoy, bajaran al «valle», a emprender la tarea misionera que se les encomendaba:

a) evangelizar a todos, haciéndolos discípulos de Jesús; b) bautizarlos, con el sacramento de entrada en la comunidad del Resucitado c) y enseñarles -con el ejemplo, sobre todo- a vivir el estilo de vida que nos enseñó Jesús y construir así un mundo mejor. Todo ello es posible con la animación del Espíritu y con la promesa final de Jesús: «y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

Oración final: Oh Dios, Padre nuestro; danos tu Espíritu de sabiduría, e ilumina los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llamas, cuál la riqueza de la gloria que das en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de tu poder para con nosotros. Por nuestro Señor. Amén.

yo no dejo la tierra

 

Domingo Sexto de Pascua – Ciclo A

DOMINGO SEXTO DE PASCUA CICLO A

A quince días de que termine la cincuentena pascual, la Iglesia comienza a prepararnos para la gran celebración que la concluirá: la de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La manifestación pública de la Iglesia. Podríamos decir que el Señor promete a sus discípulos el envío de un «Paráclito», un defensor o consolador, que no es otro que el Espíritu mismo de Dios, su fuerza y su energía, Espíritu de verdad porque procede de Dios que es la verdad en plenitud, no un concepto, ni una fórmula, sino el mismo Ser Divino que ha dado la existencia a todo cuanto existe y que conduce la historia humana a su plenitud.

1. ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Oh Dios que con la luz del Espíritu Santo enseñaste a los fieles la verdad, concédenos conocerla en el mismo Espíritu y gozar siempre de sus consuelos celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo. Así sea.

2. LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 8,5-8.14-17:

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría. Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1,8). El texto escogido para este domingo nos permite asistir al momento en que la misión, confiada por Jesús a los apóstoles, llega a Samaría, yendo más allá de los límites del judaísmo ortodoxo.  En el origen de la expansión está la persecución que siguió a la muerte de Esteban. El evangelizador es Felipe, del grupo de los “siete” (En Hechos 21,8 se le da el título de “evangelista”). Pero el verdadero protagonista es, sin duda, el Espíritu Santo.  Los samaritanos eran una población mixta, resultado de la unión de los habitantes que quedaron en el Reino de Israel después de la deportación asiria en el año 722 a C y de los colonos asirios que en esa época se establecieron ahí. A pesar de ser considerados “herejes” y en “cisma” con los judíos, los samaritanos esperaban también la venida del Mesías (ver el diálogo de Jesús con la Samaritana, en Juan 4,25). Yendo al encuentro de esa esperanza, Felipe les anuncia que ésta se realizó en Jesús: “Jesús es el Mesías”. Su predicación, acompañada por señales convincentes, fue coronada por el éxito: “hombres y mujeres se hacían bautizar”. Y así llegó a Samaría la alegría típica de los tiempos mesiánicos.

3. SALMO RESPONSORIAL Sal. 65

Este Salmo prolonga la primera lectura. Lo mismo que Felipe salió de las fronteras de Israel para dirigirse a los samaritanos y anunciarles la buena nueva de Cristo resucitado, de la misma manera, el salmista sale de los límites de su pueblo. Tiene en vista las naciones paganas: a ellas les lanza una invitación a aclamar a Dios.

Las acciones de Dios no aparecen descritas. El orante evoca probablemente a la vez el poder del Dios creador y del Dios liberador. En cuanto creador, Dios sometió las aguas primitivas y los monstruos marinos (símbolos del mal). En cuanto liberador, hizo pasar a su pueblo a través del mar, por la mano de Moisés, y les dio una tierra al otro lado del Jordán, gracias a la conducción de Josué. Estos recuerdos del pasado llevan al gozo de la fiesta. El Dios de la historia, del cual el pueblo se acuerda leyendo las Escrituras, es el Dios que reina ahora sobre su pueblo y sobre el mundo. En la última estrofa, el orante adopta un tono más personal. Convoca a su auditorio a contar lo que Dios ha hecho por él. Dios no es únicamente el Todopoderoso que reina  sobre el universo, es también el que se interesa por cada una de sus criaturas. Él le concede su gracia a quien le implora.


Sal 65, aclamad al señor, tierra entera

Aclamad al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!» R/.

Que se postre ante ti la tierra entera,
que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre.
Venid a ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres. R/.

Transformó el mar en tierra firme,
a pie atravesaron el río.
Alegrémonos con Dios,
que con su poder gobierna eternamente. R/.

Fieles de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor. R/.


 

4. LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO 3,1.15-18:

Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere; pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo; que mejor es padecer haciendo el bien, si tal es la voluntad de Dios, que padecer haciendo el mal. Porque también Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida.

Pedro, después de exhortar a los cristianos a no tener miedo de la persecución (3,14), les dice que esta puede ser una ocasión propicia para la evangelización. Así tendrán la oportunidad de “dar razón de su esperanza”. En condiciones adversas, la mejor defensa de los cristianos es su “buen comportamiento en Cristo” y la práctica del bien. Pedro concreta algunas de las características de esta actitud de base: sinceridad (recta conciencia), no violencia, tolerancia (respeto)…

Pero esta puesta en práctica de las virtudes no es asimilable a la ética de los estoicos. Tiene, de hecho, una motivación específicamente cristiana. Por eso los cristianos encontrarán fuerza para perseverar en su testimonio luminoso, “adorando” a Cristo en sus corazones y siguiendo con generosidad sin límite el camino pascual de Aquel a quien confiesan como el Señor. Él murió según la carne, pero resucitó por el poder del Espíritu. Fue así como nos condujo hasta Dios.

 

5. LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 14,15-21:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»

1. El amor a Jesús y la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21)

 

En el dolor que los discípulos experimentan por la separación, se revela en el amor por Jesús. Pero los discípulos deben demostrar la sinceridad de su deseo de la presencia de Jesús y de la comunión con Él a través de la puesta en práctica de sus mandamientos, la cual nace del amor por su maestro.  ¿De qué mandamientos se trata? En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34).  Pero también todo lo que Jesús hace, de palabra y de obra, es un llamado para hacer lo mismo: “El que crea en mí hará Él también las obras que yo hago…” (14,12ª). Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24), dejándose conducir por Él.  Jesús permanece presente en su palabra y en las exigencias que ella implica. Quien se deja guiar por la Palabra de Jesús, sigue a Jesús, permanece unido a él y conserva su amor. Con esto se nos dice que el amor no consiste en palabras, sentimientos o recuerdos, sino que se demuestra o verifica en la capacidad de escucha y en la obediencia a las enseñanzas del Maestro Jesús. El verdadero amor a Jesús se traduce en seguimiento de Jesús. Amar es querer, adherirse al amado y asumir su voluntad.

 

2. La promesa del “Paráclito”

El don del Paráclito (14,16-17)

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo. Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, ayudador). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu. Jesús dice “Otro Paráclito”. Hasta ahora Jesús ha sido el apoyo para sus discípulos: se ocupó de ellos, se puso a su servicio, los guió, le dio ánimo y fuerza. Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos. También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas.  El mundo, que se ha cerrado a Jesús, “no lo puede recibir”. Sólo si creemos en Jesús y nos atenemos a sus mandamientos, estamos abiertos al Espíritu Santo, podemos recibirlo y hacer la experiencia de su acción.

 

El regreso de Jesús (14,18-20)

Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”. Así como los hijos pequeños quedan a la deriva cuando mueren los progenitores, así también los discípulos de Jesús quedarían solos por la muerte del Maestro. La ausencia de Jesús no crea orfandad en sus discípulos, ella da paso a su nueva presencia el “Paráclito”

Es verdad que Jesús va a morir, pero no es cierto que sus discípulos vayan a quedar huérfanos: Jesús los deja pero “volverá”. De esta forma al anunciar la muerte también les anuncia la resurrección: el Resucitado vendrá a su encuentro y ellos los verán. Como efectivamente se narra en el día pascual: “Se presentó en medio de ellos… Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (20,19.20). Los discípulos no sólo lo “verán” sino que tendrán parte en su propia “vida”: “Me veréis porque yo vivo, y también vosotros viviréis”. El reconocer esta compañía permanente es sólo para los que tengan en común esa vida que Jesús posee tras su resurrección. Lo percibirá vivo el creyente que vive de la vida de Jesús resucitado. De hecho, también en el día pascual se dice que Jesús… “Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,22).

Pero no así con el “mundo”. Con su muerte, Jesús desaparece para siempre del mundo: el mundo sabe solamente que murió en una cruz. El mundo conoce la muerte pero no la vida. Jesús volverá exclusivamente a sus discípulos y se les mostrará como el viviente. El día pascual es un día grandioso, porque en él se comprende finalmente a Jesús: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”.  En dos ocasiones, dentro de este evangelio, Juan se había referido al hecho de que solamente después de la resurrección los discípulos comprenderían el verdadero significado de las cosas:  (1) sobre lo que Jesús dijo en el Templo (2,21-22) y  (2) el sentido su entrada en Jerusalén en un asno (12,16). En esta ocasión Jesús les anuncia a sus discípulos que solamente después de su resurrección comprenderán verdaderamente su comunión con el Padre y con ellos. Con la resurrección de Jesús se demuestra que –a pesar de su aparente silencio en la Cruz- Dios está a su lado, con todo su amor y su potencia, y que le confirma que Él es el Mesías e Hijo de Dios y que las obras que realiza en nombre del Padre son auténticas. Pero no solamente con relación al Padre. La resurrección también hace más evidente el vínculo especial que Jesús tiene con los discípulos: Él se muestra y se hace reconocible como el Viviente solamente a ellos. Su encuentro con el Resucitado es un nuevo impulso y un fundamento duradero para creer todo lo que él dijo sobre su unión perfecta con el Padre (14,10-11) y sobre su vínculo indisoluble con ellos.

 

6. CONSAGRACION AL ESPIRITU SANTO

 

Recibe oh espíritu Santo de amor, la consagración perfecta y absoluta de todo mí ser.

Dígnate ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida y en cada una de mis acciones: Mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a tus operaciones divinas y quiero ser siempre dócil a tus santas inspiraciones. Oh santo espíritu, dígnate formarme con María y en María, según el modelo de nuestro divino Jesús.

Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu santificador.

Cantos para el 5o. Domingo de Pascua – Ciclo A

ALREDEDOR DE TU MESA

F. Palazón – Alrededor de tu mesa

Alrededor de tu mesa,
venimos a recordar (2)
que tu palabra es camino
tu cuerpo fraternidad (2)

Hemos venido a tu mesa
a renovar el misterio de tu amor
con nuestras manos manchadas
arrepentidos buscamos tu perdón.

Juntos y a veces sin vernos,
celebramos tu presencia sin sentir
que se interrumpe el camino,
si no vamos como hermanos hacia ti.

SEÑOR, TEN PIEDAD

A. Mejía – Asamblea que canta

Señor, Señor,
piedad, piedad. (2)

Señor, Señor, Señor, Señor
piedad, piedad, piedad, piedad.

Cristo,
piedad, piedad. (2)

Cristo, Cristo,
piedad, piedad, piedad, piedad.

Señor, Señor,
piedad, piedad. (2)

Señor, Señor, Señor, Señor,
piedad, piedad, piedad, piedad.

GLORIA

A. Mejía – Asamblea que canta

Gloria, Gloria, a Dios en el cielo,
y en la tierra a los hombres paz (bis)

Te alabamos y te bendecimos,
te adoramos, y glorificamos.
Y nosotros hoy te damos gracias,
por tu grande y eterna gloria.

Gloria, Gloria, a Dios en el cielo,
y en la tierra a los hombres paz (bis)

Señor Dios Nuestro Padre,
Padre, Padre,
Señor Dios Hijo,
Piedad, piedad, piedad Señor.
Tú que quitas el pecado del mundo,
Escúchanos, escúchanos.
Tú que estás a la derecha del padre,
Piedad, piedad, Piedad Señor.

Solo tú eres Santo, solo tu Señor,
solo tu Altísimo, Jesucristo.

Con el Santo Espíritu en la gloria de Dios Padre, Amén, Amén, Amén.

¡ALELUYA!

A. Mejía – Asamblea que canta

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

EL MILAGRO DE LOS PANES

Todo lo que tengo en tus manos ahora está
son los frutos de la tierra que tu multiplicarás.
Son también mis manos y con ellas Tú podrás
repartir al mundo entero el pan que a todos saciará.

Solo una gota has puesto entre mis manos,
sólo una gota que ahora quieres que te dé. Ah…
Una gota que entre tus manos en lluvia se convertirá
y la tierra fecundará.

Todo lo que tengo…

Y nuestras gotas todas hechas lluvia en ti
serán la linfa de una nueva humanidad. Ah…
Y la tierra preparará la fiesta de este pan
que el mundo compartirá.

Y otra vez el viento desde lejos traerá,
el perfume de trigales que el mundo llenará.
Y el amor a todos la cosecha repartirá
y el milagro de los panes de nuevo se repetirá.

SANTO

A. Mejía – Asamblea que canta

Santo, santo, santo es el Señor
Dios poderoso del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo,
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en el nombre del Señor,
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo.

CORDERO

A. Mejía – Asamblea que canta

Cordero de Dios,
que quitas el pecado del mundo

Ten piedad de nosotros,
ten piedad de nosotros. (bis)

Cordero de Dios,
que quitas el pecado del mundo,
Danos la paz, danos la paz,
danos la paz.

¿A QUIÉN IREMOS?

A. Mejía – Asamblea que canta

Señor, ¿A quién iremos?
Tú tienes palabras de vida.
Nosotros hemos creído
que Tú eres el Hijo de Dios.

Soy el pan que os da la vida eterna;
el que viene a mí no tendrá hambre,
el que viene a mí no tendrá sed.
Así ha hablado Jesús.

No busquéis alimento que perece,
sino aquel que perdura eternamente;
el que ofrece el Hijo del hombre,
que el Padre os ha enviado.

No es Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre quien da pan verdadero,
porque el pan de Dios baja del cielo;
y da la vida al mundo.

Pues si yo he bajado del cielo
no es para hacer mi voluntad
sino la voluntad de mi Padre
que es dar la vida al mundo.

Soy el pan vivo que del cielo baja,
el que come de este pan por siempre vive;
pues el pan que daré es mi carne,
que da la vida al mundo.

El que viene al banquete de mi cuerpo
en mí vive y yo vivo en él;
brotará en él la vida eterna
y lo resucitaré.

JESÚS ES LA VERDAD

Kairoi – Hermanos

Jesús es la verdad, la luz,
camino y vida, es nuestro Señor (Bis)

Tú, que triste vas,  y en el dolor no hayas respuesta
Tú, que crees tener, razón sin más.
Tú, quieres gritar  la libertad como propuesta.
Tú, que al dejar de ser tú, ya no vez donde vas.

Tú, piensas quizá que es falsedad y nada cuenta.
Tú, quieres vivir feliz y en paz.
Tú, quieres vender tu corazón por poca cosa,
Tú, que al sentir el amor puedes dar mucho más.

CAMINO, VERDAD Y VIDA

J. A. Olivar, C. Gabarain – Camino, Verdad y Vida

No hablaste de caminos porque eres el camino.
No hablaste de verdades porque eres la verdad.
No hablaste de la vida porque eres tú la vida.
Tú eres el camino, la vida y la verdad.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que pobre nos nace en Belén
hasta que triunfa en su resurrección.

Camino, Verdad y Vida
es la vida de Jesús
desde que oculto nació en Nazaret
hasta que dijo “del mundo soy luz”

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que a todo exigió renunciar
hasta que a todos su vida nos dio.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que manda a todos amar
hasta que exige el completo perdón.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que exige la ofensa olvidar
hasta que a todos nos brinda el perdón.

TU CAMINO Y TU VERDAD

Kairoi-Vive

Yo quiero ser instrumento de vida
quiero seguir tu camino y tu verdad.(2)

Lo que he vivido me enseñó que eres un Dios de vida y paz.
Que la justicia y el amor, es lo que quieres de verdad.
Quiero seguirte, mi Señor; tus actitudes; asumir.
Y que la duda y el temor no me hagan cómplice del mal.

Como inocente, muerto en cruz, el Padre te resucitó.
Yo te he podido descubrir de tus verdugos, triunfador.
Protege a los que matarán por el delito de pensar,
y abrir la boca y exigir para vivir con dignidad.

Te alabo a ti, Señor Jesús, Tú me has mostrado al Padre Dios.
Te asesinó el viejo poder que usa tu nombre para odiar.
Este poder que te acalló aún hoy mata y dicta ley.
Dame la fuerza para hablar, como profeta denunciar.

Hundes al rico en su ambición. Llenas al pobre con tu paz.
Al orgulloso haces caer y al más humilde das honor.
Yo ya estoy harto de callar y adormecido consentir.
La prepotencia y la opresión contra el que no tiene ni voz.

MADRE DE LOS APÓSTOLES

J. A. Olivar, C. Gabarain – Camino, Verdad y Vida

María, Tú eres madre
de los que hemos dejado padre y madre
por seguir la llamada del Señor.
ayúdanos, Oh Madre
a llevar a los hombres el mensaje
de tu hijo redentor.

Madre de los apóstoles
María, aumenta nuestra entrega y nuestro amor,
nuestra fidelidad a la palabra
nuestra fe en el poder de la oración.

Madre de los apóstoles
María, incúlcanos el celo abrasador
que tuvieron un día Pedro y Pablo,
respondiendo a la llamada del Señor.

Quinto Domingo de Pascua – Ciclo A

Domingo quinto de Pascua Ciclo A.

1. Introducción

El evangelio de hoy nos presentará un Jesús que se autocalifica como camino, verdad y vida, y nos invita a seguir esa senda que es él mismo. La eucaristía celebrada entre hermanos es la realización más clara y concreta de ese ser camino, verdad y vida que Jesús es, y, al mismo tiempo, de aceptar esa realidad de Jesús por parte nuestra.

2. Oración

Oh Dios, misterio incomprensible, presencia inasible, amor inefable. Ayúdanos a comprender que la Verdad está más allá de nuestras formulaciones, que la Vida eres Tú mismo, y que los Caminos que conducen a Ti son infinitos. Nosotros concretamente te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén

3. Lectura de: Hechos de los apóstoles 6,1-7

En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no atendían a sus viudas. Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron: «No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea: nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.» La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando. La palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de discípulos, incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe.

Aquella unidad promovida por el entusiasmo de los creyentes y de la que nos habla san Lucas en los primeros capítulos de los Hechos, tiene que afirmarse ahora, superando el primer conflicto. La comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por «hebreos», es decir, los indígenas de habla aramea, y de «helenistas», judíos procedentes de la diáspora, de habla griega (cf. Hch 2.5-11). Al parecer, se daba una cierta discriminación, en perjuicio de los pobres del grupo de los helenistas, a la hora de distribuir los bienes de la comunidad (2. 45; 4. 35).  Por vez primera en los Hechos se nombra a los «discípulos» en contraposición a los «apóstoles». En los evangelios se llama «discípulos» a cuantos siguen a Jesús (Mt 28. 19). Los «apóstoles» proponen a los «discípulos» que elijan a siete varones para que se encarguen de servir a los pobres. Al parecer, se tiene en cuenta la queja de los helenistas, y la comunidad elige precisamente a siete hombres que llevan nombres de origen griego. La comunidad elige, pero sólo los Apóstoles imponen las manos.  Como puede verse, estamos en una fase inicial en la que comienza un proceso de institucionalización cada vez más necesario e inevitable ante el crecimiento de la comunidad. Ya se van distinguiendo funciones y servicios, pero estamos todavía muy lejos de unos «ministerios» perfectamente definidos en el ámbito de la Iglesia. San Ignacio de Antioquía distinguirá ya claramente entre obispos, presbíteros y diáconos. La Iglesia sigue ordenando hoy a sus «ministros» mediante la imposición de manos.

3. Salmo responsorial: 32

Introducción: Se trata de un himno a la Providencia divina. Comienza con un invitatorio, quizás pronunciado en otro tiempo por un sacerdote del Templo de Jerusalén. Él llama a la orquesta y a la asamblea para que “grite de júbilo por el Señor”. Más que un cántico piadoso es una celebración apoteósica de la acción creadora de Dios. Dios confía su creación a los hombres. Cada día es una nueva maravilla de su poder y de su bondad. Cada día sube hacia Él un “cántico nuevo” (v.3ª). La alabanza se dirige a la Palabra creadora de Dios: “Pues recta es la Palabra de Yahvé” (v.4ª). Ella no es una palabra abstracta sino una palabra de la cual se puede medir su eficacia. Dios habla y eso sucede. El Salmo desarrolla las cualidades de Dios: es recto (“Ama la justicia y el derecho”, v.5ª), es fiel, es justo. Dios vela sobre el hombre y lo salva. El Salmo nos debe llevar a todos los hombres, creados a imagen de Dios, a corresponder a esta imagen: ser recto, practicar el derecho y la justicia, poner toda la esperanza en el Señor.

 

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Aclamad, justos, al Señor, / que merece la alabanza de los buenos. / Dad gracias al Señor con la cítara, / tocad en su honor el arpa de diez cuerdas. R.

Que la palabra del Señor es sincera, / y todas sus acciones son leales; / él ama la justicia y el derecho, / y su misericordia llena la tierra. R.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, / en los que esperan en su misericordia, / para librar sus vidas de la muerte / y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

4. Segunda Lectura: 1Pedro 2,4-9

Queridos hermanos: Acercándoos al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo. Dice la Escritura: «Yo coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado.» Para vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la «piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra angular», en piedra de tropezar y en roca de estrellarse. Y ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa.

Por su muerte y resurrección, Jesús se convierte en el centro y el fundamento de la Iglesia. Vale la pena notar los elementos del texto: combina una profecía de Isaías (Isaías 28,16), un Salmo (118,22) y una frase del Éxodo (19,5-6): Por su repetición del término “piedra”, se podría llamar la parábola de las piedras: piedra viva, piedra preciosa, incomparable, piedra tallada, piedra angular indispensable para toda construcción. La Iglesia, fundamentada en Cristo, crece en la medida en que los bautizados se unen a Él –la “piedra vivificante- en calidad de “piedras vivas”. Se construye así un nuevo “edificio espiritual”: la fuerza que lo construye es la fe. No debe sentir vergüenza quien se compromete con Él, con confianza y amor Quien cree, comparte la vida del Resucitado, participa en la construcción de un pueblo de sacerdotes y de reyes, recibe –con todos los creyentes- los títulos gloriosos con los cuales Dios había prometido honrar a su pueblo: “Linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (2,9ª = Éxodo 19,5-6). Lo que se quiere decir con este lenguaje de tipo cultual es que al interior de este pueblo sacerdotal, cada uno puede hacer de su vida una ofrenda santa porque Él está unido a la ofrenda de Jesús. De esta forma, con Cristo, ya se ha pasado de las tinieblas de la muerte a la admirable luz de la vida de Dios (2,9b). El edificio que se menciona puede llamarse “espiritual” porque está construido y habitado por el Espíritu (2,5a). En la misma línea debe entenderse el calificativo “espirituales” (2,5b), puesto que los sacrificios que los cristianos están llamados a ofrecer representan la donación de la persona entera, concretización de un sacerdocio verdadero, siempre “por mediación de Jesucristo” (2,5c).

5. Evangelio según san Juan 14,1-12

Dijo Jesús: 1 “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. 4Y adonde yo voy sabéis el camino”. 5Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. 6Le dice Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. 7Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”. 8Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. 9Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: „Muéstranos al Padre‟? 10¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. 12En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”.

 

 Un nuevo horizonte para la vida: La enseñanza de Jesús comienza con una invitación a confiar en Él: “No se turbe vuestro corazón”. Cuando los sentimientos se agitan por el vacío de una ausencia, Jesús ofrece la fortaleza de la fe: “Creéis en Dios; creed también en mí”. En la primera parte de la enseñanza, notamos que la referencia a Dios Padre lo enmarca todo: Al principio dice: “En la casa de mi Padre…”. Al final dice: “Yo voy al Padre”.

1. Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con él: vv. 1-4

 

Jesús les explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más fuerte. Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mi”. El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35). Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro. Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos. Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir.

Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece seguridad-confianza: “Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1b).Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza. Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales. Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario. Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.

El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre (14,2) El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar”. La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos. En la frase hay dos pistas importantes: Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre. Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (2,21). Jesús resucitado es la nueva construcción.

Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (el cielo). Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (14,4) Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (14,3). Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre. Para ello hay que ponerse en camino (14,4) Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “Adonde yo voy sabéis el camino” (14,4). Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él. Pero viene enseguida una gran revelación.

2. Jesús es el camino, la verdad y la vida (14,5-7)

 

La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (14,6). Los matices de esta revelación (14,6ª)

Camino” El camino es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (10,9). Nosotros hombres no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión. Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”. “Yo Soy” Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy”. Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros. El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; 1,18ª), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha contado”; 1,18b). En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad.

Verdad” “Él es la Verdad” significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre.

Vida” “Él es la Vida” significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús. Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”. Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.

3. La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (14,8-11)

 

En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo. Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción. La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe. Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino, continuará siéndolo aún cuando no esté visiblemente entre los suyos. La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna. Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.

Cuarto domingo de Pascua – Ciclo A [Domingo del Buen Pastor]

Domingo cuarto de pascua ciclo A

En este domingo pascual la Iglesia nos presenta la figura inefable de Cristo, Buen Pastor, que nos lleva al Padre, que da su vida por nosotros, que nos alimenta con los pastos fructuosos de su Palabra y de su Cuerpo y de su Sangre, que nos defiende del lobo rapaz del demonio y de sus secuaces.

Oremos por las intenciones de la Iglesia Universal, por las diferentes vocaciones que Dios ha dado a su Iglesia.

ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

Buen Pastor, Señor Jesucristo, que sientes compasión al ver a las muchedumbres como ovejas sin Pastor. Te pedimos que envíes a tu Iglesia Sacerdotes según tu corazón, que nos alimenten con tu Cuerpo y con tu Sangre. Diáconos que sirvan en el ministerio sagrado y en la caridad a sus hermanos. Religiosos y Religiosa que, por la santidad de sus vidas, sean signos y testigos de tu Reino. Laicos que como fermento en medio del mundo, proclamen y construyan tu Reino por el ejercicio de su diario quehacer. Fortalece a los que has llamado, ayúdalos a crecer en amor y santidad,  para que respondan plenamente a su vocación. María,  Madre y Reina de las vocaciones, ruega por nosotros. Amén

1. Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2,14a.36-41:

El día de Pentecostés, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.» Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Conviértanse  y bautícense  todos en nombre de Jesucristo para que se les perdonen los pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para ustedes  y para sus hijos y, además, para todos los que llame el Señor, Dios nuestro, aunque estén lejos.» Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: «Escapen de esta generación perversa.» Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.

Una vez más, como el domingo pasado, la primera lectura pertenece al discurso de Pedro el día de Pentecostés. Hoy se trata de la parte final. Resume en primer lugar la exposición anterior sobre el testimonio de culpabilidad que la resurrección hace recaer sobre el pueblo de Israel: «al mismo Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha constituido Señor y Mesías». La actuación quiere preparar el camino de conversión. Dios ha actuado ratificando la mesianidad de Jesús.

«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?»: La reacción de los oyentes es parecida a la de los que escuchaban la predicación de Juan Bautista (Lc 3, 10). Pero la respuesta de Pedro no hace ninguna referencia a la conversión como un cambio moral, sino como una asimilación con Cristo.

Literalmente, la respuesta formula dos condiciones: «Conviértanse y bautícense» y dos promesas «para que se les perdonen los pecados, y reciban el Espíritu Santo«. Pero, propiamente, condiciones y promesas constituyen un todo: el bautismo es conversión y perdón, porque Jesús glorificado entra en relación personal con el bautizado por el don del Espíritu.

«En nombre de Jesucristo»: El bautismo recibido es una gracia de Jesús glorificado y al mismo tiempo expresa una pertenencia; como Israel, en la Antigua Alianza, era una propiedad de Dios. Ahora, después de Pascua, el bautismo es la expresión de la llamada a seguir a Jesús y a pertenecer a su comunidad de discípulos. «Escapen de esta generación perversa»: El ofrecimiento de la salvación lleva necesariamente a una separación: los que acogen el mensaje y los que se obstinan en el rechazo de Jesús. El verdadero Israel se separa del falso, que no ha descubierto que el día definitivo llamaba a sus puertas.

2. Salmo responsorial: (Sal 22)

El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

Este Salmo es uno de los más célebres del salterio.

Las tres primeras estrofas (vv.1-4) desarrollan la idea de un viaje guiado por la imagen de un Dios pastor de su pueblo. Esta imagen se aplica bien al Dios del éxodo, quien libera a su pueblo y lo conduce a través del desierto hasta una tierra que mana leche y miel. Tiene en cuenta en el camino todo lo que puede nutrir a su pueblo. En una relectura cristiana, este Salmo puede prestarse para una lectura más personal. Dios conduce a su fiel sobre los senderos de la vida, le indica el camino justo y, más allá de los límites de la muerte, lo conduce en los verdes prados de la bienaventuranza eterna.

Las dos últimas estrofas (vv.5-6) se apoyan en otra imagen: la del anfitrión que acoge a su invitado con los brazos abiertos. Según los ritos orientales, le ofrece exuberantemente perfume y vino. En su mesa, lo invita a sentarse con seguridad, sus enemigos no podrán contra él. En la última estrofa, el lugar de acogida es preciso: el Templo. Allí el salmista desea terminar sus días. Con sus dos compañeras, “bondad” y “misericordia”, el orante consigue llegar a la presencia de Dios, donde no falta nada, donde alcanza la realización de todas sus búsquedas. En este domingo del Buen Pastor, aplicamos también este Salmo a Jesús, quien nos lleva por los caminos de la vida. Con Él, la bondad y la misericordia nos acompañan todos los días. Las fauces de la muerte no nos podrán engullir. Jesús nos conducirá hasta la casa del Padre, allí donde una copa desbordante nos espera.

3. Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 2,20-25:

Si, obrando el bien, soportan el sufrimiento, hacen una cosa hermosa ante Dios. Pues para esto han sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muerto al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado. Andaban descarriados como ovejas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas.

Pedro se dirige a una comunidad perseguida. No les hace una apología del sufrimiento, más bien muestra su valor para aquellas personas que se sienten escandalizadas por esto. Como idea central del pasaje, Pedro propone vivir el sufrimiento a la manera de Jesús: no hay que responder mal por mal, no se trata de aniquilar al adversario. En Cristo nada es “contra” nosotros sino que todo es “por nosotros”; el corazón purificado de toda venganza se llena de confianza en el Dios en quien apoya su vida. Esto es posible porque el Padre siempre ha hecho triunfar su misericordia y su salvación, que son los dos aspectos de la “justicia”. Observemos de cerca el texto: en los versículos 21-25 encontramos un himno cristiano antiguo en el que, después de una introducción (v.21), se hace una relectura de Isaías 53, aplicándole a Jesús la profecía del Siervo de Yahvé. La razón por la cual se escoge esta lectura para hoy está en la última frase: “Andaban extraviados como ovejas, pero ahora volvieron al pastor y guardián de su vida” (v.25). Estas “ovejas”, que en otro tiempo estaban desgarradas, ahora son el rebaño de Jesús, quien es el pastor y el guardián (literalmente en griego: “obispo” o “supervisor”).

4. Lectura del santo evangelio según san Juan 10,1-10:

En aquel tiempo, dijo Jesús: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Este texto bíblico es continuación de la respuesta a una pregunta formulada por los fariseos. Pregunta de los fariseos: «¿Somos también nosotros ciegos?» (Jn. 9, 40). Respuesta de Jesús; Jn. 9, 41 – 10, 18. El evangelio de hoy no se puede, pues, comprender sin hacer referencia al capítulo 9. Este capítulo ya ha sido comentado el cuarto domingo de cuaresma. Decíamos entonces que la autoridad judía ha procesado y sentenciado al ciego; en realidad de verdad, el procesado y sentenciado es Jesús. Por eso aparece Jesús en primer plano al final del capítulo (9, 35-41). Pero su aparición provoca un golpe de escena: es Jesús quien realmente abre un proceso en el mundo, proceso que trastoca las posiciones y la valoración de las mismas (9, 39). El ver no depende de unas prácticas, sino de la adhesión incondicional a la persona de Jesús (9, 35-38).

Conviene pues centrarnos en el texto de este domingo: una fórmula solemne introduce una serie de referencias y situaciones tomadas de la vida de los pastores (vs. 1-5). Los fariseos no captan el sentido (v. 6). Jesús explicita ese sentido (versículos 7-10). Este es el esquema formal global. Vayamos a los detalles. Los vs.1-2 formulan dos enunciados generales antitéticos «el que no entra por la puerta… es ladrón, el que entra por la puerta es pastor». Los vs. 3-4 se fijan en el pastor y enumeran todas las acciones que realiza desde que entra al aprisco hasta que se pone al frente de las ovejas fuera ya del aprisco. La enumeración sigue bien el orden real de las acciones, excepto al comienzo: «Las ovejas atienden su voz, él va llamando por el nombre a sus ovejas«. ¡Para escuchar, antes hay que haber llamado! Invirtiendo el orden, el autor trata de resaltar precisamente esa escucha, que vuelve a recoger al final de la enumeración «porque conocen su voz». El v.5 se fija en el que no ha entrado por la puerta, insistiendo de nuevo en el conocimiento de la voz.

De la explicitación del sentido (Jn. 10, 7-18), el texto litúrgico sólo recoge la que hace referencia a la puerta (vs. 7-10). La misma fórmula solemne que en 10, 1 introduce la identificación Jesús-puerta. El significado de la puerta ya ha quedado formulado en los vs. 1-2: el uso o no uso de ella para entrar en el aprisco constituye a uno en pastor o ladrón. A este nivel de significado funciona la identificación Jesús-puerta. El uso o no uso de Jesús  constituye a uno en pastor o ladrón. Esto es lo que formula el v. 8 en sentido negativo absoluto. No olvidemos que los interlocutores de Jesús son los fariseos, es decir, los guías del pueblo judío.

El v. 8 dice, pues, que los guías de Israel no hacen uso de la puerta, es decir, no aceptan a Jesús. Se saca después la consecuencia de acuerdo a lo dicho en el v. 5. El v. 8 explícita el sentido del enunciado del v. 1: los guías de Israel, puesto que no aceptan a Jesús, son ladrones; creen que ven, pero toda su visión la fundamentan en unas prácticas y no en Jesús; por eso son ciegos (cfr. Jn. 9, 35-38). Este es su pecado, al que siguen aferrados (cfr. Jn. 9, 41).

El v. 9 comienza formulando la misma identificación Jesús-puerta, para pasar después a indicar las ventajas que reporta el entrar al aprisco por la puerta. Estas ventajas están formuladas en futuro porque su disfrute está condicionado al paso por la puerta. Se trata, pues, de un futuro lógico, no de un futuro temporal-escatológico. La duda está en si los destinatarios de estas ventajas son las pastores o las ovejas. No parece que el v.9 sea una explicitación del v. 2 puesto que en el v. 10 no se habla del pastor, sino del ladrón que viene a robar, contraponiéndose su actuación con la de Jesús. Por todo esto, parece más coherente pensar que los destinatarios de las ventajas son las ovejas. Se prepara así el paso a los vs. 11-17, donde se trata de Jesús como pastor de las ovejas.

Las ovejas, que hacen uso de la puerta, es decir, los que aceptan a Jesús, están a salvo, gozan de plena libertad y tienen abundancia de pastos. Jesús no ha venido a imponer una reglamentación de cargas y prácticas. Una puerta de par en par jamás es obstáculo. Jesús ha venido para que los hombres vivan la pura alegría de saberse con sentido.

5. Oración por las vocaciones

 

Dios, Padre y Pastor de todos, Tú no quieres que falten hoy día hombres y mujeres de fe que consagren sus vidas  al servicio del Evangelio y al cuidado de tu Iglesia.

Haz que tu Espíritu Santo Ilumine los corazones y fortalezca sus voluntades para que acogiendo tu llamado, lleguen a ser los sacerdotes y diáconos, religiosos, religiosas y consagrados que tu pueblo necesita. La cosecha es abundante y los operarios pocos. Envía, Señor, operarios a tus mies.

Amén.

Tercer Domingo de Pascua – Ciclo A

Domingo tercer de pascua Ciclo A

La Iglesia en su liturgia nos sigue mostrando su gozo por la resurrección del Señor, como lo tuvo la primitiva comunidad cristiana, que tomó en serio todo el significado de esa resurrección. También nosotros hemos de corresponder con una fe profunda y vivificante.

1. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,14.22-28.

El día de Pentecostés, se presentó Pedro con los once, levantó la voz y dirigió la palabra: Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice: Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua  y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia.

«Hombres de Judea y los que residís en Jerusalén. comprended bien lo que ha pasado. Jesús el Nazareno fue crucificado por manos de los impíos, pero Dios lo ha resucitado y nosotros somos testigos». Jerusalén puede continuar con los ritos de la oración y los sacrificios: nada volverá ya a ser igual. Una comunidad, que vive del Espíritu, va a decir una palabra de gracia y reconciliación; va a realizar unos gestos que muy pronto dividirán al pueblo judío en lo referente a la ley mosaica.

La palabra de Dios está ya actuando. La Iglesia recibe la enseñanza de los profetas y la confronta con los acontecimientos.

David habló de un justo que no conocería la corrupción del sepulcro. ¿De quién se trataba? ¿De quién hablaba David? De sí mismo, pensaban muchos judíos. Pero, entonces, ¿cómo es que su tumba se halla entre nosotros? De hecho, el antepasado hablaba de otro, del descendiente que subiría al trono en los últimos tiempos. (…) Hermanos, acaba de comenzar un mundo nuevo. En el proceso contra la vida, Dios ha puesto todo su crédito en la balanza. La humanidad, desfigurada por los salivazos y los golpes, ha salido del sepulcro transfigurada, irradiando la belleza que Dios había impreso en sus rasgos desde siempre. «A ese Jesús al que vosotros habéis crucificado. Dios lo ha resucitado». Para que renazcan los hombres de todos los tiempos, Dios ha levantado a este hombre. Es decir, ha aprobado todas sus palabras y todos sus actos, ha rubricado todo lo que Jesús ha hecho. Al arrancar a Jesús de la muerte, Dios da testimonio de que el camino del Nazareno era el suyo, el de los supremos cumplimientos, el camino, la verdad y la vida.

2.  SALMO RESPONSORIAL
Sal 15,7-2a y 5. 7-8. 9-10. 11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.

Bendeciré al Señor que me aconseja;
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 1,17-21.

Queridos hermanos: Si llamáis Padre al que juzga a cada uno, según sus obras, sin parcialidad, tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

La primera de Pedro anima a los creyentes que se encuentran en un momento de particular dificultad (persecución de Nerón probablemente). De ahí que se recuerden los pilares de la fe: Dios es un juez justo (Rom 2, 11), pero también es un padre (Mt 6, 9). El hombre no sabe unir estos dos elementos en la proporción buena; pero solamente si tenemos en cuenta estos dos puntos nuestra vida puede ser tomada en serio. No podremos aprovecharnos nunca de la plusvalía de los demás, pero hay un Padre que, por el triunfo de Jesús, sabe perdonar.

El verbo «rescatar» (lytroo) hunde sus raíces en el At, designando a Dios como el rescatador del pueblo (Dt 7, 5; 15, 15). El rescate mesiánico se ha realizado en Jesucristo (1 Cor 1, 30; Col 1, 14) con la finalidad de hacer un pueblo de características nuevas (Ef 1, 14), pero no será pleno hasta el final de los tiempos (Ef 1, 14). Detrás de esta concepción teológica está la idea de «rescate» o precio pagado por la libertad de un prisionero. El recordarnos el rescate no es para sonrojarnos por un beneficio parternalistamente dado por el Dios de poder, sino para hacernos una llamada a la seriedad de vida: no podemos vivir en cristiano como si Jesús no hubiera pagado un alto precio humano por nosotros. V. 19: Son las cualidades exigidas al cordero pascual (cf. Ex 12, 5). La honradez de vida de Jesús ha quedado clara y confirmada con su entrega en la cruz. Al creyente le toca ahora el mostrar que ha aceptado la fe. Somos llamados a un tipo de vida nuevo, con sentido. No da lo mismo vivir en el tiempo de Jesús o fuera del tiempo de Jesús. El plan de Dios tiene una perfecta continuidad. Nosotros somos los continuadores de la ley primera de Dios, del deseo santo de Dios. Nosotros, los que creemos en Jesús, somos el verdadero pueblo de Abrahan (Rom 11,). No ha habido ningún cambio radical: Jesús ha venido a culminar el proceso. De ahí que la llamada se hace, aún más si cabe, a la responsabilidad última del hombre.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo: -¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días? El les preguntó: -¿Qué? Ellos le contestaron: -Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron. Entonces Jesús les dijo: . -¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. Sentado á la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: -¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: -Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

El evangelio de Emaús es demasiado conocido para que sea necesario describir toda su riqueza; su tono, tan humano, hace resonar un eco tan profundo en nuestros corazones, en el corazón de todos sus oyentes, que cualquier comentario corre el peligro de alterar su excepcional transparencia. Arriesguemos, no obstante, algunas sugerencias.

Leído a continuación de las frases paulinas de las segundas lecturas, el episodio de los peregrinos de Emaús aparece como la celebración de la renovación que la resurrección de Jesús opera en aquellos que aceptan tal mensaje. Al final de su larga marcha, los dos discípulos están renovados por completo. Su comprensión de la vida ya es «otra». Hasta entonces, veían en la muerte el fracaso último de la humanidad. A sus ojos, cualquiera, por gran profeta que hubiera parecido, «por poderoso en obras y en palabras» que hubiese podido ser «delante de Dios y todo el pueblo», cualquiera que es «condenado a muerte y crucificado», corona su vida con un fracaso radical que destruye todo su significado. Ahora bien, esa teoría sobre la existencia, teoría que la experiencia corriente corrobora, es la que es falsa desde ahora.

Debido, en primer término, al Antiguo Testamento, que anunció por la voz de «Moisés y de los Profetas» que un hombre, el Mesías, tras haber soportado tales sufrimientos y experimentado el fracaso que significaban, «entraría», no obstante, «en la gloria» y obtendría el éxito verdadero.

Y ese anuncio de un vuelco tan categórico de las cosas, objeto por largo tiempo de una promesa, se ha hecho, a partir de ese día, realidad. El compañero de camino de los dos discípulos es «Jesús, el Nazareno», el mismo sobre el que se lamentaban los dos viajeros, a quien «concernía» la enseñanza de Moisés y de los Profetas, el que vive el destino inédito que aquellos héroes del pasado habían definido de antemano. Tras haber «soportado los sufrimientos predichos», «entra ahora en su gloria».

Se trata, pues, de una comprensión de la vida totalmente renovada, que Jesús, con su recuerdo del Antiguo Testamento, con su palabra, con su propia presencia, ofrece a los discípulos. Una teoría de las cosas que empalma con sus íntimas aspiraciones: se lo dicen uno a otro, reconociendo que la palabra de Jesús avivaba en ellos un deseo que el tema de la muerte había como sumido en el olvido.

Señalemos dos aspectos de esta renovación total que modifica la persona de los discípulos. En primer lugar, que esta novedad es necesariamente objeto de un compartir, de una comunicación, de un testimonio. No es posible guardar para sí tan «buena noticia». Una vez que se les muestra la verdad, los discípulos se van precipitadamente a Jerusalén para compartir su experiencia y proclamar su descubrimiento… El autor, además, señala un rasgo sugestivo: Jesús termina su comunicación con la fracción del pan.

En este gesto, en que san Lucas ve el acto eucarístico, el evangelista percibe como el espejo en el que aparecen en claro los rasgos de Jesucristo esbozados ya por «Moisés y los Profetas»: ¿no es en ese momento cuando ambos compañeros reconocen a Jesús? La Eucaristía no celebra a un muerto, sino que proclama que el que estaba muerto vive, y corresponde a esta nueva representación de las cosas que sitúa la gloria más allá de los sufrimientos. Participar en la Eucaristía es adherirse a una comprensión de la vida que encuentra su realización en Jesucristo vivo, resucitado.

Decididamente, para los cristianos que celebran la Pascua, nada puede en absoluto ser como antes.