Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo – Ciclo A

34 DOM TO

OVEJAS Y MACHOS CABRÍOS

La narración que nos comparte el profeta Ezequiel es retomada directamente por el Señor Jesús en el Evangelio de san Mateo. Ezequiel exhibe una situación decadente, donde los fuertes (machos cabríos en la lógica de la narración) tratan a su antojo a los débiles (ovejas flacas). La imagen apunta a las relaciones abusivas y asimétricas que establecemos y padecemos en las instituciones humanas, centradas en el predominio de la fuerza sobre la razón, y del poder sobre el diálogo. En la historia prevalece de forma descarada o diplomática “la ley de la selva”; los verdugos pisotean a sus víctimas sin que prevalezcan la justicia y el derecho. Quienes no se adhieren a ese desorden, son presentados en el Evangelio de san Mateo como las personas compasivas que alimentaron al hambriento, vistieron al desnudo y visitaron al forastero. No consiguieron revertir la dinámica de la violencia institucionalizada, pero al menos, curaron las heridas de las personas que la padecían.

  1. ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundamentar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, concede, benigno, que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

  1. Texto y comentario
    • Del libro del profeta Ezequiel: 34, 11-12. 15-17

Esto dice el Señor Dios: “Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad. Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia. En cuanto a ti, rebaño mío, he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”. 

Es un capítulo precioso éste de Ezequiel. Lo domina en toda su extensión la figura sugestiva -tan tradicional en la Biblia, tan llena de atractivo en el sentir del pueblo- del pastor al frente de las ovejas. El pastor conduce las ovejas de una parte a otra, ofreciéndoles tiernos y abundantes pastos que sacien su hambre y arroyos de aguas claras que calmen su sed. Él cuida de ellas; atiende con delicadeza a las débiles; a las enfermas cura con ternura.

El profeta echa mano de esta imagen tan expresiva para manifestar a sus contemporáneos la actitud y disposiciones divinas respecto a su pueblo. Ha habido en Israel pastores indignos; pastores que, en lugar de cuidar de las ovejas encomendadas, han sido ellos mismos los que las han conducido a la destrucción y a la ruina. No se han preocupado de atender a las débiles y de curar a las enfermas. Han devorado los mejores pastos y han ensuciado con sus pezuñas las aguas de las fuentes.

El juicio severo de Dios se cierne sobre estos pastores. Los va a des­truir. Él mismo -así lo ha dispuesto para siempre- va a actuar de forma más directa en este asunto. El pastor de las ovejas va a ser Él mismo -de ello ha­bla la lectura-.Él mismo va a cuidar personalmente de ellas: velará por ellas, las reunirá de entre todas las naciones, las apacentará; cuidará y atenderá a las enfermas y a las débiles de forma exquisita. Él va a juzgar entre ellas, según sus necesidades.

Al terminar el capítulo en los versículos 23 y 24 al lado de Dios, surge la figura del Siervo David, el Mesías. Dios sigue siendo el auténtico Pastor del re­baño; Él las dirigirá personalmente. Con Él el Mesías. Va a establecer la justicia.

Nótese la doble traducción probable del versículo 16: exterminaré a la que está gorda… cuidaré a la que está… La segunda es más probable. Si se admite la primera, habrá que pensar en aquellas que, como los falsos pasto­res, se han aprovechado de las demás. De ellas hará Dios justicia.

  • Del salmo 22 R/. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.

Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. R/.

  • De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 15, 20-26. 28

Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos. En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo. Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas. 

En este capítulo 15 de la primera Carta a los Corintios, desarrolla San Pablo el tema de la resurrección de los muertos en diversas direcciones.

Recuerda, en primer lugar, Pablo que la Resurrección de Cristo es un he­cho comprobado por muchos, entre los cuales se encuentra él mismo. Es el punto fundamental y primero de la predicación cristiana y, por tanto, de la nueva fe. En una fórmula de fe, que data de los años 40, vuelve de nuevo Pa­blo a transmitirles claramente esta verdad fundamental: Cristo ha resuci­tado.

De ahí pasa Pablo a hablar de la resurrección de los muertos en general. Cristo resucitado es causa de la resurrección de los muertos. Los muertos, en virtud del poder concedido a Cristo en su Resurrección, resucitarán un día. Esto es seguro; es tan cierto como la misma Resurrección del Señor. Es de fe. La muerte, que a todos amenaza, es consecuencia de un pecado, de una desobediencia. La muerte de Cristo, expresión de obediencia perfecta al Padre, destruye el pecado y vence a la muerte. En Cristo resucitarán todos. Él es el primero; tras Él todos los de­más. Él vendrá a dar cumplimiento a esta disposición divina; vendrá como Señor, como Rey. Todo poder opuesto a su persona será aniquilado. Todo quedará bajo sus pies. Hasta la misma muerte quedará arrollada por Él. Una vez Señor efectivo de todo, lo es ya de derecho por lo menos, lo pondrá todo a los pies de Dios, principio y fin de todas las cosas.

A continuación, habla de nuevo de la necesidad y seguridad de la resu­rrección de los muertos, para pasar al tema del modo de la resurrección de los muertos.

Nótese, en cuanto a lo que nos concierne, los títulos con que adorna Pablo a Cristo: Primicias, Rey. Cristo, pues, Señor, Cabeza de su Iglesia, Dueño de lo creado, pone todo su Reino a disposición del Padre. Cristo Hombre sujeto al Padre, Rey de todo.

  • Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 31-46

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’. Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’. Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’. Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’. Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”. 

Tema: El Juicio Final

De tiempo atrás -un par de semanas más o menos- viene perfilándose cada vez más nítida y apremiante la escena del Juicio Final. Tanto en la pa­rábola de las Diez Vírgenes, como en aquella de los Talentos -el Esposo que viene, el Señor que pide cuentas- se nos advertía de la necesidad de la vigi­lancia en la primera, de la necesidad de las buenas obras en la segunda, como respuesta segura y digna al Señor que viene a ajustar cuentas en fe­cha no determinada. ¡Cuidado! ¡Os van a exigir cuentas!

Pues bien, la lectura de hoy nos habla directamente de ese Día, en cuanto al Juicio se refiere. De forma plástica, sobre el fondo de una imagen pastoril, nos presenta el texto a Cristo, Hijo del Hombre, Señor y Rey, sentado en el Trono de Gloria, dispuesto a juzgar a los hombres. Adviértase, pues es de suma importancia, el tenor del Juicio, la norma. A unos, a los de la iz­quierda, los encuentra deficientes; a otros, a los de la derecha, los encuentra justos. En rígido paralelismo, muy del gusto de los semitas -nos encontramos en Mateo- se describe el formulario y la sentencia. Para unos, para los de la derecha, la Vida Eterna; para los otros la reprobación eterna. Los primeros han pertenecido, en este mundo, al reino de Cristo; Él los introduce ahora en el Reino de Dios, tan eterno como Dios mismo. Es el premio a sus buenas obras, obras de misericordia.

Puede parecernos, a primera vista, cándida y simple la pregunta que formulas los justos: ¿Cuándo te vimos hambriento…? ¿No hacían las buenas obras por amor de Dios? Este versículo proyecta abundante luz sobre todo el pasaje. No se limita el Juicio a los cristianos. ¡Todos los hombres van a ser juzgados! El criterio son las obras de misericordia, no exclusivamente ellas, pero sí principalmente ellas; obras de misericordia, por otra parte, que han sido desinteresadamente ejecutadas. De ahí la sorpresa de los justos. Las han realizado por puro amor del prójimo. Prójimo aquí es el necesitado. Re­cuérdese para ello la Parábola del Buen Samaritano. El necesitado, el pobre, es el hermano del Señor. Es una afirmación de gran peso. Naturalmente no se excluye el amor a Dios expresado en otros actos humanos. Se pone de re­lieve la importancia de las obras de caridad -en todas sus formas- al mo­mento de rendir cuentas. De esta forma es fácil comprender la respuesta de los impíos. La caridad, pues, en todas sus formas tiene un valor supremo en la moral de Cristo. Cristo Rey pronuncia la sentencia según la norma de la caridad -obras de misericordia- desinteresada.

Reflexionemos:

En este domingo se celebra la tan sugestiva Fiesta de Cristo Rey. Es, al mismo tiempo, este domingo el último domingo del año litúrgico. Conviene por tanto no separar los temas que de ambos dimanan. No es por lo demás difícil unirlos. Es verdad que hay que mirar siempre al fin, éste, sin embargo, se encuentra estre­chamente vinculado a la persona de Cristo. Cristo es el principio y el fin de todo, alfa y omega, que dirá el Apocalipsis. Si Dios no creó el mundo sino por Cristono pensó en otro naturalmente al im­ponerle un fin todo fue hecho por él y para él (Col 1, 17). Afirmaciones de este tipo podrían espigarse sin esfuerzo en el amplio campo del Nuevo Testa­mento. Al hablar, pues, del fin del hombre y del fin del mundo, no puede uno menos de pensar en Cristo. Todo hay que referirlo a Él. Cristo es el Señor ante quien deben todas las criaturas doblar la rodilla; Cristo es el Rey a quien todos pertenecen; Cristo es el Juez ante quien todos han de rendir cuentas. Toda lengua se ve obligada a confesar que Él es el Cristo, el Señor de todo, sentado a la diestra de Dios, colocado por Él mismo para la salva­ción del mundo entero -no hay otro nombre por cuya invocación se nos dé la salvación que éste de Cristo-. El reino de Cristo -se atiende especialmente a su Humanidad- puede considerarse bajo varios aspectos. Veámoslo en las lecturas propuestas. Cristo es Rey:

a) Como el Buen Pastor. A esa afirmación conduce la consideración de la primera lectura. La alegoría que aparece en el Evangelio de San Juan –Yo soy el Buen Pastor, dice Cristo- no es sino la aplicación a Cristo, Dios y hom­bre, de lo que Ezequiel en el capítulo 34 de su obra dice de Dios principal­mente y secundariamente del Mesías. Si allí, a pesar de la estrecha unión entre ellos, aparecen dos personajes -Dios y Mesías-, aquí es sólo uno con los dos títulos, Dios y hombre (Mesías). He aquí descrito el reinado de Cristo: alimentar a las ovejas; cuidar de las enfermas, atender a las débiles; preo­cuparse de los pobres, hacer justicia. Es un reino de salvación y no de ruina; de buen gobierno, de pacificación, de paz y de justicia. Su amor a ellas es en­trañable.

b) Como Primicias de los muertos. Es el tema de la segunda lectura. Cristo es el primer resucitado y, al mismo tiempo, la causa de la resurrec­ción de todos. Es el suyo un reino de vivos, no de muertos. La Vida eterna nos viene de Él. Él ha conseguido, por su obediencia al Padre, un reino. Dios lo ha sometido todo a Él. Las potestades adversas, que hacían imposible la salvación al hombre, la Muerte misma, que tenía a todos atenazados y obs­curecía irremediablemente de forma trágicamente sombría el horizonte de las más profundas aspiraciones del hombre, han quedado destrozadas por Él. Ya no hay muerte; la muerte fue vencida por Él, cuando Él murió. De su muerte y resurrección surge ahora un mundo totalmente nuevo. Es la nueva creación, perfecta, limpia. Él es el Rey; Él es el Rey de la vida, Rey poderoso, Rey que vence la muerte. Toda su obra conduce a la vida. Unidos a Él al­canzaremos la Vida.

c) Como Juez Universal. Todos han de presentarse ante su tribunal. Todos somos siervos de Él. En su muerte y resurrección adquirió derecho sobre nosotros. Juzgará en propio derecho. Él dará la sentencia; sentencia definitiva, inapelable. Pero nótese la norma: amor al necesitado. Es Rey de amor, enemigo del odio, del egoísmo, de la codicia, de la avaricia, de la so­berbia, de la mala entraña. En este punto será muy severo.

Este es nuestro Rey. Rey por derecho. Rey de majestad. Rey de amor. Rey de vida. Rey de todo lo creado.

El claroscuro que nos presenta el Evangelio es razonable: las personas podemos asemejarnos a la categoría de la gente sensible y solidaria que supo hacer suyo el dolor y las necesidades de sus hermanos o a la opuesta, la de la gente pragmática que vivió mirándose al ombligo, es decir, pendiente solamente de sus propias preocupaciones e intereses. Cuando unos y otros comparecen ante Jesús resucitado, parecen desconocer la trascendencia de sus acciones terrenales. Ni los bienaventurados recuerdan haber favorecido a Jesús, ni tampoco los desventurados. Unos y otros recibirán una clave de lectura de la historia que descifrará todo el enredo: quien administra su tiempo y sus bienes de manera sensata, sabe compartirlos con los necesitados, que son el sacramento viviente del Señor Jesús. No se trata solamente de repartir lo que sobra, sino de acortar la brecha que separa a los hartos de los menesterosos.

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