Domingo 14 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

DOMINGO CATORCE DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

San Agustín, en el primer libro de las Confesiones, hace esta plegaria: «Tú me incitas a que me deleite en alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti». Y en una carta afirma: «amamos el reposo, pero si no es amando a Dios no lo encontramos». Aquel obispo de Hipona, en el siglo IV, tuvo una vida apasionada que le sembró vanas inquietudes en el corazón y le hizo caer en la cuenta del ansia de una Verdad para reposar espiritualmente. Él buscaba, sentía la necesidad de conversión, pero su corazón regateaba con Dios. La experiencia de nuestro héroe de la santidad manifiesta los sentimientos de los corazones humanos de todas las épocas. Todos los hombres están en proceso de búsqueda. Todos querrían un punto que sostuviera y unificara el haz de los sentimientos y deseos. Uno se da cuenta de que hay una búsqueda de la felicidad, de la verdad y del sentido. Pero no siempre la gente acierta a encontrarlos.

Una de las invitaciones más cordiales del Evangelio: «Venid a mí…» Una invitación conmovedora. Uno adivina que las palabras de Jesús, sin duda, son el secreto de la coherencia de la propia vida. No es complicado. Es cuestión de sencillez, de dejarse arrebatar por la persona de Cristo. A fin de cuentas, ofrece reposo. Él hace que el corazón de los que se entregan, avancen serenamente por las rutas que el Espíritu tiene trazadas para cada bautizado. Y, para que no todo quede en bellas palabras, valdría la pena meditar esta semana sobre este evangelio. Convertirlo en oración personal. Hacer el propósito de confiar a Cristo las preocupaciones, las fatigas, los desencantos, las trabas de la vida… Aprender a encontrar algún momento diario de silencio para confiarse al Señor a través de la contemplación de su existencia reflejada en los evangelios.
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Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Tanto las lecturas como las oraciones y el prefacio sitúan bien el contenido de la fiesta de hoy. Conviene que los leamos y meditemos antes de la celebración con profundidad. Y mucho mejor si los podemos comentar en grupo, con el equipo de liturgia, por ejemplo, si lo hay. Y que hagamos un comentario que nos ayude a relacionarlo todo con la vida del lugar donde nos encontramos. Así, la preparación misma será imagen de la asamblea eucarística, Cuerpo de Cristo, como nos dice san Pablo: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan».
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Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A

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Domingo de la solemnidad de la Santísima Trinidad ciclo A

Nuestro Dios lo hemos conocido con Jesús, el Hijo, que ha compartido la condición humana hasta la muerte, para la salvación del mundo (evangelio). Al fin y al cabo, a través de Jesús hemos comprendido que la actitud básica de Dios es amar: toda la historia de Dios es una historia de amor, una voluntad de amor más fuerte que el mal de los hombres.

Contemplando a Jesús, vemos en él un diluvio de gracia, que es presencia de ese amor absoluto de Dios: una gracia y un amor de los cuales se nos hace partícipes por ese don de comunión que es el Espíritu (2a.lectura). Y todavía, todo eso, tiene como consecuencia dos actitudes a potenciar en nosotros: primero, el agradecimiento y la alabanza a este Dios grande y amoroso (salmo); y segundo, la experiencia gozosa de vivir en comunidad de seguidores de este Dios que está con nosotros (2a.lectura)

1. Lectura del Libro del Exodo 34,4b-6. 8-9.

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: -Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.

Los israelitas habían roto la alianza adorando a un ídolo como salvador del pueblo. Moisés había roto las tablas de piedra. Pero, no obstante, no dejó de interceder al Señor en favor de su pueblo. Su intercesión se hace cada vez mas osada, hasta el extremo de pedir poder ver la gloria del Señor, algo que no puede hacer ningún mortal. No obstante, el Señor le invita a subir otra vez a la montaña, donde rehará la alianza y se le revelará. La montaña es un lugar común de la manifestación de Dios. La nube es símbolo de la presencia divina. Proclamar el nombre es darse a conocer. En este sentido es importante darse cuenta de que el Señor se da a conocer en términos de acción amorosa. Más que una definición de él mismo (imposible de hacer si no se quiere convertir a Dios en un ídolo), el Señor señala cómo actúa: con esta indicación será posible seguir los caminos que conducen a Dios, caminos de compasión, de amor fiel.

Ante Dios, la única actitud correcta del hombre es la adoración.

Es lo que hace Moisés. Y su adoración se transforma en petición: Moisés, como tantas veces, pide la presencia del Señor en medio de su pueblo a pesar de la infidelidad constante de este pueblo. De hecho, Moisés está diciendo que sin la compasión y el amor fiel es imposible la vida.

En el Salmo proclamamos un fragmento del himno de los tres jóvenes que se halla en el texto griego de Daniel. Es una letanía que canta la gloria de Dios, este Dios trascendente, pero que se hace presente en la historia de los hombres: es el «Dios de nuestros padres», está presente en «el templo de tu santa gloria», a la vez que se sienta «sobre el trono de tu reino».

2. SALMO RESPONSORIAL
Dan 3,52. 53. 54. 55. 56

R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres;
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre santo y glorioso;
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú, que, sentado sobre querubines,
sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 13,11-13.

Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

Conclusión de la segunda carta a los Corintios, que tiene muchas semejanzas con las conclusiones de otras cartas. No obstante, en esta está muy presente la situación de la comunidad de Corinto, marcada por las divisiones internas y el cuestionamiento que algunos hacen del ministerio de Pablo.

La alegría, fruto de la fe en Jesucristo, es un motivo presente en otros pasajes de las cartas paulinas. También lo es la «paz», pero en este caso tiene un énfasis especial, dada la situación de la comunidad. Si no viven en paz, ¿cómo podrá estar presente en medio de ellos «el Dios del amor y de la paz»? El «beso ritual», típico de las primeras comunidades es un gesto que hace visible la comunión profunda entre los miembros de la comunidad. Pablo no descuida expresar la comunión entre las diversas comunidades; por eso transmite el saludo de» todos los santos».

La fórmula final, que hallamos en la conclusión o en el encabezamiento de otras cartas, es un deseo de bendición en el que se atribuyen a Jesucristo, a Dios y al Espíritu los bienes de la gracia, el amor y la comunión.

4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 3,16-18.

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nicodemo, que sólo aparece en este evangelio, es presentado como un doctor de la Ley, miembro fariseo del sanedrín. Es el prototipo del judío piadoso preocupado por la cuestión de la salvación, en definitiva por el problema central de todo hombre: el sentido.

El fragmento que leemos es la parte final del diálogo iniciado entre Jesús y Nicodemo. Algunos afirman que se trata de palabras del evangelista que ha introducido como explicación de lo que dice antes Jesús. Pero quizá sencillamente haya que tener presente lo que otros han puesto de manifiesto: el Jesús del cuarto evangelio habla como el autor de la primera carta de Juan, es decir, se hace muy difícil o imposible, y seguramente no hay ninguna necesidad de hacerlo… separar las palabras de Jesús de las del evangelista.

El mundo es objeto del amor de Dios. La voluntad de Dios es de salvación universal no para unos cuantos y no de condenación ¡y hay quienes todavía no se han enterado!. Su amor por el mundo es tan grande que «entregó a su Hijo único». En esta expresión se esconde evidentemente una alusión a la cruz: de hecho el amor inmenso de Dios se ha visto de una manera palpable en la donación hasta el final, hasta el extremo, de Jesús. Por otro lado, también es clara la alusión al hijo único de Abrahan, Isaac.

Queda abierta la posibilidad de condenación, a pesar de la voluntad única de salvación de Dios. Uno puede rechazar el amor de Dios, o cerrarse a él. Habría que recordar que en la obra juánica creer y amar son sinónimos. Cuidado, pues, en no identificar rápidamente a «los que creen» y «los que no creen»…

Solemnidad de Pentecostés – Ciclo A

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO A

La Iglesia es la comunidad convocada por el Espíritu «para formar un solo cuerpo», un cuerpo de hombres y mujeres transformados por dentro, por haber «bebido» el Espíritu, y que se siente «enviada» a hablar de las maravillas de Dios, hoy podríamos resaltar qué es lo que hace que merezca la pena pertenecer a esta comunidad convocada por el Espíritu: la Iglesia es el conjunto de hombres y mujeres que a lo largo de la Historia se han ido transmitiendo el testimonio de Jesucristo, hasta llegar a nosotros; es el lugar en el que podemos vivir y llenarnos de estos signos simples en los que reconocemos la presencia de Jesucristo; es el encuentro con otros que, como nosotros, quieren vivir la presencia y el seguimiento de Jesucristo, y sin los que nosotros andaríamos demasiado solos como para poder intentar de verdad ser cristianos.

I. Oración

 

V/ Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles  R/ y enciende en ellos el fuego de  tu amor.

V. Envía tu Espíritu y todo será creado. R. Y se renovará la faz de la tierra.

 

Oremos

 

¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,

R. Amén.

2. Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:

 

1Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.  2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. 3Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. 6Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. 7Estupefactos y admirados decían: „¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? 8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?  9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, 10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”.

 

1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)

 

1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)

La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7×7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.

 

La fiesta de la cosecha de los cereales

En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17). Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20). La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).

 

De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí

La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.  Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la Ley del Sinaí. En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.

 

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza

Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso. Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús. En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.

 

1.2 El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)

La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14. Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús. Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

 

 

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)

2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)

Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia. En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.

(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)

Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (2,2).  El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado. No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.  Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa. El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).

 

(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)

Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3). Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).  Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando. La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de los apóstoles. Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).

 

2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)

Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?

Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª). Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas). Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.

Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.

Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.

Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.

 

2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)

El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús. El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b). El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y resurrección. Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios. Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

 

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)

 

La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.

 

3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)

Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban) estupefactos y admirados…”.

 

3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)

Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos concéntricos. La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés. Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo. En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente. Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en definitiva las relaciones. Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por eso esa laga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.

 

3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)

Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.  En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11 Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.  Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos de amor- y se han centrado en Dios. Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el mundo. Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración. Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.

II. SALMO RESPONSORIAL Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 3

El salmo 103 proclama a Dios admirable en las obras de la creación. Para el creyente, la creación se hace transparente, y ve en ella la mano de Dios. Especialmente, en el misterio de la vida. Una misma palabra, «ruah», designa en hebreo el viento, el aliento y el espíritu vital (los traductores griegos lo llamarán pneuma, y los latinos spiritus). Si un hombre, animal o planta muere, el salmista que contempla la naturaleza entiende que Dios le ha retirado el ruah, y por eso vuelve al polvo de donde había salido (v. 29). Pero Dios no cesa de enviar su espíritu a la tierra, renovando así la creación y repoblando la faz de la tierra (v. 30, R/). Todo aliento de vida de la creación es una participación o reflejo del ruah de Dios. Si hay vida sobre la tierra es porque Dios no cesa de enviar su aliento. Por eso la vida es sagrada. El gesto de Jesús exhalando su aliento sobre los discípulos sugiere el sentido cristiano de este salmo.


 

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. 

 

 

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. 

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.


 

III. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,3b-7. 12-13.

Hermanos: Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Un solo Espíritu…, un solo Señor…, un solo Dios. Dios es la fuente de los diversos dones que tienen los creyentes, y es además el modelo de cómo la diversidad se compagina con la unidad. Una larga comparación con el cuerpo viviente permite entender lo que es la Iglesia y, al mismo tiempo, nos muestra cómo tenemos que complementarnos y respetarnos unos a otros. No hay comunidad auténtica, si cada uno no participa activamente en la vida de esa comunidad, poniendo su talento al servicio de todos. Hasta el cristiano más humilde, o más pobre, puede tener riquezas de orden moral, artístico, etc., con que puede servir a los demás. Cuando uno se compromete en la vida cristiana, el Espíritu despierta en él nuevas capacidades, muchas veces inesperadas. Si sabemos demostrar más atención a las riquezas propias de cada uno, y despertarle la conciencia de su dignidad y de su responsabilidad, veremos brotar en la Iglesia una multitud de iniciativas, fruto del Espíritu.

III. Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

El autor del cuarto evangelio sitúa las apariciones del Señor resucitado narradas en el capítulo 20, del que hoy la Iglesia nos propone unos versículos, con los detalles del tiempo y lugar en que se realizan. Teniendo presente su estilo habitual, sabemos que todas estas indicaciones tienen un sentido preciso, son ellas también “signos”, con un valor teológico profundo.

Así pues, el texto que hoy proclamamos y que nos acompaña en la oración personal y en la celebración, nos sitúa en el domingo de Pascua, el primer día de la semana. Este apelativo en el Nuevo Testamento indica siempre el domingo. A finales ya del primer siglo, el vidente de Patmos lo llamará también “el día del Señor” (Ap 1,10). Día importante, porque recuerda la resurrección de Cristo el Señor (cf. Mc 16, 9), y también el día en el que el mismo Resucitado se aparece a los discípulos, sus “hermanos” (cf. Mt 28,10) y a las mujeres que “muy de madrugada van al sepulcro” (Mt 28,9-10; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20, 1).

La primera aparición del Maestro resucitado tiene, pues, lugar en “el atardecer de aquel día, el día primero de la semana” (Jn 20, 19). Los discípulos están “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Cristo resucitado es Señor del tiempo y del espacio: las puertas cerradas, lo mismo que la muerte, ya no constituyen un obstáculo para que él se manifieste, “ya no tienen dominio sobre él” (cf. Rom 6, 9.

Entra en casa, se pone en medio de los suyos, les muestra las señales que lo identifican: las manos y el costado con las heridas propias del Crucificado el viernes santo.

Por dos veces les saluda con el saludo propio de Israel, “Shalom!”, que aquí es también el primer don de su resurrección. Inmediatamente los saca de sus miedos, los lanza al anuncio, a la misión, la misma que él realizó por voluntad del Padre. En las palabras del envío “Como el Padre me envió os envío yo también a vosotros” (v. 21), encuentro una expresión repetida de la igualdad entre Jesús y el Padre. Esta fórmula es frecuente en el evangelio de Juan de manera especial. Me gusta por lo menos citar alguna otra, teniendo en cuenta no sólo ni tanto la belleza literaria de las expresiones cuanto más bien la profunda realidad ontológica que revelan: “El Padre y yo somos uno” (cf. Jn 5, 19.21.23.26; 10, 15.25.30; 14, 6-7.11.20; 15, 9; 17, 21).

Como el Padre, así también Yo”. El modelo, el referente es siempre el Abbá, el Padre. Y Jesús hablará de lo que le ha oído al Padre, hará las obras que ha visto realizar al Padre; como el Padre le conoce íntimamente a él, él conoce a sus ovejas, a los que son suyos, a los que el Padre le ha confiado. ¡Que seguridad le tenía que dar a Jesús esta igualdad con el Padre en todo y qué seguridad me da también a mí! Con Jesús está siempre el Padre…

Juan prosigue en su narración: Dicho esto”, el Maestro exhala su aliento, su “ruah” sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo. Otro gesto preñado de significado: Jesús exhala sobre los discípulos su mismo Espíritu. Les transmite así el verdadero don pascual. «Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al evento de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la “hora”, a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte, y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu”.

En la cruz, “sabiendo Jesús que todo estaba cumplido”, había entregado el espíritu (cf. Jn 19, 28.30), como preludio de esta efusión plena la tarde de Pascua. La entrega-comunicación del Espíritu está aquí relacionada con el poder de perdonar el pecado. El Espíritu es, en efecto, “la remisión de los pecados”. Así lo identifica la liturgia.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:

Ven, oh Espíritu Santo, y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;  (un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina; un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos; un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;  un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad

(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Sugerencia de Cantos:
Entrada: Ser Testigos (Alfonso Luna – Testigos en la Fe), Llenos del Espíritu de Dios (Mercedes Gonzales – Balada del Camino) Secuencia: Ven Espíritu Divino (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Aleluya: Canta Aleluya ( Luis Alfredo – Ven Espíritu Santo) Presentación de Dones: Este pan y vino (Carmelo Erdozaín – Cerca está el Señor) Comunión: Envía tu Espíritu (Joaquín Madurga – Unidos en la Fiesta) Oh Señor, envía tu Espíritu ( Lucien Deiss – Pueblo de Reyes) El espíritu del Señor (Kairoi – A tu lado Señor)
La hora del espíritu (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos o Todavía nacen flores) Soplo de vida (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Salida: Reina de los apóstoles – Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos

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