Continuamos celebrando con gozo la solemnidad de la resurrección del Señor. Estamos en el octavo día de la Pascua y nos hemos vuelto a reunir aquí, como los discípulos en el Cenáculo. El día de la resurrección de Jesús, el día primero de la semana, se ha convertido para nosotros en el día del Señor, -eso quiere decir domingo. Es nuestro gran día porque creemos que Cristo resucitado se hace presente en medio de nosotros.
1. ORACIÓN COLECTA
Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales; acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo…
2. Lectura y comentario
2.1.Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 12-16
Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la calle, y los ponía en catres y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se curaban.
En breves trazos delinea Lucas la actividad de la comunidad primitiva. No es la primera vez que Lucas intercala en el relato de los Hechos un resumen de este tipo. Ya lo hizo antes en 2, 42-47 y en 4, 32-35. Lucas consigue con ello el efecto de impresionarnos: así era la primitiva Comunidad, eso hacía, así se comportaba. Son las notas más salientes, los rasgos que la caracterizan. Una comunidad carismática. El Espíritu actúa visiblemente: unión de corazones, piedad sincera y comunitaria, actividad taumatúrgica. Era también una comunidad organizada, jerárquica. Al frente se encuentran los apóstoles. Son los testigos de la Resurrección. Ellos testimonian, con las maravillas que brotan de sus manos, la autenticidad de su doctrina. Los fieles reciben en la fe su testimonio. La Iglesia continúa la obra de Cristo, el misterio de salvación. El Reino de Dios está allí: los demonios huyen, los males se alejan, los pobres son evangelizados. La comunidad se ensancha constantemente. Nos recuerda al grano de mostaza. El Espíritu Santo, que dimana del Resucitado, la anima y conduce. La obra de salvación sigue adelante. La Iglesia de hoy, como la de todos los tiempos, debe mirarse constantemente en el espejo que le ofrece la comunidad primitiva. Es su ideal.
2.2. Salmo responsorial (Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27ª)
R. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R.
La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
Señor, danos la salvación,
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios: él nos ilumina. R.
Salmo de acción de gracias. El estribillo, con la primera estrofa, da la tónica: acción de gracias. Sonora, jubilosa, exultante. Comunitaria, universal: toda la asamblea santa. Díganlo todos, cántenlo todos, divúlguenlo todos. Israel, Aarón, fieles: ¡Dios ha intervenido! ¡Es eterna su misericordia! La Iglesia se congrega, de fiesta, en el día del Señor. Del Señor que con su poder ha instituido la Fiesta. Porque la Fiesta es obra del Señor. Y la obra del Señor es el Señor obrando. Obrando maravillas. Y maravilla de maravillas es su Resurrección gloriosa. Gran actuación, soberbia manifestación de poder. Cristo que, muerto, surge a la vida; que, sepultado, escapa a la tierra; que, desechado, se presenta Elegido; que, castigado, se levanta triunfante; que, mortal, resplandece inmortal para siempre. Elegidos en él, muertos con él, resucitados con él. Lo recordamos y celebramos en la Fiesta; lo cantamos, lo aplaudimos, lo vivimos en pregustación. Alegría y alborozo. No hemos de morir ¡viviremos! La Diestra del Señor es poderosa; la Diestra del Señor es excelsa. Ha comenzado el Milagro patente. Dad gracias a Dios, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
2.3. Lectura del libro del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la esperanza en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como una trompeta, que decía: Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias de Asia. Me volví a ver quién me hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas una figura humana, vestida de larga túnica con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verla, caí a sus pies como muerto. El puso la mano derecha sobre mí y dijo: –No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.
Podemos distinguir en esta lectura dos momentos: a) la presentación del vidente; b) la visión.
Estos dos momentos recuerdan sustancialmente la vocación de los grandes profetas del Antiguo Testamento. Pensemos, por ejemplo, en Isaías capítulo 6. El estilo se asemeja a Daniel sobre todo, en menor grado a Ezequiel. Literatura apocalíptica. Juan ha sido favorecido con extraordinarias revelaciones. Más aún, ha sido elegido para transmitirlas al pueblo cristiano. Es un profeta. Es también un testimonio, un testigo. Profesa la misma fe que los destinatarios: Cristo, que fue crucificado, Hijo de Dios, Redentor de los hombres, sentado a la derecha de Dios, Juez del género humano en los últimos tiempos. Sufre juntamente con ellos los efectos de un mundo adverso: desterrado por haber predicado a Cristo Jesús. Discípulo de tal Maestro, no podía menos de compartir la pasión de su Señor. Una tradición antigua afirma ser el apóstol Juan. Su palabra es palabra de Dios, su voz es la voz de Dios. La Iglesia debe aceptar su mensaje. Es un profeta del Nuevo Testamento.
La Visión es imponente: Cristo, el Señor. Cristo se presenta como un príncipe celeste, majestuoso y potente. La voz, cuyos ecos se alargan por encima de las rocas de la isla en los espacios del mar, y la figura entre fuego, oro, nieve y luz cegadora, le hace perder el equilibrio y lo abaten. Ni los oídos ni los ojos pueden soportarlo. Todo el edificio humano se derrumba ante la presencia del Señor. Así Isaías, Daniel, Ezequiel. La figura pertenece, sin duda, a un ser celeste, a un ser divino. Ese ser divino resulta ser Jesús. Jesús, Señor, Sacerdote eterno. La túnica y la faja de oro nos lo recuerdan. El Sacerdote glorificado.
Cristo ha sido constituido Señor del universo. Principio y fin. Él ha sido el principio de las cosas; hacia él se encaminan todas. En él reciben su ser y en él encuentran su sentido. Jesús, Señor de la historia, centro de todo lo creado. Murió, pero está vivo, vive. Fue muerto y reina. En sus manos las llaves de la vida y de la muerte. Él es la clave del Misterio. La Iglesia vive en torno a él; él es su esperanza. Con él forma una unidad. Para ella la revelación del Misterio. Es el Cristo glorificado que atiende, aunque invisible, a todos los suyos. Su voz resuena en su Iglesia. Consuela, anima, amenaza, condena. El Señor vive, como Señor y Redentor del universo.
2.4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: –Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: –Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: –Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: –Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: –Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: –Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: –Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: –¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: –¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Jesús se puso en medio. Jesús constituye el centro y vida de la Iglesia de todos los tiempos. Jesús, en el centro, disipa las dudas y ahuyenta los miedos. Jesús Resucitado, lleno de luz y de fuerza, infunde seguridad y firmeza. Jesús irradia alegría. Sin Jesús en el centro no existe la Iglesia, ni la seguridad, ni la firmeza, ni la alegría. Jesús saluda con la paz. Jesús trae la paz. Es un saludo cordial. Por ser de Jesús Resucitado, un saludo doblemente significativo y eficaz. Es la Paz del Resucitado. Paz de Dios que se alarga hasta la vida eterna. ¡Jesús ha resucitado! Allí sus manos, allí su costado: las cicatrices sagradas que testimonian la obra redentora. No es solamente el Jesús vivo, sino el Jesús vivificante. El Cordero que murió por los pecados, el hijo que se entregó a la muerte por amor. Seguridad y alegría que se levantan, por encima del Jesús vivo, al Jesús, Señor y Dios de la confesión de Tomás. La Iglesia recoge tan precioso saludo. Muestra su alegría y satisfacción. Nadie se las podrá arrebatar, como nada ni nadie podrá impedir ni arrebatar a Jesús su estado de Resucitado.
Vuelve a sonar la paz. Más honda, más transcendente, más divina. Apunta a una comunicación misteriosa e indecible de Jesús. Jesús, la Paz, se entrega como paz a los suyos para todos los tiempos. Jesús, Enviado del Padre, envía. Jesús, redención de Dios, confiere el poder de perdonar. Sospechamos lo que encierra el título de Enviado. Por una parte, indica la unión íntima e inefable con Dios en la propia naturaleza: relaciones trinitarias.
Por otra, respecto al mundo, señala la misión de revelar al Padre. La misión cumplida -Jesús Exaltado- implica el poder de cumplir la misión a través de todos los tiempos. El Verbo, que nace del Padre, y Encarnado asume la misión salvadora en este mundo, se alarga, en virtud de su resurrección, en la misión que confía a los suyos, hasta el fin del mundo. Los discípulos reciben la misión de Jesús y gozan de ella: en su nombre y en su poder, que es en el nombre y poder del Padre, pueden y deben continuar la obra de Jesús. Jesús resucitado ha sido transformado; Jesús, enviado, ha sido investido de todo poder. Los discípulos reciben el poder de Jesús que los transforma y capacita para dar la Paz, para revelar al Padre, para, en Jesús, continuar su obra. He ahí la fuerza transformante que exhala la boca del Resucitado: el Espíritu Santo. El Aliento de Jesús, el Amor del Padre. Como Aliento, fuerza creadora; como Amor, perdón y paz. Es la fuerza para creer, es la fuerza para perdonar, es la fuerza para revelar al Padre que ama. Es la obra de Jesús, es la obra de la Iglesia.
Tomás no se encontraba allí. Tomás no acepta el testimonio de sus compañeros. Tomás no cree. Tomás exige, para creer, ver personalmente a Jesús. Y no de cualquier manera. Tomás tiene que tocar pos sí mismo al Jesús muerto en la cruz: palpar las llagas de sus manos y de su costado. Y Jesús le da la oportunidad. Y le recrimina su falta de fe. Jesús bendice la fe. La Iglesia vivirá de la fe. He ahí su bendición y bienaventuranza. La Iglesia vive de la palabra de Jesús y del testimonio de los apóstoles. Ahí descansa todo el edificio. Edificio sostenido vitalmente por la acción del Espíritu Santo. La Iglesia que vive de la fe delata la presencia de Dios salvador.
Tomás ve a Jesús. Ve y cree. Y como creyente, confiesa confundido: Señor mío y Dios mío. Señor y Dios. Intuición profunda y certera del carácter divino de Jesús. La Resurrección lo ha manifestado. A Jesús Resucitado se llega por la fe. La Iglesia debe predicarla y en su acción facilitarla. Dios opera por dentro. Jesús es Señor y Dios nuestro.
Reflexionemos:
1.- Jesús resucitado: Este es el hecho. No es una invención. Es una realidad. Ahí el testimonio de Juan, de Pedro, de la Magdalena, de Tomás, de los discípulos… Ahí el testimonio de toda la Iglesia hasta nuestros días. Testimonio rubricado en sangre.
Jesús vive. Coronado de honor y de gloria. Poderoso, sentado a la diestra de Dios omnipotente. Su gloria es la divina, su poder el de Dios. Es el Enviado del Padre para todas las gentes y para todos los tiempos. Es el centro de las edades. Irradia, como precioso abanico, prerrogativas divinas y sublimes realidades. Es la Paz y trae la Paz. Paz que se alarga hasta la vida eterna. En él encontramos la paz con Dios, la paz de Dios, encontramos a Dios. En él se comunica el Padre y en él nos comunicamos con Dios, Fuente de gozo, causa de alegría. Jesús resucitado es el Jesús que murió por nosotros. Con su muerte alcanzó el perdón; con su entrega, el don del Espíritu Santo. La Iglesia se reúne en torno a él y lo celebra y confiesa: Señor mío y Dios mío. Gritemos, cantemos, alabemos, demos gracias a Dios. El salmo nos invita incontenible. Es nuestra Fiesta, la Fiesta del Señor. Se hace imprescindible la contemplación del misterio. Las palabras se declaran impotentes de expresarlo.
La visión que nos ofrece la segunda lectura abunda en estos pensamientos. Cristo majestuoso, soberano y Señor; muerto y resucitado, que vive para siempre; dueño de la muerte y de la vida, presente siempre en su Iglesia, con la fuerza de transformarlo todo y de llevarla hacia sí, a través de los tiempos, a un encuentro que dura por los siglos.
2.- El Espíritu Santo: Es el Don de Jesús Resucitado. La Paz y el perdón, los frutos más preciados. Recordemos la caridad y la fe con su multiplicidad de matices. La lectura segunda se extiende en ello. La presencia del Espíritu demuestra la verdad de la Resurrección de Jesús. Y testimonia la presencia de Jesús en su Iglesia. Tanto el individuo como la comunidad cristianos viven en virtud de su fuerza.
3.- La Iglesia: La Iglesia es obra de Dios. La Iglesia continúa la obra salvadora de Jesús. De él recibe el poder y la fuerza, de él la misión de revelar al Padre. Expande la paz y procura el perdón. Paz que el mundo no puede dar y perdón que los hombres no pueden por sí mismos conseguir. Esa es su misión y no otra. Para ello el Don de lo alto. El Espíritu Santo la dirige y gobierna, la vivifica y sostiene. Dispuesta a correr la historia hasta el fin, Dios le ha concedido, en Cristo, su propio Espíritu.
No separemos, pues, la misión, misterio y realidad, misterio y misión de Cristo, glorificado (evangelio) y presente en ella como Señor de la historia (Apocalipsis), y de la acción perenne del Espíritu Santo. La primera lectura insiste en su carácter carismático: lanzar demonios y curar enfermos. Así la vida de Jesús en este mundo; así también, la obra de la Iglesia en su poder y nombre. La Iglesia debe ser la Encarnación gozosa de la lucha sin cuartel contra todo lo que huela a pecado; en todo lugar, dimensión y contexto. Hay que eliminar los odios, envidias, disensiones fratricidas, marginaciones de todo tipo, opresión, injusticia… Ha de comenzar por sí misma, como comunidad y en sus miembros. La obra ha de extenderse a toda deficiencia superable que padece el hombre de este mundo de limitación y pecado: enfermedad, dolor, trabajo… He ahí las obras de misericordia de todo tipo y color: enseñar al que no sabe, dar de comer al hambriento, sostener al débil, consolar al triste. No olvidemos que el Cristo resucitado mostró las cicatrices de sus heridas a los discípulos. La Iglesia no ha de quedar del todo incólume en el ejercicio de su misión y ministerio. Han de ser cicatrices gloriosas, expresión de un trabajo en el amor a Dios y al prójimo. La Iglesia ha de ser, por último, la expresión viva de la fe en Jesús, Señor y Rey. La confesión de Tomás ha de ser su lema. Y el grupo de los doce, la representación más viva de su unidad más entrañable.
3. Oración:
Señor Jesús, tú que al manifestarte después de la resurrección diste a los apóstoles la alegría y la paz, a nosotros que confesamos tu resurrección, concédenos cuanto hemos pedido. Tú que vives y reinas, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.
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