Sabado Santo, Vigilia Pascual

SABADO SANTO

Hoy, Sábado Santo, contemplamos la tumba de Jesús. No decimos nada. No celebramos nada. Estamos inundados de silencio. Una parte de nosotros mira a la noche de la muerte. La otra intuye lentamente la alborada.  Nuestra vida entera es un sábado santo. Nos habitan los recuerdos de todas las muertes que anticipan la nuestra. Nos reclaman todas las primaveras que anuncian nuestra resurrección. No es fácil vivir un día como hoy. Algunas comunidades prolongan el gran ayuno de ayer. De esta manera se preparan para el gozo de la Vigilia Pascual. En muchos lugares, el Sábado Santo se ha convertido en un día de reposo tras la intensidad litúrgica de los días pasados. En la mayoría, es un día de vacación o de entretenimiento.

Dondequiera que nos encontremos, hay tres preguntas que pueden ayudarnos a templar nuestro ánimo en este “no-día”, en esta celebración de ese extraño artículo del Credo que reza: “fue sepultado”. ¿Qué esperanzas he ido sepultando a lo largo de mi vida? ¿Qué preguntas me repito con más frecuencia en el último tiempo? ¿Qué anhelos anidan todavía en mi corazón? Que la Vigilia de esta noche nos inunde de la luz, de la Palabra, del agua y del pan que necesitamos para hacer más sabrosa nuestra vida. Hasta la semana de Pascua, si Dios quiere. ¡Feliz domingo de Resurrección!

VIGILIA PASCUAL:

Esta es la esperanza que se reanima con la luz de Pascua; la  esperanza de la Parusía. Los antiguos cristianos en la noche de  Pascua esperaban el retorno de su Señor. Al ver que pasaba la  medianoche, sabían que todavía había de tardar en manifestarse. Después, al celebrar el santo sacrificio, penetraban místicamente  con El en el misterio de su muerte y resurrección, elevándose  también con El hasta el Padre. Este es el último sentido del santo  sacrificio en la noche pascual: verifica la Pascua, el tránsito; hace  que la resurrección sea cierta en nosotros.

Predice, al mismo tiempo, la Parusía, que no será sino la  manifestación de la resurrección. El verdadero punto culminante y  consumación de la noche de Pascua está muy por encima de lo  simplemente temporal: será el amanecer del postrer día, el  crepúsculo de la eternidad.

Como beneficio de esta solemnidad hemos de sacar la firme certeza de que nos  encontramos ya para siempre, eternamente, en la casa del Padre. Los dolores de este  mundo no podrán ya conmovernos hasta lo íntimo de nuestra alma, pues tan sólo herirán lo  que está ya muerto. Nada tenemos en común con el pecado, pues estamos muertos a él.  Tan sólo nos interesa Dios; nuestras vidas transcurrirán en adelante escondidas en El. Toda  nuestra vida cristiana ha de estar impregnada de la noche pascual; será entonces cuando  estaremos enraizados en lo alto y no vacilaremos acá abajo, sino que nos mantendremos  firmes y produciremos mucho fruto.

La solemnidad de esta noche ha comenzado en la sepultura. Pero ahora sabemos que el  sepulcro está vacío; se ha aparecido el ángel y ha anunciado la resurrección del Señor. Se  ha realizado el sacrificio; hemos comido la carne del Cordero pascual, hemos «pasado». Ya  sólo nos resta una cosa que hacer: obedecer al encargo del ángel, anunciar la resurrección  a los que buscan, a los que dudan, a los que no creen: «No está aquí, ha resucitado, según  lo había anunciado» (Mt 28,6). «Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a  la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col 3, 1-2).


SALMO RESPONSORIAL
Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23

R/. Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo
. [o, Aleluya]

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 28,1-10.

En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis.» Mirad, os lo he anunciado. Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y abrazaron los pies. Jesús les dijo: No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.

El breve capítulo de la resurrección da sentido a todo el evangelio. Como da sentido al camino la alegría de la cumbre. Cada evangelista redactó este capítulo con libertad de forma; pero todos los cuatro siguieron un mismo esquema didáctico en tres fases: a) el signo del sepulcro vacío, o) la aparición de Jesús a algunos miembros de la comunidad, c) el encuentro definitivo con el colegio apostólico. Todo converge hacia un pensamiento principal: que fue el mismo Resucitado quien comunicó a los apóstoles la misión de proclamar el evangelio a todo el mundo.

a) La visita al sepulcro, mientras evoca la iniciativa de aquellas mujeres, refleja también una celebración ritual de la Iglesia de Jerusalén. Veían el sepulcro vacío como memorial y signo de identidad entre el Jesús de la cruz, que fue enterrado allí, y el de la gloria, que ya no estaba allí. El «ángel» interpreta el signo: sentado sobre la losa, escenifica el triunfo cristológico de la Vida; al hablar, personifica la revelación del misterio pascual, que enciende en aquellos humildes representantes del pueblo santo la llama de la fe.

b) Mientras, obedeciendo al ángel, corren a llevar la llama a los discípulos, encuentran, vivo al mismo Jesús que ya conocen. Maravilla y gozo; amor y adoración: síntesis de la actitud cristiana. Les manifiestan la orden dada por el ángel.

c) Del encuentro con el colegio apostólico hace Mateo una síntesis programática de la misión universal. Se encuentran en «Galilea», patria y clima del evangelio (4,15-16); en «el monte» (cc. 5-7 ), marco bíblico de la comunicación de Dios con los hombres. Evocando y trascendiendo la visión del Hijo del hombre (Dn 7,13-14), Jesús glorificado proclama el omnímodo poder que le ha sido dado (por el Padre: 11,27) sobre el universo («el cielo y la tierra»). Este poder se ha de realizar en la tierra («todos los pueblos»), no haciendo un imperio (Dn 7,27), sino una comunidad de discípulos (= una familia: 12,48-50). Llevarlo a cabo es deber y derecho de los «once discípulos» (v 16); es decir, de la Iglesia apostólica constituida en ellos como primicias. Sellarán la fe o aceptación del mensaje con el bautismo, y la coronarán con la «Didajé» o enseñanza de todo el evangelio. Jesús no se despide. Presencia y fuerza divina en el corazón de la Iglesia (18,20) está y estará siempre con ellos -con nosotros: 1,23- para hacer realidad viva la misión humanamente imposible.

Viernes Santo

VIERNES SANTO:

1. Lectura del Profeta Isaías 52,13-53,12.

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos pueblos:
ante El los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como un brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente,  despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él,  sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas,  cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes Maltratado, voluntariamente se humillaba  y no abría la boca;  como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,  enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. ¿Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malhechores; porque murió con los malvados, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes, con los poderosos tendrá parte en los despojos; porque expuso su vida a la muerte  y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Esta lectura nos presenta al Siervo de Yahvé desfigurado por los pecados de los hombres. En el ambiente de viernes santo, ante el misterio de la cruz, adquiere un valor especial. El inocente puesto en lugar del culpable. El pecado es la causa de su humillación, pero el siervo acepta la misión y da a su vida un valor de expiación y se convierte en salvador. Ya en el desierto Moisés y Aarón expiaron las faltas del pueblo e intercedieron por él. El drama personal de Jeremías abrió el camino que conduce a la figura del siervo y Cristo, con su vida, pasión y muerte, ha realizado lo que el siervo figuraba. La finalidad directa de este texto no es ni la gloria ni la desgracia del siervo, sino el cambio de situación. Se subraya con fuerza el éxito del siervo. Las naciones tienen un doble motivo de asombro. La profundidad del anonadamiento y la gloria inaudita que la sigue. Al rostro desfigurado sigue la unción real que ilumina el rostro del Siervo.


2.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 30,2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25

R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú que eres justo, ponme a salvo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle y escapan de mí.

Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor.

3. Lectura de la carta a los Hebreos 4,14-16; 5,7-9.

Hermanos: Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno. Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna.

Es sabido que la carta a los Hebreos, en el conjunto de los escritos del NT, representa un hito único en la audacia interpretativa de la figura de Jesús. En efecto, lo presenta como sacerdote y sumo sacerdote cuando él era un laico y murió como un blasfemo.

El texto que nos ocupa nos presenta las dos vertientes de este «sumo sacerdote»: es el «Hijo de Dios» misericordioso con nuestras debilidades, y es un hombre como nosotros, que, como todo hombre, ha sido tentado a lo largo de toda su vida, con la diferencia que nunca ha sucumbido en la tentación: ha sido obediente a Dios, es decir, ha vivido la humanidad en plenitud. Más aún, «a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer».

La característica de nuestro «sumo sacerdote» es que asume del todo la humanidad (es tentado, sufre, quiere ahorrarse la muerte) y confía plena- mente en Dios. Es uno de los nuestros y vive cerca de Dios. Realmente podemos acercar a él con confianza. Ah, y por él sabemos que la única manera de «atravesar el cielo», es decir, de llegar a Dios, es asumiendo a fondo la humanidad.

4. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18,1-19,42.

C. En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

+ -¿A quién buscáis?

C. Le contestaron:

S. -A Jesús el Nazareno.

C. Les dijo Jesús:

+ -Yo soy.

C. Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+ -¿A quién buscáis?

C. Ellos dijeron:

S. -A Jesús el Nazareno.

C. Jesús contestó:

+ -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.»

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+ -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:

S. -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?

C. El dijo:

S. -No lo soy.

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.

Jesús le contestó:

+ -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. -¿Así contestas al sumo sacerdote?

C. Jesús respondió:

-Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

C. Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. -¿No eres tú también de sus discípulos?

C. Ello negó diciendo:

S. -No lo soy.

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. -¿No te he visto yo con él en el huerto?

C. Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo:

S. -¿Qué acusación presentáis contra este hombre?

C. Le contestaron:

S. -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.

C. Pilato les dijo:

S. -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.

C. Los judíos le dijeron:

S. -No estamos autorizados para dar muerte a nadie.

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. -¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús le contestó:

+-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

C. Pilato replicó:

S. -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?

C. Jesús le contestó:

+ -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

C. Pilato le dijo:

S. -Conque, ¿tú eres rey?

C. Jesús le contestó:

+ -Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

C. Pilato le dijo:

S. -Y, ¿qué es la verdad?

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. -Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Volvieron a gritar:

S. -A ése no, a Barrabás.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. -¡Salve, rey de los judíos!

C. Y le daban bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. -Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.

– C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. -Aquí lo tenéis.

C. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:

S. -¡Crucifícalo, crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S.-Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.

C. Los judíos le contestaron:

S. -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:

S. -¿De dónde eres tú?

C. Pero Jesús no le dio respuesta.

Y Pilato le dijo:

S. -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?

C. Jesús le contestó:

+ -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:

S. -Aquí tenéis a vuestro Rey.

C. Ellos gritaron:

S. -¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S. -¿A vuestro rey voy a crucificar?

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. -No tenemos más rey que al César.

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESUS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS.

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:

S. -No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos.

C. Pilato les contestó:

S. -Lo escrito, escrito está.

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

S. -No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca.

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»

Esto hicieron los soldados.

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

+ -Mujer, ahí tienes a tu hijo.

C. Luego dijo al discípulo:

+ -Ahí tienes a tu madre.

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+ -Tengo sed.

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo:

+ -Está cumplido.

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Los judíos entonces, como era el día de la Preparacion, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para las judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

El relato de la pasión según san Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.

El relato histórico y la forma literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los otros evangelios.

Presenta la pasión en cuatro cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27); ante Pilato (18,28-19,15); en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos cuadros hay un rasgo característico, un tema principal y una declaración importante.

Un tema clave es la libertad de Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas (10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas. Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.

En las escenas de la pasión aparece siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. El lleva la cruz y con ella se aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de Cristo Rey.

Es la hora de la exaltación y glorificación. Para resaltar esta idea Juan abrevia y omite toda descripción encaminada a relatar los sufrimientos físicos y las circunstancias que podrían sobre- excitar la sensibilidad. En cambio ofrece desde otro aspecto una larga descripción del arresto en Getsemaní, del proceso ante Anás y ante Pilato. Pero omite o reduce otros episodios que ha puesto en otro contexto: el complot de los judíos (11,47-53); la unción de Betania (12,1-8); la agonía (12,27); y sobre todo la última cena con el discurso de despedida, la denuncia de la traición y el abandono (12,1-2.21-32.36-38; 14,13). La brevedad de la escena ante Caifás se explica porque el juicio se había realizado ya durante la vida – cc. 5 y 7-9-. La escena ante Pilato adquiere un tono majestuoso en el que casi no se sabe quién es el juez. Le bastan unas palabras para describir la subida al Calvario y la crucifixión. Para Juan es la marcha de Jesús para tomar posesión de su trono. Elimina todos los demás acontecimientos (Simón de Cirene, las mujeres…) para mantener la atención fija en Jesús y en su cruz. Jesús crucificado en medio de los dos ladrones es su exaltación y la expresión de su poder de salvación.

Juan a lo largo del evangelio se ha preguntado repetidas veces quién era Jesús: cuando los sacerdotes (1,19); la Samaritana (4,11.29); la muchedumbre (6,2.26); las autoridades judías (7,27; 8,13; 9,29); durante la pasión se hace la pregunta dos veces (18, 4.7; 19,9). La respuesta ha sido: Jesús es el Hijo de Dios. Para facilitar esta aceptación de Jesús, como Hijo de Dios, pone de relieve los indicios de su divinidad. Nadie podía juzgar a Jesús.

Para expresar esta verdad Juan presenta el juicio ante el mundo y el imperio (19,15). La sentencia se da en las tres lenguas universales (19,20) a fin de atraer a todos los hombres en torno a la cruz.

Por la muerte Jesús llega a la glorificación. La pasión es la hora de la misteriosa glorificación del Hijo del Hombre. Isaías sitúa esta elevación después de la muerte del siervo (Is 52,13; 53,11). Pablo la identifica con la resurrección y la ascensión (Flp 2,8s). Juan la ve en lo más profundo de la pasión. Para recordar y explicar este aspecto Juan hace coincidir la muerte de Jesús con la hora de la inmolación del cordero pascual. Es la hora en la que la humanidad entra en comunión de vida con Dios.

Juan, como Lucas, ve en la pasión el combate con el poder de las tinieblas y subraya el carácter voluntario de la entrega de Jesús. En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado por Israel no sólo porque ha preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al César. El poder de Jesús no es sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma visible en el huerto de Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás y Pilato. Como en Marcos su relato conserva el carácter de testimonio vivido no por el joven que huye en la oscuridad, sino por el discípulo amado que testifica oficialmente los hechos (Jn 19,26.35).

La pasión según san Juan no es sólo una invitación a un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en Mateo, o a la participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en el camino que lleva a la cruz.

Jueves Santo

JUEVES SANTO

Un día para hablar del amor misericordioso del Padre El Jueves Santo es un día eclesial: somos la Iglesia, la comunidad de los hermanos constituida por la memoria del Señor.

La fe cristiana es ciertamente algo personal. Cada uno de nosotros tiene que ser un seguidor de Jesucristo, ser el discípulo del Maestro, cuyos ideales iluminan y orientan nuestra vida. Tener el espíritu de Jesús, el de la gran libertad de los pobres que están llamados a construir el Reinos de los cielos, tiene que ver con las actitudes personales del amor sin límites, con todo lo que él implica: servicio, perdón y todo aquello que Jesús comprendía cuando hablaba de la necesidad de ser perfectos como el Padre celestial. Sin embargo, la fe cristiana no es cuestión simplemente personal, individual. Jesús quiso que fuéramos sus seguidores en comunidad. Por eso somos Iglesia.

1. Lectura del libro del Exodo 12,1-8.11-14.

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies; un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.

Al parecer, la pascua fue originalmente una fiesta de pastores celebrada en primavera: en ella se ofrecían a Dios los primeros corderillos del rebaño. Posteriormente (fusión de las dos culturas) se añadió a ella la fiesta de los agricultores, en la que éstos también ofrecían sus primeros frutos. Pero la pascua recibe su sentido más profundo y definitivo cuando se empieza a relacionar con la salida de los hebreos de Egipto. Entonces se convierte en la fiesta de la liberación. Esto comenzó así un año en que los egipcios no permitieron a los hebreos salir de sus dominios a celebrar la fiesta, y es cuando Dios da instrucciones a Moisés para que la comunidad realice el sacrificio de pascua: al atardecer se matará un cordero o cabrito de un año, macho y sin defecto; se rociará con su sangre las jambas y el dintel de la puerta de sus casas; de noche se comerá la cena de la liberación: cordero y pan ácimo (los pies calzados, ceñida la cintura y un bastón en la mano, en plan de marcha desde aquella tierra de esclavitud hacia otro país de libertad).

Más tarde, el Señor, que herirá de muerte a los primogénitos de los egipcios, pasará de largo o se saltará las puertas de los hebreos, marcadas con la sangre del cordero. De ahí que, al menos en este contexto, pascua signifique paso, pasar de largo, saltarse… Siempre, en adelante, se celebrará la pascua, año tras año, y cuando los hebreos, israelitas y judíos sean un pueblo asentado en su propia tierra, la que Dios les había prometido, acudirán a Jerusalén a celebrar la pascua y las familias se reunirán a comer el cordero y el pan ácimo.

Jesús celebrará la Pascua -su paso de este mundo al Padre- con una cena entre amigos. En este banquete de despedida, relacionado con la pascua del éxodo, el mismo Jesús se pondrá en lugar de la víctima pascual. Y realizará un memorial, un rito que hace presente y actual lo que realiza. Todo cristiano sabe que el misterio de la última cena de Jesús es el cumplimiento del definitivo paso liberador de Dios (pascua).


2.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 115,12-13. 15-16bc. 17-18

R/. El cáliz que bendecimos
es la comunión de la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo.

3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 11,23-26.

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

A fin de hacer presente en la conciencia el sentido profundo de la cena del Señor, Pablo toma de nuevo las palabras que ya los corintios conocían y con las que Jesús había confiado el misterio eucarístico a su Iglesia. «Del señor las ha recibido él». Con esto no se refiere a una palabra inmediata del Señor, es decir, recibida sin intermediarios, sino a la tradición cultual que se remonta hasta el Señor mismo y que Pablo ha recibido de la primera comunidad para seguir trasmitiéndola.

Y estas palabras las repite e inserta Pablo en el marco de unas exhortaciones que dirige a una comunidad dividida en bandos y cuyas reuniones debían ser continuamente fuente de fricciones por problemas de muy distinto orden e importancia, pero, en cualquier caso, indignas de unos cristianos que, como tales, habían recibido el encargo del Señor de celebrar su eucaristía. Los abusos que cometen con la celebración de la misma (unos separados de otros, o unos comiendo y otros no, quedando humillados) chocaban frontalmente contra el mandato de un Jesús que en esa cena se puso a lavar los pies a sus discípulos.

El cuerpo «entregado» y la sangre «derramada», por vosotros, para formar un solo cuerpo con una misma vida… haciendo memorial para que, cuantas veces se recuerde, se vuelva a realizar tal cual: la entrega del Señor por todos, actualizando el pacto o alianza con Dios que libera, que salva.

4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 13,1-15.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: Si no te lavo no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.») Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El Maestro» y «El Señor», y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

El lavado de los pies era un servicio que se hacía para mostrar acogida y hospitalidad o deferencia. De ordinario, lo hacía un esclavo no judío o una mujer, la esposa a su marido, los hijos al padre. Al ponerse Jesús, Dios entre los hombres, a los pies de sus discípulos, destruye la idea de Dios creada por la religión.

Dios no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre. El trabajo de Dios en favor del hombre no se hace desde arriba, como limosna, sino desde abajo, levantando al hombre al propio nivel, al nivel de libre y señor. El servicio de Jesús crea la igualdad, eliminando todo rango. En la sociedad que Jesús funda son todos señores por ser todos servidores. Por la práctica del servicio mutuo los discípulos deben crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres.

Pedro ha comprendido que la acción de Jesús invierte el orden de valores admitido. Reconoce la diferencia entre Jesús y él y la subraya para mostrar su desaprobación. Interpreta el gesto en clave de humildad. Tiene a Jesús por un Mesías que debe ocupar el trono de Israel, por eso no acepta su servicio. Él es súbdito, no admite la igualdad. No acepta en absoluto que Jesús se abaje; cada uno ha de ocupar su puesto. Pedro cree que la desigualdad es legítima y necesaria. Pero si no admite la igualdad no puede estar con Jesús. Hay que aceptar que no haya jefes sino servidores. La reacción de Pedro en el v. 9 muestra su adhesión personal a Jesús, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción. Al ofrecerse a que le lave las manos y la cabeza, Pedro piensa que el lavado es purificatorio y condición para ser admitido por Jesús. Juzgaba inadmisible la acción como servicio; como rito religioso se presta a ella. Jesús corrige también esta interpretación. El término «limpios» pone esta escena en relación con la de Caná, donde se mencionaban las purificaciones de los judíos. La necesidad de purificación, característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma.

Ahora excluye todo sentido purificatorio de su gesto. Un discípulo sólo necesita que le laven los pies, es decir, que le muestren el amor, dándole dignidad y libertad. Jesús quiere evitar que se interprete erróneamente su gesto, como un simple acto de humildad. Con su acción Jesús ha mostrado su actitud interior, la de un amor que no excluye a nadie. El señorío de Jesús es una fuerza que desde el interior del hombre lo lleva a la expansión. No acapara, sino que se desarrolla. Esta es la norma válida para todo tiempo.

«El había de resucitar de entre los muertos»

También en los relatos pascuales el evangelio de Juan presenta notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la teología propia del círculo juánico.

En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.

La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: «El otro discípulo» llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien «ve y cree».

Seguramente que «el otro discípulo» es «aquel que Jesús amaba», que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte.

Miércoles Santo

MIÉRCOLES SANTO

Evangelio según San Mateo 26,14-25.

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata. Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo. El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?». El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'». Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua. Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?». El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!». Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

Hoy vamos a meditar la misma escena que ayer, explicada esta vez por Mateo. Lo esencial es común en ambas narraciones. Pero Mateo pone de relieve algunas significaciones diferentes de las anotadas por Juan. Entonces uno de los doce, llamado Judas, se fue a los príncipes de los sacerdotes y les dijo: «¿Qué me dais y os lo entrego?» Se convinieron en treinta piezas de plata, y desde entonces buscaba ocasión favorable para entregarle. Vemos, aquí a Judas tomar la iniciativa.

Misterio de la libertad y de la culpabilidad humanas. Todos los evangelistas subrayan que Judas iba tras el dinero: esta es la explicación inmediata que dan al gesto aberrante de su antiguo colega. ¡El dinero!

El día primero de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron. «¿Dónde quieres que preparemos para comer la Pascua?» El les dijo: «Id a la ciudad a casa de un tal y decidle: El Maestro dice: «Mi tiempo está próximo, quiero celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos.» «Mi tiempo está próximo…»

No deja de pensar en lo que se acerca. Jesús ha previsto «esta comida» el lugar preciso lo había ya determinado con un amigo… La «Cena», la primera Misa, no es una comida improvisada al azar. Será una «comida pascual» evocando toda la tradición judía. El pan sin levadura evocaba la salida rápida de Egipto en la que no hubo tiempo de dejar fermentar la pasta: comida festiva cantando una liberación.

Llegada la tarde se puso a la mesa con los doce discípulos; y mientras comían dijo: «Uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos comenzaron a decirle cada uno: «¿soy acaso yo, Señor?» Y con eso llegamos al relato de Juan. La iniciativa de Jesús. La interrogación de los apóstoles.

Respondió: «El que conmigo mete la mano en el plato…»

Los detalles precisos son diferentes, pero el sentido es el mismo. Jesús hace un gesto «de comunión»: para un Hebreo, tender a alguien el plato, es hacer un gesto simbólico de amistad. Puede decirse que, por parte de Jesús, no hay ninguna condena, sino el ofrecimiento de una amistad. Es Judas solo el que se condena al rehusar la tentativa de su amigo. Por otra parte, Jesús estaba suficientemente habituado a «comer con los pecadores», como se le ha reprochado a menudo: y esta tarde, no menos que otras veces, no ha rechazado a un pecador… es Judas quien se ha separado de El.

La Eucaristía, es también una comida en la que Jesús nos ofrece la comunión con El. Cada misa es un gesto de Jesús hacia los pecadores que somos nosotros, siempre que no nos excluyamos nosotros al rehusar su amor. Haz que descubramos, Señor, la significación simbólica de la comida que Tú ofreces a los hombres: tenemos a un Dios que «ama a los pecadores y quiere salvarlos». Pero, tenemos también a un Dios que respeta nuestras libertades y no se impone.

«¿Soy acaso yo, Rabbí?»–«Tú lo has dicho.» Eres tú quien lo has dicho… eres tú quien decide la respuesta a dar. Jesús coloca a Judas ante su responsabilidad. Todo sería posible todavía si Judas aceptara esta mano que Jesús continúa tendiéndole.

Martes Santo

MARTES SANTO:

Después de la meditación de ayer que se situaba históricamente en Betania el lunes por la tarde… saltamos directamente a la tarde del jueves, durante la ultima cena. Jesús dijo: «Uno de vosotros me entregará» Se miraban los discípulos unos a otros, sin saber de quién hablaba. Jesús toma la iniciativa de anunciar la traición. Está solo. Nadie entiende en esto nada. Uno de los discípulos, el amado de Jesús… Juan subraya esto. Y es a ese título que él interviene.

La amistad. Estaba recostado junto a Jesús. Simón Pedro le hizo señal, diciéndole: «Pregúntale de quién habla». El discípulo, inclinándose hacia el pecho de Jesús, le dijo: «Señor, ¿quién es?» Es una escena que ha sido representada por muchos pintores.

Familiaridad. Sí, Tú, Señor, has aceptado estos gestos sencillos. No te has avergonzado de haber necesitado este afecto… de poder hablar con verdaderos amigos…

Por otra parte, vemos una vez más en el Evangelio, las funciones complementarias, en la Iglesia: Pedro toma la iniciativa – prioridad oficial-, pero es Juan el que hace el encargo delicado.

Cada uno tiene su sitio particular. Todos no pueden hacer todo. Ayúdame, Señor, a cumplir bien mi cometido, y en mi sitio. Durante estos días santos, quisiera, a mi manera, vivir contigo, Señor. Ofrecerte mi amistad. Procuraré pensar mucho más en ti en el curso de estos días venideros.

«Aquel a quien yo mojare y diere un bocado». Se lo da a Judas… y Jesús le dice: «Lo que has de hacer, hazlo pronto.» Ninguno de los que estaban a la mesa conoció a qué propósito hacía aquello. Judas tomando el bocado, se salió luego.

Era de noche.

Todo se hace con palabras veladas… en una especie de pudor sigiloso, entre Jesús y Judas… como si Jesús no quisiera perjudicar a Judas: los demás no entienden lo que está pasando.

Hasta aquí llega la lucidez de Jesús frente a su muerte: es El quien dirige las operaciones; es El quién decide la hora: «lo que has de hacer, hazlo pronto,». Mi vida, nadie la toma, soy Yo quien la da. He aquí mi Cuerpo entregado por vosotros.

Así que salió, dijo Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en él… Dios también le glorificará pronto.» Palabras asombrosas. Como ayer son también una anticipación. La «gloria» ya está ahí, desde que la muerte ha sido decidida, desde que el traidor ha salido para su faena. Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros… Yo me voy.

Tú no piensas en ti, sino en ellos. Van a quedarse solos. Pedro adivina algo, sin duda. Y ¡propone «seguir» a Jesús!

«¿Darás por mí tu vida?… En verdad te digo que no cantará el gallo antes que tres veces me niegues.»

¡Pobre Pedro! Y sin embargo él se creía muy generoso, y lo era, a su modo. Jesús le anuncia su propia traición, algunos minutos después de la de Judas. Entonces, de repente, el silencio debió de ser muy denso en el grupo. Tu soledad ¡oh Jesús! es total. Has ido hasta el límite de la condición humana. El hombre, que más solo se encuentre a la hora de la muerte, puede reconocerse en ti.

Jornada Liturgica 2011

La comisión de Pastoral Litúrgica, Arquidiócesis de Santiago de Guatemala
convoca a la
JORNADA DE FORMACION LITÚRGICA PARA LAICOS

Fecha: 14 de mayo de 2011
Hora: de 13 a 17 horas.
Lugar: Santuario Arquidiocesano de Adoración Perpetua, Km 15 Calzada Roosevelt

Tema: Dimensión Humana y Ministerios Litúrgicos

Dirigido a todos los equipos litúrgicos.

Encargados de la actividad: Comisión de Liturgia

Ofrenda por participación Q10.00

Lunes Santo

LUNES SANTO

Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: «Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre». Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.

Seis días antes de la «Pascua», vino Jesús a Betania donde estaba Lázaro a quien había resucitado de entre los muertos. El evangelista Juan hace notar la proximidad de la Pascua, y la presencia de Lázaro «que El había resucitado» de entre los muertos. Esto es ya una «clave» de interpretación. La escena que vamos a leer sucedió pues el «lunes» de la última semana de Jesús. Es la gran semana «pascual» de Jesús, la que comienza así. Le dispusieron allí una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con El. Comienzo por meditar, muy sencillamente, sobre esta comida. Escena concreta. Me imagino los gestos y las palabras de esa comida entre amigos, como si yo estuviera presente. Sí, un día, Señor, fuiste invitado en casa de unos amigos. Antes que llegaran las horas de brutalidad y de odio vino la hora de la amistad, el momento reconfortante. Tus enemigos están preparando en la sombra, el complot en Jerusalén. Pero en esta casa de las afueras de Jerusalén, Tú eres feliz con Marta, María y Lázaro…

María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó de olor del ungüento. Escena misteriosa, gesto insólito. En primer lugar es un gesto de amistad. Es también un gesto gratuito, casi excesivo, enorme… un despilfarro, como hará resaltar Judas.

«¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» Una fortuna «echada al aire» Trescientos denarios, en aquella época debían representar el salario de trabajo de un jornalero durante un año. ¿Por qué Juan nos ha contado esto? ¿Dónde quiere ir a parar?

Jesús dijo entonces: «¡Déjala! Lo tenía guardado para el día de mi sepultura. Este gesto tiene pues un alcance pascual. Jesús subraya que María anticipa aquí los cuidados que no podrán ser dados a su cadáver; La unción ritual de la sepultura, obligatoria para los judíos, no podrá tener lugar la tarde del viernes, pues el sábado de Pascua habrá ya empezado -Juan lo subrayará en 19, 42-… pero esta unción tampoco podrá hacerse la mañana del Domingo, primer día de la semana, pues cuando las mujeres llegarán al sepulcro con este fin, provistas de aromas y bálsamos, había ya resucitado: ellas encontrarán la tumba vacía.

Simbólicamente, esta «unción» del lunes es pues signo de la Resurrección. Jesús piensa en su muerte… en su sepultura… Todo esto está cerca. Habla de ello con mucha lucidez, como estos enfermos valientes que sintiendo la muerte próxima, van hacia ella con plena conciencia y tranquilos lo comentan con sus amigos y parientes. Este fue el caso de Jesús. Pero Jesús piensa también siempre en su resurrección.

Porque pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre. Jesús se da perfecta cuenta de que su «ausencia» físicamente va a crear un gran vacío. Esto es verdad, ¡Señor! Por mucho que te busquemos a través de la Fe, de los signos de los sacramentos, de la oración… Tú estás ausente, aparentemente. Ayúdanos a encontrarte donde quiera que sea, en particular en «estos pobres» quienes están siempre presentes, y de los cuales decías: «lo que hacéis a éstos, me lo hacéis a mí…»

Domingo de Ramos – Ciclo A

Domingo de Ramos Ciclo A

Nos acercamos a la celebración del triduo pascual. Durante esta semana la Iglesia estará acompañada de su Señor, pasando nuevamente por su pasión en medio de su pueblo.

Preparémonos con la lectura de la palabra de Dios, meditándola y orando para que los méritos de la pasión de Cristo sean aplicados a la vida de cada uno de nosotros.
En la primera lectura la figura del siervo que se autopresenta tiene el dolor de toda creatura, pero también la confianza que ilumina el sufrimiento. El mensaje que anuncia es él mismo. Quiere ser palabra de aliento para todos los abatidos. El no está en posesión del sentido que anuncia; pero está a la escucha y lo oye siempre de nuevo. Hay perspectiva al dolor del pueblo desterrado. Dios está en el sufrimiento con el siervo. Y siervos de Dios son todos los que sufren y escuchan el sentido. En ellos se redime el dolor.  

1. Lectura del Profeta Isaías 50,4-7.

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda. a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

En todo el Antiguo Testamento no hay páginas más sugestivas para meditar la Pasión de Jesús que los poemas del Siervo de Yahveh. Este Siervo es realmente un bellísimo boceto de la figura del Mesías paciente. Aquí se presenta, en primer lugar, como Siervo de Yahveh: «Mi Señor». Esta palabra encierra mucho cariño y mucha dependencia. El está cada mañana a la escucha. Aparece como un iniciado en el sufrimiento: ahí están sus espaldas, sus mejillas, su rostro, que recibirán todo tipo de golpes. Pero es fuerte, paciente, sabe encajar. Así se siente capacitado para acercarse a los que sufren y están abatidos, y podrá compartir y decir palabras de aliento. Por último, confía plenamente en el éxito de su misión, no porque tenga fuerzas sobrehumanas, sino porque «mi Señor me ayudaba».

2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que le ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere.»

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores:
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo,
linaje de Jacob, glorificadlo,
temedlo, linaje de Israel.

En la segunda lectura nos muestra que Jesús aceptó esta notable humillación recordada por el himno, más que haciéndose hombre, «encarnándose», viviendo día tras día la existencia humana, y aceptando sus limitaciones concretas, especialmente la de la muerte.

3. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.

Este fragmento con toda probabilidad no fue compuesto por San Pablo, sino parece ser un himno, quizás litúrgico, que fue introducido por el Apóstol en esta sección de la carta porque le convenía para apoyar su exhortación a la humildad y sencillez, a la renuncia a creerse superior… cosas todas que quería inculcar a los cristianos de Filipos. Desborda, sin embargo, esta motivación concreta y nos presenta el proceso de la Encarnación, abajamiento, exaltación y Resurrección de Jesucristo.
En contraste con Adán, que quiso ser más de lo que era, y también en contraste con los demás hombres que también lo pretendemos a nuestra escala, Jesucristo no se aferra a su propio ser divino, sino en cierta manera renuncia a él. Naturalmente no deja de ser Dios, pero vive en la tierra como si no lo fuera, compartiendo toda la condición humana hasta en sus aspectos más oscuros. Es el himno de la solidaridad de Dios con los pequeños, los pobres, los débiles… no con palabras, sino con su propia vida. Se trata de un invento, sólo posible a Dios, que le permite acceder a aspectos débiles que por sí mismo no le corresponden.
Y todo ello por amor al hombre. No es masoquismo, ascetismo u otra cualquier cosa, sino deseo y realización de amor al hombre concreto que sufre y muere. Naturalmente, también, no para quedarse ahí, sino para resurgir y ser exaltado. Y llevando con El a cuantos han compartido su suerte. Es la condición de posibilidad de la salvación humana realizada por Cristo y en Cristo.
Es el himno de la liberación, es decir, del partido que Dios toma por los pobres. Porque el himno no dice sólo que el Hijo se hace hombre, sino se hace esclavo, lo más pobre y pequeño que podía hacerse. Y muere no de viejo, sino en cruz, muerte condenada y de esclavo. Es el himno a la esperanza de los pequeños y oprimidos porque el Hijo se ha puesto de su lado.

4. EVANGELIO
El primer acto de la Pasión de Jesús es la negación de Jesús como superhombre: él se angustia mortalmente ante la perspectiva de la Pasión. Solamente cede, tras una larga oración en la que acepta la muerte como voluntad de Dios. El masoquismo -ni siquiera el heroico- tiene nada que ver con la mística cristiana.
La pasión y muerte de Cristo tiene su sacramento en la Eucaristía. Su celebración nos manifiesta cómo Jesús fue capaz de ir hasta la muerte por salvar a sus hermanos. Su vida aparece en la cruz como «la sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados». 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26,14-27,66.

C. En aquel tiempo [uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. -¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. + -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?
C. El contestó:
+ -Id a casa de Fulano y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu »casa con mis discípulos.»
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo:
+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.
C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. -¿Soy yo acaso, Señor?
C. El respondió:
+ -El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del Hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!, más le valdría no haber nacido.
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. -¿Soy yo acaso, Maestro?
C. El respondió:
+ -Así es.
C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:
+ -Tomad, comed: esto es mi cuerpo.
C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:
+ -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.
C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:
+ -Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó:
S. -Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.
C. Jesús le dijo:
+ -Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás.
C. Pedro le replicó:
S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Get’semaní, y les dijo:
+ -Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse
Entonces dijo:
+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+-¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ -Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:
+ -Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. -Al que yo bese, ése es: detenedlo.
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. -¡Salve, Maestro!
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ -Amigo, ¿a qué vienes?
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ -Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar.
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.
C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello.
Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. -Este ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días.»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.
C. Jesús le respondió:
+ -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?
C. Y ellos contestaron:
S. -Es reo de muerte.
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros; lo golpearon diciendo:
S. -Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado.
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. -También tú andabas con Jesús el Galileo.
C. El lo negó delante de todos diciendo:
S. -No sé qué quieres decir.
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. -Este andaba con Jesús el Nazareno.
C. Otra vez negó él con juramento:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron:
S. -Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento.
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. -No conozco a ese hombre.
C. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces.» Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:
S. -He pecado, he entregado a la muerte a un inocente.
C. Pero ellos dijeron:
S. -¿A nosotros qué? ¡Allá tú!
C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas dijeron:
S. -No es licitó echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre.
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor.»]
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. -¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Jesús respondió:
+ -Tú lo dices.
C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?
C: Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. -No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.
C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S.-¿A cuál de los dos queréis que os suelte?   
C.-Ellos dijeron:
S.-A Barrabás.
C.Pilato les preguntó:
S. -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?
C. Contestaron todos:
S. -Que lo crucifiquen.
C. Pilato insistió:
S. -Pues, ¿qué mal ha hecho?
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. -¡Que lo crucifiquen!
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:
S. -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!
C. Y el pueblo entero contestó:
S. -¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una. corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: 
S.-¡Salve, rey de los judíosl
C.-Luego lo escupían, le quitaban la caña y, le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: ÉSTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban; lo injuriaban y decían meneando la cabeza:
S. -Tú que, destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz.
C. -Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:
S. -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?
C. -Hasta los que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:
+ -Elí, Elí, lamá sabaktaní.
C. (Es decir:
+ -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?).
C. Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. -A Elías llama éste.
C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
S. -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.
C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:
S. -Realmente éste era Hijo de Dios.
[C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia; lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. -Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.
Pilato contestó:
S. -Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.]

El Evangelio de este día nos da el relato de la Pasión según los tres sinópticos y, en consecuencia, parece lo más indicado presentar, como comentario a cada uno de ellos, un análisis de las características de cada relato. De esta forma penetramos en el misterio de la pasión y la muerte de Cristo por tres accesos muy concretos.
a) Apenas se comienza la lectura de la versión de Mateo, inmediatamente se advierte la importancia que tiene el tema del cumplimiento de las Escrituras. Mateo prueba a los judeo-cristianos, que esperaban un Mesías triunfador y glorioso, que los profetas anunciaron un Mesías paciente y que las Escrituras previeron el desarrollo de la pasión hasta en sus menores detalles. Así, la agonía de Jesús en Getsemaní estaba prevista por el Sal 41;62, 6. Apenas detenido Jesús, Mateo precisa que era necesario que así sucediera para cumplir las Escrituras (26, 54, 56), rechazando con ello la opinión de quienes pudieran ser partidarios de una respuesta armada a la detención de Jesús. Y cuando se produce este suceso, Jesús hace alusión al procedimiento que le identifica con los maleantes (26, 55), actuación que él relaciona con la del Siervo paciente en Is. 53, 9, 12, según los Setenta: «Catalogado entre los criminales». En el diálogo entre Cristo y el sumo sacerdote, Mateo subraya también el tema del Templo (26, 21), «cumplido» en la persona de Cristo, y cita (mejor que Lucas) el pasaje de Dan. 7, 13 sobre el Hijo del hombre (26, 64). El evangelista es también el único que descubre la muerte de Judas (27, 3-10), en la que ve de nuevo el cumplimiento de las Escrituras (cita de Zac. 11, 12-13). Al contrario que Lucas y Juan, Mateo y Marcos insisten en el hecho de que Jesús no contesta nada a Pilatos. Reflejan así el silencio del Siervo paciente ante las injurias (Is. 53, 7). Mateo alude igualmente al gesto de Pilatos lavándose las manos (26, 24-25), duda porque en él ve un rito ejecutado en cumplimiento de la ley (Dt. 21, 6-9; Sal. 72/73, 13). La multitud responde también a Pilatos por medio de una expresión tradicional: «Que su sangre caiga…» (27, 25; cf. 2 Sam. 1, 16); quizá Mateo haya visto en ello una profecía de la decadencia del pueblo judío.
Mientras que los demás evangelistas no prestan gran atención al detalle, Mateo especifica que la bebida que se le ofrece a Cristo en la cruz era de hiel, con lo que verifica el texto del Sal. 68/69, 22 (Mt. 27, 34). Utiliza el mismo procedimiento a propósito del reparto de sus vestiduras, y del grito lanzado en la cruz, y otras aplicaciones, según él, del Sal. 21/22 (Mt. 27, 35). Mateo es igualmente el único que relaciona las burlas de los judíos contra Cristo en la cruz: «Ha salvado a otros…», con las burlas de los impíos respecto al Justo (cf. 27, 43; Sab. 2, 18-20).
Y también es el único autor que describe los episodios que se desarrollaron después de la muerte de Jesús: el velo del Templo que se rasga, las resurrecciones, los temblores de tierra son fenómenos anunciados por los profetas para el día de Yahvé (Am. 8, 9). Mateo es, finalmente, el único que menciona la riqueza de José de Arimatea (Marcos habla de su notoriedad y Lucas de su piedad), con el fin de verificar la profecía de Is. 53, 9: tendrá su sepulcro entre los ricos. No estará de más señalar que, en el pensamiento de Isaías, esta profecía quería significar que el Siervo sería confundido con los impíos.
Es evidente que Mateo siente la preocupación por explicar los hechos por la Palabra: palabra de las Escrituras cumplidas, palabra del mismo Jesús (mucho más pródigo en Mateo que en las demás versiones). No se trata, pues, de una simple visión de conjunto: en Mateo se elabora ya una teología que se centra preferentemente en torno a la idea de cumplimiento: los acontecimientos de la Pasión no tienen nada de accidental y forman parte del designio de Dios sobre el mundo.
Todo se desarrolla tan bien de la mano de Dios en los acontecimientos de la Pasión que Mateo puede hacer de ella el final de la era antigua y el comienzo de la era de la Iglesia. Más aún que los otros, el primer Evangelio subraya el alcance escatológico y eclesiológico de los acontecimientos. El velo desgarrado es señal de la caducidad de la economía antigua y el temblor de tierra señala la introducción de la nueva. La fe del centurión constituye las primicias de la conversión de las naciones. Al devolver a los «discípulos» el cuerpo de Cristo, los sumos sacerdotes abdican definitivamente sus prerrogativas y dejan a la Iglesia la tarea de ser signo de Cristo en el mundo.
Una de las características propias del relato de Mateo, bastante compleja por otro lado, es la mención de los guardias en la cruz (Mt. 27, 36 y 54) y sobre todo en el sepulcro (Mt. 27, 62-66), una mención que no hacen los demás evangelistas. La clave de esa mención nos la da el mismo Mateo en 28, 11-15.
Parece que Mateo, o la tradición que representa, compuso esta narración de la custodia con una finalidad apologética: contrarrestar la fábula judía de la sustracción del cuerpo. La fe de Mateo en Cristo es tan fuerte que llega incluso a componer un relato con el fin de anular radicalmente la mentira de los judíos. De hecho, si Mateo parece engañarnos, a nosotros y a nuestra mentalidad moderna, es fiel a una historia más verdadera, la de su fe, de la que sabe perfectamente que no descansa sobre la experiencia verificable de Jesús saliendo del sepulcro.

Cuarto domingo de Cuaresma – Ciclo A

Domingo cuarto de Cuaresma ciclo A

Un ciego encuentra la luz. Los ojos se abren conviviendo con Jesús Juan 9,1-41

Este es el domingo de la “Luz”, pero también de la “Alegría”. En la bella tradición de la liturgia cristiana a este domingo se le llama “laetare”, expresión latina que invita a la alegría, una pausa refrescante en arduo camino en el desierto cuaresmal. Con la mirada cada vez más fija en la Cruz gloriosa, en la cual fue entronizada la Luz que da la vida verdadera, bautizados y catecúmenos continúan su “caminar” cuaresmal: memoria del bautismo para los bautizados, preparación para el bautismo por parte de los catecúmenos (SC 109).

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura del primer libro de Samuel 16, lb. 6-7. 10-13a

En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: «Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.» Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: «Seguro, el Señor tiene delante a su ungido.» Pero el Señor le dijo: «No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.» Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: «Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.» Luego preguntó a Jesé: « ¿Se acabaron los muchachos?» Jesé respondió: «Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.» Samuel dijo: «Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.» Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Anda, úngelo, porque es éste.» Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.

Saúl no fue un buen rey. Dios lo destituyó para escoger uno mejor: David. Escrito mucho tiempo después de los acontecimientos, este pasaje del libro de Samuel es una meditación sobre Dios, el Buen Pastor. Es Él el verdadero guía de su pueblo. El rey es su lugarteniente. La elección de Dios recae sobre un pequeño pastor de Belén. No es el más grande, no es el más fuerte de los hijos de Jesé. Es el último, el más joven, aquel que normalmente no debería ser escogido. Pero la elección de Dios no es la de los hombres. Dios no mira la apariencia, sino el corazón. Dios ve el corazón y en él derrama su Espíritu (1 Samuel 16,13). En el lenguaje bíblico, el corazón es la sede la voluntad y del coraje. A David no le falta coraje, el resto del libro lo va a demostrar. El destaque que se hace de la belleza de David no es anecdótico. Según la ideología real de la época, el rey es necesariamente bello. Su belleza es el signo de que Dios lo predestinó para asumir el trono. Y aún cuando no fuera así, el texto bíblico se encargará de embellecerlo. Dios invita al profeta a darle al pequeño pastor de Belén la unción real. Le da al futuro rey algo de sí mismo: su Espíritu. Los Padres de la Iglesia ven en este texto un anuncio de Cristo. Aquél que será el Rey-Mesías, el verdadero pastor de su pueblo. Sobre Él reposará en plenitud el Espíritu de Dios.

3. SALMO RESPONSORIAL

Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 1)

R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.

Me guia por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitare en la casa del Señor
por años sin término. R.

Este Salmo tiene todas las cualidades comprimidas a la máxima brevedad, lo cual facilita la lectura integral. Las tres primeras estrofas desarrollan imágenes pastorales: hierba fresca, agua, camino. El bastón en la mano, el pastor defiende y guía a su rebaño. Este buen pastor es Dios. Para nosotros los cristianos, toma el rostro de Jesús: “Yo soy el buen pastor. Yo conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre. Yo doy mi vida por las ovejas” (Juan 10,14-15). Él es un buen pastor sobre los caminos de esta vida, pero también para dirigirnos más allá de “los valles de muerte”. Las dos últimas estrofas desarrollan la idea del anfitrión que recibe a su invitado al banquete. Según los ritos de acogida oriental, el anfitrión le ofrece a su amigo una unción de perfume y una copa rebosante de vino. En esta mesa, así como en los prados de hierba fresca, no hay espacio para el miedo. El enemigo es puesto en su lugar. En la última estrofa, el pastor y el amigo le ceden su espacio a otros dos guías que se llaman “bondad” y “gracia” en hebreo: el amor, la ternura. El salmista se deja guiar hacia el Templo, casa del Señor, donde desea habitar para siempre. Al orar esta estrofa, un cristiano desea habitar para siempre en la casa del Padre. Le da un sentido pleno al agua y a la mesa acogedora, viendo allí los signos sacramentales. Por el Bautismo, Cristo, el Buen Pastor, hace revivir a los hombres todos estos dones. Por su copa desbordante, los nutre y le da un anticipo de la cena festiva a la cual los convida en la casa del Padre.

4. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tu que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

El bautismo ha creado una situación nueva en el cristiano, quien, en el Señor, se ha convertido en luz. La expresión de Pablo es muy fuerte: ser “hijo de la luz” es una forma técnica de referirse a la divinización. Este estado nuevo se opone a la situación anterior marcada por las tinieblas. La oposición entre la luz y las tinieblas está presente en el contexto religioso del primer siglo de nuestra era. Pero si se vive un nuevo estado de vida, entonces se espera una conducta nueva. La oposición se prolonga: la luz produce fruto, las tinieblas no producen nada bueno. Este nuevo actuar supone el discernimiento. Es el término técnico “discernir” que se traduce por “saber reconocer”. Un fragmento litúrgico, parece ser un himno, parece estar por detrás del texto. El verbo que se traduce como “iluminará” –único caso en todo el nuevo testamento- significa “brillar, alumbrar” y ase aplica ante todo a los astros. De la misma forma debe ser un cristiano. Esta luz viene de Cristo.

5. Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1-41

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?» Jesús contestó: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.» Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?» Unos decían: «El mismo.» Otros decían: «No es el, pero se le parece.» El respondía: «Soy yo.» Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?» El contesto: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.» Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contesto: «No sé.» Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él los contestó: «Me puso barro en los ojos, me lave, y veo.» Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?» Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Él contestó: «Que es un profeta.» Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo que nació ciego; pero como ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quien le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.» Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.» Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntan de nuevo: «¿Que te hizo, como te abrió los ojos?» Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para que queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?» Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene.» Replicó el: -«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de donde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder.» Le replicaron: «Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?» y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es.» Él dijo: «Crea, Señor.» Y se postro ante él. Jesús añadió: «Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.» Los fariseos que estaban con el oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?» Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

Meditando la historia de la curación del ciego, es bueno recordar el contexto de las comunidades cristianas en Asia Menor hacia finales del siglo primero, para las cuáles fue escrito el Evangelio de Juan y que se identificaban con el ciego y con su curación. Ellas mismas, a causa de una visión legalista de la ley de Dios, eran ciegas de nacimiento. Pero, como sucedió para el ciego, también ellas consiguieron ver la presencia de Dios en la persona de Jesús de Nazaret y se convirtieron. ¡Fue un proceso doloroso! En la descripción de las etapas y de los conflictos de la curación del ciego, el autor del Cuarto Evangelio evoca el recorrido espiritual de la comunidades, desde la obscuridad hasta la plena luz de la fe iluminada por Cristo

Juan 9, 1-5: La ceguera ante el mal que exite en el mundo Viendo al ciego los discípulos preguntan: “Rabbí ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” En aquella época, un defecto físico o una enfermedad era considerada un castigo de Dios. Asociar los defectos físicos al pecado era un modo con el cual los sacerdotes de la Antigua Alianza mantenían su poder sobre la conciencia del pueblo. Jesús ayuda a corregir sus ideas: “Ni él pecó ni sus padres, es para que se manifiesten en él las obras de Dios”. Obras de Dios o lo que es lo mismo Signos de Dios. Por tanto, lo que era en aquella época signo de ausencia de Dios, será signo de su presencia luminosa en medio de nosotros. Jesús dice: “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo”. El Día de los signos comienza a manifestarse cuando Jesús, “el tercer día” (Jn 2,1), realiza “el primer signo” en Caná (Jn 2,11). Pero el Día está por terminar. La noche está por llegar, porque estamos ya en el “séptimo día”, el sábado, y la curación del ciego es el sexto signo (Jn 9,14). La Noche es la muerte de Jesús. El séptimo signo será la victoria sobre la muerte en la resurrección de Lázaro (Jn 11). En el evangelio de Juan hay sólo siete signos, milagros, que anuncian el gran signo que es la Muerte y la Resurrección de Jesús.

Juan 9,6-7. El signo de “Enviado de Jesús” que produce diversas reacciones Jesús escupe en la tierra, hace fango con la saliva, unta el fango sobre los ojos del ciego y le pide que se lave en la piscina de Siloé. El hombre va y vuelve curado. ¡Este es el signo! Juan comenta diciendo que Siloé significa enviado. Jesús es el Enviado del Padre que realiza las obras de Dios, los signos del Padre. El signo de este “envío” es que el ciego comienza a ver.

Juan 9,8-13: La primera reacción: la de los vecinos El ciego es muy conocido. Los vecinos quedan dudosos: “¿Será ciertamente él? Y se preguntan: ¿Cómo, pues, se le han abierto los ojos? Aquel, que primero era ciego, atestigua: “Ese Hombre que se llama Jesús me ha abierto los ojos”. El fundamento de la fe en Jesús es aceptar que Él es un ser humano como nosotros. Los vecinos se preguntan: “¿Dónde está?” – “No lo sé”. Ellos no quedan satisfechos con la respuesta del ciego, y para aclarar el asunto, llevan al hombre ante los fariseos, las autoridades religiosas.

Juan 9, 14-17: La segunda reacción: la de los fariseos Aquel día era un sábado y el día de sábado estaba prohibido curar. Interrogado por los fariseos, el hombre vuelve de nuevo a contarlo todo. Algunos fariseos, ciegos en su observancia por la ley, comentan: “¡Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado!”. Y no estaban dispuestos a admitir que Jesús pudiese ser un signo de Dios, porque curaba al ciego en sábado. Pero otros fariseos, interpelados por el signo, responden: “¿Cómo puede un pecador realizar semejantes signos?” ¡Y había disensión entre ellos! Y preguntaron al ciego: “¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?” Y él ofrece su testimonio: “¡Es un Profeta!”

Juan 9, 18-23: La tercera reacción: la de los padres Los fariseos, llamados ahora judíos, no creían que hubiese sido ciego. Pensaban que se tratase de un engaño. Por esto mandaron llamar a los padres y le preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo de quien vosotros decís que nació ciego?¿Cómo, pues, ve ahora?” Con mucha cautela los padres respondieron: “Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero, cómo ve ahora, no lo sabemos, ni quien le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. ¡Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo!”. La ceguera de los fariseos ante la evidencia de la curación produce temor en la gente. Y aquél que confesaba tener fe en Cristo Mesías era expulsado de la sinagoga. La conversación con los padres del ciego revela la verdad, pero las autoridades religiosas se niegan a aceptarla. Su ceguera es mayor que la evidencia de los hechos. Ellos, que tanto insistían en la observancia de la ley, ahora no quieren aceptar la ley que declara válido el testimonio de dos personas (Jn 8,17).

Juan 9, 24-34: La sentencia final de los fariseos con respecto a Jesús Llaman de nuevo al ciego y le dicen: “Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. En este caso: “dar gloria a Dios” significaba: “¡Pide perdón por la mentira que hace poco has dicho!”. El ciego había dicho: “¡Es un Profeta!” Según los fariseos debiera haber dicho: “¡Es un pecador!” Pero el ciego es inteligente. Y responde: «Si es un pecador no lo sé. Sólo sé una cosa; que yo antes era ciego y ahora veo!» ¡Contra este hecho no hay argumentos! De nuevo los fariseos preguntan: “¿Qué hizo

contigo?¿Cómo te abrió los ojos?” El ciego responde con ironía: “Os lo he dicho ya. ¿Es que queréis también vosotros haceros discípulos suyos?” Entonces le insultaron y le dijeron: “Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es”. Con fina ironía, de nuevo el ciego responde: “Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos”. “Si ése no fuese de Dios, no podría hacer nada”. Ante la ceguera de los fariseos, crece en el ciego la luz de la fe. Él no acepta el razonamiento de los fariseos y confiesa que Jesús viene del Padre. Esta profesión de fe le causa la expulsión de la sinagoga. Lo mismo sucedía en las comunidades cristianas de finales del primer siglo. Aquél que profesaba la fe en Jesús debía romper cualquier lazo de unión familiar y comunitario. Así sucede hoy también: aquél o aquélla que decide ser fiel a Cristo corre el peligro de ser excluido.

Juan 9,35-38: La conducta de fe del ciego delante de Jesús Jesús no abandona a áquel que es perseguido por su causa. Cuando se entera de que lo han expulsado, se encuentra con el hombre, lo ayuda a dar otro paso, invitándolo a asumir su fe y le pregunta: “¿Tú crees en el Hijo del Hombre?” Y él le responde: ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él? Jesús le dice: “Tú lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. El ciego exclama: “¡Creo, Señor!” Y se postró ante él. La conducta de fe del ciego delante de Jesús es de absoluta confianza y total aceptación. Acepta todo de parte de Jesús. Y es ésta la fe que sustentaba a las comunidades cristianas del Asia Menor hacia finales del siglo primero, y que nos sostiene hasta hoy.

Juan 9,39-41: Una reflexión final El ciego que no veía, acaba viendo mejor que los fariseos. Las comunidades del Asia Menor que antes eran ciegas, descubren la luz. Los fariseos que pensaban ver correctamente, son más ciegos que el ciego de nacimiento. Encerrados en la vieja observancia, mienten cuando dicen que ven. ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver!

6. Oración final

Tú, Señor, que nos abres los ojos para que descubramos la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor, ayúdanos a colaborar contigo para que todas las personas puedan alegrarse en su vida al ver tu luz. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén

Tercer domingo de Cuaresma – Ciclo A

Domingo tercero de Cuaresma ciclo A

1. Introducción

Lo que Jesús realizó con la samaritana, continúa haciéndolo con los catecúmenos y los fieles, con la Iglesia, actualizando en cada celebración el misterio de su pascua para nosotros. Que su acción sea tan eficaz en nosotros como lo fue en el corazón de la samaritana. Es el fruto de la Eucaristía, prenda desde ahora del misterio celestial (postcomunión).

2. Lectura del libro del Exodo 17,3-7.

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Clamó Moisés al Señor y dijo: ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen. Respondió el Señor a Moisés: Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo. Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Massá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor diciendo: ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

”¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” (v. 7). O como decíamos el domingo pasado: ¿y si todo fuera una mera ilusión? Lo que era sólo una insinuada duda en el relato de Abrahan, aquí es una pregunta abiertamente formulada por el pueblo que camina hacia la tierra prometida, hacia la salvación. Una diferencia patente salta a la vista entre los dos relatos: Abrahan se fía a pesar de que la promesa es solamente una realidad futura, mientras que el pueblo de Israel duda y eso tras experimentar la salida de Egipto, la liberación de la esclavitud. Así la confianza del pueblo en el Señor es de muchos menos quilates que la de Abrahan.

La estructura del texto es muy sencilla: ante la dificultad, la falta de agua (v.1), el pueblo protesta contra Moisés y contra Dios (v. 2) tergiversando así el sentido de la salida de Egipto (v. 3). Moisés suplica (v. 4) y Dios ordena golpear la roca del Horeb (vv. 5-6); Moisés ejecuta lo ordenado y da nombre al lugar (v. 7). Un texto paralelo puede leerse en Nm 20. 1-13. En el duro caminar del pueblo hacia la liberación como en todo caminar humano siempre surgen dificultades. Es lo más normal, ya que la liberación es un bien, pero difícil de alcanzar, por eso la dificultad y el riesgo son sus eternos acompañantes. La historia de la humanidad contemporánea, en su lucha por obtener la libertad, es un buen testigo de esta afirmación.

La actitud correcta del pueblo ante el riesgo y el peligro debería ser el tratar de superarlos, pero no ocurre así, sino que se dedica a hacer lo más fácil: protestar. La queja es el elemento constante en todos estos versículos: “murmuran” (v. 3), “riñe” con Moisés y “tienta” al Señor. Con murmuración y protesta se abre y se cierra el relato, de ahí el nombre dado al lugar: “Meribá”=riña, altercado o querella, y “Massa”=tentación (v. 7). Israel tergiversa su salida al interpretar su liberación como una salida hacia la muerte. Es la ofuscación del pueblo ante el peligro. Moisés, agente de la liberación, es el que sale peor parado: “poco falta para que me apedreen” (v. 4). Moisés es el auténtico líder que comparte con el pueblo las dificultades y tiene que soportar, además, sus quejas. Por eso a veces se queja de que el pueblo le trate mal, pero siempre acaba intercediendo por él (v. 4). El pueblo tienta a Dios desafiándole a que dé pruebas (signo evidente de su inmadurez en la fe). Aquí tentar a Dios es dudar de él, no fiarse a pesar de las pruebas que les ha ido dando hasta entonces. ¡Han experimentado en su carne la liberación de la opresión y ahora van diciendo que Dios los ha sacado para morir en el desierto! Reflexiones.

”¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” A la duda del pueblo responde, con su presencia, Dios haciendo eficaz la acción de Moisés. De la roca de Horeb mana un agua corriente y viva que calma la sed y es presencia salvadora (v. 6). Según la interpretación rabínica, la roca acompañó a Israel en su peregrinar por el desierto. Pablo nos dirá que esta roca es Jesús (1 Co 10. 4), presencia de Dios salvadora, fuente de agua cristalina que calma la sed de todo hombre (Jn 4. 13ss; 7. 37ss;Ap 7. 17; 21. 6; 22. 17…). Y los cristianos muchas veces tentamos al Señor abandonando la fuente de agua viva y cavándonos en su lugar aljibes agrietados incapaces de retener el agua (Jr 2. 13; 17. 13…). La murmuración y la queja son los eternos acompañantes de toda liberación. ¡Eterno sino de una humanidad que siempre se revuelve como una víbora cuando se le ofrece el don de la libertad! ¡Amamos más la seguridad con esclavitud que la libertad con riesgo! -Moisés, líder, es el que sale peor parado, ya que debe compartir las dificultades del pueblo y cargar con sus quejas. Nuestros líderes políticos y religiosos cargan con nuestras quejas, ¿pero comparten también nuestras angustias? Dicen que se aprietan el cinturón subiéndose el sueldo en un cinco por ciento, que cobran menos que sus colegas europeos, que… ¡Pobre pueblo!

El Salmo que cataremos este domingo, tiene su origen en la liturgia del Templo, es una invitación a penetrar en el Santuario para gritar de alegría. Describe también tanto los gestos litúrgicos (entrar, inclinarse, postrarse) como las diferentes actitudes del creyente (gritos de alegría, aclamaciones, acción de gracias, adoración y escucha de la Palabra del Señor). El salmista invoca al Dios de la Alianza, el Dios salvador, que está presente en la historia de su pueblo. Hace alusión al texto del libro del Éxodo que acabamos de leer en la primera lectura. Dios llamado “Roca” (la “Roca de nuestra salvación”, v.1b). La imagen evoca la fuerza y la solidez de Dios. Su amor es inquebrantable, así como la roca que ha debido romper el pueblo durante su travesía por el desierto y que lo ha salvado de la muerte. Dios es la salvación de aquellos que ponen su confianza en Él. El pueblo, por el contrario, es voluble, no es un modelo de gratitud hacia aquél que lo ha salvado tampoco modelo de fidelidad. Durante toda la travesía del desierto, lo mismo que sucedió en Masá y en Meribá, el pueblo sigue poniendo resistencia a Dios y a Moisés. Y por tanto, ha visto también las reacciones airadas de Dios. El Salmista dice que no hay que imitar el mal ejemplo del pueblo: “No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá” (v.8).

3. SALMO RESPONSORIAL Sal 94,1-2. 6-7. 8.9

R/. Escucharemos tu voz, Señor.

Venid , aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Massá en el desierto,
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

4. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8.

Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos apoyados en la esperanza de la gloria de los Hijos de Dios. La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad. apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir-; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

a) La primera afirmación de Pablo es la de nuestra justificación mediante la fe (v. 1). Pero habla como de un hecho ya pasado cuya realidad sigue dejándose sentir. En la primera parte de su carta, Pablo presentaba la idea de justificación en el centro de su pensamiento y veía en ella el acto de Dios más decisivo para la suerte de la humanidad. Con el v. 1, el apóstol ha pasado de una exposición intemporal sobre la justificación (sus principios: Rom. 3, 21-26; su universalidad: Rom. 3, 27-4, 25) a la afirmación concreta de su realización presente en nosotros desde Cristo.

b) Entre los frutos actuales de la justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia (v. 2a).

La paz sucede al estado de enemistad en la que pagano y judío estaban sumergidos antes de Cristo; la gracia es la correspondencia de la cólera divina (Rom. 1, 18-3, 20); la gracia hace que vivan en la amistad de Dios quienes habían estado apartados.

La paz entre judíos y paganos es uno de los temas centrales de la carta a los romanos. Todo lleva incluso a creer que Roma tenía en aquel entonces dos Iglesias distintas: una, la judeo-cristiana, compuesta por antiguos judíos que habían huido de la persecución; la otra, de origen griego o romano.Estas dos Iglesias debieron tener una vida totalmente separada (la carta a los romanos es además la única que no se dirige a la “Iglesia de Roma”). De esta forma, la finalidad de la carta aparecía claramente: Pablo quiere que las dos Iglesias no sean más que una y que judíos y paganos se den cuenta de que son tan pecadores los unos como los otros (cap. 1-4) y por tanto gratuitamente reconciliados con Dios por Cristo (cap. 5 y sgs.); por tanto, no deben esperar ya la mutua paz del justo, sino que deben vivirla inmediatamente.

c) Pero el goce de los bienes presentes acarreado por la justificación queda, a su vez, superado por la esperanza. Leyendo el v. 8 podría incluso creerse que la fe es superada por la esperanza, porque el apóstol mantiene sobre todo la tensión escatológica de la fe y la justificación. La fe, acto de Dios, es en nosotros certidumbre de la gloria.

d) Sin embargo, esta esperanza de gloria pone muy de relieve la distancia que separa todavía al cristiano en el mundo y la gloria cuya manifestación espera. Los judíos expresan fácilmente esta distancia entre el presente y el futuro hablando de tribulaciones y de las persecuciones que serán la nota característica del paso de un estado a otro. Tras este tema se oculta la dolorosa depuración que produce siempre la trascendencia. La prueba experimenta. Da aquí abajo, cuando se vive de un alto ideal, pone primero en juego la existencia misma de la fe en ese ideal: la virtud de constancia la mantiene en actividad (v.

3). Pero el tiempo y su extensión están expuestos a poner a prueba la solidez de la fe: la “virtud sometida a prueba” viene en apoyo de la esperanza para ayudarla a mantenerse firme a pesar y por encima de todo (v. 4). Pero ¿qué pueden unas simples virtudes como la constancia y la solidez si el Espíritu mismo de Dios no le sitúa dentro de unas relaciones personales indisolubles con el Padre? (v. 5). Así, pues, la fe y la esperanza se alimentan mutuamente de la caridad que vive en nosotros (1 Cor. 13, 7-13).

Los cristianos de Roma están divididos en dos iglesias que no llegan a hacer las paces entra sí. Sin duda, cada cual tomó su propio partido remitiendo esta paz a las calendas griegas cuando Dios conceda al hombre su justicia. Pablo reacciona contra esta mentalidad aún demasiado judía; la justicia de Dios ya ha sido dada y por tanto la paz debe ser ya buscada y vivida porque es el fruto de la mutua conciencia de nuestra justificación en Jesús. Pero los cristianos de Roma no están muertos. También nosotros dejamos para las calendas griegas la reconciliación que nos cuesta conseguir de inmediato. Por ejemplo, rezaremos por la unidad entre los cristianos olvidándonos de que la unidad ya nos ha sido dada y de que de lo que se trata es de realizarla sin dejarla para una fecha lejana y sin convertirla, exclusivamente en un don de Dios. La paz en los hogares y entre las naciones debe ser buscada y realizada con el mismo espíritu: la esperanza no puede hacernos prescindir del presente.

5. Lectura del santo Evangelio según San Juan 4,5-42:

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) La Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le contesta: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La mujer le dice: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. [El le dice: Anda, llama a tu marido y vuelve. La mujer le contesta: No tengo marido. Jesús le dice: Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad. La mujer le dice: ] Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. Jesús le dice: Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. La mujer le dice: Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo. Jesús le dice: Soy yo: el que habla contigo. [En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le hablas?» La mujer, entonces, dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías? Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: Maestro, come. El les dijo: Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. Los discípulos comentaban entre ellos: ¿Le habrá traído alguien de comer? Jesús les dijo: Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y. contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio «Uno siembra y otro siega». Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.] En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él [por el testimonio que había dado la mujer: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»] Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

1a.-vv. 5-6.Son la composición de lugar. Todas las indicaciones están en función de lo que vendrá después. Todas son importantes, pero su razón de ser no la percibimos hasta más adelante. Basta por ahora visualizarlas: Samaría, pozo de Jacob, cansancio, sentado, sobre mediodía.

2a.-vv. 7-26. Jesús y la mujer a solas. No tienen más conocimiento inicial el uno del otro que el de su origen judío y samaritano respectivamente. Un conocimiento que en vez de unirlos los separa y enfrenta. Desde el s. V a.C. la escisión de Judea y Samaría era total. Expresión de esta escisión: templos diferentes, recensiones diferentes de la Torá o cinco libros de Moisés. Podemos decir que, inicialmente al menos, no dialogan personas individualizadas sino personajes-tipo que ilustran tradiciones y concepciones diferentes y enfrentadas.

Pero ambas tienen una necesidad común, cuyo símbolo es el agua. Desde el primer momento Jesús cuestiona el agua samaritana y lo hace en nombre de otra agua, que sin embargo tampoco es judía. No podemos olvidar que el autor del cuarto evangelio nos ha presentado antes a Jesús cuestionando el templo judío (cf. Jn 2. 13-16) y lo va a volver a cuestionar aquí en el v. 21. En realidad, pues, el autor opera con un triángulo judío-samaritano-jesuático. El triángulo ocupa un espacio religioso, el mismo espacio religioso. Los tres ángulos apuntan a los mismos orígenes, que, pasando por los patriarcas (Jacob era uno de ellos), se remontan hasta Dios (Yavé). Pero los tres interpretan lo mismo de distinta manera.

Cada uno tiene sus símbolos. Judea, el templo de Jerusalén; Samaría, el de Garizín; Jesús, el aire (La misma palabra griega significa aire y espíritu). Frente a judíos y samaritanos, Jesús ilustra una concepción distinta de Dios. En términos del diálogo: Jesús trae el don de Dios, el agua viva que aplaca la sed. Y la aplaca porque la fuente es mejor y además se encuentra dentro del que bebe. Es el surtidor de la traducción en el v. 14. El pozo de Jacob tiene un agua contaminada: en él beben personas y animales. El agua que Jesús trae es viva, es decir, limpia y cristalina. Pero para hacerse acreedora a ella, la samaritana tiene que salir de su Torá (los cinco maridos, los cinco libros de Moisés de la recensión samaritana) y de sus otros ritos religiosos (sexto hombre: desde siempre Samaría había cultivado un sincretismo judío-pagano). Tiene que salir y venir adonde está Jesús (lo espacial, de dónde, aquí, ir, adonde, salir, juega un papel simbólico muy importante en todo el relato). Jesús es el nuevo templo. En él es posible un tipo de vida religiosa que no lo es ni en Jerusalén ni en Garizín. Una vida cuyo símbolo es la movilidad, gracilidad y libertad del aire. En términos del diálogo: una vida en “espíritu y verdad”. En vez de la vida cargada y falaz de una tradición-concepción basada en la ley y que no lleva sino al sacrificio del Cordero. Jesús, sentado junto al pozo, dialoga con la samaritana “hacia el mediodía”. A esta misma hora hará sentar Pilato a Jesús en Jn 19. 13-14. Es la hora de la matanza de los corderos a manos del personal encargado del Templo. Todo en el cuarto evangelio está orientado hacia la Pascua, hacia el Cordero glorificado en su misma muerte. “Yo soy, el que habla contigo”.

3a.-vv. 27-30.Son versos puente, cuya única función es preparar la secuencia siguiente. Es importante la salida de la gente para acudir adonde está Jesús.

4a.-vv. 31-38.Es una secuencia-comentario de la salida de la gente y de su puesta en camino para acudir adonde está Jesús.

El autor concibe las secuencias 3 y 4 desarrollándose simultáneamente. La gente saliendo de la ciudad y acudiendo adonde Jesús está son los campos dorados. Es una secuencia alegre, con la alegría de la cosecha que llega. Atrás quedan el trabajo y el cansancio del sembrador. Donde la traducción litúrgica habla de sudar, el texto original habla de cansarse.

Es el cansancio del que se ha hablado en la primera secuencia y que ahora vemos que era también un símbolo. Jesús trae agua limpia, está construyendo un nuevo templo. Es la tarea y la obra que tiene encomendada, su alimento, su razón de ser. Pero es una tarea muy ardua y fatigosa, por las resistencias religiosas de los religiosos, por el riesgo mortal al que está expuesto. “Otros se han cansado”. Se refiere al Padre y al Hijo. “Mi Padre hasta el presente sigue trabajando y yo también trabajo” (Jn 5. 17). Los discípulos son los encargados de continuar la obra siempre inacabada, porque Jerusalén y Garizín no son antisignos del pecado, sino antisignos que nunca acaban de dejar de existir.

5a.-vv. 39-42.Se cierra ahora la tercera secuencia y todo el relato. Los samaritanos llegan adonde está Jesús y le piden que se quede con ellos. El autor amplía o limita la estancia de Jesús a dos días, tal vez porque quiere que el lector sitúe el siguiente relato en el marco del tercer día, el día de la resurrección según la tradición sinóptica. De hecho el siguiente relato habla de la curación de alguien que está para morir. Se trata probablemente de un ordenamiento muy intencionado para ilustrar que el mundo de Jesús no lleva a matar sino a hacer vivir, cobrando así todo su sentido la afirmación final de los samaritanos: “sabemos que él es de verdad el salvador del mundo”.

No es fácil la lectura del texto de hoy. No lo es por su densidad narrativa y simbólica. Pero esta misma densidad le confiere riqueza y fuerza evocadora. Agua cristalina, aire puro, campos dorados, alegría del sembrador, cansancio fructífero, vida. ¡Este Dios y este mundo religioso sí que hechizan.

6. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén