JUEVES SANTO
Un día para hablar del amor misericordioso del Padre El Jueves Santo es un día eclesial: somos la Iglesia, la comunidad de los hermanos constituida por la memoria del Señor.
La fe cristiana es ciertamente algo personal. Cada uno de nosotros tiene que ser un seguidor de Jesucristo, ser el discípulo del Maestro, cuyos ideales iluminan y orientan nuestra vida. Tener el espíritu de Jesús, el de la gran libertad de los pobres que están llamados a construir el Reinos de los cielos, tiene que ver con las actitudes personales del amor sin límites, con todo lo que él implica: servicio, perdón y todo aquello que Jesús comprendía cuando hablaba de la necesidad de ser perfectos como el Padre celestial. Sin embargo, la fe cristiana no es cuestión simplemente personal, individual. Jesús quiso que fuéramos sus seguidores en comunidad. Por eso somos Iglesia.
1. Lectura del libro del Exodo 12,1-8.11-14.
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies; un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.
Al parecer, la pascua fue originalmente una fiesta de pastores celebrada en primavera: en ella se ofrecían a Dios los primeros corderillos del rebaño. Posteriormente (fusión de las dos culturas) se añadió a ella la fiesta de los agricultores, en la que éstos también ofrecían sus primeros frutos. Pero la pascua recibe su sentido más profundo y definitivo cuando se empieza a relacionar con la salida de los hebreos de Egipto. Entonces se convierte en la fiesta de la liberación. Esto comenzó así un año en que los egipcios no permitieron a los hebreos salir de sus dominios a celebrar la fiesta, y es cuando Dios da instrucciones a Moisés para que la comunidad realice el sacrificio de pascua: al atardecer se matará un cordero o cabrito de un año, macho y sin defecto; se rociará con su sangre las jambas y el dintel de la puerta de sus casas; de noche se comerá la cena de la liberación: cordero y pan ácimo (los pies calzados, ceñida la cintura y un bastón en la mano, en plan de marcha desde aquella tierra de esclavitud hacia otro país de libertad).
Más tarde, el Señor, que herirá de muerte a los primogénitos de los egipcios, pasará de largo o se saltará las puertas de los hebreos, marcadas con la sangre del cordero. De ahí que, al menos en este contexto, pascua signifique paso, pasar de largo, saltarse… Siempre, en adelante, se celebrará la pascua, año tras año, y cuando los hebreos, israelitas y judíos sean un pueblo asentado en su propia tierra, la que Dios les había prometido, acudirán a Jerusalén a celebrar la pascua y las familias se reunirán a comer el cordero y el pan ácimo.
Jesús celebrará la Pascua -su paso de este mundo al Padre- con una cena entre amigos. En este banquete de despedida, relacionado con la pascua del éxodo, el mismo Jesús se pondrá en lugar de la víctima pascual. Y realizará un memorial, un rito que hace presente y actual lo que realiza. Todo cristiano sabe que el misterio de la última cena de Jesús es el cumplimiento del definitivo paso liberador de Dios (pascua).
2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 115,12-13. 15-16bc. 17-18
R/. El cáliz que bendecimos
es la comunión de la sangre de Cristo.
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo.
3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 11,23-26.
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
A fin de hacer presente en la conciencia el sentido profundo de la cena del Señor, Pablo toma de nuevo las palabras que ya los corintios conocían y con las que Jesús había confiado el misterio eucarístico a su Iglesia. «Del señor las ha recibido él». Con esto no se refiere a una palabra inmediata del Señor, es decir, recibida sin intermediarios, sino a la tradición cultual que se remonta hasta el Señor mismo y que Pablo ha recibido de la primera comunidad para seguir trasmitiéndola.
Y estas palabras las repite e inserta Pablo en el marco de unas exhortaciones que dirige a una comunidad dividida en bandos y cuyas reuniones debían ser continuamente fuente de fricciones por problemas de muy distinto orden e importancia, pero, en cualquier caso, indignas de unos cristianos que, como tales, habían recibido el encargo del Señor de celebrar su eucaristía. Los abusos que cometen con la celebración de la misma (unos separados de otros, o unos comiendo y otros no, quedando humillados) chocaban frontalmente contra el mandato de un Jesús que en esa cena se puso a lavar los pies a sus discípulos.
El cuerpo «entregado» y la sangre «derramada», por vosotros, para formar un solo cuerpo con una misma vida… haciendo memorial para que, cuantas veces se recuerde, se vuelva a realizar tal cual: la entrega del Señor por todos, actualizando el pacto o alianza con Dios que libera, que salva.
4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: Si no te lavo no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.») Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El Maestro» y «El Señor», y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
El lavado de los pies era un servicio que se hacía para mostrar acogida y hospitalidad o deferencia. De ordinario, lo hacía un esclavo no judío o una mujer, la esposa a su marido, los hijos al padre. Al ponerse Jesús, Dios entre los hombres, a los pies de sus discípulos, destruye la idea de Dios creada por la religión.
Dios no actúa como soberano celeste, sino como servidor del hombre. El trabajo de Dios en favor del hombre no se hace desde arriba, como limosna, sino desde abajo, levantando al hombre al propio nivel, al nivel de libre y señor. El servicio de Jesús crea la igualdad, eliminando todo rango. En la sociedad que Jesús funda son todos señores por ser todos servidores. Por la práctica del servicio mutuo los discípulos deben crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres.
Pedro ha comprendido que la acción de Jesús invierte el orden de valores admitido. Reconoce la diferencia entre Jesús y él y la subraya para mostrar su desaprobación. Interpreta el gesto en clave de humildad. Tiene a Jesús por un Mesías que debe ocupar el trono de Israel, por eso no acepta su servicio. Él es súbdito, no admite la igualdad. No acepta en absoluto que Jesús se abaje; cada uno ha de ocupar su puesto. Pedro cree que la desigualdad es legítima y necesaria. Pero si no admite la igualdad no puede estar con Jesús. Hay que aceptar que no haya jefes sino servidores. La reacción de Pedro en el v. 9 muestra su adhesión personal a Jesús, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción. Al ofrecerse a que le lave las manos y la cabeza, Pedro piensa que el lavado es purificatorio y condición para ser admitido por Jesús. Juzgaba inadmisible la acción como servicio; como rito religioso se presta a ella. Jesús corrige también esta interpretación. El término «limpios» pone esta escena en relación con la de Caná, donde se mencionaban las purificaciones de los judíos. La necesidad de purificación, característica de la religión judía, significaba la precariedad de la relación con Dios, interrumpida por cualquier contaminación legal. Jesús había anunciado allí el fin de las purificaciones y de la Ley misma.
Ahora excluye todo sentido purificatorio de su gesto. Un discípulo sólo necesita que le laven los pies, es decir, que le muestren el amor, dándole dignidad y libertad. Jesús quiere evitar que se interprete erróneamente su gesto, como un simple acto de humildad. Con su acción Jesús ha mostrado su actitud interior, la de un amor que no excluye a nadie. El señorío de Jesús es una fuerza que desde el interior del hombre lo lleva a la expansión. No acapara, sino que se desarrolla. Esta es la norma válida para todo tiempo.
«El había de resucitar de entre los muertos»
También en los relatos pascuales el evangelio de Juan presenta notables diferencias respecto a los evangelios sinópticos, si bien es probable que parta de tradiciones comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la teología propia del círculo juánico.
En las palabras de María Magdalena resuena probablemente la controversia con la sinagoga judía, que acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún, al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario, queda claro que no ha habido robo.
La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un cierto enfrentamiento, en un problema de competencia entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: «El otro discípulo» llega antes que Pedro al sepulcro, pero le cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación, pero es el otro discípulo quien «ve y cree».
Seguramente que «el otro discípulo» es «aquel que Jesús amaba», que el evangelio de Juan presenta como modelo del verdadero creyente. De hecho, este discípulo, contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que Jesús no sería vencido por la muerte.
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