Tercer domingo de Cuaresma – Ciclo A

cuaresma

  1. Introducción

Lo que Jesús realizó con la samaritana, continúa haciéndolo con los catecúmenos y los fieles, con la Iglesia, actualizando en cada celebración el misterio de su pascua para nosotros. Que su acción sea tan eficaz en nosotros como lo fue en el corazón de la samaritana. Es el fruto de la Eucaristía, prenda desde ahora del misterio celestial (postcomunión).

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Segundo domingo de Cuaresma – Ciclo A

cuaresma

El domingo de la transfiguración sigue al de la tentación. Esto es muy significativo… La tentación viene a colocarse al comienzo del camino del sufrimiento y acecha todo a lo largo de él. Trata de desviar al alma del camino de sus sufrimientos saludables. Si el alma logra superarla, consigue la salvación, que no es otra cosa que la contemplación del Señor transfigurado y la propia divinización unida a Él. La tentación pretende esencialmente acortar el camino, alcanzar una transfiguración prematura apoyándose en las propias fuerzas; quiere pasar por encima de las etapas fijadas en dicho camino, quiere rehuir la cruz. Si cede a todo esto, viene la muerte y el abismo. En último término, la caída de nuestros primeros padres no fue otra cosa, y la misma tentación de Cristo no apuntaba sino a que manifestase prematuramente y de modo arbitrario la gloria divina que en El residía.

  1. ORACIÓN INICIAL

 

Teniendo en cuenta que el Padre está revelando la identidad de su HIJO y que nos deja un compromiso, al decirnos de: “escucharlo”, pidámosle que nos ayude a conocerlo siempre más y así valorar lo que significa que Él haya dado su vida por nosotros en la cruz.

 

Dios Padre, Dios de amor y ternura, Dios de misericordia y bondad, Tú que nos has enviado a tu HIJO, que lo has hecho hombre, para que te diera conocer, Tú que permitiste que Él muriera en la cruz, para hacernos ver hasta dónde llegaba tu amor hacia nosotros, ahora que nos estamos preparando para celebrar la Pascua de tu HIJO, ayúdanos a conocerlo siempre más, y así por medio de su Palabra, podamos penetrar en sus sentimientos, para valorar su gesto de amor, que dio su vida por nosotros, para que lo pudiéramos imitar y así amar como Él, amando hasta el final. Ayúdanos en estos días de Cuaresma, a darle tiempo a tu HIJO y así profundizar en su Palabra para conocerlo más y así poderlo imitar y seguir para ser capaz de dar vida como Él lo hizo. Que así sea.

  1. Textos y comentario

2.1. Lectura del libro del Génesis 12,1-4a:

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.» Abrán marchó, como le había dicho el Señor.

Muy acertadamente se ha designado al primer libro de la Biblia con el nombre de «Génesis». Fueron los traductores griegos de Alejandría, unos dos siglos antes de Cristo, quienes se lo impusieron. Y en efecto, ahí se encuen­tran apuntados los orígenes – génesis – de las instituciones y realidades más antiguas del mundo y del hombre. Entre otros relatos recuérdense los capí­tulos que nos cuentan la creación del mundo, la formación del hombre, el ori­gen del pecado, la elección de Abrahán etc. En el fondo no es más que un ori­gen y un proceso, lo que el autor quiere narrarnos: la historia de la miseri­cordia de Dios con el hombre, la historia de su amor con él, la historia de la salvación, en definitiva. Dios quiere salvar el hombre, es decir introducirlo en su amistad. Una vez que el hombre la desechó caprichosamente, la acción de Dios vuelve insistentemente a reducirlo otra vez hacia sí. El hombre no podía volver por sus propias fuerzas. La iniciativa tenía que partir de Dios. Ese empeño divino de salvar al hombre es el que trata de describir a gran­des rasgos primero, más detalladamente después, el autor de este libro.

 

Estamos en un momento importante. Comienza la historia de Abrahán, padre del pueblo hebreo. Es la primera vez que aparece este personaje. No­temos lo más saliente:

  1. a) Dios.- Dios llama a Abrahán. Aunque imperiosa, la voz de Dios es solí­cita, respetuosa y confidencial. Es una voz que ordena y promete, que invita y bendice, que apremia y salva. La voz de Dios es en este caso una elección, una predilección. La voz señala a Abrahán un destino particular. Abrahán es una pieza importante en el plan divino de salvación. La voz exige una re­nuncia, pero va cargada de promesas, llena de bendiciones. Dios lo quiere totalmente para sí. Hará de él un gran hombre, padre de muchas gentes, causa de bendición para todo el mundo. Allá a lo lejos se perfilan todas las gentes.

Dios tiene la iniciativa. La salvación parte de él; él la comienza y él la termina. Actúa con absoluta libertad, pero siempre con un amor y una atención supremos, pues él conoce y ama mejor y más que nadie a sus cria­turas. Dios dispensa su amistad a Abrahán. En cierto sentido son desde ahora una misma cosa.

  1. b) Abrahán.- La voz de Dios requiere una respuesta, y Abrahán la da. Abrahán obedece a Dios. Deja lo que tiene entre manos y se encamina, fiado de la promesa del Señor, hacia un país lejano y desconocido. Abrahán se deja guiar; en otras palabras, Abrahán se deja amar. Este acto obediencial, de fe, de Abrahán será celebrado elogiosamente por los autores del N. Tes­tamento, en especial por Pablo. Fue su salvación, su justificación. Reputó inútil su tierra y su país y consideró como cosa suprema la amistad con Dios. Así alcanzó las promesas y fue llamado «padre de los creyentes». Dios usa de «colaboradores» para el cumplimiento de su voluntad salvífica. Abra­hán colaboró. Abrahán partió de aquella tierra y siguió al Señor. Llegó a su «bendición».

2.2. Salmo Responsorial Sal 32,4-5.18-19.20.22

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

El salmo, es una confiada súplica o una confianza suplicante.

La confianza tiene por motivos: la palabra de Dios sincera, su promesa, su fidelidad comprobada a través de los siglos, su rectitud, su misericordia incomparable. Dios ama a sus fieles, Dios cuida tiernamente de ellos. La sú­plica se hace confiada. El estribillo lo expresa maravillosamente:. Pidamos confiados; hay motivos más que suficientes. Cristo aboga por nosotros.

2.3. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1,8b-10:

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.

Es una de las cartas que integran el reducido grupo de las «pastorales». Va dirigida a Timoteo, discípulo de Pablo. Timoteo es «pastor», «obispo», «superintendente» de la Casa de Dios de Éfeso. Allí se halla una comunidad de fieles, una iglesia de Cristo y al frente de elle Timoteo.

No resulta fácil gobernar una comunidad cristiana; menos aún en una ciudad cosmopolita, idólatra y orgullosa de sus cultos; mucho menos todavía en un tiempo en que, a una dentro de la comunidad, comienzan a pulular tendencias doctrinales y morales francamente heterodoxas. Timoteo debe vigilar atentamente; debe actuar cuando las circunstancias lo requieran; debe «reavivar el carisma» que se le otorgó con la imposición de las manos; debe predicar el evangelio y hacerlo cumplir. Pablo le anima a ello con algu­nas exhortaciones, normas y consejos.

Estamos al comienzo de la carta. Timoteo debe «trabajar duramente» por el evangelio, con todas sus fuerzas. No es cosa fácil evangelizar; cuesta tra­bajo, requiere la total entrega de la persona. Evangelizar equivale a salvar. La salvación viene de Dios; Timoteo es ministro. La salvación es una gracia y la gracia viene de Cristo. Dios ha dispuesto salvar al mundo en Cristo. Ya ha llegado el momento oportuno; el Hijo de Dios se ha manifestado y ha dado comienzo a la obra de la salvación. El evangelio que lo anuncia trae la sal­vación. La salvación es muerte a la muerte y comunicación de la vida inmor­tal. Cristo es el autor de la obra. Con su muerte dio remate al que tenía el imperio de la muerte (Hb 2,14-15) y abrió el camino que conduce a la vida. Timoteo debe darse cuenta de la importancia y de la necesidad de su tra­bajo.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Mateo 17,1-9:

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Un momento luminoso en la vida de Cristo. El episodio es sorprendente; no pedimos privarlo del carácter de «misterio». El acontecimiento es un «misterio» de la vida de Cristo. La escena nos invita a la contemplación. Es quizás la mejor postura para la mejor comprensión del suceso «misterioso». Los tres evangelistas sinópticos la traen en idénticas circunstancias. Algo muy importante.

El acontecimiento es una «epifanía», una manifestación sensible de la di­vinidad. La montaña, símbolo de la presencia divina, la «voz» del Padre, la transfigu­ración de Cristo, revelan a las claras la «manifestación» palpable de Dios. La «gloria» de Dios sobrecogió a los apóstoles. Veamos algunos detalles.

El acontecimiento tuvo lugar «seis días después», dicen unánimemente los evangelistas (unos ocho, dice Lucas). El dato cronológico, tan raro en los si­nópticos, no pedimos desatenderlo. Si los seis días se refieren a la confesión de Pedro, iluminado por el Padre, habría que subrayar entonces el aspecto de glorificación, de Jesús Hijo de Dios, Mesías; si lo referimos, en cambio, al primer anuncio de la pasión, habría que subrayar la relación del aconteci­miento con la pasión y resurrección de Cristo, Hijo de Dios. Puede, con todo, que se refiera a ambos. El último versículo nos recuerda que el Hijo del Hom­bre resucitará de entre los muertos. El Hijo de Dios Siervo.

Una «epifanía» de ese calibre no es para cualquiera. Sólo tres son testigos de ella: los predilectos, Juan, Santiago y Pedro; sin duda alguna los más ad­heridos al Maestro. Dios revela sus misterios a sus fieles. Al fin y al cabo la revelación es un signo de amistad. La palabra de Pedro es encantadora: «Qué bien se está aquí». ¿No es ese el destino del hombre en Cristo? Ese es realmente nuestro fin: vivir con Dios y disfrutar de su presencia; lo veremos cara a cara. No ha llegado, sin embargo, el momento. Los ojos del hombre no pueden resistir la luz divina y sus oídos la voz de cielo. Aterrorizados caen en tierra. La gloria de Dios se impone. Es menester una transformación, una purificación. Cristo manifiesta por un momento la transformación que le es­pera en la Resurrección. A la Resurrección, no obstante, se llega por la muerte. No es otro el camino que han de seguir los discípulos.

Moisés y Elías. Dos figuras eminentes de la Antigua Economía. El pri­mero representa la Ley, el segundo los profetas. Ambos, siervos de Dios; ambos, hombres de fuego; ambos, en el Sinaí; ambos, presenciaron la «epifanía» del Señor; el uno, entre fuego y temblores de tierra; el otro, en el paso leve de una brisa tenue. Los dos dan testimonio de Jesús. Jesús es más que ellos. Ellos son siervos, él es el Hijo.

La voz, es el centro de la narración. Es la voz del Padre, creadora y reve­ladora al mismo tiempo. Jesús es el único Hijo de Dios. No hay otro como él. Su mismo cuerpo se transfigura, lleno de gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre. Cristo es un ser celeste. La voz del Hijo es la voz del Padre, es su Palabra. Es menester escucharle. No hay por qué temer su voz. Es una voz divina en forma humana. En el Sinaí infundía espanto; aquí no. La voz, no obstante, no suena en vano. Hay que escucharla y se­guirla. Esa es la voluntad del Padre.

La escena tiene cierto carácter de «misterio». Por una parte es misterioso que Cristo se transfigure, no habiendo todavía resucitado. Está todavía en estado de Siervo Paciente y por tanto velado por la naturaleza humana. Por un momento deja transparentar su gloria. Es un momento y desaparece. Por otra parte el misterio está en que Cristo no transparente siempre su gloria. Es el «misterio» mesiánico. Se hizo Siervo e igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Jesús tiene que padecer; por un momento deja ver su gloria. Los apóstoles que lo presenciaron afianzaron su fe. La Transfiguración del Señor anuncia ya su triunfo, su Resurrección. Esta ha de venir después de su muerte. Una vez pasada la maravilla, las cosas tornan a su estado nor­mal. De nuevo el «secreto mesiánico».

 

Reflexionemos:

 

La Cuaresma es la preparación a la celebración de la Pascua, es decir a la digna celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. El Misterio de Cristo es polifacético. Polifacética es también la prepa­ración.

Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Amado, el Predilecto. A él deben dirigirse nuestras miradas y consideraciones. Jesús triunfa de la muerte; es decir, Cristo es más que hombre, supera las limitaciones de la naturaleza humana. La Transfiguración es un anuncio. Dios lo ha puesto para nuestra salvación. Tenemos que escucharle. En ello nos va todo. Nuestro destino es gozar de la presencia del Señor, ser un día transformados, ser luz sin man­cha. Todavía no ha llegado el momento. El camino es seguir a Jesús y obedecerlo. Debemos ser purificados antes de entrar a la posesión de Dios.

Jesús da cumplimiento a las promesas de Abrahán. El es la bendición de todos los pueblos. También nosotros somos llamados a seguir a Dios Ha de ser en Cristo. Hay que abandonarlo todo, si así se nos exige, y seguir a Cristo. En Cristo la salvación, dice Pablo a Timoteo. El cristiano está lleno de esperanza. Nuestro Señor Jesucristo es el Señor. El puede salvarnos, en él se ha revelado la misericordia de Dios. Debemos acercarnos a él confia­damente. Llenos de confianza, pidamos en este tiempo de cuaresma.

 

  1. ORACIÓN FINAL

 

Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Quiero ser tu vidriera, tu alta vidriera azul, morada y amarilla. Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero de ti en tu gloria traspasado. Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Mas no a mí solo, purifica también a todos los hijos de tu Padre que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron que les guiara a balbucir el Padrenuestro. Transfigúranos, Señor, transfigúranos. Si acaso no te saben, o te dudan o te blasfeman, límpiales el rostro como a ti la Verónica; descórreles las densas cataratas de sus ojos, que te vean, Señor, como te veo. Transfigúralos, Señor, transfigúralos. Que todos puedan, en la misma nube que a ti te envuelve, despojarse del mal y revestirse de su figura vieja y en ti transfigurada. Y a mí, con todos ellos, transfigúrame. Transfigúranos, Señor, transfigúranos. Amén.

 

 

Primer domingo de Cuaresma – Ciclo A

cuaresma

La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación. A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.

La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma, el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo centro de su fe y de su esperanza. No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir, en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean mejor participados y vividos.

1. ORACIÓN INICIAL

Señor Jesús, cuando comenzabas tu ministerio, cuando ibas a darte a conocer, cuando comenzarías a manifestar tu identidad y el proyecto del Padre, el Espíritu te lleva al desierto y allí permaneces durante cuarenta días, y al final de ese tiempo, fuiste tentado por el diablo, que buscó seducirte y desviarte de la misión que el Padre te había dado. En ese momento Tú nos mostraste la manera de vencer esas tentaciones y ahí Tú te aferraste a la Palabra del Señor y así permaneciste fiel a lo que Él te pedía y quería de ti. En estos días de cuaresma, ayúdanos a que también nosotros, permanezcamos fieles a lo que nos pides y así vivamos como Tú, dando testimonio de ti, en todo momento, viviendo como el Padre nos pide. Que así sea. Seguir leyendo «Primer domingo de Cuaresma – Ciclo A»

Domingo 8 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

1. Introducción:
Las lecturas del domingo VIII del tiempo ordinario, en particular, el evangelio, nos invitan a comprender nuestra existencia y realidad humana y terrena en la óptica de comunión con lo divino. Si verdaderamente participamos sacramentalmente de la doble existencia de Jesucristo, tal condición necesariamente ha de tener su impacto en la forma en que enfrentamos nuestras propias necesidades materiales. Llamar a Dios “Padre celestial” tiene consecuencias profundas, es esencial a la existencia del cristiano.

Uno de los elementos que caracterizan al Dios cristiano es su infinita generosidad para con sus hijos, que se expresa plenamente en la vida y misión de Jesús de Nazaret, quien con sus actitudes y comportamiento hacen presente el Reino de Dios, es decir, el amor y la solidaridad incondicional de Dios que sale al encuentro del ser humano, con el fin de darle vida en abundancia. Éste es el tema central de hoy.

1.1. Oración:

Concédenos, Señor, que el curso de los acontecimientos del mundo se desenvuelva, según tu voluntad, en la justicia y en la paz, y que tu Iglesia pueda servirte con tranquilidad y alegría. Amén. Seguir leyendo «Domingo 8 del Tiempo Ordinario – Ciclo A»

Domingo 7 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

Es el amor de Dios el que nos reúne cada domingo en comunidad con los hermanos. Hoy la liturgia nos invita a ser santos porque el Señor es santo. El mensaje del amor total, a todos sin distinción, es propio de los hijos de Dios.

1. Introducción

Las lecturas de hoy nos hablan de la santidad. Es más, el evangelio termina con una invitación a ser “perfectos”. A eso estamos llamados todos los que queremos seguir las huellas de Jesús. Tenemos que ser perfectos. Pero la gran pregunta es: ¿qué significa ser perfectos? ¿En qué consiste la perfección? Pablo en la segunda lectura viene a plantear la misma cuestión pero desde otro punto de vista. En realidad Pablo nos dice que los cristianos ya somos perfectos. Por la sencilla razón de que ya somos “templo de Dios” y el Espíritu de Dios “habita en nosotros”. Lo que nos corresponde es comportarnos como debemos: no según la sabiduría de este mundo sino según la sabiduría de Dios. Acerquémonos a la lectura y reflexión de los textos bíblicos. Seguir leyendo «Domingo 7 del Tiempo Ordinario – Ciclo A»

Domingo 6 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

Esta nueva manera de cumplir la Ley en su plenitud nada tiene que ver con el legalismo de los escribas y fariseos. No se trata de una hermenéutica más perfecta de la letra de la Ley, sino de la interiorización de su espíritu. Si se encuentra la clave que todo lo simplifica, no sólo se evitan las angustias y el miedo. Paradójicamente, sólo cuando se abandona el legalismo está el creyente en condiciones de ser radical.

1. Oración:

Señor Dios nuestro Tú la revelación plena del Padre y el que nos has ayudado a conocer a Dios como Padre, has venido a darnos la interpretación plena, total y auténtica de las Escrituras, es por eso, que haces alusión a lo que ellas dicen, pero enfatizas que hay algo nuevo y así nos dices: …pero YO les digo…, es así, que te pedimos que nos ayudes a tener la capacidad de comprender y valorar la nueva perspectiva que Tú estás dando a toda la revelación, porque la estás interpretando desde el corazón del Padre, es por eso, que te pedimos que nos ayudes, que nos ilumines, que nos hagas leer la vida con tus ojos y tu corazón para poder vivir de acuerdo a tu voluntad y así vivir en sintonía de amor contigo, actualizando en nosotros tus enseñanzas. Que así sea.

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Domingo 5 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

Sal y luz, el sabor y el color de nuestra vida en Jesús

1. Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo concédenos tu luz, para que amanezca la luz de nuestro perdón y la ofrezcamos a aquellos hermanos que nos han ofendido.
Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz de la alegría y la ofrezcamos con tu fuerza a los hermanos que viven tristes. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz de una sonrisa y la brindemos a los hermanos que han perdido la esperanza. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz del compartir y seamos solidarios con los hermanos. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Concédenos, Espíritu Santo, tu luz para dar sabor a nuestra vida según los valores del Evangelio. Concédenos, Espíritu Santo, tu luz para dar color a nuestra vida participando en la Eucaristía. Seguir leyendo «Domingo 5 del Tiempo Ordinario – Ciclo A»

Domingo 4 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

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Domingo 3 del Tiempo Ordinario – Cicl

ordinario

En este domingo Cristo se nos muestra como luz, pero una luz que nos permite descubrir su persona. Jesús es la luz que poco a poco se enciende para iluminarnos a Dios. Es una luz para todos los hombres y que a su vez necesita de los hombres para continuar iluminando la humanidad. Y por último es la luz que nos envuelve a todos, que a todos nos une bajo su resplandor.

0. Oremos para que sepamos  seguir a Jesús radicalmente, hasta el fin.
Oh Dios y Padre nuestro: Tu Hijo nos invita, de modo suave pero insistente, a seguirle como discípulos fieles. Abre nuestras mentes a su luz, haz que respondamos a su amor y que le confiemos a él todo nuestro ser. Que su reino crezca en cada uno de nosotros y en todo el mundo, para que nos lleve con esperanza a la alegría que tú has preparado para nosotros en tu casa Te lo pedimos por medio de Jesucristo nuestro Señor.

0.1. Acerquémonos a la lectura y reflexión de la divina Palabra. ” … Isaías anuncia en términos exultantes la liberación…, los que vivían en tristeza y en sombras vieron una luz grande… ” (Is 9, 1-4).

1. Lectura del Profeta Isaías 9,14.

En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; ahora ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín. Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombre los quebrantaste como el día de Madián.

v. 1: El mismo profeta que había anunciado la ruina del Reino del Norte (cf. cap. 5 y 8), es el que ahora anuncia su salvación. La ira de Dios no es lo último en sus caminos inescrutables, sino la misericordia y la gracia. Si Dios castiga es para salvar, no “para arreglar cuentas”.

v. 2: Cuando una persona se halla en apuros y, de pronto, le ocurre alguna solución inmediata decimos que “le ha encendido el foco”. De igual manera describe el profeta la salvación de Dios, “sol de justicia”, para un pueblo que padecía la humillante opresión de sus invasores. La “luz grande” que verá ese pueblo esclavizado es la presencia de Dios que viene a salvarle y a poner en fuga a todos sus enemigos (cf. 10. 17; Sal 50. 2; 27. 1; 104. 2). La descripción de este cambio venturoso allí donde cundía el desespero de los sometidos y dominaba el despotismo de los invasores, se hace espontáneamente un canto de alabanza a Dios en boca del profeta.

v. 3: Los que son librados se alegran como el campesino se alegra en la cosecha. Los que vivimos en la ciudad y dependemos de un sueldo no podemos figurarnos la alegría desbordante del campesino que ha esperado pacientemente el fruto de su trabajo y ahora, al fin, mete con alegría y fuerza la hoz en su propia mies.

v. 4: En tiempos de Teglatfalasar III los asirios se anexionaron estas tierras que menciona el profeta y abrumaron con tributos a sus habitantes, trataron a los hijos de Israel como si fueran animales de carga. Se explica el gozo profundo y la alegría de estos hombres que ven ahora como el Señor desarma a sus opresores y rompe el yugo de su esclavitud. La nueva salvación aviva la memoria y confirma la fe de los hijos de Israel: una vez más sucede lo que ya sucedió el “día de Madián”, el Señor salva a su pueblo. Las antorchas de Gedeón y de sus hombres en medio de la noche espantaron a los enemigos y disiparon los temores del pueblo (Jc 7.), así también ahora la “luz grande” que brilla en la Galilea ocupada por los asirios. Pero la verdadera luz está por ver, cuando aparezca en Jesús de Nazaret comenzará a brillar en estas mismas tierras. Respondamos a esta palabra, reconociendo que solamente el Señor es nuestra luz y definitiva salvación.

2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 26,1. 4. 13-14

R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación; 
¿a quién temeré? 
El Señor es la defensa de mi vida; 
¿quién me hará temblar?

Una cosa pido al Señor, 
eso buscaré: 
habitar en la casa del Señor 
por todos los días de mi vida; 
gozar de la dulzura del Señor 
contemplando su templo.

Espero gozar de la dicha del Señor 
en el país de la vida. 
Espera en el Señor, sé valiente, 
ten ánimo, espera en el Señor.

Lo peor de todas esas sombras es el “divisionismo”: ” … las rivalidades y divisiones acechan en toda estructura humana. A Pablo le duele que la Iglesia de Cristo se rompa y se divida. “

3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1,10-13.17.

Hermanos: Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Estad bien unidos con un mismo pensar y sentir. Hermanos, me he enterado por los de Cloe de que hay discordias entre vosotros. Y por eso os hablo así, porque andáis divididos diciendo: «Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en nombre de Pablo? No me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo.

La carta de Pablo a los cristianos de Corinto responde a las preguntas planteadas al apóstol por los notables que fueron a consultarle en nombre de la comunidad (1 Cor. 16, 15-16). Pero Pablo comienza por dedicar algunas líneas al problema de las facciones que dividen la comunidad.

a) Las facciones en la Iglesia de Corinto se constituyen en torno a Pablo, a Apolo, a Pedro y… a Cristo (v. 12). Se trata sin duda de cristianos que han conocido personalmente a uno y otro de estos cuatro personajes, han aceptado su mensaje y quizá han sido bautizados por ellos. Y cada uno de ellos asimiló con preferencia, dentro del mensaje de su padre en la fe, los matices que más le atrajeron: algunos con un carácter judaizante (partidarios de Pedro), otros con una nota profética y libre (¿adeptos de Jesús?), quién el espíritu misionero y ascético de Pablo y finalmente quienes seguían el espíritu dialéctico y filosófico de Apolo.

Pablo ha tratado inmediatamente de disolver el grupo centrado en torno a él afirmando que no tiene prácticamente ninguna pretensión respecto a él, puesto que no ha bautizado a nadie (vv. 14-16). Rechazará a continuación el estatuto del grupo de Apolo mediante la exposición de la sabiduría cristiana (1 Cor. 1, 17-4, 21) y arremeterá contra los libertarios (¿los de Jesús?) en los caps. 5 y 6.

Para destruir esos grupos en su embrión, Pablo distingue al Maestro de su ministro: solo el primero ha sido crucificado, con lo que mereció el título de Salvador y de Maestro, y el Maestro ha sido el único en instituir el bautismo en su nombre (v. 13). El discípulo no es más que un mensajero y un misionero de la cruz (v. 17). De hecho, las facciones se construyen cuando se da preferencia al ministro sobre el Maestro, al rito sobre el mensaje, Pablo sitúa al ministro en su puesto de simple intendente (1 Cor 4, 1-5) y el rito bautismal en su estrecha dependencia respecto a la Palabra de evangelización.

b) Pablo manifiesta más interés hacia el ministerio de la evangelización que hacia el ministerio litúrgico (v. 17; cf. también Rom. 15, 15-16). El apóstol vive en una época en que el rito ocupa un lugar excesivo en todas las religiones; el judaísmo en Israel, la disputa sobre los bautismos entre los seguidores del Bautista y cristianos, los “misterios” de la religiones griegas, etc. Como no está de acuerdo con que el cristianismo se caracterice por la incorporación de ritos nuevos, insiste en hacer de él, ante todo, una religión de la Palabra y de la Misión. Pero no es que propugne una religión sin rito, sino que afirma que el rito está actualmente supeditado a la Palabra y a la Misión y no recibe su eficacia sino de la Palabra misionera y sacramental que le acompaña y de la fe con que es acogida esa Palabra.

Preparémonos para escuchar las palabras del Evangelio que nos sitúa a Jesús en un lugar concreto, iluminando las realidades humanas, Jesús inicia su predicación y llama a sus discípulos: Galilea es la frontera geográfica y teológica: su población es heterogénea, casi pagana, periférica, casi marginación del pueblo de Dios; ahí es donde Jesús inicia su ministerio, viene a eliminar fronteras… Jesús llama al Reino (Mt,4, 12-23)

4. Lectura del santo Evangelio según San Mateo 4,12-23.

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el Profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. [Paseando junto al lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: -Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.]

En el evangelio de hoy podemos distinguir claramente tres partes: a) la presentación de Jesús que predica en Galilea; b) el mensaje que predica; y c) la elección de los discípulos.

a) La actividad de Jesús empieza cuando Juan fue “entregado” (más que “arrestado”): su misión de precursor termina de modo semejante a la del propio Jesús. Ante esta noticia Jesús se retira a la región de Galilea, estableciendo en Cafarnaún el centro de su actividad.

La predicación de Jesús se inicia en la “Galilea de los gentiles”, es decir, en una región donde la situación religiosa del pueblo era más precaria, debido a una gran cantidad de población pagana. Los primeros destinatarios de la predicación de Jesús van a ser, por tanto, los que están más necesitados de ella, y los que aún no conocen la “luz” de la revelación porque viven en las “sombras” del paganismo. Y, a través de estos paganos, la predicación de Jesús se dirige a todas las naciones.

b) El mensaje de Jesús es el mismo que Mateo pone en labios del Bautista: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt 3,2). Aunque las palabras sean las mismas, el evangelista Mateo nos irá mostrando que el contenido no es idéntico. Subrayemos, en primer lugar, que Jesús no vincula la conversión a un bautismo, ni se pone a predicar en el desierto, sino entre la gente de su pueblo. Estas palabras de Jesús no son más que el inicio de su ministerio de la palabra, que los siguientes capítulos de Mt irán desarrollando. El mensaje de Jesús se resume en esta frase: está cerca el Reino de los cielos. El Reino de Dios (o de los cielos), expresión ya existente en el pueblo de Israel, se contrapone a todos los demás reinos o poderes humanos que pretenden un dominio total sobre el pueblo de Israel -también al poder que se ofrecía a Jesús en sus tentaciones-, y expresa el deseo de que sea Yahvé quien reine. Este reinado de Dios, dice Jesús, “está cerca”; de hecho comenzó ya con El: Dios reina ya en Jesús y quiere reinar en cada hombre. Esto tiene una exigencia práctica muy concreta: convertíos.

c) Estrechamente unido a la proclamación del mensaje, vemos el seguimiento de los discípulos (Mt y Mc nos lo presentan de forma muy esquemática, y no sabemos qué tiempo transcurrió entre el inicio de la predicación y la elección de los discípulos). De todos modos, lo que más nos interesa es el significado de la expresión “seguir a Jesús”: en primer lugar se trata de una llamada personal hecha por el propio Jesús que en el evangelio de hoy va seguida por una respuesta inmediata; para los discípulos esto supondrá ser -como Jesús- testigos del Reino de Dios. Habrá también mucha gente que, atraídos por la autoridad de su palabra o por sus curaciones (cfr. 4,25) seguirá a Jesús; pero el propio Jesús les hará caer en la cuenta de que ser discípulo significa olvidarse de sí mismo, cargar la propia cruz y seguirle (cfr. 16,24).

Hagamos nuestro el mensaje de los textos que nos ofrece la liturgia dominical, reconociendo que Jesús es Luz para todos los pueblos, que nos llama para iluminar con su luz nuestra vida y la de los demás y, que nuestro seguimiento se centra en él.

Cristo es Luz de todos los pueblos
Lo que nos llama la atención de las lecturas de este domingo, y que debemos resaltar, es la perfecta armonía que existe entre ellas. Esto no sólo es debido a que en el Evangelio de Mateo se nos cite el pasaje de Isaías que tenemos como primera lectura, sino porque en todas ellas, incluyendo el salmo responsorial, Cristo se nos presenta como la Luz, que alumbra hoy muchas realidades. Para empezar vemos que Jesús es la luz que poco a poco se ha ido encendiendo. Pensemos que el relato nos habla del comienzo de su vida pública, pero ya hacia mucho tiempo que esa luz había comenzado a iluminar. Jesús no es un fogonazo que nos deja ciegos, sino justamente lo contrario, la luz que poco a poco nos deja ver más claro su amor “Tu luz nos deja ver la luz” (Sal 35). Pero aunque esta luz surja poco a poco no es tímida, es universal. Cristo es visto como una “luz grande” en la Galilea de los gentiles, en los lugares que la sociedad piadosa judaica, centrada en la luz de su amada Jerusalén, no alcanzaba a ver como buenos judíos porque “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46). Y sobretodo está luz progresiva, que nos alumbra a todos para conocer a Dios, no es una luz muda sino que tiene un mensaje clave: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”. Este anuncio no nos tendría que dar miedo, sino alegría. El Reino de los cielos es el momento en que Dios Padre lleno de Misericordia va a llenar nuestra vida de sentido. El Reino de los cielos no es otro imperio terrestre, sino el imperio de la justicia y el amor. Por ello esta luz nos deja ver la verdad de nuestra existencia: vivir plenamente ese amor. Pero hemos de convertirnos, es decir, dar la vuelta a nuestros valores para aceptar los valores del Reino/reinado de Dios con gozo porque Dios será nuestro Rey.

2. La llamada de Cristo es para todos
“Pero Jesús, la luz que brilla, no quiere actuar sólo; todo hombre, incluso, el hombre Dios es hombre con otros hombres. Por eso Jesús busca enseguida colaboradores”. Este bellísimo pasaje de Von Balthasar nos puede ayudar a comprender la siguiente acción de Jesús en el Evangelio. Cristo no sólo anuncia una nueva luz, sino que necesita de sus discípulos, de seguidores, de “amigos” suyos (Jn15, 14-16) para que esta luz continúe brillando. La misma encarnación fundamenta la llamada a otros hombres para que sean colaboradores de su misión. Pero un detalle importante es darnos cuenta de la forma de llamar de Cristo. Llama a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta máxima libertad de Jesús es condición necesaria para nuestra propia vocación cristiana. Jesús llama a unos simples pescadores, unos “obreros” de la pesca. Pero también llama a unos pescadores con barca y redes, los “ricos” del negocio. La llamada al seguimiento es universal, para todos. La luz no es para muchos ni para pocos sino para todos los hombres y para todo el hombre. Pero a todos los llamados se les llama a lo mismo y se les dará la misma paga, aunque dejen diferentes cosas. Todos buscan seguirle y todos serán pescadores de hombres. Por ahora los discípulos serán “contemplativos” del maestro, pero cuando ellos también hayan de comenzar a actuar las misiones que recibirán serán las mismas para todos, pero también las adecuadas para cada uno de ellos. Esta es la forma real de la unidad de la Iglesia, que es tanto la que predica Pablo en la segunda lectura como en otros textos que la complementan (Rom 12, 1Co 12). Pero esta ya es nuestra última clave.

3. Jesucristo, el único objeto de nuestro seguimiento y pertenencia
Quizás este sea el aspecto de las lecturas de este domingo que más podemos aplicar a nuestra realidad cotidiana y eclesial. El apóstol Pablo comienza así esta carta a su querida comunidad de Corinto, que debía estar dando un ejemplo poco edificante al resto de sus iglesias hermanas. Y esto era debido a sus divisiones, a sus luchas intestinas dentro de la comunidad para ver quién era más o quién tenía toda la verdad: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo”. ¡Cuantas veces a nosotros nos pasa lo mismo dentro de la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas! Una constatación de todo ello la tenemos estos días muy presente, ya que estamos dentro del octavario de oración para la unión de los cristianos. Las divisiones siempre se dan por creerse las dos partes las únicas llenas de razón y romper el diálogo. Pero la lectura de Pablo, que es expresión de su propia experiencia de conversión, nos habla de la verdadera forma cristiana de luchar y vivir por la unidad: “¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros? ¿Habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” No. Nosotros somos hijos de Dios por Cristo y su vida, muerte y Resurrección es la que nos ha mostrado el camino verdadero del hombre. Cristo es nuevamente una luz para todos, pero esta vez una luz que nos abarca a todos en su interior. Cristo es el fundamento único de nuestra pertenencia y unidad porque es el único que nos ha mostrado y amado como Dios. Por eso es todavía más sangrante que nosotros fundamentemos nuestras divisiones en su Persona. Tengamos así especialmente en cuenta este domingo esta intención, y pidámosla al Espíritu, principio de la unidad, que nos ilumine con la verdadera y única Luz: Cristo.

4. Oración final:
Señor Dios nuestro: En nuestro caminar hacia ti, Tú nos has iluminado con la Palabra de tu Hijo. Que él nos transforme a su imagen, como luz para el mundo; que llevemos una chispa de esperanza a donde haya desesperación, un resplandor de alegría  a donde haya tristeza, amor a donde haya indiferencia o, peor todavía, a donde haya odio y rencor. Te lo pedimos en el nombre de Jesús nuestro Señor. Amén.

II Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

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Entre la despedida y la vuelta del Señor, los cristianos tenemos una tarea que realizar. Iniciamos un ciclo litúrgico, Domingos del Tiempo Ordinario, porque siguen y realizan la pascua pentecostal que viene a expandir la fe fuera de la Iglesia, y que manifiesta que los cristianos tenemos que ser los realizadores de la extensión del Reino de Dios. Su vida se ha convertido en misión de testimonio. Nace el tiempo del testimonio. Domingos verdes, les llaman otros; en definitiva domingos de maduración cristiana, de afirmación cristiana desde el mayor conocimiento y compromiso con la fe en Jesús. Las lecturas de hoy nos cuestionan el concepto de misión. Nos alertan acerca de una concepción raquítica y limitada de lo que significa ser seres cristianos, siervos y seguidores.

1. Oración inicial

Señor Jesús, Tú el que nos bautizas con Espíritu Santo, que eres el Cordero de Dios, el que quitas el pecado del mundo, el que nos das vida con tu vida, el que has venido a revelarnos al Padre y a llevarnos a Él, te pedimos que nos ayudes a conocerte más, a saber quién eres, y que conociéndote demos testimonio de ti, dándote a conocer como lo hizo Juan para que viviendo con alegría, nuestra fe en ti, busquemos que otros te conozcan y te sigan, para que Tú nos des vida uniéndonos a ti, para vivir como Tú, teniendo de ti vida y salvación. Que así sea.

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