Domingo 18 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XVIII del tiempo ordinario ciclo C

1. Oración

Aquí estamos delante de ti, ¡oh Espíritu Santo! Sentimos el peso de nuestras debilidades, pero estamos todos reunidos en tu nombre; ven, asístenos, ven a nuestros corazones; enséñanos tú lo que debemos hacer, muéstranos tú el camino a seguir, realiza en nosotros todo cuanto te pedimos. Tú seas sólo el que nos sugiera y guíe en nuestras decisiones, porque tú sólo con Dios Padre y con su Hijo, tienes un nombre santo y glorioso; no permitas que por nosotros sea dañada la justicia, tú que amas el orden y la paz; no nos desvíe la ignorancia; no nos vuelva parciales la humana simpatía, no seamos influenciados por cargos o personas; tennos sujetos a ti y nunca nos separaremos de la verdad; haz que reunidos en tu santo nombre, sepamos contemplar bondad y ternura juntos, de modo que hagamos todo en armonía contigo, en la esperanza de que por el fiel cumplimiento del deber se nos den los premios eternos . Amén.

Lectura del libro del Eclesiastés 1,2; 2,21-23.

Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad.

El libro del Eclesiastés describe extensamente lo que él llama la vanidad de las cosas y el pasaje de este día aplica este análisis al sentido del trabajo del hombre. La vanidad consiste en la distancia existente entre el ideal del hombre y las realizaciones a las que llega. El corazón del hombre experimenta un deseo de absoluto que nunca llega a satisfacer. Esto no es una consecuencia del pecado, sino simplemente la expresión de la limitación humana. Hoy se llama a la vanidad el absurdo o la ambigüedad. Tomar una decisión y no poder darle la solución mejor; buscar y no poder atrapar jamás la verdad absoluta; trabajar para el futuro y verlo en manos de los que vienen detrás quienes destruyen aquello que se les había ofrecido, ¿no es todo esto algo propio de la condición humana? La vanidad se convierte en la falta del hombre que desconoce los límites y equívocos que se imponen a su esfuerzo. La vanidad es la locura humana que no cuenta con la muerte y se encuentra, de esta manera, brutalmente ridiculizado por ella.

¿Como se puede salir de esta vanidad absurda? Cierto que no se sale de ella haciendo que se la ignora: sería esto una locura que el Eclesiastés denuncia con gran vigor. Tampoco se puede salir de ella recurriendo a un más allá: el autor se opone clarísimamente a todo mesianismo y escatologismo. Nadie puede escapar al absurdo humano. La única solución es vivirlo plenamente en toda su caducidad y su muerte misma. Solo un hombre ha vivido esta experiencia. El ha podido salir victorioso uniéndose íntimamente con su Padre y así, en la muerte misma, encontró la vida.

Salmo Responsorial Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 (R.: 1)R. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tú reduces el hombre a polvo, diciendo:
«Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó;
una vela nocturna. R.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando?
Ten compasión de tus siervos. R.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3,1-5.9-11.

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia, y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Pablo presenta dos temas preferidos: la unión con Cristo y el ser prolongación de Cristo. Pablo insiste siempre en que nosotros debemos completar lo que Cristo hizo ya por nosotros. Este texto contiene todo el campo conceptual y teológico de la complementariedad. Para Pablo hay dos tipos de complementariedad tomados del AT y que no son intercambiables. El primero se expresa con la fórmula paulina «por nosotros, por todos». Quedan eliminadas todas las diferencias de clases. Esta fórmula tiene su origen en los poemas del Siervo de Yahvé. El segundo tipo se expresa con la fórmula «con él». La lectura de hoy trata preferente de este tipo. Nuestra participación en la obra de la salvación es distinta de la de Cristo. No podemos decir que lo que él es para nosotros, seamos nosotros para él. Pero se trata de llevar a plenitud la obra salvífica y en ella tenemos asignada nuestra parte. Esto presupone que toda la existencia humana entra en comunión con Cristo. Los cristianos quedan insertos en el destino de Cristo.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12,13-21.

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. El le contestó: -Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: -Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: -Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: «Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe, y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.

Lucas no condena a los ricos por ser ricos: el dinero ni es bueno ni es malo, como la electricidad. Solamente el uso que se haga de él puede ser bueno o malo. Ahora bien: la equivocación del rico insensato está en servirse de sus riquezas como si estuviera él solo sobre la tierra. En las sesenta y cinco palabras que resumen sus declaraciones se encuentran catorce veces las palabras «yo» o «mío». Con otras palabras, el rico insensato, porque piensa que ha sido él solo por sí mismo quien adquirió las riquezas, como si no hubiera heredado nada de sus padres, como si no hubiera recibido nada a causa del trabajo de sus obreros. El es el único. El está solo además en la explotación de sus bienes, hasta el punto de que su única preocupación es invertir nuevas riquezas para aumentar la plusvalía, sin darse cuenta de que los verdaderos graneros de sus cosechas deberían ser los estómagos vacíos de sus hermanos los hombres.

Para la revisión de vida ¿Te produce satisfacción tu trabajo? ¿Encuentras sentido en lo que haces y vives? ¿Cómo vives tus afanes en el trabajo, en todo lo que realizas a lo largo del día? ¿Qué haces para despojarte del hombre viejo: el egoísmo, la envidia, la mentira… y revestirte de las actitudes de Jesús: bondad, amor, misericordia, comprensión…? ¿Cómo vas renovando en ti la imagen de tu creador día a día? ¿Te sientes apegado a tus bienes, pocos o muchos, los que tengas…? ¿Qué quieres hacer con ellos? ¿Cómo puedes hacerte rico en Dios?

Última reflexión: La solidaridad como exigencia del Reino de Dios

Cada día vamos aprendiendo a situarnos en el lugar que nos corresponde por es no está mal que el Eclesiastés nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios. No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

Escuchando a Jesús nos damos cuenta que sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Jesús no invita al conformismo. Lo primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan, educación, techo… fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia, eso es el Reino, la Nueva Humanidad. Pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Esta codicia nunca nos permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: “Hombre, tienes muchas cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásalo bien…” normalmente, no hay quien pare ya el dinamismo de la codicia. Hay que estar alerta. ¿Hasta dónde llegar en la acumulación de bienes? La codicia de unos pocos o de unos muchos impide el desarrollo de los pueblos, y además es contagiosa: ¿por qué se me ocurre mirar a otros y compararme con otros para ambicionar más cada día? ¿Por qué no se me ocurre mirar a los que tienen menos y que viven peor, para moverme a compartir con ellos? “Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque suyo es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3) No ambicionar nada más de lo necesario, agradecer lo que ya tenemos, lo que hoy se nos regala, ése es el espíritu del pobre. No son las posesiones las que nos dan la vida. Créelo. “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). “Él es nuestra riqueza.” Lo que se ha ido acumulando a lo largo de la vida, sin disfrutarlo, sin compartirlo ¿de quién será? ¿Para quién será? Todos conocemos personas avaras, con muchas riquezas materiales que viven andrajosamente, sin capacidad de disfrutar lo que tienen ¿son felices esas personas? NO. ¿Para qué vivir pendientes del tener, y no ser capaces de ser? Pensando sabiamente, ¿qué beneficios nos reporta esa actitud y esa ambición? A la altura de los tiempos actuales, esa actitud, no sólo es «amasar riquezas para sí y no ser ricos ante Dios», sino destrucción de la vida y del planeta. Todo lo que destruye la sociedad, la justicia, es disfuncional, no sólo para la sociedad, y la convivencia, sino para el «Buen vivir», para la vida. Enriquecerse en Dios, es vivir como Jesús: vivir confiados en las manos del Padre Dios, buscar el Reino como lo más principal. «Lo demás vendrá por añadidura». Enriquecerse en Dios es amasar una única fortuna: la del amor, el favor don de la vida, el descentrarse de sí mismo en favor del amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19).

Oración comunitaria

Líbranos Señor de toda codicia. Concédenos Señor un corazón sencillo, que no ambicione más allá de lo que necesitamos que sepa agradecer lo que ya tenemos, lo que cada día nos regalas Tú y nuestros hermanos. Confesamos que sólo Tú eres nuestro verdadero tesoro, Y en tus manos amorosas queremos vivir confiados. Que no nos cansemos de vivir así, buscando primero y ante todo el Reino. Padre, que tu Espíritu nos haga cada vez más amantes de la Vida y del Amor que la favorece.

Domingo 17 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XVII Del Tiempo Ordinario

1. Oración inicial

Padre de toda misericordia, en nombre de Cristo tu Hijo, te pedimos, ¡Envíanos el Don, Infunde en nosotros el Espíritu! Espíritu Paráclito, enséñanos a orar en la verdad permaneciendo en el nuevo Templo que es Cristo. Espíritu fiel al Padre y a nosotros, como la paloma en su nido, invoca en nosotros incesantemente al Padre, porque no sabemos rezar. Espíritu de Cristo, primer Don para nosotros los creyentes, ruega en nosotros sin descanso al Padre, como nos ha enseñado el Hijo. Amén

2. Lectura y comentario

Primera Lectura

Lectura del libro del Génesis (18, 20-32)

En aquellos días, el Señor dijo: – «La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.». Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán. Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: – « ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti hacer tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?» El Señor contestó: – «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.» Abrahán respondió: – «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?» Respondió el Señor: – «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.» Abrahán insistió: – «Quizá no se encuentren más que cuarenta.» Le respondió: – «En atención a los cuarenta, no lo haré.» Abrahán siguió: -. «Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?» Él respondió: – «No lo haré, si encuentro allí treinta.» Insistió Abrahán: – «Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran solo veinte?» Respondió el Señor: – «En atención a los veinte, no la destruiré.» Abrahán continuó: – «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?» Contestó el Señor: – «En atención a los diez, no la destruiré.»

Palabra de Dios.

El tema de la oración vuelve a tomar fuerza y actualidad en este domingo. Es conmovedor el diálogo que sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el perdón de Sodoma, la ciudad impura. La palabra diálogo es clave para entender el significado y las exigencias de la plegaria cristiana. Ciertamente, si la oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso orar, pero la plegaria auténtica es un diálogo que se realiza en presencia consciente delante de Dios. Este diálogo surge desde la fe, la pobreza, la reflexión, el silencio y la renuncia del hombre.

Para introducir el fragmento evangélico sobre la oración, el leccionario nos ofrece esta primera lectura sobre la oración intercesora de Abrahán en favor de Sodoma. Gn 19 cuenta que, pese a ello, Sodoma y Gomorra fueron destruidas, pero permanece el hecho de que la oración de Abrahán había sido escuchada cuando intercedía por la ciudad pecadora y obtenía que fuese perdonada por cincuenta justos, por cuarenta y cinco, por cuarenta, por treinta, por veinte e incluso por diez. Siempre generoso y caballero en sus negocios, Abrahán sólo regatea cuando pide a Dios perdón por el pueblo pecador. Pero no se atreve a pasar más allá de diez justos. Por boca del profeta Jeremías (5,1) y Ezequiel (22,30), Dios asegura que si hubiera en Jerusalén un solo justo, la perdonaría. Se afirma, pues, la fuerza salvífica de los santos, en virtud de una solidaridad que hace que todos sus compatriotas se beneficien de sus méritos ante Dios. El caso límite será la salvación de toda la humanidad por un hombre solo, como por uno solo también se extendió el pecado a todos los hombres.

Pero junto a los méritos de los santos o justos, está también la fuerza de la oración que los presenta delante de Dios. En el caso de la intercesión de Moisés por la apostasía del pueblo, no apela a los méritos de ningún israelita, sino a la bondad de Dios y a la gloria de su Nombre.

Salmo Responsorial (Sal 137)

R. Cuando te invoque, Señor, me escuchaste.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;

delante de los ángeles tañere para ti,

me postraré hacia tu santuario. R.

Daré gracias a tu nombre,

por tu misericordia y tu lealtad.

Cuando te invoqué, me escuchaste,

acreciste el valor en mi alma. R.

El Señor es sublime, se fija en el humilde,

y de lejos conoce al soberbio.

Cuando camino entre peligros,

me conservas la vida;

extiendes tu brazo contra la ira de mi enemigo. R.

Y tu derecha me salva.

El Señor completará sus favores conmigo:

Señor, tu misericordia es eterna,

no abandones la obra de tus manos. R.

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (2, 12-14)

Hermanos: Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en el, perdonándoos todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz.

Palabra de Dios.

Sabemos que los cristianos consideraban la pila bautismal como un sepulcro en el que somos sepultados con Cristo; y, por otra parte, también es como la madre que engendra a la vida; de ahí, el expresivo ritual de la inmersión. Pero el ritual que representa esta muerte y esta resurrección realizándola concretamente, sólo tiene eficacia si corresponde a la fe en Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos.

Pecado y muerte (una muerte que es resurrección con Cristo), fe y bautismo, son correlativos que Pablo nos recuerda en un admirable fragmento sumamente sugestivo. Pero, en coherencia con su perspectiva cristiana, añade: el perdón del pecado es liberación de la ley y de su observancia, porque existe una correspondencia entre Ley, muerte y pecado, como nos enseña en su carta a los Romanos (Rm 7, 7-9). Aquí, la imagen empleada por San Pablo alcanza el máximo de expresividad: la Ley ha sido clavada en la cruz.

Evangelio

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas (11, 1-13)

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando termino, uno de sus discípulos le dijo: – «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» El les dijo: – «Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.”» Y les dijo: – «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»

Palabra del Señor.

Cuando se ora de verdad se sale de uno mismo para abandonarse en Dios con ánimo generoso, con simplicidad inteligente, con amor sincero. Orar es pensar en Dios amándole, expresar verdaderamente la vida. La oración es camino de comunión con Dios, que nos lleva a la comunión y el diálogo con los hombres. La oración más que hablar es escuchar; más que encontrar, buscar; más que descanso, lucha; más que conseguir, esperar. Rezar es estar abiertos a las sorpresas de Dios, a sus caminos y a sus pensamientos, como quien busca aquello que no tiene y lo necesita. Así la oración aparece como regalo, como misterio, como gracia.

En el Evangelio, la parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.

Lucas aborda en este texto una temática tan querida para él como es la oración. El modelo escogido es ni más ni menos que el propio Jesús, cuyo estar en oración es una invitación y un estímulo para sus seguidores. Lucas transmite, además, un modelo de oración, que consta de una invocación (¡Padre!), dos deseos y tres peticiones.

La invocación para dirigirse a Dios es exclusiva de Jesús dentro del judaísmo precristiano. Una novedad que introduce al orante en una cercanía e intimidad con Dios absolutamente insospechadas. Los dos deseos, mutuamente complementarios, tienen al Padre como beneficiario de los mismos. Ambos nacen de lo más íntimo del corazón. Los hijos anhelan ardientemente el reconocimiento de su Padre; que sea conocido, amado y honrado por todos (santificado sea tu nombre, en formulación típicamente judía.). Anhelan también que este reconocimiento tenga su expresión en un nuevo orden del mundo (venga tu reino, formulación también típicamente judía).

Las tres peticiones están formuladas en primera persona del plural y sus beneficiarios son los propios peticionarios. El empleo del plural apunta a un ambiente comunitario de oración, en el que al Padre se le pide pan, perdón y fuerza para no sucumbir en las situaciones en las que pueda peligrar la actitud de entrega y de confianza en El. Lucas completa el tratamiento del tema con una exhortación de Jesús basada en la doble semejanza de lo que sucede entre amigos y entre padres e hijos. Los oyentes conocen ambas situaciones y Jesús les invita a revivirlas y a trasladarlas a sus relaciones con el Padre. Como amigos no tienen reparo alguno en acudir al amigo, sea la hora que sea; como padres dan lo mejor a sus hijos.

En la primera semejanza entre amigos hay un dato importante en la misma que suele pasarse por alto y que, sin embargo, es central: el amigo acude a su amigo en favor de un tercero. Este dato debe ser incorporado a la hora de trasponer la analogía a las relaciones con el Padre y de interpretar una frase como "pedid y Dios os dará" (la construcción sintáctica "se os dará" evita pronunciar, por respeto, el nombre de Dios). La insistencia en acudir al Padre deberá tener en cuenta el beneficio de los demás.

En la segunda analogía entre padres e hijos habla Jesús de "espíritu santo" para expresar lo que el Padre da a quienes acuden a El. La expresión, que en el original griego carece de artículo, remite al modo de ser de Dios y designa algo así como el talante divino.

Interesado como está Lucas en desglosar facetas del caminar cristiano, no podía menos que abordar explícitamente una que impregna silenciosamente todos y cada uno de los pasos del caminante cristiano: su relación con el invisible ser querido. Una relación a la que tanto Lucas como nosotros designamos con la palabra oración. Hoy como ayer hay que seguir formulando al Maestro la misma petición: enséñanos a orar. Porque hoy como ayer no sabemos probablemente hacerlo. Y no porque desconozcamos el modelo de oración, siempre nuevo y fascinante, sino porque somos indómitamente interesados en nuestra oración.

Se impone un cambio de carácter y pedir al Padre que nos conceda siquiera algo de su espíritu, a fin de ser unas personas nuevas, capaces de algo más que de estar preocupados de nuestros propios problemas. Cuando el espíritu del Padre entra en una persona, deja de ser problema en ella lo que hasta entonces era un mundo que se le echaba encima.

8. Oración final

Padre bueno y santo, tu amor nos hace hermanos y nos anima a reunirnos todos en tu santa Iglesia para celebrar con la vida el misterio de comunión. Tú nos llama a compartir el único pan vivo y eterno que se nos ha dado del cielo: ayúdanos a saber compartir también en la caridad de Cristo el pan terreno, para que se sacie toda hambre del cuerpo y del espíritu. Amén.

Domingo 16 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

16º Domingo del tiempo ordinario (C)

María y Marta amigas de Jesús ¿Cuál es la mejor parte escogida por María? Lucas 10,38-42

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Introducción:

En el camino del hombre Dios se le hace encontradizo y huésped. La primera lectura bíblica de este domingo nos recuerda a Abrahan, ofreciendo hospitalidad a Dios, que se le muestra bajo las apariencias de tres extranjeros que van de paso. En el Evangelio Jesús se detiene para descansar en casa de sus amigos de Betania. Marta nos recuerda al samaritano del domingo anterior, María es signo de lo primero y fundamental para la acción caritativa: la escucha de Jesús.

3. Lecturas y reflexión

Primera Lectura Lectura del libro del Génesis (18, 1-10a)

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzo la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: – «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.» Contestaron: – «Bien, haz – lo que dices.» Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: – «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.» Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida, Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. Después le dijeron: – « ¿Dónde está Sara, tu mujer?» Contestó: – «Aquí, en la tienda.» Añadió uno: – «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

A esta familiaridad de Dios corresponde por otra parte la hospitalidad de Abraham. Es preciso saber matar el ternero gordo en honor del desconocido para merecer entrar en su misterio. Para "recibir" a un huésped hace falta haber aprendido a "dar" todo. Esta familiaridad del Dios único con el hombre, hospitalario y acogedor, preludia a la encarnación: el Dios único conduce la historia, pero lo hace con el hombre y el antropomorfismo del relato prepara la encarnación del Hombre-Dios y, a más largo término, la manifestación de las tres personas en Dios. Todo lo que se le pide al hombre, después de Abraham, es recibir a Dios. La acogida conduce al descubrimiento progresivo de la personalidad del huésped. Así, Abraham, como huésped atento, ha recibido con antelación al Dios único y el misterio insospechado de la personalidad divina. Así ocurre con la fe en el Señor Jesús. Su discípulo confía en su persona y en su mensaje, y adopta de antemano todo lo que Cristo revelará de su misión con el Padre y el Espíritu.

Salmo Responsorial

Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5(R.: 1a)

R. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente

y practica la justicia,

el que tiene intenciones leales

y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo

ni difama al vecino,

el que considera despreciable al impío

y honra a los que temen al Señor. R.

El que no presta dinero a usura

ni acepta soborno contra el inocente.

El que así obra nunca fallara, R.

PEQUEÑO DECÁLOGO DEL HUÉSPED DE DIOS

"El camino que conduce a Dios" 1. Hacer el bien… 2. Ser "justo"… 3. Decir la verdad… 4. Ser discreto… 5. Velar por la calidad de las relaciones humanas… 6. Discernir los valores "divinos"… 7. Frecuentar "aquellos que adoran"… 8. Ser fiel a la palabra dada… 9. No tener apego al dinero… 10. No dejarse corromper…

Segunda Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1, 24-28)

Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A estos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.

El misterio a que hace referencia esta lectura es el expuesto el domingo anterior: el significado de Cristo para toda la creación. Esto se afirma con diversas fórmulas, como por ejemplo la de "esperanza de la gloria". Pero esta esperanza entronca con toda la historia, tal como se veía en Col. 1, 15-20. Pablo ha recibido esta revelación, que es la culminación de todas las revelaciones, vg. la del Génesis de la primera lectura. Es también la única cosa necesaria de que habla el evangelio de hoy. Téngase en cuenta únicamente que esta realidad escondida no comienza a existir solamente desde que es conocida por nosotros, sino ya está presente y actuante aun antes de este conocimiento. Debemos tener cuidado de no conceder a nuestra actividad cognoscitiva más importancia de la que tiene. Las cosas son como son porque han sido creadas a imagen y semejanza de Cristo. Y lo son así desde siempre. El conocer este carácter cristológico y cristocéntrico de la creación no hace que comience a existir.

Ahora bien, saberlo, ser conscientes de él por medio de la predicación paulina y apostólica ayuda a vivirlo mejor. La aportación específica paulina, en opinión de muchos, es precisamente haber puesto de manifiesto esta potencia crística latente en la creación, la historia y el mundo. Hacer ver cómo la salvación total está en el mundo por Cristo desde el comienzo, en previsión de la Encarnación. Pero como en Dios no hay tiempo hay que prescindir de estas formas de hablar cuando nos referimos a El. Así, pues, todo es realmente gracia.

Evangelio

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42)

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: – «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: – «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán.»

Con el buen samaritano (10, 25-37) podemos suponer que sólo es necesario amar al prójimo. ¿Es cierta esa actitud? La respuesta nos la ofrece la misma división del evangelio. Continuamos leyendo y descubrimos que Jesús ha entrado en casa de Marta y María. Marta se ocupa del trabajo. María, sentada a los pies del Señor, escucha la palabra. Ante la protesta de Marta, Jesús ha formulado una sentencia decisiva: "Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte" (10, 41-42).

Marta simboliza aquel trabajo repetido y agobiante que nos hace esclavos de la tierra y no permite que tengamos tiempo de escuchar el gran misterio de Dios que nos rodea. María, en cambio, es la que atiende a la palabra. Ciertamente deberá actuar, pero su obra no será un hacer desnudo, sino un poner en cumplimiento aquello que ha escuchado. Ordinariamente se oponen entre sí Marta y María como la acción y la contemplación. Esta perspectiva no es exacta. Marta representa únicamente aquella acción que no se basa en la palabra de Jesús (no se mantiene abierta al reino). María simboliza un escuchar la palabra que se tiene que traducir necesariamente en amor, es decir, en servicio hacia el prójimo.

Recordemos que nos apoyamos sobre el fondo de experiencia del antiguo testamento. Contrariamente al mundo griego, Israel ha desconocido el ideal de la contemplación pura. Ya por eso resulta imposible interpretar a María como expresión de la mística, que deja el mundo de las cosas y se preocupa de ahondar en lo divino. Conocer a Dios implica en Israel el escuchar la palabra y llevarla a la práctica. Sólo desde aquí se entiende el mensaje radical de nuestro texto.

María es la que atiende a Jesús. Frente al judío que escucha la voz que Dios le ha transmitido por la ley se sitúa la figura del cristiano, que descubre la palabra de Dios en Jesucristo. Por eso la actitud de María no es la de un místico que sube hacia Dios, sino la de un creyente que está atento a la palabra concreta que Dios le ha dirigido. Pues bien, para que esa escucha sea auténtica se debe traducir en la práctica de la vida, es decir, en el amor al prójimo que estaba reflejado en la parábola del buen samaritano. Marta, en cambio, ocupada en sus cosas no ha descubierto la voz de Dios, que le ha llegado en Jesucristo.

Desde aquí podemos esbozar tres conclusiones importantes. a) La primera se refiere simplemente al sexo de María. En el contexto social de Israel, la mujer se consideraba como un creyente de segunda categoría; no tomaba parte oficial en el culto de la sinagoga ni se podía dedicar a la escucha y cultivo de la ley. Nuestro pasaje refleja una actitud totalmente distinta. El tipo del auténtico cristiano (que escucha y cumple la palabra de Jesús) se ha reflejado en la figura femenina de María. Pensamos que este rasgo no ha sido valorado por la Iglesia, que, en cierto modo, ha padecido una regresión volviendo a colocar a la mujer en actitud fundamentalmente pasiva dentro de la comunidad de los cristianos. b) Para que sea auténtica, la acción del creyente (el amor al prójimo) tiene que estar fundamentada en la escucha de la palabra, es decir, en la aceptación del misterio del amor de Dios que se refleja en Cristo. Sólo porque Dios me ha revelado toda la fuerza de su amor, me puedo convertir en fuente de amor para los otros. c) Una vez dicho todo lo anterior, podemos añadir que la "escucha de Jesús" puede venir a determinar un tipo de existencia cristiana que profundiza especialmente en el don de la fe. Tal sería el fundamento de la contemplación, que no está basada en un proceso ascensional de la mente que tiende hacia Dios, sino en la auténtica obediencia del que escucha la palabra y vive inmerso en el gozo y exigencia que ella nos produce.

4. Modelo de escucha de la Palabra de Dios

La palabra se escucha. La Palabra de Dios no escapa a este requerimiento: debe ser escuchada.

1- María de Betania o la Palabra que hace discípulos (Lc 10,39)

“Sentarse a los pies” de Jesús para escuchar su palabra es una de las metáforas que mejor describe al discípulo. La verdadera familia de Jesús son aquellos que “se sientan a su alrededor” (Mc 3,31- 35). No lo son los parientes que llegan a buscarlo, porque estiman que deshonra a la familia con su comportamiento (3,21) ni los maestros de la ley, venidos de Jerusalén, que piensan que está endemoniado (3,22). Su nueva familia y su nuevo pueblo son sus discípulos que se sientan a sus pies y lo aceptan como Mesías de Dios. Quien no se sienta a los pies de Jesús, pone en peligro su identidad de discípulo al no escuchar al Señor. Según los evangelios sinópticos, las notas distintivas del discípulo de Jesús son tres:

a)- seguir a Jesús para escucharlo, ser testigos de sus acciones, conocer su proyecto y adquirir sus sentimientos; b)- la ruptura con la familia por el anuncio del Reino, y c)- la itinerancia, la persecución y la pobreza propias de la misión de un profeta de Dios. En el relato de Lucas, Marta representa a los cristianos venidos del judaísmo, atados aún al cumplimiento de la ley mosaica y de las tradiciones judías. María, en cambio, representa a los cristianos (judíos o no) que, desde la novedad de Jesucristo y del Reino, interpretan las leyes mosaicas: les importa escuchar al Mesías que da cumplimiento a la voluntad de Dios revelada en la antigua alianza por Moisés. Marta, dueña de casa, está «atareada» con todo el servicio que exige una buena hospitalidad. Dos verbos retratan el espíritu que domina en Marta: anda inquieta (o “preocupada, afanada”) y afligida (o “turbada, molesta”; Lc 10,41). María, en cambio, escapa a la lógica de las cosas y acepta la lógica de Dios: ella se da tiempo para sentarse a los pies de Jesús y escuchar al «Hijo amado» del Padre (3,22). Mientras Marta se afana por alimentar al Maestro con una febril actividad, María se afana por alimentarse del Maestro sentada a sus pies. María se sienta a los pies de su Señor para “escuchar su palabra”. En griego, los verbos “escuchar” (akoú ) y “obedecer” (yp-akoú ) comparten la misma raíz por lo que muchas veces en la Biblia “escuchar” significa simplemente obedecer. Toda otra disposición que no sea “escuchar”, todo otra actividad que no sea “sentarse a sus pies se vuelve secundaria (Lc 12,31-33). Lo sustantivo del discípulo es escuchar – obedecer al Padre que habla por Jesús, su Verbo.

Para el discípulo, “escuchar al Padre” se convierte en:

• “aceptar estar con Jesús”: vocación (Mc 3,13; Hch 4,13);

• “seguir tras él”: formación (Mt 4,20.22; 8,19; Lc 5,11)

• para conocer y hacer “su camino”: estilo de vida (Hch 9,2; 18,26; 19,23)

• y “ser su testigo”: misión (Hch 1,22; 4,20; 5,32).

La propuesta de Jesús no otra que la religión del diálogo que mira a la comunión de los que dialogan, escuchándose y ofreciéndose (Heb 1,1-4).

Oración final:

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.