Domingo 14 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Décimo cuarto domingo del tiempo ordinario Ciclo C

  1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Introducción:

Los textos de este domingo están en la clave del camino de Jesús hacia Jerusalén para cumplir su misión mesiánica. El camino de Jesús es el camino de los cristianos. Por eso él, que era el Enviado de Dios, envía a setenta y dos discípulos. Este número tiene su importancia, pues debe ser interpretado como explícita significación de universalidad. Según el modo de pensar de los antiguos setenta y dos eran los pueblos que habitaban la tierra. El envío de Jesús es universal, el anuncio de su Reino es para todos, su salvación alcanza a la humanidad entera. Todo cristiano es enviado al mundo para predicar el Evangelio no solo con palabras, sino con los gestos y las actitudes que dan credibilidad: la pobreza, el desinterés, la renuncia, que más que virtudes son signos de la disponibilidad hacia el don de la salvación que Dios ofrece a todos y que debemos traspasar a los demás. Leamos y meditemos con los textos dominicales.

3. Textos y reflexión

a) Lectura del Profeta Isaías 66,10-14a.

Festejad a Jerusalén, gozad con ella,

todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto: mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apuraréis las delicias de sus ubres abundantes.

Porque así dice el Señor:

Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones.

Llevarán en brazos a sus criaturas

y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo; (en Jerusalén seréis consolados).

Al verlo se alegrará vuestro corazón

y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos.

El profeta, y el poeta, levanta el corazón del pueblo apelando a la Jerusalén futura, a la que compara a una madre de "pechos abundantes" que da de mamar a sus hijos, los sacia y los consuela (cf. 57, 18; 61,2). Porque a esa ciudad dichosa afluirán las riquezas de todas las naciones (cf. 60, 5; 61,6).

Los hijos e hijas de Jerusalén, las criaturas hoy dispersas y alejadas en el exilio, serán traídos en brazos y devueltos cariñosamente a su madre por los mismos pueblos que ahora los retienen (cf. 49, 22s; 60,4). Y en todo esto experimentarán el favor de Dios, que es en definitiva el que consuela de verdad a su pueblo.

Volverá la alegría al corazón de los justos, y los que habían quedado en los huesos verán que su carne florece como un campo de primavera, después del invierno. La era de la salvación, el día en que se manifieste el Señor a los que le sirven, será el tiempo de la abundancia de todos los bienes: justicia, gozo, consuelo, paz… (cf. Sal 84, 11; Is 9-11; Rom 14,17; Gal 5, 22). Siendo la palabra de Dios una gran promesa, la esperanza ha madrugado más que ninguna otra de las virtudes y sigue siendo la fuerza que impulsa la historia de nuestra salvación.

b) SALMO RESPONSORIAL
Sal 65,1-3a. 4-5. 6-7a. 16 y 20

R/. Aclamad al Señor, tierra entera.

Aclamad al Señor, tierra entera,

tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: «Qué temibles son tus obras.»

Que se postre ante ti la tierra entera,

que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres.

Transformó el mar en tierra firme,

a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor.

c) Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 6,14-18.

Hermanos: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre Israel. En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo está con vuestro espíritu, hermanos. Amén.

Entre los gálatas había quien se enorgullecía del hecho de estar circuncidado y seguramente también habría el que se enorgullecía de lo contrario. Pablo pone la gloria en el único lugar donde la puede poner el cristiano: en la cruz de Jesucristo. Aquello que para los adversarios era una vergüenza, para Pablo es motivo de orgullo: su gloria no estriba en lo que él hace o deja de hacer, sino en el gesto amoroso de Jesús.

En la cruz de Jesucristo se han acabado el mundo y el hombre viejos. Por eso lo único que vale es el mundo y el hombre nuevos que han surgido de ella. Ni el circuncidado es justo ante Dios por el hecho de haber sido circuncidado, ni el incircunciso es justo porque no ha pasado por la circuncisión: la obra de Dios, que ha mostrado su amor inmenso por la humanidad a través de la muerte y la resurrección de Jesús, es lo único que vale.

Los que mantienen este criterio reciben la paz y la misericordia de Dios. Pablo hace una llamada indirecta a todos los que no ponían su gloria en la cruz de Jesucristo. El Israel de Dios es la Iglesia, en oposición al "Israel de la carne". Pablo termina la carta dando por resuelta toda discusión y recordando que él es apóstol de Jesús, ya que lleva sus marcas en el cuerpo: él es un servidor de Cristo, y por eso les habla de esta manera. La salutación final es una llamada a la fraternidad. Sólo en esta carta, dirigida a una comunidad que vive enfrentamientos, Pablo acaba refiriéndose a toda la comunidad llamándoles "hermanos": todos son hermanos, él es hermano de todos.

La misión de la Iglesia tiene como rasgos peculiares la urgencia y la dedicación exclusiva al anuncio del Reino. Leamos y meditemos cómo Jesús envía a sus discípulos para anunciar el Evangelio del Reino y las recomendaciones que les da.

d) Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10,1-12. 17-20.

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: -La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el Reino de Dios.» [Cuando
entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: «Hasta
el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo
sacudimos sobre vosotros.» «De todos modos, sabed que está cerca el
Reino de Dios.» Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo. Los setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: -Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. El les contestó: -Veía
a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para
pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no
os hará daño alguno.
Sin
embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad
alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.]

Siguiendo a Gn 10, en el que se habla de setenta y dos naciones paganas que hay en el orbe, Lc prefigura la misión que comenzó después de pentecostés (24, 47; Hech 1, 8) con el envío de los setenta y dos discípulos. Además se les envía "de dos en dos" con una doble finalidad: 1) para protegerse mejor de los bandidos que se movían por los caminos; 2) para cumplir Dt 17, 6 y 19, 15, donde se dice que dos testigos hacen un testimonio válido. Implícitamente se viene a decir que el anuncio de la llegada del reino es cierto. Aquí está programada la tarea de todo creyente cristiano: decir con palabra y con la vida que el reino de Dios está formándose ya.

Estas exigencias de la misión no hablan de un cierto ascetismo, sino más bien de la disponibilidad necesaria para una predicación rápida y eficaz del reino: hay que presentarse ante los hombres con el mismo desasimiento que ante Dios. Incluso no hay que detenerse a "saludar" a nadie; fórmula que parece indicar que los mensajeros no deben buscar el cobijo de las caravanas de viajeros para sus viajes apostólicos. Deben rechazar también esta forma de seguridad. El mensajero tiene que poner su confianza exclusivamente en aquel que le envía.

Al entrar en una casa, el mensajero trae la paz: poder que abraza a toda familia que le recibe. En el fondo, esta "paz" se convierte en una expresión mesiánica: la paz del reino final. Es decir, Jesús mismo es la paz que los discípulos van predicando (cf. Jn 14, 27). Esta paz es solamente eficaz para el que la recibe (v.6). De aquí que "hacer la paz" (Mt 5,9) viene a convertirse en la tarea del creyente.

Jesús quiere sin duda que sus misioneros no anden de un lugar a otro en busca de algo cada vez más confortable, sino que consagren todo su tiempo y energías a la misión "se ha aproximado hasta vosotros el reino de Dios". Es la primera vez que Lc habla del "aproximarse" del reino (cf. Mt 3,2). Esta proclamación es algo muy importante y viene a decir: el colmo de nuestras esperanzas está a punto de cumplirse. Esto es lo que hay que decir, aun a costa de una negativa (vv. 11. 12). Para realizar una tarea de tal calibre, es preciso haber conectado experimentalmente con aquel que envía. Lo contrario es exponerse al fracaso.

4. Algunas preguntas para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) ¿Cuál es punto de este texto que más te ha gustado o que ha llamado más tu atención?

b) ¿Cuáles son, una por una, las cosas que Jesús ordena hacer y cuáles ordena evitar?

c) ¿Qué quiere aclarar Jesús con cada una de estas recomendaciones tan diferentes de la cultura de hoy?

d) ¿Cómo realizar hoy lo que el Señor pide: “no llevéis alforja”, “no vayáis de casa en casa”, “no saludad a ninguno por el camino”, “sacudir el polvo de las sandalias”?

e) ¿Por qué todas estas formas de comportarse recomendados por el Señor son una señal de la venida del Reino de Dios?

5. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo 13 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Décimo tercer domingo del tiempo ordinario Ciclo C

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Introducción

La llamada profética es como un nuevo nacimiento. Eliseo, al ser llamado, se desprende de todo lo que tiene, se despide de los suyos y sigue al profeta que le da la investidura. El manto profético le signa de nueva personalidad y le lanza a una misión. La prontitud de la respuesta no da lugar a largas despedidas. Pero una comida de comunión le retiene vinculado a los que deja. El profeta es el hombre de Dios en el mundo del hombre. Seguir a Cristo, camino de la Jerusalén celeste, nos exige una actitud de pobreza y un desprendimiento incluso de realidades muy queridas. No podemos romper el signo de nuestra exclusividad absoluta en el servicio del Evangelio. Sabemos que la Eucaristía es nuestra comida en el camino hacia el Padre.

3. Lectura y reflexión de los textos bíblicos

Lectura del libro primero de los Reyes 19, 16b. 19-21.

En aquellos días, el Señor dijo a Elías: -Unge como profeta sucesor a Eliseo, hijo de Safat, natural de Abel-Mejolá. Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando, con doce yuntas en fila y él llevaba la última. Elías pasó a su lado y le echó encima su manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió: -Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo. Elías contestó: -Ve y vuelve, ¿quién te lo impide? Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes.

Para ilustrar los relatos de vocaciones de discípulos de Jesús que hallaremos en el evangelio de hoy, leemos la vocación del profeta Eliseo. El fragmento forma parte del ciclo de Eliseo, pero ha sido introducido en el de Elías porque es este último el que lleva la iniciativa en el episodio. Pero la iniciativa básica, según el v. 16, no es de Elías sino de Yahvé, que le ordena ungir a Eliseo. La unción con el aceite sagrado era un gesto sensible que quería expresar la infusión invisible del Espíritu de Yahvé. El simbolismo natural sería que así como el aceite lo penetra todo, así la fuerza divina llega hasta lo más íntimo de los hombres que Dios elige. La unción sagrada externa la recibían primitivamente sólo los reyes: el rey de Israel es el Ungido del Señor, el "Mesías". Después del exilio se introdujo la costumbre de ungir también a los sacerdotes con el aceite sagrado, que ningún laico podía recibir. Son los tiempos en que los judíos no se rigen ya por una monarquía, sino por una teocracia sacerdotal. Los profetas recibían el Espíritu, que los movía a hablar y a obrar, pero no eran objeto de una unción sagrada ritual, como los reyes y los sacerdotes. Si el v. 16 habla de ungir a Eliseo para que sea el sucesor de Elías, es en sentido figurado, por analogía con la unción visible del rey Jehú, de la que se habla en el mismo versículo 16a, omitido en el leccionario. En realidad, en el relato de la vocación de Eliseo no se encuentra ningún rito de unción, sino sólo el de imponer el manto característico de los profetas. El manto de Elías significaba también el poder de Dios: antes de ser llevado al cielo, Elías lo usa para abrirse paso entre las aguas (2 R 3,7) y Eliseo, como prueba de haber sido acogida su petición de obtener el espíritu de su maestro, repetirá el prodigio sirviéndose también del manto de Elías (2 R 3,14). Aunque Jesucristo no recibió ninguna unción ritual, ni la de los reyes davídicos ni la de los sacerdotes levíticos, sobre él descansó la plenitud del Espíritu, con el poder de comunicarlo a todos los que creerían en él y recibirían la unción bautismal.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 15,1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11

R/. El Señor es mi lote y mi heredad.

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en su mano.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena:
porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

Digo a mi Señor: «Tú eres mi Dios; mi felicidad está en ti. Los que buscan a otros dioses no hacen más que aumentar sus penas; jamás pronunciarán mis labios su nombre». Repito esas palabras, te digo a ti y a todo el mundo y a mí mismo que soy de veras feliz en tu servicio, que me dan pena los que siguen a «otros dioses»; los que hacen del dinero o del placer, de la fama o del éxito, la meta de sus vidas; los que se afanan sólo por los bienes de este mundo y sólo piensan en disfrutar de gozos terrenos y ganancias perecederas. Yo no he de adorar a sus «dioses».

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 4,31b-5; 1. 13-18.

Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente. Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal, que no hacéis lo que quisierais. Pero si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

La primera frase que leemos viene a ser como un resumen del mensaje de la carta. Cristo no sólo nos ha liberado de la esclavitud de la Ley y del pecado, sino que nos quiere libres, nos ha colocado en un estado de libertad. Algunos gálatas querían volver al yugo de la Ley, a la esclavitud. Dios llamó a los gálatas, por medio de la predicación de Pablo, a ser libres, a salir del mundo antiguo de la Ley y del pecado, para vivir en la nueva creación de Dios. Pero la libertad puede ser mal entendida si no se tiene en cuenta el amor, del cual nace. Precisamente porque es fruto del amor, la libertad verdadera lleva al servicio de los hermanos, lleva a "amar al prójimo como a ti mismo". Este es el criterio perpetuo para saber si vivimos de verdad la libertad que Cristo nos ha ganado y nos ha dado. El celo por la ley o la posesión del Espíritu mal entendida conducen al orgullo, a la enemistad y a la envidia, conducen a devorarse mutuamente. Por eso hay que dejarse guiar por el Espíritu, que es el principio de filiación y, por tanto, de fraternidad, y no dejarse llevar por la carne, que significa todo aquello que hay en el hombre que se opone a Dios. La lucha entre Espíritu y carne no es entre "espíritu" y "cuerpo", sino entre lo que Dios quiere y lo que va contra ese querer, que a veces son cosas muy "espirituales". El que se deja conducir por el Espíritu no se enorgullecerá de haber cumplido la Ley o de ir contra ella. Será libre, será hijo de Dios, sencillamente.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9,51-62.

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza. A otro le dijo: -Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios. Otro le dijo: -Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios.

Todos los estudiosos de la Biblia están de acuerdo en señalar la importancia de este texto dentro del conjunto de la obra de Lucas. El v. 51 marca el comienzo de un camino que termina en la insondable compañía del Padre. El camino tiene, por supuesto, un trazado físico, pero es ante todo un modelo. Lucas va a ir exponiendo rasgos de un caminar en cristiano.

El camino geográfico nos sitúa en un lugar de Samaría, no importa cuál. Samaría era la región situada entre Galilea al norte y Judea, con Jerusalén, al sur. Lo importante es que las relaciones entre judíos y samaritanos no eran en absoluto cordiales.

El camino como trazado geográfico continúa. Pero lo realmente importante es la voluntad de seguimiento. El verbo seguir domina la segunda parte del texto, en la que Lucas ha reunido tres máximas de Jesús. Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros, nidos; el Hijo del Hombre, nada de nada. Deja que los muertos entierren a sus muertos. El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no sirve.

Lenguaje recio, desconcertante, estridente, absurdo en algún caso. ¿Acaso pueden los cadáveres enterrarse a sí mismos? ¡Y sin embargo esto es lo que Jesús dice! Toda cultura oral necesita de frases cortas y de imágenes extravagantes como vehículo de enseñanza memorizable. Cuanto más extravagantes y agresivas, mejor. Si alguno te golpea en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien quiere quitarte el manto, ropa exterior, dale también la túnica, ropa interior . Precisamente su carácter desconcertante y gráfico confiere a estas frases la máxima garantía de autenticidad. Nos hallamos ante máximas literalmente pronunciadas por Jesús, quien indudablemente fue un consumado maestro del lenguaje y de la comunicación. Deja que los muertos entierren a sus muertos. Portentosa paradoja, por lo redonda, gráfica y absurda. Pero este mismo carácter paradójico, absurdo en ocasiones, debe llevarnos a resolver la incompatibilidad aparente en un pensamiento más profundo, a buscar el sentido de las máximas en un ámbito más hondo que el de su superficie de formulación. No siempre, sin embargo, se ha hecho esto y, así, se ha querido ver e incluso se sigue viendo en las tres máximas de hoy la invitación a sacrificar la seguridad personal (vs. 57-58), los deberes filiales (vs. 59-60) y los sentimientos y vínculos familiares (vs. 61-62). Tremenda aberración, que ha destrozado a muchas personas por haberse quedado en la superficie de la formulación y no haber ni siquiera sospechado el juego recio de la paradoja.

El camino que hoy nos disponemos a recorrer es el camino de la vida cristiana. Lucas dedica su Evangelio a Teófilo, nombre que significa amigo de Dios. ¡Teófilos somos todos! El caminante cristiano, al mirar a su alrededor, ve a otros caminantes que no son cristianos. En ocasiones éstos hasta se meten con él, llegando incluso a la burla o al rechazo. Al caminante cristiano le gustaría acabar con ellos, pues en su opinión se lo merecen: ¡no son cristianos! Pero Jesús se le queda mirando fijamente y le dice: sigue caminando. Y así lo hace, llevando dentro la utopía: un mundo de valores diferentes de los que constata a su alrededor. Alrededor que, la verdad, no es malo, pero que el caminante cristiano siente y sabe que puede ser mejor. Lo sabe porque lo aprende de Dios. El alrededor más los valores que el caminante lleva dentro aprendidos de Dios, todo ello constituye el Reino de Dios. No es fácil construir este Reino. El propio caminante cristiano experimenta con fuerza la llamada de valores no utópicos, que incluso llega a hacer suyos sin darse cuenta. Poseer, dominar, ser superior, trepar, pasar… Se precisan ciertamente esfuerzos, vigilancia y sacrificio para no dejarse arrastrar por estos valores antiutópicos. Con la máxima de los vs. 57-58, la de las zorras y pájaros, Jesús invita al caminante cristiano a ese esfuerzo, a esa vigilancia, a ese sacrificio. ¿Le invita solamente? Presiento que detrás de lo desconcertante y absurdo de las máximas segunda y tercera, la de los cadáveres enterrándose a sí mismos y la de la mirada atrás desde el arado, se esconde algo más que una invitación. Esas máximas son una súplica, un grito, una llamada imperiosa de Jesús: ¡Caminante: sigue siendo cristiano!, ¡sigue viviendo con fuerza los valores del Reino de Dios para que tu alrededor sea diferente!, ¡sigue siendo cristiano!, ¡por favor!.

Después de haber meditado sobre estas lecturas y su comentario es bueno plantearnos las siguentes preguntas: a) ¿Cuál es el punto del texto que te ha gustado más y que más te ha impresionado? b) ¿Qué defectos y limitaciones de los discípulos se descubren en el texto? c) ¿Cuál es la pedagogía de Jesús y que Él usa para corregir estos defectos? d) ¿Cuáles son los hechos del Antiguo Testamento que se recuerdan en los textos? e) ¿Con cuáles de estas tres vocaciones (vv. 57-62) te identificas? ¿Por qué? f) ¿Cuál es el defecto de los discípulos de Jesús más presente en nosotros, sus discípulos de hoy?

4. Oración final

Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

Domingo 12 del Tiempo Ordinario Ciclo C

Décimo segundo domingo del tiempo ordinario ciclo c

1. Introducción

Reconocer y confesar que Jesús es el Señor no es cualquier cosa; es una de las decisiones fundamentales que el hombre puede tomar en su vida y, por tanto, tal proclamación debe transformar radicalmente la vida entera de quien la hace. No se puede decir que Jesús es el Señor para vivir, después, bajo cualquier otro señorío: el del dinero, el placer, el poder, la estética, etc. Si de verdad Jesús es nuestro Señor, nuestra vida quedará libre de toda atadura para poder entregarnos, sin limitación de ningún tipo, a trabajar por el Reino de Dios, la causa por la que Jesús luchó, vivió y murió. Con el firme propósito de no tener en nuestra vida otro Señor que Jesús, damos comienzo a nuestra celebración.

2. Oración antes de la lectura de la palabra de Dios

Señor Jesús abre mis ojos y mis oídos a tu palabra, que lea y escuche yo tu voz y medite tus enseñanzas, despierta mi alma y mi inteligencia para que tu palabra penetre en mi corazón y pueda yo saborearla y comprenderla. Dame una gran fe en ti para que tus palabras sean para mí otras tantas luces que me guíen hacia ti por el camino de la justicia y de la verdad habla señor que yo te escucho y deseo poner en práctica tu doctrina, por que tus palabras son para mí, vida, gozo, paz y felicidad, háblame Señor tu eres mi Señor y mi maestro y no escuchare a nadie sino a ti. Amén.

3. Lectura y comentario de la Palabra de Dios

Lectura del Profeta Zacarías 12,10-11.

Esto dice el Señor: Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido.

Las fulgurantes victorias del gran estadista griego Alejandro Magno en el mundo entero pudieron servir de modelo al profeta para describirnos la gran victoria de Dios al establecer la era mesiánica. El autor de estos últimos capítulos de Zacarías (9-14) espera con ansiedad ese "Día del Señor", día de la implantación de la era mesiánica. Muchas cosas acaecerán en "aquel día"

El texto para este domingo: En los vs. 9-10 suena, por quinta vez, la insistente expresión "aquel día". El pueblo de Jerusalén será protegido por el Señor contra cualquier nación, pequeña o grande, cercana o lejana, que intente atacar a la Ciudad Santa (v. 9). Si en otro tiempo pasó la "ira divina" sobre la ciudad arrasando sus muros y dejándola huérfana (cf. Libro de la Lamentaciones), ahora suena la hora del desquite, de su protección: Dios se pone de parte de su pueblo frustrando el asalto de los invasores (vs. 2-8).

Si Dios castigó a la ciudad no fue por capricho; la verdadera y auténtica causa de su destrucción fue el pecado del pueblo. El Señor sació su cólera a causa de los crímenes cometidos por sus habitantes al derramar por la calle sangre inocente (Lam. 4, 11-13). Y para que llegue esa hora del desquite se requiere en el pueblo un acto de conversión, un cambio de actitud como fruto de una pausada reflexión. Por eso el v. 10 nos dice que el Señor va a derramar sobre ellos un espíritu de compunción y de pedir perdón.

El profeta se fija en un hecho muy concreto: el pueblo llora sus pecados al contemplar a un personaje matado por ellos, víctima de la ira popular. Se trata de una acción pasada ("traspasaron") con relación al autor. ¿A qué personaje se refiere? No lo sabemos.

Los responsables del crimen y sus descendientes se lamentarán amargamente como si se tratara del primogénito, hijo único. El duelo será amargo y universal.

En sentido literal no puede aplicarse este oráculo al Mesías ya que se habla de una acción en el pasado. ¿Se refiere a Jeremías, Zacarías…? No lo sabemos. Sólo en un sentido figurado, y por su similitud con el siervo de Isaías (cf. 52, 13-53, 12), puede aplicarse el oráculo a Jesús de Nazaret, traspasado en la cruz por nuestros delitos (Jr. 19,37; Apoc. 1,7), y la contemplación de este personaje humillado ha provocado, sigue provocando y provocará un llanto amargo y universal.

El pueblo de Israel al meditar su historia pasada siente remordimientos por sus malas obras, y llora sus pecados. La serena reflexión conduce al cambio, a la conversión. Y nuestros pecados personales y comunitarios continúan traspasando no sólo a Jesús sino a muchos hermanos nuestros que caen víctimas de nuestras guerras, injusticias, violencias.

El "día del Señor", el desquite, el triunfo de la verdad nunca se logrará por la violencia, sino por la reflexión, el lloro, el arrepentimiento y el perdón.

Oremos con el salmo 62.

Parece que nuestra época ha descubierto la oración íntima. Este salmo 62 expresa la oración de un hombre muy avanzado en el camino de la oración: Sus actitudes religiosas son de tal sublimidad e intensidad mística… que al hacerlas nuestras, nos sentimos poco sinceros. Quién de nosotros puede decir lealmente; "¡permanezco horas enteras hablándote, mi Dios!" O esto otro: "¡Te busco desde la aurora… Mi alma tiene sed de Ti!…

SALMO RESPONSORIAL
Sal 62,2. 3-4. 5-6. 8-9

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agotada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca
y mis labios te alabarán jubilosos.

Porque fuiste me auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 3,26-29.

Hermanos: Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán, y herederos de la promesa.

Terminado el tema de la justificación, Pablo va entrando en el de la filiación que va a desarrollar a continuación en los vs. 4, 1-7. La fe obra no sólo la justificación, sino la filiación, la condición filial. En realidad, se trata de dos maneras de describir lo mismo: la condición fundamental del cristiano. La fe obra esta situación. Establece una unión personal con Cristo que nos hace participar de su misma vida. Esta unión se sella por y en el bautismo. Esta comunidad de vida entre el Hijo y los hijos hace que quienes están en ella tengan la misma vida de Cristo Hijo.

Ello tiene consecuencias prácticas y reales. Las diferencias humanas quedan superadas ante Dios y ante aquéllos para quienes lo de Dios significa algo importante. Pablo percibía las diferencias naturales que en su mundo todavía tenían mayor trascendencia que ahora. Pero no tienen esa importancia desde el punto de vista cristiano. Porque hay algo mucho más esencial: el ser hijos todos y, por tanto, hermanos iguales.

Pensemos, por ejemplo, en la consecuencia sobre la condición de la mujer que se declara superada en su aspecto discriminatorio, muy presente y de gran significado en el mundo paulino. Una mujer no era sujeto religioso del judaísmo lo mismo que el hombre, ni muchísimo menos. Sólo llegaba a Dios, en la concepción judía, por medio del varón, padre, esposo, hijo. Pablo declara que todo eso ya es diferente ahora. No cuenta. Primero, igualdad real. Luego, si lo hay, el resto. Porque todos somos uno. Y cuando se dice en este sentido, que no caiga en retórica vacía.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9,18-24.

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: —¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: —Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Él les preguntó: —Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: —El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: —El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y, dirigiéndose a todos, dijo: —El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.

A diferencia de los otros dos sinópticos, que sitúan la escena en la zona de Cesárea de Filipo. Lucas omite toda referencia local, sustituyéndola por un tiempo de oración de Jesús. Con este telón de fondo asistimos después a la conversación de Jesús con sus discípulos. Y cosa muy poco habitual, el tema de conversación versa sobre el propio Jesús.

¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién decís que soy yo? Oponiéndose a la opinión de sus discípulos, Jesús habla de sí mismo como del Hijo del hombre que tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar. "Tiene que" rige a los cuatro infinitivos. En las palabras que siguen Lucas amplia el auditorio, hecho no suficientemente recogido por la traducción litúrgica. Van dirigidas no sólo a los discípulos sino a todos en general. El tono de las mismas ya no es el de la conversación distendida sino el de la afirmación grave y categórica. El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. La puntualización "cada día" confiere a las palabras un matiz que no se encuentra en los otros sinópticos.

La fórmula de encabezamiento en el original confiere a este texto la categoría de texto importante. La mención de la oración ratifica este calificativo. En todo lo que llevamos de actuación de Jesús es la primera vez que el autor centra su atención en Jesús mismo, no en lo que éste dice o hace. ¿Quién es Jesús? Se trata, pues, de adentrarse en su persona, de saber de él.

Se sucede una reseña de opiniones. Es eso, una simple reseña, porque Lucas no entra en su valoración. Pero hay una opinión en la que sí se detiene. Es la expresada por Pedro: El Mesías de Dios. Y se detiene para prohibirla y, en su lugar, hablar de el Hijo del hombre.

Tampoco, tal vez, sea importante o necesaria aquí. Pero lo que sigue sí que lo es: Tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado, resucitar. Es decir, los padecimientos infligidos, la muerte impuesta y la resurrección forman parte esencial y necesaria de la vida de Jesús. "El Hijo del hombre tiene que". Es una necesidad que ahonda sus raíces en la vida tal y como ésta es: con sus mezquinos y mortales juegos de intereses, pero también con la presencia de la gracia. Jesús vive inmerso en ambos componentes: por eso tiene que ser eliminado y tiene que vivir.

Pero esta condición no es aplicable solamente a Jesús. Los dos últimos versículos de hoy la hacen extensiva a todos y cada uno de sus seguidores. El v. 23 aclara el concepto de seguimiento: El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. En la formulación de Lucas no se trata de seguir a Jesús con vistas al momento final de la cruz, sino de un seguimiento continuado, día a día. La cruz deja de referirse exclusivamente a un instrumento de suplicio concreto y determinado y pasa a abarcar las mil pruebas que en el vivir diario aguardan al seguidor de Jesús por el hecho de serlo y de llevar un estilo de vida como el suyo. Este estilo de vida puede llevar al seguidor de Jesús a tener que dejar parte de su vida en el camino, pero sólo un estilo de vida así merece realmente el nombre de vida.

4. Oración final:

  1. Me preparo a mi oración
  2. Me recojo imaginando a Jesús en oración con los suyos.
  3. Pido lo que quiero: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Me dejo interrogar por él? ¿Acojo su pregunta y su respuesta?
  4. Para sacar fruto, miro, escucho y observo a las personas: quiénes son, qué dicen, qué hacen.

Puntos para seguir reflexionando:

  • La pregunta de Jesús acerca de la opinión de la gente
  • Su pregunta dirigida a los discípulos
  • Su respuesta: Jesús es el Mesías
  • Su revelación: es el Hijo del hombre, el Siervo que sufre

Domingo 11 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Lecturas Domingo de la 11ª semana del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo 13 de Junio del 2010

Introducción

Sabemos por experiencia que una comida es una gran oportunidad para la reconciliación y el perdón. Compartir la misma mesa significa aceptarse unos a otros, formando comunidad, y dejar que lo pasado negativo pasado esté. La comida de la eucaristía es un encuentro con el Cristo que perdona y con los hermanos que conviven en paz.

Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 12, 7-10. 13

En aquellos días, Natán dijo a David: – «Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías."» David respondió a Natán: – «¡He pecado contra el Señor!» Natán le dijo: – «El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás.»

Nuestro texto litúrgico sólo se fija en la aplicación de la parábola, pero sería muy conveniente leer también la parábola. La parábola es muy sencilla. Los "muchos" rebaños del rico se contraponen a "una" corderilla del pobre. El rico se contenta con tener, el pobre "la iba criando, y ella crecía con él y con sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija".

Ante la visita del huésped el rico le da de comer matando la corderilla del pobre. David, con su autoridad, tiene que sentenciar (vs. 5-6: airado exige el cuádruplo de lo exigido por la ley (Ex. 21, 37) y la muerte, no prevista por el rey, pero exigida por la vileza de la acción. Aplicación de la parábola: la designación "¡eres tú!" del v. 7 constituye el momento culminante de la parábola, ya que los personajes anónimos van a recibir nombre y apellidos. La palabra del Señor ilumina acusando: el oráculo de los vs. 7-12 recuerda los beneficios divinos (agravante de la acción cometida) denuncia el pecado y expone la condena en correspondencia con el delito: asesinato. La espada no se apartará de tu casa por arrebatar a su mujer, te arrebatarán tus mujeres.

La respuesta de David es muy breve: "¡he pecado contra el Señor!" (v. 13). Y si grave fue el pecado del rey contra Urías, contra Dios, más sincero fue aún su arrepentimiento. Todo ser mortal podrá fallar, pero su grandeza radica en saber levantarse a tiempo. Su confesión realiza la creación de un hombre nuevo (Sal. 51, 12 ss.), y Dios le perdona.

-Reflexiones:

En la parábola, el rico se contenta con "tener", con una mera relación de posesión, mientras que el pobre se vacía personalmente con la única corderilla que tiene; le da su pan, su vino, es como una hija. ¿Qué postura tenemos con nuestras posesiones o bienes? ¿Relación personal o relación de posesión? ¿Acumulamos o gozamos siendo personas?.

Dios reprueba la acción de David. Para el Señor no hay acepción de personas: ante la injusticia del poderoso se pone de parte del débil. Y aunque los hombres callen por miedo, por no perder el favor de su Señor en el orden social y económico, por no complicarse la vida…, la palabra del Señor no calla y acusa al rey David. Y para más el encargado de comunicar el mensaje acusador será nada más ni menos que el profeta de la casa del rey, Natán. La ofensa cometida contra Urías es un delito contra el Señor, ya que las relaciones contra el hermano no son indiferentes a Dios. También a Caín le pide Dios cuentas de lo hecho con su hermano Abel (Gen. 4). El Señor es el vengador del débil, pero no aniquila a nadie; si el hombre confiesa su pecado, Dios perdona. La palabra divina, incluso cuando castiga, busca la salvación del hombre.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 31,1-2. 5. 7. 11

R/. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: "Confesaré al Señor mi culpa»,
y tu perdonaste mi culpa y mi pecado.

Tú eres mi refugio: me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.

Segunda Lectura

(Gal 2,16.19-21): Cristo Jesús Me Ama y Me Ha Salvado San Pablo nos dice que no son las obras, en obediencia a la ley, las que nos salvan, sino nuestra fe en Jesucristo. El Hijo de Dios me amó y me salvó. Ahora vivo su vida.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 2, 16. 19-21

Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la Ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley. Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas 7, 36-8, 3

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: – «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» Jesús tomó la palabra y le dijo: – «Simón, tengo algo que decirte.» Él respondió: – «Dímelo, maestro.» Jesús le dijo: – «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: – «Supongo que aquel a quien le perdonó más.» Jesús le dijo: – «Has juzgado rectamente.» Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: – «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dijo: – «Tus pecados están perdonados.» Los demás convidados empezaron a decir entre sí: – «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: – «Tu fe te ha salvado, vete en paz.» Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Dividimos el texto en dos unidades fundamentales (7, 36-50 y 8, 1-3), ocupándonos principalmente de la primera, centrada sobre el tema del amor y del perdón. El contexto de la escena es un banquete; Jesús participa como invitado y dos personas muy distintas (un fariseo y una prostituta) vienen a ofrecerle sus dones.

El fariseo le invita a una comida material. Evidentemente, sería exagerado el acusarlo de mala voluntad; quizá siente respeto por Jesús, cuando le llama. Sin embargo, en el fondo de su gesto existe un rasgo de juicio y de dominio; por eso se atreve a sancionar la actitud del maestro. Tiene su verdad hecha, conoce ya a Dios y no necesita que nadie le enseñe la nueva profundidad del reino y de la vida.

La publicana no está invitada, pero viene. Sabe que Jesús ofrece un mensaje salvador, ha conocido su calidad de hombre que se entrega totalmente a los demás y por eso viene a ofrecerle simplemente lo que tiene: el perfume que utiliza en su trabajo, sus lágrimas, sus besos. Tomado en sí mismo, ese gesto resulta ambivalente. El publicano, regido por las normas de una moral estricta, condena a la mujer, reprueba su gesto de liviandad y juzga a Jesús que ha permitido que le traten de una forma semejante. Jesús, en cambio, ha interpretado la actitud de la mujer como un efecto de su amor, como expresión de gratitud por haber sido comprendida y perdonada.

La visión de Jesús se ilumina a partir de una parábola (7, 41-43): de dos deudores insolventes amará más al Señor aquél a quien le ha sido perdonada la mayor de las deudas. Aplicando la parábola se precisa la actitud del fariseo y de la prostituta.

Todo el evangelio está mostrando ese mensaje: Jesús ofrece el perdón de Dios a los hombres insolventes de la tierra. Entre ellos se encuentran el fariseo y la prostituta. El fariseo no se ha preocupado de aceptar ese perdón; piensa que sus cuentas están claras, se siente plenamente en paz y, por lo tanto, le resbalan las palabras de Jesús que aluden al don de Dios que borra los pecados. Convida a Jesús, pero lo hace por curiosidad; en el fondo no lo ama, porque no se reconoce pecador, no quiere ser perdonado. La mujer, en cambio, se sabe pecadora; ante Dios y ante los hombres confiesa que su deuda es impagable; por eso se ha sentido condenada. Pero ahora que Jesús ha llegado a la ciudad, una vez que ha proclamado su palabra de gracia universal, ella se ha sentido (se ha sabido perdonada). Por eso, superando todos los convencionalismos, aprovecha la ocasión y viene hasta Jesús para demostrarle su agradecimiento y su amor: la grandeza del perdón que Dios le ha concedido se demuestra a partir de la grandeza del amor que ese perdón ha suscitado. En torno a esta relación de Jesús con la pecadora debemos añadir unas notaciones marginales: 1) en sentido estricto el amor de la mujer es siempre una respuesta, porque el primer paso lo ofrece el mismo Dios que perdona a todos por medio de Jesús. Sin embargo, no podemos olvidar que en la historia de cada vida la dialéctica perdón-amor puede revestir modalidades diferentes, de tal manera que en algún caso el amor en vez de ser un signo o consecuencia puede venir a convertirse en principio del perdón. 2) Como ejemplo de una existencia humana fundada en la gratitud por el perdón que ha sido concedido se sitúan las mujeres del texto siguiente de san Lucas (8, 1-3); esas mujeres, que han sido curadas, liberadas, perdonadas por Jesús, han respondido a su don con un gesto de amor comprometido, que las convierten en auténticas discípulas del maestro. 3) Este rasgo de un amor total con que se responde al perdón de Jesús se ajusta más a la tipología de la mujer, de tal manera que una parte de la espiritualidad femenina puede basarse en estos fundamentos; sin embargo, no debemos olvidar que la misma espiritualidad de los varones puede y debe responder a este principio del perdón y del amor como respuesta. 4) Es curioso señalar que en esta caracterización del seguimiento de Jesús, Lucas concede ventaja a la mujer, cosa extraña y revolucionaria en la sociología humana y religiosa de aquel tiempo. Historia inaudita cuando se piensa en los tabúes que Jesús violaba. Decía un rabino de la época que entre un justo y una prostituta había que mantener una distancia de 2 metros.

Jesús no se cuida ni de juicios ni de conveniencias. Esta pecadora tiene una gran confianza en Jesús. Jesús la recibe con un amor que la transforma y entonces se despierta en ella un amor más grande. Otro amor que la purifica y la resucita, un amor inmenso que ha recibido un perdón inmenso.

Dos personas. Dos seres que están dentro de nosotros. El Justo y la pecadora. El justo observa fríamente, razona, encerrado en lo que cree saber sobre Dios, el pecado, los perdones imposibles. Va a faltar a este encuentro que habría cambiado su vida.

La pecadora no dice nada, tiene detalles de delicadeza, de amor. Simeón es un justo, de esos a los que Jesús no ha venido a llamar. Si se sientan a la misma mesa, lo hacen como personas que se han hecho ellos mismos la invitación. No pueden entender la gracia, el don gratuito, generoso, traído por Jesús. ¿Es que son orgullosos -más pecadores que los demás? El texto no se preocupa de esto y deja a la paradoja toda su fuerza: aquellos a los que se perdona poco no pueden entender a Jesús. Del otro lado está la mujer. En una situación de desamparo. Su misterio hace pensar en esa otra mujer que Jesús acaba de encontrar y que conocía también el fondo del desamparo llevando al sepulcro a su hijo único. Llegando como llegan al fondo de la pobreza, las dos mujeres no pueden sino recibir.

La palabra de Jesús crea una vida nueva. Cada vez que me confieso, Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo amor, con la misma fuerza. La diferencia no esta en Jesús sino en mí.

El amor es consecuencia del perdón. La moral tradicional queda aquí en ridículo. Habitualmente, el perdón aparece como la recompensan del amor y el amor como la causa del perdón. Aquí es a la inversa; el amor es la consecuencia, el fruto del perdón. el perdón es lo primero, no se da a cambio del amor, sino que es pura y simplemente dado. ¿Cuál es entonces la causa del perdón? Algunas buena disposición habrá en la mujer, que la impulsa a hacerse perdonar.

Sólo los que pasan la dura experiencia de la pobreza, cualquiera que sea la forma bajo la que se presente esa indigencia son accesibles al don de Dios que es el perdón.

Corpus Christi – Ciclo C

SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO


Lectura del libro del Génesis 14, 18-20

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos. Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

Salmo responsorial

R. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

Oráculo del Señor a mi Señor:

«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.» R.

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora. » R.

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:

«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.» R.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos replicaron:

«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

ACERCARNOS AL TEXTO

Después de escuchar lo que los Doce le cuentan al regreso de la misión, Jesús «se los lleva y se retira con ellos en dirección a un pueblo llamado Betsaida» (v. 10). Su intención es clara: de un lado, los quiere aislar del fervor nacionalista exagerado que habían suscitado en las aldeas judías con su predicación (por eso se los lleva hacia Betsaida, fuera del territorio propiamente judío); por otro, quiere hablar en privado con ellos sobre el reinado de Dios y su misión, a fin de corregir visiones y expectativas equivocadas. Es muy instructivo comparar la vuelta de los Doce con el regreso de los setenta y dos (10, 17ss). Los setenta y dos volvieron muy contentos, hecho que dará pie a Jesús para puntualizar cuál es la verdadera alegría y que desatará en él, en aquel preciso momento, la mayor explosión de júbilo que constatan los evangelios (10, 20-22). Sin embargo aquí, en la vuelta de los Doce, no hay alegría. Al parecer, lo que le contaron no debió de agradar mucho a Jesús. Por eso se retira con ellos para corregirles.

Pero ante la presencia de la gente que lo sigue ha de cambiar de planes. La necesidad de las personas marginadas es para Jesús el criterio inmediato y práctico de lo que puede o no puede hacer. Él acoge a la gente, les habla del Reino de Dios y cura a los que lo necesitaban. Se trata de un signo del Reino que es un reino de vida. Los Doce, convencidos de que Jesús los ha escogido aparte como grupo de selecto, protestan por la presencia del gentío de seguidores. Quieren desentenderse de esas multitudes que no van de acuerdo a sus planes y que para ellos son un estorbo. Por eso, se acercan a Jesús para decirle que los despida. Jesús no comparte su deseo ni su exclusivismo. Tiene otra cosa en mente. A ellos les toca darles de comer, eso forma parte de su tarea de anuncio del Reino. Les contesta:«Dadles vosotros de comer». La negativa se reviste de sentido común: hablan de lo poco que tienen y de la necesidad de comprar. Sus categorías son las de la sociedad injusta que el Reino interpela. Continúan «contando» y «alimentándose» con los valores a los que Jesús les había invitado a renunciar cuando los envió en misión: «No lleven ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero» (9, 3).

Ahora les descubre y pone de manifiesto que la lógica y distintivo del Reino va por otro camino: EN EL COMPARTIR lo que se tiene, ahí está la solución. Compartir es un gesto que no tiene límites, cuando se comparte hay de sobra para todos; el amor es siempre abundante. Jesús toma la iniciativa y comparte lo que tienen; los discípulos son intermediarios. La multitud come a gusto, los hambrientos son saciados. El alimento es otro signo de la presencia del Reino, porque de él depende la vida. Pese a la carencia pretextada por los discípulos, sobran doce canastos. La cifra es simbólica: hay alimento para todo el pueblo (las doce tribus).

La multiplicación de los panes y peces es el único milagro común a los cuatro evangelistas. Entre todos lo narran seis veces (Mc 6, 30-44; 8, 1-10; Mt 14, 13-21; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-14). Es un relato lleno de simbolismo eucarístico. Las expresiones «tomó el pan», «alzó la mirada»,«lo bendijo», «lo partió», «se lo dio», aparecen en el mismo orden aquí que en los relatos de la institución de la Eucaristía.

REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

En esta narración quedan claramente resaltados, como expresión de lo que es el Reino, el DON DE DIOS y el COMPARTIR HUMANO. Dios quiere que todos vivan y puedan alimentarse hasta saciarse. Pero esa voluntad se hace efectiva únicamente a través de nuestro compartir. Por eso, la Eucaristía, celebración y expresión de lo que debe ser el nuevo pueblo de Dios o la comunidad cristiana, no es auténtica y se contradice a sí misma si, quienes participamos en ella, no somos solidarios; si quienes decimos ser seguidores de Jesús no compartimos lo que tenemos.

En un mundo donde el hambre, la injusticia y la xenofobia son realidades flagrantes, y donde el ansia de acumular bienes es el anhelo al que dedicamos las mejores horas de los mejores años de nuestra vida, hemos de afirmar que la celebración de la Eucaristía tiene dimensión social y política y pide una nueva sociedad, un nuevo orden internacional. Si no, no es signo mesiánico ni celebración que inaugura el Reino. Sólo si es celebración del compartir la Eucaristía puede considerarse memorial de Jesús.

El relato evangélico de los panes es aleccionador. Los discípulos, estimando que no hay suficiente para todos, piensan que el problema del hambre se resolverá haciendo que la muchedumbre «compre» comida. A este «comprar», regido por las leyes económicas, Jesús opone el «dar» generoso y gratuito: «Dadles vosotros de comer». Luego, coge todas las provisiones que hay en el grupo y pronuncia las palabras de acción de gracias. De esta manera, el pan se desvincula de sus poseedores para considerarlo don de Dios y repartirlo generosamente entre todos los que tienen hambre. Cuando nos liberamos del egoísmo humano, sobra para cubrir la necesidad de todos. Ésta es la enseñanza profunda del relato evangélico.

No podemos inhibirnos o desentendernos del hambre que hay en el mundo diciendo que sólo tenemos para nosotros. Compartir hace crecer nuestras posibilidades. Así anunciamos el Reino. El COMPARTIR es el rasgo característico del Reino, del nuevo Israel, de la comunidad cristiana, de la Iglesia. ¡Es la forma de que los bienes mesiánicos lleguen a todo el pueblo!

COMPROMISO DE VIDA

Nos encontramos ante un mensaje que pone en tela de juicio muchos de nuestros comportamientos, formas de ver y de entender la vida. Es necesario afrontarlo.

¿Cuál es mi actitud HABITUAL de vida: acumular y guardar, o sé compartir generosamente lo que tengo y que, a veces, malgasto?

Si la celebración de la Eucaristía y el COMPARTIR están muy relacionadas, según el texto evangélico de hoy: ¿qué gesto o gestos de compartir voy a llevar a cabo durante esta semana para vivir lo que el Corpus Christi me exige?

Utilizaré cada día de esta semana la oración, “El milagro de compartir”, para así poder hacer mío su mensaje y contenido.

COMENTARIO

Gn 14, 18-20: Melquisedec ofreció pan y vinoSal 109, 1-4: Tu eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec

1 Co 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor

Lc 9, 11-17: Comieron todos y se saciaron.

  • Primera lectura, Melquisedec ofrece el pan y el vino como elementos para un sacrificio incruento agradable a Dios.
  • signo anunciador del sacramento eucarístico.

Segunda lectura, Testimonio de San Pablo sobre la institución de la Eucarística en la última cena, anticipo de la muerte de Jesús.

  • Es una “Tradición que procede del Señor”. Por Pablo la transmite como revelación divina.
  • "Tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo":
  • Categóricamente afirma la “presencia real” y sustancial de Cristo (para la que se requiere una (transustanciación”)
  • Eucaristía significa "acción de gracias". Parte la Eucaristía pero El no se divide. Jesús está Presente en cada fragmento. "mi cuerpo" es singular.

«que se entrega por vosotros», en una “alianza nueva” sellada con su sangre.

  • La Ultima Cena anticipa el calvario: Su entrega a su Padre por su muerte y resurrección.
  • Por amor. Hacernos partícipes de su Pascua.

“Haced esto en memoria mía”

  • "Haced esto": Jesús ordenó celebrarla
  • Memorial de su “sacrificio”. Jesús es sacerdote, víctima y Altar.
  • Eucaristía es un verdadero sacrificio porque representa –hace presente– el sacrificio de la cruz. Aplica su fruto.
  • Estar con nosotros.

¿Hasta cuando?: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva».

  • volverá (Segunda Venida) PERO esta con nosotros en la Eucaristía.
  • Ultimo versículo de Mateo: 28,20 "enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo."
  • "proclamáis la muerte del Señor":
  • Pablo no se avergüenza de la muerte de Cristo en la cruz porque sabe que nos ganó la redención.
  • I Corintios 1:23-24 "nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para
  • los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
  • los hombres."