Domingo 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXXII del tiempo ordinario ciclo C

1. Introducción
El fiel sabe que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
El cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesús, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido, son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo.

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1-2. 9-14.
En aquellos días arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo prohibida por la ley. El mayor de ellos habló en nombre de los demás: -¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. El segundo, estando para morir, dijo: -Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente. -De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba a la muerte, dijo: -Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida.

-El contexto histórico.
Contra las intenciones de los griegos seléucidas de «obligar a los judíos a abandonar las costumbres tradicionales y a no gobernarse por la Ley del Señor» (6, 1ss) surge la sublevación judía iniciada por Judas-Macabeo, el año 167 a. de Cristo. De esta sublevación nos hablan los libros de los Macabeos. No se trata de un relato histórico en sentido moderno; sus personajes son más prototipos a imitar que seres individuales. Así, por ejemplo, se dice de Eleazar: «Así terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes sino a toda la nación un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud» (6, 3).

-El texto.
El autor nos presenta un nuevo caso a imitar, el ejemplo de estos siete jóvenes y su madre que siguen la conducta del venerable anciano (6, 18-31) y que padecerían martirio por ser fieles a la Ley del Señor (cap. 7). El relato nos resulta familiar desde la infancia.
Más que detenernos en discutir si su conducta fue fidelidad a Dios o cerrazón mental nos interesa resaltar los contrastes que aparecen entre «vida presente» y «vida futura», «morir» y «resucitar». La fe en la resurrección alimenta la lucha de estos hermanos, despreciando las amenazas y los tormentos del tirano. Según la enseñanza de sus discursos, el que nos dio el don de la existencia nos dará también el don de la vida tras la muerte (v. 11): «os devolveré el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley» (v. 2). Premio de la gran misericordia divina (vs. 21. 29) es esa vida que ya han comenzado a disfrutar estos hermanos, ya muertos (v. 36). Esta madre que se dirige a sus hijos es símbolo de Sión (Is 49. 54. 60. 62.), también madre de siete hijos (Jr 15. 9), que les exhorta a permanecer unidos como pueblo siendo fieles al Señor, con la esperanza de la resurrección. Y la nueva Sión para nosotros los cristianos es la Iglesia (cf.Alonso Schökel, `Los Macabeos`, Ed. Cristiandad).

2.2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 16,1. 5-6. 8b y 15

 R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío,
inclina el oído y escucha mis palabras.
A la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.

2.3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 2,15-3,5.
Hermanos: Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados; porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del malo. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo.

El espíritu del creyente, como el de cualquier hombre, es débil e influenciable. La paz y la visión realista de sí mismo y de la propia tarea en la vida no se establecen de manera imperturbable, sino que siempre están sujetas al peligro de ser alteradas por factores diversos. Uno de ellos es la palabra. En este sentido, las «teorías» no son inofensivas, sino todo lo contrario.
La palabra dirigida a un hombre siempre deja en él una huella, superficial o profunda. Por eso, el creyente tiene que tener claridad de criterio y agudo sentido crítico para saber discernir lo que le conviene de entre todo lo que oye. De hecho, ya tiene en sí mismo el criterio. Pablo alude a él muy claramente en el texto que leemos hoy. El fiel debe rechazar toda palabra que le haga perder la sensatez, que le quite la paz, que le provoque temor (v 2), que tienda a oscurecer la luminosidad del destino de su vida, conocido mediante el anuncio del evangelio (14). A la vez, el Apóstol sugiere a los tesalonicenses y a todos los creyentes que consideren por qué razones o motivos han acogido el evangelio y dónde reside la fuerza de éste para sus vidas, diciéndoles que es para los hombres «una consolación indefectible y una magnífica esperanza» que los anima interiormente y los afianza en todo bien de palabra y por obra (16s). De este modo, la tarea del cristiano consiste en descubrir el bien y hacerlo. Se entiende, pues, que toda palabra o doctrina que tienda a desviarlo del cumplimiento de esta vocación suya se le revelará, por este solo hecho, como perniciosa. Es mala la doctrina que hace mal al hombre. Por otra parte, la decisión de llevar una vida cristiana en la búsqueda y práctica del bien no está tampoco condicionada por la oscuridad de ciertos párrafos extraños y sorprendentes, como una parte del texto de hoy, que a veces encontramos en la Escritura. Por lo que respecta al presente texto de la segunda carta a los Tesalonicenses, la inteligencia podría quedar satisfecha viendo que el Señor Jesús, anunciado en el evangelio, tiene ya de antemano ganada la batalla contra el mal (8). Guiándose por un sano realismo y en beneficio de su paz y serenidad, el creyente debe saber dejar a Dios que haga la obra que sólo él puede hacer. Para llevar adelante su obra de creyente, le basta saberse escogido para la santificación, amado por Dios y llamado a alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

2.4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 20,27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección [y le preguntaron: Maestro Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, v así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.] Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.

-El texto
Se sitúa ya en el final del camino, en la ciudad santa de Jerusalén. Aquí tenía su enclave principal la corriente saducea, formada por la aristocracia laica y sacerdotal. Hombres realistas y pragmáticos, los saduceos se mostraban especialmente receptivos a la cultura helenístico- romana. Doctrinalmente conservadores, su fuente de inspiración y de religiosidad era la Torá, cuyos cinco libros eran los únicos a los que otorgaban validez. De uno de ellos, de Deuteronomio 25, 5, toman la cita que les sirve de base para argumentar en contra de la resurrección de los muertos. Una tal resurrección, argumentan, plantearía problemas matrimoniales en el más allá.
La respuesta de Jesús reproduce el punto de vista fariseo en este tema. De hecho, al final de las palabras de Jesús, Lucas recoge la intervención aprobatoria de unos fariseos: Bien dicho, Maestro (Lc. 20, 39). El punto de vista fariseo que Jesús hace suyo habla de una condición humana diferente en el más allá, condición caracterizada por la incapacidad de morir y que, consiguientemente, hará innecesaria la procreación de nuevos seres que reemplacen a los desaparecidos. Se responde así a la dificultad de problemas matrimoniales aducida, tal vez irónicamente, por los saduceos. Por último, en los vs. 37-38 se aborda el tema central, afirmando explícitamente la resurrección de los muertos. La argumentación es típicamente judía: aducir un texto de la Escritura, en este caso Éxodo 3, 6, y extraer de él una consecuencia: Dios no podría llamarse el Dios de los patriarcas, si éstos no siguieran viviendo.

-Comentario
En el texto de hoy no se trata ya del caminar cristiano, sino de la meta de ese caminar, del mas allá de la actual condición humana. Dos son las afirmaciones que hace el texto. Primera: el más allá de la actual condición humana es una nueva condición, a la que no son extrapolables los datos y la experiencia de una continuidad personal: aquí y allá es la misma persona la que vive, realmente y no imaginativamente. Esta realidad personal es lo que se quiere indicar cuando se habla de la resurrección física de los muertos. Segunda afirmación del texto: la garantía de esa realidad personal es la realidad de Dios, vida sin mezcla de muerte. Desde el momento que la futura condición humana tiene su base y fundamento en la realidad de un Dios que no es empíricamente controlable ni demostrable, desde ese mismo momento tampoco lo es la realidad de nuestra futura condición. Por eso alguien con vista miope de realista y pragmático puede perfectamente negarla. Pero la miopía nunca es la perfección en vista.
El caminante cristiano sabe de su futura condición. Su caminar es pletórico, debido, entre otras cosas, a la certeza del sentido del camino. Lo que pasa es que hay certezas que sólo son tales desde una sensibilidad y un talante determinados, en este caso desde la sensibilidad y el talante nacidos de la sintonía y de la familiaridad con Dios, vida sin mezcla de muerte.