Domingo 31 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

XXXI domingo del tiempo ordinario ciclo C

Estamos ya en los últimos domingos del año litúrgico. Una vez más la Palabra de Dios nos habla de la presencia y el amor de Dios hacia nosotros. La Sabiduría, en el Antiguo Testamento, poco a poco revelo esa presencia reconciliadora. Cristo, como Hijo del Padre buscó y salvó a los pecadores, manifestándose de esta manera el gran amor misericordioso de Dios.

1. Lectura del libro de la Sabiduría 11,23-12,2.

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.

Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo incorruptible. Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor.

Dos grandes ideas complementarias recorren este texto del libro de la Sabiduría.

1) "… te compadeces de todos, porque todo lo puedes…": la omnipotencia causa o razón de la compasión (vs. 22-23). Antes el autor ha presentado unos poderosos que abusan del poder practicando la injusticia, pero es que tenían un poder limitado.

El poderoso es injusto porque ambiciona más poder, porque teme perderlo, por codicia… Además, el poderoso es riguroso con todo el mundo porque no ama al imputado, porque teme que se le escape, porque debe rendir cuentas, porque ha de atenerse a plazos y, aunque tenga buena voluntad, quizá no acierte, porque… Por el contrario, Dios "… cierra los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan". La razón está en que el Señor tiene el poder supremo, no teme a nadie, no ha de rendir cuentas, ama al pecador, tiene tiempo y siempre acierta; al ser dueño del tiempo y de los instrumentos, puede alcanzar sus fines dejando libre juego a la libertad del hombre. Quiere su conversión y le da tiempo para ella; y si ésta falla, Dios no queda nunca frustrado ya que siempre hay tiempo para el poder; y por eso echa mano de él en cualquier momento.

2) La omnipotencia divina no explica ella sola la creación sino que también interviene su voluntad libre, su amor creador (11, 24-12,2): "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho…". El Señor continúa encontrando toda la creación buena (cfr. Gn. 1); el artesano continúa disfrutando de su obra, la amaba y deseaba antes de realizarla y ha sabido ejecutarla.

Nuestro autor habla de ese amor inicial y previo (como puede ser el amor y deseo del hijo aún no concebido la razón de su existir), la omnipotencia viene a ser el ejecutor de ese deseo amoroso. Pero si obra no es por necesidad sino porque quiere, porque es libre.


2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 144,1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14

R/. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan.

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 1,11-2,2.

Hermanos: Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios os considere dignos de vuestra vocación; para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; y para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria y vosotros seáis la gloria de él, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo. Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestro encuentro con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras: como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

La lectura de hoy tiene dos partes netamente diferenciadas: La primera es una plegaria de Pablo pidiendo por los tesalonicenses, a fin de que su vocación cristiana sea digna, y que Dios lleve a término sus buenos propósitos. Todo ello, como siempre en Pablo, es para que Cristo sea glorificado en ellos, y ellos en Cristo.

La segunda parte es un aviso o una clarificación sobre la venida del Señor Jesús. En su primera carta a los tesalonicenses Pablo había hablado de esta venida con un estilo apocalíptico, y fue mal comprendido por algunos de ellos; además, surgieron voces de alguna revelación e incluso de alguna otra carta de Pablo en el mismo sentido que hicieron pensar que realmente la venida de Cristo era inminente.

Uno de los puntos más importantes de la segunda carta a los Tesalonicenses es precisamente corregir aquella visión equivocada, retornando el buen sentido a la comunidad. Cristo vendrá, sí, pero no en seguida y, por tanto, hay que esperar con confianza y vivir conforme a la fe recibida "sin perder fácilmente la cabeza ni alarmarse".

4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 19,1-10.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. El bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: -Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: -Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Para entender el evangelio que nos habla de Zaqueo es necesario que anotemos previamente estos detalles. a) El ciego del camino es pobre y no tiene que dejar nada externo cuando quiere seguir a Jesucristo (18. 35-43); pues bien, si el convertido es el rico, ¿cómo comportarse con sus bienes? b) Sabemos que los publicanos han recibido el perdón de Jesús. ¿Qué ha implicado ese perdón respecto a su fortuna mal adquirida? A estas dos preguntas responde la escena de Zaqueo. En ella descubrimos lo que la gracia de Jesús exige a un hombre rico.

"Hoy ha sido la salvación de esta casa". Zaqueo ha dado a su familia lo mejor que puede darle, el sentido de la justicia, la honradez humana, un amor abierto hacia los otros. Aunque debemos suponer que sus hijos han salido económicamente perjudicados debemos añadir que Zaqueo les ha dejado la mejor de todas las herencias. Por eso puede afirmarse que en su casa (su familia) ha entrado la salvación de Dios y Jesús mismo se encuentra dentro de ella. De una forma general y un poco acomodaticia podríamos añadir que es verdadera casa de Jesús aquella donde el padre (y la familia en conjunto) cumple la exigencia que está representada y resumida en Zaqueo, el viejo y publicano.

La salvación cristiana implica unas consecuencias sociales y económicas. Quizá Zaqueo ha tenido que dejar su viejo oficio; evidentemente ha perdido su dinero; pero ha encontrado la justicia (restitución) y el amor (reparte sus bienes). Desde un punto de vista auténticamente humano bien merece la pena lo que pierde por aquello que ha ganado. Sería ingenuo trasladar a nuestros días los detalles de la conversión de Zaqueo; es distinta la situación social, son diferentes nuestros tiempos.

Sin embargo, podemos asegurar que allí donde el mensaje de Jesús no repercute en la manera de emplear los bienes ha perdido toda su exigencia y su promesa.

En este evangelio, Jesús nos enseña hoy que el Padre–Dios no deja de ser el mismo, siempre compasivo perdonador, amigo de la vida, siempre saliendo al encuentro de sus hijos y construyendo con ellos una relación nueva de amor. Las lecturas de este domingo son una preciosa descripción de este comportamiento de Dios con la persona humana. Nos dicen que Dios ama entrañablemente todo lo que existe, porque su aliento de vida está en todas las cosas.

El relato de la conversión de Zaqueo se encuentra en el itinerario o “camino” de Jesús hacia Jerusalén y sólo lo encontramos narrado por el evangelio de Lucas. En él pone de manifiesto el evangelista, una vez más, algunas de las características más destacadas de su teología: la misericordia de Dios hacia los pecadores, la necesidad del arrepentimiento, la exigencia de renunciar a los bienes, el interés de Jesús por rescatar lo que está “perdido”. Este evangelio es una ocasión excelente para recordar que éstos son los temas que se destacan en el material particular de la tradición lucana y que resaltan la predilección de Jesús por los pobres, marginados y excluidos.

El relato nos muestra la pedagogía de Dios, en la persona de Jesús, hacia aquellos que actúan mal. Dios es paciente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia, corrige lentamente, respeta los ritmos y siempre busca la vida y la reconciliación. En este sentido, Dios es definido como “el amigo de la vida”, y buscando ésta, su auténtica gloria, sale hacia el pecador y lo corrige, le brinda su amor y lo salva.

Seguramente nosotros, por nuestra incapacidad de acoger y perdonar, no hubiéramos considerado a Zaqueo como un hijo bienaventurado de Dios, como no lo consideraron sus compatriotas que murmuraron contra Jesús diciendo: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”. Decididamente, Jesús y sus contemporáneos creían en un Dios diferente. Por eso pensaban también de forma diferente. Para el judaísmo de la época el perdón era cuestión de ritos de purificación hechos en el templo con la mediación del sacerdote, era un puro cumplimiento; para Jesús la oferta del perdón se realiza por medio del Hijo del hombre, ya no en el templo sino en cualquier casa, y con ese perdón se ofrece también la liberación total de lo que oprime al ser humano.

Por eso, la actitud de Jesús es sorprendente, sale al encuentro de Zaqueo y le regala su amor: lo mira, le habla, desea hospedarse en su casa, quiere compartir su propia miseria y su pecado (robo, fraude, corrupción) y ser acogido en su libertad para la conversión.

La actitud de Jesús es la que produce la conversión que se realiza en la libertad. Todo lo que le pasa a Zaqueo es fruto del amor de Dios que actúa en su hijo Jesús, es la manifestación de la misericordia y la compasión de Dios que perdona y da la fuerza para cambiar. De esta manera la vida se reconstruye y me puedo liberar de todas las ataduras que me esclavizan, puedo entregarlo todo, sin miedos y sin restricciones.

Con esta actitud, Zaqueo se constituye en prototipo de discípulo, porque nos muestra de qué manera la conversión influye en nuestra relación con los bienes materiales; y en segundo lugar nos recuerda las exigencias que conlleva seguir a Jesús hasta el final. Aquí la salvación que llega en la persona de Jesús opera un cambio radical de vida.

No dudemos que Jesús nos está llamando también a nosotros a la conversión, nos está invitando a que cambiemos radicalmente nuestra vida. No se lo neguemos, no se lo impidamos. El Señor nos propone unirnos a El, ser sus discípulos y a ejemplo de Zaqueo ser capaces de despojarnos de todo lo que no nos permite vivir auténticamente como cristianos. Esta misma experiencia es la de muchos otros testigos de Jesús que, mirados por El, se convirtieron, renació su dignidad, y recuperaron la vida. Aceptemos la mirada de Jesús, dejemos que El se tropiece con nosotros en el camino e invitémoslo a nuestra casa para que El pueda sanar nuestras heridas y reconfortar nuestro corazón. No tengamos miedo, dejémonos seducir por el Señor, por el maestro, para confesar nuestras mentiras, arrepentirnos, expresar nuestra necesidad de ser justos, devolver lo que le hemos quitado al otro… No dudemos, Jesús nos dará la fuerza de su perdón. El Señor está con nosotros para que experimentemos su amor. El ya nos ha perdonado, por eso es posible la conversión.

Domingo 30 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXX del tiempo ordinario

La Iglesia nos presenta esta celebración en el marco de la Jornada mundial y de colecta por la evangelización de los pueblos. Es lo que tradicionalmente llamamos el día del DOMUND. El Domingo mundial de las Misiones es decir, hoy es el día en que toda la Iglesia universal reza por la actividad evangelizadora de los misioneros y misioneras, y colabora económicamente con ellos en su labor, especialmente entre los más pobres y necesitados.

1. Textos y comentarios:

1. 1. Lectura del libro del Eclesiástico 35,15b-17. 20-22a.

El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.

Este fragmento del libro del Eclesiástico se halla en un contexto que habla del culto y su relación con la vida. Siempre es una tentación del creyente pensar que Dios escucha más si el culto es más esplendoroso. El autor recuerda unas verdades que están en el origen de la fe judaica, son la experiencia del Éxodo: Dios escucha el grito de los oprimidos y se pone a su lado para defenderlos.

Como dice el Deuteronomio (10, 17), con una formulación solemne, el Dios único que está por encima de todo no hace acepción de personas, no se deja seducir por los regalos. Si lo hiciera, es evidente que lo tendrían mejor parado los ricos y los poderosos. Pero, al contrario, Dios escucha a los oprimidos, a los huérfanos y a las viudas, que son el "modelo" del pobre afligido que no tiene quien le defienda.

A Dios le llega el grito de auxilio de los justos (de los que se mantienen fieles a la alianza) y de los afligidos. Su grito "atraviesa las nubes", es decir, llega hasta el mismo Dios, sin intermediarios.

La esperanza del pobre desvalido está puesta totalmente en el Altísimo, en aquel que puede intervenir en favor suyo. Cuando Jesús anuncia el Reino de Dios con palabras y signos, está haciendo presente la intervención del Dios que ha escuchado las súplicas de los oprimidos y los gritos de los pobres.

El Salmo expresa la confianza en este Dios que escucha y se hace cercano a los que actúan según su voluntad y a los que se hallan desamparados por los hombres.

2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 33,2-3. 17-18. 19 y 23

R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca,
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18.

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. La primera vez que me defendí ante el tribunal, todos me abandonaron y nadie me asistió. -Que Dios los perdone-. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

Pablo es ya un anciano que está en la cárcel y espera la sentencia de muerte. No se hace ilusiones humanas, pero mantiene viva la esperanza en el Señor, que es un juez justo. Como todo hombre, teme la muerte; como creyente, la afronta con serenidad y la acepta como un sacrificio que ha de hacer a Dios y un retorno a la casa del Padre.

Pablo se acuerda de su vida, como un atleta que piensa en los incidentes de su carrera. Está contento porque ha sabido mantener encendida la antorcha de la fe hasta llegar a la meta, porque ha sabido luchar por esa fe y su combate ha sido bueno. Ahora confía recibir la corona merecida, la que el Señor tiene preparada para cuantos aman su venida al fin de los tiempos.

Las palabras de Pablo pueden parecer, a un lector superficial, muy semejantes a las del fariseo que se vanagloría de sus propias obras delante de Dios. Pero el tono es muy diferente, también la expresión: Pablo agradece al Señor la ayuda recibida para cumplir su misión en el mundo (v.17); además concluye su discurso dando toda la gloria al Señor (v.18). Ninguna de esas cosas hace el fariseo en su oración.

Esta "primera defensa" puede referirse a la primera cautividad de Pablo en Roma, en cuyo proceso, no obstante haber sido abandonado por todos, fue absuelto. Y después de conseguir la libertad, continuó su misión evangelizadora y llegó hasta los confines de la tierra prometida, hasta España (cf. Rom 15,24 y 28). Según otros comentaristas, puede tratarse también de la primera defensa en la segunda cautividad. Pablo perdona a los que le dejaron solo en el peligro ante los tribunales. Y no espera ya otra liberación que la definitiva. El Señor, que nunca le ha abandonado, le librará y le acogerá en su reino.

4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 18,9-14.

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

En continuidad con la temática del domingo pasado, Lucas añade una parábola sobre la oración de un fariseo y de un recaudador. También en esta ocasión el centro de interés viene señalado al comienzo: la parábola va dirigida a los que, teniéndose por justos, se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás.

Suprimiendo toda referencia personal concreta, Lucas abre expresamente el texto a todas las épocas y a todas las personas con conciencia de justas.

-Subir al templo a orar. El templo de Jerusalén estaba ubicado en un alto. Se podía orar a cualquier hora del día en los diferentes patios de que constaba el templo. Las nueve de la mañana y las tres de la tarde eran las horas de la oración pública. La postura para orar era de pie. Así, en efecto, lo hacen los dos personajes de la parábola, aunque la traducción litúrgica no lo ha recogido adecuadamente. El erguido del que en ella se habla a propósito del fariseo es exagerado.

La parábola contrapone dos figuras representativas del judaísmo de la época. El fariseo representa al judío observante, el recaudador, al judío pecador. En la historia que Jesús cuenta, cada uno de ellos ora desde su propio experiencia de vida: el fariseo, desde su justicia; el recaudador, desde su pecado. Lo que cada uno de ellos dice de sí mismo es verdad. Tal vez por eso lo verdaderamente significativo en la historia sea sólo el siguiente aspecto: el fariseo se compara con los demás; el recaudador ahonda en sí mismo. La parábola empalma así con el centro de interés señalado al comienzo del texto.El comentario de Jesús a la parábola remite también a ese comienzo, pero invirtiendo las situaciones: tenerse por justo no siempre coincide con serlo a los ojos de Dios.

Comentario. El trazado del camino cristiano de Lucas aparece una vez más afectando a áreas profundas de la estructura de la persona, tales como la autocomplacencia en las propias prestaciones, los derechos adquiridos en razón de las mismas y la tendencia a verse y entenderse uno a sí mismo en comparación con los demás. La parábola y el posterior comentario de Jesús los entiende Lucas como una invitación a revisar esas áreas, a las que tampoco escapa la personalidad religiosa, por más que ésta se revista a menudo de simpatía y de humildad. Vemos una vez más que la dificultad verdadera del camino cristiano consiste en cuestionar las estructuras mismas de la persona y sus bases de comportamiento. Por eso se explica que el cristiano sea una persona diferente.

En la conciencia cristiana existe una imagen distorsionada de los fariseos; de ellos conocemos poco y mal. Olvidamos, por ejemplo, que el texto de hoy no sirve para formarse una imagen del fariseísmo, porque se trata de una parábola, es decir, de un texto de choque y de trazos intencionadamente exagerados y caricaturescos. La parábola, sin embargo, presupone en sí misma mucha valentía al no proponer como modelo de oración a personas socialmente aceptadas por su piedad y sí, en cambio, hacerlo con personas tildadas de pecadoras. De paso que Lucas concede preeminencia una vez más a los socialmente marginados, consigue relativizar el valor de las apariencias.

Nos encontramos ante un "test" de vida cristiana. Actual y de todos los tiempos: esto es la parábola del fariseo y del publicano.

Jesús la pronunció por algunos que se creían buenos, que estaban seguros de sí mismos y que despreciaban a los demás. Tres características presentes hoy en la vida de muchos cristianos.

El fariseo de entonces y de todos los tiempos tiene una base doctrinal para su actuación. Él piensa: "en la medida en que cumpla la ley de Dios, en esa medida Dios me premiará y me salvará". La salvación para él no depende tanto de Dios cuanto de sí mismo, de su propia fidelidad, de su propia vida. Esto hace que para el fariseo la ley sea fuente de derechos ante Dios. Para él las obras buenas hacen al hombre bueno y merecedor, por derecho propio, de la propia salvación. Como consecuencia inmediata lo principal para el fariseo es la fidelidad a la ley y en el cumplimiento fiel de todos sus detalles fundamenta la confianza en sí mismo, otra de sus características, y de esta confianza se deriva la seguridad. Se creen "los buenos", los cumplidores, los religiosos, los perfectos. De aquí a despreciar a todos cuantos no cumplan la ley no hay más que un paso que no tardan en dar.

Este fariseísmo está hoy presente en nuestro mundo cristiano tanto a nivel individual, lo cual es grave, como a nivel comunitario, lo que es infinitamente peor.

A nivel individual debemos confesar que hemos educado muchas veces en fariseo a nuestros cristianos. Les hemos dado las leyes como norma fundamental de sus vidas. Como consecuencia tenemos unos cristianos cuya preocupación principal es el cumplimiento de lo mandado, cristianos que, porque han cumplido a la perfección la letra del precepto, ya están tranquilos, ya se sienten con derechos ante Dios, ya están seguros de sí mismos. Cristianos que piensan que sus obras buenas son como ingresos en una caja de ahorros celestial que podrán exhibir ante Dios para reclamar capital e intereses. Cristianos que, juzgando como pecadores a quienes no cumplen las leyes, con la minuciosidad con que ellos lo hacen, si no llegan a despreciarlos, al menos los compadecen y, comparándose con ellos, se creen en el fondo mejores… y hasta agradecen a Dios el serlo.

A nivel comunitario se da también el fariseísmo en la Iglesia de nuestros días. Fariseos son no pocos grupos cristianos, de carácter conservador o de carácter progresista, que se creen, como grupo, los buenos, los cumplidores, los fieles, grupos que, menospreciando a los otros los juzgan equivocados, dignos de conmiseración y sin espacio apenas en la comunidad de hermanos.

¡Ah!, eso sí: unos y otros piden por la conversión de quienes no piensan como ellos. ¿Dónde radica el mal del fariseísmo? En su propia visión de Dios a quien ven como un comerciante que vende cielo a cambio de obras; en su visión de Jesucristo y de su salvación, a la que no ven como una novedad gratuita, como justificación por amor sin pedir nada a cambio, sino solo fe. El fariseo no entiende la Redención.

Domingo 29 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXIX del tiempo ordinario ciclo C

1. Introducción

Orar para el cristiano debería ser tan natural como lo es hablar para el hombre; porque debería ser natural la necesidad de ponerse en contacto con Dios para decirle que le amamos y que le necesitamos. Ciertamente que, tal como se indica en la homilía, el hombre debe hacer un esfuerzo para hablar con Dios al no encontrar, inmediatamente, la relación directa que encuentra aquí con "el otro" a quien se dirige. Pero no es menos cierto que si tenemos una fe viva y operante crecerá la exigencia de acudir al Señor, y aun ejercitándose en un monólogo aparentemente sin respuesta, poner cerca de El todas las inquietudes de nuestra vida.

Jesús insiste cerca de sus apóstoles en la necesidad de orar. Por algo será. Y hasta se toma el trabajo de enseñarles cómo hay que hacerlo y qué es lo que hay que decir cuando se dirijan al Padre.

2. Lecturas y comentario

2.1. Lectura del libro del Exodo 17,8-13.

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: -Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec: Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

Rafidim es el final de una de las etapas que hace el pueblo de Israel en su peregrinación hacia el Sinaí. La ruta del desierto es dura, pero absolutamente necesaria para alcanzar la liberación, la tierra de promisión. En los caps. 16 y 17 del Éxodo se esquematizan tres tipos de peligros que amenazan la supervivencia del pueblo en su ruta por el desierto, tras la salida de Egipto: el hambre (cap. 16), la sed (17,1-7) y la guerra (18, 8ss.). Son el precio necesario de una libertad que hay que conquistar diariamente.

La lectura de hoy recoge un episodio de guerra. Amalec es enemigo tradicional de Israel, pueblo vagabundo del desierto que se dedicaban a la rapiña. Descendía de la rama de Esaú (Gén. 36,12) y se movía por la región del Sinaí atacando a los habitantes del sur de Palestina (Núm. 13,29;1 Sam.27,8 ss.).

Ante el peligro se organiza el combate: Josué hará de general y Moisés observará la batalla desde lo alto del monte. Tal vez la lucha tuvo lugar en algún oasis del desierto, pero no lo sabemos, ya que el narrador no está interesado en la descripción del combate, sino en presentarnos a Moisés. El éxito o fracaso de la lid dependen de él: la victoria o la derrota guardan relación directa con el gesto de tener levantados o no los brazos. ¿Y qué significado encierra este gesto? Las respuestas no pueden ser más variopintas en la historia de la exégesis: Tanto los judíos como los primitivos cristianos lo aplicaban a la oración. En un sentido más profundo lo que sucedió realmente en aquella ocasión es algo muy importante en toda época: la radical verdad de la comunicación entre Dios y el hombre. El narrador escribe desde el presupuesto de una cosmovisión integral, en la que Dios y el hombre son igualmente protagonistas de la historia. Esta historia está simbolizada en el gesto de los brazos levantados en alto.

2.2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 120,1-2. 3-4. 5-6. 7-8

R/. El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha,
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.

2.3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 3,14-4,2.

Querido hermano:Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quién lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.

Después de haber recordado a Timoteo las maravillas pasadas de la evangelización (2 Tm 1.) y expuesto las dificultades presentes (2 Tm 2.), Pablo pasa a enfocar el futuro y sus peligros: herejías y corrupción de la doctrina, apostasías y persecuciones, signos, según él, del combate decisivo entre el bien y el mal. Preocupado por armar a su discípulo con vistas a las luchas que tendrá que librar, le manda que huya de los herejes (2 Tm 3. 1-9), que imite su ejemplo y que siga su doctrina (2 Tm 3. 10-14). Que se instruya también en la Sagrada Escritura (vv. 15-16). Y que, "equipado" de esa forma (v.17), hable "a tiempo y a destiempo" (v.2).

Estos versículos son los más explícitos del N.T. en torno al alcance y al valor de las Escrituras. Pablo empieza recordando a Timoteo que toda su educación se ha desarrollado a la manera judía, a partir de las santas letras (v.15): su formación no se apoya sobre teorías o fórmulas mágicas como las que montan los herejes, sino que se apoya sobre documentos, sobre "escrituras".

Por otra parte, esas Escrituras encierran una eficacia por sí mismas: no sólo proporcionan un conocimiento filosófico o cósmico, sino una "sabiduría" que no es otra que la "fe". Es, pues, normal que quienes hacen profesión de instruir a los demás se apoyen sobre las Escrituras en sus tareas docentes (v.16), ya se trate de la didascalia, de la apologética o de la ética.

El hombre de Dios (v.17) que explicita las múltiples virtualidades de las Escrituras y cuenta con su eficacia es un "hombre completo", realmente equipado para su ministerio. Pablo subraya de paso que las Escrituras están inspiradas (v.16): sus palabras tienen un valor que las distingue de las palabras humanas, puesto que están formuladas con el poder del Espíritu que ha dirigido a los profetas. Esta precisión va destinada a explicar por qué las Escrituras son útiles al predicador y por qué es importante que se impregne de ellas. Esta afirmación de la prioridad de las Escrituras en la formación y la enseñanza del apóstol encuentra afortunadamente su eco en el movimiento bíblico de nuestro tiempo. La presencia de Dios en la historia de la salvación, tal como nos la relatan las Escrituras y que ha tenido su culminación en Jesucristo., es el cobijo por excelencia con que cuenta la fe y la esperanza del cristiano.

Pero un auténtico conocimiento de la Escritura sólo lo consigue el creyente que está no menos preocupado por leer la presencia de Dios en el hoy del mundo y los compromisos de los hombres. La Escritura es regla de la fe, pero es la lectura de los "signos de los tiempos" lo que desentraña toda su actualidad.

2.4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 18,1-8.

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.»Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

Los evangelios de hoy y del próximo domingo nos presentan cada uno una parábola relacionada con la plegaria: hoy la del juez inicuo y la viuda y el próximo domingo la del fariseo y el publicano. La finalidad principal de la parábola que hoy leemos es la enseñanza sobre cómo debe ser la verdadera oración: perseverante y humilde; la misma introducción a la parábola nos da ya esta orientación: "para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse".

El protagonista de la parábola es una viuda que acude a un juez para que le haga justicia, seguramente, en cuestiones monetarias o de herencia, contra un adversario mucho más rico, poderoso e influyente que ella, ante el cual no tiene otra arma más que su constancia y tesonería. En el mundo bíblico la viuda equivale a la mujer casada que perdió no sólo al esposo sino también y especialmente el soporte financiero de algún miembro masculino de su familia y necesita, por tanto, protección legal. El acento recae, por tanto, en lo que nosotros llamaríamos secuelas de la viudez. Su condición era considerada incluso como un oprobio. La viuda era la imagen más viva del dolor y de las lágrimas. El juez, finalmente, cede. Lo hace a causa de las molestias que le provocan las continuas quejas de la mujer. Quiere que le deje en paz de una vez.

Si la parábola está centrada sobre todo en la actitud de la viuda, la aplicación que Jesús hace de ella se fija en el juez. Los oyentes de Jesús deben dar un salto y trasladar la conclusión del juez a Dios: si este juez injusto, movido puramente por un motivo egoísta, es capaz de escuchar, ¿habrá alguien capaz de imaginar que Dios no escucha siempre a todos y especialmente a sus elegidos, a los pobres y necesitados? De este modo pasamos de las cualidades que debe tener la oración, tema de la parábola en sí misma, a la seguridad y confianza de que esta oración siempre será escuchada, tema principal de la aplicación puesta en labios de Jesús, en la que el juez es presentado como figura contrastante con el modo de actuar de Dios.

Los discípulos de Jesús, ¿serán capaces de mantener la fidelidad a su Señor durante todo este tiempo en que esperan su retorno, tiempo a veces de dudas y oscuridades? Esto debe preocuparles mucho más que el querer saber si su oración es escuchada por Dios, sobre lo cual no deben tener ninguna duda.

Domingo 28 del TIempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario ciclo c

1. Introducción

Casi siempre nuestra oración es de petición, Esperamos recibir de Dios lo que pedimos pues, equivocadamente, creemos que nos lo hemos ganado. La liturgia de la Eucaristía, que siempre es acción de gracias, nos presenta hoy gratitud de los hombres por el don recibido. Su actuación revela la calidad de su corazón.

2. Lecturas y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17

En aquellos días, Naamán de Siria bajo al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedo limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: – «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.» Eliseo contesto: – «¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada.» Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: – «Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.»

La escuela deuteronomista que recopiló los relatos de Eliseo no pretendió presentarnos una biografía de este profeta, simplemente se contentó con plasmar en su escrito el eco, la fama que este hombre de Dios dejó entre los habitantes de su pueblo. Historia y leyenda se mezclan sin que podamos deslindarlos con claridad; pero lo importante es dejar patente que Dios actúa a través de sus profetas.

El texto de la curación de Naamán (5,1-27) es uno de los relatos milagrosos (¿hasta dónde llega la historia y la leyenda?) del ciclo de Eliseo. Los contrastes son muy frecuentes a lo largo de este capítulo: orgullo de Naamán enfermo (v.11) y su humildad después de la curación (v.15); desprendimiento de Eliseo (v.16) y afán avaricioso de su siervo (vs.20ss); al comienzo Naamán es el enfermo, al final lo será el siervo de Eliseo.

En la primera parte se muestra en vs.1-5a. La paz reina entre Israel y Siria, pero no es estable (v.2). El general sirio Naamán tiene una enfermedad cutánea (no se trata de lepra, ya que en este caso debería estar apartado de la sociedad, Lv.15,5). Los médicos y magos sirios no han podido hacer nada; sin embargo una pobre esclava le sugiere confiarse a los cuidados de un profeta hebreo. ¡No es poco el aceptar el consejo de una esclava y acudir a un profeta extranjero! Es el eterno mensaje bíblico de que en la debilidad radica la fuerza. Dios escoge lo débil para confundir al poderoso.

En una segunda parte los vs.5b-8. El rey de Israel, al recibir el mensaje del sirio, se indigna y cree que es un mero pretexto para declararle guerra. El no es un Dios para poder curar la enfermedad. Eliseo le increpa y desea el encuentro con Naamán para que éste pueda descubrir al verdadero Dios. El poderoso rey de Israel no ha encontrado a Dios porque desprecia al profeta.

En una tercera parte los vs.9-12. A este descubrimiento de Dios no se llega a través de la grandeza: Naamán llega con todo su lujo y el profeta ni siquiera le recibe sino que le envía un mensajero con el encargo de lavarse en el río Jordán. Se trata de un test puesto por el profeta a la fe de Naamán, pero el mandatario sirio no lo entiende sino que cree que el profeta le insulta premeditadamente. Naamán, tampoco ha encontrado a Dios ya que no ha descubierto aún al profeta. Le considera socialmente inferior, y debería salir a recibirle. ¡Qué ironía la del autor! ¡Cómo si Dios tuviera en cuenta las clases sociales! Tampoco Naamán podrá encontrar a Dios a través de un mero ritual: invocación de Dios+tocar la parte enferma. Dios está por encima de todo rito religioso.

En una cuarte parte: vs.13.20a. El Naamán furioso y orgulloso sólo encontrará la salvación al aceptar la palabra del profeta a través de la insinuación de unos siervos (nuevamente aparece esta clase social como en el cuadro primero). Así obtiene su curación y, lo que es más importante, ha encontrado a Dios (v.15: "ahora reconozco que no hay más Dios en toda la tierra que el de Israel").

Termina el relato con la no aceptación de dones por parte del profeta (tampoco con ellos se encuentra a Dios) y que sirve para contraponer la actitud de Eliseo a la de su siervo.

Hoy también nosotros como Iglesia enferma, jerarquía y pueblo, ¿qué medios utilizamos para encontrarnos con Dios? ¿La voz del pueblo sencillo que insinúa o la de los poderosos con sus riquezas, rituales y grandilocuencias? También sería irónico que no nos encontráramos con el Médico y Pastor.

2.2. Salmo Responsorial

Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4 (R.: cf. 2b)

R. El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cantico nuevo,

porque ha hecho maravillas:

su diestra le ha dado la victoria,

su santo brazo. R.

EI Señor da a conocer su victoria,

revela a las naciones su justicia:

se acordó de su misericordia y su fidelidad

en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios.

Aclama al Señor, tierra entera,

gritad, vitoread, tocad. R.

2.3. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada: Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará, Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

En medio del sufrimiento, la imagen de Cristo nos trae el recuerdo de su resurrección. La vida del cristiano debe estar, por la fe, apoyada en Cristo resucitado. El camino de muerte y resurrección, que experimentó Cristo, debe alentar al cristiano en todas las situaciones y dificultades de la vida.

Pablo sufre en su cuerpo como un vulgar malhechor. Sufre particularmente porque se siente impotente para proclamar la Palabra. Pero se consuela en el valor de sus sufrimientos, que hacen que la Palabra de Dios no esté encadenada. Sus padecimientos no son estériles, pues tienen un inmenso valor en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo (Col 1.24). Hemos de estar seguros de la correspondencia entre nuestros padecimientos y los de Cristo, entre nuestra glorificación y la suya. Nosotros morimos con Cristo en el bautismo, inicio de una serie de muertes continuas que nos darán el derecho a participar en su resurrección. Nuestra celebración eucarística nos congrega en torno a Cristo, muerto y resucitado, y nos invita a hacer nuestra esta muerte, para así poder vivir su plena resurrección.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: – «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»

Al verlos, les dijo: – «Id a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: – «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: – «Levantate, vete; tu fe te ha salvado.»

La lepra bíblica comprende una serie de enfermedades de la piel y no sólo la lepra en sentido propio. Los judíos consideran estas enfermedades como un castigo especial de Dios. De ahí que el leproso fuera tratado como un muerto para la sociedad y se le obligara a vestir como se vestía a los muertos: ropas desgarradas, cabelleras sueltas, barba rapada. No se les permitía habitar dentro de ciudades amuralladas, pero sí en las aldeas con tal de no mezclarse con sus habitantes. Por eso, vivían en las afueras de los pueblos. Todo lo que ellos tocaban se consideraba impuro, por lo que tenían obligación de anunciar su presencia desde lejos. Eran "impuros’ ritualmente y vivían una especie de vida de excomulgados. Caso de obtener la curación, necesitaban presentarse a los sacerdotes y someterse a una especie de reconciliación cultual con la comunidad. Entonces los sacerdotes les daban de alta. En la respuesta de Jesús a los enviados de Juan Bautista, el Señor indica la curación de los leprosos como señal mesiánica y cumplimiento de las promesas que ya anunció Isaías (35,8).

La desgracia común une a los desdichados. Estos leprosos habían superado la tradicional enemistad entre judíos y samaritanos: forman un solo grupo. La fama de Jesús había llegado hasta los proscritos de la sociedad, hasta los leprosos. Jesús manda a los leprosos que se pongan en camino para ser reconocidos por los sacerdotes. Antes de curarlos, los somete a prueba y les exige un acto de fe. Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino el reconocimiento de esta realeza mesiánica.

Los otros nueve no vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán, se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el verdadero Israel se asienta en la fe agradecida.

El Reino está entre nosotros.

Lucas añade una discusión entre Jesús y los fariseos sobre la fecha de la venida del Reino. Éstos creían que el Reino sólo llegaría cuando el pueblo hubiera alcanzado la perfecta observancia de la Ley de Dios. Sería una recompensa de Dios por el buen comportamiento de la gente. Jesús dice lo contrario: la llegada del Reino no es como la llegada de los reyes de la tierra. Para Jesús. ¡El Reino de Dios ya ha llegado! Está entre nosotros, independientemente de nuestro esfuerzo o mérito. Jesús tiene otro modo de ver las cosas, tiene otra forma de ver la vida: prefiere al samaritano que vive en gratitud a los nueve que creen que merecen el bien que reciben de Dios.

El significado del gesto del Samaritano para las comunidades de Lucas: la mayoría de sus miembros procedían del paganismo. Después de acoger el Evangelio y ser bautizadas, soportaban el desprecio de los cristianos de origen judío. La mancha de haber sido paganos permanecía. También era ésa la experiencia del samaritano. Fue curado de la lepra y ahora podía participar de la comunidad. Pero continuaba la mancha de ser samaritano que nadie podía curar. La experiencia de ser un eterno marginado le aumenta la capacidad de reconocer el don de la acogida que le da Jesús. Por eso, vuelve para agradecer.

La acogida que se les da a los samaritanos en el evangelio de Lucas: para Lucas, el lugar que Jesús da a los Samaritanos es el mismo que las comunidades deben dispensar a los paganos. Jesús presenta un Samaritano como modelo de gratitud (Lc 17.19-19) y de amor al prójimo (Lc 10.30-33). Debía de ser muy chocante, porque los samaritanos y los paganos eran lo mismo para los judíos. No tenían acceso a los atrios interiores del templo de Jerusalén y no podían participar del culto. Se les consideraba portadores de impureza. impuros desde el seno materno. Sin embargo la Buena Noticia se dirige, en primer lugar, a las personas y grupos considerados indignos de recibirla. La salvación de Dios que nos llega por Jesús es puro don. No depende de los méritos de nadie. La lepra y la búsqueda de la pureza en tiempo de Jesús: los leprosos eran marginados, despreciados y excluidos del derecho de convivir con sus familias. Según la ley de pureza, tenían que andar con la ropa rasgada y los cabellos desgreñados e ir gritando: "¡Impuro! ¡Impurol! (Lv 13.45-46). La búsqueda de la cura significaba para los leprosos lo mismo que la búsqueda de la pureza, para poder integrarse en la comunidad y entrar en el santuario.

Me preparo para orar…

La invitación está ya clara en mi corazón: el Amor del Padre me espera, como aquel único samaritano que ha vuelto lleno de gozo y de agradecimiento. La Eucaristía de mi sanación está lista ya; la sala de arriba está adornada, el banquete está preparado, el cordero ha sido inmolado, el vino ha sido servido… mi lugar está listo. Vuelvo a leer con atención el pasaje deteniéndome en las palabras, en los verbos, miro los movimientos de los leprosos, los repito, los hago míos, yo también me muevo, hacia el encuentro con el Señor Jesús. Y me dejo guiar por El, escucho su voz, su mandamiento. Yo también voy hacia Jerusalén, hacia el templo, que es mi corazón y al realizar este santo viaje vuelvo a pensar en todo el amor que el Padre me tiene. Me dejo envolver por su abrazo, siento en mi alma la sanación… Y por esto, lleno de alegría, me levanto, vuelvo atrás, corro hacia la fuente de la verdadera felicidad que es el Seños. Me preparo para decirle gracias, para cantarle el cántico nuevo de mi amor para con El. ¿Cómo devolveré al Señor todo el bien que me ha hecho? …