
El Cordero de Dios, Diric Bouts El Viejo.
Domingo II del tiempo ordinario
Ciclo A
Entre la despedida y la vuelta del Señor, los cristianos tenemos una tarea que realizar. Iniciamos un ciclo litúrgico, Domingos del Tiempo Ordinario, porque siguen y realizan la pascua pentecostal que viene a expandir la fe fuera de la Iglesia, y que manifiesta que los cristianos tenemos que ser los realizadores de la extensión del Reino de Dios. Su vida se ha convertido en misión de testimonio. Nace el tiempo del testimonio. Domingos de maduración cristiana, de afirmación cristiana desde el mayor conocimiento y compromiso con la fe en Jesús.
1. Lectura del Profeta Isaías 49,3.5-6.
«Tú eres mi siervo (Israel) de quien estoy orgulloso.» Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel, -tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-. Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
El libro de la «Consolación de Israel» (Is 40-55) trata de abrir nuevos horizontes al pueblo abatido. Uno de los encargados será ese misterioso personaje que se llama «el siervo de Yahvé». Este siervo no es idéntico en cada uno de los cuatro cantos. En este segundo canto parece identificarse de una forma bastante clara a un solo personaje. La versión del texto hebreo no es muy clara. El sentido parece ser éste: Israel llegará a poseer la gloria del Señor en la persona del siervo. Por medio del siervo, Dios se sentirá orgulloso de Israel. De una cierta manera, el siervo se identifica o, mejor, representa en su persona a Israel como canalizador de la liberación que van a recibir todos los pueblos para gloria de Dios. Este «mediador» por excelencia lo será después Jesús.
Este tema del ser escogido desde el vientre de la madre es muy bíblico y signo de consagración profética (aparece ya en el v. 1; ver Jr 1; Lc 1). El creyente también está amorosamente destinado en los planes de Dios a que sea el encargado de ir haciendo camino a los hombres hasta que definitivamente lleguen a Dios.
Vuelve a aparecer el tema del nuevo éxodo, tan querido por los profetas del exilio. Ante el Dios que dispersa (cf. Ez 5,10, 6.9, 20,23), está el Dios que reúne (cf. Ez 11,17 34,13, 36, 24). Israel diezmado podrá regresar a Jerusalén, reconstruir el pueblo de Dios y volver a ser la luz de las naciones. Profecías que se han cumplido en la muerte de Jesús y que ahora hay que hacerlas vida en la tarea cristiana.
Esta proximidad del siervo para con Yahvé es la garantía de que los oráculos se cumplirán. De algún modo, el siervo queda constituido en prenda de salvación. Así ocurre con Jesús: en él tenemos la seguridad de que las promesas se cumplirán, de que su reino tiene sentido.
La progresión y distancia que hay entre los términos «desde el seno de la madre – hasta el confín de la tierra» es lo que se llama una fórmula de totalidad. Al siervo se le encomienda toda la tarea de llevar adelante la alianza que Dios ha hecho con su pueblo. A la luz de la resurrección, estas palabras adquieren verdadero sentido. En Jesús se ha cumplido todo esto con perfecta exactitud. Continuar la obra es tarea del cristiano.
2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 39,2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor; El se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.
¡ABRE MIS OIDOSI
Abre mis oídos, Señor, para que pueda oír tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atención a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida. Abre mis oídos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu revelación en voz y sonido a la humanidad y a mí. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de oír su sonido y disfrute con su repetición. Que sea música en mis oídos, descanso en mi mente y alegría en mi corazón. Que despierte en mí el eco instantáneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelación para mí, que sea fuerza y alegría en mí peregrinar por la vida. Dame oídos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras.
Comienzo de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1,1-3.
Yo Pablo llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro y de ellos. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sea con vosotros.
La primera carta a los corintios, que se lee durante los domingos, enfoca los grandes problemas de vida cristiana en el seno del mundo pagano y de la sociedad particularmente decadente de Corinto.
a) El encabezamiento de la carta contiene ya los temas fundamentales de la epístola. Pablo comienza por revalorizar su misión de apóstol (v. 1): la autoridad que va a necesitar para disciplinar a los cristianos de Corinto no se fundamenta en el hecho de que sea fundador de una secta o pensador filósofo, sino en un llamamiento de Dios y sobre una tradición: las palabras que dirá no serán suyas, sino Palabras de Dios lealmente retransmitidas.
b) Los cristianos de Corinto tienen igualmente títulos particulares que han de tomar en consideración en la manera de resolver sus problemas. El primero de esos títulos es la santidad (v.2). La Iglesia de Corinto sucede así al antiguo Israel que había de mantenerse en santa asamblea ante su Dios (Ex. 19, 6-15; cf. 1 Cor 6, 2-4, 6, 11): la santidad obliga, pues, a los corintios a rechazar el amoralismo de su sociedad y a hacerse los representantes de la trascendencia divina en el corazón del mundo pagano.
c) La segunda situación a que deben atender los cristianos de Corinto es su solidaridad con aquellos que, a través del mundo, invocan el nombre del Señor. Esta invocación del nombre de Yahvé era el privilegio de Israel en el seno de las naciones (Jer. 10,25; cf. Is. 43, 7). Invocando el nombre de Jesús, los cristianos cargan con la responsabilidad de la salvación del mundo, puesto que, mediante su oración y su conducta, garantizan la realización de esa salvación en ellos y a su alrededor.
Lectura del santo Evangelio, según San Juan 1,29-34.
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: -Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: -He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: -Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
Hoy al leer y releer despacio y atentamente el pasaje del evangelio que queremos conocer y orar: el del segundo domingo del Tiempo Ordinario. Fijémonos en lo siguiente:
1. Los personajes que aparecen, mencionados o implícitos:
El pasaje menciona a Juan Bautista, Jesús, el Espíritu Santo y Dios Padre («el que me envió a bautizar con agua»). Otros personajes que no aparecen identificados son aquellos a los que Juan habla. Es preciso acudir al contexto anterior y posterior de ese pasaje para saber a quién se está dirigiendo Juan.
El evangelio de Juan, capítulo 1,19, nos presenta a Juan Bautista bautizando al otro lado del Jordán, en una aldea llamada Betania (distinta de la ciudad de Marta, María y Lázaro cercana a Jerusalén). Los judíos de Jerusalén le envían sacerdotes y levitas fariseos para preguntarle si él es el Cristo. Él da testimonio diciendo: «Yo, voz del que clama en el desierto…». Al día siguiente sucede la escena de nuestro evangelio: Juan ve venir hacia él a Jesús y da testimonio de lo que ha visto y contemplado sobre este hombre. No se dice ante quién da testimonio. Quizá ante los mismos fariseos del día anterior, ante la gente que acudía a él para bautizarse, o ante sus mismos discípulos. Porque el evangelio continúa, después, narrando que, al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y les señaló a Jesús, diciendo: «Éste es el Cordero de Dios». Quizá el hecho de que no se mencione a quién va dirigido el testimonio de Juan apunta al hecho de que los destinatarios somos todos nosotros, los oyentes del evangelio de todos los tiempos. Así pues, cada uno de nosotros es el quinto personaje de este pasaje.
2. ¿Hay un diálogo o un monólogo? ¿Quién habla?
Sólo Juan habla. Su testimonio ocupa todo el evangelio de este domingo.
3. ¿Qué dice Juan Bautista de Jesús?
3.1: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v.29).
¿Qué te recuerda la imagen del «Cordero de Dios»? ¿Por qué crees que Juan la ha utilizado para referirse a Jesús?
En primer lugar, es indudable que esta expresión se refiere al Cordero Pascual cuya sangre liberó al pueblo de la muerte, según el relato del Éxodo 12,1-11. Otros pasajes del N.T. también comparan a Jesús con el Cordero Pascual: «Cristo, nuestro Cordero Pascual (nuestra Pascua) ha sido inmolado» (1 Cor 5,7); «Os rescataron… con la sangre preciosa del Mesías, cordero sin defecto ni mancha» (1 Pe 1,18), como debía ser el Cordero Pascual, sin defecto ni mancha.
En segundo lugar, la expresión «Cordero de Dios» se refiere al Siervo de Yahveh, según el cuarto cántico del Siervo, en Is 53,7, donde se dice: «Como Cordero manso, llevado al matadero, no abrió la boca».
Este Cordero «quita el pecado del mundo». Del Siervo de Yahveh se dice que «mi Siervo justificará a muchos y sus culpas él soportará…; él llevó el pecado de muchos» (Is 53,11.12). Y la carta a los Hebreos dice que «Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de la multitud» (Hb 9,28). Esa ofrenda la realizó Jesús desde la Encarnación hasta su entrega a una muerte de cruz por fidelidad a la misión que recibió del Padre. El punto culminante de esa entrega fue su amor hasta el extremo, demostrado en el servicio y en la muerte por amor a nosotros. En efecto, en la última cena, sentado a la mesa con sus discípulos, Jesús tomó el cáliz y dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14,24). «Por muchos» es una expresión tomada de Isaías que significa, en este caso, «por todos».
En una sola frase, Juan Bautista condensa todo lo que Jesús es y toda su misión.
3.2: «Un hombre que está por delante de mí porque existía antes que yo» (v.30).
Juan deja bien claro que Jesús es mayor que él. Le corresponde ir por delante porque es el Mesías. Es el verdadero Maestro. Por eso Juan invita a sus propios discípulos a seguir a Jesús. Es «el Novio», el que tiene a la Esposa, que es el nuevo Israel, la Iglesia. Juan sólo es el amigo del Novio que se alegra cuando escucha su voz (cf. Jn 3,29). No hay rivalidad ni envidia en Juan. El Bautista disminuye para que Cristo crezca.
De Jesús dice, además, que «existía antes que él». Desde un punto de vista humano, Juan existía antes que Jesús. Pero Juan reconoce en Jesús al Hijo de Dios preexistente, del que se habla en el prólogo de este evangelio: el Hijo que existía en el principio, por el cual y para el cual se hizo todo, que estaba en el seno del Padre y vino a poner su tienda entre nosotros.
3.3: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él» (…). «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él….» (vv.32-33).
a) Dos veces dice Juan que el Espíritu bajó del cielo y se posó sobre Jesús. Esta repetición indica su importancia. La expresión evoca la unción de David: cuando David fue ungido rey por Samuel, «el Espíritu del Señor invadió a David y estuvo con él en adelante» (1 Sm 16,13). David es el único rey sobre el que el Espíritu permanece. Esta evocación quiere transmitir que Jesús, ungido por el Espíritu, es el nuevo David, el Mesías-Rey que Israel estaba esperando.
b) Puede extrañarnos que no se diga que Juan bautizó a Jesús. El evangelista Juan no cuenta que Juan Bautista bautizara a Jesús porque quiere resaltar, más que los otros evangelistas, que el Bautista está subordinado a Jesús en todo y que Jesús es ungido directamente por Dios con el Espíritu Santo, sin mediación humana.
c) La venida del Espíritu sobre Jesús corresponde a tres textos proféticos:
Is 11,1ss: «Retoñará el tocón de Jesé, de su cepa brotará un vástago, sobre el cual reposará el Espíritu del Señor».
Is 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu para que promueva el derecho en las naciones».
Is 61,1ss: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad» (cf. Lc 4,18).
d) La imagen que se utiliza para referirse al Espíritu es la de una paloma que baja del cielo a posarse sobre Jesús. Esta imagen no aparece en la Escritura para referirse al Espíritu. ¿Qué quiere decir esta imagen? La expresión «como una paloma» denotaba el cariño al nido: el Espíritu encuentra su nido, su hogar, su lugar natural y querido, en Jesús. El amor del Padre tiene nostalgia de su nido, que es Jesús, y baja a establecerse en Él como su morada permanente.
Por otra parte, al utilizar esta imagen los evangelistas han podido inspirarse en un comentario rabínico al relato de la creación de Génesis 1, que dice que el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas como una paloma sobre su nidada. Con esta evocación, el evangelista querría decir que el Espíritu desciende sobre Jesús para hacer una nueva creación, el Hombre Nuevo del que nosotros estamos llamados a ser imagen por el bautismo (Rom 8,29).
3.4: Jesús «ha de bautizar con Espíritu Santo» (v.33).
¿Recuerdas algún pasaje de los evangelios que diga que Jesús bautizara?
Pues sí, el evangelio de Juan lo dice: «Jesús fue con sus discípulos a Judea. Y allí estaba con ellos y bautizaba» (Jn 3,22). Sin embargo, líneas más adelante se corrige diciendo: «aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos» (4,2). Entonces, ¿cómo bautizó Jesús con Espíritu Santo?
Fue Jesús Resucitado el que derramó el Espíritu sobre sus discípulos para hacer de ellos una nueva creación, tal y como nos cuentan los relatos de resurrección y el libro de los Hechos de los Apóstoles. El bautismo en el Espíritu no es un mero signo externo, como el bautismo de Juan, sino un acto por el cual el Espíritu nos transforma en hijos e hijas de Dios, llenos de la Vida abundante que Jesús vino a traer.
3.5: «Éste es el Hijo de Dios» (v.34)
Esta confesión solemne del Bautista cierra el pasaje. La misma confesión cerrará el evangelio en su primera conclusión, esta vez en labios de Juan Evangelista: «Estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,31).
En las narraciones del bautismo del Señor, en los otros tres evangelistas, es el Padre el que proclama, desde el cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11)
4. ¿Qué dice el pasaje de hoy sobre Juan Bautista?
4.1:: «Yo no lo conocía» (vv.31.33)
Dos veces dice Juan que él no conocía a Jesús. Sabemos, por el evangelio de Lucas, que Juan era pariente de Jesús, pues María e Isabel eran primas. ¿Puede ser que no se hubieran visto a lo largo de su vida y en verdad no se conocieran o Juan habla de otro tipo de conocimiento?
Efectivamente, parece que es así: Juan está hablando de que no conocía la identidad profunda ni la misión de Jesús. Lo supo porque Dios, que lo envió a bautizar con agua, se lo reveló. Nadie puede reconocer a Jesús como Dios y Señor si no le es revelado de lo alto. Por eso la fe hay que pedirla. Es un don, no una imposición ni una conquista personal.
4.2: «He salido a bautizar con agua» (v.31)
El bautismo de Juan no quita el pecado del mundo ni comunica el Espíritu. Es como una figura o preanuncio del que había de venir. Es signo de la buena disposición a recibir el Reino. Pero no transforma. No recrea. No libera.
La liturgia de la Palabra para este domingo nos sitúa frente a la actitud de quienes son enviados por Dios para cumplir una misión. El Siervo de Dios ha de cargar sobre sí las consecuencias de las decisiones equivocadas de las gentes, abriendo la posibilidad de rehacer la vida.
La comunidad en Corinto viciada por tanto mal está llamada a vivir un nuevo estilo de vida, ordenada a la consagración a Dios de todo cuanto dice y hace.
Jesús de Nazaret carga sobre sí los pecados del mundo, orientando a las personas a seguir un estilo de vida de acuerdo a la voluntad de Dios, acompañados de su Palabra que no juzga ni condena sino que orienta para que se puedan tomar decisiones serias.
Dios estuvo atento a las decisiones de su pueblo y, aun en los equívocos mostró su misericordia enviando profetas que comunicaban su voluntad. En Jesucristo se hizo presente la Palabra de Dios, hablando y viviendo la voluntad de Dios, siendo el modelo de vida a la perfección. Hoy esta palabra sigue mostrándonos que vivir nuestra consagración de vida es de sacrificio, ofrenda permanente (Rom 12,1), como la de Jesús cordero inmolado, que entregó su vida por nosotros hasta el extremo. Aprendamos de él a vivir nuestra entrega por el bien de los demás.