Domingo: Fiesta del Bautismo del Señor
La liturgia de este domingo nos va a poner ante la presentación «oficial» de Jesús en público. Su aparición ante los hombres y mujeres de su época para dar comienzo a los que tradicionalmente se ha llamado su «ministerio público». Pero, como punto de partida en esta cuestión, como es lógico y normal, lo primero será presentar al «protagonista»: ¿quién es Jesús? El evangelio de hoy nos dará una respuesta clara, una respuesta de fe, a esta pregunta: es el Hijo predilecto de Dios.
La memoria del bautismo de Jesús en el Jordán quiere responder a una serie de interrogantes que se planteó la comunidad primitiva y que se formulan también hoy. ¿Quién es Jesús? ¿En qué se funda la autoridad de su mensaje? Jesús es el siervo de Yahvé (1. lectura) que ha pasado haciendo el bien (2. lectura). El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12).
1. Lectura del Profeta Isaías 42,1-4. 6-7.
Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.
Tenemos aquí la primera de las cuatro piezas literarias que se conocen con el nombre de «cantos del siervo de Yahveh». Se trata de un ciclo de profecías en las que, avanzando progresivamente en hondura y extensión. Se describe la figura del discípulo verdadero de Yahveh que ha sido elegido para enseñar «el derecho» a las naciones, que ha sido fortalecido para aguantarlo todo con tal de cumplir su misión y que, después de expiar con su dolor los pecados del pueblo, será glorificado por Dios. La Iglesia ha visto en estos cantos la descripción profética de la pasión y muerte de Jesús; sin embargo, resulta exegéticamente imposible determinar quién sea el siervo de Yahvé. Probablemente se refiere a todo un grupo dentro de Israel. «Siervo» es aquí un título honorífico, no tiene que ver nada con la condición y el «Status» sociológico de los esclavos. Frecuentemente se llama «siervo» a personas físicas; por ejemplo, a Abraham, a Moisés, a David…, todos ellos son llamados en la Biblia «siervos de Yahveh». También se da este nombre a todo el pueblo de Israel.
Estas primeras palabras tienen el sentido de una designación; es decir, de una elección y de una presentación. Dios elige al Siervo y lo presenta a Israel y a las naciones. Esta designación difiere de la designación de los reyes y de la vocación de los profetas. En el caso de los reyes, Dios elige a un caudillo carismático y lo presenta al pueblo para que éste lo acepte y después sigue la proclamación real; en el caso de los profetas, la vocación acontece sin testigos. Dios elige al Siervo porque quiere, porque se complace en él, sin fijarse en las cualidades que tenga y sin justificar ante nadie su elección. Dios elige a su Siervo soberanamente, y lo presenta después a todo el mundo.
La misión del siervo de Yahveh es sentenciar justicia y llevar el derecho a las naciones. El siervo dará una nueva constitución a los pueblos y establecerá un orden nuevo en el que habite la justicia. Se piensa aquí especialmente en la sentencia que ha de resolver el pleito de Yahveh con todas las naciones y que pondrá en claro que Yahveh es el único Dios. La proclamación del nuevo orden no se hará según la costumbre de los reyes orientales que sancionaban las leyes antiguas y establecían otras nuevas tan pronto ascendían al trono, que las hacían pregonar por las calles y las plazas en todas sus ciudades. El Siervo de Yahveh actuará en silencio, sin el ruido y la pompa de los conquistadores de este mundo, que, como Ciro, conmueven toda la tierra para establecer el derecho de los más fuertes. Esta sentencia no será ejecutada violentamente contra los débiles, los vencidos y los que estén ya moribundos.
Aunque el Siervo de Yahveh es también una caña cascada, no se quebrará ni vacilarán sus rodillas hasta implantar la justicia. El será la fortaleza de todos los oprimidos. Como otro Moisés será mediador en la nueva alianza entre Dios y su pueblo. Como «luz de las naciones» llevará a todas partes el conocimiento de Dios. Su misión es universal. Por fin, se subraya el carácter liberador del Siervo de Yahveh.
2. SALMO RESPONSORIAL Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10
R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica.
El Dios de la gloria ha tronado. El Señor descorteza las selvas. En su templo, un grito unánime: ¡Gloria! El Señor se sienta por encima del aguacero, El señor se sienta como rey eterno.
3. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: —Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios.
Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10, 17; Rm 2, 11; Gal 2, 6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28, 18-20; Jn 1, 1ss; Fl 2, 5-11).
Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo. Jesús es el «ungido», es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora.
Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos «salvadores y benefactores» no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 3,13-17
En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: -Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le contestó: -Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12); en lugar de ello, ve venir hacia él a un hombre confundido entre la multitud. Así, Juan y Jesús representan dos concepciones mesiánicas. La afirmación me parece importante, y conviene documentarla con mayor cuidado. En el capítulo 3 se pueden distinguir tres unidades literarias, determinadas por la repetición de «entonces» (adverbio que Mateo usa con mucha frecuencia para relacionar las diversas escenas de un relato): 3,5.13.15.
En la primera unidad, el Bautista censura enérgicamente la religiosidad demasiado segura de sí, demasiado confiada en su patrimonio nacional, demasiado legalista. Juan invita a esta religiosidad a convertirse en profundidad. ¿Motivo? Va a sonar la hora del juicio, la hora en que el hacha está puesta en la raíz. Es el lenguaje de los profetas.
En la segunda unidad literaria (3,13-15a), al presentarse Jesús al bautismo como uno más de la multitud, desconcierta el proyecto mesiánico del Bautista. No es el juez, sino el siervo del Señor; se diría que más que el juicio le conviene la mansedumbre; aunque mejor podríamos hablar quizá de «solidaridad». El Mesías vive una profunda solidaridad con el pueblo judío; se muestra solidario con el momento penitencial que está llamado a vivir el pueblo, y todo ello por obedecer al plan de Dios.
La tercera unidad literaria (3,15b), brevísima, cuenta que el Bautista se sometió a Jesús. Así pues, ambos mesianismos se encontraron frente a frente, y el del Bautista (no así el de los fariseos y los saduceos) se abrió al proyecto de Jesús, lo aceptó y se sometió a él; un ejemplo de cómo hubiera debido comportarse todo el pueblo judío y, en mayor escala, de cómo debe conducirse cualquiera otra expectativa del hombre.
Ahora podemos entender mejor una afirmación ya expuesta: «cumplir toda justicia» significa someterse al plan de Dios revelado por las sagradas Escrituras, plan de Dios que se revela como proyecto de humildad y de solidaridad. En el gesto de Cristo, que se confunde con la muchedumbre de los pecadores, se contiene ya aquella lógica que le llevará a la cruz, a morir por los pecados del pueblo. No podemos pasar por alto el hecho de que las primeras palabras (3,15) de Jesús sean: «Conviene que se cumpla toda justicia». Estas breves palabras, las primeras de Jesús, definen su actitud profunda; ha venido a cumplir el plan de Dios, y no permite que nada le aparte de él. Su actitud profunda es la sumisión, la obediencia que se expresa como una lógica de humildad y de solidaridad con todo el pueblo pecador.
Mateo subraya luego que estas actitudes de Cristo, que definen la lógica de toda su existencia, suponen ciertamente una ruptura con las expectativas mesiánicas de su tiempo, pero no con el verdadero significado del AT. Ruptura con el judaísmo, pero no con lo que pretendían las Escrituras. La conversión a que son invitados el Bautista y todo el judaísmo es una vuelta a sus propios orígenes. El verdadero judío es el que se hace cristiano. -La Voz Celestial. Obviamente, no podemos reducir todo el significado del bautismo al diálogo que hemos examinado. Hemos de tomar en consideración otros elementos de gran importancia.
Para comprender el significado fundamental de la apertura de los cielos y del descenso del Espíritu, hay que referirse a Isaías 63,19: «¡Oh, si tú abrieses los cielos y bajases; ante tu rostro vacilarían los montes!» Se trata de un versículo que pertenece a un salmo (63,7-64,11), en el cual el que ora pide a Dios que vuelva a abrir el cielo, que se manifieste y descienda en medio del pueblo, a fin de llevar a cabo un nuevo éxodo y guiar otra vez al pueblo hacia la libertad. Tal es el significado de nuestro episodio; después de un largo silencio por parte de Dios y por parte de su Espíritu, ahora comienza el tiempo esperado, el tiempo de la salvación, en el cual Dios de nuevo se da a los hombres y vuelve a hablar. Mateo modifica, respecto a Marcos y Lucas, las palabras de la voz celestial; la proclamación no está en segunda, sino en tercera persona: «Este es mi hijo amado». No es una revelación dirigida a Jesús, sino una revelación sobre Jesús dirigida a los hombres. Con ello Mateo encuadra el episodio en una perspectiva eclesial, convirtiéndolo en una profesión de fe hoy. Invita a los lectores a reconocer en Jesús al Hijo de Dios.
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