Quinto domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Quinto domingo del tiempo ordinario ciclo A

Sal y luz, el sabor y el color de nuestra vida en Jesús

1. Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo concédenos tu luz, para que amanezca la luz de nuestro perdón y la ofrezcamos a aquellos hermanos que nos han ofendido.
Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz de la alegría y la ofrezcamos con tu fuerza a los hermanos que viven tristes. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz de una sonrisa y la brindemos a los hermanos que han perdido la esperanza. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Que amanezca la luz del compartir y seamos solidarios con los hermanos. Espíritu de luz: ayúdanos a vencer nuestras tinieblas. Concédenos, Espíritu Santo, tu luz para dar sabor a nuestra vida según los valores del Evangelio. Concédenos, Espíritu Santo, tu luz para dar color a nuestra vida participando en la Eucaristía.

2. PRIMERA LECTURA
El predicador inspirado enseña a su comunidad que la religión no está tanto en las prácticas religiosas cuanto en la obra de justicia con el menesteroso. Dios está en el oprimido y el que necesita ayuda para realizarse como persona. Allí se le encuentra. El que promueve a la persona es luz de Dios en el mundo. Le hace también a él luminoso, en cuanto que le muestra colaborador del creador.

Lectura del Profeta Isaías 58,7-10.

Esto dice el Señor:
Parte tu pan con el hambriento, 
hospeda a los pobres sin techo, 
viste al que va desnudo, 
y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, 
en seguida te brotará la carne sana; 
te abrirá camino la justicia, 
detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor 
y te responderá. 
Gritarás y te dirá: 
«Aquí estoy.»
Cuando destierres de ti la opresión, 
el gesto amenazador y la maledicencia, 
cuando partas tu pan con el hambriento 
y sacies el estómago del indigente, 
brillará tu luz en las tinieblas, 
tu oscuridad se volverá mediodía.

Vueltos del destierro e instalados en Judea, las obras de reconstrucción del Templo y de las murallas son lentas y desalentadoras. Las grandes perspectivas del Deuteroisaías contrastan con la realidad presente. Se esfuerzan por encontrar el camino de Yahveh su Dios, por acercarse a él y realizar la nueva era de justicia y de paz.
A este propósito han multiplicado los días de ayuno. La Ley sólo les prescribía uno al año, el gran día de la expiación (Lev 16, 29). Pero ya desde los tiempos de Josué, de los jueces y posteriormente de Samuel se proclamaban estos días con motivo de cualquier calamidad. Probablemente el día en que actuó nuestro profeta fuera un gran día de ayuno en el que se conmemoraba la caída de Jerusalén y en el que pudieron nacer los cinco lamentos del llamado Libro de las Lamentaciones.

El pueblo se queja a Dios. Su fidelidad demostrada en la escrupulosa observancia del ayuno no sirve para nada. Dios ni oye ni entiende. El día de la salud para el pueblo no aparece por ningún lado. Cunde el desánimo y están dispuestos a abandonar incluso la estricta observancia ritual.
El profeta en nombre de Dios les sale al paso. Abre los ojos de los sencillos, cuyos gritos eran sinceros, para que vean la hipócrita maldad de las clases dirigentes. El ayuno debía ser un acto de igualdad social en que el rico, el único que puede realmente ayunar por ser el único que tiene algo de qué privarse, se igualará al pobre sintiendo ambos hambre, sintiéndose ambos iguales al menos ese día. En cambio, como el día de ayuno era el día de las grandes aglomeraciones de peregrinos lo aprovechaban para sus pingües negocios y para recordar las deudas a sus servidores. Y malhumorados por el ayuno exterior convertían el día en ocasión de riñas y disputas inicuas.

Este ayuno, gritará el profeta, no puede llegar al cielo. Es la forma más perversa de engreimiento. Por más que, como buenos orientales, sean escrupulosos observantes de las formas externas: saco, ceniza, cabeza torcida…

El ayuno que Dios quiere es el cumplimiento de los deberes morales y humanos para con el prójimo. Desde los más elementales de la comida, bebida y habitación hasta los más serios y básicos derechos de la persona humana como es el respeto a su libertad, romper ataduras y quebrar todos los yugos. Cuando Jesús nos hable del juicio escatológico, citará este pasaje y hará depender la felicidad o desdicha del cumplimiento o incumplimiento de las obras de misericordia -elementales exigencias humanas- aquí mencionadas. «Sólo entonces Yahveh te oirá».

Esta religión interior fue, asimismo, la exigencia de todos los profetas preexílicos. Es que los profetas han sido los auténticos atalayas de las exigencias éticas del Antiguo Testamento. La diferencia entre los preexílicos y nuestro autor está en que mientras allí se refrendaban las exigencias con amenazas, aquí se razona y exhorta. A pesar de todo, el nomismo y legalismo cundió hasta convertirse en el tan criticado fariseísmo de los tiempos de Cristo. Después de dos milenios de cristianismo, la cizaña del «fariseísmo» sigue sin extirpar.

3. SALMO RESPONSORIAL
Sal 111,4-5. 6-7. 8a y 9

R/. El justo brilla en las tinieblas como una luz
En las tinieblas brilla como una luz 
el que es justo, clemente y compasivo. 
Dichoso el que se apiada y presta 
y administra rectamente sus asuntos.
El justo jamás vacilará, 
su recuerdo será perpetuo. 
No temerá las malas noticias, 
su corazón está firme, en el Señor.
Su corazón está seguro, sin temor, 
reparte limosna a los pobres, 
su caridad es constante, sin falta, 
y alzará la frente con dignidad.

4. SEGUNDA LECTURA
Dios no se demuestra como un teorema matemático, un dato de física o un hecho histórico. Dios es gratuito. Sólo puede ser proclamado por un creyente, que se presenta ante el mundo de la razón sin razones y, por lo tanto, con cierto complejo de inferioridad: «con temor y temblor».

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 2,1-5.

Hermanos: Cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Después de haber probado la superioridad del Evangelio sobre los sistemas de sabiduría (1 Cor. 1, 18-25), explica Pablo por qué no ha predicado una doctrina de sabiduría: realmente ha sido mucho mejor, puesto que ha presentado una base divina a las actitudes de los fieles.

Pablo no predica una doctrina de la sabiduría, sino que presenta un testimonio (v. 1). Ahora bien: el testimonio vale en razón de la calidad del acontecimiento que presenta y no en razón de la retórica con que va arropado. Las palabras del testigo son esencialmente relativas; su valor es extrínseco a ellas, al contrario de las palabras de sabiduría.

No obstante, Pablo parece haber realizado una selección en los sucesos de que da testimonio: ha insistido más en torno a la cruz que en torno a la soberanía de Cristo (v. 2), en torno a la humildad de Jesús que en torno a su sabiduría. No es que necesariamente haga esa misma diferenciación preferencial en todas las comunidades a las que evangeliza, pero sí la ha hecho en Corinto («entre vosotros»), sin duda para evitar los equívocos a que hubiera podido dar lugar otra postura diferente.

Además, puesto que el testimonio vale tanto como el acontecimiento de que habla y no lo que pueda valer la calidad del orador, Pablo no tiene reparo en expresarse a pesar de su lenguaje pobre y balbuciente (v. 3). Después de haber tenido un fracaso en la acrópolis de Atenas (Act. 17, 16-34), muy bien podía temerse un fracaso permanente en Grecia. Sin embargo, un testigo debe aducir un mínimo de pruebas para apoyar sus afirmaciones. A pesar de todo, Pablo no las ha presentado conforme a una técnica oratoria, sino en forma de una demostración de talento y de poder (v.7). No se trata necesariamente de milagros propiamente dichos, sino seguramente de los carismas repentinos distribuidos entre la comunidad de Corinto y, sobre todo, del cambio operado en la vida de muchos de los miembros de su auditorio.

Si Pablo defiende con tanto ardor el testimonio de Cristo crucificado (v.2), quizá sea porque durante mucho tiempo la Cruz fue para San Pablo un fenómeno incomprensible. No podía admitir que el Mesías esperado fuese un Mesías crucificado. La visión del camino de Damasco le hizo descubrir repentinamente que el Crucificado es realmente Señor y que vive entre igualmente perseguidos, con el fin de incorporarlos a su gloria. ¿No se diría entonces Pablo que, si Dios había podido convertirle con tanta facilidad, a él que era un fariseo exaltado, con solo hacerle ver que la gloria era una locura tan incomprensible como la cruz, el mejor medio de convertir a los hombres podía consistir en tomar como ejemplo esa experiencia del camino de Damasco y en presentarles la locura de la cruz como camino de la gloria? Por eso el testimonio que el apóstol presenta al mundo responde a una experiencia esencial concreta: el misionero no convierte a los demás sino porque él mismo se ha convertido. De lo contrario, no es más que un propagandista o un publicista, y sus palabras no constituyen un testimonio.

5. Leemos el evangelio de San Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– 13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 14 Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. 15Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. 16 Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

Contexto: Continúa el desarrollo de lo que significa ser «pescador de hombres». Texto. Equiparación discípulo/sal (v.13a). Reflexión-advertencia en forma de pregunta y respuesta (v.13b). Equiparación discípulo/luz (v.14a). Invitación a base de dos ejemplos (vs. 14b-15). Aplicación (v.16).

1. Los discípulos son sal, es decir, sazonan y evitan la corrupción, y esto con carácter absoluto (=la sal). Los discípulos de Jesús son necesarios e insustituibles en nuestro mundo. Cuando la sal se pierde, aún se puede usar en la limpieza pública. Pero inevitablemente los transeúntes la pisan. Si los discípulos no son sal no sirven para nada.

2. Los discípulos de Jesús son luz que ilumina a los hombres y no hay más luz que ellos. Invitación imperativa a serlo porque para esto están. De ellos depende que los demás hombres den gloria al Padre, es decir, descubran que Dios es Padre. Y esto sólo lo descubrirán si los discípulos viven y son hermanos. En esta fraternidad consisten las buenas obras a que Jesús se refiere. ¿Tienen los discípulos de Jesús una identidad entre los hombres? Ante este texto la duda sobra. ¡Qué inabarcable responsabilidad!

1. Orientaciones para la lectura

v.13: La sal comunica su sabor y conserva los alimentos, pero se puede desvirtuar. Los pueblos orientales a menudo la empleaban para ratificar las negociaciones, de modo que la sal se convirtió en símbolo de “fidelidad y constancia”. Era signo de la Alianza que existía entre Yahveh y su pueblo. (Nm 18,19; 2Cr. 13,5).

vv.14-15: La luz ilumina a todos y no puede ser escondida, sería contra su naturaleza. La luz tiene funciones muy variadas y acompaña todo el arco de nuestra vida:
En la aurora, amanece para nosotros la luz, en nuestro nacimiento y en el Bautismo.
En medio de la vida, recibimos luces inesperadas, que van indicándonos el camino, a través de los acontecimientos, de la Eucaristía y del contacto con la Palabra Divina.
En el ocaso, al final de nuestra vida, cuando comienza el día sin fin,  será la luz de la vida para siempre.
Contemplamos a Dios como luz y fuente de luz: Con toda propiedad podemos exclamar con el salmista: “En ti está la fuente viva y en tu luz vemos la luz” (Sal 36,10). Dios es la fuente de luz por excelencia, ver la luz equivale a recibir el don de la vida (Jb 33,30). Cada uno de nosotros participamos de este magnífico don. Por tanto, estamos llamados a comunicar esta luz, como Dios nos muestra su rostro luminoso, en un día sereno lleno de dones y bendiciones.

Dios es nuestra luz. Esta realidad nos llena de confianza. En un mundo donde las “tinieblas”, la oscuridad, parecen imponerse de una forma tan fuerte, encontramos en Dios un gran aliado que nos ofrece las armas de la luz para luchar. Dios nos ofrece dos fuentes muy concretas en las cuales podemos encontrar toda la luz que necesitamos para nuestra vida: La Palabra y la Eucaristía. La Palabra: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 119, 105). La Eucaristía: En la Eucaristía recibimos la luz por excelencia: Jesús. Él se hace alimento para nosotros y nos enseña a entregar la vida cada día con alegría. Jesús dice: “Yo soy la luz del mundo”. La luz descubre las formas y nos permite la visión, es el símbolo del conocimiento intelectual. La luz está íntimamente ligada con la vida: Vivir es «ver la luz del día” y el parto «es dar a luz”. Jesús se hizo la luz que nos permitió ver al Padre, invitándonos a nosotros a irradiarlo. Tanto la sal como la luz,  poseen una fuerza dinámica interna muy grande: discretamente van transformando el sabor y el color de la vida.  Así debemos ser nosotros, activamente portadores de luz y de sabor para el mundo. La luz y la sal son dones que Dios deposita en nuestras vidas y luego se hacen dones para nuestras familias, nuestras comunidades, nuestros ambientes de trabajo.

v.16: LLAMADOS A IRRADIAR LUZ

Dios es luz (1 Jn 1,5). Jesús es luz (Jn 1,4; 8,12). Nosotros, sus discípulos, debemos ser luz (Mt 5,14).
Nuestra conducta, con sus consecuencias, puede ser luz o tinieblas. Dios habita en nosotros en la medida que somos luz para nuestros hermanos; si andamos en la compañía del Señor, la luz se irradiará. En la vida humana hay valores importantes por los cuales luchar y comprometernos: El pueblo, la familia, la educación cristiana, la formación de criterios de vida y de acción. Todo esto nos lleva a sembrar e irradiar luz. Luz y generosidad se corresponden: la luz nos permite ver las necesidades de nuestros hermanos y compartir con ellos lo que somos y tenemos. En un mundo de tinieblas estamos llamados a trabajar por el triunfo de la luz, desde las pequeñas actividades de cada día.

2. Meditamos el evangelio
1. ¿Qué luz y qué sabor le doy a mi vida y a la de aquellos que me rodean?
2. ¿De las 24 horas de mi jornada, qué tiempo doy a la escucha de la Palabra?
3. ¿Qué otras formas concretas tengo de ser color y sabor en mi ambiente familiar y de trabajo?

3. Oramos el evangelio
Maestro Divino, como al ciego de Jericó, concede luz a mis ojos para reconocerte en los hermanos que sufren. Maestro Divino, como a Lázaro, concédeme la luz de «una vida nueva» para renacer de todas aquellas situaciones de muerte que hay en mi vida. Maestro Divino, como a la mujer pecadora, concédeme la luz de tu «perdón» para que, reconciliado conmigo mismo, viva en armonía con mis hermanos. Maestro Divino, como a tus discípulos, concédeme la luz de tu «amistad» para comunicarte con alegría a mis hermanos. Maestro Divino, como a las multitudes, dame siempre la luz de tu Palabra. Que encuentre en ella fuerza, para enfrentar los acontecimientos de cada día. Amén.

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