Domingo 16 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Fuenteycumbre cover 16 TO

En el camino del hombre Dios se le hace encontradizo y huésped. La primera lectura bíblica de este domingo nos recuerda a Abrahan, ofreciendo hospitalidad a Dios, que se le muestra bajo las apariencias de tres extranjeros que van de paso. En el Evangelio Jesús se detiene para descansar en casa de sus amigos de Betania. Marta nos recuerda al samaritano del domingo anterior, María es signo de lo primero y fundamental para la acción caritativa: la escucha de Jesús.

1. Oración:

Oh Dios, que en la casa de Betania deparaste a tu Hijo el afecto del amigo, la generosidad del anfitrión y la solicitud atenta del discípulo: concédenos la gracia de adherirnos al mismo maestro mediante el fervor de la meditación y las obras de caridad, de modo que, siendo aceptables a sus ojos, nos introduzca finalmente en la casa de su bienaventuranza. Amén.

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del libro del Génesis (18, 1-10a)

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzo la vista y vio a tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.» Contestaron: – «Bien, haz – lo que dices.» Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: – «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.» Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida, Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. Después le dijeron: – « ¿Dónde está Sara, tu mujer?» Contestó: – «Aquí, en la tienda.» Añadió uno: – «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»

Estos relatos antiguos tienen un sabor especial. Huelen a no­ches estrelladas, a tar­des tranquilas, a tiendas de campaña. Surgieron en un pueblo nómada y las gentes las han transmi­tido, de unos a otros, como memo­rias de familia. No son cuentos. Son momentos clave que, al estilo oriental, lleno de luz y colorido, definen en su sen­cillez la vida y su sentido de los gran­des patriar­cas. Dios pasó a su lado y ellos sintieron su presen­cia. Como expre­sión popular de aquellas experien­cias, vinculadas al tiempo y al espacio, que­daron estos relatos.

El paso de Dios por la tienda de Abraham. La hospitalidad del gran Pa­triarca. La bendición de la familia con una descendencia. La escena queda en cierto misterio. ¿Cómo se formó esta historieta? ¿Qué vio Abraham? ¿Qué as­pecto tenían los tres personajes? ¿Qué comían? Todo esto, que podría in­teresar a un crítico o a un periodista, queda sin res­puesta. ¡Dios habló a Abraham! Quedan en el re­cuerdo la visita de tres figuras, un agasajo, una bendición, la sombra de un árbol y el calor ardiente del día. Llegan hasta nosotros, lozanas, con olor a estepa y a rebaños, la hospitalidad de Abraham y la bendición de Dios.

2.2. SALMO RESPONSORIAL  Sal 14, 2-3ab. 3cd-4ab. 5(R.: 1a)

R. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R.

El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallara, R.

El salmo es una especie de examen de conciencia que el sacerdote -en su origen quizás- presenta al fiel que desea tomar parte en el culto. La Tienda del Señor, el Templo, ofrece cobijo y hospedaje a todos. Pero el Señor, el Dios de Israel, es el Santo, el Señor de los ejércitos, y no hay maldad en él. El re­cinto ha de albergar tan sólo a los dignos. Hay unas condiciones elementales de santidad y digni­dad, que deben ser cumplidas, so pena de no caer acepto al Señor por haber profanado la santidad de su Morada, por posturas inconve­nientes. La ira de Dios podría encenderse y abrasar a los atrevi­dos.

El Decálogo refiere las cláusulas en forma la­pidaria. Quien rompe cual­quiera de ellas, rompe el pacto, rompe con el Dios de la Alianza, con Yavé, el Señor de los Ejércitos. ¿Cómo presentarse así en su Casa? ¿Cómo participar en tal estado en la liturgia, homenaje sincero a Dios y comunión con él? La moral no es una mera ética, es religión y culto. Es expresión de la amistad con Dios. El salmo camina en esa dirección.

La actualidad cristiana del salmo es admira­ble. La comunión con Dios (Eucaristía) exige una actitud digna, una moral religiosa conveniente. Lo con­trario sería una ofensa punible. Conviene insis­tir en ello.

2.3. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1, 24-28)

Hermanos: Ahora me alegro de sufrir por vosotros: así completo en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia, de la cual Dios me ha nombrado ministro, asignándome la tarea de anunciaros a vosotros su mensaje completo: el misterio que Dios ha tenido escondido desde siglos y generaciones y que ahora ha revelado a sus santos. A estos ha querido Dios dar a conocer la gloria y riqueza que este misterio encierra para los gentiles: es decir, que Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la madurez en su vida en Cristo.

Dios ha nombrado a Pablo ministro de la Igle­sia. Ministro para anunciar el mensaje, y éste, completo. Y el mensaje completo no es otra cosa que el miste­rio escondido desde siglos y generaciones. Dios lo ha revelado ahora, en los úl­timos tiempos, de forma magnífica. La revelación de Dios es: Cristo, espe­ranza de la gloria para todos los hom­bres. Dios ha determinado hacer a los hombres partícipes de su gloria, de su propia vida. Cristo es la realización con­creta y completa del plan di­vino. Cristo es nuestra esperanza, es decir, parti­cipación incoada de los bienes eternos. En él bebe­mos ya la gloria de Dios.

Pablo es ministro de la Iglesia. Y la Iglesia es el Pueblo Santo de Dios. La Iglesia acoge el men­saje, recibe el misterio y se confunde con él. La Igle­sia se envuelve de gloria. Es el Cuerpo de Cristo y Cristo la Cabeza. Es la destinata­ria del mensaje y del misterio de Cristo viviente. La Iglesia, que re­cibe el mis­terio, se torna misterio; al recibir a Cristo, se torna Cristo: su Cuerpo. Y como Cuerpo, porta ya aquí las señales de la gloria que embe­llece a la Cabeza, aunque, por estar en este mundo todavía, lleve las marcas de su pasión (parte del misterio). También ella es la esperanza de los hombres, instrumento -sacramento- de salvación. Es el Cristo en la tierra.

Pablo es ministro de la Iglesia, servidor del misterio. Pablo está al servicio de la revelación de Dios. Su oficio es anunciar la Buena Nueva: ense­ñar, exhor­tar, corregir, animar, para que todos lle­guen a la madurez de vida cristiana. Todos deben vivir en Cristo. Cristo debe vivir en todos. Todos deben reflejar por completo, como Iglesia, el miste­rio de Cristo, esperanza de la gloria. La misma vida cristiana es ya participación de la gloria y, por tanto, su espe­ranza.

Pablo habla, como ministro, de tribulaciones. Tribulaciones que se encua­dran en las de Cristo, que son de Cristo. Las tribulaciones de Pablo son tam­bién parte del misterio. Pablo es miembro de Cristo y sus sufrimientos, como tal, son los de Cristo, son de Cristo. Si Pablo vive en Cristo y Cristo en él, las tribulaciones de Pablo son las tri­bulaciones de Cristo. Y como las de Cristo, también las de Pablo tienen un valor salvífico. Y como las de Pablo, las de todo cristiano. Más aún, Pablo completa, como ministro del misterio, las Tri­bula­ciones de Cristo. Pablo es continuador de la obra de Cristo. Cristo ha rea­lizado su obra de salvación -de Revelador del misterio- en tribulación y perse­cución. Recordemos su muerte en la cruz por noso­tros. La obra de Cristo conti­núa en los apóstoles. Ellos sufren las mismas tribulaciones que su Señor. De esta forma completan la Tribulación de Cristo, Anunciador y Realizador de la salvación a través de los tiempos. El principio del mal opone resis­tencia a la obra de Dios y es así causa y razón de la pasión de los ministros de Dios. La evangelización de la Iglesia, y a la Iglesia, se realiza en el tiempo dentro de mil tribulaciones. Son el alarga­miento de las de Cristo, completan las de Cristo, son las de Cristo. Su gloria se traduce también -ésta es la maravilla- en el soportar las tribula­ciones.

Pablo se alegra de sufrir por los suyos, como Cristo por todos. La tribula­ción cristiana tiene un sentido y un valor. Pablo sufre por el Cuerpo de Cristo. Es el ejercicio de su ministerio. A todos nos toca algo, cuando con nuestra vida continuamos la obra reveladora del Señor, que es la comunicación de su gloria; cuando enseñamos, cuando amonesta­mos, cuando hacemos vivir y vivimos, con pleni­tud, la vida cristiana. Es consolador.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Lucas (10, 38-42)

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: – «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano.» Pero el Señor le contestó: – “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.

Una escena que se ha hecho célebre: Marta y María. Una escena casera. Los nombres y la fami­lia nos son conocidos por otras fuentes. El pasaje, sin embargo, es propio de Lucas. Aquí, como en mu­chos episodios de la vida de Jesús, lo que importa son sus palabras. Hoy las encontramos al final del pa­saje. Jesús declara como necesaria una sola cosa. Y de ella parece estar en pose­sión María. María ha es­cogido la parte buena, la mejor. María ha sabido ele­gir. Y la elección de María nos hace volver la mirada a su hermana, que por su voz quejumbrosa ha motivado la sentencia del Señor.

Marta está ocupada en servir a los huéspedes. Son el Maestro y sus discí­pulos. Número suficiente para entretener muchas manos. La buena señora parece estar, según la frase de Lucas, sumida en una actividad extraordina­ria: va, viene sube, baja, dispone… No para, se desvive por atender a los re­cién llegados. Entre tanto, su hermana Ma­ría, dejado a un lado todo cuidado, escucha atenta la conversación del Señor. ¡Como si no hubiera nada que hacer en aquel momento! Marta reprocha la actitud de María y Jesús, a su vez, la de Marta. ¿Qué reprocha Jesús? ¿La actividad de Marta simplemente? ¿Su plena dedicación y continuo mo­vimiento? ¿Qué hay de malo en ello? Quizás nada en sí. Sin embargo, la actividad de Marta en aquel momento merece el reproche de Jesús. Marta no hace bien en moverse tanto estando Jesús allí. Hay algo más importante y oportuno que hacer: escu­char al Maestro. María ha sabido apreciar y aprovechar el momento en su debido valor. Se ha sentado a los pies de Jesús y escucha embebida sus palabras. Es precisamente lo que hay que hacer en aquella ocasión.

Jesús es el Mensajero de Dios, el Profeta, el Me­sías. Jesús ha venido a anun­ciar el Reino. Jesús exige atención y fe. Va en ello la salvación. Marta no ha sabido captar la importancia del momento. La actividad, excesiva quizás, la ha desorien­tado. Jesús no viene a recibir, viene a dar; no viene a ser agasa­jado, viene a servir; no a ser atendido y alimentado, sino a alimentar y a sal­var. La única exigencia de Jesús, su voluntad, es que se le escuche y crea. Y Marta no le escucha. ¿Cómo puede conocer el don de Dios? Marta está desa­provechando peli­grosamente el momento. María, en cambio, ha sa­bido elegir. Es la postura apropiada, la conve­niente, la necesaria. Jesús lo proclama así. Una cosa es necesaria: escuchar la voz de Dios. Jesús es su Palabra Eterna. Parece estar fuera de lugar aplicar este pasaje sin más a la vida activa (Marta) y a la contem­plativa (María). Estrictamente hablando, nunca deben estar separadas la una de la otra. Jesús re­prueba la actividad que pone en peligro la única cosa necesaria. La actividad puede impedir la más necesaria: escuchar y seguir a Cristo.

REFLEXIONEMOS:

El evangelio de hoy nos invita a considerar las palabras de Jesús y las pos­turas de Marta y María respectivamente. La postura de María, sentada a los pies de Je­sús, escuchando sus pala­bras, aparece aquí pro­clamada como necesaria. Es la única cosa que im­porta: escuchar a Jesús. ¿No tiene Jesús palabras de vida eterna? Escuchar a Jesús es escuchar a la Vida. Y escuchar a la Vida es alcanzar la salvación. Aquí pueden y deben llover las consideraciones. ¿Estamos bien convencidos y somos conscientes de la necesidad de escuchar la palabra de Dios? ¿Comprendemos que escucharle y conocerle es lo único importante y necesario? ¿No es éste el pri­mer y único deber? ¿No enseñó Jesús buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo de­más se os dará por añadidura? Estas interrogacio­nes valen para todos, tanto evangelizadores como evangelizados. No se condena la actividad; sólo la excesiva y desorientadora. El mensaje evangélico es sumamente actual. Nos afanamos sobremanera por muchas cosas, mientras olvidamos el sagrado deber – y privilegio- de aten­der a la voz de Dios. Esa voz, que desoí­mos, nos ha de juzgar un día. ¿Sabremos respon­derle entonces, cuando aquí no lo hicimos? ¿Será atenta con nosotros, cuando nosotros no la atendi­mos? Es curioso, interesan más las ma­temáticas -más probabilidad de «ganarse la vida», de «enriquecerse»- que la religión; más la flora y la fauna que el recto conocimiento de Dios y de nuestro destino. Hasta los espectáculos interesan más que la voz de Dios. No hay más que prestar aten­ción a cómo viven nuestros cristianos, para apreciar los inte­reses vitales en que se mueven: conversa­ciones materialistas, lujos inmodera­dos, distraccio­nes y recreos. Embellecer las estancias, amontonar objetos, al­canzar el «carro», amueblar -y ¡cómo!- el piso, lucir trajes, disfrutar de todo, moverse de aquí para allá… ¿Y Dios? ¿No nos sorprenderá la muerte vacíos? Una cosa es necesaria. Y la esta­mos olvidando. El salmo nos enseña los man­da­mientos.

Jesús no deseaba ser agasajado. ¿Qué pre­tendemos nosotros, evangeliza­dores? ¿Buscamos el agasajo o la salvación de los hombres? No se condena el agasajo, no se prohíbe agasajar. Jesús fue huésped muchas veces. La primera lectura ce­lebra y encomia delicadamente la hospitalidad del gran padre Abra­ham. Es expresión de respeto y de atención. Pero cada cosa en su lugar. Sin buscar el agasajo, hemos de agasajar a los mensajeros de Dios.

No se condena la actividad; sólo la desorde­nada, la que descuida práctica­mente la única cosa necesaria, la salvación eterna. ¿Qué actividad te­nemos? ¿Qué móviles hay al fondo? ¿Olvidamos lo necesario? María es figura de la vida futura. Así muchos au­tores. Es la actitud del que goza de Dios. Si ese es nuestro destino, conviene ejercitarse ahora en él (Salmo). De lo contrario, no nos haremos dignos. Marta es figura de la vida presente, envuelta en preocupaciones y quehaceres de esta vida. Se nos ad­vierte del peligro. Pero no se nos exime de ellos. Más aún, se nos prescriben como obligato­rios, cuando son expresión de la caridad. San Agustín tiene her­mosas palabras a este respecto. Marta representa a la Iglesia en esta vida. Y la Iglesia trabaja y se afana por llegar a todos. Es la gran hospitalidad de Dios a los hombres, la Tienda del Verbo, la Tienda de Abraham. En ella se im­parte la Bendición de Dios. Este último pensamiento nos trae a la memoria la figura de Pablo, el gran trabajador y activo de la obra de Dios. Todo él era evangelio. Tanto es así que sus tribulaciones se entroncan en las de Cristo, Esto abre una gran perspec­tiva al pensa­miento cristiano. Nuestras tribulaciones en Cristo salvan, como salvan las de Cristo. El evangelizador alarga y continúa la obra del Señor.

3. Oración final:

Señor así como María supo elegir la mejor parte, danos también a nosotros la gracia de saber jerarquizar nuestra vida, buscándote a ti en todo momento, siendo Tú el sentido de nuestra vida, dándonos Tú la fuerza para vivir lo que nos pides, y así dar testimonio de ti siempre y en cada momento. Amén.

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