
1. Oración:
Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro señor Jesucristo…
1. Lectura del libro de Isaías 50, 4-17
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
El personaje del canto no lleva nombre, ni siquiera el título de «siervo». Lo que importa es la misión. Y ésta se encuadra en la vocación profética: vocación-llamada para la palabra, sufrimiento en el desempeño de la misión, confianza en el Señor. Detrás del profeta sin nombre se encuentra Dios con todo su poder. Llamada para hablar: lengua de iniciado. El Siervo ha de hablar; ha de hablar bien, ha de hablar en nombre del Señor. En este caso ha de hablar para consolar, al abatido. También el profeta sabrá de abatimiento; es su vocación. Pero para hablar, hay que escuchar. Dios afina el oído de su Siervo, agudiza su sensibilidad y lo capacita para sintonizar con su voluntad. Suponemos en el Siervo una intensa actividad auditiva.
La misión se presenta, además, dolorosa: ultrajes e injurias personales. Un verdadero drama. En el fondo, participación del drama de Dios en la salvación del hombre. La persona del Siervo tiende a confundirse con el mensaje que debe anunciar. Valor y aguante. Y así como no resiste a la palabra que lo envía, así tampoco al ultraje que ella le ocasiona. Dios lo mantendrá inquebrantable en el cumplimiento de su misión.
Misteriosa vocación la del Siervo. Todos los profetas experimentaron algo de lo que aquí se nos narra. Con todo la figura del Siervo los sobrepasa. ¿Quién es? ¿Quién llena su imagen? Miremos a Cristo Jesús y encontraremos la respuesta más cumplida. Vivió en propia carne el inefable drama de Dios con el hombre: lengua de iniciado: gran profeta; oído atento: gran hombre de Dios; ultrajes, presencia de Dios… misión cumplida.
2.2. Salmo responsorial Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 (R.: 2a)
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mi,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere. » R.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R.
Salmo de súplica, salmo de acción de gracias. ¿Psicológicamente incomprensible? Teológicamente, al menos, no: tras la súplica, siempre, la acción de gracias, porque Dios, al fondo, siempre escucha la oración. El salmo vive los dos momentos. Hoy, el primero.
La súplica toca los límites extremos en que puede encontrarse el fiel de Dios. Es el justo; y es el justo perseguido; y es el justo perseguido por ser justo; y la persecución lo ha llevado hasta las puertas de la muerte; ¡y el Señor no le escucha! El justo sufre sobre sí el abandono de Dios; las imágenes son vivas y reflejan una situación límite. También la confianza es extrema y total.
¿Quién llena el salmo? Situaciones semejantes, pero parciales, las han vivido con frecuencia los siervos de Dios. Como ésta, en profundidad insospechada, solamente uno: El Señor Jesús. Los evangelistas recogen de su boca el estribillo del salmo en el momento de su muerte; también aparecen cumplidos algunos versículos en la ejecución en la cruz. Pensemos, pues, en Jesús; él desborda el salmo, en dolor, abandono y esperanza. Unámonos a él, a todo justo, que en el cumplimiento de la voluntad de Dios pasa por trance semejante.
Dios, el Padre, dejó paradójicamente morir a su Hijo; pero lo resucitó al tercer día. La oración fue escuchada, como comenta la carta a los hebreos, por su« reverencia»
2.2.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses, 6-1-1
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera y se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
El himno lleva, en el contexto actual de la carta, un movimiento de exhortación. No lo perdamos de vista, pues nos conviene aprender- catequesis- y nos interesa dejarnos mover- parénesis. El ejemplo es Cristo; el cristiano ha de acercarse a él para conocer y vivir su propio misterio. En cuanto al himno mismo, podemos proceder a su inteligencia, apoyándoos en los contrastes. Y el primero que se nos ofrece es el llamado de la «kénosis» o anonadamiento. Jesús, en efecto, siendo de condición divina, no ambicionó conducirse, al venir a este mundo, a la manera que como a ser divino correspondía. Todo lo contrario, se despojó de sí mismo totalmente: respecto a Dios en obediencia absoluta y respecto a los hombres, llevando por amor, la condición de hombre débil, hasta el extremo de morir, como siervo, en una cruz: condenado como malhechor y blasfemo -¡él, que era Hijo de Dios!; por odio y envidia- ¡él, que era la misma misericordia!; por propios y extraños -¡él, que no se avergonzó de llamarnos hermanos!; impotente y entre criminales -¡él, que era poderoso y justo por excelencia!; abandonado de Dios -¡él, que era «Dios con nosotros!» ¿Quién no recuerda, el canto cuarto del Siervo de Yahvé?
El segundo contraste, que se origina y enraíza en el primero, como carne de su carne, es: Dios lo exaltó y le dio un «Nombre-sobre-todo-nombre». Un Nombre divino: el de ¡Kyrios! Jesús, como hombre, por encima de toda la creación, unido al Padre en poder y majestad. ¿Qué otro Nombre podía ser éste que el de Dios? Por eso todos deben postrarse ante él: en el cielo, en la tierra y en el abismo, y proclamar: «¡Jesucristo es el Señor!» Y ello, como lo señala el himno «por» haberse humillado hasta la muerte en cruz. Pablo nos invita a imitar al Señor; también, a alabarlo, bendecirlo y adorarlo. Es el papel que desempeña el himno en la liturgia. Acerquémonos, pues, piadosamente, y bendigamos, alabemos y adoremos al Señor.
2.4. Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14 – 23, 56
[C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:
+ He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.
C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
+ –Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios.
C. Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
+ –Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.
C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo:
+ –Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.
Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega!
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:
+ Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve.
Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.
C. Y añadió:
+ Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague.
Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.
C. Él le contestó:
S. Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.
C. Jesús le replicó:
+ Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.
C. Y dijo a todos:
+ Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?
C. Contestaron:
S. Nada.
C. El añadió:
+ Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: «fue contado con los malhechores». Lo que se refiere a mí toca a su fin.
C. Ellos dijeron:
S. Señor, aquí hay dos espadas.
C. El les contestó:
+ Basta.
C. Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:
+ Orad, para no caer en la tentación.
C. El se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y arrodillado, oraba diciendo:
+ Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.
C. Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
+ ¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación.
C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+ Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?
C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:
S. Señor, ¿herimos con la espada?
C. Y uno de ellos hirió al criado del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino diciendo:
+ Dejadlo, basta.
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:
+ ¿Habéis salido con espadas y palos como a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo:
S. También éste estaba con él.
C. Pero él lo negó diciendo:
S. No lo conozco, mujer.
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. Tú también eres uno de ellos.
C. Pedro replicó:
S. Hombre, no lo soy.
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.
C. Pedro contestó:
S. Hombre, no sé de qué hablas.
C. Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?
C. Y proferían contra él otros muchos insultos.
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:
S. Si tú eres el Mesías, dínoslo.
C. El les contestó:
+ Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.
C. Dijeron todos:
S. Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?
C. El les contestó:
+ Vosotros lo decís, yo lo soy.
C. Ellos dijeron:
S. ¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.]
C. El senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. ¿Eres tú el rey de los judíos?
C. Él le contestó:
+ Tú lo dices.
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
S. No encuentro ninguna culpa en este hombre.
C. Ellos insistían con más fuerza diciendo:
S. Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.
C. Pilato, al oirlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro.
Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
S. Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya véis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.
C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:
S. ¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.
C. (A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.)
Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. –¡Crucifícalo, crucifícalo!
C. El les dijo por tercera vez:
S. –Pues, ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. As¡ es que le daré un escarmiento y lo soltaré.
C. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ –Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «desplomaos sobre nosotros» y a las colinas: «sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ –Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
C. Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte.
El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas diciendo:
S. –A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
S. Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. –¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
C. Pero el otro le increpaba:
S. –¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
C. Y decía:
S. –Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino.
C. Jesús le respondió:
+ –Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
C. Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ –Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
C. Y dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
S. Realmente, este hombre era justo.
C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.
Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
Lucas (Ciclo C)
Podemos apreciar algo de esto en el relato del prendimiento. Respecto a la apelación personal, podemos considerar las palabras de Jesús a Judas: « ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?», son propias de Lucas, y son conmovedoras en verdad. ¿No habrá alguien, entre los lectores u oyentes, que, de alguna manera, se asemeje a Judas? Grandeza moral la de Jesús, tanto con Judas, como con el siervo herido con la espada. Nótese el título «Señor» con que lo nombran los discípulos. Poder divino y divina generosidad. Así es nuestro Señor, así han de ser los discípulos. La pasión, por lo demás, comienza con una alusión al «poder de las tinieblas», remembranza, a su vez, de las tentaciones en el desierto: «lo dejó hasta un tiempo». Aquí, como allí, el Señor saldrá vencedor.
Digno de notar, en el proceso ante los sumos sacerdotes, e la colocación de la negación de Pedro y su arrepentimiento antes de las burlas de los enemigos. Lucas arranca a Pedro de la chusma de siervos que se mofan del Señor. Más todavía, el detalle, propio de Lucas, del encuentro de las miradas de Pedro y del Señor es, sin duda alguna, conmovedor. El «saliendo afuera, lloró amargamente» resulta aleccionador. Antes de seguir adelante con el relato de la pasión el cristiano pecador ha de arrepentirse y llorar su debilidad; seguro que siempre que mire al Maestro ha de hallar su perdón. Por lo demás, Lucas parece no querer insistir especialmente en esta escena; da la impresión de querer dejar la cosa para el encuentro con el poder oficial de Roma.
También notamos en Lucas algunas ausencias en el proceso romano. Su interés se dirige, de todas formas, a poner de manifiesto la inocencia de Jesús. Nótense, por ejemplo, los versículos 4, 14, 22 y el 16 y 20 del cap. 23. La figura de Herodes va, entre otras cosas, en esa dirección: ni siquiera Herodes encuentra motivo de condena. De rechazo, con esta escena, viene a señalarnos el evangelista la falsa admiración por Jesús. Piense, pues, el cristiano que si es alguna vez llevado a los tribunales, por su fe, antes le ha precedido el Señor Jesús.
En esta última parte del relato -Crucifixión y muerte- es donde al parecer, se aparta más Lucas del esquema de Marcos y muestra más su interés por el lector discípulo, «seguidor» de Cristo. Nótese por ejemplo, el caso de Simón de Cirene: «Le cargaron la cruz, para que la llevase por detrás de Jesús». Algo semejante se dice también de las turbas y, en especial, de las «santas mujeres»: «le seguían». Estas últimas aparecen como figuras meditativas, cuya presencia invita al lector a acompañarlas él también. El encuentro con las mujeres que lloran por él es también significativo a este respecto: llamada al arrepentimiento ante la perspectiva del juicio de Dios. ¿No recordamos a Jesús, capítulos atrás, llorando por la suerte de Jerusalén, ciega ante la visita de la paz que le hace su Señor? El final, versículo 48, es aleccionador: el pueblo espectador acaba por dolerse de su acción, dándose golpes de pecho.
Las palabras de Jesús en la cruz son en extremo sublimes: «Perdónales, porque no saben lo que hacen». Esteban las repetirá a su tiempo. La escena del buen «ladrón» es otra de las eternizadas por Lucas: todos se mofan, pero un ladrón, crucificado junto a él, no. Y la mofa iba por aquello de «Rey de los judíos». Pues bien, el buen ladrón lo confiesa como tal y le ruega acogida. La respuesta de Jesús manifiesta y pone en marcha su «realeza» mesiánica: «hoy estarás conmigo en el Paraíso». Uno piensa instintivamente en la parábola de la «oveja perdida»: ¡qué alegría la del Señor al encontrar, a última hora, la hora de las tinieblas, a la oveja descarriada y poder salvarla! La ruptura del velo y la presencia de las tinieblas vienen a ser expresión de un duelo universal por la muerte de su Señor. Lucas manifiesta también, en situación única su condición de hijo de Dios con la frase del Salmo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Por eso, como un eco humano perspicaz, la constatación del centurión: «este hombre era un justo». Así muere nuestro Señor con una grandeza moral insuperable.
Reflexionemos
Podemos señalar algunos temas teológicos. Comencemos por las palabras de Jesús en respuesta a las del sumo sacerdote «Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios»: «Tú lo has dicho; en verdad os digo que desde ahora podréis ver al Hijo del hombre sentado a la derecha del Padre y venir sobre las nubes del cielo». El eco solemne de esta manifestación la encontramos en boca del centurión: «verdaderamente éste era Hijo de Dios». Apuntemos para la primera manifestación -respuesta de Jesús al sacerdote- la conjunción de las tradiciones «mesiánica» y «apocalíptica» en la persona de Jesús: Jesús, el Mesías-Rey descendiente de David, salvador del pueblo, y Jesús, el Hijo del hombre, ser celeste y superior, anunciado por Daniel. El título de Hijo de Dios, que algún evangelista pone en este momento, está a caballo entre las dos: el hijo de David, rey, es el Rey Ungido por Dios, perteneciente a la esfera divina, hijo de Dios en sentido propio. El venir sobre las nubes, en efecto, lo asimila a Dios; ¿quién otro que Dios puede venir sobre las nubes? De esta forma se precisa y explícita también la naturaleza de su trono: a la derecha de Dios en las alturas, en el trono de Dios.
A estas tradiciones debemos añadir otra, la más chocante quizás, avalada por el acontecimiento cumplimiento en Jesús de las Sagradas Escrituras y será: Jesús, el Siervo Paciente de Yahvé. Todas ellas redondean el misterio, al mismo tiempo que se integran plenamente entre sí.
Jesús es el Mesías de Dios; pero su mesianismo, sin dejar de ser real, se lleva a cabo mediante el sufrimiento. La carta a los Hebreos comentará que Jesús «fue perfeccionado por el sufrimiento». Jesús es el Siervo de Dios; pero su servicio redundó en beneficio de todos. Fue «disposición de Dios, comenta así mismo otra vez la carta a los hebreos, que gustara la muerte en favor de todos». Un triunfo a través de la pasión, que lo recalca Jesús, en Lucas, a los discípulos de Emaús y una pasión que llevó adelante el que era «Hijo». Este último término nos descubre la identidad del sujeto que sobrellevaba el peso de las injurias, abandono y muerte, y despertó en la resurrección: Jesús el Hijo de Dios; muerto, pero vivo; juzgado, pero juez, humillado, pero exaltado; siervo, pero Rey. Confesemos, pues, valiente y devotamente, como lo hace la carta a los filipenses, que Jesús es nuestro Señor, Rey e Hijo de Dios, muerto por nosotros, pero glorificado para siempre y constituido causa de eterna salvación.
Otro elemento singular es el tema del «templo». Dos veces aparece la acusación; -en el proceso judío y ya clavado en la cruz- de querer Jesús destruir el templo y levantar otro no hecho de manos humanas. El evangelio la llama acusación falsa. Pero no lo es tanto, si tenemos en cuenta el desarrollo de la Pasión. Jesús acaba, de hecho, con la Economía Antigua y comienza la Nueva. El Templo nuevo será él. Juan lo afirmará expresamente en 2, 20-22 y Pablo lo insinuará suficientemente al decir que «habita en él la plenitud de la divinidad corporalmente». Es el Santuario no hecho con manos humanas: La Tienda más amplia y más perfecta, no hecha por manos humanas, dará a entender la carta a los Hebreos, es su Cuerpo Glorioso (9, 11ss). El detalle de la ruptura del velo al momento de morir Jesús favorece esta interpretación.
El tema del Templo nuevo, aquí brevemente esbozado, abre la perspectiva hacia la Iglesia, Templo de Dios y Cuerpo de Cristo. Es su Reino y su Pueblo. ¿Y no fue de su costado, abierto por la lanza – estamos ya en Juan -, de donde, según los Padres, nació la Iglesia, Esposa del Señor? Iglesia somos, y no podemos menos de vernos integrados en la Pasión y Resurrección del Señor.
Sugerencia de cantos: goo.gl/nzOCzT