Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino.
EN aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo,
creador de cielo y tierra;
bendito sea el Dios altísimo,
que te ha entregado tus enemigos».
Y Abrán le dio el diezmo de todo.
El texto nos retrotrae a la prehistoria de Israel. En concreto, a las tradiciones sobre Abraham. Y, entre éstas, a una realmente singular por varios aspectos: Abraham guerrero; Abraham ante un sacerdote cananeo, ofreciéndole diezmos y recibiendo su bendición.
Recordemos el contexto. Abraham vuelve victorioso de la persecución de unos reyezuelos que habían apresado a su sobrino Lot. Dios le ha acompañado en la empresa. Suenan de lejos las bendiciones del capítulo 12: Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Lot, por su pertenencia al grupo hebreo, disfruta de esa bendición. Por otra parte, no está de más recordar que Dios le había prometido -era ya suya de derecho- aquella tierra. Se mueve, pues, dentro de su propiedad.
Y ahora el texto leído: un sacerdote del Dios Altísimo lo bendice, le invita a bendecir a Dios y le ofrece pan y vino. Inteligible el ofrecimiento de pan y vino: es un guerrero que necesita restaurar las fuerzas. Menos inteligible, que sea un sacerdote pagano. Y misterioso, especialmente para la posteridad, que, con un nombre tan propio, aparezca y desaparezca sin dejar rastro de sí. El ser rey, además de sacerdote, parece que entraba en las costumbres de la época.
Queda, pues, como lo más notable, el nombre y el oficio de Melquisedec, rey y sacerdote, a quien Abraham ofreció diezmos. Podemos detenernos, explotando el contenido simbólico, el significado de los nombres: Melquisedec, rey de justicia, o, mejor, la justicia es del rey, y Salem, como alusión a la ciudad santa de Jerusalén y significado de paz. La tradición rabínica se disparó en cábalas y leyendas en lo referente a la persona, figura y nombre. Nosotros nos mantenemos dentro de las líneas marcadas por el texto inspirado que tan sólo lo recuerda, misteriosamente por cierto, el salmo 109 y, a partir de él, la detallada y profunda exposición de la carta a los Hebreos. Queda, pues, el cuadro misterioso en sí para figurar otro misterio: Melquisedec, sacerdote y rey / Jesús, Sacerdote-Mesías; pan y vino / Eucaristía; superioridad de Jesús sobre el sacerdocio de Aarón, por recibir, en figura, los diezmos de Abraham.
Salmo Responsorial: Sal 109, 1-4
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
V/. Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R/.V/. Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.V/. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R/.V/. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec». R/.
Salmo real; al fondo, quizás, el momento de la entronización del rey. El rey es descendiente de David, hijo de Dios, salvador. El salmista-profeta lo canta y, al cantarlo, lo ensancha hasta desbordar todo sujeto de la casa real. Señala un ideal; pero, por ser en nombre de Dios, no como utopía irrealizable, sino como acontecimiento futuro que Dios dispondrá. En el salmo, un versillo misterioso: Sacerdote según el orden de Melquisedec. Sabemos dónde se encontraron el rey y el sacerdote sin desdoblar la personalidad: en Cristo Jesús, Hijo de Dios, Salvador, Sacerdote y descendiente de David. El momento culmen, la entronización: su gloriosa Resurrección, Ascensión y Sesión a la derecha del Padre.
Segunda Lectura: 1 Co 11, 23-26
Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor.
HERMANOS:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
San Pablo dirige a sus fieles de Corinto, animosos en verdad, pero en su conducta pueriles frecuentemente, que se sienten deslumbrados por el relumbre y lo extraordinario de los carismas, olvidando lo más fundamental de la vida cristiana, como la caridad por ejemplo, sabias amonestaciones y oportunas correcciones. Una de ellas se refiere al buen orden que debe observarse en las asambleas litúrgicas. El aire en que debían desenvolverse las reuniones litúrgicas ha degenerado un poco. Los carismáticos, por una parte, como niños con zapatos nuevos, porfían unos con otros por las procedencias de sus dones. Discuten, al parecer acaloradamente, sobre cuál de los carismas es mejor. Con ellos queda debilitada en extremo la unión de sentimientos.
Algunas mujeres, por otra parte, pretenciosas, se extralimitan en sus libertades, dejando en mal lugar ante las demás iglesias a la propia de Corinto. Son un tanto desaprensivas, y esto motiva disgusto y escándalo. Osan pasearse descubiertas en las reuniones, cuando en las demás iglesias se practica lo contrario.
Hay además, y esto es bastante grave, divisiones internas. En las celebraciones eucarísticas se hecha de ver la falta de caridad y de hermandad. Cada uno lleva su cena propia, según su rango o apetito. Unos se hartan y emborrachan, mientras otros pasan hambre. ¿Por qué no se van a sus casas a beber y a comer? Tal conducta es una vergüenza. Es un escarnio al Señor de quien hacen memoria santa en la celebración eucarística que sigue a continuación. Tomar parte en la Cena del Señor en tal estado es propia para condenación y no para salvación. Hacen así agravio al Señor y a los hermanos.
La Cena del Señor es algo sagrado. Allí está su Cuerpo y allí su Sangre entregados por nosotros. Se exige dignidad. Una conducta que desprecie al hermano de la forma indicada no es para alabarla. Mejor no asistir. De asistir, unidos y limpios.
Podemos distinguir:
A) San Pablo se remite a la Tradición. Son técnicas sus palabras: recibir, transmitir. Era el oficio de los predicadores y de los discípulos. Pablo no inventa, transmite. El mismo vocabulario lo indica. No se limita, sin embargo, Pablo a transmitir como del Señor la doctrina de la Cena, sino que transmite hasta la misma fórmula. Es una antigua fórmula cultual. Pablo es fervoroso siervo de la Tradición.
B) Fórmula de la institución de la Eucaristía. Se trata del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, entregado y vertida sobre nosotros, comida y bebida por nosotros en su Memoria. Así participamos nosotros de su Muerte y de su Resurrección (hasta que vuelva). La Eucaristía nos recuerda algo pasado (cuyo efecto perdura) algo presente (Cristo vivo), algo futuro (vendrá). Así la Iglesia vive del pasado, del presente y del futuro. Abarca todos los tiempos. No sin razón se ha dicho que la Eucaristía es el centro de la Iglesia
C) Nueva Alianza. Este tema lo desarrollará la Carta a los Hebreos. La Sangre de Cristo selló la Nueva Alianza., superior a la Antigua. Se trata de su Muerte. Muerte que fue un sacrificio perfecto. También recordamos esto.
Evangelio: Lc 9, 11-17
Tomando los cinco panes y los dos peces, pronunció la bendición sobre ellos y se los dio a los discípulos, para que los repartieran a la gente.
EN aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Multiplicación de los panes y de los peces. El título puede desorientar un poco. Pues no parece que el evangelista quisiera poner de relieve el milagro como tal -el relato no termina con la general admiración y aclamación de las gentes-, sino más el hecho de que Jesús satisfizo el hambre de una multitud en el desierto. Interés, por tanto, cristológico y eclesial. Pues es Jesús quien satisface el hambre y es la multitud -comunidad- en el desierto la beneficiaria de semejante acción. El acontecimiento, que tuvo lugar en su tiempo, descubre una realidad perenne en Cristo Jesús para todos los tiempos. Es, pues, el Señor quien da y es la Iglesia la que, además de escuchar sus palabras, recibe de sus manos el pan.
No hay duda alguna, en efecto, sobre el valor cristológico del pasaje. Notemos, para recordarlo, el contexto próximo anterior y posterior: el versillo 9, que ha dejado pendiente la pregunta, de gran importancia: ¿Quién es este de quien se cuentan tales cosas?, encuentra la respuesta correspondiente en los versillos 18-27 -confesión de Pedro- y en la escena de la Transfiguración que inmediatamente le sigue -Jesús, hijo de Dios. El mismo versillo 11, que habla del reino de Dios y evoca la actividad taumatúrgica de Jesús, aboga por esta perspectiva. Y el versillo 16, tan amplio y solemne y, por tanto, tan significativo, está centrado en la misma acción de Jesús con alusión eucarística.
Para terminar, los autores reconocen, por tema y vocabulario, la presencia, al fondo, de los pasajes Ex 16, 10 y 2; 1R 4, 42-44. El milagro transparenta visiblemente la Eucaristía. Jesús en el centro; y, en el centro, su gesto de tomar los panes y los peces, de mirar al cielo, de bendecir y repartirlos a los presentes.
El pasaje posee, además, un marcado carácter eclesiológico. Nótese, de entrada, el diálogo de Jesús con los suyos, único, por el tenor y extensión, en todo el evangelio. Única, también, y llamativa en la taumaturgia de Jesús, la aportación positiva de los discípulos: cinco panes y dos peces. La colaboración servicial en la ejecución Haced que se sienten… y en la distribución. El detalle de «guardar los doce canastos» resalta también cierto sentido eclesial. El contexto, por otra parte, no andaba lejano de ello: envío y vuelta de la misión, en los versillos anteriores. Por último, ese significativo y urgente Dadles vosotros de comer.
Consideraciones
El evangelio nos depara la estampa central: Jesús sacia maravillosamente en el desierto el hambre de una multitud. Sopesamos los detalles, pues el relato tiene por falsilla la celebración cristiana de la Eucaristía. Es en el desierto: lugar inhóspito, de tránsito, camino de la ciudad de la que somos ciudadanos. Es para todos: donde todos se sienten todos; no desperdigados, sino en comunidad. Es maravilloso: no creación de manos humanas, celeste; es multiplicación: nada se pierde con la distribución, antes bien, crece a medida que se distribuye. Viene de las manos de Jesús, como una bendición, y es alimento que sacia. Es el gran don de Dios salvador.
La segunda lectura nos ofrece la celebración del misterio de la comunidad. Podemos señalar, en la línea del evangelio, el carácter de comida y de bebida: alimento. También el carácter de cena fraterna. Celebrar el misterio es hacerse misterio con él. Pero el mensaje fundamental de las palabras de Pablo es recordar la realidad del misterio: comer el Cuerpo de Cristo y beber su Sangre. El misterio de su Pasión y Muerte, ofrecido como alimento superior y acción salvadora de Dios. Mira hacia el pasado -Memorial-, lo verifica presente -Cuerpo y Sangre del Señor- y lo lanza hacia el futuro celeste -celebración escatológica-. Sobresale el carácter de urgencia -Haced esto en memoria mía- y de anuncio salvífico -Anunciamos tu muerte hasta que vuelvas-. Anuncio vital con una real y vital presencia de su persona que mantiene viva la esperanza de su Venida, la anuncia y adelanta en una comunidad viva. Aparece también el tema de la Alianza en relación con su Sangre: sacrificio expiatorio con aire pascual -Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado-.
La primera lectura abunda en el elemento de comida y bebida: pan y vino. Restaura las fuerzas desgastadas en la pelea. Melquisedec apunta decidido a Jesús y al Dios Altísimo, al Padre. Es Rey y Sacerdote. Confluyen en él las tradiciones mesiánicas y culturales. La Eucaristía también lo celebra así.
Discípulos-Iglesia. Sobresale la frase Dadles vosotros de comer. El poder y misión de la Iglesia de dar y de recibir, en nombre de Cristo, a Cristo mismo. El milagro no parte de cero: son cinco panes y dos peces. Es contribución material, necesaria por disposición de su Señor. He ahí el pan y el vino, nuestra colaboración, símbolo de nuestra entrega a Dios en la entrega que Jesús hizo de sí mismo. La Eucaristía también lo celebra. El servicio de los discípulos apunta a la disponibilidad efectiva de todos los miembros de la Iglesia en el gran contexto de la Eucaristía. De inmediato, a los siervos, servidores en la línea del sacerdocio ministerial de Cristo