El ciclo litúrgico termina con la fiesta de Cristo Rey que evoca el final de la historia humana, cuando todo será glorificado en el Rey Señor de la historia, y cuando el último enemigo a vencer: la muerte, sea sometida y ahí toda la creación encontrará su plenitud máxima en Aquel que hizo nuevas todas las cosas. De ahí, que más que una fiesta litúrgica esta es una profesión de fe en acto, un canto de esperanza, una invitación a iluminar la vida a la luz de Aquel que nos amó y nos amó hasta dar su vida por nosotros. Por eso, aquí, celebramos la consumación del proyecto de Dios en su realización plena, total y universal, el destino en el cual estamos implicados y hacia dónde vamos todos.
1. Oración:
Señor Jesús, Tú que ocultabas tu identidad, aunque te dabas a conocer en tus milagros, pero pedías silencio, fue en la cruz, cuando todos se burlaban de ti, cuando esperaban algo diferente, cuando muchos se desilusionaron contigo cuando manifestaste toda tu fragilidad e impotencia fue entonces, cuando Tú te diste a conocer, haciéndonos ver, quién eras y lo que eras, y te revelaste como lo que eres como REY, pero un REY diferente, no de los que mandan, sino el que ama, no los que tienen autoridad, sino el que da la vida, no de los que tienen poder, sino de los que se dan totalmente, de los que aman hasta el final, de los que aman hasta derramar su sangre por amor al otro, para llevarnos al Padre y ahí hacernos hijos en ti, el HIJO, el Rey, el Señor de la historia, que realizaste en tu vida, el proyecto de amor del Padre, enseñándonos a amar, al estilo de Dios, a saber que el reinar es sinónimo de amar. Danos la gracia de valorar lo que significa que Tú hayas dado tu vida en la cruz para mostrarnos tu amor, y así podamos amar como Tú. Que así sea.
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