Domingo 30 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

EL MANDAMIENTO PRINCIPAL

La pregunta capciosa que los fariseos dirigen a Jesús no es una cuestión trivial. En la sociedad judía de aquel tiempo, existía una infinidad de mandamientos y de interpretaciones que terminaban por abrumar la conciencia de las personas. ¿Cómo hacer para cumplir con tantos preceptos, sin desatender ninguno? El riesgo mayor era que se podían descuidar los mandatos fundamentales y obsesionarse por los accesorios. De ejemplos y casos de esta confusión tenemos noticia en los Evangelios. De ahí que la respuesta del Señor Jesús siempre seguirá siendo nuestro referente fundamental: tan importante es el amor a Dios como el amor al prójimo. El libro del Éxodo concreta de forma precisa el alcance del amor al prójimo al legislar a favor de los emigrantes, las viudas, los forasteros y los huérfanos.

  1. ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que merezcamos alcanzar lo que nos prometes, concédenos amar lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

2. LECTURAS Y COMENTARIO

2.1. Lectura del libro del Éxodo 22, 20-26

Así dice el Señor: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto. No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»

La liberación, con todo, no ha terminado en la salida de Egipto. El paso portentoso del Mar Rojo ha sido un momento importante. Le seguirán otros: el maná, el agua, el cruce del desierto… Destaca la imponente teofanía en el Sinaí: la majestuosa presencia de Dios en medio de su pueblo dentro del marco de una alianza. La verdadera liberación de Israel se verifica y consuma en la conviven cia, que Dios le ofrece gratuitamente, y en la responsable aceptación, que el pueblo hace de ella. El Decálogo señalará el cuadro elemental dentro del cual han de moverse los liberados para ser realmente libres. Libertad personal y comunitaria como participación de la libertad salvadora de Dios. Libertad responsable y creativa en la creatividad libre y responsable de Dios. El De cálogo viene ofrecido en función de la auténtica libertad del hombre. Resu mido sería así: amor a Dios de todo corazón y amor al prójimo como a uno mismo. Libertad para amar y amar para crecer en divina libertad. Dialéc tica vital.

Conviene leer el texto en esa perspectiva. De he cho intentan ser, a su modo, explicitación concreta de las exigencias de una convivencia liberadora con Dios. Imita a Dios, de quien eres imagen y seme janza, y serás, como él, hacedor del bien. Y al hacer el bien, crecerás, te multiplicarás y verás surgir, a tu paso y sombra, un sinfín de bondades que manifestarán e irradiarán la presencia bondadosa de Dios, tu Señor.

La lectura de hoy subraya las exigencias del segundo mandamiento: amor al prójimo. El color de las expresiones es más bien básico, fundamen tal, sin demasiados matices; el sabor, arcaico y la visión ceñida a los tiem pos antiguos: el huérfano, la viuda, el forastero, el pobre… Puede que entre nosotros hayan cambiado los nombres, pero no así las realidades: las mil ne cesidades y opresiones que padece el hombre de hoy en nuestra cercanía.

La presencia de Dios entre nosotros y en nosotros, con su carga de amor liberador, exige de nosotros una liberación de nosotros mismos en beneficio de una salvadora liberación a los demás. En Cristo se afirman y radicalizan las posiciones y se extiende hasta el infinito la visión. Tu Dios y tu prójimo son tú. No lo olvidemos; sería fatal.

2.2. Salmo Responsorial Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 5lab(R.: 2)

R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. R.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido. R.

Se trata de un Salmo puesto en boca de David, quien le agradece a Dios por haberlo librado de sus enemigos y más exactamente de Saúl (ver el episodio de 2 Samuel 22). De esta manera se nos da el esquema para orar una experiencia de salvación.

El Salmo combina imágenes de solidez y de fuerza (“escudo, roca, fortaleza”), con imágenes de liberación: Dios “fuerza salvadora”, “quedo libre de mis enemigos”, “diste gran victoria…”.  En medio del uso de términos fuertes, tomados del mundo militar, se nota también un lenguaje muy tierno. La idea de fondo es que Dios le permite al rey, y en consecuencia al pueblo del cual es responsable, vivir libremente y con espacio para prosperar. Dios es grande, fuerte y digno de toda confianza, en Él hay seguridad y paz.

2.3. Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10

Hermanos: Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios habla corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

La primera carta a los Tesalonicenses es el primer escrito de Pablo y el primero también del Nuevo Testamento. Posturas fundamentales, líneas maestras, primeras experiencias en el apostolado. Entusiasmo en la predi cación, alabanza a Dios por el éxito, gozo del Espíritu en medio de las tribu laciones. Cierta frescura y sabor de inmediatez.

Sobresalen los últimos versículos; señalan el kerigma primitivo en su es tructura más elemental. Se hace irrenunciable: conversión del culto a los ídolos en obediencia a Dios; servicio leal al Dios de la vida -los otros dioses son dioses muertos-; tensión vital hacia el futuro -ojos abiertos, brazos ex tendidos, boca exultante hacia el Hijo de Dios que viene desde los cielos-; re surrección de los muertos y acción salvífica que nos libra de la intervención punitiva de Dios, supremo Juez.

No podemos dejar en el olvido ninguno de esos elementos: somos converti dos, en estado de vital y constante conversión; en progresivo -y a veces san grante- alejamiento de todo aquello que, de alguna manera, intente apartar nos del Dios revelado en Jesús; siempre en actitud servicial y en ejecución responsable de su santa voluntad, convencidos de que así nos configuramos con él. Después, la Resurrección gloriosa de su Hijo de entre los muertos, acontecimiento definitivo de salvación que nos introduce en la esperanza viva de una participación inefable en su exaltación, cuando venga desde los cielos, como Señor y Rey, a librarnos de la ira futura.

La comunidad cristiana, y el individuo en ella, debe edificarse sobre estas realidades so pena de caer desplomado en cualquier momento sobre su pro pia inconsistencia. Nos apoyamos en Cristo Jesús, Hijo de Dios, resucitado de entre los muertos, a la espera de un encuentro transformante con él al fi nal de los tiempos. La celebración eucarística lo recuerda.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús habla hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo: -«”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. ” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Según todos los indicios, parece que hay que remontarse hasta Jesús para dar sentido y explicación de la formulación del mandamiento grande, tal como se encuentra en Mateo. El judaísmo, a pesar de ciertos balbuceos, no había llegado hasta ahí: ni a unir tan inseparablemente el amor de Dios con aquél referido al prójimo, por una parte, ni, por otra, a extender tan ampliamente el concepto de prójimo a todo hombre, por el mero hecho de ser hombre. Así lo recibió la Iglesia de Jesús y así ha de presentarlo en todo momento. También la Iglesia actual. Señalemos algunos detalles.

a) Comencemos, primeramente, por el último versículo: de estos manda mientos pende toda la Ley y los Profetas. El amor a Dios y el amor al prójimo son el compendio de toda la Ley y los Profetas. Dando un paso adelante, la Ley y los Profetas son explicitación de estos mandamientos. Por último, es tos mandamientos son el criterio auténtico de toda acción humana, que me rezca el nombre de tal; criterio, pues, para entender la Ley y los Profetas.

b) El segundo mandamiento -el amor al prójimo- es semejante al primero. Hay que admitir, por una parte, cierta distinción y evitar, por otra, toda se paración. Son en verdad uno y un solo mandamiento que, por nuestras natu rales relaciones –vertical-horizontal-, mira simultáneamente a dos objetos: a Dios y al hombre. No puede darse el uno sin el otro. Ni amaremos a Dios debidamente, si no amamos debidamente al objeto de sus amores, el hombre; ni amaremos con dignidad al hombre, si no es como objeto de los extremados amores de Dios. El amor al prójimo se encuentra involucrado en el amor a Dios y el amor a Dios involucra a los hombres. San Juan lo declara excelen temente: ¿Cómo dices que amas a Dios, a quien no ves, si no amas al her mano a quien ves? También Isaías lo manifestó suficientemente en el pre cioso Cántico de la viña: Esperaba justicia y he ahí crímenes (Is 5, 1-7). La falta de respuesta en la esposa a los amores del esposo es la negación de respeto al prójimo: crímenes. Jesús, por último, indicó a Pedro cuál había de ser la auténtica expresión de amor a su persona: Apacienta mis ovejas.

c) El amor a Dios compromete a toda la persona; también, por concomi tancia, el debido al prójimo: mente, alma y corazón; pensamiento, senti miento, voluntad y acción. De esta manera, el hombre se encuentra orien tado existencialmente hacia aquél de quien es, por definición, imagen y se mejanza. En el ejercicio del amor encontrará su madurez y perfección. En el amor al prójimo entra, sin duda alguna, el recto amor a sí mismo. La propia y personal experiencia de tu limitación y necesidad te ha de abrir a la per sonal necesidad del prójimo como propia y personal.

d) La raíz se encuentra en la manifestación amorosa que Dios hace de sí mismo en Cristo: Dios es insondable y desbordante misterio de amor; Dios es amor. Un Dios que ama tan entrañablemente al hombre no puede ser dig namente correspondido por él si éste, a su vez, no incluye en su amor a todo hombre. Así son las cosas. Ignorarlas y desatenderlas es ignorarse y des trozarse sin remedio. Por eso es el gran mandamiento. La Iglesia recibe como misión manifestar vitalmente con todo esplendor el amor a Dios y al prójimo. Fracasar aquí es negarse existencialmente a sí misma. Son, pues, de capital importancia para definir nuestra propia identidad.

Meditemos:

Dios es libertad absoluta y absoluto amor. Jesús, el Verbo encarnado, se mueve en las coordenadas de extrema libertad y amor extremo. Tengo poder para poner mi vida y tengo poder para tomarla de nuevo, dice Jesús en Juan; y el evangelista: los amó hasta el extremo. Y en este mismo contexto incide el concepto de obediencia–mandato: Este mandato he recibido de mi Padre. Nosotros, inicial imagen y semejanza de Dios, llamados a crecer inde finidamente en la condición de hijos, disponemos, por creación y gracia, de libertad en el amor y de amor en libertad. En Cristo Jesús somos introduci dos de forma inefable en ese misterio de libertad amorosa. La Verdad -comunicación del Dios salvador en Cristo- nos hará libres. !Vivamos nuestro amor–libertad.!

Conviene, pues, tocar en las consideraciones, ya la raíz y naturaleza de nuestro amor–libertad como participación del libérrimo amor trinitario, ya las relaciones recíprocas que los definen como integración existencial perso nal de nuestro amor y libertad. El hombre de hoy, sensibilizado especial mente a estas realidades, no se siente con el poder suficiente para unirlas eficazmente: no vive en libertad de amor ni en amor que genere auténtica li bertad. Ahí entra nuestra misión. El momento eucarístico -libre amor del Padre en la libre entrega amorosa del Hijo- es el más apropiado para recor darlo, celebrarlo, beberlo y asimilarlo.

A partir del evangelio se impone la aplicación a casos concretos; ya en la liturgia: perdón mutuo de los pecados, oración de unos por otros, el apretón de manos, etc; ya en la vida diaria: en la familia, esposo–esposa (don de sí mismo en Cristo al otro; consideración del otro como don de Dios en Cristo), padres–hijos; en el trabajo, en la vecindad, en la política, en las relaciones humanas, tanto nacionales como internacionales…

Respecto a la segunda lectura, cabe señalar la importancia, siempre vi gente, de las realidades fundamentales de nuestra condición de hijos de Dios: el credo cristiano. Cualquiera de esas verdades puede ser objeto de conside ración, vinculado al tema del amor.

2.5. Releamos el evangelio con un Padre de la Iglesia

La caridad está por encima de todo. San Agustín se pregunta: ¿Qué hay de más caro que la caridad?

“Bien, hermanos míos, interróguense a sí mismos, toquen la puerta de su interioridad: vean y dense cuenta si tienen alguna caridad, y aumenten lo que encuentren. Estén atentos a un tesoro de estos, de manera que sean ricos por dentro. Llamamos “caras” a aquellas cosas que tienen un precio elevado, y no es por acaso. Examinen su modo de hablar: ‘Esto es más caro que aquello’. ¿Qué quiere decir ‘más caro’ sino que es más precioso?

Si es caro aquello que es precioso, habrá algo más caro que la propia caridad, mis hermanos? ¿Cuál consideramos que es su precio? ¿Dónde se encuentra su valor? El precio del trigo es tu moneda; el precio del campo, tu plata; el precio de la piedra preciosa, tu oro; ¡el precio de tu caridad eres tú! (…)

Si procuras un campo para comprar, buscas dentro de ti. Si quieres tener caridad, ¡búscate a ti y encuéntrate! ¿Por ventura tienes miedo de darte para no gastarte? Por el contrario: si no te das, te pierdes.

Es tu propia caridad que habla por boca de la sabiduría y que te dice algo para que no te asustes con lo que te fue dicho: Date a ti mismo. Si alguien te quisiera vender un campo, te diría: ‘Dame tu oro’; y quien te quiera vender cualquier otra cosa dirá: “Dame tu moneda, dame tu plata’.

Oye lo que te dice al caridad por la boca de la Sabiduría: ‘Hijo, dame tu corazón’… Sea para mí, y no se pierda para ti”. (San Agustín, Sermón 34,7)

3. Oración final

Dios, Padre nuestro: aumenta nuestra fe, nuestra esperanza y, sobre todo, aumenta nuestro amor y nuestro sentido de la justicia, de modo que vivamos siempre próximos a nuestros hermanos, especialmente a los más necesitados. Por Jesucristo.

Sugerencias y orientaciones para la celebración

MONICIÓN DE ENTRADA

Un domingo más tenemos la suerte de reunirnos con los hermanos para celebrar el momento más importante de toda la semana: la eucaristía dominical. Nos ayuda a vivir este día dando gracias a Dios, examinando un poco más nuestro modo de vivir y teniendo un poco más en cuenta a los demás. ¡Qué la Palabra de Dios ilumine nuestro modo de proceder! ¡Que el pan eucarístico fortalezca nuestra fe para vivir con alegría!

MONICIÓN A LAS LECTURAS

La Palabra de Dios siempre tiene algo que enseñarnos y, a veces, hace una llamada especial a nuestra vida. Estemos atentos al mensaje de este domingo. Dios es compasivo con los más necesitados y nadie debe oprimir y explotar a los pobres.

DESPEDIDA

Desde la mesa de la eucaristía somos enviados para prolongar lo que aquí hemos vivido. La Carta a Diogneto, un escrito cristiano del siglo I decía que “los cristianos hemos de ser el alma del mundo”. El alma es el principio de la vida, lo que anima, lo que vivifica. Por tanto, hermanos, somos enviados a vivificar con nuestro testimonio el ambiente en el que vivimos.

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