Domingo 29 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

XIX domingo del tiempo ordinario

LA ACTITUD FUNDAMENTAL CRISTIANA: EL SERVICIO.

1. Introducción

La coincidencia de los textos de hoy con el Domund invita a considerar en profundidad la tarea evangelizadora de la Iglesia: ¿puede consistir en otra cosa que en llevar a los hombres el anuncio del misterio de Cristo? «La Iglesia peregrina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El venga» (Lumen gentium, n. 8, final).

El «servicio» de la misión es la actualización del «servicio» que Cristo nos ha hecho «entregando su vida en rescate para todos los hombres». Sin duda es mucho más comprensible y explicable humanamente que un hombre ayude a otro a salir de su hambre o de su opresión, que no que un hombre anuncie el misterio pascual de Cristo. Con todo, «mantengamos la confesión de la fe» (2. lectura del domingo): el misterio pascual de Cristo es el principio de la renovación del hombre y la acción misionera de la Iglesia es, por ello, la acción más «humanizadora», en sentido pleno, según Dios.

2. Lectura del Profeta Isaías 53,10.11.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos.

2.1. Comentario

Estos versículos de Isaías pertenecen a la conclusión del cuarto cántico del Siervo (52, 13-53, 12): inocencia-condena-glorificación del Siervo tras su gran humillación. Ya de antemano, el cántico anuncia el éxito del Siervo por su docilidad al Señor (52, 13-15). Los que antes se espantaron, al contemplar su figura rota y maltrecha, ahora deben permanecer callados en señal de admiración.

En el cuerpo del poema, un grupo anónimo nos habla de su nacimiento, sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del siervo. Su nacimiento y crecimiento es oscuro como raíz en tierra árida (v. 2); desfigurado por el dolor es considerado como algo insignificante, y la sociedad le da de lado, lo condena al ostracismo. ¿Sufrirá el justo por sus pecados? (v. 3) ¿No seremos nosotros más bien los culpables? (vs. 4-6). Las cicatrices del justo tienen un valor curativo; una condena injusta acaba con él en la sepultura, y la gran paradoja: se reconoce su inocencia después de su muerte (vs. 8-9).

La muerte del Siervo no ha sido inútil. Su sufrimiento y castigo han conducido al éxito; la muerte nunca es punto final sino prenda de salvación para todos nosotros los impíos.

La paradoja es clara; el siervo de Yavhé, su elegido, carga con lo que tradicionalmente procura la ira de Dios frente a los impíos. El «aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca», aparece como víctima expiatoria (Lv. 4). El resultado es extraordinario: rompe el esquema tradicional de la justicia divina. Hasta entonces, quien la hace, la paga; el profeta, en cambio, descubre que puede que no sea así y revela en su oráculo un nuevo hecho: el sufrimiento tiene un valor salvador, no es sólo castigo sino que puede ser salud y, lo que es más notable, salud para los demás. Eso sí, tiene que sufrir el justo, y pues el injusto, el impío, al sufrir, paga, mientras que el justo, con el sufrimiento, salva. Todo esto nos lleva a reflexionar que: Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús. El desfigurado en su pasión y muerte en la cruz es reconocido como el justo (Hech 3, 13s). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que nosotros nos contamos.

El secreto del triunfo para el justo radica en que su vida es servicio para los demás, no en su propio éxito (Mc. 10, 45).

3. SALMO RESPONSORIAL
Sal 32,4-5. 18-19. 20 y 22

R/. Que tu misericordia Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Aclamad, justos, al Señor,
que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:
El es nuestro auxilio y nuestro escudo.
Que tu misericordia Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

3.1. Comentario: El salmo 32, un himno a la providencia de Dios
En este salmo encontramos dos rasgos determinantes de Dios: él es creador y el Señor de la historia. No es sólo el Dios de Israel, sino el de toda la humanidad. El v.5 resume esta idea de forma clara: “El ama la justicia y el derecho, y su bondad llena la tierra”. Este salmo nos presenta al Dios que desea la justicia y el derecho en todo el mundo, y no sólo en Israel. Podemos, entonces, afirmar que nos encontramos ante el Señor, el Dios amigo y aliado de toda la humanidad. Y quiere junto con todos los seres humanos, construir un mundo de justicia. Desea que todo el mundo experimente su misericordia y su bondad. Este Dios tiene un plan para toda la humanidad y quiere que este plan se lleve a cabo. En este sentido, cuando dice “Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él escogió como heredad”, este salmo no está asimilándolo todo a Israel, sino que está abriendo esta posibilidad a cada uno de los pueblos o naciones, en sintonía en algunos profetas posteriores al exilio de Babilonia.
El Nuevo Testamento ve a Jesús como la Palabra creadora del Padre (Jn 1,1-18) y como rey universal. La pasión según san Juan lo presenta como rey de todo el mundo, un rey que entrega su vida para que la humanidad pueda vivir en plenitud. La misma actividad de Jesús no se limitó al pueblo judío, sino que se abrió a otras razas y culturas, hasta el punto de que Jesús encuentra más fe fuera que dentro de Israel.

4. Lectura de la carta a los Hebreos 4,14-16.

Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo; Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Comentario

A unos judíos convertidos, posiblemente de estirpe sacerdotal, que añoran el templo de Jerusalén y el esplendor de su culto externo, el autor de la carta a los Hebreos les quiere mostrar la grandeza y la eficacia del culto cristiano «en espíritu y en verdad». El sacerdocio levítico -el de los lectores- debe ceder ante el sacerdocio de Cristo, único mediador de la nueva alianza. El sacerdocio de Cristo supera el de los sacerdotes levíticos, e incluso el del sumo sacerdote del templo, porque está al mismo tiempo más elevado junto a Dios y más rebajado al lado de los hombres: ha atravesado los cielos hasta llegar a la derecha del Padre, y por otra parte «no es incapaz de compadecerse de nuestra debilidades, sino que ha sido probado en todo… excepto en el pecado». El sumo sacerdote judío no llegaba ni tan arriba ni tan abajo. Se mantenía excesivamente distante de Dios y de los hombres.

Bastante lo sabían los destinatarios de la carta. Por ello, en vez de evocar nostálgicamente la antigua liturgia, deben estar contentos del misterio cristiano en el que han creído, y deben tener la seguridad, a pesar de su simplicidad externa, de encontrar en él la ayuda eficaz que los ritos judíos no les podían procurar.

5. Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10,35-45.

En aquel tiempo [se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Contestaron: Lo somos. Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautiza pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado. Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.] Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

5.1. Comentario

El texto evangélico de este domingo (Mc 10, 35-45), viene inmediatamente después del tercer anuncio de la Pasión revelado por Jesús a sus discípulos, mientras “iban de camino, subiendo a Jerusalén”. Marcos subraya que el Maestro iba delante de ellos, y que “los que lo seguían tenían miedo” (v. 32) Para confiar a los suyos lo que le espera en Jerusalén, llama aparte a los Doce y les anuncia en detalle la pasión, muerte, resurrección que vivirá en la Ciudad santa. Acto seguido, el evangelista Marcos presenta a los hijos de Zebedeo, que se acercan a Jesús y le piden que haga lo que ellos le van a pedir. Nos resulta extraña esta actitud de los dos discípulos predilectos. Porque parece que el anuncio doloroso que Jesús les acaba de manifestar no les ha impactado; es casi como si no lo hubiesen escuchado. Es más, su petición muestra con claridad cómo el discurso de la cruz no había sido asimilado por Santiago y Juan. Ni, con mucha probabilidad, por ninguno de los otros diez discípulos. En este momento, les interesa lo que les interesa. Y, quizás sin caer en la cuenta ni ser conscientes de ello, dejan completamente solo al Maestro que, camino de Jerusalén, se prepara para la entrega definitiva de su vida, para la redención de todos nosotros, en obediencia filial a la voluntad del Padre.

En el texto paralelo de Mateo (20, 20-28), quizás para tutelar la fama de los dos hermanos, el evangelista hace presentar la petición de recomendación por la madre. Tanto en el pasaje narrado por Marcos como en el paralelo de Mateo, es admirable la comprensión del Maestro Jesús. No les reprende con severidad, no les echa en cara la indiferencia o el caso omiso que hacen ante el anuncio de algo que tenía que interesarles y afectarles profundamente. Ante todo, les dirige una pregunta que quiere clarificar, poner a fuego la petición: “¿Qué queréis que os conceda?” En otros relatos evangélicos, encontramos una pregunta semejante por parte del Maestro Jesús, que casi desea que quien suplica y pide algún favor (ordinariamente se trata de curaciones), tome conciencia clara de lo que está solicitando. “¿Qué quieres que te haga o que haga por ti?” le pregunta Jesús en este mismo capítulo de Marcos al ciego Bartimeo (v. 51).

Escuchada la petición concreta, el Maestro replica a los “hijos del trueno”: «No sabéis lo que pedís”. En otro momento, cuando los mismos hermanos habían pedido a Jesús si quería que ordenasen que bajase fuego del cielo sobre los samaritanos que no habían querido acoger al Señor “porque se dirigía a Jerusalén”, el mismo Jesús parece que les llega a decir: “No sabéis qué espíritu tenéis o de qué espíritu sois”.

Aquí Jesús, en la pregunta-respuesta que dirige a los dos, intenta hacerles comprender que lo que les debe importar no es el tener privilegios, sino el compartir el destino de su Maestro y Señor. Ésta ha ser la verdadera preocupación de todo aquel que quiera decirse discípulo suyo: seguirle a él, ir detrás de él, su Maestro, realizando en sus vidas el mismo estilo y ejemplo de servicio, dejando a un lado todo lo que pueda sonar a ambición de honores y primeros puestos. Para hablar de su destino, en la pregunta que dirige Cristo a Santiago y Juan, Jesús acude a dos imágenes: beber el cáliz y ser bautizados con el bautismo. Las dos evocan una perspectiva de sufrimiento y muerte. Y el Señor es consciente de ello. Ya lo anunció por tres veces a los apóstoles. Y los dos discípulos protagonistas de la escena evangélica, más o menos conscientes del verdadero contenido de aquello a lo que se comprometen con su respuesta, se declaran decididos y dispuestos a compartir plenamente el destino del Señor.

Era de esperar que la petición ambiciosa de Santiago y Juan suscitase malestar e indignación en los condiscípulos. Entonces Jesús vuelve a convocar a los Doce, los reúne en torno a sí, y con bondad les ofrece y nos ofrece una enseñanza de gran importancia sobre el significado de los roles en la comunidad cristiana y el sentido verdadero de su muerte poco antes anunciada: “El hijo el hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; se burlarán e él, lo matarán… El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida como rescate por muchos” (vv. 33. 45). Me suena con una interpelación particularmente fuerte la afirmación de Jesús, al hablar del estilo de ejercicio de la autoridad por parte de los jefes de las naciones. Se dirige directamente a los Apóstoles y les dice, casi les ordena: “¡No va a ser así entre vosotros!” El modelo que Jesús deja a los suyos y, en ellos, a la Iglesia, es el de su propia vida, caracterizada por el servicio y la entrega gratuitas. Los parámetros del mundo, contrarios a las Bienaventuranzas, están basados en la carrera al poder y al dominio de los unos sobre los otros. Jesús se muestra aquí firme y casi categórico: “¡Pero entre vosotros no va a ser así!”

Todo camino que no sea el seguido por Jesús queda fuera de opción para quienes quieran ser discípulos suyos, para su Iglesia. No se trata, pues, de una opción de libre elección. El seguimiento de Cristo Jesús, ser discípulos suyos, supone necesariamente una opción fundamental que es la del servicio, la de la participación, no sólo en su misión, sino también en el estilo de la misma.

6. Preparemos los cantos para nuestra celebración:

Canto de entrada: Convocados por el Padre (Emilio y Juan Bravo). Unidos en la fiesta (J. Madurga)

Presentación de ofrendas: Bendito seas Señor (F. Palazón)

Comunión: A los hombres amó Dios. Tú me llamas por ni nombre (C. Erdozain). Me estás llamando (Kairoi). Canción del misionero (Tiberiades). Amigo (J. Madurga)

Salida: Canción del testigo: (J. A. Espinoza). En el trabajo (C. Gabarain)