BAUTISMO DEL SEÑOR
Introducción
La fiesta del Bautismo del Señor enlaza con la Epifanía por su condición de celebración de la primera manifestación pública de Jesús, al comienzo de su ministerio. Hemos pasado, en la celebración de los misterios, de la infancia a la edad adulta de Jesús. La antífona de entrada (Mt 3,16-17) expresa bien el contenido celebrativo de esta solemnidad: «Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo»… El Bautismo de Jesús es la revelación solemne, la epifanía esplendorosa de quién es aquel que lucha para que Juan le bautice.
Con esta fiesta se cierra el ciclo navideño de las manifestaciones de Dios en la carne, para dar paso al tiempo ordinario.