El Bautismo del Señor

BAUTISMO DEL SEÑOR

Introducción

La fiesta del Bautismo del Señor enlaza con la Epifanía por su condición de celebración de la primera manifestación pública de Jesús, al comienzo de su ministerio. Hemos pasado, en la celebración de los misterios, de la infancia a la edad adulta de Jesús. La antífona de entrada (Mt 3,16-17) expresa bien el contenido celebrativo de esta solemnidad: «Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo»… El Bautismo de Jesús es la revelación solemne, la epifanía esplendorosa de quién es aquel que lucha para que Juan le bautice.

Con esta fiesta se cierra el ciclo navideño de las manifestaciones de Dios en la carne, para dar paso al tiempo ordinario.

1. Lectura de los textos y comentarios:

1.1. Lectura del Profeta Isaías 42,1-4. 6-7.

Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.

El autor ha vivido entre los deportados a Babilonia, ha conocido las victorias de Ciro, rey de Persia, pero no parece haya visto la caída de Babilonia. Los primeros oyentes del anuncio de la llegada del «Siervo» se encontraban en una calle sin salida. Habían perdido la patria, el poder político y el centro de su vida religiosa -el templo- era un montón de ruinas. En esta situación les llega el mensaje del siervo que anuncia la liberación. Se presenta como elegido de Yahvé, consagrado por el espíritu, para que establezca en los pueblos el derecho=la ley de Dios. Es una decisión que ha tomado el Señor ante testigos. Tiene un carácter político. Es como una acción judicial entre Dios y los pueblos y constituye una declaración jurídica según la cual la pretendida divinidad de los dioses es nula y falsa porque sólo Yahvé es Dios. Este parece ser el sentido y contenido de los vv. 1-4. La misión del Siervo se formula con una serie de negaciones y la figura que de ellas resulta es totalmente contrapuesta a la tradición oriental. Según ella, en los procesos, después de proclamar la condena, el heraldo rompía una caña y apagaba una lámpara, signos de muerte. Esto es lo que no hará el Siervo… El siervo proclamará la misericordia de Dios a todos los pueblos y les hará conocer el derecho de Yahvé. Realizará su misión con firmeza = fidelidad y verdad. Con un juego de palabras, que remite al v. 3, dice que no se apagará ni quebrará hasta que haya cumplido su misión.

1.2. SALMO RESPONSORIAL Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10

R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica.

El Dios de la gloria ha tronado.
El Señor descorteza las selvas.
En su templo, un grito unánime: ¡Gloria!
El Señor se sienta por encima del aguacero,
El señor se sienta como rey eterno

El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad.

Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza.

«La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego».

Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida.

Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida.

«El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».

1.3. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.

Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios. Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10, 17; Rm 2, 11; Gal 2, 6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28, 18-20; Jn 1, 1ss; Fl 2, 5-11).

Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo. Jesús es el «ungido», es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora. Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador y Benefactor, títulos que acostumbraban dar los antiguos a los soberanos después de su ensalzamiento. Claro que todos estos «salvadores y benefactores» no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.

1.4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3,15-16. 21-22.

En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. El tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.

El texto que comentamos está formado por dos relatos diferentes: a) el primero (3, 15-16) precisa la diferencia que existe entre el bautismo de Juan (con agua) y el de Cristo (en el espíritu). b) El segundo (3, 21-22) desvela toda la profundidad del bautismo de Jesús tal como se vive dentro de la iglesia. El bautismo de Juan se mueve en la línea de los ritos de purificación del judaísmo de aquel tiempo: invita a los hombres a la renovación total de su existencia y les mantiene en la esperanza del juicio, representado en la irrupción recreadora del Espíritu. La iglesia sabe que la verdad de esa esperanza se ha cumplido ya en Jesús: por eso bautiza a los hombres con Espíritu Santo y con fuego, es decir, les introduce en ámbito del juicio destructor (fuego) y transformante (Espíritu).

Toda la realidad del bautismo que Jesús ofrece a los hombres se encuentra contenida de un modo ejemplar y supremo en su propio bautismo. La antigua tradición refiere que Jesús recibió el bautismo que impartía Juan (cfr Mc 1,9) y añade que en este momento se vino a desvelar su cometido de enviado de Dios: el cielo se abrió, vino el Espíritu y Dios le proclamó su siervo, hijo o enviado ( cfr Mc 1, 10-11). El evangelio de Lucas (3, 21-22) remodela el sentido de esos datos. Ya no le importa Juan y puede prescindir de su figura. La abertura del cielo no es signo del final del tiempo, sino un medio necesario para que el Espíritu descienda. Todo se ha centrado en ese Espíritu y en la voz del cielo que proclama a Jesús como su hijo. Aquí se centra la base y el sentido del bautismo de la iglesia.

El bautismo constituye antes que nada una revelación o epifanía de Dios en Jesucristo. Jesús se manifiesta desde entonces como el «Hijo». Esto no quiere decir que antes no lo fuera; simplemente afirma que en el fondo de la vida de Jesús hay un misterio que sólo se comprende a través de Dios y de su Espíritu. Pero Jesús no es un ungido más entre los otros. Jesús ha recibido toda la presencia del Espíritu y, por eso, es de verdad «el Hijo», es decir, aquél a quien Dios escoge de una forma definitiva, aquél a quien Dios escoge de una forma definitiva, aquél en quien Dios se ha hecho presente de manera insuperable. Por eso, Jesús no es simplemente un hijo de los hombres al que Dios por su bondad acoge y ama. Jesús proviene desde el fondo del misterio de Dios como su «Hijo»: su expresión y su presencia, su enviado. El misterio de Jesús implica según eso dos vertientes: a) por un lado es el Mesías, porque tiene la fuerza del Espíritu y realiza su obra entre los hombres; b) por otro es Hijo, porque se halla cerca de su Padre, ha recibido su palabra creadora (tú eres mi Hijo) y le hace presente sobre el mundo.

De todo esto debemos sacar dos conclusiones: a) la primera pertenece al campo de la fe: somos cristianos los que en el fondo de Jesús descubrimos el amor del Padre que le envía y la fuerza del Espíritu que actúa por medio de su obra; b) la segunda nos introduce en la práctica: aceptar el bautismo de Jesús (3,16) significa recibir su «Espíritu» (de gracia y exigencia) como la verdad definitiva, el juicio de Dios sobre la historia. Y no olvidemos que a esto se llega a través del bautismo de conversión que Juan ha proclamado un día en medio de su pueblo.

1.5. ACCIÓN DE GRACIAS

Habiendo meditado y celebrado la llegada de Dios hecho hombre, ahora lo contemplamos como el Ungido de Dios, que con su palabra dirige nuestras vidas, oremos diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto».

Bendito, alabado y glorificado seas, Señor Jesús, Hijo amado del Padre, que no ahorraste nada en tu entrega, obediente a la Palabra de Dios buscando siempre su voluntad, para mostrarnos lo mucho que nos quería y ofrecernos su salvación.

R/. Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto.

Los hombres estábamos como ovejas sin pastor, tras nuestra decisión de romper la amistad con Dios y encerrarnos en nosotros mismos. Por tu entrega en la cruz, rompiste la tela de araña del pecado, que nos enredaba en nuestro egoísmo y nos abriste de nuevo la puerta de tu amor.

R/. Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto.

Llegado el tiempo, tu Padre cumplió las promesas y quiso que nacieras de una Virgen.
Y sólo, unos cuantos pobres, con unos Magos venidos de Oriente, te reconocieron como el Mesías e Hijo de Dios sobre las pajas del pesebre de Belén.

R/. Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto.

Y, cuando ibas a emprender tu definitiva misión, para la que el Padre te había enviado, acudiste al Jordán, como uno más de tu pueblo, para que Juan te bautizara con agua. Él te reconoció como el Cordero de Dios y se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”, mientras recibías la unción del Espíritu.

R/. Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto.

Nosotros, Señor, hemos sido bautizados en la misma agua y con el mismo Espíritu, para formar parte de tu familia, y, desde ti, poder llamar a Dios Padre. Ahora caminamos en medio de la historia, haciéndote presente en el mundo y siendo signos de que el amor de Dios no ha terminado. Por eso, hoy te pedimos, Señor Jesús, que los hombres descubran en tu Iglesia a tu familia, que nuestras palabras sean eco de tu salvación y que nuestras vidas sean compromiso liberador.

R/. Tú eres el Hijo de Dios, el amado, el predilecto.

Cantos para la celebración de la liturgia dominical:

Canto de entrada: Unidos en la fiesta (J. Madurga)

Presentación de ofrendas: Te presentamos el vino y el pan (J.A.Espinosa)

Comunión: Cristo libertador (C. Erdozain). Un solo Señor (L. Deiss). Fiesta del banquete (C. Erdozain).

Salida: Id y enseñad (C. Gabarain)

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