Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario ciclo c
1. Introducción
Casi siempre nuestra oración es de petición, Esperamos recibir de Dios lo que pedimos pues, equivocadamente, creemos que nos lo hemos ganado. La liturgia de la Eucaristía, que siempre es acción de gracias, nos presenta hoy gratitud de los hombres por el don recibido. Su actuación revela la calidad de su corazón.
2. Lecturas y comentario
2.1. Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17
En aquellos días, Naamán de Siria bajo al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedo limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: – «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.» Eliseo contesto: – «¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada.» Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: – «Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.»
La escuela deuteronomista que recopiló los relatos de Eliseo no pretendió presentarnos una biografía de este profeta, simplemente se contentó con plasmar en su escrito el eco, la fama que este hombre de Dios dejó entre los habitantes de su pueblo. Historia y leyenda se mezclan sin que podamos deslindarlos con claridad; pero lo importante es dejar patente que Dios actúa a través de sus profetas.
El texto de la curación de Naamán (5,1-27) es uno de los relatos milagrosos (¿hasta dónde llega la historia y la leyenda?) del ciclo de Eliseo. Los contrastes son muy frecuentes a lo largo de este capítulo: orgullo de Naamán enfermo (v.11) y su humildad después de la curación (v.15); desprendimiento de Eliseo (v.16) y afán avaricioso de su siervo (vs.20ss); al comienzo Naamán es el enfermo, al final lo será el siervo de Eliseo.
En la primera parte se muestra en vs.1-5a. La paz reina entre Israel y Siria, pero no es estable (v.2). El general sirio Naamán tiene una enfermedad cutánea (no se trata de lepra, ya que en este caso debería estar apartado de la sociedad, Lv.15,5). Los médicos y magos sirios no han podido hacer nada; sin embargo una pobre esclava le sugiere confiarse a los cuidados de un profeta hebreo. ¡No es poco el aceptar el consejo de una esclava y acudir a un profeta extranjero! Es el eterno mensaje bíblico de que en la debilidad radica la fuerza. Dios escoge lo débil para confundir al poderoso.
En una segunda parte los vs.5b-8. El rey de Israel, al recibir el mensaje del sirio, se indigna y cree que es un mero pretexto para declararle guerra. El no es un Dios para poder curar la enfermedad. Eliseo le increpa y desea el encuentro con Naamán para que éste pueda descubrir al verdadero Dios. El poderoso rey de Israel no ha encontrado a Dios porque desprecia al profeta.
En una tercera parte los vs.9-12. A este descubrimiento de Dios no se llega a través de la grandeza: Naamán llega con todo su lujo y el profeta ni siquiera le recibe sino que le envía un mensajero con el encargo de lavarse en el río Jordán. Se trata de un test puesto por el profeta a la fe de Naamán, pero el mandatario sirio no lo entiende sino que cree que el profeta le insulta premeditadamente. Naamán, tampoco ha encontrado a Dios ya que no ha descubierto aún al profeta. Le considera socialmente inferior, y debería salir a recibirle. ¡Qué ironía la del autor! ¡Cómo si Dios tuviera en cuenta las clases sociales! Tampoco Naamán podrá encontrar a Dios a través de un mero ritual: invocación de Dios+tocar la parte enferma. Dios está por encima de todo rito religioso.
En una cuarte parte: vs.13.20a. El Naamán furioso y orgulloso sólo encontrará la salvación al aceptar la palabra del profeta a través de la insinuación de unos siervos (nuevamente aparece esta clase social como en el cuadro primero). Así obtiene su curación y, lo que es más importante, ha encontrado a Dios (v.15: "ahora reconozco que no hay más Dios en toda la tierra que el de Israel").
Termina el relato con la no aceptación de dones por parte del profeta (tampoco con ellos se encuentra a Dios) y que sirve para contraponer la actitud de Eliseo a la de su siervo.
Hoy también nosotros como Iglesia enferma, jerarquía y pueblo, ¿qué medios utilizamos para encontrarnos con Dios? ¿La voz del pueblo sencillo que insinúa o la de los poderosos con sus riquezas, rituales y grandilocuencias? También sería irónico que no nos encontráramos con el Médico y Pastor.
2.2. Salmo Responsorial
Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4 (R.: cf. 2b)
R. El Señor revela a las naciones su salvación.
Cantad al Señor un cantico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
EI Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera,
gritad, vitoread, tocad. R.
2.3. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada: Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará, Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
En medio del sufrimiento, la imagen de Cristo nos trae el recuerdo de su resurrección. La vida del cristiano debe estar, por la fe, apoyada en Cristo resucitado. El camino de muerte y resurrección, que experimentó Cristo, debe alentar al cristiano en todas las situaciones y dificultades de la vida.
Pablo sufre en su cuerpo como un vulgar malhechor. Sufre particularmente porque se siente impotente para proclamar la Palabra. Pero se consuela en el valor de sus sufrimientos, que hacen que la Palabra de Dios no esté encadenada. Sus padecimientos no son estériles, pues tienen un inmenso valor en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo (Col 1.24). Hemos de estar seguros de la correspondencia entre nuestros padecimientos y los de Cristo, entre nuestra glorificación y la suya. Nosotros morimos con Cristo en el bautismo, inicio de una serie de muertes continuas que nos darán el derecho a participar en su resurrección. Nuestra celebración eucarística nos congrega en torno a Cristo, muerto y resucitado, y nos invita a hacer nuestra esta muerte, para así poder vivir su plena resurrección.
2.4. Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 11-19
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: – «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: – «Id a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: – «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: – «Levantate, vete; tu fe te ha salvado.»
La lepra bíblica comprende una serie de enfermedades de la piel y no sólo la lepra en sentido propio. Los judíos consideran estas enfermedades como un castigo especial de Dios. De ahí que el leproso fuera tratado como un muerto para la sociedad y se le obligara a vestir como se vestía a los muertos: ropas desgarradas, cabelleras sueltas, barba rapada. No se les permitía habitar dentro de ciudades amuralladas, pero sí en las aldeas con tal de no mezclarse con sus habitantes. Por eso, vivían en las afueras de los pueblos. Todo lo que ellos tocaban se consideraba impuro, por lo que tenían obligación de anunciar su presencia desde lejos. Eran "impuros’ ritualmente y vivían una especie de vida de excomulgados. Caso de obtener la curación, necesitaban presentarse a los sacerdotes y someterse a una especie de reconciliación cultual con la comunidad. Entonces los sacerdotes les daban de alta. En la respuesta de Jesús a los enviados de Juan Bautista, el Señor indica la curación de los leprosos como señal mesiánica y cumplimiento de las promesas que ya anunció Isaías (35,8).
La desgracia común une a los desdichados. Estos leprosos habían superado la tradicional enemistad entre judíos y samaritanos: forman un solo grupo. La fama de Jesús había llegado hasta los proscritos de la sociedad, hasta los leprosos. Jesús manda a los leprosos que se pongan en camino para ser reconocidos por los sacerdotes. Antes de curarlos, los somete a prueba y les exige un acto de fe. Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino el reconocimiento de esta realeza mesiánica.
Los otros nueve no vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán, se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el verdadero Israel se asienta en la fe agradecida.
El Reino está entre nosotros.
Lucas añade una discusión entre Jesús y los fariseos sobre la fecha de la venida del Reino. Éstos creían que el Reino sólo llegaría cuando el pueblo hubiera alcanzado la perfecta observancia de la Ley de Dios. Sería una recompensa de Dios por el buen comportamiento de la gente. Jesús dice lo contrario: la llegada del Reino no es como la llegada de los reyes de la tierra. Para Jesús. ¡El Reino de Dios ya ha llegado! Está entre nosotros, independientemente de nuestro esfuerzo o mérito. Jesús tiene otro modo de ver las cosas, tiene otra forma de ver la vida: prefiere al samaritano que vive en gratitud a los nueve que creen que merecen el bien que reciben de Dios.
El significado del gesto del Samaritano para las comunidades de Lucas: la mayoría de sus miembros procedían del paganismo. Después de acoger el Evangelio y ser bautizadas, soportaban el desprecio de los cristianos de origen judío. La mancha de haber sido paganos permanecía. También era ésa la experiencia del samaritano. Fue curado de la lepra y ahora podía participar de la comunidad. Pero continuaba la mancha de ser samaritano que nadie podía curar. La experiencia de ser un eterno marginado le aumenta la capacidad de reconocer el don de la acogida que le da Jesús. Por eso, vuelve para agradecer.
La acogida que se les da a los samaritanos en el evangelio de Lucas: para Lucas, el lugar que Jesús da a los Samaritanos es el mismo que las comunidades deben dispensar a los paganos. Jesús presenta un Samaritano como modelo de gratitud (Lc 17.19-19) y de amor al prójimo (Lc 10.30-33). Debía de ser muy chocante, porque los samaritanos y los paganos eran lo mismo para los judíos. No tenían acceso a los atrios interiores del templo de Jerusalén y no podían participar del culto. Se les consideraba portadores de impureza. impuros desde el seno materno. Sin embargo la Buena Noticia se dirige, en primer lugar, a las personas y grupos considerados indignos de recibirla. La salvación de Dios que nos llega por Jesús es puro don. No depende de los méritos de nadie. La lepra y la búsqueda de la pureza en tiempo de Jesús: los leprosos eran marginados, despreciados y excluidos del derecho de convivir con sus familias. Según la ley de pureza, tenían que andar con la ropa rasgada y los cabellos desgreñados e ir gritando: "¡Impuro! ¡Impurol! (Lv 13.45-46). La búsqueda de la cura significaba para los leprosos lo mismo que la búsqueda de la pureza, para poder integrarse en la comunidad y entrar en el santuario.
Me preparo para orar…
La invitación está ya clara en mi corazón: el Amor del Padre me espera, como aquel único samaritano que ha vuelto lleno de gozo y de agradecimiento. La Eucaristía de mi sanación está lista ya; la sala de arriba está adornada, el banquete está preparado, el cordero ha sido inmolado, el vino ha sido servido… mi lugar está listo. Vuelvo a leer con atención el pasaje deteniéndome en las palabras, en los verbos, miro los movimientos de los leprosos, los repito, los hago míos, yo también me muevo, hacia el encuentro con el Señor Jesús. Y me dejo guiar por El, escucho su voz, su mandamiento. Yo también voy hacia Jerusalén, hacia el templo, que es mi corazón y al realizar este santo viaje vuelvo a pensar en todo el amor que el Padre me tiene. Me dejo envolver por su abrazo, siento en mi alma la sanación… Y por esto, lleno de alegría, me levanto, vuelvo atrás, corro hacia la fuente de la verdadera felicidad que es el Seños. Me preparo para decirle gracias, para cantarle el cántico nuevo de mi amor para con El. ¿Cómo devolveré al Señor todo el bien que me ha hecho? …