Primer domingo de Adviento – Ciclo A

Domingo primero de adviento ciclo A

ADVIENTO

La expresión conciliar de que «EL MISTERIO DEL HOMBRE SOLO SE ESCLARECE EN EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO» (GS n. 22), es posible celebrarlo a lo largo de todo el año litúrgico. Pues con la llegada del Hijo de Dios hecho hombre descubrimos el modelo de todo hombre, Cristo que se asemeja a nosotros (en su nacimiento) y, a lo largo de su vida histórica el llamado a ser como él, semejanza que estamos por alcanzar (en la resurrección de los muertos)..

El tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios y, por otra, con este recuerdo se dirige nuestra atención hacia la expectación de la «segunda venida» de Cristo al final de los tiempos. Por esta doble razón se presenta el Adviento como el tiempo de la alegre esperanza. Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: la Encarnación de Cristo que nos diviniza y la Parusía que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano vigila, y espera siempre la venida del Señor.

La historia de la liturgia de Adviento manifiesta que la asamblea cristiana, al reunirse en este tiempo santo, celebra la venida de Jesús en Belén, la presencia del Señor en su Iglesia, particularmente en las acciones litúrgicas, y la venida definitiva del Rey de la gloria al final de los tiempos. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe y vigilancia, de hambre o pobreza espiritual y de misión o presencia en el mundo, para que se realice el encuentro personal que constituye el objeto de la pastoral de este tiempo. En el tiempo del adviento se hace necesario vivir con actitudes concretas, veamos algunas:

Actitud de fe y vigilancia: Por la fe no solamente admitimos un cierto número de verdades o proposiciones contenidas en el Credo, sino que llegamos a la percepción y conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en el testimonio de cada uno de los bautizados. Sensibilizar nuestra fe equivale a descubrir al Señor presente entre nosotros.

La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que nos salva y libera de ese mal. La vigilancia es una atención concentrada hacia el paso del Señor por nuestras cosas.

Actitud de hambre o pobreza espiritual.-El Adviento es también tiempo de conversión. Porque ¿cómo podemos buscar al Señor si no reconocemos que tenemos necesidad de Él? Nadie deseará ser liberado si no se siente oprimido. Pobreza espiritual es aquella actitud de sentirse necesitado de Aquél que es más fuerte que nosotros. Es la disposición para acoger todas y cada una de sus iniciativas.

Actitud misionera o presencia en el mundo.-«En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (GS núm. 22). El hombre de hoy busca ansiosamente su razón de existir. La multiplicación de las relaciones mutuas por el progreso técnico no llevan al hombre a la perfección del coloquio fraterno. Cada vez se siente más necesitado de la comunidad que se establece entre las personas. Humanismo y progreso técnico tientan al hombre para emanciparse de Dios y de una Iglesia que no está verdaderamente presente en el mundo. En el misterio de la encarnación el hombre descubre su verdadera imagen y su pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente, Cristo viene para todos los hombres.

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SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO. Domingo 34 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXXIV del tiempo ordinario: SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

1. Introducción:

Con la fiesta de Cristo Rey termina el Año Litúrgico, Hoy celebramos la soberanía universal de Cristo. Él, que es Señor de la creación, es nuestro Rey por su muerte y resurrección. Él venció y ahora nos dirige con su dominio de amor, perdón y paz. Cristo es a un mismo tiempo la clave de bóveda y la piedra angular del mundo creado. La inscripción colocada sobre el madero de la Cruz decía: "Jesús de Nazaret es el Rey de los judíos". Esta inscripción es completada por San Pablo cuando afirma que Jesús es "imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura, Cabeza del Cuerpo, que es la Iglesia, reconciliador de todos los seres".

2. Lecturas y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de Samuel 5, 1-3

En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: Hueso tuyo y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quien dirigías las entradas y salidas de Israel. Además el Señor te ha prometido: "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel". Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

La unión en un solo pueblo de todas las tribus descendientes de Jacob fue casi siempre un deseo más que una realidad. De hecho, prácticamente sólo podemos hablar de un solo pueblo durante los reinados de David y de su hijo Salomón.

En el fragmento que leemos vemos que, después de que las tribus de Judá (reino del Sur) ungieran a David como su rey, ahora lo hacen las tribus de Israel (reino del Norte). David se había instalado en Hebrón, ciudad importante del reino de Judá. Allá van a proponerle los del norte que sea también su rey. Le dan tres razones. La primera es que son "hueso tuyo y carne tuya", es decir, son parientes. La segunda es que ya había ido a la cabeza del ejército de Israel en tiempos del rey Saúl. Y la tercera, que el mismo Señor le había escogido para ser rey de todo el pueblo.

Notemos en las palabras del Señor dos elementos importantes: el pueblo es del Señor y el soberano es su pastor, imagen frecuente para hablar de la función real. El rey, pues, no es el dueño y señor del pueblo, que sólo pertenece al Señor, sino que es un instrumento de Dios para que lo conduzca por el buen camino.

David y los ancianos de Israel establecen un pacto, una alianza. La unión sella el pacto y confiere a David la misión real sobre Israel (cf. 1 Samuel 16, 13). Así David se convierte en rey de todo el pueblo y símbolo de su unidad y pertenencia al Señor.

2.2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5

R/. Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del Señor"

Qué alegría cuando me dijeron:
"Vamos a la casa del señor"
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.

Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.

2.3. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 12-20

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fueron creadas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo. Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Pablo resume en tres puntos la obra salvadora de Dios en Cristo; Dios nos ha hecho participar graciosamente de la herencia que había preparado para su pueblo santo, nos ha sacado del dominio de las tinieblas y trasladado al reino de su Hijo, y nos ha concedido el perdón por la sangre de Cristo. Por eso es justo y necesario dar gracias a Dios, al Padre, por medio de Jesucristo. Vale la pena hacer notar que Pablo se sirve de categorías del éxodo cuando hace esta memoria de la salvación de Dios en Jesucristo: herencia, pueblo santo, dominio de las tinieblas o esclavitud, traslación al reino, redención por la sangre. Por lo tanto, Pablo anuncia el evangelio de la liberación de todos los pecados y de cuanto esclaviza al hombre interna y externamente.

Quizás con la única excepción de Flp 2, 6-11, Pablo nos presenta aquí la síntesis más lograda de toda su cristología. Sin duda quiere que sus lectores sepan quién es el Señor al que sirven con su fe y se vean libres de los errores que amenazan la comunidad de Colosas.

El "Dios invisible" es el Padre. Jesús es la "imagen del Padre"; por eso quien ve a Jesús, ve también al Padre (cfr. Jn 14, 9). Sólo por Jesús y en Jesús tenemos acceso al conocimiento del Dios invisible, del Dios vivo, que no es el Dios de la filosofía sino el Dios de la vida y de la historia, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.

"Primogénito", pues no ha sido creado sino engendrado por el Padre; "Primogénito", porque es el heredero de todas las promesas y el primero entre muchos hermanos; "Primogénito" también porque es anterior a todo cuanto por él ha sido creado. Como Hijo de Dios, Jesús es de la misma naturaleza que el Padre.

Nada ha sido creado sin la mediación del "Hijo querido del Padre". Lo visible y lo invisible, lo terrestre y lo celeste es por él y para él. Con estas rotundas afirmaciones, Pablo sale al paso de algunas desviaciones doctrinales que disminuían la persona y la obra de Cristo en el universo. Uno de los errores principales que tiene a la vista Pablo cuando escribe estas palabras, es una especie de culto que se tributaba a los elementos fundamentales del cosmos (el agua, la tierra, el fuego y el aire) que se creían animados por espíritus celestes e invisibles. Pablo afirma claramente que nada ni nadie está por encima de Cristo, el Señor. Cristo, por quien y para quien todo ha sido creado, es también el que todo lo conserva y lo salva.

El universo, alejado de Dios por el pecado del hombre, estaba a punto de perecer definitivamente ante la amenaza de la muerte. Pero el Hijo de Dios se hace hombre para llevar a cabo una restauración universal, mejor, una recreación. Para ello Cristo se ha constituido en cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo y el sacramento eficaz o señal de esta segunda creación. De Cristo procede ahora la nueva vida, él es el principio supremo de un nuevo orden. El es el primero que ha resucitado de entre los muertos y el principio de toda regeneración.

"Residiera toda la plenitud", esto es, la plenitud divina. Toda la riqueza inestimable de la divinidad que los falsos maestros suponían repartida entre los espíritus y potestades celestes, Pablo la ve concentrada en Cristo, que es el único Señor. Sin Cristo no es posible la salvación de los hombres y del universo.

Pero en Cristo ha querido el Padre reconciliar consigo y salvar así todos los seres. Cristo ha muerto para que todos y todo tenga vida, en su sangre se alcanza aquella paz universal y aquella reconciliación sin la que es imposible la existencia. Judíos y gentiles son llamados en Cristo para formar un solo pueblo; el cielo y la tierra, todas las criaturas, están ahora en dolores de parto hasta que se manifieste la salvación universal operada por Dios en la sangre de Cristo.

2.4. Lectura del santo Evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, las autoridades y el pueblo hacían muecas a Jesús, diciendo: -A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos". Uno de los malhechores lo insultaba, diciendo: -No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba: -Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso

Este texto pertenece a la meta del camino de Jesús. La escena se desarrolla en el lugar llamado la Calavera, donde Jesús y dos criminales han sido crucificados. En la descripción de la escena Lucas procede por acumulación de datos: el pueblo; a él se añaden las autoridades; a éstas, los soldados, y a éstos, por último, un letrero sobre la cabeza de Jesús. La traducción litúrgica no ha reflejado adecuadamente esta acumulación y gradación de datos. El conjunto resultante es un inmenso sarcasmo. ¡Valiente Mesías y Rey! La segunda parte del texto se desarrolla arriba, en las cruces. Tampoco allí reina el silencio, aunque en esta ocasión las palabras no sean irónicas, pues los dos criminales gritan desde su situación de condenados. Los dos, sin embargo, la vivencian de diferente manera: con despecho y amargura uno, con reconocimiento y esperanza el otro. Y así, en medio del griterío abajo y arriba, surge el único diálogo del texto sobre un malhechor y un rey. Por enésima vez en el Evangelio de Lucas un marginado se convierte en vehículo de enseñanza para el caminante cristiano.

Manejada por el autor, la ironía que recorre toda la primera parte del texto expresa la pura verdad. Jesús es, en efecto, el Mesías y el Rey. Pero lo es en cuanto que está en la cruz. Es sin duda una verdad inesperada y, por eso mismo, escandalosa. El camino y los títulos de Jesús tienen estas cosas, a la vez que rompen esquemas y expectativas. Nos lo ha ido mostrando Lucas en los sucesivos domingos del tiempo ordinario; nos lo confirma en este solemne domingo regio.

Porque Jesús es rey no es tiempo ya de triunfalismo ni de discursos. Nos sigue costando entender esto. La cruz no son los sacrificios que uno se impone a sí mismo. Si así fuera, la cruz podría convertirse en el momento más refinado de orgullo. La cruz no se autoimpone.

La realeza de Jesús es de difícil asimilación. Por su rudeza y crudeza, por un lado; por su sensibilidad para el otro y por su sencillez, por otro. De hecho, Lucas no parece hacerse muchas ilusiones sobre la asimilación de esta realeza, pues una vez más recurre a un marginado para darnos la gran lección. Hay últimos que son primeros, y primeros que son últimos. Son cosas de la realeza de Jesús.

Domingo 33 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXXIII del tiempo ordinario ciclo C

1. Introducción

Las lecturas que hoy escucharemos son una enérgica llamada a no vivir adormecidos. Dios nos ama, pero también nos exige fidelidad a su amor hasta las últimas consecuencias. Y debemos ser conscientes de que esta fidelidad puede acarrearnos problemas e incluso persecuciones.

Las lecturas de este domingo nos invitan a confiar, a no tener miedo, a descubrir en cada encrucijada de nuestra vida y en cada una de sus luchas, las huellas del Dios Bueno y a vivir dando testimonio de Él y de su presencia misericordiosa en este tiempo. Él nos contagia eternidad, la misma que nos regaló su Hijo en la Pascua.

2. Lectura del Profeta Malaquías 4,1-2a.

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas.

Malaquías es un profeta que escribió en el s. V a.C. En la gran decepción que siguió al retorno de Babilonia, el profeta, junto con otros, levanta su voz para mostrar que Dios no sólo no ha abandonado a su pueblo, sino que él en persona vendrá en el "día de Yahvé" para hacer justicia. La expresión "día de Yahvé" no es original de Malaquías, y fue utilizada por otros profetas con expresiones más o menos semejantes, subrayando la justicia y la recompensa de Dios, que haría desaparecer a los malvados como paja en el fuego, y premiaría a los buenos con bendiciones y felicidad. Así, el día de Yahvé era considerado como una intervención de Dios en la historia. Rodeado siempre de metáforas (fuego, paja, tinieblas, luz, sol) quería enseñar la certeza de una fe en un Dios que ama y no abandona a sus fieles, que un día, "su día", va a intervenir en la historia de los hombres y va a hacer una justicia ejemplar. De este modo se fortalecía la fe y la confianza en un Dios que no abandona a su pueblo y que en su justicia sabe dar a cada uno lo que le corresponde.

3. SALMO RESPONSORIAL
Sal 97,5-6, 7_8, 9

R/. El Señor llega para regir la tierra con justicia.

Tocad la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines ,y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan,
aplaudan los ríos, aclamen los montes,
al Señor que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia,
y los pueblos con rectitud.

4. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3,7-12.

Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: No viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviera derecho para hacerlo, pero quise daros un ejemplo que imitar. Cuando viví con vosotros os lo dije: el que no trabaja, que no coma. Porque me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a ésos les digo y les recomiendo, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

Acaba la Carta a los Tesalonicenses, la segunda. En ella, Pablo -muy probable autor de este escrito- llama la atención sobre un hecho curioso. Parece que algunos tesalonicenses, debido a la espera de la parusía inminente, a la vista de que el mundo iba a durar poco, tal como pensaban, descuidaban las ocupaciones humanas normales, sobre todo el trabajo y vivían a costa de los demás.

En este párrafo Pablo les dice que esta actitud no está justificada. No refuta el convencimiento de los tesalonicenses, aunque parece también que en esta época el propio Pablo ya no pensaba que el Señor Jesús iba a venir rápidamente. De todas formas, ya ha dicho algo de ello en el capítulo anterior de la carta. Lo principal es decir que hay que trabajar. Se pone él mismo de ejemplo y dice luego algo de tanto sentido común como el que no trabaja que no coma (v. 10).

En términos más generales se puede decir que el cristianismo, con toda su carga real de espiritualidad, no debe ser obstáculo para una actividad humana productiva. Lo cual no siempre se ha entendido así, particularmente entre países donde la mayoría son católiccos. Los que se ocupan del Espíritu y de sus cosas, no se preocupan de producir lo necesario para vivir. Y viven a costa de los demás, de los más "imperfectos", que sí trabajan y producen. Hay en este terreno no pocos engaños y autoengaños que todos conocemos. Vivir recibiendo de los otros porque uno está muy ocupado en algo más elevado que el vulgar quehacer cotidiano puede ser auténtico y aceptable. Pero también encubre otras actitudes tan poco de recibo como las de los tesalonicenses, aunque por otros motivos. La teología del trabajo, la construcción del Reino con el quehacer humano normal, es algo que también ha de entrar en nuestras consideraciones.

5. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 21,5-19.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: -Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: «Yo soy» o bien «el momento está cerca»; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: -Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

El texto se sitúa en el templo y van a ser precisamente unos comentarios anónimos sobre la belleza y riquezas del templo los que van a motivar el tajante comentario de Jesús sobre su destrucción en un futuro que no precisa (vs. 5-6). Es el detonante para la pregunta sobre el cuándo preciso y las señales premonitorias de esa destrucción (v. 7). Lo que sigue pone de manifiesto que Jesús no entra en la dinámica de la pregunta. A lo largo de los domingos de este año hemos tenido ocasión de constatar cómo en sus respuestas el Jesús de Lucas corrige con frecuencia los planteamientos de sus interlocutores. Hoy nos hallamos ante un nuevo caso. Jesús comienza haciendo unas recomendaciones: "Cuidado con que nadie os engañe" a propósito del cuándo o de las señales; "no vayáis tras ellos; no tengáis pánico". Cierra estas recomendaciones una afirmación rotunda: "El final no vendrá en seguida". En otras palabras: Jesús desautoriza toda especulación sobre el cuándo y las señales. Más aún: guerras y desórdenes no son señal alguna de fin de mundo. Los que hablan en este sentido son simples embaucadores. Guerras y desórdenes son, desgraciada y lamentablemente, una necesidad. ¡Es impresionante el realismo de Jesús! Lo mismo pasa con los terremotos, epidemias y fenómenos cósmicos. Nada de esto es señal de fin de mundo. Esto supuesto a partir del v. 12 y ya hasta el final, Jesús aborda lo que sí tiene importancia según él. Y aquí sí que prevé un tiempo no lejano: "Antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán… por causa de mi nombre". Aunque no lo diga explícitamente, Lucas presupone que son los discípulos los interlocutores-destinatarios de las palabras de Jesús. De nuevo el acoso, la acusación, la comparecencia ante los tribunales. Las mismas situaciones con que nos encontrábamos hace cuatro domingos. Y aún prevé otra: la muerte. ¡La muerte a manos de quien menos se podía esperar! El odio total por causa del estilo de vida de Jesús, que no es otro sino el compromiso con los valores del Reino. Este es el cuadro que Jesús pinta ante los suyos, el futuro que les espera. Este es el futuro que interesa y no el de las especulaciones sobre el fin del mundo. Y de cara a ese futuro dos nuevas recomendaciones: espontaneidad y tesón. El versículo final tiene dos posibles acepciones; con vuestra perseverancia ganaréis vuestra vida o ganad vuestra vida con vuestra perseverancia.

Lo que hace cuatro domingos era sólo un presupuesto, hoy es un dato explícito: Lucas no espera un final inminente de esta historia nuestra. Perspectiva de futuro y perspectiva final no se mezclan ni se confunden, como puede ser el caso, por ejemplo, en Marcos. La destrucción del templo no es el final; las guerras y cataclismos no son el final. Son otra cosa, pertenecen a otra dinámica, misteriosa, realística, pero no premonitoria de fin de mundo. Son agoreros embaucadores. "No vayáis tras ellos". Lo que hay que hacer a cambio es asumir esta historia en toda su crudeza.

Apostar en ella desde los valores del Reino y caminar. Sin discursos retóricos de autodefensa. Con la espontaneidad y el frescor del espíritu de Jesús. Dando cabida a su lenguaje, a su sabiduría, a lo imprevisible divino, en la sencilla e imponderable certeza de que, a pesar de perder la vida en el empeño, ésta se gana. Porque todo es gracia con el Dios de Jesús.

Domingo 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Domingo XXXII del tiempo ordinario ciclo C

1. Introducción
El fiel sabe que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
El cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesús, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido, son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo.

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de los Macabeos 7,1-2. 9-14.
En aquellos días arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo prohibida por la ley. El mayor de ellos habló en nombre de los demás: -¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. El segundo, estando para morir, dijo: -Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente. -De Dios las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios. El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y cuando estaba a la muerte, dijo: -Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida.

-El contexto histórico.
Contra las intenciones de los griegos seléucidas de «obligar a los judíos a abandonar las costumbres tradicionales y a no gobernarse por la Ley del Señor» (6, 1ss) surge la sublevación judía iniciada por Judas-Macabeo, el año 167 a. de Cristo. De esta sublevación nos hablan los libros de los Macabeos. No se trata de un relato histórico en sentido moderno; sus personajes son más prototipos a imitar que seres individuales. Así, por ejemplo, se dice de Eleazar: «Así terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes sino a toda la nación un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud» (6, 3).

-El texto.
El autor nos presenta un nuevo caso a imitar, el ejemplo de estos siete jóvenes y su madre que siguen la conducta del venerable anciano (6, 18-31) y que padecerían martirio por ser fieles a la Ley del Señor (cap. 7). El relato nos resulta familiar desde la infancia.
Más que detenernos en discutir si su conducta fue fidelidad a Dios o cerrazón mental nos interesa resaltar los contrastes que aparecen entre «vida presente» y «vida futura», «morir» y «resucitar». La fe en la resurrección alimenta la lucha de estos hermanos, despreciando las amenazas y los tormentos del tirano. Según la enseñanza de sus discursos, el que nos dio el don de la existencia nos dará también el don de la vida tras la muerte (v. 11): «os devolveré el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley» (v. 2). Premio de la gran misericordia divina (vs. 21. 29) es esa vida que ya han comenzado a disfrutar estos hermanos, ya muertos (v. 36). Esta madre que se dirige a sus hijos es símbolo de Sión (Is 49. 54. 60. 62.), también madre de siete hijos (Jr 15. 9), que les exhorta a permanecer unidos como pueblo siendo fieles al Señor, con la esperanza de la resurrección. Y la nueva Sión para nosotros los cristianos es la Iglesia (cf.Alonso Schökel, `Los Macabeos`, Ed. Cristiandad).

2.2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 16,1. 5-6. 8b y 15

 R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío,
inclina el oído y escucha mis palabras.
A la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante.

2.3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 2,15-3,5.
Hermanos: Que Jesucristo nuestro Señor y Dios nuestro Padre -que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza- os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados; porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del malo. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y esperéis en Cristo.

El espíritu del creyente, como el de cualquier hombre, es débil e influenciable. La paz y la visión realista de sí mismo y de la propia tarea en la vida no se establecen de manera imperturbable, sino que siempre están sujetas al peligro de ser alteradas por factores diversos. Uno de ellos es la palabra. En este sentido, las «teorías» no son inofensivas, sino todo lo contrario.
La palabra dirigida a un hombre siempre deja en él una huella, superficial o profunda. Por eso, el creyente tiene que tener claridad de criterio y agudo sentido crítico para saber discernir lo que le conviene de entre todo lo que oye. De hecho, ya tiene en sí mismo el criterio. Pablo alude a él muy claramente en el texto que leemos hoy. El fiel debe rechazar toda palabra que le haga perder la sensatez, que le quite la paz, que le provoque temor (v 2), que tienda a oscurecer la luminosidad del destino de su vida, conocido mediante el anuncio del evangelio (14). A la vez, el Apóstol sugiere a los tesalonicenses y a todos los creyentes que consideren por qué razones o motivos han acogido el evangelio y dónde reside la fuerza de éste para sus vidas, diciéndoles que es para los hombres «una consolación indefectible y una magnífica esperanza» que los anima interiormente y los afianza en todo bien de palabra y por obra (16s). De este modo, la tarea del cristiano consiste en descubrir el bien y hacerlo. Se entiende, pues, que toda palabra o doctrina que tienda a desviarlo del cumplimiento de esta vocación suya se le revelará, por este solo hecho, como perniciosa. Es mala la doctrina que hace mal al hombre. Por otra parte, la decisión de llevar una vida cristiana en la búsqueda y práctica del bien no está tampoco condicionada por la oscuridad de ciertos párrafos extraños y sorprendentes, como una parte del texto de hoy, que a veces encontramos en la Escritura. Por lo que respecta al presente texto de la segunda carta a los Tesalonicenses, la inteligencia podría quedar satisfecha viendo que el Señor Jesús, anunciado en el evangelio, tiene ya de antemano ganada la batalla contra el mal (8). Guiándose por un sano realismo y en beneficio de su paz y serenidad, el creyente debe saber dejar a Dios que haga la obra que sólo él puede hacer. Para llevar adelante su obra de creyente, le basta saberse escogido para la santificación, amado por Dios y llamado a alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

2.4. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 20,27-38
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección [y le preguntaron: Maestro Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.» Pues bien había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, v así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.] Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.

-El texto
Se sitúa ya en el final del camino, en la ciudad santa de Jerusalén. Aquí tenía su enclave principal la corriente saducea, formada por la aristocracia laica y sacerdotal. Hombres realistas y pragmáticos, los saduceos se mostraban especialmente receptivos a la cultura helenístico- romana. Doctrinalmente conservadores, su fuente de inspiración y de religiosidad era la Torá, cuyos cinco libros eran los únicos a los que otorgaban validez. De uno de ellos, de Deuteronomio 25, 5, toman la cita que les sirve de base para argumentar en contra de la resurrección de los muertos. Una tal resurrección, argumentan, plantearía problemas matrimoniales en el más allá.
La respuesta de Jesús reproduce el punto de vista fariseo en este tema. De hecho, al final de las palabras de Jesús, Lucas recoge la intervención aprobatoria de unos fariseos: Bien dicho, Maestro (Lc. 20, 39). El punto de vista fariseo que Jesús hace suyo habla de una condición humana diferente en el más allá, condición caracterizada por la incapacidad de morir y que, consiguientemente, hará innecesaria la procreación de nuevos seres que reemplacen a los desaparecidos. Se responde así a la dificultad de problemas matrimoniales aducida, tal vez irónicamente, por los saduceos. Por último, en los vs. 37-38 se aborda el tema central, afirmando explícitamente la resurrección de los muertos. La argumentación es típicamente judía: aducir un texto de la Escritura, en este caso Éxodo 3, 6, y extraer de él una consecuencia: Dios no podría llamarse el Dios de los patriarcas, si éstos no siguieran viviendo.

-Comentario
En el texto de hoy no se trata ya del caminar cristiano, sino de la meta de ese caminar, del mas allá de la actual condición humana. Dos son las afirmaciones que hace el texto. Primera: el más allá de la actual condición humana es una nueva condición, a la que no son extrapolables los datos y la experiencia de una continuidad personal: aquí y allá es la misma persona la que vive, realmente y no imaginativamente. Esta realidad personal es lo que se quiere indicar cuando se habla de la resurrección física de los muertos. Segunda afirmación del texto: la garantía de esa realidad personal es la realidad de Dios, vida sin mezcla de muerte. Desde el momento que la futura condición humana tiene su base y fundamento en la realidad de un Dios que no es empíricamente controlable ni demostrable, desde ese mismo momento tampoco lo es la realidad de nuestra futura condición. Por eso alguien con vista miope de realista y pragmático puede perfectamente negarla. Pero la miopía nunca es la perfección en vista.
El caminante cristiano sabe de su futura condición. Su caminar es pletórico, debido, entre otras cosas, a la certeza del sentido del camino. Lo que pasa es que hay certezas que sólo son tales desde una sensibilidad y un talante determinados, en este caso desde la sensibilidad y el talante nacidos de la sintonía y de la familiaridad con Dios, vida sin mezcla de muerte.