Domingo primero de adviento ciclo A
ADVIENTO
La expresión conciliar de que «EL MISTERIO DEL HOMBRE SOLO SE ESCLARECE EN EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO» (GS n. 22), es posible celebrarlo a lo largo de todo el año litúrgico. Pues con la llegada del Hijo de Dios hecho hombre descubrimos el modelo de todo hombre, Cristo que se asemeja a nosotros (en su nacimiento) y, a lo largo de su vida histórica el llamado a ser como él, semejanza que estamos por alcanzar (en la resurrección de los muertos)..
El tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios y, por otra, con este recuerdo se dirige nuestra atención hacia la expectación de la «segunda venida» de Cristo al final de los tiempos. Por esta doble razón se presenta el Adviento como el tiempo de la alegre esperanza. Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: la Encarnación de Cristo que nos diviniza y la Parusía que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano vigila, y espera siempre la venida del Señor.
La historia de la liturgia de Adviento manifiesta que la asamblea cristiana, al reunirse en este tiempo santo, celebra la venida de Jesús en Belén, la presencia del Señor en su Iglesia, particularmente en las acciones litúrgicas, y la venida definitiva del Rey de la gloria al final de los tiempos. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe y vigilancia, de hambre o pobreza espiritual y de misión o presencia en el mundo, para que se realice el encuentro personal que constituye el objeto de la pastoral de este tiempo. En el tiempo del adviento se hace necesario vivir con actitudes concretas, veamos algunas:
Actitud de fe y vigilancia: Por la fe no solamente admitimos un cierto número de verdades o proposiciones contenidas en el Credo, sino que llegamos a la percepción y conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en el testimonio de cada uno de los bautizados. Sensibilizar nuestra fe equivale a descubrir al Señor presente entre nosotros.
La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que nos salva y libera de ese mal. La vigilancia es una atención concentrada hacia el paso del Señor por nuestras cosas.
Actitud de hambre o pobreza espiritual.-El Adviento es también tiempo de conversión. Porque ¿cómo podemos buscar al Señor si no reconocemos que tenemos necesidad de Él? Nadie deseará ser liberado si no se siente oprimido. Pobreza espiritual es aquella actitud de sentirse necesitado de Aquél que es más fuerte que nosotros. Es la disposición para acoger todas y cada una de sus iniciativas.
Actitud misionera o presencia en el mundo.-«En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (GS núm. 22). El hombre de hoy busca ansiosamente su razón de existir. La multiplicación de las relaciones mutuas por el progreso técnico no llevan al hombre a la perfección del coloquio fraterno. Cada vez se siente más necesitado de la comunidad que se establece entre las personas. Humanismo y progreso técnico tientan al hombre para emanciparse de Dios y de una Iglesia que no está verdaderamente presente en el mundo. En el misterio de la encarnación el hombre descubre su verdadera imagen y su pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente, Cristo viene para todos los hombres.
Domingo primero de Adviento Ciclo A
Lecturas y comentario
Lectura del Profeta Isaías 2,1-5.
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos: Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.No alzará la espada pueblo, contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.
«Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor»: Isaías predica en Jerusalén en tiempos del rey Joatam (alrededor de los años 740-734 a.C.). Es un momento de prosperidad económica, pero que esconde la presencia de la injusticia y de la falsa piedad. El profeta, influenciado por el estilo denunciador de Amós, saca el tema a la luz y llama a la conversión: Jerusalén tendrá que volver a ser la ciudad fiel. En este texto, Isaías mira más allá, hacia el futuro, para vislumbrar el destino de la ciudad en los planes de Dios. Jerusalén, y con ella el monte de la casa del Señor, será un centro de irradiación de la Palabra de Dios: «porque de Sión saldrá la ley..»; y un centro de atracción para todos los pueblos: «Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos». Centro ascensional, que con un movimiento vertical atrae hacia arriba, no por el hecho de ser una elevación geográfica, sino por el hecho de la presencia de Dios. Es la contrarréplica a la torre de Babel: ésta era una elevación obra de los hombres, que llevó a la confusión del lenguaje y a la dispersión, aquélla, Jerusalén, ofrecerá a los hombres la palabra de Dios y la unidad.
«Será el árbitro de las naciones»: la palabra de Dios conseguirá aquello que los hombres no logran: el establecimiento de la justicia y de la paz. Una imagen gráfica bien clara nos indica que el desarmamiento tiene que ir seguido de un progreso en el bienestar humano. La paz tiene un doble aspecto: «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas».
«Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor»: la mirada del profeta hacia el futuro lejano ha de motivar ahora un despertar del pueblo de Israel. Con su vocación encabezará el peregrinaje de las naciones hacia arriba, hacia la presencia del Señor. El profeta deja bien claro el papel que le toca jugar a Israel y la exigencia que tiene hacia los demás pueblos.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9
R/. Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»
Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del señor»
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios.»
Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: «La paz contigo.»
Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13,11-14.
Hermanos:
Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.
Esta lectura pertenece a la segunda parte de la carta de Pablo a los fieles de Roma. En la primera parte (1, 18-11, 36) les ha dicho lo que ya son los cristianos, ahora les dice lo que deben de ser. Pues la fe cristiana no es un estado o situación establecida de una vez por todas, sino una vida y un proceso en permanente evolución para responder día a día a las sorprendentes llamadas de un Dios que siempre está viniendo. Tampoco el Evangelio es simplemente el anuncio de lo que ya ha sucedido, es también promesa pendiente de lo que aún ha de suceder y el imperativo de un deber que es preciso cumplir. El motivo poderoso que impulsa la vida de fe es la venida inminente del Señor.
La expectación de Pablo y de los primeros cristianos, que vivían en vilo esperando esa venida del Señor, parece para nosotros agua pasada. Se podría decir que el Señor se ha retardado, o bien, que nosotros nos hemos dormido cansados de tanto esperar. Sin embargo, lo cierto es que vivimos en el principio del fin. Pues nada puede ocurrir ya verdaderamente decisivo después de la muerte y resurrección de Jesús; todo lo demás, con ser importante en gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A gran manera, son consecuencias de este suceso de salvación. A nivel individual, lo decisivo de nuestras vidas es la incorporación a Cristo y a su pascua por la fe y el bautismo. De ahí se sigue, por lo tanto, la urgencia de vivir atentos a los siglos de los tiempos y los días para responder al Señor que viene y nos llama.
El cristiano vive siempre entre dos luces, entre la primera y la segunda venida del Señor. Es el momento crítico de nuestra responsabilidad, la hora de levantarse: la noche ya ha pasado, el día se echa encima. Es la hora de despojarse de todo lo que es propio de la noche y vestirse con las ropas del día, que son las armas de la luz. La nueva vida que hemos recibido en el bautismo sólo podemos mantenerla y llevarla a su plenitud si luchamos con garbo y constantemente. Por eso es preciso armarse de valor y equiparse con todas las virtudes.
El que vive a plena luz del día que amanece para nosotros en Cristo muerto y resucitado, camina con dignidad porque no tiene nada que esconder.
En cambio, los que aún se mueven en las tinieblas, esconden en ellas sus pecados. Siguiendo con su metáfora, Pablo enumera aquí únicamente aquellos pecados que los hombres suelen cometer en la oscuridad de la noche: las borracheras, la prostitución, las riñas y pendencias… En general, podemos afirmar que es propio del pecado esconderse incluso a los propios ojos del pecador.
Pablo vuelve a recoger la imagen del vestido. Jesucristo ha de ser para el cristiano su vestido, el único decoro y la única armadura. Ha de ajustar su conducta a la de Cristo y desnudarse de los viejos hábitos. Jesucristo es la Ley, toda la voluntad del Padre cumplida. Seguir a Jesucristo, imitar a Jesucristo, es cumplir la voluntad de Dios y darla a conocer a los hombres.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 24,37-44.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.
El texto presenta el siguiente desarrollo: el versículo inicial establece una comparación entre la venida del Hijo del Hombre y la época de Noé. Los versículos siguientes 38-41 explican el sentido de esa comparación. Por último, los versículos 42-44 extraen la consecuencia.
En la explicación del sentido de la comparación el aspecto clave es que, por lo imprevisible del diluvio, éste tomó a todos por sorpresa. Con la venida del Hijo del Hombre puede pasar lo mismo: que, dado su carácter imprevisible, tome a todos por sorpresa. Este factor sorpresa es lo que expresan los dos ejemplos gráficos de los dos hombres y las dos mujeres.
Toda la dinámica del texto está encaminada a contrarrestar el factor sorpresa. De ahí la formulación de la consecuencia en términos de invitación a estar en vela y estar preparados, dos expresiones equivalentes, pertenecientes al campo de la atención y cuyo opuesto es la despreocupación. Entre ambas invitaciones en imperativo (estad) hay una constatación en indicativo, a pesar de que la traducción litúrgica emplee también en este caso el imperativo (comprended). Más bien se trata de la constatación de algo en lo que los interlocutores están de acuerdo para después, en base a ese acuerdo, avanzar con un tipo de argumentación a fortiori. Comprendéis perfectamente que un dueño esté en vela en caso de conocer la hora en que su casa va a ser asaltada. Pues con mucha más razón habrá que estarlo en caso de desconocimiento de la hora, cosa que sucede precisamente con la venida del Hijo del Hombre.
Habría que tener la mentalidad y la psicología reinantes en los ambientes religiosos judíos contemporáneos de Jesús para comprender este texto en todo su significado. En esos ambientes se vivía la espera inminente de un ser divino que pusiera fin al estado de cosas existente. En este sentido se hacían las más variadas especulaciones sin renunciar, sin embargo, a una actitud de espera. Hablar de la imprevisibilidad de la venida, cortar con todo tipo de especulaciones sobre ella, era un auténtico mazazo. Pero su contrapartida podría resultar igualmente peligrosa y contraproducente: de la espera podía caerse en una despreocupación apática.
Es precisamente esta despreocupación la que el texto de hoy quiere combatir con su referencia a los acontecimientos de los que hablan los capítulos 6 y 7 del Génesis y con su apremio a estar en vela y preparados. Se trata, en definitiva, de hacer despertar de la despreocupación, de reavivar un sentido de la historia que podía perderse o que, caso de nuestros días, casi se ha perdido.
Una cosa debe quedar clara: el texto de hoy es una reflexión y una forma de postura sobre la historia y no una referencia a la muerte de las personas y a la preparación moral para afrontar adecuadamente esa muerte. Es urgente liberar a este texto de toda referencia a la muerte y a la preparación al bien morir. La interpretación que fuera por esta línea estaría absolutamente fuera de lugar y contribuiría, además, a atormentar y traumatizar la gente. Esto supuesto, hay que reconocer que el texto está escrito desde un modelo cultural y literario de no fácil comprensión para nosotros. Pero lo importante y duradero no es el modelo, sino lo que en él subyace. Y lo que subyace es una visión gozosa de la historia, porque la desbloquea y la abre al futuro de Dios.
El texto nos invita a vivir sabiendo que Dios es más Dios de lo que le dejamos ser ahora. Hasta el momento las condiciones de nuestro mundo no son las más idóneas para que Dios pueda manifestarse como realmente es. Pero estamos invitados a vivir desde la íntima certeza de que no va a ser siempre así. La razón de la esperanza es ese futuro del Dios que aún desconocemos. Vivir así en la vida es lo que significa estar en vela y preparados.
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