Domingo 5 del tiempo ordinario – Ciclo B

Domingo quinto del tiempo ordinario ciclo B

El Tiempo Ordinario no celebra un acontecimiento particular de la vida de Cristo, sino el  mismo misterio de Cristo en su globalidad, principalmente los domingos. Es un período del  año que nos hace vivir de un modo sereno la presencia del Señor Resucitado en medio de  nosotros, el sentido de la comunidad reunida, los valores del domingo, la Eucaristía en sí  misma, la Palabra de Dios que nos va alimentando en nuestra vida de fe…

La figura de Cristo que aparece hoy en el evangelio sigue siendo la del Profeta que nos  ilumina el camino con su Buena Noticia y nos invita a seguir el estilo de su evangelio. Ha  predicado toda la jornada en un pueblo, y le buscan para que siga haciéndolo al día  siguiente: intuyen que en él tienen al verdadero Maestro. Pero él prefiere ir a predicar a  otros pueblos y aldeas: «para eso he venido… y recorrió toda Galilea, predicando en las  sinagogas y expulsando los demonios».

  1. 1.      Oración comunitaria

Padre creador, que escuchas y atiendes los clamores de la humanidad, y que en Jesús nos mostraste el proyecto de Bondad y libertad para tus hijos e hijas. Haz de nosotros creyentes audaces, que libres de todo afán de dominio o ganancia, sepamos ser servidores de todos, especialmente de tus hijos solos y abandonados. Que seamos constructores de un mundo sin exclusiones en el que todos y todas quepamos con igual dignidad e iguales oportunidades, para que la humanidad y la creación que sufre puedan también un día levantarse, y realizarse plenamente en paz y bienestar. Tú que vives y amas por los siglos de los siglos. Amén.

  1. 2.      Textos y comentario

2.1.Lectura del libro de Job 7,1-4.6-7

Habló Job, diciendo: «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza.  Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»

Tema común de estudio y de reflexión es la Providencia divina. Dios tiene providencia del pueblo, de cada uno de los hombres. Pero los caminos segui­dos por Dios son intrincados y misteriosos; no son fáciles de entender. El Sa­bio trata, en lo que cabe, de darles explicación. De ahí la sabiduría, el cono­cimiento de los caminos del Señor. Dios ha obrado y ha hablado en la histo­ria del pueblo de Israel. Allí se centra el estudio del Sabio. Surge entonces una visión de Dios, del mundo y del hombre, muy en consonancia con la reve­lación divina. Tanto es así que para nosotros es parte de una misma revela­ción.

El Sabio viene a ser el teólogo de aquel mundo. La visión que él tiene de las cosas parte de la Revelación. Es una sabiduría divina. Se contrapone na­turalmente a la sabiduría de este mundo. Surge así una apreciación peculiar de las cosas. Los juicios que el Sabio emite son válidos, aunque no siempre completos, pues está por venir todavía la Revelación de Cristo. En esta perspectiva deben enjuiciarse sus palabras. Aquí nos encontramos con un caso. Se trata de Job, del proverbial Job.

Job fue en un tiempo rico, dichoso. Vivía un tiempo bendecido por Dios, estimado de los hombres: tenía numerosa familia, abundantes riquezas, mu­chos amigos y estimación de todos. Pero todo eso huyó como una sombra en día de fuerte viento. Ahora se recuesta en un montón de estiércol. Sus hijos han muerto, sus riquezas han desaparecido. La salud lo ha abandonado; con un tejo tiene que raer la podredumbre que le cubre el cuerpo. Debe dejar la sociedad de amigos y conocidos (es la lepra?). Su misma mujer lo desprecia. Y por si fuera poco hasta sus más sensatos amigos -al fin y al cabo son sa­bios- le acusan de pecado; vienen a arrebatarle la seguridad que él tiene de su justicia. ¿ Cabe mayor desgracia?. En esta amarga experiencia surge la consideración: ¿Qué es el hombre? ¿Qué es la vida del hombre sobre la tierra? El texto de Job nos da la res­puesta: «Es un servicio militar… La vida es soplo…. Un continuo lamento….Una noche de sufrimientos….» Tal es la situación del hombre en este mundo. Es una visión válida, pero no completa y definitiva. ¿Donde encuentra su sen­tido?

2.2.Salmo responsorial: Sal 146, 1-6: Alabad al Señor, que sana los co­razones quebrantados.

Salmo de alabanza. La alabanza, para ser auténtica, debe tener una mo­tivación. La motivación aquí, tratándose de Dios, son sus acciones. El salmo celebra su bondad para con los hombres: «Sana los corazones destrozados». La experiencia secular de Israel avala el encomio, el canto lo celebra y lo proyecta para el futuro como fundamento real a toda esperanza. La libera­ción de todo mal vendrá por Cristo, que no rehuyó el mal para salvarnos. La definitiva se realizará cuando participemos en plenitud de su gloria.

Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel.

Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.

2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23

Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Seguimos en la primera carta de Pablo a los Corintios. Pablo ha variado de tema. Venía hablando en el capítulo 8 de los idolotitos. Al robusto en la fe nada le impide comer carne de animales que antes han sido sacrificados a los dioses. Para él no hay más que un Dios verdadero. Los llamados dioses no son sino títeres de los humanos. No suponen para él problema alguno. El se siente libre. Pero debe usar cautamente de su libertad, no sea que ponga en peligro a otros que ven en tal conducta una incitación al mal, por creer que comer de tales carnes es faltar a Dios. La libertad de conciencia tiene un límite: la caridad con el prójimo.

Empalmando con este tema pasa a relacionar su libertad-derechos de apóstol con la conducta personal que él observa. Su conducta está determi­nada no por los derechos que posee, sino por la caridad, por el deseo de ga­nar a todos para Cristo. En tanto usa de esos derechos en cuanto ellos le fa­cilitan el camino para llevar a todos a Cristo. Por eso renuncia a ellos libre­mente cuando de algún modo o de otro éstos pueden ofrecer algún impedi­mento a su misión de evangelizador. El título de Apóstol, con el oficio anejo de predicar, le daba entre otros el derecho de ser mantenido por la comuni­dad. Pablo renuncia a ese derecho; él mismo se gana su sustento. Más aún, trata de probar que en él personalmente no llega a ser derecho. El siente una necesidad, una fuerza mayor que le impele a darse totalmente al Evan­gelio.

Esta es su recompensa: darse sin trabas al cumplimiento de su misión. Todo para el Evangelio. De ahí que es débil con el débil, esclavo con todos… Trabaja con sus propias manos… Célibe… Llora con el que llora y ríe con el que ríe…Así es Pablo. Según esto:

A) ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! No espera, ni quiere otra re­compensa que la misma promulgación del Evangelio. Todo son derechos si es para evangelizar. Todo sobra, a todo se renuncia, si impide o está el margen de la evangelización. Evangelizar de todo corazón, con toda el alma, gratui­tamente, sin reclamar derechos, he ahí el deseo de Pablo. Ciertamente es un grandioso Ideal.

B) Pablo se ha hecho todo para todos con el fin de que Cristo llegue a to­dos. La norma es el amor. El amor no atiende a derechos, sino a obligacio­nes; no busca ganancias, sino la entrega propia. Pablo se ha dado entera­mente a la salvación de los hombres. El Evangelio es su vida, y su vida, el Evangelio. Todo se enjuicia desde este punto de vista.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:  – «Todo el mundo te busca.» Él les respondió:  – «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»  Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

El cuadro el que nos presenta Marcos.

A) Curación de la suegra de Pedro. Los tres sinópticos traen este pasaje. ¡Se trata de Pedro! La mujer, suegra de Pedro, que les servía, está impe­dida. Cristo la toma de la mano y la libera del mal. He ahí, para el cristiano, una imagen de la resurrección. Este gesto de Cristo de tomar la mano y de levantar, recuerda el poder que Cristo tiene de dar la vida. El fiel resucitará en virtud de la acción de Cristo. Recuérdese para ello el gesto de Cristo con la Hija de Jairo y con el hijo de la viuda de Naín.

B) Continúa la acción taumatúrgica de Cristo. Los demonios se alejan de su presencia. Cristo es más poderoso que ellos. Pero Cristo les impide ha­blar. Se ha hablado mucho de la actitud de Cristo de velar su propia perso­nalidad. Téngase, sin embargo, en cuenta:

1) La idea que el pueblo tiene del Mesías es errónea. Si Cristo se presenta abiertamente como tal va a haber un mal entendido. Lo van a tomar por un Mesías político. Eso no es Cristo.

2) La forma de ser de Dios es de por sí misteriosa. Nada extraño que la actitud de Cristo sea misteriosa. Su Reino, a pesar de las aclaraciones, será siempre un misterio. Cristo se mantiene en un discreto misterio.

C) Cristo predicaba por doquier. Esa es su vocación. Todo lo abandona. Se entrega totalmente a la evangelización.

D) Es de notar la «oración» de Cristo: sólo, en el descampado. San Lucas lo pondrá de relieve. La réplica de Cristo «vamos a otra parte»: contrasta con las palabras de Simón: «Todos te bus­can».

 

Reflexionemos:

A) Cristo, centro de consideración. Cristo da la salud, Cristo da la vida, Cristo lanza los demonios. Existe un paralelismo antitético: Diablo-pecado-enfermedad-muerte//Cristo-gracia-salud-vida. Cristo lanza al diablo, causa del pecado y de la muerte; perdona los pecados, sana y da la vida eterna. Cristo ha comenzado ya su obra. Ya ha vencido al Diablo; pero quedan en nosotros todavía como cosa pasajera la enfermedad, debilidad y la muerte. Serán vencidas en último lugar. En tanto, nos toca sobrellevar las molestias de esta debilidad humana hasta el fin. He ahí la descripción de Job. La vida humana puede ser muy molesta. Pero tiene un término. Más aún, tiene un sentido, una vez que Cristo se hizo débil (como por uno de) nosotros. Para nosotros no es problema como lo fue para los antiguos. Esperamos que ama­nezca el Día del Señor. Esperamos que este cuerpo corruptible se cubra de incorrupción. Estamos ahora de paso, como en servicio militar. Después rei­naremos.

B) Urge la evangelización. Tanto Cristo como Pablo se entregan total­mente a ella. ¿Cómo nos entregamos nosotros?. La tarea, como divina, es absorbente. Recordemos del domingo pasado el pensamiento de Pablo acerca del celibato. Y recordemos también las condiciones de requisito impuestas por Jesús a sus discípulos: renuncia total.

C) Derechos-obligaciones del Apóstol. Parece ser que para Pablo vale el principio: no reclamo derechos sino aquellos que me facilitan el camino a una más eficaz predicación del Evangelio; aquellos que facilitan el camino a una entrega total al servicio cristiano de la comunidad. Como se ve, el derecho no se valora en razón del provecho personal, de la utilidad o comodidad propia, sino en razón de la utilidad cristiana de los de­más. Serán aquellos que facilitan el cumplimiento de las obligaciones. Las obligaciones -en realidad no hay más que una- son amar la obra de Cristo en toda su extensión y profundidad. Se pierde lo personal para ganar lo comu­nitario. Esto es sin duda alguna un ideal.

D) Supremacía de la caridad. La libertad tiene un límite: la caridad cristiana. La caridad te obliga a restringir el uso de tu libertad. ¿Cuál es nuestro móvil, la libertad «lícita» o la caridad que se obliga?. Contemplemos a Cristo y a Pablo.

 

  1. 3.      Oración final:

 

Maestro mío, Jesús, envíame tu Espíritu Santo prometido para que me explique las Escrituras y me abra a la salvación que, como a tantos hombres y mujeres de Galilea, quieres regalarme hoy.

Domingo 4 del tiempo ordinario – Ciclo B

DOMINGO CUARTO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO B

La palabra de Jesús fue siempre una palabra autorizada, llena de verdad y de vida; por eso expulsaba demonios y liberaba a los oprimidos por el mal. ¿Somos verdaderos discípulos de nuestro Maestro? ¿Es nuestra palabra, como la suya, una palabra autorizada y eficaz, que engendra libertad, justicia, paz, esperanza, amor y vida a los hermanos más necesitados?

  1. 1.      Oración:

Dios, Padre nuestro, Tu que nos amas hasta el extremo, enséñanos a amar a los demás con todas nuestras fuerzas, y que nuestro amor no se quede en buenas palabras sino que se traduzca en obras de justicia, de amor y de servicio a favor de todas las personas. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

  1. 2.      Lecturas y comentario:

2.1.Lectura del libro del Deuteronomio 18, 15-20

Moisés habló al pueblo, diciendo: – «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir, «El Señor me respondió: «Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.»»

Suscitaré un profeta y podré mis pa­labras en su boca. Un texto interesante. Por dos razones, especialmente: por hablar de los profetas -figuras siempre atractivas-, y por hablar de un profeta, apertura inicial a una interpretación mesiánica. Moisés es la figura inicial céntrica. Dios se compromete a dirigir a su pueblo, además de por otros -reyes, sa­cerdotes…-, por los profetas. El profeta es el carismático por excelencia; el hombre de la palabra de Dios, movido por la fuerza del Espíritu. Y, como tal, sin vinculación necesaria a una familia de orden cultural – sacerdote – o una dinastía monárquica de gobierno -reyes- o a una profesión determinada – sa­bios o estudiosos; libre de ataduras humanas y suelto de todo compromiso para hablar con libertad en nombre de Dios al pueblo. Dios lo llamará per­sonalmente: a quien quiera, cuando quiera, como quiera, para lo que quiera y por el tiempo que quiera. Pero siempre un enviado de Dios, revestido de autoridad y exigencia. La figura hay que comprenderla en el marco de la alianza: Dios, Señor de su pueblo y en medio de él, pero transcendente, le di­rigirá con fidelidad su palabra en el momento oportuno. El hombre destinado para ello será el profeta. El profeta es, pues, expresión de la benevolencia y fidelidad de Dios, ya critique, ya acuse, ya amenace, ya consuele, ya prometa. Su voz es la voz de Dios. Y, ¡hay del que se atreva a rechazarlo! Será rechazar a Dios. Y, ¡ay también del que se arrogue semejante misión sin poseerla!: morirá sin remi­sión. La palabra del profeta realizará lo que anuncia. Esa será la señal de lo que anuncia. Esa será la señal de su autenticidad. El texto habla del profeta, en singular. ¿Señala, con ello, la serie de pro­fetas que en el transcurso de la historia seguirán a Moisés? Iría bien con el contexto. ¿Apunta, quizás, inicialmente a un profeta singular que emulará y sobrepasará la profecía de Moisés? Así, poco a poco en la tradición judía, samaritana y cristiana. Los sacerdotes y levitas enviados de Jerusalén pre­guntan a Juan (Jn. 1, 21): « ¿Eres tú el profeta? ». Los ojos cristianos, des­pués de contemplar en su conjunto el misterio de Cristo, no pueden menos de ver en el texto la figura del Señor Jesús. Esto no elimina, sin más, una in­terpretación colectiva del texto. En la colectividad, la excelencia de uno. Y ese «uno» es el Verbo encarnado de Dios, Palabra divina hecha hombre y permanente para siempre entre nosotros. Escuchémosle, so pena de ser con­denado por desacato a Dios.

2.2.Salmo responsorial: Sal 94: Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurez­cáis vuestros corazones.

Salmo con aire cultual. Parece reflejar un acto litúrgico. Alabanza en la primera parte; conminación o interpelación profética en la segunda. El estri­billo encaja muy bien con la lectura primera. El escuchar a Dios nos lleva a la salvación.

R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. R.

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R

Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R

2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 79 32-35

Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.

El célibe se preocupa de los asuntos del Señor.

Continúa la lectura de la primera carta de Pablo a los Corintios. No po­demos perder de vista el hilo del pensamiento que sigue Pablo en este capí­tulo. Véase lo que se expuso, a propósito de ello, en el domingo anterior. Entre las preguntas que se han presentado a Pablo, o entre los problemas y cuestiones que suscitan los diversos movimientos o posturas en Corinto -encontradas y paradójicas, por cierto-, se encuentra la preocupación por el matrimonio y la virginidad. Pablo intenta dar respuesta práctica adecuada a cada una de ellas, de tal forma que no comprometa la una a las otras. Al fondo, sin duda, razones de valor que, sin ser constringentes para todos y en todos los casos, justifican, eso sí, debidamente, la postura que se desea o debe tomar. En estos versículos se intenta orientar, de modo especial, a los que se en­cuentran ante la opción entre el celibato y el matrimonio. El apóstol desea y propone libertad cristiana. Y esto quiere decir, moverse con holgura, de con­ciencia y acción, dentro de los valores auténticos manifestados por Cristo, en lo referente a cada uno de los casos, ya matrimonio, ya celibato. El «libre de cuidados» hay que entenderlo en ese contexto: libre para dedicarse a las co­sas del Señor. Con ello se descubre, suficientemente, el sentido profundo del celibato cristiano: por el Señor. Hay cierta preferencia por el celibato, por presentar mayor capacidad de entrega a las cosas del Señor y más facilidad para realizarlo. En el sujeto que opta por él, se verifica cierta unidad pro­funda en el ser, en el sentir y en el obrar: todo para el Señor, sin división al­guna. La última frase manifiesta también la libertad, siguiendo cada uno su conveniencia -en el Señor-, para elegir un estado u otro. Se trata del bien cristiano de los oyentes, no de una trampa en actitudes que por una razón u otra, no responden a la situación y condición real del individuo. La doctrina tradicional de la Iglesia se ha hecho eco de estas enseñanzas. No podemos pasarlo por alto. Ante la transitoriedad del tiempo que vivimos, se echan de ver posturas que viven y manifiestan con más intensidad las re­alidades definitivas cristianas: ser del Señor. Estas alcanzan su expresión concreta, especialmente, en la vida consagrada.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,21-28

En aquel tiempo, Jesús y sus -discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenla un espíritu inmundo, y se puso a gritar: – «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús lo increpó: – «Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: – «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.» Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Se quedaron asombrados de su ense­ñanza porque enseñaba con autoridad.Tal como Marcos presenta la escena, el pasaje entrelaza magistralmente dos motivos, ligeramente diferenciados: Jesús maestro, Jesús taumaturgo. Es, en efecto, su primer milagro y, también, su primera aparición de «predicador». Esto último parece ser la motivación de fondo y aquello, su con­firmación práctica. Jesús anuncia el reino. Su palabra es palabra de Dios. Es, por lo tanto, auténtica y eficaz: Jesús proclama próximo el reino y lo establece. El reino es una novedad existencial. Entre otras cosas, implica la expulsión del de­monio, el aplastamiento de su poder. Las palabras del endemoniado, en su origen quizás, conminatorias contra el que le aprieta con poder superior, son, en este contexto, manifestación de la autoridad de Jesús: hombre de Dios, Hijo de Dios. Definen, en definitiva, la personalidad de Jesús.

No separemos a Jesús de su palabra, del poder que la anima; ni su poder, de la victoria sobre el demonio; ni la victoria sobre el diablo, de la presencia salvadora de Dios entre nosotros; ni ésta, por último, de la salvación del hombre. El hombre se encuentra, en verdad, dominado por poderes extraños a él, que lo esclavizan, retuercen, deforman y aplastan. Él solo, abandonado a sus fuerzas, no puede salir de su postración. Jesús se presenta -y no con meras palabras tan solo- como su salvador en nombre de Dios. Es, en reali­dad, algo nuevo y único. Cristo Jesús, el Señor de todos los tiempos. La Iglesia ha heredado de Jesús ese poder y esa misión: proclamar exis­tencialmente el reino de Dios y lanzar los demonios. En esa misión nos en­contramos todos, en especial, los que por peculiar «gracia» hemos sido llama­dos a ello. Ahí están los medios: unión íntima con Jesús; oración, sacramen­tos, renuncia… Es nuestra misión.

Reflexionemos: Contemplemos a Cristo, Señor nuestro. El evangelio lo presenta, en acción, poderoso en palabras. Su poder es salvífico. También lo es su palabra. La salvación se manifiesta, en particu­lar, como liberación del poder satánico. Es algo nuevo e inaudito. Jesús es, en definitiva, Hijo de Dios. Pongamos, pues, nuestra confianza en él.

Las palabras de la primera lectura completan la imagen: el gran Profeta. El hombre de Dios que habla y actúa con poder en su nombre. Debemos es­cucharle: Dios mismo habla y actúa por él. En él está, pues, nuestra salva­ción. Más adelante relatará el evangelista cómo los apóstoles han sido en­viados con la misma misión. También ellos dispondrán, por su medio, del po­der en palabras y obras, para proclamar el reino y verificarlo.

El poder del diablo aparece aquí de forma indirecta, pero real. Podemos imaginar las múltiples maneras que se presenta el mal en el hombre, pri­vándolo de su auténtica libertad de acción para con Dios y las criaturas. El reino de Dios, fuerza liberadora y transformadora suprema, se acerca a él para restituirlo a su dignidad original de Hijo de Dios. Jesús es su único re­medio. Odios, envidias, opresiones, estructuras malvadas… Con todo ello se enfrenta el Señor. La figura de Jesús salvador se perpetúa en la Iglesia. Y dentro de la Igle­sia, especialmente, más no solamente, en los ministros de la palabra, a quie­nes, por eso, se les exige demostración en obras. Toda la Iglesia, sin em­bargo, participa en ello: vida cristiana, oración, obras de misericordia… En lo que a nosotros se refiere -ministros del altar- bien nos viene un responsa­ble examen de conciencia. El modelo lo podemos encontrar unos versículos an­tes: la vocación de los primeros discípulos. Lo dejaron todo y se convirtieron, por la voz de Jesús, en «pescadores de hombres». El abandono de todo es im­portante para ser solo y exclusivamente investidos del poder de Jesús. Por­que es, claro está, el poder de Jesús y no los propios medios los que invisten a los ministros de semejante poder.

Las palabras de Pablo ofrecen un tema sugestivo. También podemos ha­blar de él: sentido de la vida consagrada; su fundamentación teológica y cristológica -para el reino; su conveniencia y necesidad para la Iglesia- di­mensión eclesial; su importancia actual… Una apelación a los fieles. Uno de los títulos que recibe, especialmente en la actualidad, es de «vida apostólica»; favorece la entrega y dedicación, en palabras y obras, a la proclamación y establecimiento del reino de Dios. Si se habla a religiosos, encomiar su deci­sión, motivarla y ayudarla. Si a seglares, exaltar su conveniencia, necesi­dad y grandeza; intensificar su oración y fomentar su comprensión: es, en defi­nitiva, una bendición para todos.

  1. 3.      Oración:

Oh Dios, que suscitaste líderes y profetas que hablaran en tu nombre y guiaran a tu pueblo en todos los momentos de su historia, y que en la plenitud de los tiempos enviaste a tu hijo para que fuera maestro, camino, verdad y vida. Suscita de en medio nuestro nuevos profetas para que sepamos iluminar con tu palabra los retos que nos plantea la historia y seamos verdaderos testigos de tu proyecto.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Tercer Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Domingo tercero del tiempo ordinario ciclo B

 

La invitación que hace Jesús es a la «conversión». No puede ser de otro modo, ante una realidad decisiva. «Convertirse significará aceptar, entrando totalmente en él, el mundo de los juicios y de los valores de Jesucristo, la concepción de la felicidad y de las exigencias de la vida según Jesucristo: acoger en el propio interior una mentalidad nueva que es la de Jesucristo… Una conversión que sólo afectara a las ideas, un cambio puramente intelectual, no sería de ningún modo la conversión evangélica, así como tampoco lo sería una conversión que no implicara más que las zonas de la sensibilidad y del sentimiento religioso; o una conversión que únicamente modificara la relación del hombre consigo mismo en el plano de la ética».

 

El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca…  …Síganme

 

  1. ORACIÓN INICIAL

 

Oremos… “Tú, el Cristo, ofreces un tesoro de Evangelio, depositas en nosotros un don único, el de ser portadores de tu vida. Pero, para que sea evidente que la irradiación viene de ti y no de nosotros, has depositado este don insustituible en vasos de arcilla, en corazones de pobres, tú vienes a tomar un lugar en la fragilidad de nuestros seres, allí y no en otra parte. Entonces, sin que sepamos cómo, haces de nosotros, tan insuficientes y vulnerables, la irradiación de tu presencia entre los hombres”.( Hermano Roger de Taizé (+2005))

  1. 2.      LECTURAS Y REFLEXIÓN

2.1.Lectura de la profecía de Jonás 3, 1-5. 10

En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás: – «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.» Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla. Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: – «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!» Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

El libro de Jonás es una pequeña joya que merece una lectura completa. Bajo la forma de un cuento, lleno de humor, aparece en escena un profeta recalcitrante que se resiste a anunciar un mensaje de conversión y de salvación a los habitantes de la ciudad de Nínive. Él los detesta porque son paganos sin fe ni ley. Después del primer llamado, Jonás huye en la dirección opuesta a la gran ciudad pagana. Una tempestad hunde el barco y un gran pez vomita en tierra al triste héroe de esta historia. Dios se dirige por segunda vez a Jonás, quien acepta por fin ir a la gran ciudad. Jonás no se toma la molestia de darle muchos argumentos a los paganos para que se conviertan, se contenta con proferir una amenaza. Y, ¡sorpresa!, los habitantes de Nínive escuchan y comprenden el mensaje. El rey decreta un ayuno para todo mundo, aún para los animales, y dice: “Cada se convertirá de su mal camino y de la violencia de sus manos”. Dios obtiene el resultado que espera, su palabra es eficaz, aún si el mensajero es deficiente. ¡El mensaje de salvación es anunciado y escuchado! “Al ver lo que habían hecho y cómo se convertían de su mala vida, se conmovió Dios…”. Dios quiere que la humanidad renuncie a la violencia y viva en paz. Este mensaje le ha sido confiado al pueblo escogido, él tiene la tarea de comunicarlo al mundo entero.

Mensaje; «El Señor Dios nuestro tuvo piedad de su pueblo». declara el v. 10. Nótese que se trata de Nínive, capital del reino asirio en tiempo de Se­naquerib, el más acérrimo enemigo de Israel. Fue notorio por su crueldad inhumana. Destruyó el reino del norte. En este pasaje se le llama «pueblo del Señor». Dios tuvo piedad de él. Dios lo perdonó. Dios, pues, no se desentiende de los hombres que Él ha creado. Se vislumbra ya la vocación de todos los pueblos. Otros profetas también apuntan en este sentido. Véase Is 19, 22 – 24; Jonás preanuncia la misión universal del mensaje di­vino de salvación. Sugestivo y preciso, el libro de Jonás.

2.2.SALMO RESPONSORIAL

Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9 R. Señor, enséñame tus caminos.

Convertirse es, literalmente, cambiar de ruta, entrar en el camino recto. La primera y la tercera estrofa del Salmo delinean el tema del camino. Para el pueblo de Israel, Dios traza el camino por medio de sus mandamientos. El creyente debe conocerlos, amarlos y ponerlos en práctica. Quien se deja guiar por el Señor será salvado. Para ello se requiere reconocer la pequeñez ante Dios. Dios se interesa por los humildes y los pecadores; lo hace enseñándoles el camino a seguir. 13

La segunda estrofa es una oración de confianza dirigida al Señor, el Dios de la Alianza. El Salmo recuerda las grandes cualidades de Dios: su amor, su ternura, su fidelidad. Cuando se invoca el perdón, Dios olvida las rebeldías y los pecados, las faltas de juventud.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 7, 29-31

Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como sí no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.

 

Se habrá notado que estos domingos primeros toman los textos bíblicos en su segunda lectura de la Carta primera a los Corintios de S. Pablo. En esta Carta responde S. Pablo a diversas cuestiones que los de Corinto le proponen. Son cuestiones prácticas. Los principios, sin embargo, aparecen con frecuencia generales.

El tema que desarrolla en este capítulo 7 es de sumo interés. Coloca S. Pablo la virginidad sobre el matrimonio. La razón fundamental estriba en que la virginidad libera de preocupaciones que impiden a uno darse por en­tero al servicio del Reino. El hombre casado está solícito por las cosas que comparte. No puede entregarse totalmente a la edificación del Reino de Cristo. Por otra parte, ya con una perspectiva escatológica, advierte S. Pa­blo que todas estas cosas pasan. No debe uno pegarse demasiado a estas ocupaciones. El tiempo es breve; la figura de este mundo pasa. El Nuevo Mundo es el Reino de Cristo en su forma definitiva. Los bienes de este Reino son los que realmente interesan. Tras ellos hay que ir, pues no pasan.

Adviértase que no se elude el compromiso con el mundo sin más, sino con el mundo que pasa y en cuanto pasa. En este mundo hay realidades que tie­nen un valor en el Reino; deben ser consideradas atentamente. Primero el reino de Dios y su justicia; después las demás cosas. La virginidad te capa­cita más que el matrimonio para darte por completo al servicio de este Reino, que consta en el momento actual de realidades materiales y espiritua­les, según nuestra nomenclatura. El matrimonio no. El Reino ha de sobrevi­vir a las realidades de este mundo. El matrimonio no, como tal. En el cielo no se casan.

Es, pues, una amonestación la de S. Pablo a no detenerse demasiado en cosas que han de pasar.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 14-20

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
– «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: – «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

Nos encontramos en Marcos, evangelista ordinario en este ciclo. El tema es evidente. Se trata de la vocación de los Apóstoles.

Nótese:

A) «El Reino de Dios está cerca». Ha llegado el tiempo de la gran decisión para el pueblo de Israel. Urge darse prisa y tomar una actitud decidida en su favor. El Reino de Dios es el tema común de la predicación de Cristo. Cristo lo anunció en sus diversos aspectos a través de toda su vida.

El primer paso, es condición indispensable para entrar en el Reino: «Convertíos», «Creed la buena Nueva» Cambio de postura, abandono de los propios caminos y del pensar propio; asentimiento a la predicación de Cristo. El es la Buena Nueva. Hay que seguirle incondicionalmente. S. Juan desa­rrollará el tema de la fe en Cristo, como algo insustituible.

B) Llamamiento y seguimiento incondicional al Maestro. La elección recae en los individuos, ineptos humanamente hablando. La voz de Cristo los des­dice al seguimiento. Es poderosa la voz del Señor. Ella misma los consagra como Apóstoles. Son constituidos «Pescadores de hombres». Misión bien defi­nida: predicar y anunciar la conversión y la fe en Cristo. Ellos van a dar tes­timonio de Él y de sus palabras hasta los confines del mundo. En la acepta­ción de su palabra está vinculada la salvación.

 

Reflexión:

 

1) Dios llama a todos a la conversión. A todos alarga la mano bondadosa ofreciendo el perdón. Sin embargo, su palabra salvadora llega a los hombres a través de sus mensajeros. Ahí están Jonás y los doce. Dios nos habla por ellos.

2) La disposición del apóstol debe ser de entrega total. Lo abandonaron todo. La misión de salvar a los demás debe absorberlos totalmente. Jonás y los apóstoles lo dejaron todo. Se dedicaron plenamente al reino de Dios. Lo demás no lo juzgaron digno. Puede que algo de esto nos diga el capítulo 7 de la carta de Pablo a los Corintios. Hay muchas cosas que pasan. Una es la importante: El reino de Dios y su justicia.

3) Dios sigue llamando todavía a la conversión. Recordemos que debemos convertirnos y renovar nuestra fe en Cristo continuamente Dios quiere sal­var a todos.

 

  1. ORACIÓN FINAL:

 

Entrando en el camino del discipulado:

 

¡Que me juegue la vida en tu seguimiento!

 

 “Señor, tú que has nacido por azar al final de un viaje y que mueres como un malhechor después de haber recorrido, sin dinero, todos los caminos -los del exilio, los de las peregrinaciones y de las predicaciones itinerantes- sácame de mi egoísmo y de confort. Que, marcado por la Cruz, no tenga miedo de la vida difícil. Sí, Señor, hazme disponible para la bella aventura a la que me llamas. He comprometido mi vida, Jesús, en tu seguimiento, me la he jugado toda por tu amor. Los otros pueden ser sabios, tú me dices que es preciso ser loco. Otros creen en el orden, tú me dices que crea en el Amor. Otros piensan que hay que guardar, tú me dices que dé. 

Otros se instalan, tú me dices que camine y que esté listo para el gozo y el sufrimiento, para los fracasos y los logros, que no ponga mi confianza en mí sino en ti. Me dices que me lance a la aventura cristiana sin preocuparme por las consecuencias y que, finalmente, arriesgue mi vida apoyándome en tu amor”

(Abbé Joly)

 

Segundo Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Domingo segundo del tiempo ordinario (ciclo B)

Comenzamos el llamado Tiempo Ordinario, que comprende las más de treinta semanas del año litúrgico que no están comprendidas en los tiempos fuertes de Adviento-Navidad y Cuaresma-Pascua. Merece toda nuestra atención pues, como no está enfocado hacia alguna fiesta especial, tiene por objeto celebrar y alimentar la vida cristiana en cuanto centrada en la fe en Cristo muerto y resucitado. En este tiempo litúrgico hemos de poner todo nuestro empeño en la celebración del domingo, el día del Señor, que es como un símbolo de la vida cristiana, pues, en él, recordamos a Cristo muerto y resucitado que se hace presente en la Palabra y en el Sacramento de la misa dominical.

Oración comunitaria

Padre bueno, que hablas siempre en la historia y en lo profundo del corazón humano, y que a nosotros nos hablaste también en Jesús, nuestro hermano mayor, proponiéndonos en él un camino de servicio y donación. Danos espíritu atento a tus llamados, actitud de búsqueda constante y discernimiento para buscar siempre y en todo la fidelidad a tu proyecto de Vida en plenitud para todos. Tú que vives y das vida por los siglos de los siglos.

2. Lecturas y comentario
2.1 Lectura del primer libro de Samuel 3, 3b-10. 19

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: «Aquí estoy.» Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: – «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.» Respondió Elí: – «No te he llamado; vuelve a acostarte.»  Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel.  Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: – «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»  Respondió Elí:
– «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»  Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.  Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: – «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»  El comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:   «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha»» Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: – «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: – «Habla, Señor, que tu siervo te escucha.» Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

Elí, venerable, anciano, sumo sacerdote. Una estera en el suelo, un niño que duerme. Una voz que le desvela y le hace saltar hasta el anciano. Ha sido una pesadilla. Tres veces el equívoco. Por fin, la indicación del sacerdote y la respuesta del muchacho a la palabra de Dios. Dios llama de noche, en el santuario, al muchacho Samuel. Desde ahora será un «llamado», profeta del Señor. Samuel ha dado nombre a estos libros. Por el impacto, sin duda alguna, de su recia personalidad. Samuel es la figura más relevante de aquella época y de las más representativas de las Historias de Israel. Samuel, siervo de Dios, dirige los destinos del pueblo santo. Es el último de los «jueces» y el iniciador de la monarquía. Profeta, juez, sacerdote. Un verdadero intermediario entre Dios y los hombres: en el culto, en la palabra, en el gobierno. No es extraño que haya quedado su nombre a la cabeza de los libros que arrancan de aquel momento. Hasta su infancia interesa. Gran figura la de Samuel.

Vocación de Samuel. Dios tiene una voz. Una voz distinta, propia, llena de autoridad y de fuerza. Para el fino de oído, inconfundible. Samuel, niño, no la distingue de inmediato. Pero es su voz. Y como voz, una llamada. Y como llamada, una exigencia. Y como exigencia, un salto y una pronta respuesta: perfecta disponibilidad. A la voz que viene de arriba, la disponibilidad del muchacho se extrema: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». Así es el profeta, el hombre de Dios. El profeta podría llamarse, tanto como «vidente», «oidor». Oidor de la palabra de Dios. Siempre atento, siempre alerta, siempre dispuesto. De día, de noche; en la tempestad, en la bonanza: siempre y en todo lugar. Hombre que vive para la palabra de Dios. Dios llama a Samuel, y Samuel responde pronta y decididamente. Dios le ha abierto el oído y le ha afinado la sensibilidad: «Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse». Samuel, otro Moisés, es todo un ejemplo: oidor de la palabra de Dios y pronto realizador de sus exigencias. Pensemos en Cristo, tan perfecto oidor y realizador de la voz de Dios que es su voz en carne. Cristo intermediario de Dios y los hombres en todas direcciones.

2.2. Salmo Responsorial: Sal 39, 2 y 4ab. 7. 8~9. 10 (8a y 9a)

Salmo de «acción de gracias». También aparece la súplica. La Liturgia ha conservado en sus estrofas el aire de la primera.
La acción de gracias proclama y canta un beneficio recientemente recibido. Hemos recibido algo. Gratuitamente, por benevolencia, por amor. Hemos recibido algo bueno. Y en el algo bueno, la mano buena y poderosa de Dios. Dios mismo se inclinó a nuestra necesidad y escuchó el grito. Él lo ha hecho todo. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Cantar la bondad del Señor y corresponder a semejante beneficio. Responder con nuestra vida al beneficio de la vida que se nos concede. Y la vida, respecto a Dios, es toda la vida en extensión e intención: «Haré tu voluntad». Haré de mi vida una expresión clara y perfecta de tu ley y de tu voluntad; la llevaré grabada en mis entrañas. Es el mejor canto, la más sincera alabanza, la más lograda acción de gracias. Sin esa voluntad decidida de agradar a Dios, se hace superfluo todo lo que sobrevenga. Cristo vivió en propia carne la disposición del salmo, la voluntad de Dios (Hb 10, 3-10). Y curiosamente aquella voluntad se expresó en un Sacrificio. Preciosa acción de gracias la del Señor. En ella quedamos santificados. ¿No significa «eucaristía» acción de gracias?

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. R.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. R

Entonces Yo digo: «Aquí estoy – como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. R.

2.3. Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 6. 13c-15a. 17-20

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? El habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

La fornicación es un pecado. Un pecado peculiar. Un pecado que degrada, enajena, embrutece y mancha. Como pecado, una ofensa en y contra el propio cuerpo. Ofensa también a Dios, Señor del cuerpo. El cuerpo es algo digno, santo y venerable (contra las tendencias platónicas). Sí es «carne», pero «espiritualizada», por la presencia en él del Espíritu Santo, para la «resurrección». Lo deshonramos con el abuso, lo profanamos con el pecado. Por el bautismo somos una cosa con el Señor. Nos ha comprado a gran precio. Pensemos en la muerte y en la resurrección. El es nuestro Dueño. Somos templos del Espíritu Santo. No nos pertenecemos. Dios habita en nosotros. Y toda la persona, alma y cuerpo, le pertenece. Ay del que profane tan santo templo de Dios. El Señor se vengará. Su presencia actualmente en nosotros santifica todo nuestro ser, alma y cuerpo para el día de la resurrección. El cuerpo está destinado a vivir para siempre en Dios. Y Dios, que vive en él para siempre, exige respeto y veneración.

Si Dios está en nosotros, somos templos santos. Si templos de Dios, su gloria en nosotros. Si su gloria en nosotros, veneración y respeto. Comportamiento, uso y ejercicio, según las exigencias del poseedor, el Espíritu Santo. Todo lo que se haga fuera de su beneplácito es una profanación, y como tal, digna de castigo. El cuerpo no es un instrumento u objeto de placer. El cuerpo es parte íntegra de mi «yo». Y yo, en todo mi ser, soy de Cristo. Debo hacer brillar esa pertenencia en todos mis actos, para que un día brille su gloria plenamente en todo el compuesto: en el alma y en el cuerpo. «Glorificad a Dios en el alma y en el cuerpo.».

2,4. Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
– «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: – «¿Qué buscáis?» Ellos le contestaron:  – «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» Él les dijo: – «Venid y lo veréis.» Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: _«Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).» Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: – «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»
Vieron donde vivía y se quedaron con él.

El evangelista relata en este pequeño cuadro, parte de otro más completo (1, 35-51) la «vocación» de los primeros discípulos. Convenía colocarla al comienzo del evangelio. Todo arranca del testimonio de Juan Bautista. Juan, antorcha, Juan, testimonio, señala con la palabra y el gesto al que «tenía que venir» como «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (1, 29). Misteriosa designación de Jesús como Mesías. Sea que el evangelista haya «conformado» las palabras del Bautista a la luz de la revelación posterior, sea que lo haya hecho ya la tradición anterior a él, sea -menos probable- que el Bautista haya pronunciado «textualmente» tales palabras, el hecho es que ese título compendia de alguna forma el misterio de Jesús. Le seguirán otros más. La presente sección ofrece alguno de ellos: Maestro, Mesías…

Podemos movernos, para entender el pensamiento de evangelista, en dos o tres direcciones, por separado o conjuntas. El Cordero puede hacer referencia -Padres griegos- a la muerte expiatoria de Cristo: los cánticos del Siervo de Yavé, al fondo. Los Padres latinos piensan, en cambio, en el Cordero pascual: pensamiento presente en el evangelista a la hora de la muerte de Jesús (viernes por la tarde, momento de sacrificar el cordero pascual). ¿Habría que pensar también, según algunas corrientes apocalípticas, en el «cordero», jefe victorioso al frente del rebaño? Probablemente el evangelista no se mueve en una dirección tan solo. Juan apunta a Jesús. Y ahí acaba su misión. Ha llegado el más fuerte, el que bautiza en el Espíritu Santo. Juan debe dejar paso y señalar el Camino que conduce a Dios, Jesús de Nazaret.

Dos de sus discípulos han captado la señal, han acogido su testimonio. Hombres piadosos que esperan la redención de Israel. Corren tras el personaje misterioso. Se quedan un día con él. Jesús colmó sus ansias, disipó sus dudas mesiánicas. Probablemente les habló «con autoridad» de las Escrituras. Jesús les «convenció». Le siguieron, se quedaron para siempre con él. Se hizo paso en ellos la fe. Y la fe, activa y dinámica, se hizo evangelizadora. Uno de ellos, Andrés, empujó a Pedro. La fe de Pedro provocó en Jesús una notable decisión: le impuso un nombre, le encomendó una función. Y desde en
tonces para siempre, Pedro será la «roca» visible de Jesús. Maravillas de Cristo, maravillas de la fe.

Reflexión

Partamos, como siempre, de Cristo. Las lecturas de la fiesta del bautismo del Señor nos lo presentaba como el «Ungido» y el «Consagrado» para el cumplimiento de una misteriosa misión: lleno del Espíritu Santo, Hijo de Dios. Se dan ahora los primeros pasos. Veamos los matices.

A) Jesús el gran «llamado» de Dios. Podríamos comenzar por el salmo responsorial: «No quieres sacrificios… pero he aquí que vengo a hacer tu voluntad». Jesús tiene por misión «cumplir la voluntad del Padre». Hebreos comenta: «… voluntad en la que hemos sido santificados, gracias a la oblación del cuerpo de Jesucristo de una vez para siempre» (10, 10). La voluntad, al margen de los sacrificios antiguos, si convierte en el gran Sacrificio por los pecados: Muerte expiatoria en la cruz. Sacrificio expiatorio de alcance infinito, que nos reporta la salvación. Cristo obediente, Cristo paciente, cumple la voluntad de Dios. Obediencia a Dios y amor a los hombres. Es su vocación y su destino. El evangelio lo anuncia ya, de forma misteriosa, en las palabras de Juan: «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Siervo obediente, como cordero sin abrir la boca, que se deja conducir al sacrificio. Cordero pascual que, degollado, salva de la esclavitud del pecado y de la muerte al pueblo nuevo que se reúne en torno a él. Es así constituido «Señor» del rebaño, vencedor del mal. La primera lectura dibuja de lejos su disponibilidad en la persona de Samuel. La voz de Dios que llama, la voz del «llamado» que responde. Disponibilidad absoluta. De este profeta son las palabras memorables: «… la obediencia vale más que el sacrificio y la docilidad más que la grosura de los carneros» (1 S 15, 22). Contemplemos, pues, a Cristo, el «llamado» de Dios, sumiso y decidido cumplidor de su voluntad. Admiremos su misión y agradezcamos cordialmente la voluntad benévola que nos trajo la salvación.

B) Los «llamados». Dios, que llamó a Cristo, sigue llamando en Cristo. El evangelio nos ofrece algunos ejemplos: Andrés, Pedro… Los apóstoles. Ellos irán con Jesús, vivirán con Jesús, y con Jesús serán un día «salvadores» de los hombres. Y Jesús se vale, hoy también, de unos para llamar a otros. El Verbo de Dios hecho hombre se vale de los hombres para llevar a Dios. El apóstol ha de seguir a Cristo, ha de vivir con él, ha de conocerlo bien y ha de tenerlo por «maestro» y Señor. Total disponibilidad. La lectura primera vuelve a esclarecer este misterio: el niño Samuel, ejemplo clásico del «llamado» y del hombre de Dios. Siempre dispuesto a escuchar y a cumplir la palabra de Dios. El apóstol escucha y sigue a la mismísima Palabra de Dios. Pensemos a este respecto en los «llamados». En todos, en especial en los «llamados» al apostolado. Son los «siervos» de la Palabra, de la evangelización, «servidores» de la salvación. También el salmo puede ayudarnos a pensar en ello.

C) Dedicación a Dios. Toquemos, como tercer punto, el tema de la segunda lectura. Somos santos. Somos de Cristo. Somos templos de Dios, como comunidad y como individuos. Somos hombres de Dios. No nos pertenece
mos. Entera disponibilidad y dedicación al Señor. Es Señor de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es santo: algo grande y nuevo. Santo ha de ser nuestro comportamiento. El cuerpo de Cristo sirvió de ofrenda a Dios y resucitó para siempre. El nuestro, redimido, sirve a Dios y se dispone, en el servicio, a la transformación en el Señor. Si peca, se mancilla. Si se mancilla, se profana. Si se profana, infiere una injuria a su Señor. Y si infiere una injuria a su Señor, merece la muerte. ¿Un cuerpo hecho para la salvación nos conducirá a la muerte? La fornicación deshonra al Señor y nos deshonra a nosotros mismos. No podemos admitirlo. Nuestro cuerpo posee una dignidad y nosotros con él una responsabilidad. El cuerpo no es para el placer. Debe re
flejar la presencia del Espíritu Santo. Fornicar es perder la dignidad y huir de la responsabilidad. Es un tema de gran actualidad. Hoy como en los tiempos de Pablo, la sociedad circundante se muestra reacia a percibir y admitir con claridad y decisión la dignidad y santidad del cuerpo del hombre. Negada la dignidad y santidad del cuerpo, pronto se niega la dignidad y santidad del compuesto. Todo el hombre corre peligro y con él no solo la digna civilización «humana», sino la salvación del hombre. Y el hombre ha sido salvo en Cristo. El cristiano debe vivirlo con decisión y entereza. Es consciente de su dignidad y pertenencia a Cristo. Hay que insistir en ello.

Oración final:

¡Señor Jesús! Mi Fuerza y mi Fracaso eres Tú. Mi Herencia y mi Pobreza. Tú, mi Justicia, Jesús. Mi Guerra y mi Paz. ¡Mi libre Libertad! Mi Muerte y Vida, Tú, Palabra de mis gritos, Silencio de mi espera, Testigo de mis sueños. ¡Cruz de mi cruz! Causa de mi Amargura, Perdón de mi egoísmo, Crimen de mi proceso, Juez de mi pobre llanto, Razón de mi esperanza, ¡Tú! Mi Tierra Prometida eres Tú… La Pascua de mi Pascua. ¡Nuestra Gloria por siempre Señor Jesús!

Domingo de la Epifanía del Señor – Ciclo B

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Navidad y epifanía surgen en la Iglesia como dos fiestas idénticas. En lugares distintos, en fechas y con nombres distintos, pero con un mismo contenido fundamental. Al menos en su fase original, ambas solemnidades celebraron el nacimiento del Señor. Sin embargo, después de un proceso de sedimentación, al asentarse ambas fiestas definitivamente en Oriente y Occidente se configuran con perfiles distintos, hasta ofrecer un contenido específico con matices propios e independientes.

El contenido de la fiesta de epifanía aparece claramente definido en dos antífonas, ya existentes en el antiguo breviario y que la nueva Liturgia de las Horas ha conservado en su oficio: «Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial ‘Esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey y los invitados se alegran por el agua convertida en vino» (Antífona para el Benedictus). Y en la antífona para el Magníficat en II Vísperas: «Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos».

La tradición popular ha vinculado siempre la fiesta de epifanía con el episodio de los reyes magos. Lo cual se justifica, en efecto, por las referencias que hacen a los magos casi todos los elementos propios de la fiesta, tanto en la misa como en el oficio. Sin embargo, las dos antífonas citadas vienen a ser como la clave de interpretación de todo el conjunto. Esto nos obliga a considerar el contenido de la fiesta desde la perspectiva que señalan dichas antífonas.

En primer lugar, epifanía no se centra en un hecho o episodio concreto. El foco de interés, en el que polariza la atención de la Iglesia al celebrar esta solemnidad, se sitúa más allá de los hechos. Por otra parte, el criterio básico que se ha puesto en juego al instituir esta fiesta no hay que entenderlo en clave histórica o cronológica. La constelación de solemnidades que siguen a la fiesta del 25 de diciembre no celebran, sin más, los acontecimientos de la infancia ni se siguen según un orden cronológico. La clave de interpretación no es histórica. Hay que buscarla en otra línea de carácter teológico.

En silencio delante de Dios

Hoy, en este domingo en el que Dios se manifiesta como luz de los hombres, queremos pedir al Señor “la pasión de escucharlo” con las palabras de la Beata Isabel de la Trinidad: “¡Oh Verbo eterno!, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme toda docilidad para aprender todo de Vos. Luego, a través de todas las noches, todos los vacíos, todas las impotencias, quiero estar siempre pendiente de Vos y permanecer bajo vuestra gran Luz” (Elevación a la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904) Seguir leyendo «Domingo de la Epifanía del Señor – Ciclo B»