Domingo sexto del tiempo ordinario ciclo B
Las lecturas de este domingo giran, en gran medida, en torno a la enfermedad de la lepra: de la visión de la ley y tradición del pueblo de Israel y de cómo se posicionó Jesús ante ella a través de la curación de un leproso. Surge la fe como un punto relevante del poder salvífico de Jesús. La enfermedad, la impureza y el pecado son términos que aparecen relacionados y se nos plantean en primera persona a modo de cuestionamiento y reflexión. Como fondo la indicación de san Pablo a realizar todo lo que hagamos para la gloria de Dios junto con la exhortación a que le sigamos a él como él sigue a Cristo. Toda una oportunidad de reflexión y celebración aprovechando el descanso dominical.1. Invocación al Espíritu
Maestro mío, Jesús, envíame tu Espíritu Santo prometido para que me explique las Escrituras y me abra a la salvación que, como al leproso de Galilea, quieres regalarme hoy.
2. Lecturas y comentario
2.1.Lectura del libro del Levítico 13, 1-2. 44-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón: – «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «impuro, impuro!» Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»
El libro del Levítico, llamado así por los traductores de la Biblia de la así llamada de los Setenta, pertenece al grupo de los libros -los cinco primeros de la Biblia- que los antiguos convinieron en llamar Pentateuco. El nombre indicado de Levítico, responde al material que recoge este volumen. Reciben lugar apropiado en él tradiciones, leyes, costumbres antiguas referentes en su mayor parte a los sacerdotes y al mundo cultual, donde estos se mueven. La idea de la Santidad da coherencia a un conglomerado de leyes de origen y valor muy diversos. El núcleo principal proviene de Moisés.
Dios es Santo. He ahí la clave del libro. La tradición sacerdotal, verdadera artífice de la obra, presenta la santidad de Dios bajo un aspecto marcadamente cultual. Por eso tanto el sacerdote como el pueblo en su trato con Dios deben aparecer Santos cultualmente. De ahí las leyes referentes a la puridad e impuridad, tema este donde nos encontramos en la lectura presente.
La lepra. -Enfermedad terrible y contagiosa-. No podía menos de dedicarle la tradición sacerdotal un apartado en su colección de leyes. Por una parte, esta enfermedad -descomposición del individuo- no podía aparecer disociada de la impureza legal -cadáveres, suciedad, muertos…- dados los conocimientos de los antiguos. Por otra parte, su fácil contagiosidad, en un mundo falto de defensas, no podía menos de poner en guardia a los dirigentes responsables de la comunidad. Había que velar por ella. La lepra amenaza su existencia seriamente. El diagnóstico pertenece al sacerdote, más instruido, conocedor oficial del valor cultual de las cosas.
Al leproso se le aleja por impuro de las reuniones litúrgicas, por contagioso de la vida de sociedad. Se le arranca de la familia -de los hijos, de los padres, del esposo o esposa, de los parientes- de los amigos; se le priva de la alegría de la convivencia social y del gozo que uno experimenta en el culto a Dios en lugares de concurrencia popular. Debía caminar y vivir solo, anunciando a grandes voces su presencia a los transeúntes. Todos se alejaban de él como de una maldición. Situación extremadamente trágica. Se le consideraba un castigo de Dios. En la disposición del Levítico, al lado de la auténtica lepra, se catalogan aquellas enfermedades de la piel en mayoría- que guardan aparentemente con ella alguna relación. La ciencia de entonces no alcanzaba a distinguirlas. A pesar de todo, nos parece la disposición un tanto cruel.
2.2.SALMO RESPONSORIAL Sal 31, 1-2. 5. 11 R.
Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. R.
2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10, 31 – 11, 1
Hermanos: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven. Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
S. Pablo da fin en estos versículos al problema un tanto intrincado de los idolotitos. El asunto merecía atención. Pablo lo ha considerado bajo diversos aspectos: libertad en las comidas y bebidas, posible escándalo de algunos, conducta a seguir. La regla de Pablo es siempre la misma: Libertad, limitada y ordenada por la Caridad. Esta ha de ser la que determine y dirija las acciones en el mundo cristiano. A la luz de esto debe de entenderse la frase:…Haced todo para gloria de Dios. Nuestras acciones no servirán para gloria de Dios, si con ellas herimos la caridad. No ha de ser la propia comodidad, el propio gusto o provecho, sino la caridad el móvil de nuestras acciones. Con ella todo va hacia Dios; con ella lo indiferente se vuelve santo. Lejos de nosotros, abusando de la libertad que hemos adquirido, el escándalo, ya con unos ya con otros. Ahí está el ejemplo de Pablo: todo para todos. Así fue Cristo, que dio la vida por los demás.
2.4.Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: – «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: – «Quiero: queda limpio.» La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: – «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera9 en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Pasaje totalmente transparente. Un leproso. Un hombre alejado de la sociedad. Ni civil ni culturalmente tiene acceso a la convivencia con los humanos. Se le considera peligroso. Es una amenaza grave para la comunidad. Se le arroja de ella. Todos lo evitan. A algunos pudiera parecer que es un maldito de Dios. Este pobre hombre ve en un momento la posibilidad de reintegrarse a la sociedad. De rodillas pide fervorosamente al maestro, de quien ha oído maravillas, tenga a bien curarlo de su enfermedad. Cristo accede, tiene piedad de él. Un acto de voluntad, una palabra lo deja al momento limpio. Sigue un mandato: «No lo diga a nadie». Era pedir casi un imposible. Naturalmente no es obedecido. La presentación al sacerdote era necesaria para una admisión oficial a la comunidad. Se cumple así el precepto del Levítico. Jesús lo devuelve a la comunidad santa, al culto.
REFLEXIÓN
A) Hay muchas personas que por sus acciones o por su educación y temperamento, o por su salud precaria y puede que hasta contagiosa se encuentran un tanto marginados de la sociedad. Pensemos en los hospitales, en los asilos, en las cárceles, en los manicomios, en los pobres, en los abandonados. A todos los separa una barrera más o menos gruesa de la sociedad. Muchas veces es ella misma la que los arroja de sí. Algunos son indeseables. La sociedad es a veces cruel. ¿Dónde están las instituciones cristianas que los atienden? He ahí un campo inmenso. ¿Nos toca algo de ello a nosotros? Para curar hay que ser médico; para aconsejar, sabio; para consolar, consolador. Se abre un gran horizonte. ¡Queremos ayudarles! Somos la voluntad salvadora de Dios. Naturalmente esto puede que nos moleste. Ese sería un buen empleo de la libertad, de que habla Pablo. Todo para todos. Salud para el enfermo, consuelo para el triste. Así fue Cristo. De este modo nuestras obras darán gloria a Dios.
B) Cristo cura la lepra. Lo incurable, lo contagioso, lo impuro, la maldición los extirpa Cristo con solo su palabra. Pero no sólo eso. Cristo puede hacer cosas más grandes: puede perdonar los pecados. Esa es la verdadera lepra del hombre. Cristo nos ofrece su mano. Nótese la actitud del leproso: pidió encarecidamente, pues se sentía enfermo. Ese es el primer paso. Somos pecadores. Pidamos a Cristo nos sane de todo lo que sepa a pecado, de todo lo que se parezca a lepra. El es el Salvador. El nos promete la vida eterna. Fuera de Él no hay salvación. (El salmo habla del perdón del pecado).
3. Oración final:
Jesús, Divino Maestro, te adoramos como al «amado» del Padre, único «camino» para llegar a él. Te damos gracias porque te has hecho nuestro modelo, nos has dado ejemplo de santidad, e invitado a todos a seguir tu mismo camino.
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