SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO ciclo B
El tema central que nos ocupa en esta solemnidad del Corpus Christi es la Alianza de Dios con los hombres. El pacto de Dios con el pueblo de Israel queda sellado en el Sinaí, por mediación de Moisés, con la sangre de los animales, como lo presenta la primera lectura. La nueva Alianza se sella también con la sangre de la víctima; pero aquí quien se ofrece es Jesucristo, sumo Sacerdote y Mediador, presentado por la carta a los Hebreos. En la Última Cena, Cristo anticipa sacramentalmente su oblación, y establece, por medio de su Cuerpo y de su Sangre, la nueva y definitiva Alianza; aquella que nos revela el rostro misericordioso de Dios y la salvación del género humano, según san Marcos.
- 1. Oración:
Señor nuestro, Jesucristo, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
- 2. Lecturas y comentario:
2.1.Lectura del libro del Éxodo 24, 3-8
«Vino, pues, Moisés y refirió al pueblo todas las palabras de Yahveh y todas sus normas. Y todo el pueblo respondió a una voz: “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho Yahveh”. Entonces escribió Moisés todas las palabras de Yahveh; y, levantándose de mañana, alzó al pie del monte un altar y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes, de los israelitas, que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahveh. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh”. Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras”».
En el medio oriente antiguo, cuando los reyes sellaban una alianza, el soberano convocaba a su vasallo para una celebración. Comenzaba por nombrarse a sí mismo, haciendo la lista de sus títulos y recordando lo que había hecho por su vasallo en el pasado. Luego le dictaba las cláusulas del tratado de alianza. Éstas eran esculpidas sobre la piedra o en el pavimento y después se proclamaban al pueblo. La celebración concluía con un sacrificio en honor de los dioses, en él la sangre de los animales jugaba un papel importante. La liturgia del Sinaí, narrada por Éxodo 19-24, se apoya en estos ritos. Dios se le aparece a Moisés en la cima de la montaña: “Yo soy el Señor tu Dios”. Le recuerda lo que ha hecho por él: “Te hice salir del país de Egipto, de la casa de servidumbre”. Le enuncia luego la cláusula principal de la Alianza: “No tendrás otros dioses fuera de mí”. Luego las cláusulas secundarias: no fabricar ídolos, respetar el nombre divino, guardar el sábado, etc. Dios promete su bendición al pueblo, si observa la Ley; pero si desobedece, le espera una maldición. Todo termina con el ritual final: precisamente lo que nos narra la lectura de hoy. El texto pone el acento en la ratificación de la alianza por parte del pueblo y en el rol del mediador. En dos ocasiones Moisés le transmite al pueblo las palabras del Señor. Las otras dos veces lo hace en forma oral; pero hay que notar que la segunda se apoya en un texto escrito: “Tomó el documento de la Alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo”. El pueblo también, en dos ocasiones, ratifica la Alianza y se compromete a poner en práctica las cláusulas. De esta forma acepta la soberanía del Señor y se compromete a no servir a nadie más que a él. Notemos cómo, transmitida por las Escrituras Santas, la Palabra de Dios se convierte en fuente de vida cuando es recibida por oídos atentos y por los corazones generosos. Después del ritual de la Palabra sigue el ritual de la sangre. Ésta se derrama sobre el altar, que simboliza la presencia de Dios, y sobre las doce piedras levantadas (estelas), que representan al pueblo. La sangre derramada establece el vínculo entre Dios y el pueblo.
2.2.SALMO RESPONSORIAL Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18
R/. «Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.»
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
R/. «Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas.
R/. «Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
R/. «Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Este Salmo es un grito de acción de gracias que pronuncia una persona que ha pasado por un peligro de muerte y que ha sido salvado por el Señor. El Señor se manifiesta como el Dios de la vida. Dios no se regocija con la muerte de los seres humanos: “Vale mucho a los ojos del Señor la vida de sus fieles”. Pues bien, después de haber sido salvado de la muerte, el orante viene al Templo a darle las gracias al Señor. Allí surge una inquietud: ¿Cómo reconocerle de manera completa y como Él se lo merece, todo el bien que ha hecho? La respuesta es: cumpliendo la promesa. Cuando estaba en el apuro, este orante le había prometido a Dios ofrecerle un sacrificio. Viene, pues, al Templo a cumplir su palabra, pero también para testimoniar ante todo el pueblo la bondad de Dios. Es interesante: en cuanto salvado por Dios, el orante está en el centro de la liturgia de acción de gracias que se eleva a Dios. Los cristianos ponemos, en primer lugar, esta oración en labios de Jesús. Dios ha roto las cadenas de la muerte y lo ha resucitado. Por nuestra parte, podemos unirnos a la acción de gracias de Jesús, quien lo hace de una manera perfecta. En esta solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, elevémosle a Dios “la copa de la salvación” para festejar la liberación definitiva que nos ha alcanzado la sangre de la Cruz.
2.3.Lectura de la carta a los Hebreos 9,11-15
«Pero se presentó Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida».
La carta a los Hebreos combina el sacrificio exterior (primera lectura) con el sacrificio interior (salmo responsorial) en la persona de Jesús quien derrama su sangre para poner el fundamento de la Nueva Alianza. ¿Cómo expresar de manera bien fuerte la dimensión vital del sacrificio ofrecido por este Sumo Sacerdote de bienaventuranza que viene? y, ¿Cómo entrar de forma adecuada en la acción de gracias que, a partir de Cristo, penetra en el santuario del cielo, de un cielo que por fin se hace accesible a todos los hombres a quienes Dios les ofrece una liberación definitiva? Tal es el culto del Dios viviente. Desde el comienzo de la liturgia de este domingo se expresa esta convicción. Lo fundamental es el don de la vida que recibimos en la vida misma del Hijo de Dios, una vida ofrecida en herencia, la cual recibimos en una liturgia cuya cumbre está en la acción de gracias que Jesús ofrece por nosotros a su Padre y nuestro Padre.
La alianza del Sinaí encuentra su culminación y perfección en la nueva alianza que Dios establece con los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. La carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio perfecto. Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros. La alianza ha llegado a su máxima expresión. Ya no es la sangre de animales la que ofrece el sacerdote en el «santo de los santos», ahora es la sangre misma de Cristo, sumo sacerdote, la que se ofrece. Jesús, el Verbo Encarnado, habiendo muerto y resucitado ha entrado de una vez para siempre en el santuario del cielo y está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros, sus hermanos en adopción.
2.4.Lectura del Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22- 26
«El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?” Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle y allí donde entre, decid al dueño de la casa: “El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?” El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros”. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: “Tomad, este es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios”. Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Preparación de la Cena Pascual.
Jesús sabe que será traicionado. Pero aún así, trata de fraternizar con los discípulos en la última cena. Seguramente que han gastado mucho dinero para alquilar “aquella sala grande, al piso superior, con tapetes” (Mc 14,15). Además, siendo la noche de pascua, la ciudad está que rebosa de gente que está de paso. Por lo que la población se triplicaba. Era difícil encontrar una sala para reunirse. En la noche de Pascua, las familias llegadas de todas las partes del país, cargaban su propio cordero para ser sacrificado en el templo, y luego, cada familia en una celebración íntima y muy familiar en casa, celebraban la Cena Pascual y comían el cordero. La celebración de la Cena Pascual estaba presidida por el padre de familia. Por esto Jesús presidía la ceremonia y celebraba la pascua junto a sus discípulos, su nueva “familia” (cf. Mc 3,33-35). Aquella “sala grande al piso superior” quedó en la memoria de los primeros cristianos como el lugar de la primera eucaristía. Es allí donde se reúnen después de la Ascensión del Señor Jesús (Hch 1,13) y allí estaban reunidos cuando descendió el Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Hch 2,1). Pudo ser la sala donde se reunían para rezar durante la persecución (Hch 4,23.31) y donde Pedro los encontró después de su liberación (Hch 12,12). La memoria es concreta, ligada a los tiempos y lugares de la vida.
Marcos 14,22-26: La Eucaristía: el gesto supremo de amor.
El último encuentro de Jesús con los discípulos se desarrolla en el ambiente solemne de la tradicional celebración de Pascua. El contraste es muy grande. Por un lado, los discípulos, que se sienten inseguros y no entienden nada de lo que sucede. Por otro lado, Jesús tranquilo y señor de la situación, que preside la cena y realiza el gesto de partir el pan, invitando a los amigos a tomar su cuerpo y su sangre. Él hace aquello por lo que siempre oró: dar su vida a fin de que sus amigos pudiesen vivir. Y este es el sentido profundo de la Eucaristía: aprender de Jesús a distribuirse, a darse, sin miedo de las fuerzas que amenazan la vida. Porque la vida es más fuerte que la muerte. La fe en la resurrección anula el poder de la muerte. Terminada la cena, saliendo con sus amigos hacia el Huerto, Jesús anuncia que todos lo abandonarán: ¡Huirán o se dispersarán!. Pero ya les avisa: “¡Después de la resurrección os precederé en Galilea!”. ¡Ellos rompen las relaciones con Jesús, pero Jesús no las rompe con ellos! Él continúa esperándolos en Galilea, en el mismo lugar donde tres años antes los había llamado por primera vez. O sea, la certeza de la presencia de Jesús en la vida del discípulo ¡es más fuerte que el abandono y la fuga! Jesús continúa llamando. ¡El regreso es siempre posible! Y este anuncio de Marcos para los cristianos de los años setenta es también para todos nosotros. Por su modo de describir la Eucaristía, Marcos acentúa todavía más el contraste entre el gesto de Jesús y la conducta de los discípulos. Antes del gesto de amor habla de la traición de Judas (Mc 14,17-21) y, después del gesto de Jesús, habla del anuncio de la negación de Pedro y de la huida de los discípulos (Mc 14,26-31). De este modo pone el acento en el amor incondicional de Jesús, que supera la traición, la negación y la fuga de los amigos. ¡Es la revelación del amor gratuito del Padre! Quien lo experimentó dirá: “¡Ni las potestades, ni la altura ni la profundidad. ni ninguna otra criatura podrá jamás separarnos del amor de Dios, en Cristo Jesús, nuestro Señor! (Rom. 8,39).
La celebración de la Pascua en tiempos de Jesús
La Pascua era la fiesta principal de los judíos. En ella se conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, que se encuentra a los orígenes del pueblo de Dios. Pero más que una simple memoria del Éxodo, la Pascua era una puerta que se abría de nuevo cada año, a fin de que todas las generaciones pudiesen tener acceso a aquella acción liberadora de Dios que, en el pasado, había generado el pueblo. Mediante la celebración de la Pascua, cada generación, cada persona, bebían de la misma fuente de la que habían bebido los padres en el pasado, al ser liberados de la esclavitud de Egipto. La celebración era como un renacimiento anual. En tiempo de Jesús, la celebración de la Pascua se hacía de modo tal que los participantes pudiesen recorrer el mismo camino que fue recorrido por el pueblo, después de la liberación de Egipto. Para que esto pudiese suceder, la celebración se desarrollaba con muchos símbolos: hierbas amargas, cordero mal asado, pan sin levadura, cáliz de vino y otros. Durante la celebración, el hijo menor debía preguntar al padre: “Papá, ¿por qué esta noche es diversa de las otras?¿Por qué comemos hierbas amargas? ¿Por qué el cordero está a medio asar?¿Por qué el pan no tiene levadura?” Y el padre respondía, narrando con libertad los hechos del pasado: “Las hierbas amargas nos permiten experimentar la dureza y amargura de la esclavitud. El cordero mal cocinado evoca la rapidez de la acción divina que libera al pueblo. El pan no fermentado indica la necesidad de renovación y de conversión constante. Recuerda también la falta de tiempo para preparar todo, siendo como es muy rápida la acción divina”. Este modo de celebrar la Pascua, presidida por el padre de familia, daba libertad y creatividad al presidente en el modo de conducir la celebración.
Eucaristía: La Pascua celebrada por Jesús en la Última Cena
Fue con la intención de celebrar la Pascua de los judíos, cuando Jesús a la vigilia de su muerte, se reunió con sus discípulos. Era su último encuentro con ellos. Por esto lo llamamos encuentro de la “Última Cena” (Mc 14,22-26; Mt 26, 26-29; Lc 22,14-20). Muchos aspectos de la Pascua de los judíos continúan siendo válidos para la celebración de la Pascua de Jesús y son el fondo. Ayudan a entender toda la portada de la Eucaristía. Aprovechando de la libertad que el ritual le daba, Jesús dio un nuevo significado a los símbolos del pan y del vino. Cuando distribuye el pan, dice: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo entregado por vosotros” Cuando distribuye el cáliz con el vino, dice: “Tomad y bebed, ésta es mi sangre derramada por vosotros y por todos”. Y finalmente, sabiendo que se trataba del último encuentro, la “última cena”, Jesús dice: “Ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en el que lo beberé de nuevo en el reino de Dios”. (Mc 14,25). De este modo Él unía su dedicación, simbolizada en el pan partido y compartido, a la utopía del Reino. Eucaristía quiere decir celebrar la memoria de Jesús que da su vida por nosotros, a fin de que nos sea posible vivir en Dios y tener acceso al Padre. He aquí el sentido profundo de la Eucaristía: hacer presente en medio de nosotros y experimentar en la propia vida, la experiencia de Jesús que se da, muriendo y resucitando.
La celebración de la Eucaristía por parte de los primeros cristianos
No siempre los cristianos han conseguido mantener este ideal de la Eucaristía. En los años cincuenta, Pablo critica a la comunidad de Corinto por que cuando celebraban la cena del Señor hacían exactamente lo contrario, porque algunos comen primero su cena y así uno tiene hambre, el otro está borracho (1Cor 11,20-22). Celebrar la Eucaristía como memorial de Jesús quiere decir asumir el proyecto de Jesús. Quiere decir asimilar el proyecto de Jesús. Quiere decir imitar su vida compartida, puesta completamente al servicio de la vida de los pobres. Al final del primer siglo, el evangelio de Juan, en vez de describir el rito de la Eucaristía, describe cómo Jesús se arrodilla para cumplir el servicio más común en aquel tiempo: lavar los pies. Al término de aquel servicio, Jesús no dice: “Haced esto en memoria mía” (como en la institución de la Eucaristía en Lc 22,19; 1Cor 11,24), sino que dice: “Haced lo que yo he hecho” (Jn 13,15). En vez de ordenar que se repita el rito, el evangelio de Juan pide actitudes de vida que mantenga viva la memoria del don sin límite que Jesús hace de sí mismo. Los cristianos de la comunidad de Juan sentían la necesidad de insistir más en el significado de la Eucaristía como servicio, que del rito en sí.
En la Última Cena se anticipa sacramentalmente al sacrificio de Cristo en la cruz que será el ofrecimiento definitivo y fundará la alianza definitiva. La sangre que Cristo ofrece en el cáliz es la sangre de la alianza que será derramada por muchos, es decir, en lenguaje semítico, por todos. En esta cena se evoca la liberación de Egipto y la estipulación de la alianza del Sinaí. Esta alianza no era entre «dos partes iguales». Dios mismo se comprometía en favor de su pueblo. El pueblo, por su parte, se comprometía a observar los mandamientos. Con la sangre de Cristo se establece la nueva y definitiva alianza. En su sangre, en el don de su vida, se manifiesta el amor del Padre por el mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
Por medio de esta sangre los hombres son liberados de la esclavitud del pecado, absueltos de sus culpas y reconciliados con el Padre. Dios se compromete a manifestar siempre su amor, su «hesed» (misericordia). Ahora el hombre tiene abierto el camino de la conversión y de la vida eterna. En el sacramento de la Eucaristía Jesús no solamente se queda con sus discípulos, sino que funda con ellos su comunión con Dios.
- Alabanzas al Santísimo Sacramento
Bendito sea Dios
Bendito sea su santo nombre
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre
Bendito sea el nombre de Jesús
Bendito sea su sacratísimo corazón
Bendita sea su preciosísima sangre
Bendito sea Jesús en el santísimo sacramento del altar
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito
Bendita sea la gran madre de Dios María santísima
Bendita sea su santa e inmaculada concepción
Bendita sea su gloriosa asunción
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre
Bendito sea San José, su castísimo esposo
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos
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