Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo B

DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (ciclo B)

 

La constitución dogmática Dei Verbun de Concilio Vaticano II dice: “Quiso Dios en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9); por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 Pe 1,4. En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía…(DV 2).

  1. 1.      Oración a la Santísima Trinidad

¡Oh Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme en ti!

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como reparador y como salvador…

¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio.

Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella más que a tu amado en el que has puesto todas tus complacencias.

¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mi para que yo me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Trinidad)

2.      Textos y comentario

2.1.Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Moisés habló al pueblo, diciendo: – «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

A lo largo de todo el cap. 4 el autor intenta comentar e inculcar la primera palabra del Decálogo: “No tendrás otros dioses frente a mí”. Para el escritor el Señor no es una momia del pasado sino un Dios muy cercano que puede verse y palparse; sólo es necesario que el hombre abra de par en par sus ojos a los acontecimientos históricos: “Pues, ¿qué nación… tiene un Dios tan cercano como está el Señor, nuestro Dios, cuando lo invocamos?” (v. 7).

Y estas palabras están dirigidas al pueblo de Israel que conoce la dura experiencia del destierro de Babilonia (a. 587 a.C.) por su perversión (vs. 25-26). Según la concepción de aquellos pueblos el triunfo de los babilonios implicaba la victoria de sus dioses sobre el Dios de Israel. Por eso los israelitas se preguntan ¿dónde está ese dios tan cercano que permite nuestra derrota político-militar? El Dios de Israel parece enmudecer, ¿qué ha ocurrido?.

¿Por qué Dios calla y permite el triunfo de los dioses babilonios? El autor intenta responder a todas estas preguntas a lo largo de todo el capítulo estructurándolo de forma muy sencilla:

1) Percepción; abrir los ojos-ver-preguntar-oir y reflexión; reconocer “vuestros ojos han visto…” (vs. 3,4), “… los sucesos que vieron tus ojos…” (vs. 9 ss.), “pregunta… a los tiempos antiguos…” (vs. 32 ss) etc. La experiencia que Israel tiene de su Dios abarca todos los tiempos y espacios, no sólo se apela a la historia del pasado sino también al hoy histórico. En el v. 32, el autor se sitúa al término de una larga historia e invita a Israel a contemplar la historia universal en su más amplio espacio temporal (desde la creación del hombre) y geográfico (de un extremo a otro del cielo). Nada de lo acaecido en el mundo se puede parangonar con las gestas de Dios en la historia de Israel.

La conclusión es evidente. Israel ha de reconocer “hoy” que nada de lo que ha acontecido en la historia puede parangonarse con las gestas del Dios de Israel. Por eso han de reconocer que el Señor es único y no admite competencias (vs. 35, 39). Los otros pueblos podrán tener sus dioses pero Israel sólo debe reconocer a su Dios. Por escoger a otras divinidades Israel ha servido como esclavo en Babel. La culpa no es de Dios (vs. 23-38).

2) Cumplimiento (guardar, cuidarse bien de, observar…) Dios se ha elegido en exclusividad a Israel; en consecuencia Israel deberá servir exclusivamente al Señor. Y si el Dios de Israel se ha revelado en los acontecimientos históricos la respuesta que se exige al pueblo no es exclusivamente mental sino existencial: con mente, sentimientos, quereres… La historia de Dios con el pueblo aún no ha terminado (vs. 29-31); las grandes obras realizadas en el pasado no lo fueron en vano. Si Israel reconoce sólo y exclusivamente al Señor su Dios, aún es posible la esperanza. La promesa a los padres (v. 37) prevalecerá sobre la maldición de la Alianza que pesa sobre los desterrados.

2.2. Salmo responsorial Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 1 2b)

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

2.3.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 14-17

Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Los versículos de la lectura litúrgica del día de hoy describen los ejes fundamentales en que se basa esta existencia.

a) La primera dimensión de esta existencia es la de hijo de Dios (vv. 14-15). Dios ha dado al hombre su Espíritu para que este acceda a la casa paterna. Por tanto, el hombre no debe dejarse dominar por un espíritu de temor sino vivir unas relaciones filiales que, por sí mismas, ahuyentan el temor. El privilegio del hijo de Dios consiste en poder llamar a Dios Padre (Abba alude, quizá, a la oración de Padre Nuestro, que quizá algunos de los interlocutores de Pablo conocían en arameo: v. 15). El hijo de Dios no tiene que fabricarse una religión en que, como sucede en la religión judía, sería necesario contabilizar los esfuerzos ante un Dios-Juez, o, como en la religión pagana, acumular los ritos para ganarse la benevolencia de un Dios terrible. El cristiano puede llamar Padre a su Dios, con todo lo que esto supone de familiaridad y, sobre todo, de iniciativa misericordiosa por parte de Dios.

b) La segunda dimensión de esta existencia es la de heredero de Dios (v. 17). Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de familia y dispone de los bienes de la casa. El término “heredero” no debe comprenderse aquí en el sentido moderno (el que dispone de los bienes del padre, después de la muerte de este), sino en el sentido hebreo de “tomar posesión” (Is 60, 21; 61, 7; Mt 19, 29; 1 Cor 6, 9). El pensamiento de Pablo se asocia a la concepción que el Antiguo Testamento se hacía de la herencia, pero la completa al unirla a la idea de la filiación. Los hombres adquieren de ahora en adelante la herencia, en relación a su unión al Hijo por excelencia, el único que goza, efectivamente, de todos los bienes divinos, por su naturaleza. Efectivamente, el hijo de Dios hereda la gloria divina, irradiación de la vida de Dios en la persona de Cristo. Pero la herencia sólo se obtiene mediante el sufrimiento. Se hereda con Cristo si se sufre con El. El sufrimiento conduce a la gloria, no como condición meritoria, sino como signo de vida-en-Cristo, prenda de herencia de la gloria con El.

Por tanto, toda la Trinidad actúa en la justificación del hombre: el Padre aporta su amor para hacer de los hombres hijos suyos; el Espíritu viene a cada uno de ellos a dominar su miedo e iniciarlos paulatinamente en un comportamiento filial; finalmente, el Hijo, el único Hijo por naturaleza, el único heredero de derecho, viene a la tierra a hacer de la condición humana y del sufrimiento el camino de acceso a la filiación, revelando así a sus hermanos las condiciones de la herencia.

Este nuevo estado del hombre, hijo y heredero, elimina todos los temores alienantes (v. 15). No se trata solamente del temor de los judíos ante la retribución de un juez, o del pánico de los paganos ante las fatalidades y los determinismos: la condición de hijo permite al cristiano vencer todos los miedos actuales, modernos, y rechazar las falsas seguridades que ellas originan: las seguridades de las instituciones y de las fórmulas hechas, las del poder y de las jerarquías.

El miedo desaparece por la presencia del Espíritu que inspira a cada uno el amor a los hermanos y lo hace capaz de triunfar sobre su propio miedo cuando están en juego la vida y la libertad de otro. Porque el Espíritu libera al hombre de la autosuficiencia y le da las armas para luchar victoriosamente contra las obras de la “carne”. La venida del Espíritu está asociada a los sufrimientos y a la resurrección de Jesús. Precisamente porque es el Hijo de Dios, este hombre ha respondido perfectamente a la iniciativa previsora del Padre y ha decidido enviar al Espíritu sobre todos aquellos a quienes Dios llama a la adopción filial. En la vinculación viva con Jesucristo, que le ofrece la Iglesia, el hombre se convierte en hijo de Dios y obtiene una participación en los bienes de la familia del Padre propuestos en la Eucaristía.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: – «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Mateo 28, 16: La primera y última aparición de Jesús resucitado a los Once discípulos. Jesús aparece antes que a nadie a las mujeres (Mt 28,9) y, a través de las mujeres, hace saber a los hombres que debían andar a Galilea para verlo de nuevo. En Galilea habían recibido la primera llamada (Mt 4, 12.18) y la primera misión oficial (Mt 10,1-16). Y es allá, en Galilea, donde todo comenzará de nuevo: ¡una nueva llamada, una nueva misión! Como en el Antiguo Testamento, las cosas importantes acontecen siempre sobre la montaña, la Montaña de Dios.

Mateo 28, 17: Algunos dudaban. Al ver a Jesús, los discípulos se postraron delante de Él. La postración y la posición del que cree y acoge la presencia de Dios, aunque ella sorprende y sobrepasa la capacidad humana de comprensión. Algunos, por tanto, dudaron. Todos los cuatro evangelistas acentúan la duda y la incredulidad de los discípulos de frente a la resurrección de Jesús (Mt 28,17; Mc 16,11.13.14; Lc 24,11.24.37-38; Jn 20,25). Sirve para demostrar que los apóstoles no eran unos ingenuos y para animar a las comunidades de los años ochenta d. de C. que tenían todavía dudas.

Mateo 20,18: La autoridad de Jesús. “Me ha sido dado todo poder sobre la tierra”. Solemne frase que se parece mucho a esta otra afirmación: “Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11,27). También son semejantes algunas afirmaciones de Jesús que se encuentran en el evangelio de Juan: “Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos” (Jn 13,3) y “Todo lo que es mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10). La misma convicción de fe con respecto a Jesús se vislumbra en los cánticos conservados en las cartas de Pablo (Ef 1,3-14; Fil 2,6-11; Col 1,15-20). En Jesús se manifestó la plenitud de la divinidad (Col 1,19). Esta autoridad de Jesús, nacida de su identidad con Dios Padre, da fundamento a la misión que los Once están por recibir y es la base de nuestra fe en la Santísima Trinidad.

Mateo 28, 19-20ª: La triple misión. Jesús comunica una triple misión: (1) hacer discípulos a todas las naciones, (2) bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y (3) enseñarles a observar todo lo que había mandado.

a) Llegar a ser discípulos: El discípulo convive con el maestro y aprende de él en la convivencia cotidiana. Forma comunidad con el maestro y lo sigue, tratando de imitar su modo de vivir y de convivir. Discípulo es aquella persona que no absolutiza su propio pensamiento, sino que está siempre dispuesto a aprender. Como el “siervo de Yahvé”, el discípulo, él o ella, afinan el oído para escuchar lo que Dios ha de decir (Is 50,4).

b) Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

La Buena Noticia de Dios que Jesús nos ha traído es la revelación de que Dios es el Padre y que por tanto todo somos hermanos y hermanas. Esta nueva experiencia de Dios, Jesús la ha vivido y obtenido para nuestra bien con su muerte y resurrección. Es el nuevo Espíritu que Él ha derramado sobre sus seguidores en el día de Pentecostés. En aquel tiempo, ser bautizado en nombre de alguno significaba asumir públicamente el empeño de observar el mensaje anunciado. Por tanto, ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, era lo mismo que ser bautizado en el nombre de Jesús. (Hch 2,38) y lo mismo que ser bautizado en el Espíritu Santo (Hch 1,5). Significaba y significa asumir públicamente el compromiso de vivir la Buena Noticia que Jesús nos ha dado: revelar a través de la fraternidad profética que Dios es Padre y luchar porque se superen las divisiones y las separaciones entre los hombres y afirmar que todos somos hijos e hijas de Dios.

c) Enseñar a observar todo lo que Jesús ha ordenado:

No enseñamos doctrinas nuevas ni nuestras, sino que revelamos el rostro de Dios que Jesús nos ha revelado. De aquí es de donde se deriva toda la doctrina que nos fue transmitida por los apóstoles.

Mateo 28,20b: Dios con nosotros hasta el final de los tiempos.

Esta es la gran promesa, la síntesis de todo lo que ha sido revelado desde el comienzo. Es el resumen del Nombre del Dios, el resumen de todo el Antiguo Testamento, de todas las promesas, de todas las aspiraciones del corazón humano. Es el resumen final de la buena Noticia de Dios, transmitida por el Evangelio de Mateo.

En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.

 

(Para ver la sugerencia de cantos, visiten nuestra fanpage en Facebook)

Domingo de Pentecostés – Ciclo B

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de  tu amor.

V. Envía tu Espíritu y todo será creado.

R. Y se renovará la faz de la tierra.

 

  1. 1.     Oremos

¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro, R. Amén.


Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!

  1. 2.     Lecturas y comentario:

2.1.Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: – «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

En 2, 1 se nos dice que «estaban TODOS reunidos». No se trata sólo de los 12 apóstoles, sino de la asamblea de los 120 (1, 15), entre los cuales está María, la madre de Jesús, el grupo de las mujeres y el grupo de los hermanos de Jesús, entre los cuales con certeza también Santiago, el hermano del Señor (1, 14). El don del Espíritu se da a esta primera comunidad, si bien es Pedro, junto con los once, el que va a pronunciar el discurso (vv.14-36). Se añade también que están reunidos «con un mismo propósito». Este mismo propósito es posiblemente la estrategia restauracionista implícita en la elección de Matías en 1, 15-26. La irrupción del Espíritu viene a romper este propósito de restauración, que mira más al pasado que al futuro. El Espíritu viene de repente, con ruido como de viento impetuoso y en lenguas como de fuego: estos símbolos (huracán u fuego) muestran la «violencia» necesaria del Espíritu para transformar al grupo presente y reorientar la primera comunidad, desde una posición restauracionista hacia una posición profética y misionera. Esta tensión entre restauración y misión, es la que vimos en 1, 6-11. Pentecostés es el bautismo en el Espíritu Santo anunciado en 1, 5. El bautismo de Juan Bautista era de agua, un símbolo judío de conversión personal; ahora de trata del bautismo en el Espíritu, que es el símbolo característico del movimiento profético de Jesús, no ya sólo de conversión personal, sino de transformación de la comunidad de los discípulos en auténtica comunidad profética, para dar testimonio de Jesús hasta los confines de la tierra. Los que se reúnen, atraídos por los sucesos de Pentecostés, son «hombres piadosos, que habitaban en Jerusalén, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo». Tenemos aquí una ficción literaria de Lucas, pues es un hecho extraordinario que estén reunidos en Jerusalén gente piadosa de todas las naciones del mundo. El hecho es tan extraordinario, que manuscritos posteriores (tradición occidental) agregan la palabra «judíos»: los reunidos serían «judíos de todas las naciones, que habitan en Jerusalén». Lucas con su ficción literaria tiene una clara intención teológica: reúne simbólicamente en Jerusalén a gente piadosa de todas las naciones del mundo, que en Pentecostés van a recibir el testimonio profético de la primera comunidad apostólica. El Espíritu es derramado en función de todos los pueblos y culturas del mundo. Eso ya se da para Lucas en el hecho fundante de Pentecostés.

En los vv. 9-11 tenemos la lista de la naciones. Lucas enumera 12 pueblos y tres regiones. El primer grupo lo constituyen los nativos partos, medos y elamitas. El segundo grupo son los habitantes de Judea, Capadocia, Ponto, Frigia, Panfilia y Egipto. Aquí también se enumeran tres regiones: la Mesopotamia, el Asia y la Libia, que confina con Cirene. El tercer grupo son los forasteros: romanos, cretenses y árabes. ¿Cuál es la lógica de esta enumeración? En primer lugar Lucas distingue nativos, habitantes y forasteros. Los nativos son pueblos del oriente, civilizaciones del pasado. Los habitantes están repartidos en tres regiones: la Mesopotamia (al este), el Asia (al norte) y la Libia (al sur) y en 6 pueblos: Judea (al centro), Capadocia, Ponto, Frigia y Panfilia (al norte) y Egipto (al sur). Por último los forasteros romanos que vienen de visita a Jerusalén; entre estos se distinguen romanos judíos y romanos prosélitos, los cretenses, son un pueblo marítimo, en expansión hacia occidente y los árabes sería una designación global para referirse a los pueblos del desierto, en expansión hacia oriente. La lógica geográfica es la que domina al grupo de los habitantes (oriente, norte y sur, con Judea al centro). Los visitantes (romanos, cretense y árabes) no siguen una lógica geográfica, sino más bien la lógica de visitantes esporádicos (grupos amplios y ambiguos), que regresan a su patria. En síntesis, los representantes de los pueblos vienen de todas las regiones de la tierra, de las culturas antiguas de oriente, de los pueblos establecidos en torno a Judea (oriente, norte y sur) y de las poblaciones que se desplazan hacia oriente y occidente, cuyo centro es Roma. Lucas combina criterios culturales, geográficos y sociales y construye así históricamente el paradigma misionero del Espíritu. Lo curioso es que no se menciona Siria, Macedonia y Grecia, que es el territorio de las iglesias paulinas. Quizás no aparecen estos pueblos, pues es ahí donde Lucas escribe su obra y son ya en su tiempo Iglesias independientes de Jerusalén.

Lucas insiste tres veces (vv. 6.8 y 11) en que los presentes, que vienen de todos los pueblos, entienden el discurso de Pedro, cada uno en su propia lengua. Pedro y los Once son galileos (v. 7) y hablan por lo tanto en arameo, que era una lengua bastante conocida en Siria y oriente. El milagro de Pentecostés es que cada uno entiende a los apóstoles en su propia lengua nativa. No se trata de la glosolalia, pues cada pueblo escucha el Evangelio en su propia lengua, y podríamos agregar, en su propia cultura. Por eso consideramos hoy en día a Pentecostés como la fiesta cristiana de la Inculturación del Evangelio.

En Pentecostés se habría recuperado la unidad perdida en Babel. Desde la perspectiva liberadora de la inculturación del Evangelio, la diversidad de lenguas es el hecho liberador que permitió la huída de los trabajadores y la paralización de la construcción de la ciudad. En Pentecostés cada pueblo conserva su lengua y cultura. Lo nuevo en Pentecostés es la unidad en la comprensión del Evangelio, manteniendo la diversidad de lenguas y culturas. La unicidad de lenguas no es el proyecto original de Dios, ni tampoco su recuperación en Pentecostés, sino una forma de dominación cultural. El proyecto original de Dios, recuperado en Pentecostés, es una humanidad plurilingüe y multicultural.

2.2.Salmo responsorial Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

Este Salmo es un canto de alabanza dirigido a Dios creador. La liturgia retiene algunos versículos que se refieren al soplo de Dios. Después del invitatorio, en el que el Salmista se dirige a sí mismo, aparece el tema central de la alabanza: “¡Señor, Dios mío, qué grande eres!” (v.1b). La grandeza de Dios se manifiesta en la magnificencia de su creación. Entre los bienes más preciosos de la creación figura el “soplo vital”. Dado a los animales, este soplo confiere la vida. Cuando Dios lo quita, llega la muerte. En el capítulo 37 de la profecía de Ezequiel, el soplo de Dios es dado a los huesos descalcificados esparcidos en un valle, éstos reciben de nuevo carne y vida. Esta imagen poética designa la restauración del pueblo. El v.30, en su versión latina (de la “Vulgata”) se hizo como texto de la acción del Espíritu Santo en el alma de los fieles y en el mundo entero redimido: “Envía tu Espíritu y será creado y renovarás la faz de la tierra”. En Pentecostés, el soplo divino es dado a la Iglesia naciente. Una nueva creación comienza.

2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Este texto es importante para comprender la teología paulina del Espíritu Santo: (1) El Espíritu Santo es el alma de la profesión de fe en Cristo Señor. (2) El Espíritu Santo es la fuente de todos los carismas y, por la convergencia de los mismos (“para el bien común”), es el principio de la unidad de la Iglesia. (3) El Espíritu Santo está vinculado a los sacramentos, particularmente al Bautismo y a la Eucaristía. (4) El Espíritu no se comprende sin la Trinidad. En los vv.4-7 se insinúa una visión trinitaria de misterio cristiano. Nótese la unidad entre el Espíritu (v.4: “el Espíritu es el mismo”), el Señor (=Jesús; v.5: “el Señor es el mismo”) y Dios (=Padre; v.6: “el mismo Dios que obra todo en todos”).

En el trasfondo de este pasaje hay una problemática pastoral que no hay que dejar pasar desapercibida: en la comunidad de Corinto, aquellos que se beneficiaban de algunos carismas y manifestaciones espirituales se creían superiores a los otros. Pablo reacciona insistiendo en el hecho de que los carismas son “dones” (ver que aparece siete veces esta palabra a lo largo del pasaje). La respuesta va en esta dirección: (1) Dichos “dones” tienen un mismo origen: el mismo Espíritu, el mismo Señor, el mismo Dios, quien hace la unidad en la diversidad. (2) Los “dones” son ofrecidos por Dios a cada persona en función “del bien de todos”, es decir, al servicio de la edificación de la comunidad y de la misión. El Espíritu Santo no sólo hace nacer sino también crecer a la Iglesia, “Cuerpo de Cristo”. La comparación con el “Cuerpo” destaca la diversidad, la solidaridad y la unidad de la Iglesia.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros.» Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: – «Recibid’ el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

1ª) Reconocimiento de Jesús vivo.

Les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Como el Padre me ha enviado así os envío yo a vosotros. En la escuela joánica se insiste de modo particular en la misión. El Padre envía al Hijo al mundo para salvarlo y no para condenarlo. El Padre y el Hijo envían al Espíritu, y juntos a los Apóstoles. La cadena de la misión se prolonga hasta la vuelta del Señor Glorioso al final de los tiempos. Este carácter teológico de la misión se traduce en un sentido misionero profundo que invade el Evangelio.

2ª) El Espíritu realiza la nueva creación.

Jesús les dijo: Paz a vosotros. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos. Aliento y viento se expresan en hebreo con el mismo término de «Ruaj» (que en griego se traduce por «Pneûma» y en castellano «Espíritu»). Este doble sentido del término es el que expresa toda la riqueza del Espíritu. Es necesario observar algunos detalles para la comprensión del fragmento. En primer lugar, Jesús es el transmisor del Espíritu. Se ha cumplido la era mesiánica y Jesús, verdadero Mesías, dispone del Espíritu recibido del Padre y lo entrega a sus discípulos. En segundo lugar, el verbo «exhalar» remite a dos momentos importantes en el pan del Dios creador y salvador: la creación del hombre (Gn 2,7): Dios sopla en las narices de la imagen elaborada con la arcilla y se convierte en un ser vivo. Es la primera creación, que traduce el proyecto del Dios Creador que es de vida y para la vida. El hombre es un ser vivo por la acción del Espíritu. En segundo lugar, la visión de los huesos secos que vuelven a la vida (Ez 37). Esta visión se enmarca en el exilio de Babilonia. Los huesos secos representan a la casa de Israel que ha perdido su esperanza y siente el peso del silencio de Dios. De nuevo aparece el Espíritu y de nuevo la misma expresión verbal «soplar». Este acontecimiento histórico, pasa a ser símbolo de la nueva creación por obra del Espíritu. Estos datos precedentes nos ayudan a valorar las expresiones de Juan cuando nos transmite que Jesús resucitado se hace presente entre sus discípulos, «sopla» su aliento sobre ellos y les entrega el Espíritu. Nos permite comprender que se trata del Espíritu Creador que va a llevar adelante la nueva creación.

3ª) Nueva creación y perdón de los pecados.

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». El don del Espíritu Creador se manifiesta en el perdón de pecados. El pecado es el que malogró, en el paraíso, el proyecto de Dios sobre el hombre. Lo quiso para la vida y feliz pero en la obediencia y comunión con su Creador. El hombre desconfía de su propio Creador y comete el pecado de querer ser él mismo en total independencia de Dios. El Espíritu Santo, llevando adelante su actividad de perdonar los pecados a través de los Apóstoles y de la Iglesia, hará presente en el mundo la nueva creación; manifestará en el mundo el verdadero proyecto de Dios. El pecado no pertenece a la textura original del hombre. Por eso podemos afirmar que el pecado no es humano, es decir, no entra en el proyecto original de hombre. Y por eso hay que afirmar que Jesús no lo pudo tener como hombre (y mucho menos como Dios), aun cuando fue igual a nosotros en todo. Con la reconciliación universal, obra de la Muerte-Resurrección de Jesús y que se actualiza siempre por el Espíritu Santo, aparece de nuevo cuál fue el sentido del hombre en el proyecto de Dios creador.

Cristo desborda la plenitud del Espíritu Santo.

Cristo desborda la plenitud del Espíritu Santo para hacer partícipes del mismo Espíritu a los Apóstoles: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. O sea, los Apóstoles son enviados por obra del Espíritu Santo para continuar la obra salvífica de Cristo. Los apóstoles reciben el poder del Espíritu de Cristo para perdonar o retener los pecados, para aplicar los frutos de la Redención de Cristo.

El día de Pentecostés.

El día de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre la totalidad de la Iglesia instituida por Cristo y a la que ha ido dotando progresivamente de las estructuras necesarias para cumplir su misión. Pentecostés es, también, una fuerte llamada para amar a la Iglesia de Cristo animada por el Espíritu Santo-Amor. Por eso, renovamos nuestra fidelidad a la Iglesia de Cristo desde la fidelidad a las exigencias de nuestro carisma específico.

  1. 3.     Invocación mariana.

María; eres Madre de la Iglesia porque eres Madre de Cristo por obra del Espíritu Santo. Eres nuestra Madre espiritual.

Nos consagramos a ti, María, Esposa del Espíritu Santo y te pedimos que nos enseñe a ser fieles a la presencia y acción del Espíritu Santo.

Domingo 6 de Pascua – Ciclo B

Domingo sexto de pascua ciclo B

En la medida que vamos leyendo la historia del cristianismo más se comprende el significado central del mandamiento del amor. Nos damos cuenta que cuando marginamos y relativizamos la vivencia del amor, se desorienta nuestra comunidad cristiana; entonces terminamos por defender valores secundarios, como si fueran principales. El amor produce vida. La muerte, no puede presentarse ni justificarse como expresión del amor. Quienes eliminaron a Jesús creían dar gloria a Dios. La narración de los Hechos de los Apóstoles nos documenta como se iba abriendo camino el amor incluyente del Padre hacia los extranjeros. A regañadientes comprendió Pedro esa novedad y acogió en la comunidad cristiana al oficial llamado Cornelio. De inmediato el Espíritu ratificó aquella decisión, realizando una nueva efusión del Espíritu Santo.

  1. 1.     ORACIÓN

Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con amor y alegría la victoria de Cristo resucitado, y que el misterio de su Pascua transforme nuestra vida y se manifieste en nuestras obras. Por nuestro Señor Jesucristo…

  1. 2.     Texto y comentario

2.1.Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 15, 25-26. 34-35. 44-48

En aquel tiempo, entró Pedro en la casa del oficial Cornelio, y éste le salió al encuentro y se postró ante él en señal de adoración. Pedro lo levantó y le dijo:”Ponte de pie, pues soy un hombre como tú”. Luego añadió: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere”. Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaba escuchando el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos. Entonces Pedro sacó esta conclusión: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?. Y los mandó a bautizar en el nombre de Jesucristo. Luego le rogaron que se quedara con ellos algunos días.

La gran extensión del relato y la profusión de detalles dejan entrever la importancia que tuvo para Lucas y para la Iglesia primi­tiva la conversión de Cornelio. Lucas insiste en el carácter milagroso del su­ceso: visión de Pedro, visión de Cornelio, irrupción del Espíritu… El relato guarda relación con los acontecimientos posteriores, en especial con las de­terminaciones tomadas en el Concilio de Jerusalén. La presencia del «judío» Pedro en la casa de «pagano» Cornelio, sancionada por la visión de los ani­males impuros que descendían del cielo, y el subsiguiente bautismo del cen­turión romano con su familia son elementos que tuvieron una resonancia transcendente. Los apóstoles entreveían, sin duda alguna, en el mensaje de Cristo una extensión universal. Ignoraban, no obstante, el modo y el mo­mento de realizarlo. Todavía judíos, sus relaciones con los paganos eran re­almente distanciadas. El acontecimiento de Cornelio los obligó a acortarlas. En el Concilio de Jerusalén volverá a presentarse la cuestión. Aquí se da ya una solución adelantada. Y la da, desde arriba y desde dentro, el Espíritu Santo.

Es importante anotar lo siguiente:

1) La disposición divina. Dios llama a todos. Dios no hace distinciones: ofrece sus dones al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. El llamamiento es universal. La misericordia de Dios se extiende a to­dos. El acontecimiento Cristo, sellado por la acción del santo Espíritu, ha de­rribado el muro que separaba a gentiles y judíos. La fuerza del Espíritu Santo desciende también sobre los paganos y los constituye hijos de Dios.

2) La figura de Cornelio. Nos cae simpática. Es un centurión; militar, por tanto. Lucas lo califica de «temeroso de Dios». Daba muchas limosnas al pueblo y oraba a Dios. Un hombre piadoso y caritativo; también modesto y sencillo. Reconoce en Pedro la autoridad que viene de lo alto. Todo un centu­rión romano postrado a los pies del judío Pedro. Era un hombre abierto a Dios.

3) La figura de Pedro, reconoce que su per­sona, a pesar de la autoridad que ostenta, príncipe de la Iglesia, no se eleva por encima de los demás. Los prejuicios judíos no le impiden ver en el acon­tecimiento la mano de Dios. Siervo fiel en el ministerio que le ha encomen­dado, acepta la disposición del Señor y la ejecuta con acatamiento. No es él quien dispone, sino Dios. Para un judío de aquel tiempo hubiera sido muy di­fícil confesar «soy un hombre como tú», tratándose de un pagano que le re­cordaba la sujeción a Roma. Pedro reconoce que la salvación no se limita a una raza o nación. ¡Dios imparte su gracia libremente! Pedro obra en conse­cuencia.

2.2. Salmo responsorial Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4 c£ 2b)

El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad.

Dios se muestra Rey en sus intervenciones. Una de ellas en particular lo ha manifestado con mayor relieve. El salmista parece pensar en la vuelta del destierro. Dios reveló ante todos los pueblos su fidelidad y amor a Israel. Por eso un cántico nuevo. La intervención pasada, con todo, era un esbozo de la intervención futura: Dios ha intervenido de forma suprema y definitiva en Cristo Jesús.

2.3. De la primera carta del apóstol san Juan: 4, 7-10

Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, y todo el que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su hijo unigénito, para que vivamos por Él. El amor consiste en esto: no en nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.

Comienza la lectura con una cordial exhortación al amor fraterno. Juan intenta declarar las señales más ciertas de la comunión con Dios: el amor fraterno. El que ama vive en unión con Dios. El amor encuentra su raíz en Dios y su expresión, como garantía de autenticidad, en la entrega y servicio a los hermanos. Hay que advertir, por eso, que todo amor, aun el que se pro­fesa al enemigo, es amor fraterno. El mundo, que no cree y no ama, está lejos de Dios; más, enfrentado a él. Los movimientos religiosos del tipo que sean que no muestren amor, no conocen a Dios, son realmente falsos.

¿Por qué tanto valor al amor? Porque Dios es amor. He ahí la gran reve­lación. Si Dios es amor, habrá que comprender que todo lo que hace Dios lo hace por amor. Pues el amor es su naturaleza. Con esta definición se alarga de forma ilimitada el concepto de la bondad de Dios, tan fuertemente subra­yada ya en el A. Testamento. La expresión más bella y acabada, con todo, de su amor- de sí mismo- es la entrega de su Hijo para nuestra salvación. En la entrega de su Hijo Dios revela la naturaleza de su amor y el amor como naturaleza. No hay otro amor que ese. El amor humano, se es amor de ver­dad, será como él y se fundirá en él. Con otras palabras: Dios nos amó pri­mero. El amor que Dios nos tiene nos capacita para amarle. El amor que le profesamos está sustentado, y es al mismo tiempo su expresión, por el amor que nos tiene. El amor de Dios nos hace capaces de amar. La salvación, pues, está en dejarse amar y amar en Cristo Jesús.

El amor de Dios es creativo: nos constituye hijos. Poseemos la capacidad de amarlo como hijos. El amor a Dios filial es respecto a los hombres fra­terno. Dios nos capacita para amarle y para amarnos. El amarnos es ga­rantía segura de la permanencia en su amor. Nuestro amor a él y a los her­manos es del mismo signo que el suyo: es en el Espíritu Santo. Si la natura­leza de Dios es amar, el amor que se nos concede, nos naturaliza con él: amaremos por naturaleza. En otras palabras: todos nuestros actos han de ser expresión de nuestra filiación de Dios y de nuestra fraternidad con los hermanos, nacidos todos del amor. Por eso el que ama muestra dónde está -en Dios- y qué es: hijo de Dios y hermano de todos. En Jesús se ha mostrado Dios amor, que ama y cómo ama. El amor que profesamos y cómo lo profe­samos mostrará si estamos en Jesús y, por tanto, en Dios. Amemos a los hermanos: quien no ama no conoce a Dios.

2.4. Del santo Evangelio según san Juan: 15, 9-17

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mí alegría esté en ustedes y su alegría sea plena. Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le oído a mi Padre. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quién los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”

La exhortación se expresa con las palabras mismas que explicitan la imagen y se centra en el verbo “permanecer”; los discípulos están llamados a permanecer en Jesús así como lo hacen los sarmientos en la vid, para tener vida y dar fruto. El tema de dar fruto, pero también el tema de pedir y obtener que vamos a encontrar en los versículos que comentamos, ha sido anticipado aquí, ofreciéndonos un ejemplo del estilo de Juan, que retoma los temas profundizándolos.

 

Ciertamente en el verso n. 9 en el tono del discurso se percibe un cambio: no hay imágenes, sino la referencia directa a una relación: “Como el Padre me amó, yo también os he amado”. Jesús se pone en medio de un recorrido descendiente que va de Dios a los hombres. El verbo “amar” lo habíamos encontrado ya en el capítulo 14 al hablar de la observancia de los mandamientos; y ahora despunta de nuevo para llevar a una nueva síntesis en nuestro relato allí donde los “mandamientos” dejan paso al “mandamiento” que es el de Jesús: “Esto es lo que os mando: que os améis unos a otros” (Jn 15,17). La relación de reciprocidad se retoma inmediatamente tras un imperativo: “Permaneced en mi amor”; se pasa del verbo “amar” al sustantivo “amor” para indicar que la acción procedente del Padre y que pasa por el Hijo a los hombres ha creado y crea un nuevo estado de cosas, una posibilidad que era impensable hasta ese momento.

 

Y en el verso 10 la reciprocidad se realiza en sentido contrario: la observancia de los mandamientos de Jesús es para los discípulos la manera de responder a su amor, en analogía y en continuidad real con la actitud del Hijo que ha observado los mandamientos del Padre y por esto él también permanece en su amor. Entonces, la perspectiva es muy distinta de aquel legalismo que había monopolizado los conceptos de “ley” y “mandamientos”: Jesús vuelve a colocar todo en su perspectiva más verdadera: una respuesta de amor al amor recibido, el anuncio de la posibilidad de estabilidad en la presencia de Dios.

 

También la frase en el v. 11 se convierte en una salida ulterior de la perspectiva legalista: el fin es el gozo, un gozo, eso sí, de relación; el gozo de Jesús en sus discípulos, su gozo presente en plenitud.

 

En el v. 12, como ya se ha dicho, el discurso se hace más apremiante: Jesús afirma que sus mandamientos se reducen a uno sólo: “que os améis unos a otros como yo os he amado”; notamos como la línea relacional sea la misma, siempre en clave de respuesta: los discípulos se amarán como Jesús los ha amado. Pero lo que sigue restablece en términos absolutos el primado del don de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que éste: dar la vida para los amigos” (v. 13). Es ésta la obra insuperable de su amor, una acción que levanta a su nivel más alto el grado de implicación: el don de la vida. De aquí una importante digresión sobre este nuevo nombre dado a los discípulos: “amigos”; un término que se ve ulteriormente circunstanciado en contraposición con otra categoría, la de los “siervos”; la diferencia está en la falta de conocimiento del siervo respecto de los proyectos de su señor: el siervo es llamado a ejecutar y basta. El discurso de Jesús sigue su lógica: justamente porque ha amado a sus discípulos y está a punto de dar la vida por ellos, él les ha revelado el proyecto suyo y de su Padre, lo ha hecho mediante signos y obras, lo hará en su obra más grande, su muerte en la cruz. Una vez más Jesús señala su íntima relación con el Padre: “Os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (v. 15). Y sin embargo, en el corazón de la afirmación de Jesús sobre los discípulos como amigos no se olvida lo que se ha expresado antes: “Sois mis amigos si hacéis lo que os mando” (v. 14).

 

Los últimos versículos de nuestro texto vuelven a lanzar la imagen de la vid, con además lo que ha sido afirmado: es Jesús que ha elegido a sus discípulos, no el contrario, la iniciativa sale de él. Sin embargo la imagen se ha dinamizado un poco: al contrario de una vid plantada en tierra, los discípulos están llamados para que vayan y para que en este ir den fruto; el fruto está destinado a permanecer (mismo verbo usado para invitar a permanecer en el amor de Jesús), otra calificación de estabilidad que vuelve a dar equilibrio al dinamismo.

 

Su identidad de discípulos se fundamenta en la elección hecha por Jesús y presenta un camino que recorrer, un fruto que dar. Entre el pasado de la llamada, el presente de la escucha y el futuro de la fructificación, el cuadro del discípulo parece completo. Sin embargo, hay que arrojar luz sobre Alguien, hay todavía una actitud que proponer. “Dar fruto” puede llevar a los discípulos a un actuar unilateral; la partícula “para que” enlaza el fruto con lo que sigue: pedir y recibir, experimentar la indigencia y el don dado con abundancia (“todo lo que pediréis”) y gratuitamente. Aquel Alguien que Jesús revela es el Padre, fuente del amor y de la misión del Hijo, el Padre al cual es posible dirigirse en nombre del Hijo ya que hemos permanecido en su amor. Y la conclusión se plantea de manera solemne y lapidaria: “Esto os mando: que os améis unos a otros”.

 

Oración final

Señor Jesucristo, te damos gracias por el amor con que has instruido y sigue instruyendo a tus discípulos. Alabado seas, Señor, vencedor del pecado y de la muerte, porque te has entregado totalmente, implicando también tu infinita relación con el Padre en el Espíritu. Tú nos has puesto esta relación delante y nosotros corremos el riesgo de no comprenderla, de achatarla, de olvidarla. Nos has hablado de ella para que comprendiéramos ese gran amor que nos ha engendrado. Haz, Señor, que permanezcamos en ti como los sarmientos a la vid que los sostiene y los alimenta y que por ello dan fruto. Danos, Señor, una mirada de fe y de esperanza que sepa pasar de las palabras, de los deseos a lo concreto de las obras, a tu imagen, Tú que nos amaste hasta el fin, dándonos tu vida para que tuviéramos vida en ti. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor.

La Iglesia sabe muy bien que nada hay digno de ser presentado ante el divino acatamiento, como ofrenda que esté a la altura de su grandeza y santidad.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios todopoderoso y eterno, que, en Cristo resucitado, nos has hecho renacer a la vida eterna, haz que este misterio pascual en el que acabamos de participar por medio de la Eucaristía, dé en nosotros abundantes frutos de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Dios hecho hombre es Jesús de Nazaret, el enviado del Padre presencia viva de Dios, es él el sacramento del Padre entre nosotros. Ahora nosotros somos el sacramento de Jesucristo presencia de Dios en el mundo, por ello pedimos que seamos en el mundo signos de Dios y, con la vitalidad que nos da el estar unido como los sarmientos a la vid, podamos dar los frutos que el Señor quiere.