En el tercer evangelio, el de Lucas, la vida de Jesús se expresa, a partir de ahora, como subida a Jerusalén, es decir, como camino hacia la cruz. En cambio la vida del discípulo se llamará «seguimiento». Esta es la vocación cristiana: llamada al seguimiento de Cristo por el camino de la abnegación, pero sabiendo que al final de la ruta se encuentra la resurrección y la vida con Él.
El seguimiento de Cristo aunque conlleva ruptura total con el viejo modo de vivir, es vocación a la libertad. El discípulo de Cristo no tiene más límites a su libertad que los que señalan al Espíritu, el amor y el servicio fraterno irreconciliables con el egoísmo, el libertinaje y la vida sin religión. «Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Si los guía el Espíritu no están bajo el dominio de la ley», nos dirá San Pablo.