Domingo 28 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Fuenteycumbre

El leproso que vuelve para agradecer la curación lo hace, dice el evangelio, «alabando a Dios a grandes gritos». Se ha dado cuenta de que aquel gran favor que Jesús le ha hecho es, en el fondo una señal de cómo Dios actúa misericordiosamente con los hombres, y por eso se volvió alabando y ensalzando al Dios salvador, al Dios que actúa de tantas y tantas maneras en la vida de los hombres.

1. Oración

Señor Jesús, al ver la actitud de los leprosos, que te gritaron: …Jesús, maestro, ten compasión de nosotros… de la misma nosotros, te gritamos, pidiéndote tu ayuda, para que cada vez más te conozcamos, te sigamos, te amemos, y nos identifiquemos contigo. Uno de ellos, te reconoció como el verdadero sacerdote, y te reconoció como el Señor, postrándose ante ti, te pedimos que de la misma manera, tengamos la gracia de reconocerte como nuestro Dios, siendo Tú el que nos animes y alientes a ser Tú todo para nosotros, reconociendo todo lo que haces en nosotros. Amén.

 

2. Textos y comentario

2.1. Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 14-17

En aquellos días, Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: – «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.» Eliseo contestó: – « ¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada.» Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: – «Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.»

Esta primera lectura nos relata el epílogo, nada más, de la breve e intere­sante historia del sirio Naamán; toda ella dentro, a su vez, del lla­mado ciclo de (Elías y) Eliseo. El acontecimiento es llamativo por varios incidentes.

Podemos colocar, en primer lugar, el hecho de la curación de la lepra. Una curación de ese tipo es de por sí un acontecimiento singular. ¿Quién jamás ha curado así, sin medios adecuados, la terrible enfermedad de la lepra? El pro­digio señala, por una parte, al hombre de Dios, Eliseo; por otra, apunta a la obediencia -fe del pagano Naamán-: Se bañó en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios.

En segundo lugar, podemos notar el agradeci­miento de Naamán y, como contrapartida, la rehúsa de Eliseo: gratis se le concedió, gratis lo dio. Es el tí­pico empleo, por parte del taumaturgo, del carisma concedido.

Por último, y esto es lo más importante, queda por notar el cambio interno, la nueva postura del agraciado, como resultado del milagro: No sacrifi­caré a otro Dios que no sea el Señor. La salvación corporal no es algo que merezca la pena por sí misma. La acción de Dios va dirigida a salvar al hombre entero en sí mismo: conocimiento y servicio del verdadero Dios. Quizás sea la lepra la expre­sión-símbolo del alejamiento que el hombre guarda de Dios. Ahí está la verdadera salvación del in­dividuo: en el verdadero conocimiento del único Dios. Naamán y el autor del libro lo vieron claro. Esto nos trae otro pensamiento in­teresante para aquel tiempo: Dios no limita su acción salvadora al pueblo de Israel. Es un preludio del Nuevo Tes­tamento. Los paganos dan, a veces, mejor testimo­nio de fe y de docilidad que el mismo pueblo ele­gido. Cristo hará refe­rencia a este cuadro en su evangelio. La tierra que lleva consigo el sirio Naamán es para edificar un altar al Dios de Israel en propia tierra, como Dios único. Refleja la mentalidad y el estado de la Revelación en aquella época.

2.2. Salmo responsorial Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4 (R.: cf. 2b)
R. El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad. R.

Efec­tivamente, Dios re­vela su justicia a todas las naciones. La justicia de Dios, sin embargo, es su consejo de salvación, su ac­ción salvadora. Hacia ahí van las intervenciones de Dios en la historia, que culmina con el envío de su Hijo, muerto por nosotros. Tales intervenciones reciben la forma concreta adecuada, correspon­diente a las circunstancias por las que atraviesa el pueblo de Dios. Quizás se recuerde aquí, de forma innominada, o la salida de Egipto o la vuelta del destierro. Ambas fueron acontecimientos que susci­taron la admira­ción de las naciones circundantes. La razón última siempre su misericordia y su fide­lidad al pueblo elegido.

2.3. Lectura de la segunda carta de] apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13

Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

La estructura literaria, llena de cadencias y contrastes y aun de cierto ritmo, nos hacen pensar en alguna antigua fórmula de fe y en algún breve himno, empleados aquí por Pablo en el momento de dar unos consejos pasto­rales a Timoteo, su discí­pulo. El pensamiento corre suelto por cauces profun­dos. La memoria de Jesús -el Cristo, el Heredero del trono de David, títulos mesiánicos precede a toda consideración religiosa y a toda exhortación pasto­ral. He aquí el curso del pensamiento de Pa­blo.

Jesús es el Cristo, el Señor, el Hijo de David. Su Señorío se ha manifestado en su resurrección de en­tre los muertos. A ello se reduce sustancialmente el evangelio de Pablo. Pablo se ha entregado en cuerpo y alma a la proclamación de la Buena Nueva. Su postura de Testigo y predicador, su celo de discípulo lo han llevado a dar con sus huesos en la cárcel. Pablo lleva cadenas; Pablo pasa por malhechor (persecuciones romanas, quizás). La Palabra de Dios -el Evan­gelio- no está, sin em­bargo, sin más, sujeta a las vicisitudes humanas. Pablo sí está encadenado; la Palabra de Dios no está encadenada en modo alguno. Es fuerza del Es­píritu. La Palabra de Dios corre suelta y libre, ac­tiva y pode­rosa, vital e irresistible, produciendo en todas partes frutos de salvación. Pa­blo se llena de alegría y de entusiasmo; más aún al comprender que, aunque su palabra no llega a nadie -está encadenado-, sí, no obstante, tienen fuerza, en la pro­clamación del evangelio, su pasión y sus sufrimien­tos. Sus cadenas contribuyen también a que la Pa­labra no esté encadenada. (Realidad consola­dora).

El fin de todo es la salvación de los elegidos: la gloria eterna, conseguida para todos por Cristo en su muerte y en su resurrección. Es el meollo del evan­gelio de Pablo: morir -no sólo en el bautismo, se trata del martirio- para vivir con él; sufrir con él -perseverancia en la persecución- para reinar con él. Como contraposición y para mover más a la perseverancia: si le negamos, nos negará él; si so­mos infieles, él será fiel, es decir, riguroso juez nuestro. Cristo no puede prescindir de sus prerroga­tivas divinas. La memoria de Cristo debe animarnos a perse­verar y a sufrir por él. Él, que tiene la vida, nos la dará; él, que tiene el castigo, nos lo impondrá, si no somos fieles. (El evangelio abunda en frases que apuntan por ahí).

2.4. Lectura del santo evangelio según san Lucas 17, 11-19
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: – «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: – «Id a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: – « ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo o: – «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

El milagro está colocado dentro del extenso ma­terial que Lucas recoge y or­dena en el largo viaje que Jesús realiza camino de Jerusalén. Jesús va ha­cia Jerusalén. Se trata de un viaje físico, sin duda; pero Jerusalén tiene un sen­tido más profundo. Jesús camina hacia Jerusalén, donde tendrán lugar los grandes acontecimientos salvíficos de su muerte, resurrección y ascensión. Je­sús no pierde de vista la meta. En este caminar, Cristo va ejerciendo su mi­sión de salvador.

El pasaje leído nos relata un acontecimiento significativo. El interés del pa­saje no recae sobre el milagro en sí, sino sobre la postura de los agra­ciados, en particular sobre uno de ellos, sobre un samaritano agradecido. Diez leprosos viven y mendigan juntos el sustento de su vida. Uno es samaritano. La común desgracia les ha hecho olvi­dar sus diferencias y odios raciales. Todos acuden a Cristo. De lejos (no estaba permitido acercarse a la población sana) gritan pi­diendo auxilio y salud para sus cuerpos que ya comienzan a descompo­nerse. Cristo accede a su petición. Deben ir, con todo, a presentarse a los sacerdotes. Éstos deben decidir si realmente están o no curados. Todos se encuentran sa­nos, todavía en camino a los sacerdo­tes. Uno sólo vuelve a dar gracias por el don recibido. Éste era un samaritano. Gran admiración y sorpresa de Cristo. Por una parte la gratitud del extraño; por otra la falta de agradecimiento en los de casa. El contraste es saliente y edificante. Ahí recae el interés del texto. Jesús vincula la salvación a la fe. En Lucas la salvación reviste un aspecto particular. La salvación no es una mera salud corporal, material. La salvación lleva, aunque inicial, una nueva postura del hombre respecto a Dios. Aquí es la fe. El le­proso no ha recibido sólo la salud: el leproso da gracias a Cristo, en­viado de Dios. Hay un movi­miento inicial de sumisión a Cristo, de salvación por tanto. La salud lo lleva a esa postura. Es un valor lucano.

Reflexionemos

Haz memoria de Jesucristo, el Señor, ordena Pablo a Timoteo. Eso es lo que tratamos de hacer -y hacemos- en la celebración del misterio eucarís­tico. Jesús, el Cristo, el Ungido descendiente de David, el Señor de todo lo creado, está con noso­tros. Recordamos en ese momento su muerte, su resurrección y su venida gloriosa como fiel retribui­dor y como severo juez. Cristo salvador está con nosotros dispuesto a salvar. Cristo resucitado tiene poder para ello. Co­mencemos, pues, por el título de salvador, aunque no sea este tema el más sobresaliente de las lecturas.

A) Cristo Salvador.- Cristo es el hombre de Dios por excelencia, puesto para salvar. El evan­gelio lo pone de relieve en la curación de los le­prosos. Las pala­bras de Pablo lo recuerdan de forma manifiesta: viviremos con él, reinaremos con él; la gloria eterna, lograda por Cristo Jesús. Esta salvación, que reviste a veces la forma de victoria, viene aclamada y aplaudida en el salmo responso­rial. Salvación para todas las gentes. La gran victo­ria ha sido realizada por Cristo en su muerte y re­surrección. El episodio de Naamán preanunciaba, ya en el Antiguo Testamento, la virtud salvadora de Dios a través de su hombre para todos.

B) Dentro del contexto de Cristo Salvador po­demos distinguir algunos ele­mentos de importan­cia:

1) Salvación sobrenatural: clarísimo en las palabras de Pablo: gloria eterna. Inicial en las pa­labras del leproso samaritano: la acción de gracias y la alabanza a Dios son ya el comienzo de la sal­vación. De igual forma la actitud del noble sirio. La curación de la lepra en ambos casos es el primer paso a la salvación del individuo en su totalidad. (¿Lepra = pecado? Sentido simbólico). A eso ha venido Cristo. El fin de su actividad no es simple­mente curar los ma­les, sino llevar al hombre a Dios. La confesión del príncipe sirio y la gratitud del le­proso samaritano revelan la acción salvadora de Dios que opera ya in­ternamente.

2) Obediencia-Fe. Obediencia a la palabra de Dios, representada por Eliseo para el magnate si­rio, por Cristo para el leproso samaritano. Baste decir, res­pecto a Pablo, que el texto es en el fondo una confesión de fe. La fe salva. No pode­mos acercarnos a Cristo salvador sin fe. La fe nos abre a su acción salva­dora. La fe es ya el comienzo de la salvación. Hay que dar gracias a Dios confe­sando su nombre.

3) Gratitud. El salmo responsorial lo presenta en forma de cántico. Naa­mán en forma de confesión: El único Dios, el Dios de Israel. El evangelio la pone de relieve: ¿No eran diez los curados? Gratitud a los beneficios recibidos de Dios. ¿No es la Santa Misa, la Eucaristía una acción de gra­cias? Este es el aspecto principal de las lecturas de hoy. Aclamación, acción de gracias, confesión agradecida. La participación en los sagrados misterios debe efectuarse con fe. De esa forma podrá Cristo, Señor y Rey poderoso para resucitar y dar la vida eterna, salvarnos totalmente. La fe es ya el comienzo de la salvación. La gratitud y la aclamación son el ejercicio de esa misma salvación. La muerte de Cristo, con su resurrección, debe recordarnos nuestra muerte y nuestra resurrección. La confesión del nombre de Cristo ha de hacernos cambiar de postura; postura que puede culminar en el testi­monio, en el martirio. En la primera oración se pide la gracia de una disposición constante para obrar el bien. Es la nueva postura. En la segunda se ruega a Dios que la Eu­caristía nos lleve a la vida eterna. Es la salvación completa. La tercera oración es más general: participar de la naturaleza divina. Aquí se comienza; allí se cumple.

 

3. Oración 

Señor Jesús, el leproso curado, cuando se sintió limpio, volvió a ti, para agradecerte, para bendecirte y alabarte por lo que habías hecho en él, así se postró a tus pies y te alababa, nosotros también, al ver todo lo que nos das, todos tus beneficios y bendiciones, te damos gracias, porque eres el Dios cercano y amigo, el Dios con nosotros, que estás a nuestro lado, ayudándonos a conocerte y así amarte y seguirte. Gracias Señor, por darnos la oportunidad de profundizar tu Palabra; gracias por sentir tu presencia viva junto a nosotros, gracias, porque eres Tú el que nos llevas a ti, y nos haces conocerte más. Gracias Señor, por el privilegio y el don de creer en ti y de seguirte, teniendo vida en ti y de ti. Gracias Señor.

3 comentarios sobre “Domingo 28 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

  1. ESTIMADOS AMIGOS,NO SE SI M EQUIVOCO, PERO ESTE DOMINGO 13 DE OCTUBRE ES EL 28vo. DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Y NO EL 29 COMO LO TIENEN UDS, GRACIAS Y DISCULPEN SI M EQUIVOCO

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