La fiesta del Corpus, ahora llamada más exactamente «del Cuerpo y la Sangre de Cristo», ha arraigado hondamente en el pueblo cristiano, desde que se introdujo en el siglo XIII. La Eucaristía tiene dos dimensiones: su celebración (la misa) y su prolongación, con la reserva del Pan eucarístico en el sagrario y la consiguiente veneración que le dedica la comunidad cristiana. La finalidad principal de la Eucaristía es su celebración y la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo, que ha querido ser nuestro alimento para el camino de la vida. Pero desde que la comunidad cristiana empezó a guardar el Pan eucarístico, sobre todo para los enfermos y para el caso del viático -cosa que data ya desde los primeros siglos-, fue haciéndose cada vez más coherente y connatural que se rodeara el lugar de la reserva (ahora, el sagrario) de signos de fe y adoración. Es lo que subraya la fiesta de hoy, con un cierto paralelismo con la noche del Jueves Santo, en aquellas horas entrañables entre la misa vespertina y el comienzo del Viernes.