Domingo 31 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

31 DOM TO

Antífona de Entrada

Así como Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él. Y así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida.

  1. Oración Colecta

Oremos: Escucha, Señor, benignamente nuestras súplicas, y concédenos que al proclamar nuestra fe en la resurrección de tu Hijo de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la resurrección de tus hijos difuntos. Por nuestro Señor Jesucristo… Amén.

  1. Texto y comentario

2.1. Lectura del libro de Job (19, 1. 23-27)

En aquellos días, Job tomó la palabra y dijo: “Ojalá que mis palabras se escribieran; ojalá que se grabaran en láminas de bronce o con punzón de hierro se esculpieran en la roca para siempre. Yo sé bien que mi defensor está vivo y que al final se levantará a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré y no otro, mis propios ojos lo contemplarán. Esta es la firme esperanza que tengo”.

El contexto

Este famoso pasaje, tomado, como el precedente, de los diálogos de Job con sus amigos, es uno de esos raros momentos en los que Job expresa cierta esperanza.

El texto

– vv. 23-24: Job anuncia que va a pronunciar importantes palabras, que deberán pasar a la posteridad

(bronce, punzón de hierro, roca). – vv. 25-27a: el mensaje es que su libertador vive y que él, Job, lo verá al final con sus propios ojos. ¿Quién es este «libertador»? Sin ninguna duda, es el Señor. La palabra hebrea go’el (traducida generalmente por «redentor, libertador») designa a un hombre que tiene la obligación de acudir en ayuda de un pariente próximo en estado de necesidad. El profeta del exilio (Is 40-55) lo aplica al Dios de Israel, que va a liberar a los judíos exiliados en Babilonia, cosa que efectivamente se produjo unos años más tarde (538). Esto implica que el Señor está cerca de los suyos y que no puede dejar de acudir en su ayuda. Esta esperanza de Job ¿a qué tiempo se refiere: al de después de la muerte?, ¿al final de la prueba en la tierra? El texto lo deja en el misterio. ¿De qué «fin» se trata? Las últimas palabras, traducidas aquí por «no se desviará», también pueden entenderse como: «No será extraño», y entonces las dos últimas líneas podrían traducirse: «Lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño».

Aunque la solemne afirmación de este texto esté completamente aislada en el libro de Job (a continuación encontramos la oscuridad y la angustia), en él se lee una esperanza centrada en la acción de un Dios salvador. Desde una iluminación cristiana, a menudo se ha visto el anuncio de Cristo salvador. Se puede subrayar que esta esperanza brota en medio de la angustia de un hombre aplastado.

2.2. Salmo Responsorial Salmo 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor

y esa ternura.

A ti, Señor, levanto mi alma.

Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas

A ti, Señor, levanto mi alma.

Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza.

A ti, Señor, levanto mi alma.

 

2.3. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los filipenses (3, 20-21)

 

Hermanos: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.

 

El contexto

 

Filipos, colonia romana del norte de Grecia, fue la primera ciudad de Europa en ser evangelizada:

Pablo llegó a ella en los años 49-50. Lucas, en los Hechos de los apóstoles, nos da una idea de esta movida estancia: léanse los relatos de Hch 16,11-40. Seis o siete años más tarde, mientras Pablo está en prisión (probablemente en Éfeso), escribe a los filipenses para darles noticias suyas, agradecerles sus dones y alentarlos; lo hace con un afecto muy caluroso. Esta carta está traspasada por una alegría y un dinamismo sorprendentes, sobre todo por parte de un hombre encarcelado. Nuestra lectura es el final del conjunto del capítulo 3, donde Pablo resume su vida desde su encuentro con Cristo en el camino de Damasco (3,4-16); después alienta a los filipenses a seguir su ejemplo: «Fijaos en quienes me han tomado como norma de conducta » (3,1 .7-4,1). Les advierte especialmente contra aquellos que quieren desviarlos de la imitación de Cristo inventando una religión demasiado humana, fácil y sin la cruz (vv. 18-19). Este texto es uno de los más fuertes en los que Pablo habla de su conversión y de su apasionada unión con Cristo resucitado.

El texto

– v. 20: «Somos ciudadanos del cielo». En el Imperio romano, los que tenían el título de ciudadanos romanos se beneficiaban de privilegios y garantías jurídicas. Pablo, que es ciudadano romano (Hch 22,25-29), prefiere llamarse ciudadano del cielo, para dar razón de su relación privilegiada con Dios. Su vida terrena no durará más que cierto tiempo, pero pertenece ya al mundo de Dios, al mundo nuevo inaugurado por Cristo resucitado. Por eso espera su venida gloriosa como salvador.

– v. 21: «Transformará nuestros míseros cuerpos ». Pablo está a punto de sufrir las miserables condiciones de las prisiones de la antigüedad, pero interiormente es libre. Su estado de salud no debe de ser muy bueno, porque habla de su «mísero cuerpo», pero esto no le impide estar ya en tensión hacia la vida nueva, hacia el «cuerpo glorioso» de Cristo, que le transfigurará. El «poder» de Cristo es la plenitud del Espíritu de Dios, que puede crear todo y recrearlo.

«Manteneos firmes en el Señor» (4,1). La última palabra de Pablo es de ánimo para sus queridos amigos de Filipos. Lo mismo que él, también ellos conocen dificultades: les desea el ánimo de permanecer fieles a Cristo muerto y resucitado. Ante la muerte de nuestros allegados, nuestra fe también es puesta a prueba. Nuestra fuerza es la presencia de Cristo vivo, que acude en ayuda de nuestra frágil fe. Igual que para Pablo, esta presencia de Cristo se expresa también a través de los afectos y las amistades que vivimos y que nos rodean: «Mis queridos hermanos, a quienes tanto deseo volver a ver… amados míos».

2.4. † Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (15, 33-39; 16, 1-6)

Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Miren, está llamando a Elías”. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo: “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo: “De veras este hombre era Hijo de Dios”. Transcurrido el sábado, María Magdalena, María (la madre de Santiago) y Salomé, compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. Muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, se dirigieron al sepulcro. Por el camino se decían unas a otras: “¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?” Al llegar, vieron que la piedra ya estaba quitada, a pesar de ser muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven, vestido con una túnica blanca, sentado en el lado derecho, y se llenaron de miedo. Pero él les dijo: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto”.

El contexto

El recorte del final del relato de la pasión, por las necesidades de la liturgia, puede desorientar al lector. Este relato vincula la muerte de Jesús en el Gólgota, el viernes (15,21-39), con el anuncio de la resurrección hecho a las mujeres que acuden al sepulcro el domingo por la mañana (15,40-16,8).

La hora tan temida en Getsemaní ha llegado. La hora del final de los tiempos se identifica con ese momento particular de la muerte de Jesús, de la que Marcos indica las horas: la crucifixión hacia las nueve de la mañana (v. 25), las tinieblas al mediodía (v. 33) y la muerte de Jesús hacia las tres de la tarde (v. 34). Nuestro texto comienza al mediodía: después de los insultos de los que pasan, las burlas de los jefes de los sacerdotes y los improperios de los malhechores (15,29-32).

El texto

– 15,33: a mediodía, las tinieblas.

– 15,34.37: a las tres, el grito y la muerte de Jesús.

– 15,38-39: se rasga el velo del templo, confesión de fe del centurión.

– 16,1-4: después del sábado, las mujeres en el sepulcro.

– 16,5-6: palabras del joven.

La mención de las tinieblas sobre toda la tierra recuerda el «duelo por un hijo único», según expresión del profeta Amós (8,9-11). Y esta angustiosa oscuridad arranca a Jesús un grito de angustia: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 34). Es la trágica pregunta con la que comienza un salmo de súplica (Sal 22 o 21). Jesús ajusticiado no comprende y espera de Dios un signo, una respuesta. Este grito del Hijo de Dios asume todos los sufrimientos de los hombres que están en la angustia y se sienten abandonados por Dios.

Mirando al Crucificado, viendo que Jesús «había expirado así», el centurión lo reconoce como «Hijo de Dios». A partir de este momento, Dios ya no está en el templo, cuyo velo acaba de desgarrarse, sino en cualquier rostro que comparte su muerte y grita su angustia. Es la desconcertante revelación del Hijo de Dios crucificado, y no menos desconcertante será el anuncio de su resurrección a las mujeres por parte del joven vestido de blanco, hasta el punto de que, en san Marcos, el relato de la pasión terminará de forma abrupta y enigmática con la huida y el silencio de las tres mujeres conmocionadas.

Para Marcos, las dos caras del misterio pascual -muerte y resurrección- son tan desconcertantes tanto la una como la otra. Pero existe un camino para percibir ya los signos de la resurrección: puesto que «os precede en Galilea» (16,7), volved allá abajo, donde había anunciado la llegada del Reino de Dios. «Allí le veréis» volviendo a dar la salud y la vida, «levantando» o «despertando» a la suegra de Simón (1,31), al paralítico (2,9), al hombre con la mano atrofiada (3,3), a la hija muerta (5,41), al muchacho epiléptico (9,27) y al ciego Bartimeo (10,49).. Contemplemos estos signos de resurrección en la vida de nuestros hermanos que pasan de la muerte a la vida.

2.5. La muerte-resurrección de Jesús, nuestra imagen

Hemos leído el núcleo de la pasión de san Marcos; relato extraordinariamente sobrio. Por un lado, estamos ante una muerte que es el resultado de una larga oposición de Jesús a los poderes  religiosos y civiles de su tiempo, a los cuales se dirigió con un lenguaje profético, libre e incómodo. Pero al mismo tiempo es la muerte del Mesías que ha querido hacerse «servidor» y no «jefe», y que se entrega plenamente él mismo por amor. La muerte que estamos contemplando es un don de Dios, es el momento culminante de toda la historia de la salvación, de la liberación de los hombres.
No nos pongamos, por tanto, ante esta escena porque sí, o porque es bonita o consoladora, sino porque ESTE HECHO DE SUFRIMIENTO MUERTE-RESURRECCION DE JESUS ES LO QUE DA SENTIDO a nuestro presente angustioso y a nuestro futuro.

A menudo este más allá, lo hemos mirado como desconectado de la vida presente, como una etapa aislada. En cambio, en Jesús encontramos las dos etapas perfectamente compenetradas. LA MUERTE NOS AYUDA A DESCUBRIR LA SERIEDAD DE LA VIDA PRESENTE. Y el secreto no consiste tanto en saber qué pasará en aquel último instante, sino en servir con fidelidad la historia de cada día, sin excluir la posibilidad de una opción final. Dicho sencillamente: MORIREMOS TAL COMO HABREMOS VIVIDO. De ahí que tenga una gran importancia nuestra vida actual según el
evangelio: ahora es el momento de perdonar a los que nos han ofendido, de ser solidarios en el trabajo y en el barrio, de atender a los hijos y educarlos, de escuchar la voz de Dios, de reavivar el amor en el matrimonio, etc. La hora de nuestra conversión es la vida de cada día. Las preocupaciones finales quizás no sirvan de nada.

Recuerdo y plegaria

ENCOMENDEMOS A NUESTROS FAMILIARES DIFUNTOS A LA VOLUNTAD DE DIOS. Por último veamos un aspecto importante de nuestra celebración: a pesar del dolor que se respira, creo que este encuentro es una señal de NUESTRA ESPERANZA CRISTIANA.

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