Domingo 32 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Domingo 32 TO

Dedicación de la Basílica de Letrán.

El profeta Ezequiel nos comparte una visión prometedora. La casa de oración se convertirá en la fuente de vida que irrigará colinas y desiertos, propagando el verdor, las frutas y alimentos por doquier. El pasaje se ubica en el contexto del regreso del destierro, es la afirmación clara de que Dios fuente de bendición volverá acompañar a su pueblo. Sin embargo, esa bendición no estará exenta de responsabilidades. Tal como lo señalan tanto el Evangelio de Juan como la Carta a los corintios, es necesario reportar frutos. El Señor Jesús visita el templo de Jerusalén y descubre la degradación presente en la abundancia de rituales, carentes de actitudes éticas. El gesto profético simboliza la destrucción de ese desorden. Ese montón de piedras no cumple su función, no sirve para vincular a los creyentes entre sí y con Dios. Habrá que construir un templo espiritual, edificado con fidelidad y justicia, con misericordia y amor fraterno. De ese templo habla san Pablo en su Carta.

ANTÍFONA DE ENTRADA (Cfr. Ap 21, 2)

Vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido.

  1. ORACIÓN COLECTA

Señor, tú que con piedras vivas y escogidas preparas una morada eterna para tu divinidad, derrama con abundancia sobre tu Iglesia la gracia que le has otorgado, para que tu pueblo fiel avance sin cesar en la construcción de la Jerusalén celestial. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

  1. Texto y comentario

2.1. Del libro del profeta Ezequiel: 47, 1-2. 8-9. 12

En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho. Aquel hombre me dijo: «Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina».

La visión de Ezequiel profetiza con extraordinaria claridad la auténtica significación del «Templo de Dios». No es un simple edificio sino el lugar de los sacrificios, de las alabanzas a Dios y, lo que es más importante todavía, el lugar donde mana en abundancia el agua de la vida que todo lo purifica. El que beba de ese agua no morirá y vivirá para siempre produciendo frutos nuevos.

Salomón empezó a construir su santuario «el año 480 de la salida de Egipto…» (1 R 6, 1). Con el final de estas obras se cierra la gran etapa de peregrinación por el desierto desde tierras de Egipto; el Dios peregrino instaura su morada entre los habitantes de la ciudad. La tarea ha sido muy ardua, se tardaron más de siete años en concluir unas obras descritas con todo detalle, en cuanto a su forma, proporciones y ornamentación, en 1 Rey. 6 ss. Salomón conserva el templo y «… la Nube (presencia divina) llenó el templo de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando… » (1 Rey, 8, 10 s). La Nube que dirigió al pueblo por el desierto mora en el templo.

Con la deportación a Babilonia, el sacerdote y profeta Ezequiel vio «…que venía del norte un viento huracanado, una gran nube y zigzagueo de relámpagos…». La Gloria del Señor, su Nube abandona el templo de Jerusalén para morar entre los desterrados de Babilonia (cf. las difíciles visiones de los caps. 1 y 10 de Ezequiel). Con el abandono del templo por Dios se consuma el destierro.

Texto: Los caps. 40-48 nos describen el nuevo templo y la nueva tierra.

El nuevo templo ha de ser reconstruido (Ezequiel hace una descripción del mismo geométrica y árida en los caps. 40-42), debe tener sus ministros, culto… (caps 44-46), pero el momento más importante se describe en el cap. 43: «Vi la Gloria del Dios de Israel que venía de Oriente con estruendo de aguas caudalosas…» (v. 2). El Dios que abandonó el templo con el destierro vuelve de nuevo con el pueblo para morar entre ellos.

Ahora ya pueden tener lugar la división y repartición de la tierra (caps. 47-48). En 47, 1-12 se describe el poder vivificador de esas aguas caudalosas que acompañan a la venida del Señor. Desde el vestíbulo del templo, donde se encuentra Ezequiel, contempla un manantial de agua que tras atravesar la parte del sur del altar se dirige hacia la zona exterior más árida, el oriente. El agua cada vez más caudalosa hasta que llega un momento en que el hombre no puede ya vadear el torrente.

El agua invade todo el relato (se repite 14 veces). Agua abundante que vivifica el Mar salado donde van a multiplicarse los peces, y los pescadores podrán verse en su orilla (imagen idílica de los vs. 8-10). Agua abundante que hará posible no sólo el resurgir del mundo animal y humano sino también el vegetal: a su orilla crecerán toda clase de árboles frutales (v. 12).

2.2. Salmo Responsorial (Del salmo 45)

R/. Un río alegra a la ciudad de Dios.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, quien en todo peligro nos socorre. Por eso no tememos, aunque tiemble, y aunque al fondo del mar caigan los montes. R/.

Un río alegra a la ciudad de Dios, su morada el Altísimo hace santa. Teniendo a Dios, Jerusalén no teme, porque Dios la protege desde el alba. R/.

Con nosotros está Dios, el Señor; es el Dios de Israel nuestra defensa. Vengan a ver las cosas sorprendentes que ha hecho el Señor sobre la tierra. R/

Este salmo es un «cántico de Sión». Sión es la colina de Jerusalén situada al sur del Templo. Al pie de esta colina, brota una fuente, la «fuente de Siloé». Esta colina de Sión, esta fuente de agua viva, en la mente de los judíos, era una especie de anuncio del «cielo». Pensemos en los santuarios elevados, altos lugares que hacen levantar la cabeza. Puntos culminantes de una ciudad, en que naturalmente, se ha construido un santuario.

Para Israel el «nombre» de Jerusalén está cargado de simbolismo místico con resonancias universales: Yerushalaim (de la raíz Shalom) «Ciudad de la Paz». Esta ciudad, construida sobre la roca, parecía físicamente indestructible, inexpugnable.

Pero la solidez, la seguridad de esta ciudad excepcional, no derivaba especialmente de circunstancias topográficas, humanas, estratégicas… «Dios, mora en ella». Se atreven a pensar que es la «¡Ciudad de Dios!». Dios-con-nosotros: «Emmanuel». Afirman osadamente que el Dios escogido por Jacob, su ancestro, es el Dios del universo.

Sí, el «Dios sabaoth», el Dios de los ejércitos celestes, el Dios que hizo surgir el cosmos con millares de soles, es también quien escogió este pequeño pueblo, Jacob su bien amado… e hizo brotar, sencillamente, la fuente de Siloé que corre «alegremente», irrigando aquella ciudad, Jerusalén. Otras ciudades son amadas de Dios, pero sólo hay una en la cual ocurrieron acontecimientos únicos para la humanidad entera: para la paz universal… Una ciudad-fuente.

2.3. De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 3, 9-11. 16-17

Hermanos: Ustedes son la casa que Dios edifica. Yo, por mi parte, correspondiendo al don que Dios me ha concedido, como un buen arquitecto, he puesto los cimientos; pero es otro quien construye sobre ellos. Que cada uno se fije cómo va construyendo. Desde luego el único cimiento válido es Jesucristo y nadie puede poner otro distinto. ¿No saben acaso ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo.

El apóstol Pablo explica de forma nítida la autenticidad del Templo de Dios tras la venida del Espíritu Santo.

Pablo presenta la metáfora del templo para explicar la realidad del ser cristiano y de la comunidad de quienes están en el Señor, naturalmente es una metáfora en la cual lo más importante no es el templo material sino el tercio de comparación, el hombre, hombre en comunidad cristiana particularmente.

La metáfora, o más bien alegoría («metáfora continuada») ofrece posibilidades varias para exponer algunos puntos fundamentales de la constitución de la comunidad.

En primer lugar, según el texto, la actividad humana de los predicadores y apóstoles que, en lo práctico y experimentable, comienza a construir y animar la comunidad. Pero en un plano más profundo y personal, el único lugar, y privilegiado, del Señor Jesús como fundamento de todo el ser cristiano, individual y colectivo, recibe un subrayado importante. Aun cuando la comunidad, la Iglesia, sea muy importante, es imposible olvidar a Cristo como fundamento. En este sentido, algunas formas de hablar del papado, exagerando el texto de Pedro-piedra, no hacen justicia a la realidad y pueden eliminar o disminuir de ciertas conciencias esa insustituible situación de Jesús como fundamento. Naturalmente no de forma consciente o explícita, pero sí implícitamente o de manera práctica. En tercer lugar, el texto subraya la responsabilidad de colaborar con Cristo y la seriedad de ese compromiso.

2.4. Del santo Evangelio según san Juan: 2, 13-22

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre». En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora. Después intervinieron los judíos para preguntarle: «¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré». Replicaron los judíos: «Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

La lectura evangélica de hoy está enmarcada por dos referencias a la Pascua: «se acercaba la Pascua de los judíos» (versículo 13); «cuando resucitó de entre los muertos» (versículo 22). Este último versículo, además, nos da la perspectiva desde la que se interpreta y se ve en todo su significado el gesto de Jesús: después de la resurrección de Jesús se va comprendiendo todo su alcance.

La denuncia de los abusos que se cometían en el templo y las exigencias del culto verdadero es algo frecuente en los profetas; así Jeremías acusa a los sacerdotes de tratar el templo como una cueva de ladrones (cf. 7, 11) y profetiza su destrucción; y el libro de Zacarías termina anunciando que «aquel día» toda la ciudad de Jerusalén será santa y no se verán mercaderes en el templo. Los que presenciaron la acción de Jesús podían reconocer en ella un signo profético e incluso mesiánico, pero comprendieron su acción posiblemente sólo como una purificación o restauración.

Teniendo en cuenta la teología de Juan, que interpreta el hecho a partir de la resurrección, podemos afirmar que la intención de Jesús no era sólo la de purificar el templo (de hecho los cambistas y los vendedores de animales eran necesarios), sino la de suprimir el templo sustituyéndolo por «el templo de su cuerpo»; para la teología joánica el templo es Jesús resucitado («templo no vi ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero»: Ap 21,22).

La postura de Jesús ante el templo y cuanto esta institución significaba es una de las causas más importantes -una causa muy inmediata según el relato de los sinópticos, y más lejana en cuanto al tiempo en el evangelio de Juan- que provocan la muerte de Jesús. Lo insinúa ya el evangelista al decir que los discípulos se acordaron de que la Escritura dice: «porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí» (salmo 68, 10).

La reacción de los judíos es exigir a Jesús un «signo», es decir, una prueba divina que le acredite para mantener esta postura para con el templo. El templo tenía el sentido de significar la presencia de Dios en medio del pueblo; ahora esta presencia de Dios se manifiesta de un modo mucho más pleno en Jesús. Los judíos lo matarán porque representa un peligro para su templo.

Jesús no quiere darles otro signo que el de su muerte y resurrección, que es la máxima manifestación de la gloria de Dios, de su amor y entrega a los hombres. De hecho, la muerte y resurrección de Jesús no significará la destrucción de la presencia de Dios entre los hombres a través de Él, sino la supresión de todo templo excepto el de su cuerpo glorioso, santuario donde habita la plenitud del Espíritu Santo.

Reflexionemos:

Del Templo mana el agua de la vida: la visión de Ezequiel es preciosa. Descubre en el templo un manantial, que se convierte en riachuelo, río y mar. Esa agua lo vivifica todo. Siembra la vida por donde pasa y destruye la muerte. Hasta el mar de aguas salobres se transforma en mar donde es posible la vida de multitud de peces, donde es posible la pesca milagrosa. Es una imagen que nos indica que en el templo cristiano está la fuente de la vida. Que es como el pozo en el que la Samaritana encuentra un agua que salta hasta la vida eterna, un agua viva. Ir al templo es beber de la Fuente, es encontrarse con la realidad primera, con el seno del que nacen todas las formas de vida.

El verdadero templo es el Cuerpo de Jesús El espacio donde habita en plenitud la divinidad es un cuerpo humano, que vivió en la tierra durante 33 años y que ahora está glorificado para siempre: ¡es el Cuerpo de Jesús! Del costado derecho de ese templo mana el Agua de la Vida: torrentes de agua viva que todo lo llenan de vida. Por eso, quien es ese templo, dijo «Yo soy la Vida»…. «Quien tenga sed que venga a Mi y beba»… «El agua que yo le daré».. Sí, el Cuerpo de Jesús es el Templo por antonomasia, no construido de piedras, sino engendrada por obra del Espíritu Santo y de María virgen. Comulgar el cuerpo de Cristo es entrar en el templo, no solo como un visitante, sino como una piedra viva, como una piedra viviente incorporada al Templo. Quien forma parte del Templo da vida y vida abundante, con Jesús.

Los cristianos somos piedras vivas del Templo de Dios. La comunidad cristiana es el ámbito de la presencia del Verdadero Templo que es Jesús. «Donde dos o tres estáis reunidos, allí estoy yo en medio de vosotros». «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, sin mí no podéis hacer nada». Tenemos vocación de templo en el Cuerpo de Cristo. Tenemos, por eso también, vocación de contemplativos. Toda realidad se convierte para nosotros en presencia del Espíritu del Señor que llena la tierra. Todo rostro humano lleva la impronta del verdadero templo.

Esto nos orienta en la línea del mensaje de la carta a los Hebreos. Los cristianos queremos construir la nueva Jerusalén, con su templo que es el Cuerpo del Señor. Nos resulta insuficiente, radicalmente insuficiente, la vieja Jerusalén, con su viejo templo que siempre puede ser destruido.

Es verdad que la estructura religiosa del Templo tiene grandes valores. Es verdad que podemos y debemos cultivar esa experiencia humana que tiene como escenario simbólico el Templo, la Iglesia. Pero no debemos quedarnos ahí. El templo es un símbolo que nos remite a una realidad que abarca toda la tierra. Porque la Gloria de Dios llena el Universo. Porque ya ahora, en este tiempo -como dijo Jesús a la Samaritana- no se adora a Dios en este o en aquel monte, sino «en espíritu y verdad»

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