En este domingo Jesús se nos presenta como un auténtico profeta. Tal como lo presenta la primera lectura, su palabra posee una fuerza tal, que expulsa el espíritu del mal. Ahora Jesús sigue liberando a través de su Iglesia. Hagamos un momento de oración antes de leer y meditar la palabra de Dios.
- Oración colecta
Señor y Dios nuestro, concédenos honrarte con todo el corazón y amar a todos con amor verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
- Lectura y comentario
2.1. Primera lectura: Deuteronomio 18,15-20
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.» El Señor me respondió: «Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá.»
Un texto interesante. Por dos razones, especialmente: por hablar de los profetas -figuras siempre atractivas-, y por hablar de un profeta, apertura inicial a una interpretación mesiánica. Moisés es la figura inicial céntrica.
Dios se compromete a dirigir a su pueblo, además de por otros -reyes, sacerdotes…-, por los profetas. El profeta es el carismático por excelencia; el hombre de la palabra de Dios, movido por la fuerza del Espíritu. Y, como tal, sin vinculación necesaria a una familia de orden cultural – sacerdote – o una dinastía monárquica de gobierno -reyes- o a una profesión determinada – sabios o estudiosos; libre de ataduras humanas y suelto de todo compromiso para hablar con libertad en nombre de Dios al pueblo. Dios lo llamará personalmente: a quien quiera, cuando quiera, como quiera, para lo que quiera y por el tiempo que quiera. Pero siempre un enviado de Dios, revestido de autoridad y exigencia. La figura hay que comprenderla en el marco de la alianza: Dios, Señor de su pueblo y en medio de él, pero transcendente, le dirigirá con fidelidad su palabra en el momento oportuno. El hombre destinado para ello será el profeta.
El profeta es, pues, expresión de la benevolencia y fidelidad de Dios, ya critique, ya acuse, ya amenace, ya consuele, ya prometa. Su voz es la voz de Dios. Y, ¡hay del que se atreva a rechazarlo! Será rechazar a Dios. Y, ¡ay también del que se arrogue semejante misión sin poseerla!: morirá sin remisión. La palabra del profeta realizará lo que anuncia. Esa será la señal de lo que anuncia. Esa será la señal de su autenticidad.
El texto habla del profeta, en singular. ¿Señala, con ello, la serie de profetas que en el transcurso de la historia seguirán a Moisés? Iría bien con el contexto. ¿Apunta, quizás, inicialmente a un profeta singular que emulará y sobrepasará la profecía de Moisés? Así, poco a poco en la tradición judía, samaritana y cristiana. Los sacerdotes y levitas enviados de Jerusalén preguntan a Juan (Jn. 1, 21): « ¿Eres tú el profeta? ». Los ojos cristianos, después de contemplar en su conjunto el misterio de Cristo, no pueden menos de ver en el texto la figura del Señor Jesús. Esto no elimina, sin más, una interpretación colectiva del texto. En la colectividad, la excelencia de uno. Y ese «uno» es el Verbo encarnado de Dios, Palabra divina hecha hombre y permanente para siempre entre nosotros. Escuchémosle, so pena de ser condenado por desacato a Dios.
2.2. Salmo responsorial: 94
- Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor, / demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos a su presencia dándole gracias, / aclamándolo con cantos. R.
Entrad, postrémonos por tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque él es nuestro Dios, / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz: / «No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como el día de Masá en el desierto; / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R.
Salmo con aire cultual. Parece reflejar un acto litúrgico. Alabanza en la primera parte; conminación o interpelación profética en la segunda. El estribillo encaja muy bien con la lectura primera. El escuchar a Dios nos lleva a la salvación.
2.3. Segunda Lectura: 1Corintios 7,32-35
Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el soltero se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.
Continúa la lectura de la primera carta de Pablo a los Corintios. No podemos perder de vista el hilo del pensamiento que sigue Pablo en este capítulo. Véase lo que se expuso, a propósito de ello, en el domingo anterior.
Entre las preguntas que se han presentado a Pablo, o entre los problemas y cuestiones que suscitan los diversos movimientos o posturas en Corinto -encontradas y paradójicas, por cierto-, se encuentra la preocupación por el matrimonio y la virginidad. Pablo intenta dar respuesta práctica adecuada a cada una de ellas, de tal forma que no comprometa la una a las otras. Al fondo, sin duda, razones de valor que, sin ser constringentes para todos y en todos los casos, justifican, eso sí, debidamente, la postura que se desea o debe tomar.
En estos versículos se intenta orientar, de modo especial, a los que se encuentran ante la opción entre el celibato y el matrimonio. El apóstol desea y propone libertad cristiana. Y esto quiere decir, moverse con holgura, de conciencia y acción, dentro de los valores auténticos manifestados por Cristo, en lo referente a cada uno de los casos, ya matrimonio, ya celibato. El «libre de cuidados» hay que entenderlo en ese contexto: libre para dedicarse a las cosas del Señor. Con ello se descubre, suficientemente, el sentido profundo del celibato cristiano: por el Señor. Hay cierta preferencia por el celibato, por presentar mayor capacidad de entrega a las cosas del Señor y más facilidad para realizarlo. En el sujeto que opta por él, se verifica cierta unidad profunda en el ser, en el sentir y en el obrar: todo para el Señor, sin división alguna. La última frase manifiesta también la libertad, siguiendo cada uno su conveniencia -en el Señor-, para elegir un estado u otro. Se trata del bien cristiano de los oyentes, no de una trampa en actitudes que por un razón u otra, no responden a la situación y condición real del individuo.
La doctrina tradicional de la Iglesia se ha hecho eco de estas enseñanzas. No podemos pasarlo por alto. Ante la transitoriedad del tiempo que vivimos, se echan de ver posturas que viven y manifiestan con más intensidad las realidades definitivas cristianas: ser del Señor. Estas alcanzan su expresión concreta, especialmente, en la vida consagrada.
2.4. Lectura del Santo Evangelio según san Marcos 1,21-28
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.» Jesús le increpó: «Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.» Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Tal como Marcos presenta la escena, el pasaje entrelaza magistralmente dos motivos, ligeramente diferenciados: Jesús maestro, Jesús taumaturgo. Es, en efecto, su primer milagro y, también, su primera aparición de «predicador». Esto último parece ser la motivación de fondo y aquello, su confirmación práctica.
Jesús anuncia el reino. Su palabra es palabra de Dios. Es, por lo tanto, auténtica y eficaz: Jesús proclama próximo el reino y lo establece. El reino es una novedad existencial. Entre otras cosas, implica la expulsión del demonio, el aplastamiento de su poder. Las palabras del endemoniado, en su origen quizás, conminatorias contra el que le aprieta con poder superior, son, en este contexto, manifestación de la autoridad de Jesús: hombre de Dios, Hijo de Dios. Definen, en definitiva, la personalidad de Jesús.
No separemos a Jesús de su palabra, del poder que la anima; ni su poder, de la victoria sobre el demonio; ni la victoria sobre el diablo, de la presencia salvadora de Dios entre nosotros; ni ésta, por último, de la salvación del hombre. El hombre se encuentra, en verdad, dominado por poderes extraños a él, que lo esclavizan, retuercen, deforman y aplastan. Él solo, abandonado a sus fuerzas, no puede salir de su postración. Jesús se presenta -y no con meras palabras tan solo- como su salvador en nombre de Dios. Es, en realidad, algo nuevo y único. Cristo Jesús, el Señor de todos los tiempos.
La Iglesia ha heredado de Jesús ese poder y esa misión: proclamar existencialmente el reino de Dios y lanzar los demonios. En esa misión nos encontramos todos, en especial, los que por peculiar «gracia» hemos sido llamados a ello. Ahí están los medios: unión íntima con Jesús; oración, sacramentos, renuncia… Es nuestra misión.
Reflexionemos:
Contemplemos a Cristo, Señor nuestro.
El evangelio lo presenta, en acción, poderoso en palabras. Su poder es salvífico. También lo es su palabra. La salvación se manifiesta, en particular, como liberación del poder satánico. Es algo nuevo e inaudito. Jesús es, en definitiva, Hijo de Dios. Pongamos, pues, nuestra confianza en él.
Las palabras de la primera lectura completan la imagen: el gran Profeta. El hombre de Dios que habla y actúa con poder en su nombre. Debemos escucharle: Dios mismo habla y actúa por él. En él está, pues, nuestra salvación. Más adelante relatará el evangelista cómo los apóstoles han sido enviados con la misma misión. También ellos dispondrán, por su medio, del poder en palabras y obras, para proclamar el reino y verificarlo.
El poder del diablo aparece aquí de forma indirecta, pero real. Podemos imaginar las múltiples maneras que se presenta el mal en el hombre, privándolo de su auténtica libertad de acción para con Dios y las criaturas. El reino de Dios, fuerza liberadora y transformadora suprema, se acerca a él para restituirlo a su dignidad original de Hijo de Dios. Jesús es su único remedio. Odios, envidias, opresiones, estructuras malvadas… Con todo ello se enfrenta el Señor.
La figura de Jesús salvador se perpetúa en la Iglesia. Y dentro de la Iglesia, especialmente, mas no solamente, en los ministros de la palabra, a quienes, por eso, se les exige demostración en obras. Toda la Iglesia, sin embargo, participa en ello: vida cristiana, oración, obras de misericordia… En lo que a nosotros se refiere -ministros del altar- bien nos viene un responsable examen de conciencia. El modelo lo podemos encontrar unos versillos antes: la vocación de los primeros discípulos. Lo dejaron todo y se convirtieron, por la voz de Jesús, en «pescadores de hombres». El abandono de todo es importante para ser solo y exclusivamente investidos del poder de Jesús. Porque es, claro está, el poder de Jesús y no los propios medios los que invisten a los ministros de semejante poder.
Las palabras de Pablo ofrecen un tema sugestivo. También podemos hablar de él: sentido de la vida consagrada; su fundamentación teológica y cristológica -para el reino; su conveniencia y necesidad para la Iglesia- dimensión eclesial; su importancia actual… Una apelación a los fieles. Uno de los títulos que recibe, especialmente en la actualidad, es de «vida apostólica»; favorece la entrega y dedicación, en palabras y obras, a la proclamación y establecimiento del reino de Dios. Si se habla a religiosos, encomiar su decisión, motivarla y ayudarla. Si a seglares, exaltar su conveniencia, necesidad y grandeza; recabar su oración y fomentar su comprensión: es, en definitiva, una bendición para todos.