Miércoles de Ceniza

Miercoles de C

El miércoles de Ceniza es para nosotros, los cristianos, un día particular, caracterizado por un intenso espíritu de recogimiento y de reflexión. En efecto, iniciamos el camino de la Cuaresma, tiempo de escucha de la palabra de Dios, de oración y de penitencia. Son cuarenta días en los que la liturgia nos ayudará a revivir las fases destacadas del misterio de la salvación.

Homilía de Benedicto XVI

Oración
Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Por nuestro Señor Jesucristo.
Lecturas

Primera lectura: Joel 2,12-18

Así dice el Señor:

12 Pero ahora, oráculo del Señor,
volved a mí de todo corazón,
con ayunos, lágrimas y llantos;
13 rasgad vuestro corazón,
no vuestras vestiduras,
volved al Señor vuestro Dios.
El es clemente y misericordioso,
lento a la ira, rico en amor
y siempre dispuesto a perdonar.
14 ¡Quién sabe
si no perdonará una vez más
y os bendecirá de nuevo,
permitiendo que presentéis ofrendas
y libaciones al Señor vuestro Dios!
15 ¡Tocad la trompeta en Sión,
promulgad un ayuno,
convocad la asamblea,
16 reunid al pueblo,
purificad la comunidad,
congregad a los ancianos,
reunid a los pequeños
y a los niños de pecho!
Deje el esposo su lecho
y la esposa su alcoba.
17 Entre el atrio y el altar lloren
los sacerdotes, ministros del Señor,
diciendo: “Perdona, Señor, a tu pueblo
y no entregues tu heredad al oprobio,
a la burla de las naciones.
Por qué han de decir los paganos:
“¿Dónde está su Dios?”.
18 El Señor se apiadó de su tierra
y perdonó a su pueblo.

El mensaje del profeta Joel se pronunció probablemente después del destierro, en el templo de Jerusalén: una plaga de langostas devastó los campos, ocasionando carestía y hambre (1,2-2,10); como consecuencia, cesó el culto sacrificial del templo (1,13-16). El profeta debe leer los signos de los tiempos; por eso anuncia la proximidad del “día del Señor” invitando a todo el pueblo al ayuno, a la oración, a la penitencia (2,12.15-17a).

La palabra clave de este fragmento, repetida tres veces en los primeros versículos, es volver (shúb en hebreo): verbo clásico de la conversión. En el v. 12 manifiesta la invitación al pueblo, indicando las modalidades de esta conversión, es decir, con el corazón y con los ritos litúrgicos, que serán auténticos y agradables a Dios si manifiestan la renovación interior. En el v. 13 la invitación a volver aparece de nuevo y la motivación es: porque el Señor siempre es misericordioso. En el v. 14 el mismo verbo se refiere a Dios abriendo una puerta a la esperanza: `perdonará una vez más”. Un amor sincero a Dios, una fe más sólida, una esperanza que se hace oración coral y penitente, a la que ninguno debe sustraerse: con estas promesas el profeta y los sacerdotes podrán pedir al Señor que se muestre “celoso” con su tierra, compasivo con su heredad (vv 17s).

Segunda lectura: 2 Corintios 5,20-6,2

Hermanos, 5.20 somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios. 21 A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

6, 1 Ya que somos sus colaboradores, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. 2 Porque Dios mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación.

Pablo, como un embajador en nombre de Cristo, es portador de un mensaje de exhortación de parte de Dios (v 20). Lo esencial del anuncio se centra en una palabra: reconciliación. Dicha palabra manifiesta la voluntad salvífica del Padre, la obra redentora del Hijo y el poder del Espíritu que mantiene la diakonía(servicio) de los apóstoles (vv. 18-20). El culmen del fragmento es el v 21, en el que se proclama el juicio de Dios sobre el pecado y su inconmensurable amor por los pecadores, por los que no perdonó a su propio Hijo (cf. Rom 5,8; 8,32). Cristo ha asumido como propio el pecado del mundo, expiándolo en su propia carne para que nosotros pudiésemos apropiarnos de su justicia-santidad. El apóstol utiliza un lenguaje radical. La asunción del pecado por parte de Jesús para darnos su justicia no es para que el hombre pueda tener algo de lo que carecía, sino para convertirse en algo que no podría ser por naturaleza: el Inocente se ha hecho pecado, maldición (cf. Gál 3,13), para que nosotros lleguemos a ser justicia de Dios. Esta extraordinaria gracia de Dios, concedida al mundo (v 19) mediante lakénosis de Cristo, no debe acogerse en vano. El anuncio apasionado de sus ministros nos hace presente aquí, para nosotros, el tiempo favorable: dejémonos reconciliar (katallássein) con Dios.

Este verbo indica una transformación de la relación del hombre con Dios y, consiguientemente, de los hombres entre sí. Por iniciativa de Dios se brinda a la libertad de cada uno la posibilidad de llegar a ser criaturas nuevas en Cristo (5,18), a condición de rendirse a su amor, que nos impulsa a vivir no yá para nosotros mismos, sino para aquel que ha muerto y resucitado por nosotros (vv. 14s).

Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 1 Cuidad de no practicar vuestra “justicia” para que os vean los hombres, porque entonces vuestro Padre celestial no os recompensará. 2 Por eso, cuando des limosna, no vayas pregonándolo, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los alaben los hombres. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 3 Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. 4 Así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

‘ Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 6 Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.

16 Cuando ayunéis, no andéis cariacontecidos como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que la gente vea que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su recompensa. 17 Tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, 18 de modo que nadie note tu ayuno, excepto tu Padre, que ve en lo escondido. Y tu Padre, que ve hasta lo más escondido, te premiará.

“Cuidad de no practicar vuestra `justicia’…” (así, literalmente, en el v 1): Jesús pide a sus discípulos una justicia superior a la de los escribas y fariseos (cf. Mt 5,20) aun cuando las prácticas exteriores sean las mismas; reclama la vigilancia sobre las intenciones que nos mueven a actuar. Tras el enunciado introductorio siguen las tres típicas “obras buenas”, en las que se indica, en concreto, en qué consiste la justicia nueva: la limosna (6,2-4), la oración (6,5-15) y el ayuno (6,16-18).

Dos elementos se repiten como un estribillo a lo largo de toda la perícopa: “recompensa” (o más literalmente salario: vv. 2.5.16) y “tu Padre que ve en lo escondido” (vv. 16.18). Nos enseñan que la piedad es una gran ganancia (cf. 1 Tim 6,6) si no se fija en el aplauso de los hombres ni busca satisfacer la vanidad, sino que busca la complacencia del Padre en una relación íntima y personal y si el salario esperado no es de este mundo ni del tiempo presente, sino para la comunión eterna con Dios, que será nuestra recompensa. De lo contrario, al practicar la justicia nos haríamos hypokritoí, que significa “comediantes” y, también, en el uso judaico del término “impíos” .

CONVERTÍOS PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS HA LLEGADO

Desde los primeros siglos del cristianismo han existido tiempos especiales de gracia. Coinciden con las grandes solemnidades que celebran los misterios de nuestra salvación. Los modos para prepararnos a acoger estos pasos de Dios por nuestra vida han sido de lo más variado. Hasta nosotros han llegado muchas viejas costumbres que tienen profundo arraigo en la práctica cristiana. Pero todas, tengan hoy sentido o no, son indicadores que conducen a un solo camino. Se expresa con la palabra conversión.

Las primeras palabras de Jesús cuando salió a predicar el Evangelio fueron estas: “Convertíos”. Tienen forma de mandato. Por ello podemos intuir que la razón debe ser muy poderosa. Y ciertamente lo es. La única razón que explica profundamente el sentido de este mundo y de esta vida: “Porque Dios -el Reino de los Cielos- ha llegado”. Y si Dios ha llegado el hombre no es Dios sino un necesitado de Dios. Y esta es la razón para que nos convirtamos, para que nos volvamos a Él.

“Convertíos”, dice Jesús. ¿Cómo entender estas palabras? Porque, a veces, las hemos comprendido mal. Y hasta nos han podido culpabilizar porque las hemos tomado como una tarea sólo nuestra -síntoma de nuestra autosuficiencia-. Cada historia personal está cargada de propósitos: tengo que cambiar; esto no puede seguir así… Y como el poeta expresó bellamente, después de cada llamada y propósito y de un año y otro año “en que su amor a mi puerta llamar porfía”, la respuesta sigue siendo la misma: “mañana te abriré, respondo, para lo mismo responder mañana”. Muchos, ante el hecho de que nada cambie, han llenado de desánimo sus corazones y, como los discípulos en la noche, están cansados de no haber conseguido nada. Hemos entendido mal la conversión. Seguimos en nuestras fuerzas y propósitos. En el mismo lugar la red se llenó de peces por el mandato de Jesús. La conversión, como simple tarea humana termina en el desánimo o en la neurosis. Porque ¿cómo ser perfectos como lo es nuestro Padre del cielo? ¿cómo ser santos como lo es Él? ¿cómo amar a los enemigos? ¿cómo alegrarse cuando nos humillan o dicen mal de nosotros? ¿cómo no escandalizarse del dolor y de la cruz? ¿cómo abandonarse a las manos de Dios en el centro de nuestras crucifixiones? ¿y de nuestra muerte?

Nuestra historia interior muestra la verdad de las palabras de Sto. Tomás de Aquino: “La letra del Evangelio, sin la unción del Espíritu Santo, nos mataría”. Porque nos han educado así o por nuestra propia autosuficiencia, “nos hemos cargado en la vida pesadas cargas” que dijo Jesús. Pero añadió: “mas entre vosotros no ha de ser así”.

Y esto ¿por qué?. Porque Dios ha venido. La gran tentación de Adán ha sido valerse por su cuenta. La palabra de Jesús “convertíos” tiene la medicina secreta para esa autosuficiencia. Porque convertirse, en la lengua de Jesús, significa “hacerse como niños”, que es la condición que Él nos puso para entrar en el Reino de los Cielos. Y esto lo cambia todo, porque un niño no puede hacer pero si acoger. Así lo entendió su discípulo amado. Juan, al comienzo del Evangelio, dice: “Vino a los suyos y los suyos no le acogieron. Pero a los que le acogieron les dio poder para ser hijos de Dios.” ¿De qué se trata en la vida?. De ser hijos y no esclavos “porque el hijo se queda en la casa para siempre y el esclavo no”.

Los fariseos eran esclavos. Intentaban cumplir desde sí mismos y con gran perfección la ley, y no les extrañaba decir de sí mismos: “Yo no soy como los demás hombres”. Pero Jesús les resistió porque, aunque Dios había llegado, les bastaban las obras de sus manos. ¿No fue la primera tentación seréis como dioses? No es tan difícil querer sustituir a Dios por nuestras acciones y que luego nos las bendiga. Convertirse es acoger a Dios y, para ello, sólo sirve la humildad. La conversión es gracia, don de Dios para nuestra nada. Al hombre cristiano no se le propone otro ideal sino Jesucristo, “el que todo lo hizo bien”. Para nosotros un imposible, pero posible “porque Dios ha venido”.

Quien acoge a Dios de verdad sabe que su vida ya no le pertenece. Tiene la misión de dar lo que él ha recibido. Precisamente porque convertirse es romper el propio yo y morir a la propia autosuficiencia, el que acoge es el único que acaba siendo eficaz desde esa gracia de Dios. Pero esta eficacia tiene ya otra fuente. Y este es el sentido del texto de Pablo a los romanos: “Ninguno de vosotros vive para si mismo, ni ninguno muere para si mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor. O sea, que en vida o en muerte somos del Señor. Para eso murió Cristo y recobró la vida, para mantener señorío sobre vivos y muertos”

Pablo llama estado de pecado a “un vivir para sí mismo”. Y lo califica como de impiedad, que consiste en no abrirse a Dios, no glorificarle ni darle gracias. Y esto parece que no fuera con nosotros los cristianos. Pablo dice que sí -él tenía experiencia de su propia conversión desde el fariseísmo. Por eso ahora habla con tanta seguridad y señala a los cristianos el camino para salir de él y desenmascara esa extraña ilusión de las personas piadosas y religiosas de considerarse conocedores del bien y del mal, y hasta de poder aplicar la ley a los demás mientras que para ellas hacen una excepción porque están de parte de Dios.

Y, sin embargo, hay una impiedad y una idolatría larvadas que siguen presentes a veces en nosotros: adorar la obra de nuestras manos en vez de la obra de Dios; adorar nuestro propio ídolo, nuestro propio yo que quiere ser centro y que busca su propia gloria aún en el cumplimiento de la ley.

Esta es nuestra verdad tantas veces. Y no debemos desalentarnos porque así somos. Pero cuando lo aceptamos ante Dios todo comienza a cambiar, porque puedo pedir perdón, puedo pedir piedad, y aquí comienza el milagro del Espíritu Santo del que Jesús hablaba: “El Espíritu cuando venga convencerá al mundo de pecado”. De nuestro pecado de cristianos, de piadosos.

Aquí comienza a suceder la conversión: de vivir para nosotros mismos a vivir para el Señor. Es un sistema nuevo de vida que ya no gira alrededor de mi tierra -mi yo- sino alrededor del sol -Cristo es el sol de justicia-. Esto supone una nueva existencia: “Él que está en Cristo es una criatura nueva, lo viejo pasó”. En adelante vivir para uno mismo es estar muerto.

Nos puede ayudar a realizar esta conversión la contemplación del misterio de la piedad, Jesucristo en su pasión, ante el que no cabe orgullo alguno. Y ahí veremos también que “vivir para el Señor” significa vivir para su Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Vivir desde sus necesidades, porque el que acoge a los miembros a Él acoge. Convertirse es ir creciendo en el camino del amor como servicio.

Enlaces de interés:

http://es.catholic.net/op/articulos/18284/mircoles-de-ceniza-el-inicio-de-la-cuaresma.html

http://infocatolica.com/blog/delapsis.php/1302130124-9-cosas-que-conviene-saber-so

http://forosdelavirgen.org/3773/el-significado-del-miercoles-de-ceniza/

http://www.corazones.org/diccionario/cenizas.htm

http://encuentra.com/cuaresma/miercoles_de_ceniza16148/

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