Domingo 29 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Hoy, como cada día, viene la Escritura como don de Dios dispuesta a enseñar, reprender, corregir, ayudar. ¿Qué hace el pastor de la Iglesia que ve cómo su predicación y su acción pastoral parecen una batalla desigual ante tanta contracatequesis de los medios de comunicación? ¿Qué hace un militante ilusionado con la tarea del Reino de Dios, frente a unas estructuras más robustas que las murallas de Jericó? ¿Cómo reacciona un matrimonio de buena voluntad, cuando ve que la crisis arrastra a la pareja? ¿Y el cristiano corriente que ve en la lucha contra los siete pecados capitales mayor dificultad que la de Israel frente a las siete naciones?… tirar la toalla es una solución demasiado frecuente. ¡Cuántos ex-cristianos podríamos encontrar hoy, derrotados por la dificultad!

1. Oración:

Señor Jesús, nos dejas esta parábola de la viuda y el juez inicuo para invitarnos a perseverar en la oración, a confiar que el Padre nos escucha y está pendiente de nosotros, que nos ama y que nos responde, por eso, Señor, al darnos cuenta de la eficacia de la oración te pedimos que derrames tu Espíritu en nosotros, para que la oración sea una necesidad en nuestra vida, para que te busquemos de corazón, para que oremos sin desanimarnos y así nuestra oración tenga la respuesta que esperamos, identificándonos siempre más contigo, actuando de acuerdo a tu voluntad, amando y sirviendo, como Tú. Amén.

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del libro del Éxodo 17, 8-13

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: – «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano.» Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, al filo de espada.

El Éxodo canta la gran epopeya de Israel, que sacude el yugo de los farao­nes, para adentrarse en la gran soledad del Sinaí, camino de una patria pro­pia. Israel abandona la esclavitud y sale del anonimato, para dedicarse con plena libertad en tierra propia al servicio de Dios y adquirir así carta de ciu­dadanía entre los pueblos de la tierra. El artífice de la obra es Dios Yavé, el Dios de los Padres, el Dios de la creación. Dios está con ellos; los acompaña, los precede, los protege; aparecerá en los momentos difíciles.

La lucha por la existencia y por la independen­cia le ha costado a Israel en­frentamientos con las potencias de aquel lugar: Egipto, primero, Canaán des­pués, el desierto ahora. A sus andanzas por el desierto sale al encuentro una tribu, un pueblo se­mejante a él: Amalec. Amalec es un pueblo nómada, tras­humante, que pasea de aquí para allá sus ganados en busca de pastos. Cuando se presenta la ocasión, se dedican también al asalto y al pi­llaje. No es la última vez que aparecerá Amalec enfrentado a Israel. Las tribus de Israel, vagabun­das en estos momentos por las estepas del Sinaí, atraen su atención y su codicia. Sus pastos corren peligro. Amalec presenta batalla a Israel. Es el primer pueblo que se le enfrenta cara a cara. Israel sale victorioso del enfren­tamiento. El acontecimiento debe perdurar en la memoria de todos, para ala­banza de Dios Yavé. Moisés manda ponerlo por escrito. Un altar de acción de gracias conmemora el triunfo.

Nótese el puesto de Moisés como jefe supremo de las fuerzas de Israel. Él ordena, él presenta el plan de batalla, él dirige las operaciones, él orienta. El texto da singular importancia a la figura de Moi­sés, colocado en lo alto de la colina. ¿Qué significa esa postura de Moisés? La respuesta no es uni­forme. Para unos -y ésta es, a mi juicio, la explica­ción más probable- Moisés está di­rigiendo con sus brazos desde lo alto, donde todos pueden verle, las operacio­nes en el campo de batalla: ahora a la iz­quierda, ahora a la derecha; ahora por aquí, ahora por allí. Bajo su dirección todos se sienten seguros. Si baja sus brazos, cunde la desorientación y el desánimo. En su mano lleva, además, la vara del Señor. Ella opera milagros; ella es la fuerza del pueblo. Es menester, por tanto, seguir dirigiendo la lucha con los brazos en alto, hasta que la victo­ria sea segura. Dos hombres se prestan a sos­tenerlo en pie, Aarón y Jur. Dios es, a fin de cuen­tas, el artífice de la victoria. (Moisés levantará un altar en ac­ción de gracias). Para otros (Jdt 4, 8), la postura de Moisés con los brazos en alto responde a una actitud de oración intensa. Moisés oraba insistentemente a Dios por la victoria de su pueblo. La explicación es más hermosa, pero me­nos probable. La acción de Dios sería aquí más evidente.

2.2. Salmo responsorial Sal 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 2)

R. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. R.

No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel. R.

El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. R.

El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. R.

Salmo de confianza, empleado quizás en alguna de las peregrinaciones al templo. La confianza está expresada en forma de orá­culo. El motivo es así más in­conmovible. Estribillo nos da el tema: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. El Señor es el Guar­dián de todos y cada uno de sus fieles, en todo mo­mento, en toda ocasión, en toda necesidad. El orá­culo viene a ser una promesa: la asistencia divina es segura. Los términos del salmo no dejan lugar a dudas.

2.3. Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 3, 14–4, 2

Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir.

El pasaje cae dentro del conjunto de exhortacio­nes serias y terminantes que Pablo dirige a Timo­teo. Permanece en lo que has aprendido… exhorta con toda comprensión y pedagogía, son el comienzo y el fin del cuadro presente.

Base de todo ejercicio pastoral de proclamar la palabra de Dios, el Evange­lio es la permanencia en la Sa­biduría de Dios, en lo aprendido. Fuentes de esta sabiduría son la Tradición Apostó­lica y la Sa­grada Escritura. En ella ha bebido Timoteo, desde niño, la ciencia salvadora de Dios. La fe en Cristo resucitado -que ha de venir a juzgar-, ga­rantizada por el testimonio de los apóstoles, ilumina y da pleno sentido a la Escritura del Antiguo Testa­mento, que Timoteo conoce.

Pablo pone de relieve, por fe y experiencia pro­pia, el valor ontológico (inspirada por Dios…) y soteriológico-pastoral (es útil para…) de la Sa­grada Escritura. La Escritura es palabra de Dios y, como tal, indefectible y eficaz para operar la sal­vación.

El oficio de evangelizador es serio y comprome­tido. Se pone en juego la sal­vación de muchos y el honor de Cristo muerto por nosotros. El pastor debe ejercer su oficio de ministro de salvación, paternal y atrevidamente, oportuna e importunamente, con suavidad y delicadeza a la par que con severidad y ur­gencia. Todo él entregado al servicio de una Palabra que conduce a la salvación. La figura ma­jestuosa de Cristo, Juez de vivos y muertos, Señor del uni­verso, se perfila al fondo, como acicate a un entregado ministerio del pastor. El conjuro es so­lemne. Al pastor se le pedirán cuentas de su com­portamiento. El Juez es inapelable.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: – «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario.” Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le  haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.”» Y el Señor añadió:
– «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

El texto de Lucas es transparente; no ofrece difi­cultad mayor. El mismo en­cabezamiento de la parábola nos indica ya el tema: orar, orar sin desa­ni­marse. Oración de petición.

El tema de la oración aparece insistentemente en el evangelio de Lucas. Lucas le ha concedido singular importancia. Es necesario orar, hay que insistir en la oración, debemos orar con humildad, etc. Esta parábola con la siguiente (Fariseo y Publicano) y la «del amigo inopor­tuno» son propias de este evangelista. Nos asegura la certeza de ser escucha­dos. Si el juez, in­justo, escucha, ¿cómo no, Dios, bueno y Padre?

Nótese el objeto de la petición: la justicia de Dios. Dios debe hacer justicia. Ciertamente la hará, y pronto. La parte última del último versículo nos choca. No parece que sea ese su lugar de ori­gen. No nos ayuda nada para la interpre­tación de la parábola; antes la dificulta. ¿Se ha despla­zado del pasaje ante­rior, que habla del Hijo del Hombre? Nos recuerda a Mateo. De todos modos ahí está. No nos es lícito apártala. Puede que, dentro del contexto, signifique: ¿Será constante esa súplica al Dios de justicia, hasta que el Señor venga? La oración y la insistencia en ella expresa­rían la fe de que habla el versillo.

Reflexionemos:

A) Insistencia en la oración.- El evangelio pone de relieve la necesidad de orar insistente­mente. Hay que orar, y hay que orar con insisten­cia. El objeto es la intervención de Dios en favor de los fieles. La insistencia en la oración no se en­tiende sin una plena confianza. La confianza en el éxito de la oración debe ser ilimitada, como pa­rece ser la que anima a la viuda indefensa a recurrir insistentemente al inicuo juez. La confianza en Dios del discípulo orante, sin embargo, tiene mejor base: Dios es justo, bueno y todopoderoso. Dios atenderá la petición; la ejecutará inmediatamente. Hay que insistir en la petición. ¿Ora nuestro pue­blo? ¿Oramos nosotros?

La primera lectura -esa parece ser la intención de la liturgia, al colocar el pasaje del Éxodo en este contexto- nos recuerda a Moisés orando por su pue­blo. Por lo menos sí que es evidente la insistencia y constancia de Moisés en tener los bra­zos alzados. El pueblo salió victorioso de aquel encuentro.

El salmo responsorial presenta el tema de la confianza, base necesaria para una actitud orante: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Dios es el todopoderoso atento custodio y defensor del pueblo en todo momento. Plena confianza en él. Él nos prestará el auxilio necesario en todo momento. La venida del Hijo del hombre guarda sin duda alguna, en la mente de Lucas, al­guna relación con la parábola. La oración insistente supone con­fianza; ésta, fe. ¿Hay en realidad fe suficiente para comportarse como la viuda de la parábola?

B) Exhortación pastoral.- Conviene recordar a los pastores sus obligaciones. Su oficio es llevar a los hombres a la salvación en Cristo Jesús. Pablo subraya aquí las fuentes de la sabiduría, que con­ducen a la salvación: Tradición apos­tólica y Sagrada Escritura. Los pastores no deben ni pueden apar­tarse de esas dos fuentes. La ignorancia de la Es­critura es ignorancia (de Dios) de Cristo (San Jeró­nimo). Motivo de preocupación constante fue, para los antiguos Padres, la fidelidad a la Tradición apostólica. La Escritura equipa al hombre de Dios. Esto vale para todos, no sólo para los pastores.

Ejercicio práctico pastoral: exhortar de todos modos y maneras, urgir, inci­tar, amenazar… Al fondo, el Juicio de Dios en Cristo Jesús, Pastor de pasto­res. La exhortación es seria y severa. Nos han de pedir cuenta de nuestra ac­tuación en el mi­nisterio encomendado. La soberana figura de Cristo, Señor del universo y Dueño de la vida y de la muerte, nos espera con su juicio inapela­ble.

C) Venida del Señor.- Estamos en los últimos domingos del año litúrgico. Nuestra vida tiene un fin. Al término de ella Cristo que viene. No es tema im­portante en las lecturas de hoy. Es una evocación rápida y furtiva. Pero ahí está. Tanto el evangelio como Pablo lo recuerdan. Cristo viene. ¿Nos mante­nemos firmes en la fe, que hemos re­cibido de nuestros mayores y surge de la Sagrada Escritura? Es una buena consideración.

 

3. Oración:

Señor Jesús, la oración es don tuyo, eres Tú el que nos das sed de ti, eres Tú el que nos atraes a ti, eres Tú el que nos abres tu corazón para que te conozcamos y experimentemos tu amor y tu misericordia, por eso, Señor, ahora que nos dices de orar sin desanimarnos, de orar insistentemente, de orar sabiendo que el Padre nos dará todo lo que necesitamos, porque nos conoce y sabe de nuestra vida, te pedimos que abras nuestro corazón, que nos des necesidad de ti, que te busquemos de corazón, que Tú puedas manifestar tu amor en nosotros ayudándonos a vivir lo que nos pides, a dejar que Tú guíes nuestra vida, viviendo con tus mismos sentimientos, teniendo tu ayuda y tu bendición, todos los días de nuestra vida. Amén.

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