Primer Domingo de Adviento – Ciclo A

adviento

El Adviento es de los tiempos más bellos y significativos que tiene la liturgia, para disponernos a celebrar el misterio del amor de nuestro Dios, que: “…tanto nos amó, que nos envió a su propio HIJO…” (Jn 3,16). De ahí, que estas cuatro semanas son semanas de sensibilización, de interiorización, de sinceramiento y reconocimiento de lo que Dios fue haciendo en nosotros durante este año que está concluyendo y así al colocarnos delante de  Dios que tanto nos ama, ver cuál ha sido nuestra respuesta, y a partir de ahí, disponernos a celebrar la Navidad, con una nueva mística, con el corazón lleno de gratitud, alabando y bendiciendo a  Dios que es nuestro Padre, por habernos dado el don de conocerlo y así experimentar su presencia viva en nosotros.

En sí el ADVIENTO, es tiempo de preparación y espera, un tiempo de mirar nuestro corazón y ser sinceros con uno mismo, para darnos cuenta dónde estamos parados, cómo hemos vivido, qué fue lo que nos ayudó a acercarnos más al Señor y qué fue lo que nos separó o alejó de Él. Por lo tanto, son cuatro semanas donde a pesar del ruido y la música de fin de año, se nos invita a parar para valorar y darnos cuenta de las gracias y favores que hemos recibido. A su vez buscar que cada vez más el Señor sea el centro y la razón de nuestra vida, Aquel por quien y para quien vivimos. Es en este sentido, donde la lectura de Mateo, es una exhortación incisiva, “a estar preparados”(Mt 24,42), “…estar vigilantes…”(Mt 24,44), ante la certeza del que el Señor volverá y que lo hará de la manera más imprevista posible, como sucedió en el diluvio(Mt 24,38-39).

1. Oración inicial

Mirando a María, la mujer del Adviento, la que llevaba al HIJO de Dios en sus entrañas, pidámosle que nos ayude a vivir estos días de Adviento, poniendo nuestro corazón en las manos de su HIJO, para que Él también nazca en nosotros.

Santísima Virgen María, Tú que le dijiste SÍ al Señor, aceptando colaborar y participar en su obra redentora, siendo la Madre Virgen del HIJO de Dios, ayúdanos en estos días de Adviento, a que como tú, dejemos que el Señor actúe y se manifieste en nosotros, llenándonos de su amor, para que estando preparados, disponiendo nuestro corazón, la Navidad del HIJO de Dios, sea también nuestra Navidad, dándole a Él nuestro corazón, nuestra vida y todo lo que somos.

Pide por nosotros, Señora, para que en estos días de Adviento, le abramos el corazón a tu HIJO y así al agradecer lo que hizo en nosotros, vivamos más plenamente su Palabra y demos testimonio de nuestra fe. Amén.

 

2. Texto y comentario

2.1. Lectura del libro de Isaías 2, 1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.» Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.  No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

Uno de los nombres con que se designa frecuentemente al profeta de Dios en la religión de Israel, es el de Vidente. El Profeta ve realidades que los ojos profanos no llegan a percibir. Y es que Dios abre ante sus ojos mundos ex­traños, nuevos, sobrehumanos, y agranda sus pupilas, para que realidades superiores puedan herir su sensibilidad, y tamizadas por ella, orientar nues­tros pasos, iluminar nuestros pensamientos y arrastrar nuestro corazón. Uno de estos hombres excepcionales, profeta de Dios, mensajero de lo alto, vidente, de la gloria divina, es el gran Isaías.

Isaías, hijo de Amós, ha visto realidades que tocan de lleno a Judá y a Je­rusalén. El espíritu humano común no las palpa todavía: las envuelve la ne­blina del futuro. Yacen lejos, muy lejos quizás; la distancia que los separa no es matemáticamente mensurable. Pero vendrán, a su debido tiempo. De ello no hay duda; el vidente lo ha visto. ¿Quién nos convencerá de que ese al final de los días no señala ya los tiempos mesiánicos? El cuadro visto por el pro­feta es grandioso, portentoso, Consolador. Sus palabras están henchidas de júbilo y de canto. Isaías no es el único favorecido por la visión del portento. Otros también lo han visto. Miqueas 4, 1-4, por ejemplo, lo refiere en térmi­nos idénticos.

La maravilla que aguarda a Jerusalén, (lugar sagrado, sede de Dios, templo de Yahvé) es cautivadora. El Vidente canta emocionado en encendi­dos versos. Con sus propios ojos ha visto elevarse en sí, imponente, gigan­tesca, sobre base firme y ancha, la silueta del monte santo, Sión; una altura que domina todas las alturas existentes; Una elevación sobresaliente sobre toda la tierra que se pierde en los cielos la van a ver los ojos. Gentes que ig­noraban su existencia, gentes lejanas van a sufrir el impacto de su gran­deza; correrán hacia ella, la escalarán, fijarán en ella su morada. Han reco­nocido, asegurada allá en la cima, la casa del Señor. Allí la ley, allí la ins­trucción auténtica, allí la palabra de Dios. Ansiosos de luz, ávidos de cono­cimiento, anhelantes de paz, unos a otros de animan a caminar; pues el monte santo albergará al Juez supremo y a la justicia leal. Sus campos no conocen la guerra ni la discordia; El hombre trabaja para la paz. Las armas son utensilios de paz. Una fuerza centrífuga, la luz que, a modo de colosal faro irradia el monte, otra centrípeta, el irresistible impulso que arrastra a las gentes hacia él. ¡En camino! El futuro glorioso compensará las fatigas. El monte está le­jos, hay que caminar. Las dificultades no pueden ni deben entorpecer el paso. La luz del Señor que baña la morada santa ilumina en torno a sí, dando vista a los que se le acercan. La invitación es apremiante: ¡caminemos!

La Iglesia cree ver en estas líneas su propio retrato. Ella es el monte de Yahvé, el monte santo, la mansión de la paz, el mundo nuevo que se alza de la tierra y se pierde en las crestas del cielo. Las gentes se le acercan, se le suman; sus trabajos, van dirigidos a la paz. De la paz suprema disfrutan ya los que han escalada la cumbre.

2.2. Salmo responsorial  Sal 121, 1-2. 4-5- 6-7- 8-9 (R.: cf. 1)
R Vamos alegres a la casa del Señor. 

Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R.

Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios.» R.

Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La paz contigo.» Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien. R.

Salmo de peregrinación; salmo de Sión. El canto anima a caminar. Can­tando se aligera el paso, se allanan los obstáculos, se torna vello el paisaje. El canto desata sonoras risas, entusiasma, une los deseos, alegra el cora­zón…. /componen este maravilloso cuadro. /

Vamos a la casa del Señor ¡Que alegría cuando sonó en mis oídos seme­jante invitación! Los peregrinos caminan jubilosos a Jerusalén, descanso de su corazón. El ritmo del canto mueve sus pasos. Allí, en Jerusalén, se halla el recinto del arca; allí el templo del Señor, el Dios de los Padres; allí el pala­cio de David, la morada de la justicia; allí el orden, la bendición y la paz. ¿No hemos de alegrarnos cuando se nos dice: Vamos a la casa del Señor? Los peregrinos la saludan desde lejos: La Paz contigo. Y de sus labios, toda­vía movidos por el canto, se desprende una sincera oración: Vivan seguros los que te aman. Deseables son en verdad sus atrios, dichosos, sus morado­res, magníficas sus edificaciones, bendito el Señor. Jerusalén lo es todo para el fiel de Yahvé.

La nueva Sión es la Iglesia. Dentro de ella encontramos a Dios. En ella, la paz eterna, (Sión celeste). Nuestro caminar ha de ser alegre y entusiasta. Suspiramos por los bienes que en ella se encierran. Caminemos. Pidamos y deseemos la Paz.

2.3. Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13, 11-14ª

Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.

Para Pablo, como para todos los autores de Nuevo Testamento, la doctrina cris­tiana es vida, y la vida cristiana una constante acción de Dios en nosotros, no ajena a ciertos principios. Pablo pasa por eso, de una a la otra insensi­blemente. La carta a los Romanos no es una excepción. Los capítulos 12 al 15 encierran una vasta y reposada exhortación. Los versículos inmediata­mente anteriores y posteriores al texto que comentamos, son una cordial in­vitación a la caridad. En cierto sentido, el párrafo leído fundamenta la ex­hortación: Daos cuenta del momento en que vivís.

Puede que Pablo, en el fondo, se haga eco, de rebote, con estas palabras, de los anuncios del Antiguo Testamento del Día del Señor El tiempo –Kairós– señalado por Dios ha llegado ya. Ha comenzado la Nueva Epoca que supera la Antigua. Es el momento oportuno, hora de espabilarse. El cristiano ya no vive en sombras. Es por definición «hijo de la luz». La luz de Cristo lo ha ilu­minado para siempre. La nueva condición de hijo de la luz exige un compor­tamiento adecuado: obras de la luz.

Pablo parece moverse con la idea-binomio: en dos planos, no adecuada­mente distintos. El Señor ha venido. Estamos por tanto en la luz. El Señor vendrá; esperamos, así pues, la Revelación del Señor de la Luz. Estamos ya en el Día. Pero el Día no se ha terminado, no ha llegado todavía en sentido pleno. Poseemos la salvación; pero ésta no se ha hecho en nosotros definitiva. Por eso las tinieblas ya pasaron; pero perduran todavía. La luz ha llegado, nos ilumina; pero la luz plena está por venir. Así se comprende la exhorta­ción de Pablo: fuera las obras de las tinieblas y continuo ejercicio de las obras de la luz. La luz no busca las sombras para ejercer su virtud; así la caridad. Las malas acciones sí que buscan las sombras; así las comilonas y borracheras (por la tarde en aquel tiempo), las desidias, las pendencias, el desenfreno. El vestido de Cristo debe distinguir a los cristianos; y, aunque las necesidades de nuestro cuerpo, en espera de la resurrección, deben ser objeto de nuestro cuidado, no así de una dedicación descompuesta que nos llevaría a la ruina. El cristiano debe vivir según Cristo, ha resucitado, lleno de luz y de buenas obras.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Mateo 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Discurso escatológico; Venida del Hijo del Hombre; exhortación parené­tica. Es la descripción más sucinta del paisaje. De los cinco grandes discursos en los que Mateo recoge la doctrina de Cristo, el último lleva, por su contenido, el título de escatológico. Se alarga del capítulo 24 al 25 inclusive. Aquí ha colocado Mateo las palabras de Cristo referentes al final de los tiempos. De ahí el nombre de escatológico dado a este sermón. Algunas parábolas y algunos ejemplos ilustran la ense­ñanza y alertan la atención. Estamos al término de la vida de Cristo.

El tema de los versículos leídos podríamos enunciarlo así: exhortación a la vigilancia, dirigida por Cristo a sus discípulos, a propósito de la imprevista venida del Hijo del Hombre.

Efectivamente, cuatro veces recuerda el texto la venida del Hijo del Hombre (una de vuestro Señor)

El Hijo del Hombre ha de venir

Con­viene considerar a este respecto la carga teológica que lleva este título del Hijo del Hombre: el Hijo del Hombre ha de venir sobre las nubes del cielo en poder y majestad a juzgara la humanidad entera. Su aparición en lo alto del cielo sacudirá la conciencia humana y conmoverá a todas las tribus de la tierra. El ejemplo del diluvio -que arrasó a la humanidad- y del ladrón -que intenta arrebatar los bienes-, nos hacen representar la venida del señor como algo formidable. El juicio ha de ser severo, sin miramientos, tajante e inapelable: de dos que duermen juntos, uno será llevado y otro no; de dos que muelen juntas, una será llevada y otra no. La venida del Hijo del Hombre, es cierta, como es cierto el diluvio. No sabemos, sin embargo, cuándo. La alu­sión al ladrón, y también al diluvio, nos dicen a las claras que será de im­proviso, cuando menos lo esperamos. Por eso la repetida invitación a la vela, a la vigilancia. No se nos dice en el texto cuál será la preparación adecuada. Por eso se inculca insistentemente la necesidad de estar preparados. La pa­labra viene de Cristo, el Hijo del Hombre en persona.

Reflexionemos:

Comienza el tiempo de adviento. Preparación para la venida de Cristo. Cristo viene, hay que prepararse. Un aspecto de la preparación mira a la venida de Cristo en el tiempo efectuada ya, pero recordada y celebrada en el culto. Cristo, el Salvador, centro de la Historia, Dios con nosotros viene. La preparación culminará en la fiesta de navidad. Los últimos días de adviento (últimas semanas) subrayan especialmente este aspecto.

La venida de Cristo en el tiempo nos recuerda la venida como juez al final de los tiempos. también para esta venida hay que prepararse. Es la visión que predomina en las primeras dos semanas. Estas empalman así con el tema principal del fin del año litúrgico festividad de Cristo Rey. Las lectu­ras, no es raro, apuntarán hacia esos momentos.

a) El Hijo del Hombre viene Viene a juzgar. Es el Señor; pedirá estre­cha cuenta de nuestras acciones. Uno será llevado y otro será dejado. No servirán ni reclamaciones ni relaciones, ni dependencias humanas. Juicio ta­jante y drástico, sin contemplaciones ni miramientos. Dios tremendo, como el diluvio, como el ladrón a media noche. El poder y majestad que acompañan al Hijo de Hombre infundirán respeto y obligará el acatamiento. Vendrá cuando menos lo pensemos. El juicio será inapelable.

b) exhortación a la vigilancia. Es la intención de Cristo al hablar de la venida del Hijo del Hombre. Es necesario vigilar. Dado que la venida ha de suceder de improviso, la vigilancia debe ser extremada; Tanto más cuanto que la venida es segura cierta e inevitable, y su rigidez tremenda, la vigi­lancia ha de ser más atenta. Sabiendo que el contorno de la humanidad la desprecia y se ríe, como en tiempos de Noé.

A esta misma vigilancia nos invita también Pablo. Estamos en el mo­mento oportuno (kairós) Es el tiempo de la luz, de la salvación. Cristo ha ve­nido ya; él es nuestra luz y nuestra salvación. El juicio ha comenzado ya. Pero toda va a cambiar hacia la consumación final. La preparación consiste en revestirse de Jesucristo, en emplear las armas de la luz, en hace ver las obras buenas. La noche no es nuestro mundo. Pasó la Antigua Economía, y pasará el mundo presente. Las obras de las tinieblas no pueden cegar más nuestros ojos ni mantener inactivas nuestras manos. La salvación completa, no está lejos, se acerca.

c) caminar hacia la salvación. El texto de Isaías nos recuerda a la par del mundo actual en Cristo, la meta final, la vida eterna, la paz incon­movible, la posesión de Dios. Su luz y su palabra deben guiarnos. El futuro esplendente nos animará a caminar. El salmo responsorial quiere encender nuestro espíritu en deseos de acercar a la morada de la paz. En verdad ya estamos dentro; pero esperamos la revelación suprema de la realidad que ahora poseemos en semilla. Caminemos cantando. Un pensamiento secunda­rio, pero no ajeno a las lecturas, es pedir la paz para la Morada de Dios, la Iglesia. Hay que hacerlo, cuanto más que lo necesitamos nosotros mismos y peligra perderse. Trabajamos la paz. Esa será la mejor preparación para el último día. Las gentes caminan hacia el templo de Dios. Todavía están ca­minando; oremos, pidamos, trabajemos. La luz del Señor nos acompañará. En la Eucaristía se celebra el encuentro con el Señor, Salvador, Hijo del Hombre, Luz y aliento para el caminar. El adviento prepara la venida del Señor.

3. Oración final:

Coloquémonos en los brazos de María Madre, para que ella nos ayude a ir a su HIJO, para que Él transforme nuestra vida.

María Virgen Madre, tú señora, que mejor que nadie sabes lo que es estar preparados, estar bien dispuestos, pues tú tuviste nueve meses al Dios de la vida en tus entrañas dándole vida, siendo vivificada por Él, para que Él asumiera nuestra vida, haciéndose uno de nosotros.

Ahora que comenzamos a prepararnos para la Navidad, te pedimos que nos ayudes a abrir el corazón como los ojos, para darnos cuenta de las gracias y bendiciones que hemos recibido a lo largo de este año y así buscar corresponder a todo el amor que Dios tuvo con nosotros, dejando que Él nos siga llenando de su amor y misericordia, para vivir con alegría y unción esta Navidad, dejando que Dios sea el sentido y la razón de nuestras vidas. Amén.

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