La Ascensión del Señor – Ciclo A

Pascua

Las lecturas de hoy nos ofrecen una consideración teológica de gran densidad: el triunfo de Jesús, después de haber cumplido con valentía y generosidad la misión que le había encomendado Dios. Pablo nos dice que nunca acabaremos de comprender del todo este misterio: cómo Dios manifestó su fuerza salvadora resucitando a Jesús de la muerte, haciéndolo sentar a su derecha y constituyéndolo Cabeza de la Iglesia y plenitud de toda la creación.

Orientación para introducirse en el significado de los textos que vamos a reflexionar: De acuerdo con una simbología antigua y universal, la Biblia sitúa en lo “alto”, “encima”, “en el cielo”, aquello que es superior, que sobrepasa nuestro horizonte, que trasciende el nivel del mundo. Debajo, por el contrario, se sitúa el mal y la muerte (los “infiernos”). De ahí que se describa el encuentro entre el hombre y Dios con la imagen de un trayecto de subida y descenso: Dios “baja”; el hombre “sube”. En consecuencia, cuando hablamos de “ascensión” estamos utilizando una imagen de desplazamiento espacial para significar el dinamismo de inserción de lo humano en la esfera de lo divino, de lo temporal en lo eterno. La Ascensión de Jesús, más que un episodio de crónica, es una forma de señalar su triunfo, su “glorificación”, su plenitud. Siendo así, todos los domingos de pascua también son domingos de ascensión. Acerquémonos a la lectura y reflexión de los textos.

  1. LECTURA DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1, 1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos les recomendó: –No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo. Ellos lo rodearon preguntándole: –Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? Jesús contestó: –No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo. Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: –Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

La introducción general al libro de los Hechos de los Apóstoles enlaza directamente con el final del evangelio de Lucas (Cfr Lc 24,45-53). Desde ahora serán los apóstoles, aquellos que han visto al Señor y han sido instruidos «por medio del Espíritu Santo» (Hech 1,2), los testigos autorizados de la palabra de Jesús y de su resurrección. Ante la expectativa mesiánica nacionalista de los apóstoles, Jesús rechaza todo tipo de especulación apocalíptica (Hech 1,7) y enseña que no hay conexión temporal directa entre el don del Espíritu y la llegada plena del reino; la experiencia del Espíritu servirá más bien para dar inicio al tiempo y misión de la Iglesia (Hech 1,8). El relato de la ascensión del Señor ocupa sólo un versículo (Hech 1,9) y es presentado a través del esquema simbólico conocido en tantas religiones y también en la Biblia, que coloca en lo «alto», en el «cielo», la trascendencia, y «abajo», el mundo de los hombres (Cfr Gén 11,5; 17,22; Sal 144,5). La Ascensión es presentada desde la óptica de la Pascua: Jesús ha sido introducido eternamente en el ámbito de la trascendencia y en el mundo de lo divino. El acento está puesto sobre todo en la «despedida». se trata de una «separación». La «nube» que oculta a Jesús de la vista de los discípulos es precisamente el signo de esta nueva forma de presencia. Un símbolo bíblico que al mismo tiempo «esconde» y «revela» la trascendencia de Dios (Cfr Ex 13,21; 24,16.18; Ez 1,4; Sal 96/97,2; etc.).

  1. Introducción al Salmo 46

Como todos los Salmos del Reino, el Salmo 46 celebra la soberanía de Dios sobre su pueblo y sobre el mundo. Parece tener su origen en una celebración litúrgica. Este Salmo se puede representar como una procesión que sube a través de las calles de Jerusalén hasta el Templo llevando el arca de la Alianza. Así se conmemora el gesto del Rey David, quien introdujo el arca en Jerusalén (ver 2 Samuel 6). Dios sube entre las ovaciones populares: “¡Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría!” (v.2). Allí escucha el toque del “shofar” (trompeta fabricada con un cacho): “Sube Dios entre aclamaciones, Yahvé al clangor de trompeta” (v.6). Pero este Salmo no se sitúa en su recuerdo histórico. Al dirigirse hacia el Templo, el pueblo celebra a la vez a aquel que allí reside, pero igualmente a aquel cuyo trono está en los cielos. La morada terrena de Dios no es más que una imagen imperfecta de su morada celestial. El orante designa la divinidad con dos vocablos: (1) “El Señor”: es decir, Yahvé, el Dios de Israel; (2) “Dios”: es decir, Elohim, el Dios creador del cielo y de la tierra. Con estos dos términos se invoca al mismo Dios, el que reina sobre su pueblo y sobre el mundo: “Rey grande sobre la tierra toda… Que de toda la tierra él es rey… Reina Dios sobre las naciones” (vv.3b.8ª.9ª). Su dominio es universal. Este Salmo encaja bien para este día de la Ascensión, cuando Jesús sube hacia Dios para ser entronizado en su gloria real. Por medio de Jesús resucitado, Dios reina sobre el universo.

 

 

Salmo responsorial sal. 46, 2-3. 6-7. 8-9

Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas.

Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.

Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

  1. LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1, 17-23

Hermanos: Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todo.

Es posible distinguir dos partes en este texto: una oración de intercesión (vv. 17-19) y una reflexión cristológica (vv. 20-23). La intercesión comprende tres peticiones: se pide para la comunidad un espíritu de sabiduría para conocer al Señor; la iluminación «de la mente», para adquirir la visión contemplativa de la fe y de la esperanza; y, finalmente, la comprensión del poder extraordinario que Dios, venciendo definitivamente a la muerte, ha desplegado a través de la resurrección de Cristo. La reflexión cristológica afirma la glorificación de Cristo como Señor absoluto de cielo y tierra y como cabeza de la Iglesia, su cuerpo, que aparece con dimensiones cósmicas y llena de la plenitud de Cristo, en la cual se reconoce se celebra y se anuncia su señorío universal.

  1. EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

La aparición pascual en Galilea sirve de conclusión al evangelio de Mateo y está estructurada en tres partes: la presentación de Cristo, la misión de los discípulos y la promesa de la presencia del Señor hasta el final de los tiempos. El escenario es un «monte», símbolo bíblico que evoca un espacio privilegiado en el que Dios se ha revelado en la primera alianza (Cfr Ex 19; 1 Re 19) .

  1. La presentación de Jesús. Se declara el señorío absoluto de Jesús sobre el cielo y la tierra: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). La formulación pasiva de la frase indica que Jesús ha recibido el poder de parte de Dios (Cfr Mt 11,27). La palabra «poder» traduce el término griego exousía, que indica el poder, el derecho y la capacidad que caracterizan la palabra y la obra de Jesús para llevar a cabo el proyecto del reino (Cfr Mt 7,29; 21,27) Jesús resucitado es Señor de cielo y tierra, con el poder mesiánico para transformar la historia humana y llevarla a la plenitud de Dios. Delante de Jesús los discípulos se postran en humilde adoración, como habían hecho antes las mujeres el día de Pascua (Mt 28,9). Mateo agrega un detalle significativo: «aunque algunos titubeaban» (Mt 28,17). La fe pascual de los discípulos no está exenta de la duda, un riesgo que acompañará también la fe de la comunidad cristiana en la historia.
  2. La misión. Jesús ordena a los discípulos: «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizádolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado» (Mt 28,19-20). La misión de la Iglesia tiene alcance universal. Los verbos utilizados son significativos: «ir» sugiere el dinamismo de la vida cristiana y de la misión que debe caracterizar al discípulo de Jesús; «enseñar» indica el testimonio en palabras y obras que constituye la evangelización; «bautizar» evoca el signo por el que los hombres se configuran con Cristo resucitado y, en cierto modo, la actividad sacramental de la comunidad; «cumplir» indica la respuesta del creyente a la palabra del Evangelio.
  3. La presencia de Jesús. Es la última palabra de Jesús en el evangelio de Mateo: «Y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). En el Antiguo Testamento la frase: «yo estaré contigo», o «yo estaré con ustedes», expresa la garantía de la presencia salvadora y activa de Dios (Cfr Ex 3,12; Jer 1,8; Is 41,10; 43,5). Jesús, constituido Señor universal mediante la resurrección, lleva a plenitud esta presencia salvadora de Dios. Él es el Emmanuel», «el Dios-con-nosotros» (Cfr Is 7,14; Mt 1,22-23) . La presencia de Jesús no está ahora limitada por el espacio y el tiempo. Los discípulos realizan la misión universal de Jesús bajo el signo de su presencia.

En un mundo que no abunda precisamente en motivos de alegría y esperanza, la fiesta de hoy nos debe comunicar a los cristianos un sincero sentido de fiesta pascual, porque nosotros también somos partícipes de la victoria de Jesús y estamos llamados a la vida definitiva con él. El motivo fundamental es que Cristo ya nos ha incluido de alguna manera en su destino final: «ya desde este mundo nos haces participar de tu vida divina» (oración poscomunión).

Sobre todo los textos de hoy insisten en que Cristo es la Cabeza de la Iglesia: «No se fue para alejarse de nuestra pequeñez -sigue diciendo el prefacio-, sino para que pusiéramos nuestra esperanza en llegar, como miembros suyos, a donde Él, nuestra cabeza y principio, nos ha precedido». O, como dice la oración del día «Señor… la gloriosa ascensión de tu hijo… es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo».

Esto no es sólo un consuelo psicológico. Es teología: es la consecuencia de nuestra unión intima con Cristo Jesús desde el Bautismo, y de que, como Iglesia, somos el Cuerpo unido a la Cabeza que es él. En una fiesta como ésta vale la pena que nos dejemos «contagiar» de esta visión positiva de la historia.

  1. PORQUE TENEMOS UNA MISIÓN

Nos hacen falta palabras de ánimo, porque Jesús dejó a sus discípulos una misión nada fácil. Al terminar el camino terreno de Jesús (la Ascensión es «punto de llegada»), empezaba el camino de su comunidad (la Ascensión es también «punto de partida»): «Cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra». Los ángeles se encargaron de avisar a los discípulos que no se quedaran mirando al cielo, sino que, conectando con lo que se nos dice en el evangelio de hoy, bajaran al «valle», a emprender la tarea misionera que se les encomendaba:

  1. a) evangelizar a todos, haciéndolos discípulos de Jesús; b) bautizarlos, con el sacramento de entrada en la comunidad del Resucitado c) y enseñarles -con el ejemplo, sobre todo- a vivir el estilo de vida que nos enseñó Jesús y construir así un mundo mejor. Todo ello es posible con la animación del Espíritu y con la promesa final de Jesús: «y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».

Oración final: Oh Dios, Padre nuestro; danos tu Espíritu de sabiduría, e ilumina los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llamas, cuál la riqueza de la gloria que das en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de tu poder para con nosotros. Por nuestro Señor. Amén.

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