Nuestra selección de cantos para Cuaresma

Queremos compartir con ustedes una pequeña recopilación de los cantos de Entrada y Comunión apropiados para los domingos de Cuaresma del Ciclo A.

Hemos seleccionado dos cantos de entrada del compositor litúrgico Joaquín Madurga. El primero ha sido compuesto especialmente para los primeros dos domingos de Cuaresma en cualquiera de los tres ciclos ya que nos introduce a los temas de las Tentaciones y La Transfiguración, presentes todos los años.

El segundo fue compuesto para los siguientes tres domingos de Cuaresma del Ciclo A pues cada una de sus estrofas corresponde a los temas de La Samaritana, El Ciego y Lázaro.

Los siguientes cinco cantos pueden ser usados para el momento de la comunión, cada uno correspondiente a los temas cuaresmales de este camino cuaresmal.

Encontrarán en la carpeta un PDF con partituras y los audios originales de cada melodía.

Esperamos que sea de utilidad para ustedes.

Cantos para Cuaresma Ciclo A

Nuestra selección de cantos para Adviento

Ahora que hemos alcanzado el final del Ciclo B se marca la fecha hemos logrado compilar ya los cantos sugeridos más apropiados para la mayoría de los domingos de los tres ciclos litúrgicos, Solemnidades y algunas otras fiestas litúrgicas.

Nuestra labor en las redes sociales no se detiene allí, pero cambiaremos nuestro enfoque. El objetivo de compilarlos en archivos editables era que aún después de elaborar las imágenes que se publican en Facebook nos fuera posible ampliar las sugerencias y estuvieran disponibles para quien las consultara. Los enlaces estarán siempre disponibles en la página fija de este blog: Sugerencia de cantos para cada domingo. De igual manera, las reflexiones para cada domingo se encuentran en el archivo de este blog y son fácilmente accesibles usando el buscador.

Comenzamos este Adviento con nuestra selección de cantos. Este será el esquema que Voces de Paz usará en las celebraciones dominicales de este ciclo, recopilado en un solo folleto para que esté siempre accesible.

La mayoría de los cantos son conocidos para nosotros pues los hemos ido incorporando poco a poco cada año. Unos pocos se han ido agregando para ir más acorde al día específico y este año será la primera vez que los entonaremos. Es seguro que en próximos años aún se haga una revisión más y poco a poco los cantos sean más apegados a las antífonas y momentos indicados.

Esperamos que sea de utilidad también para ustedes.

Ver partituras

La Epifanía del Señor – Ciclo C

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Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3,4).

Papa Francisco, Homilía en la Solemnidad de la Epifanía del Señor
06/01/13

Oración:

Señor, tú que este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo. Seguir leyendo «La Epifanía del Señor – Ciclo C»

La Natividad del Señor – Misa de medianoche

Navidad

Dejémonos encontrar por Jesús «con la guardia baja, abiertos», para que Él pueda renovarnos desde lo profundo de nuestra alma.

En el Adviento empezamos un nuevo camino, un “camino de la Iglesia … hacia la Navidad”. Vayamos al encuentro del Señor, porque la Navidad no es sólo un acontecimiento temporal o un recuerdo de una cosa bonita.

La Navidad es algo más: vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón; con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe. El Señor, en la palabra de Dios que escuchamos, se maravilló del centurión: se maravilló de la fe que el tenia. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe!

PAPA FRANCISCO, HOMILÍA DEL 2 DE DICIEMBRE DE 2013 EN SANTA MARTA.

ORACIÓN:

Oh Dios, que has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera, concédenos gozar en el cielo con el esplendor de su gloria a los que hemos experimentado la claridad de su presencia en la tierra. Por nuestro Señor Jesucristo. Seguir leyendo «La Natividad del Señor – Misa de medianoche»

Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C

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Introducción

El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino. Sólo Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira. Esa acción cauterizadora que Dios realiza en el hombre es el juicio, el juicio de Dios. El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.

El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos meramente externos, rituales, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega, a vivir en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso de Dios a vivir en la justicia. La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva. El Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio pende sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser cortado. De cada uno depende el que ese juicio dé paso a una conversión o a un endurecimiento irremediable.

En este segundo domingo de adviento, la Iglesia nos orienta hacia los pasos de la conversión, siguiendo el orden de lo que la iglesia recomienda nos preparamos para orar, leer, meditar, comprometernos con Dios que nos habla. Éste es un método antiquísimo en la Iglesia para orar la Palabra de Dios. El concilio Vaticano II lo recomendó afirmando: “El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran `la ciencia suprema de Jesucristo´ (Flp 3, 8), `pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo´…. Los fieles recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues `a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos los oráculos divinos” (Dei Verbum 25).

1. Invoca al Espíritu

Invocación al Espíritu

Soplo de vida que llevas a cumplimiento las promesas del Dios Amor, ven e irrumpe en nuestras vidas ahora que nos disponemos a esperar. Ven y haz que nuestra espera sea ardiente. Ven y sostennos hasta que vuelva aquel a quien anhelamos. Ven y apasiona nuestras vidas mientras Él llega. Ven y calienta nuestros corazones con una caridad auténtica.

Ven, Espíritu, ilumina nuestras mentes, serena nuestras entrañas para que te acojamos sin temor y nos abramos a la Palabra de la Vida, que quiere encender las ascuas de nuestro espíritu para que ardamos en la vivencia de la fe. Seguir leyendo «Segundo Domingo de Adviento – Ciclo C»

Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo B

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Celebramos la solemnidad de la ascensión de Jesús. Esto quiere decir que Jesús, que fue el hombre cabal y perfecto, el mejor de los nacidos de mujer, el que más ha amado a los demás, ha llegado a la plenitud de meta. El Padre lo ha exaltado, lo ha hecho primogénito de todas las criaturas, el primero de los hombres y la cabeza de la Iglesia.

 

  1. Oración colecta:

 

Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo. Por nuestro Señor… Seguir leyendo «Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo B»

Domingo VII de Pascua: La Ascención del Señor – Ciclo A

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“No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas”

Introducción

Jesús, el Señor, resucitado, viviente, se alza hacia el cielo. Una nube le cubre. ¿Nos abandonó? ¿Va a quedar fija nuestra mirada hacia ese cielo que huye? ¿Volverá? Buen momento para calibrar la firmeza de nuestra confianza.

Aguardemos su venida, sin tiempo, sin fecha. Aguardemos, manos a la obra. Cada vez que defendemos la dignidad de un ser humano, cada vez que ponemos en pie a alguien, que no dejamos que caiga nadie en la cuneta de la vida, cada vez que compartimos el pan, cada vez que vemos en el pobre el rostro de Cristo… Cada vez, estamos diciendo que Él vuelve. ¡Ven Señor Jesús!

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

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Domingo 19 del tiempo ordinario – Ciclo B

Domingo décimo noveno del tiempo ordinario ciclo B

En cada misa, lo primero que hacemos es escuchar la Palabra que Dios nos dirige. Nos hace falta. Ahí está nuestra formación permanente. La mejor catequesis que los cristianos, jóvenes y mayores, recibimos a lo largo del año. Somos invitados a «comer», a «comulgar» con Cristo como la Palabra viva de Dios. Si lo hacemos así, él mismo nos habrá preparado para recibirle después con mayor fruto en el alimento del Pan y del Vino.

1.      Oración inicial

 

Shadai, Dios de la montaña, que haces de nuestra frágil vida la roca de tu morada, conduce nuestra mente a golpear la roca del desierto, para que brote el agua para nuestra sed. La pobreza de nuestro sentir nos cubra como un manto en la obscuridad de la noche y abra el corazón para acoger el eco del Silencio para que el alba envolviéndonos en la nueva luz matutina nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, el sabor de la santa memoria.

 

2.      Lecturas y comentario

2.1.Lectura del primer libro de los Reyes 19, 4-8

 

En aquellos dias, Elias continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: —«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!» Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: —«¡Levántate, come!» Miró Elias, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: —«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.» Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.

 

Después del dramático encuentro con los profetas de Baal en el monte Carmelo, donde éstos acabaron trágicamente, Elías teme por su vida. El pueblo había deseado un signo. Elías lo había dado. El Señor que él predi­caba había mostrado ser el Señor de los Ejércitos, el Señor del cielo y de la tierra, el único Señor. No obstante, Jezabel, esposa del monarca, pagana y propulsora del culto pagano en Israel, le ha jurado odio eterno y le persigue a muerte. El siervo de Dios se ve obligado a huir. Elías, el gran defensor del yavismo en un pueblo que claudicaba aplaudido y dirigido por la monarquía, corre peligro de muerte en manos de una desdichada mujer. Una dura prueba para el profeta.

 

Elías huye. Pero la huida se convierte en una peregrinación religiosa. El viaje, duro y penoso, está cargado de simbolismo religioso. Elías huye de Je­zabel y se encamina hacia Horeb, hacia el Monte del Señor. No se dirige a Jerusalén, templo elegido por Dios y lugar de peregrinación de Judá. El Reino del Norte empalma directamente, al carecer de un santuario autén­tico, con las tradiciones del desierto: Yavé, el Dios de la Alianza, el Dios que se reveló a Israel, con gloria y majestad, en el Sinaí, llamado aquí – tradición elohísta – Horeb. Elías vuelve a las fuentes de su religión: al desierto, al lu­gar del encuentro con Dios. Magnífico propósito.

 

El camino es largo y penoso – cuarenta días y cuarenta noches – ; más pe­noso aún en las circunstancias en que lo realiza el profeta: amenazado de muerte. A Elías le pesa la profesión; desea la muerte. Todo es difícil en su vida. Las angustias le agobian demasiado. Y él no se considera mejor que sus antepasados. «¿Por qué, Señor, no tomas mi vida?» Quizás acabe con él el desolado desierto.

 

Pero Dios lo ha reservado para edificación de su pueblo; de él debe surgir un resto que le sea fiel. Elías debe caminar. Dios sale al paso de la necesidad más perentoria: hambre, sed, cansancio. Una retama, un jarro de agua, pan. Por dos veces experimenta Elías la providencia especial de Dios. Aquel pan lo confortará para el camino. «Con la fuerza del aquel alimento caminó… hasta el monte del Señor». Maravilloso alimento.

 

2.2.Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R/.: 9a)

 

R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

 

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

 

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R/.

 

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.

 

El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R/.

 

Salmo de acción de gracias con abundantes consideraciones sapienciales. El beneficio recibido, muy al fondo del salmo, motiva la acción de gracias en forma de alabanza. La alabanza viene coloreada, como también la acción de gracias, con una exhortación, o exposición de máximas, a seguir el camino que conduce a la «bendición». La verdad fundamental de estas enseñanzas, que el autor ha experimentado en su propia carne, es la benévola y extraor­dinaria providencia de Dios sobre los que acuden a él. Las máximas «los que buscan al Señor, no carecen de nada», «el Señor salva al afligido de su an­gustia», «el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles», «contempladlo y quedaréis radiantes», «vuestro rostro no se avergonzará», son suficiente­mente expresivas. Todo ello lo recoge el precioso estribillo que da la tónica al salmo en esta liturgia: «gustad y ved qué bueno es el Señor». Es una invita­ción, un apremio, una urgencia, dada, al fondo, la necesidad a la que están expuestos todos los mortales. La experiencia del autor invita a multiplicar las «experiencias» de un Dios bueno y providente. Elías, en el relato primero, confiesa haberlo experimentado.

 

2.3.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 30-5, 2

 

Hermanos: No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entrego por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

 

Una exhortación típicamente «cristiana». Hemos de ser «imitadores» de Dios. Al fin y al cabo somos, por definición, imagen suya. Dios origen de todo ser, de toda vida, de todo bien, es el ejemplar supremo. Hemos de ser «imitadores», y no de cualquier forma. Imitadores de Dios como «hijos». Y no como cualquier hijo, sino como hijos «queridos». Y queridos no de cualquier modo, sino «queridos» misteriosamente de forma inefable, como lo expresa el «amor» de Cristo que se entregó por nosotros. El misterio de Cristo – sacrificio y oblación -, expresión del maravilloso amor de Dios a los hombres, es la raíz y causa formal de la imitación cristiana. Dios nos amó así. Así debemos amarlo nosotros.

 

Nuestra vida ha de ser una imitación de Dios, una imitación de Cristo. La vida cristiana recibe la impronta de Cristo: oblación y víctima. Así Cristo, así nosotros. La vida cristiana recibe también la impronta del misterio trini­tario: «imitadores» de Dios como Cristo nos «amó», «marcados» por el Espí­ritu Santo. En la obra de la salvación se comprometen las tres divinas per­sonas. ¿No es la vida cristiana una participación en la vida trinitaria? De­nota ternura y afecto la recomendación «No pongáis triste al Espíritu Santo». ¿Cabe mayor delicadeza y respeto? El pensamiento del «sufrimiento» de Dios no es ajeno a la Biblia. Dios «siente» nuestro mal, nuestra ruina. ¿No es esto grande y maravilloso?

 

El Espíritu Santo es la garantía, el sello vivo en nuestro espíritu y nues­tro cuerpo, de nuestra pertenencia a Dios. En el día último será él, su pre­sencia en nosotros, la señal, el sello, que nos detenga como propiedad suya. Será el día de la liberación suprema. Sería horrible si nos alejáramos de él. Lo «sentiría»

 

La aplicación práctica se desprende con naturalidad: perdonad como Dios os perdonó en Cristo; sed bondadosos, comprensivos, como Dios lo ha sido con nosotros. Lejos la ira, el enfado, el resentimiento, la maldad. Sed miseri­cordiosos (Lucas) y perfectos (Mateo) como el Padre celestial se ha mostrado en Cristo perfecto y misericordioso. Buen espejo para un examen de concien­cia. Es nuestro programa de vida. Es la vida del hombre nuevo creado en Cristo.

 

2.4.Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 41-51

 

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: —« ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿ No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? » Jesús tomó la palabra y les dijo: —«No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.» Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. »

 

Jesús ha afirmado categóricamente: «Yo soy el Pan bajado del cielo». Apunta, a todas luces, a su transcendencia. Jesús es un ser «superior» con prerrogativas que tocan lo divino La misma expresión «Yo soy» evoca el ha­blar propio de Dios en el A. Testamento. Esas pretensiones no pasan desa­percibidas a los oyentes. La exigencia de Jesús de creer en él para salvarse les parece exagerada y suena a blasfemia y a extravagancia. En efecto, to­dos conocen la procedencia de Jesús, conocen a sus padres, a sus familiares, saben cuál es su patria. ¿Por quién se tiene? Al fin y al cabo no es más que el hijo de un carpintero, oriundo de Nazaret. La objeción es seria.

 

Es curioso, la Encarnación del Verbo, que debiera en sí facilitar las cosas, las complica. La misma «exaltación» del Hijo del Hombre, manifestación es­tupenda de la sabiduría y del poder de Dios, será para unos escándalo, para otros irrisión. La carne pues, que ha tomado el Verbo, transparencia de lo divino, es para estos judíos un obstáculo. Los oyentes de Jesús no superan, en sus cavilaciones, los criterios humanos, no pueden ver. Jesús responde a esta situación fundamental. Para ver hacen falta ojos nuevos, luz nueva, cri­terios nuevos. Y ellos vienen de Dios. Dios, ya lo había anunciado por los pro­fetas, va a convertirse en Maestro, va a iluminar las mentes y a atraer los corazones. Los oyentes de Jesús dan muestras de insensibilidad y de cerra­zón a lo divino. No ven más allá de lo que sus ojos de carne puedan apreciar. La acción de Dios no ha logrado cambiarlos. Por lo visto se han cerrado.

 

El hombre no puede con sus solas fuerzas alcanzar a Cristo; necesita ayuda de lo alto. La ayuda no destruye la libertad, antes bien la responsabiliza en ir, al parecer, a contra de los criterios humanos. Aquellos oyentes, familiari­zados con el actuar de Dios en la historia de su pueblo, de­berían estar preparados para entrever el misterio. No dan señales de ello. No alcanzan a ver la verdad que van gritando los «signos». El misterio de la atracción de Dios.

 

En realidad nadie tiene una «experiencia» directa e inmediata de Dios: Nadie ha visto a Dios. El único, el Hijo. El Hijo ha venido del Padre y puede hablarnos de él. (Jn 1,18). El Hijo posee la vida eterna. Sólo el Hijo perte­nece a la divinidad. Sólo él puede comunicarnos la vida eterna. El hijo es el único Mediador. En el fondo de todo esto estamos tocando el misterio de la Encarnación.

 

La vida que ofrece Jesús es la vida eterna. No como la vida de los padres en el desierto. Murieron, por más que habían comido el pan descendido del cielo. No era aquel el auténtico pan del cielo. Jesús es el verdadero Pan del cielo. Y hay que comerlo para poseer la vida. No perdamos de vista la hu­manidad de Cristo, vehículo de salvación. Al hablar Jesús de su carne está aludiendo a ella de forma muy concreta: La Eucaristía. La Eucaristía nos in­troduce, dentro de la Encarnación, en el misterio de muerte y resurrección: «carne para la vida del mundo». Jesús, Verbo encarnado, muerto y resuci­tado por nosotros, se ofrece a los hombres como Alimento indispensable de vida eterna. Se precisa la fe: misterio de fe. El hombre se abre a la revela­ción salvadora que viene del Padre.

 

Reflexionemos:

 

Conviene partir del «misterio de Cristo». No podemos desterrar de la cele­bración litúrgica, y en resumidas cuentas de nuestra vida cristiana, el ele­mento «misterio».

 

Tocamos en este «misterio» dos aspectos ó momentos fundamentales: la Encarnación, es decir, el Verbo encarnado, hecho hombre – «bajado del cielo», «venido de Dios», «hijo de José» que «ha visto a Dios» – y su alargamiento en la muerte. Ambos se proyectan vehículo de salvación en una misma línea: el que cree en mí, tiene la vida eterna. Jesús es el único Intermediario: da su carne para vida del mundo. Este último elemento recuerda el «misterio» de su muerte, celebrado sacramentalmente en la Eucaristía, donde el Hijo del Hombre, «misteriosamente», se da como comida para la vida del Mundo. El tema de la muerte, expansión del amor «misterioso» de Jesús a los hombres, aparece en las palabras de Pablo. «Nos amó, dice el apóstol, y se entregó por nosotros como oblación y víctima de su suave olor». La Eucaristía también recuerda este aspecto: «Tomad y comed: este es mi Cuerpo que será entre­gado por vosotros». Hablamos con razón del «Sacrificio» de la Misa y de la «Víctima» eucarística.

 

Sugiere el tema del «misterio» la «misteriosa» atracción del Padre. La fe es un don divino, una luz de lo alto, una prolongación de la Encarnación: luz divina en la carne del hombre. Las palabras del apóstol «no pongáis triste al Espíritu Santo», «Dios nos ha sellado en él» declaran nuestra vida como «misterio». Estamos viviendo en el gran «misterio» del Dios Trino: Habitación de Dios, Templo del Espíritu.

Partiendo del «Misterio» de Cristo podremos hacernos una idea de la acti­tud que debe tomar el cristiano en la celebración del «misterio» de la Euca­ristía. Respeto, veneración, adoración, acción de gracias, alabanza… Recor­demos que recibimos al Verbo Encarnado, Muerto y Resucitado por noso­tros. Recordemos el motivo del amor inefable de su Entrega. Recordemos el misterio de Fe que lo envuelve. Recordemos la necesidad de acercarnos con reverencia. Recordemos que es el único Mediador; no podremos vivir sin él. No podemos caminar ni vivir sin este Alimento.

 

El tema del alimento «maravilloso» viene recordado por la primera lec­tura: Elías de camino, en peligro de perecer. No llegaremos al «Monte» del Señor, a la Jerusalén celestial sin este viático ¿No es justo y necesario can­tar con el salmo la «misteriosa» Providencia divina «Gustad y ved qué bueno es el Señor»?.

 

La vida cristiana es una prolongación del «misterio» eucarístico. Co­miendo a Cristo, vivimos con Cristo, vivimos como Cristo. Es el programa que presenta Pablo. El don del Espíritu procede de Cristo. El Espíritu nos acompaña, acuñados por él, hasta el día de la liberación, cuando, superadas con el maravilloso alimento, las dificultades de este desierto, logremos en­trar en el Santo Monte de Dios. Somos imitadores de Dios. Reproducimos en nosotros el admirable «Misterio» del Verbo de Dios hecho hombre. No odia­mos, no injuriamos, no deseamos ni obramos el mal. Perdonamos, soporta­mos, comprendemos. Nuestra vida es fruto de la Eucaristía y preparación adecuada para ella. ¡Qué bueno es el Señor!

 

3.      Oración final

 
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

 
Vea también: Domingo 19, Ciclo B (2009)

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Domingo 18 del Tiempo Ordinario

Domingo décimo octavo del tiempo ordinario ciclo B

Un tema tipológico de base, en todo el capítulo sexto de Juan, es el maná. Está muy claro  que entre la narración del Éxodo (1. lectura) y el diálogo entre Jesús y los judíos hay un  paralelismo de estructuras dinámicas que permite hablar de «tipología». Es decir: lo que  sucedió en el desierto entre Dios y su pueblo, por mediación de Moisés, es repetido y  superado por esto que sucede entre Dios y los hombres, por Jesucristo y en Jesucristo. Concretamente: Dios dio alimento terreno al pueblo, para «ver si guarda mi ley o no» (1.  lectura), y manifestarle su presencia salvífica. El Padre de Jesús da a los hombres un  alimento celestial -Jesucristo su Hijo- marcándolo con su sello personal, para que crean en  El, el enviado.

  1. Oración:

 “Concédeme, Señor, este día, parar un poco para escuchar mi propio corazón para interpretar mis agitaciones internas con la luz de tu Palabra, para tomar conciencia de mis verdaderas motivaciones y para descubrirte y confesarte a ti una vez más, como el sentido de mi vida”.

 

  1. Lecturas y comentario

2.1.Lectura del libro del Éxodo 16, 2-4. 12-15

 

En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: —«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad.»  El Señor dijo a Moisés: —«Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: «Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios.»» Por la tarde, una banda de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, habIa una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron: —«¿Qué es esto?» Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: —«Es el pan que el Señor os da de comer.»

En el capítulo anterior el pueblo es presentado como una multitud sedienta junto a la fuente de agua amarga que Moisés hizo potable. Estas tradiciones estaban arraigadas en el corazón del pueblo (por eso aparecen duplicadas; ver Números 11 y 20). El término hebreo que se traduce por “pan” tiene un sentido general de “alimento”. Se han dado diversas explicaciones naturales para el maná. La más común es que se trata de la secreción de un árbol del Sinaí, el “Tammarix mannifera”, cuyas gotas se solidifican en el suelo con el frío de la noche y tiene un sabor dulce. Pero más que insistir en el milagro, el autor sagrado presenta una confesión de fe: Dios se muestra como un padre providente, socorriendo su pueblo (bebida, alimento, defensa de los enemigos, de los animales, orientación en el camino). Lo mismo se aplica a las codornices (que en la primavera regresaban y, exhaustas, se posaban en la península del Sinaí). El texto da una interpretación popular del nombre maná. La literatura rabínica vio en él el alimento de los futuros tiempos mesiánicos. Con todo, parece que la multitud no entiende. El discurso va a tomar un nuevo impulso a partir de este malentendido: lo que es dado es Aquel que se da.

2.2.Salmo responsorial Sal 77, 3 y 4bc. 23-24. 25 y 54 (R/.: 24b)

R: El Señor les dio pan del cielo.

Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
Las alabanzas del Señor, su poder,
las maravillas que realizó.

Dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
Hizo llover sobre ellos maná,
les dio pan del cielo.

El hombre comió pan de ángeles,
el Señor les mandó provisiones hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras
hasta el monte que su diestra había adquirido.

2.3.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 17. 20-24

 

Hermanos: Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

El texto comienza de forma solemne: “Digo en el Señor”. La exhortación se dirige a los recién convertidos de la comunidad: entre la vida en el paganismo y la vida en Cristo hay un contraste profundo. La vida en Cristo impone exigencias serias que Pablo expresa con las siguientes imágenes: “abandonar la vida de antes”, o “el hombre viejo y corrompido”, “renovar la mente y el espíritu”. El lenguaje de la carta está influenciado por las imágenes de la liturgia bautismal, especialmente del vestido (subrayando la costumbre de cambiar de vestido al salir del agua): “revestíos del hombre nuevo”. En realidad, el bautismo marca el comienzo de una vida nueva, de una nueva creación.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 24-35

 

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. AL encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: —«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: —«Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: —«Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: —«La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.» Le replicaron: —«¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito:»Les dio a comer pan del cielo.”» Jesús les replicó: —«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: —«Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: —«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

Cristo acaba de realizar la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-15). Con este motivo consigue un éxito entre la muchedumbre bastante considerable (vv. 22-25) El discurso sobre el pan de vida parte de estos dos hechos. Las gentes han comido un alimento perecedero, pero, hay otro alimento que sirve para la vida eterna (vv. 26-27); la muchedumbre ha buscado a un realizador de milagros, pero la personalidad de Jesús es de otro orden (vv. 26-27) y las obras realizadas hasta ese momento por el pueblo no son las que van a poder merecerle la salvación: lo único que cuenta es el seguir a Cristo (vv. 28-29).

Los oyentes se decepcionan evidentemente ante esta argumentación y quieren rebatir las pretensiones de Cristo: su milagro es insignificante, los antiguos vieron cosas mejores (versículos 30-31). Así, pues, si Cristo quiere revelar el misterio de su persona, que dé una señal más inteligible. Jesús responde afirmando que El es el pan de vida (vv. 32-35).

a) Estos versículos plantean, de manera enigmática, pero excitante, el problema de la persona de Jesús y de la capacidad de la fe para descubrir el misterio que se encierra detrás de los signos que lo manifiestan. Invitan expresamente al oyente a ponerse en estado de búsqueda auténtica para poder descubrir el alcance del discurso que sigue.

b) Choca bastante ver a Cristo presentando este proceso de búsqueda que es, en resumen, la fe (v. 29) con términos como «trabajo» (v. 27) y «obras a realizar» (v. 28). Efectivamente, el trabajo que hay que hacer no es perderse en la multitud de comportamientos que implica la ley, sino comprender que la vida de Cristo es la obra del Padre por excelencia (cf. Jn 5, 17). Que los hombres renuncien a discutir inútilmente sobre las muchas obras que ellos tienen que realizar para salvarse y que reconozcan la necesidad de una sola obra: la que el Padre cumple en su hijo y que está marcada con su sello (v. 27) y se manifiesta especialmente en el signo del pan.

c) Los signos y obras realizados por Cristo no son solo medios para legitimar su reivindicación o justificar su misión. El problema no está en dar pruebas de tipo intelectual, sino signos que comprometan ya desde ese momento y continúen la obra de salvación que Cristo trae. Con esto no es que El quiera competir con el maná. No se trata de demostrar que El es superior a Moisés, sino de hacer comprender que tanto el maná del desierto como los panes multiplicados por Jesús son ambos expresión del amor que el Padre ofrece al mundo. Jesús, al ir más allá de la significación material del maná (v. 32), estaba completamente en la línea del Antiguo Testamento que buscó con frecuencia ver la Palabra de Dios detrás de este alimento (Dt 8, 2-3; Sab 16, 26). Jesús deja entender, con esto, que El también, al multiplicar los panes, trasciende la vida material y física por su mensaje y el misterio de su persona simultáneamente (versículo 35). Pero los interlocutores de Cristo no trascienden el plano material (v. 34). En esta situación, a Cristo no le queda otra cosa que hacer que declarar abiertamente que el pan multiplicado va unido a su misión espiritual y a su propia persona hasta el punto de confundirse con ella (v. 45).

d) Cuando Cristo revela su propia persona, emplea una fórmula nueva: pan de vida, que era algo desconocido en el Antiguo Testamento. Juan ha, sin duda, forjado esta fórmula, así como creó las expresiones «luz de vida» (Jn 8, 12), palabra de vida (1 Jn 1, 1), agua de vida (Ap 21, 6; 22, 1). Probablemente pensó en el árbol de la vida del Paraíso, símbolo de la inmortalidad de la cual el hombre quedó privado por el pecado, que el maná del desierto no fue capaz de restituir, pero que Jesús concede como respuesta a la fe (cf. Jn 6, 50, 54). Existe, pues, en el concepto de pan de vida un matiz paradisíaco y escatológico: Jesús es la verdadera vida inmortal a la que el hombre tiende desde el primer momento y que, finalmente, le es accesible por la fe.

Juan relaciona el misterio eucarístico con la encarnación (v. 35): el verdadero pan es el Hijo de Dios que ha venido del cielo. El hambre se sacia recurriendo a El. Todo el que cree en Cristo y en su doctrina se está ya alimentando de Él. Pero la dimensión pascual de este pan no puede ser descartada. Es fácil que la proximidad de la Pascua (Jn 6, 4) haya sugerido a Cristo el tema del maná, así como las homilías pronunciadas en las sinagogas con motivo de la proximidad de tal festividad (cf. Jn 6, 59).

La palabra «dar», que se repite tres veces en el pasaje de este día, anuncia ya el don del Calvario y expresa que no existirá pan verdadero más que cuando se haya cumplido totalmente la obra salvífica de Cristo. El pan de vida no puede ser comido solo con la fe; es necesario un pan concreto, que exigirá ser comido realmente y así nos integrará dentro del misterio de la cruz.

Reflexionemos:

La actualización de las lecturas puede ser perfectamente una explicación del ritmo básico  de la vida cristiana: gracia de Dios -fe- acción de gracias. Uno puede acentuar cada uno de  estos elementos, según le parezca más conveniente; pero es importante que los tres estén  simultáneamente presentes; de otro modo, podría desequilibrarse el ritmo.

La gracia de Dios es el mismo Jesucristo, comunicado a los hombres con la fuerza del  Espíritu. Acentuar este principio es «personalizar» la realización entre Dios y nosotros, huir  de una posible cosificación de la gracia y de los dones de Dios. Es también -y muy  importante- «personalizar» la Eucaristía, como actualización sacramental de la iniciativa  salvífica realizada definitivamente en el misterio de Cristo.

La fe es, a la vez, gracia de Dios y esfuerzo del hombre. Aquí puede ayudar mucho el  texto de la segunda lectura: «Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de  Dios». La alusión, indicada antes, al tema del paraíso queda completada. Hay que hacer el  esfuerzo de revestirse, despojándose antes de la naturaleza envejecida; pero el nuevo  vestido no es autodado, sino «creado por Dios». Difícilmente se puede explicar mejor el acto  de fe. Su consecuencia está clara en las palabras de Jesús: los que van=creen en él,  quedarán perfectamente saciados.

La acción de gracias es el ambiente en el que se vive la fe. No puede ser de otro modo  cuando esta fe es consciente de su naturaleza. Por eso, la vida cristiana es una vida  «eucarística», que tiene en la Eucaristía, «su fuente y su culminación». La fuente, porque en  la Eucaristía se actualiza, para cada creyente y para toda la Iglesia, el misterio del don de  Dios: el pan que baja del cielo para dar la vida al mundo. La culminación, porque la vida en  la fe no tiene otra manera más perfecta de expresarse que la de incorporarse a la acción  sacrificial y de alabanza del Padre, que es la oblación amorosa del Enviado.

  1. Oración final:

Mi reposo eres tú, mi meta eres tú, el sentido de mi vida eres tú. En la comunión contigo lo tengo todo. Cuando tú me dices “Yo soy”, me dices también “Tú eres”. Me invitas, me atraes a una alianza contigo, una aventura de amor que no tendrá fin. Amén.

Vea también:  Domingo XVIII del Tiempo Ordinario -Ciclo B [2009] con sugerencia de cantos

Para más sugerencias de cantos, estén pendientes de las publicaciones en la página de Facebook.

Material de la Jornada Litúrgica Marzo 2012 – Celebrar la Pascua

Celebrar la pascua

Ya en el siglo segundo se sabe de una celebración anual de la Pascua. La gran vigilia anual era precedida por un tiempo de ayuno, al principio uno o dos días, luego una semana, después cinco semanas. Al mismo tiempo, ese día de Pascua era prolongado durante cincuenta días de fiesta, celebrados como un solo día.

En esta forma se fue estructurando en las Iglesias el Triduo Pascual. Se habla del viernes como la memoria de la Pasión, del sábado como el descenso al sepulcro y del domingo como la memoria de la Resurrección.

Tres aspectos de una sola fiesta

El Triduo Pascual de la muerte y resurrección de Jesús constituyó el centro de toda la vida de fe de las comunidades cristianas y del año litúrgico. Con su celebración, durante tres días, se hace presente y se realiza, para la vida de las comunidades, el misterio de la Pascua de Cristo, es decir, de su paso de este mundo a la vida del Padre.

Ya san Agustín, en el siglo IV, llamaba a esta celebración el “Triduo del crucificado, sepultado y resucitado”. De hecho el Triduo Pascual tiene una unidad, en la que cada día es entendido como momento progresivo de la única Pascua: la Pascua de la Cena, la Pascua de la Cruz, la Pascua de la Resurrección. El jueves se hace memoria de la Cena de la nueva Pascua. El viernes se celebra la Pascua del Cordero Inmolado. En la Vigilia Pascual, celebramos el tránsito glorioso de Cristo, la victoria sobre la muerte, la realización plena del Éxodo.

Una tiempo de prolongación

En la Vigilia Pascual, que ya es el Domingo de Resurrección, nace el día nuevo que la Iglesia prolonga en renovada alegría durante cincuenta días del Tiempo pascual. Los cincuenta días que van del domingo de Resurrección al domingo de Pentecostés se celebran con alegría, como un solo día festivo, más aún, como el «gran domingo»[1]

 

Presenta dificultades pero merece la pena. Disfrutar y hacer disfrutar de los cincuenta días de la Pascua como celebración de lo que da gozosamente sentido a nuestro ser cristiano: el mal vencido, el pecado vencido, la muerte vencida por Jesús y el amor del Padre que es más fuerte que todo, y nos libera, y nos ofrece una vida plena y renovada. En realidad, celebra la Pascua es celebrar que el mismo Espíritu que movía a Jesús nos mueve ahora a nosotros, como dice ya la oración del domingo de Pascua: “concede a quienes celebramos hoy la Pascua de resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por al gracias del Espíritu Santo”.

 

Bueno será, por tanta, que todo el tiempo de pascua esté impregnado por la presencia del Espíritu: no hay que forzar los textos ni el sentido de las celebraciones para lograrlo, solamente resaltar la presencia del Espíritu y no acordarnos solamente el último día, domingo de Pentecostés.

Algunos elementos que conviene tener en cuenta pueden ser los siguientes: Cuidemos, junto con los responsables de las celebraciones, los signos externos de estos días.

1.  La alegría del presidente y demás ministros: quizá se la condición más básica para una buena celebración de la cincuentena pascual. Que quien preside la celebración y todos los demás ministros, sientan la alegría de celebrar la victoria de Jesús resucitado, y el inmenso amor  del Padre, y el don del Espíritu derramado sobre nosotros. Y, sintiéndola puedan y deseen hondamente ayudar a todos los hermanos y hermanas cristianos a experimentarla también. Este no es tiempo para centrarse mucho en las exigencias del comportamiento cristiano (no es tiempo de homilías moralizadoras), sino en la alegría de serlo y en el deseo de compartirlo con los demás cristianos y con los que no lo son.

2. Una ambientación relevante y constante: como la Pascua no se nota en la calle tiene que notarse mucho dentro de la Iglesia. Y tiene que notarse a lo largo de los cincuenta días, sin dejar que el ambiente decaiga. Aunque, por muchos motivos la presencia de la feligresía disminuya. Ello no implica que no pueda mantenerse el clima y la ambientación que entra por los ojos (el cirio pascual, la aspersión, luces, flores, carteles, etc.) y que el último día, el domingo de Pentecostés se intensifique esa ambientación. El domingo siguiente tiene que notarse también que la ambientación pascual ha desaparecido.

3. La ambientación que crean los cantos: durante todo el tiempo de pascua hay que cantar cantos de pascua. Sin cansarse y empezar a sustituirlos por cantos más genéricos al llegar a la mitad de la cincuentena. Además bueno será que desde el principio esos cantos de Pascua incluyan también los cantos del Espíritu.

4. Los sacramentos: la pascua es tiempo de los sacramentos: son signos visibles del resucitado, son los dones de su Espíritu en La  Iglesia. Conviene también celebrar de modo especial la vigilia de Pentecostés. Las confirmaciones también son oportunas en tiempo de pascua. La Semana del Espíritu Santo. “Para aquellos adultos que han recibido la iniciación cristiana durante la Vigilia pascual, este tiempo ha de considerarse como un tiempo de «mistagogia»”. (102)

5. Los testimonios del Espíritu del Resucitado: también a través de carteles o de otro modo, recordar cada domingo alguna acción que el Espíritu de Jesús nos  impulsa a realizar en el mundo: en el servicio de los necesitados, en la ecuación de niños, adolescentes, en la vida cívica. Etc.

6. El directorio sobre la piedad popular y la liturgia No 153, recomienda la realización del Vía Lucis  “en él, como sucede en el Vía crucis,  los fieles, recorriendo un camino, consideran las diversas apariciones en las que Jesús (desde la resurrección a la Ascensión, con perspectiva a la Parusía) manifestó su gloria a los discípulos, en espera del Espíritu prometido, confortó su fe, culminó sus enseñanzas sobre el Reino y determinó aún más la estructura sacramental y jerárquica de la Iglesia”.

Conclusión

Celebrar el Tiempo Pascual, es festejar, aquí y ahora, como un acontecimiento del presente, la Resurrección de Jesús como una nueva energía de vida y de libertad para cada persona, para nuestras comunidades y para la humanidad entera en comunión con la creación, restaurada por el Espíritu del Resucitado.

Celebrar la Pascua es celebrar nuestra participación en la Resurrección de Jesús y testimoniar que la fuerza resucitadora de dios actúa en las comunidades y en el universo.

Celebramos la Resurrección del Señor para que vivamos de una manera nueva, creyendo que Dios nos lleva de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida, dándonos fuerza para una conversión continua en nuestras vidas, suscitando en nosotros una mayor hambre y sed de justicia y la alegría de participar en la comunión de los santos, miembros de la familia de Cristo, parte integrante de la nueva creación, viviendo en la libertad de los hijos de Dios.

El libro del Apocalipsis describe así la experiencia pascual: ¡Hagamos una fiesta alegre y démosle gloria, porque llegó la boda del Cordero, y está engalanada su esposa! (Ap. 19,7)

EL TRIDUO PASCUAL

INTRODUCCION

 

La Iglesia celebra cada año el triduo pascual, que comienza con la misa vespertina del jueves «en la cena del Señor», tiene su centro en la vigilia pascual y acaba con las vísperas del domingo de resurrección. Este período de tiempo se denomina justamente el «triduo del crucificado, sepultado y resucitado» o triduo pascual.

 

La PFP recomienda encarecidamente a los pastores que no dejen de explicar a los fieles del mejor modo posible el significado y estructura de las celebraciones, preparándoles a una participación activa y fructuosa; recomienda también especialmente el canto del pueblo, ministros y sacerdote celebrante durante el triduo pascual, por la solemnidad de estos días y también porque los textos adquieren toda su fuerza precisamente cuando son cantados (PFP 41-42).

 

I LA MISA VESPERTINA EN LA CENA DEL SEÑOR: LOS CANTOS

 

La misa vespertina en la cena del Señor no es ni más ni menos que una eucaristía, celebrada con toda la dignidad, autenticidad y emotividad por celebrarse en la noche en que fue entregado nuestro Señor. Pero la eucaristía central en el triduo pascual es la de la vigilia pascual. El canto nos ayudará a celebrar con mayor autenticidad y sentido.

 

Canto de entrada

La antífona propia de esta misa es: «Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. En él está nuestra salvación, vida y resurrección, él nos ha salvado y libertado». Podemos resaltar el canto y la procesión de entrada con el incienso.

 

Gloria

Hoy podemos destacar el gloria con una oportuna pero breve monición. CE 300 y PFP 50 nos dicen que durante el canto del gloria se pueden hacer sonar las campanas, de acuerdo con las costumbres locales, y no volverán a sonar hasta el gloria de la vigilia pascual. El órgano y cualquier otra música instrumental pueden usarse sólo para sostener el canto.

 

Lavatorio de los pies

Conviene que esta tradición se mantenga y que se explique según su propio significado, el servicio y el amor de Cristo, que ha venido «no para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28). Los cantos podrían ser: Un Mandamiento Nuevo (Adapt. A.Alcalde) Os doy un mandato nuevo (F. Palazon)

 

Procesión de los dones

En este día podemos destacar la procesión de los dones realzando el pan y el vino como los dones escogidos por Cristo para su autodonación. Conviene que a la procesión de los dones y a la colecta le demos un claro sentido de solidaridad con los más necesitados. Esta colecta de solidaridad recobra todo su sentido, sobre todo, si los donativos para los pobres son el fruto de nuestra penitencia cuaresmal.

 

Canto de comunión

En la comunión podemos cantar cantos alusivos a la pascua como: Acerquémonos todos al altar (F. Palazón); los salmos 22 y 33, con las distintas musicalizaciones;

 

Traslado del Santísimo al lugar de la reserva

Terminada la oración después de la comunión, comienza la procesión en la que se lleva el Santísimo por la iglesia hasta el lugar de la reserva. Mientras tanto se canta el himno Pange lingua u otro canto eucarístico, y se termina con el Tantum ergo mientras se inciensa el Santísimo. – Tantum Ergo (Santo Tomas de Aquino)

VIERNES SANTO

 

Este día está completamente centrado en la cruz. La comunidad cristiana proclama la pasión del Señor y ejercita su función sacerdotal rogando por todos los hombres, adora la cruz y comulga de la reserva del día anterior. «Se recomienda que en este día se celebre en las iglesias el oficio de lectura y las laudes, con participación de los fieles» (PFP 62).

 

En la celebración de la pasión del Señor, «el sacerdote y los ministros se dirigen en silencio al altar sin canto alguno» (PFP 65). La pasión según san Juan se canta o se proclama del mismo modo que se ha hecho el domingo anterior. Durante la lectura de la pasión podemos intercalar unas antífonas o cantos breves como el domingo de ramos.

 

La oración universal ha de hacerse según el texto y la forma establecida por la tradición. Es conveniente que la respuesta del pueblo sea cantada, dada su importancia. Entre las respuestas cantadas podemos seleccionar:

– Señor, escúchanos, Señor, óyenos (Popular – Escucha Señor y ten piedad (Adapt. C. Gabaráin)

 

Para la adoración de la cruz úsese una única cruz, tal como lo requiere la verdad del signo.

Durante la adoración, cántense las antífonas, los «improperios» y el himno Oh cruz fiel, que evocan con lirismo la historia de la salvación, o bien otros cantos apropiados, como pueden ser:

– Pueblo mio (F. Palazon)

 

El padrenuestro es mejor que hoy sea cantado por toda la asamblea. No se da el signo de la paz, y sería más expresivo hacer la comunión en silencio, sin canto alguno.

 

En cuanto a los ejercicios piadosos, como el viacrucis, las procesiones de la pasión y el recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María, nos recuerda el documento PFP 72 que en modo alguno pueden ser descuidados, dada su importancia pastoral; pero los textos y los cantos utilizados en los mismos han de responder al espíritu de la liturgia del día.

SABADO SANTO

Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos, y esperando en la oración y el ayuno su resurrección. «Se recomienda con insistencia la celebración del oficio de lectura y de las laudes, con participación del pueblo» (PFP 73,40; OGLH 210). Es un día de silencio, lleno de oración, esperanza y gozosa expectativa. Día de serenidad, recogimiento, sosiego y sobriedad. Todo el peso espiritual de este día recae en la Liturgia de las Horas. Si el Viernes santo es «la hora de Cristo», hoy, Sábado santo, es «la hora de la Madre», la Hija de Sión, la Madre de la Iglesia, que vivió la prueba suprema de la fe y de la unión con el Dios redentor.

 

Para una celebración de la Palabra en torno a la Virgen dolorosa y esperanzada podemos contemplar junto a la imagen de Cristo crucificado la imagen de la Santísima Virgen de los Dolores o un icono de la Virgen que nos recuerde el misterio que se celebra. Como lecturas evangélicas podemos escoger Lc 2,25-35: Simeón predice los dolores de María; Jn 19,25-27: Jesús nos da a María por Madre.

Como cantos a la Virgen apropiados para una celebración de la Palabra podemos escoger:

– Dolorosa (J.A.Espinosa) – Estabas junto a la cruz (A. Alcalde) – Stabat Mater dolorosa (gregoriano)

El Canto Litúrgico en el tiempo de Pascua

SI LA CUARESMA era un tiempo de austeridad y silencio musical, la pascua es el tiempo de realce musical, de abundancia y florecimiento del canto. Es un tiempo de alegría y de gozo para entonar cantos de fiesta en honor de Cristo resucitado.

 

No cantemos cualquier canto, algunos cantos, ni de cualquier manera. No cantemos «a palo seco». Cantemos los cantos de pascua, todos los posibles, y hagámoslo bien, acompañándolos «al son de instrumentos, con clarines y al son de trompetas» (Sal 97), «con platillos sonoros, con platillos vibrantes» (Sal 150). Todo ser que alienta alabe al Señor, porque es la pascua. En Pascua tenemos que conseguir que la liturgia, en su conjunto, suene y resuene como una gran obra sinfónica: la sinfonía de la nueva creación en Cristo, afinados y vibrantes todos sus instrumentos. Una de las actividades principales de la comunidad cristiana durante el tiempo pascual es el canto al Señor resucitado, vivo y glorioso. «Sólo el hombre nuevo puede cantar el cántico nuevo» (san Agustín). La pascua es la fiesta de las fiestas y «Cristo resucitado – nos dice san Atanasio – viene a animar una gran fiesta en lo más íntimo del hombre».

 

La palabra clave es Aleluya

La hemos omitido en cuaresma. No se trata de prohibir por prohibir. El rubrum (las rúbricas) tienen también su espíritu, que hemos de descubrir. Se trataba de omitir para reservarnos para pascua y poder cantar el aleluya con una alegría desbordante, para que resuene más festiva y mejor afinada, llenando con su sonido el silencio de la noche pascual. No podemos olvidar ni separar de la pascua los cantos al Espíritu Santo, pues pentecostés no es una fiesta aparte. Es la plenitud y el cumplimiento de lo inaugurado en la noche de pascua: el Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos. Es el culmen de la pascua.

 

Cantos tradicionales pascuales hay muy pocos o casi ninguno. De los cantos modernos se ha popularizado. No podemos permitir ni aprobar que se gasten todas las energías en preparar bien la cuaresma y que lleguemos a la pascua cansados y agotados y la celebremos de cualquier manera, porque estamos cansados de tantas cosas como hemos preparado en cuaresma.

 

El órgano y otros instrumentos en pascua

Entre los distintos instrumentos debemos destacar y potenciar el órgano: es el instrumento litúrgico por excelencia. El órgano crea fiesta y alegría; acompaña, arropa, sostiene y envuelve el canto de la asamblea; favorece la participación y la unanimidad. En pascua tiene momentos muy especiales para sonar: en los procesionales de entrada, ofrendas y comunión, y a la salida del templo. Pascua es el tiempo de tocar piezas alegres y festivas; es el tiempo de los metales del órgano. Que el órgano resuene con toda su grandeza y majestuosidad envolviendo de sonoridad festiva el ambiente donde la comunidad cristiana celebra.

 

El canto en la vigilia pascual

«Aquel a quien cantamos resucitado mientras celebramos la vigilia, hará que vivamos reinando con él para siempre» (San Agustin, Sermón Guelferbytano, n. 5,4, PL 2,552). Durante la vigilia, la Iglesia espera la resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana (Cf CE 332). La vigilia pascual, «la madre de todas las santas vigilias» (San Agustín, Serm. 219, PL 38, 1088) , es una noche de vela de la comunidad cristiana en honor del Señor. Con ser la noche más importante del año, no es muy popular, aunque poco a poco la comunidad cristiana se va centrando en esta noche.

 

Es importante que preparemos bien la vigilia para ir creando ambiente y tradición. Los signos de la luz, la Palabra, el agua bautismal, el pan y vino eucarísticos, anunciados en la cuaresma, alcanzan su culmen y realización en la noche pascual. La vigilia pascual es un crescendo continuo orientado dinámicamente hacia su culmen: la celebración de la eucaristía como «memorial» de la pascua del Señor. Una buena preparación y celebración de la vigilia pascual será el modelo de las celebraciones durante la pascua.

 

El canto del lucernario

Es el comienzo de la vigilia. La comunidad reunida en torno al fuego puede cantar un canto a la luz:

El diácono proclamará: «Luz de Cristo» y los fieles responderán: «Demos gracias a Dios».

Esta proclamación debe ser cantada con su respuesta. Mientras caminamos en procesión al templo podemos cantar.

 

El canto del pregón

El diácono proclama el pregón pascual, magnífico poema lírico que presenta el misterio pascual en el conjunto de la economía de la salvación. Si fuese necesario, o por falta de un diácono, o por imposibilidad del sacerdote celebrante, puede ser proclamado por un cantor.

 

El canto de los salmos en la noche pascual

En la noche pascual se da un gran diálogo entre Dios y su pueblo. La liturgia de la Palabra es más abundante en esta noche. Dios habla a su pueblo por medio de las lecturas y su pueblo le responde con los salmos y oraciones. Lecturas, salmos y oraciones son abundantes (siete más la epístola y el evangelio).

El ideal está fijado en cantar todos los salmos enteros. Cuando, por diversas razones, esto no es posible, podemos cantar sólo las antífonas, incluso algunas antífonas y recitar los salmos. Entre todas las antífonas tendríamos que destacar en esta noche la de la tercera lectura: «Cantemos al Señor, sublime es su victoria».

También deberíamos lograr unos silencios meditativos entre lecturas.

 

El canto del aleluya en el tiempo pascual

Después del silencio cuaresmal, oímos resonar, con el corazón henchido de alegría, el aleluya en la noche pascual. «El sacerdote, terminada la epístola, entona por tres veces el aleluya, elevando gradualmente la voz y repitiéndolo la asamblea» (Cf CE 352) Una vez entonado en la noche pascual, ya no se volverá a omitir durante todo el tiempo pascual. Su canto será uno de los distintivos de las celebraciones pascuales. ¡Qué buenas catequesis podemos hacer a nuestro pueblo explicándole el significado, el sentido y la importancia de cantar «aleluya»!

 

Otros cantos para destacar en pascua

 

El canto en los ritos iniciales

En pascua podemos destacar el canto de entrada en primer lugar con un corazón renovado, pero además por unos signos externos que nos indican que es un tiempo especial. El tiempo de pascua es un tiempo bautismal. Ya en cuaresma se aludía al bautismo. Destacamos el rito de entrada con la aspersión del agua durante todos los domingos de pascua, recuerdo de nuestro propio bautismo, mientras la asamblea canta: la antífona – Agua viva (A. Taulé)

 

El rito penitencial se puede suprimir. Ya en cuaresma lo hemos destacado bastante. El presidente saluda a la asamblea y se inicia el canto del gloria, himno trinitario que debemos destacar en pascua a ser posible con una música nueva.

 

El canto del Credo

También el credo, como profesión de fe, podemos destacarlo en pascua cantando el Credo 111, o bien, de otra forma más sencilla, el presidente proclama el símbolo apostólico y la asamblea responde con una antífona al final de la parte atribuida a cada persona trinitaria:

– Creo, Señor. Creo, Señor (Lerchundi-Gabaráin)

 

 

El canto del «Regina Coeli»

No tendríamos que perder de nuestro repertorio esta antífona mariana para el tiempo pascual. En la eucaristía la podemos cantar como antífona final, antes de la bendición final y del saludo de despedida «Podéis ir en paz», con el celebrante aún en el presbiterio. Es una antífona, breve, sencilla y popular. Tanto si la cantamos en latín como en castellano, podemos sacarle mucho provecho, pues podemos cantarla no sólo al final, sino en la bendición de la mesa, sustituyendo el rezo del Ángelus, al final de completas, durante el mes de mayo, que es devocionalmente mariano pero litúrgicamente pascual.

 

 


[1] Carta circular de la Congregación para el Culto Divino sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales (16 de enero de 1988) No. 100