Domingo de Ramos – Ciclo B

DOMINGO DE RAMOS ciclo B

La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes). Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la ciudad santa, poco antes de ser crucificado.

1.      Oración:

Dios, Padre nuestro, tú enviaste a tu Hijo entre nosotros, para que descubramos todo el amor que nos tienes. Y cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo, matando a tu hijo, Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor con el nuestro. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

2.      Texto y comentario

2.1.Lectura del libro de Isaias 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Dentro del contexto general, cuatro misteriosos poemas que, por acuerdo más o menos unánime, vienen llamándose del «Siervo»: Cánticos del Siervo de Yahvé. Aquí, en la lectura de hoy, nos encontramos con uno de ellos; con el tercero, en concreto. Y del tercero, con unos versículos, los más significativos. Conviene, no obstante, alargarse, en la lectura privada, a los versículos 8 y 9 por los menos, y con un poco de interés, a los cánticos que le han precedido; pues, en opinión de la mayoría, se iluminan unos a otros: 42, 1-9; 49, 1-13. El cuarto vendrá más tarde y los desbordará a todos: 52, 13-53, 12.

El personaje del canto no lleva nombre, ni siquiera el título de «siervo». Lo que importa es la misión. Y ésta se encuadra en la vocación profética: voca­ción-llamada para la palabra, sufrimiento en el desempeño de la misión, con­fianza en el Señor. Detrás del profeta sin nombre se encuentra Dios con todo su poder. Llamada para hablar: lengua de iniciado. El Siervo ha de hablar; ha de hablar bien, ha de hablar en nombre del Señor. En este caso ha de ha­blar para consolar, al abatido. También el profeta sabrá de abatimiento; es su vocación. Pero para hablar, hay que escuchar. Dios afina el oído de su Siervo, agudiza su sensibilidad y lo capacita para sintonizar con su volun­tad. Suponemos en el Siervo una intensa actividad auditiva.

La misión se presenta, además, dolorosa: ultrajes e injurias personales. Un verdadero drama. En el fondo, participación del drama de Dios en la sal­vación del hombre. La persona del Siervo tiende a confundirse con el men­saje que debe anunciar. Valor y aguante. Y así como no resiste a la palabra que lo envía, así tampoco al ultraje que ella le ocasiona. Dios lo mantendrá inquebrantable en el cumplimiento de su misión. Misteriosa vocación la del Siervo. Todos los profetas experimentaron algo de lo que aquí se nos narra. Con todo la figura del Siervo los sobrepasa. ¿Quién es? ¿Quién llena su imagen? Miremos a Cristo Jesús y encontraremos la respuesta más cumplida. Vivió en propia carne el inefable drama de Dios con el hombre: lengua de iniciado: gran profeta; oído atento: gran hombre de Dios; ultrajes, presencia de Dios… misión cumplida.

2.2.Salmo responsorial Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.» 

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

Salmo de súplica, salmo de acción de gracias. ¿Psicológicamente incom­prensible? Teológicamente, al menos, no: tras la súplica, siempre, la acción de gracias, porque Dios, al fondo, siempre escucha la oración. El salmo vive los dos momentos. Hoy, el primero.  La súplica toca los límites extremos en que puede encontrarse el fiel de Dios. Es el justo; y es el justo perseguido; y es el justo perseguido por ser justo; y la persecución lo ha llevado hasta las puertas de la muerte; ¡y el Señor no le escucha! El justo sufre sobre sí el abandono de Dios; las imáge­nes son vivas y reflejan una situación límite. También la confianza es ex­trema y total.

¿Quién llena el salmo? Situaciones semejantes, pero parciales, las han vi­vido con frecuencia los siervos de Dios. Como ésta, en profundidad insospe­chada, solamente uno: El Señor Jesús. Los evangelistas recogen de su boca el estribillo del salmo en el momento de su muerte; también aparecen cum­plidos algunos versículos en la ejecución en la cruz. Pensemos, pues, en Jesús; él desborda el salmo, en dolor, abandono y esperanza. Unámonos a él, a todo justo, que en el cumplimiento de la voluntad de Dios pasa por trance seme­jante.

Dios, el Padre, dejó paradójicamente morir a su Hijo; pero lo resucitó al tercer día. La oración fue escuchada, como comenta la carta a los hebreos, por su« reverencia»

2.3.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 25 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

En una carta -Pablo a los Filipenses-, una recomendación entrañable; y en la recomendación entrañable- «manteneos unidos»-, la motivación más cordial y personal del apóstol: Cristo Jesús. Es toda nuestra lectura. Y es toda una pieza. Pieza, que, según la crítica más aceptada, se remonta a los albores de la comunidad cristiana, a unos años, quizás, antes de Pablo. Se le suele caracterizar como himno. Pero hay que advertir que, sin dejar de serlo, el pasaje admite otras denominaciones, secundarias quizás, pero simultáneas, que la colocan en su debido puesto: fórmula de fe, catequesis… Debemos mantener viva la alabanza, recordar piadosamente el misterio y profesar confiados nuestra fe. Los autores distinguen estrofas. No nos vamos a enzarzar en la polémica de su diferenciación y número. Vamos a seguir tan sólo el pensamiento de tan preciosa profesión de fe, el movimiento de tan justificada alabanza y la estructura básica de tan profundo misterio.

El himno lleva, en el contexto actual de la carta, un movimiento de exhor­tación. No lo perdamos de vista, pues nos conviene aprender- catequesis- y nos interesa dejarnos mover- parenesis. El ejemplo es Cristo; el cristiano ha de acercarse a él para conocer y vivir su propio misterio.

En cuanto al himno mismo, podemos proceder a su inteligencia, apoyán­donos en los contrastes. Y el primero que se nos ofrece es el llamado de la «kénosis» o anonadamiento. Jesús, en efecto, siendo de condición divina, no ambicionó conducirse, al venir a este mundo, a la manera que como a ser di­vino correspondía. Todo lo contrario, se despojó de sí mismo totalmente: res­pecto a Dios en obediencia absoluta y respecto a los hombres, llevando por amor, la condición de hombre débil, hasta el extremo de morir, como siervo, en una cruz: condenado como malhechor y blasfemo -¡él, que era Hijo de Dios!; por odio y envidia- ¡él, que era la misma misericordia!; por propios y extraños -¡él, que no se avergonzó de llamarnos hermanos!; impotente y en­tre criminales -¡él, que era poderoso y justo por excelencia!; abandonado de Dios -¡él, que era «Dios con nosotros!» ¿Quién no recuerda, como falsilla teo­lógica inspirada, el canto cuarto del Siervo de Yahvé?

El segundo contraste, que se origina y enraíza en el primero, como carne de su carne, es: Dios lo exaltó y le dio un «Nombre-sobre-todo-nombre». Un Nombre divino: el de ¡Kyrios! Jesús, como hombre, por encima de toda la creación, unido al Padre en poder y majestad. ¿Qué otro Nombre podía ser éste que el de Dios? Por eso todos deben postrarse ante él: en el cielo, en la tierra y en el abismo, y proclamar: «¡Jesucristo es el Señor!» Y ello, como lo señala el himno «por» haberse humillado hasta la muerte en cruz. Pablo nos invita a imitar al Señor; también, a alabarlo, bendecirlo y adorarlo. Es el papel que desempeña el himno en la liturgia. Acerquémonos, pues, piadosa­mente, y bendigamos, alabemos y adoremos al Señor.

2.4. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 15, 1-39

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Pilato le preguntó:
S. – «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Él respondió:
– «Tú lo dices.»
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
S. – «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S. -«¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. -«¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. – «¡Crucificalo!»
C. Pilato les dijo:
S. – «Pues ¿qué mal ha hecho?»
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. – «¡Crucificalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio – al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. – «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.
Llevaron a Jesús al Gólgota y lo crucificaron.
C. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.»

C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. -«¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»
C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S. – «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:
-«Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»
C. Que significa:
-«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. – «Mira, está llamando a Elías.»
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S. – «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.  El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. -«Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

Son relatos y son Evangelio. Como Evangelio, Buena Nueva: proclama­ción salvífica de la salvífica acción de Dios. Como relatos, composición litera­ria de características peculiares: una serie de pequeñas escenas-unidades de notable largura y de excepcional trabazón entre sí. Destacan, por cierto, en ambos aspectos, del resto del evangelio. Vienen a ser un relato uno, aun den­tro de los respectivos evangelistas, por más que uno deseara encontrar en ellos, o más detalle o más precisión, o ambas cosas a la vez, en algún mo­mento. Quedan así indicados los problemas que pueden surgir, ya dentro de un mismo relato, ya en el cotejo de un evangelista con otro: lagunas, despla­zamientos de lugar…

No son, pues, crónica o retrato preciso de un acontecimiento; ni pueden serlo en realidad. Con todo, se parecen mucho a ello. Son el acontecimiento, sí; pero, animados los relatos y coloreados por la reflexión y el afecto: de gran objetividad y de entrañable devoción: devoción, porque son la Pasión del Señor. Y objetivos, por la misma razón. El acontecimiento ha fundado la fe y la fe, devota, se ha volcado sobre el acontecimiento. Sorprenden su ex­tensión y detalle, habida cuenta, en consideración neutra, del acontecimiento que narran: la horrorosa y horrible muerte de Cristo en la Cruz. ¿No hu­biera sido mejor olvidarlos, después de la experiencia de la gloriosa resu­rrección, con la que, al parecer, nos guardan en común? Pues no. Los relatos parten de testigos oculares y se han mantenido y mantienen vivos en el ám­bito eclesial, especialmente litúrgico, de todos los tiempos. Es la Pasión del Señor. Y sabemos que la Pasión del Señor no es algo que pueda olvidarse como una pesadilla o pasarse por alto como un escollo, sino que es, nada más y nada menos, el relato de los acontecimientos reveladores de la Salvación de Dios: el gran combate de la luz contra las tinieblas y la estrepitosa victoria de Dios sobre el diablo, en su propio terreno, del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. La muerte. La muerte mordió su propia entraña, el odio quemó sus enconadas iras, el demonio perdió su do­minio y las tinieblas huyeron despavoridas. Y las armas singulares en ver­dad, la muerte en cruz de Jesús.

Con esto queda abierta la inteligencia como Buena Nueva. Estos relatos anuncian, proclaman, revelan la salvación de Dios en su siervo Jesús. Y también lo celebran -aspecto litúrgico- y la presentan como objeto de con­templación y veneración -misterio de Dios y su obra-. En ellos nos acercamos a Dios y Dios se acerca a nosotros. Y el acercamiento es, naturalmente, sal­vífico: la Pasión del Señor, dispuesta por Dios, para salvarnos a nosotros, pecadores. Es su sentido y verdad fundamental. En torno a ellos, y enrique­ciéndolos, múltiples verdades parciales de la gran verdad que desprenden de los relatos como totalidad unitaria y unidad total.

Por eso, tanto la comunidad -acto litúrgico- como el individuo -relación personal con el Señor- han de moverse en dirección teologal: fe, esperanza y caridad. Y es que, al fondo, está Dios: Dios salvador del mundo a través de la muerte de si Hijo. Fe en su amor, esperanza en su perdón y benevolencia, y afecto entrañable a su persona. Su dolor físico y moral, su soledad y aban­dono; su voluntad de sumisión y su obediencia extrema; su abrumador silen­cio y sus divinas palabras… Por nuestros pecados; por mis pecados… Las escenas, todas ellas reveladoras del misterio de Dios y de nuestro misterio: la Ultima Cena, la Eucaristía… La traición de Judas -¿nunca lo he traicio­nado yo?-, la negación de Pedro -¿nunca lo he negado yo?-, la oración en Get­semaní, los falsos acusadores, los gritos del populacho, la envidia de las au­toridades, la debilidad de Pilato, las mujeres… Y, sobre todo, el mismo acontecimiento: ¿es posible que aquel hombre, Hijo Unigénito de Dios, muriera así? El misterio del pecado enfrentado con el misterio del amor de Dios. Uno tiembla, se conmueve, llora, pide perdón y alaba. Pues temblemos de emoción, lloremos por nuestros pecados y alabemos a Dios por Gracia: es la Pasión y Muerte del Señor.

A pesar de ser uno, en el fondo, el relato de la Pasión, son cuatro, tres para esta celebración, los evangelistas que lo encuadran en sus respectivos evangelios. Por supuesto, que nos ofrecen, al tomarlo de la tradición consa­grada de la Iglesia, su propia impronta, su huella, su visión ligeramente eclesial-personal del acontecimiento, que, lejos de desfigurar los hechos, lo enriquecen. A Juan lo relegamos para la celebración del Viernes Santo. Los otros tres quedan para hoy, según la división en ciclos. Podemos comenzar con Marcos, considerado por los estudiosos como el primero y más cercano al relato tradicional. Señalemos lo más llamativo. Las anotaciones, con todo, no eximen de la lectura atenta, personal y afectuosa de todo su relato. Lo mismo, respecto a los otros evangelistas.

Los autores subrayan el carácter «kerigmático» del evangelio de Marcos, concretamente, en el relato de la Pasión. Marcos proclama el plan de salva­ción de Dios. Y lo proclama con peculiar rudeza y objetividad; sin paliativos, ni explicaciones atenuantes, ni pulimiento de artistas. Marcos ama el con­traste desnudo y la paradoja desconcertante. No teme herir la sensibilidad; antes bien, parece que lo intenta: el escándalo de la cruz. Es como quien corta el madero a hachazos, sin cuidarse de suavizar los cantos, de endere­zar las líneas o de lijar los nudos, y levanta con él la cruz del Señor. He aquí, como Cristo despojado de sus ropas, el misterio de la muerte del Hijo de Dios que nos salva. Ante él, se desnuda la fe y se postra el corazón. Esta misma despreocupación de arreglo alguno abre el campo a cierta viveza en el lenguaje y a cierta improvisación. Esto último, debido, quizás, a la tradi­ción oral mantenida por Pedro. Los versículos 43-52 del cap. 14 -comenzamos por el Prendimiento de Jesús- ofrecen un claro ejemplo de lo que acabamos de decir. Estilo brusco y directo: la venida, casi de improviso, de Judas, su beso al Maestro, la escapada, la huída de los discípulos… Nada de Jesús a Judas, nada, tampoco, al que saca la espada y nada al siervo herido por ella. Desconcertante. Tan sólo, y por ello desconcierta más, las palabras de Jesús «Como a un ladrón habéis venido a apresarme… » y la escueta y des­teñida mención de la escritura. Y el rasgo pintoresco del joven que le seguía envuelto en una sábana. Cuesta a uno sobreponerse del impacto: breve, di­recto y desnudo como el muchacho que huye despojado de su envoltura.

Los versículos 53-72 –El proceso de Jesús ante el Sanedrín- ofrece nuevas consideraciones en esa línea. Continúa el contraste y el desconcierto. En cuanto a las personas que intervienen podemos notar: a las autoridades, dispuestas sin más a enviarlo a la muerte -¿eso es autoridad?-; para ese fin, la búsqueda de testigos falsos y, tras encontrarlos, la ineficacia de su come­tido: ¡no se ponen de acuerdo! Con ellos, a su manera, podemos distinguir a Pedro. De hecho es nombrado inmediatamente después de las Autoridades, deseosas de condenarlo, y de los que maltratan a Jesús, versillo 54 y 66, respectivamente. Parece que Pedro, esta es la paradoja, es uno más de los que injurian a Jesús, ¡y es su discípulo primero!

El centro, con todo, del pasaje, por la brevedad también y el peso, van los versículos 60-64. Jesús debe morir, y no se encuentra causa. Obligado a mani­festarse, su confesión y sinceridad precipitan la condena, y a la máxima re­velación de la más alta dignidad responden, por contraste, la más vil con­dena y defraudante trato. Podríamos titular el cuadro el cuadro como «la dignidad mesiánica de Jesús y los malos tratos». La nota de vivacidad y pin­toresca -testigo ocular- la dan, además del detalle sobre los falsos testigos de que no se ponían de acuerdo, los pormenores de la negación de Pedro: desta­can el juramento y el llanto. Sobre las palabras de Jesús al sumo sacerdote volveré más tarde, al tratar de introducirnos en el misterio de la persona de Jesús: su muerte en el Calvario.

Los versículos 1-20 del capítulo 15 presentan el Proceso romano de Jesús. Breve, conciso, esquemático. Pilato pregunta, ex abrupto, «¿Eres tú el rey de los judíos?» y Jesús, sin mayor explicación o detenimiento del evangelista, responde: «Tú lo has dicho». Proceso, pues, del «Rey de los judíos». El título aparece tres veces en tan pocos versículos. Impresiona el silencio de Jesús. Hasta Pilato se admira; nosotros también. La comparación con Barrabás pone de relieve la inocencia de Jesús, y la decisión de Pilato de condenarlo a muerte, por los gritos del pueblo, su miserable debilidad. Los malos tratos y burlas de los soldados, relatados con crudeza y brevedad, contrastan con el título de rey de los judíos que aparece en su boca: ¿así se trata a un rey? ¡Nuestro Rey entre malhechores!

Los versículos 21-41 nos conducen al centro del acontecimiento misterio; Crucifixión y Muerte de Jesús. Es la ejecución del veredicto romano; total­mente injusta como él. Señalemos, para empezar, la nota pintoresca del Ci­reneo con los nombres de sus dos hijos, Alejandro y Rufo. Son testigos ocula­res los que están al fondo del relato. La siguiente escena, la Crucifixión, evoca, de alguna manera, el proceso ante Pilato: en el centro el título «Rey de los Judíos» y la ejecución -cuatro veces el término «crucificar». Jesús, Rey de los Judíos, muere en la cruz, entre ladrones. ¿Cabe mayor contraste?. Desnudo por completo, en un suplicio horroroso. Terrible.

La siguiente escena evoca el Proceso ante los judíos. El primer grupo de transeuntes recuerda a los testigos falsos: repiten la acusación, con el agra­vante de blasfemia y burla: «¡Yaya! Tú que destruyes el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo bajando de la cruz». Un segundo grupo, sumos sacerdotes y escribas, reavivan la sentencia sobre Jesús por su declaración mesiánica, anteriormente habida: «Salvó a otros y no puede salvarse a sí mismo. El Mesías, el rey de Israel, que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos». Naturalmente, entre gracias y burlas. Pero no era ese su mesianismo; todo lo contrario, morir por nosotros en la cruz. El evangelista no lo explica; deja correr los acontecimientos. (Sólo al final, en boca del centurión – ¡un pagano!- aparecerá la filiación divina como revela­ción del misterio). La fe debe cubrir al desnudo, sostener al crucificado y adorarlo como Rey.

Pero son los versículos inmediatamente siguientes los que nos introducen más en el misterio. El relato corre, otra vez, negro y desnudo: las tinieblas desde la hora sexta hasta la nona; la voz de Jesús con palabras del salmo 22- «Dios mío, ¿por qué me has abandonado? – el gran grito y la muerte; la ruptura del velo del templo y la confesión del centurión: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Como testigos mudos, pero testigos figuras en aquellas inesperadas tinieblas prepara la resurrección. Serán ellas las pri­meras que sepan del Resucitado. La sepultura de Jesús va también en esa dirección: la tumba certifica la muerte de Jesús y será, una vez vacía, la boca abierta que anuncie a todos los siglos la Resurrección de Jesús. Nadie la podrá cerrar jamás. El Crucificado la ha abierto para siempre.

Reflexión:

Podemos señalar algunos temas teológicos. Comencemos por las palabras de Jesús en respuesta a las del sumo sacerdote «Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios»: «Tú lo has dicho; en ver­dad os digo que desde ahora podréis ver al Hijo del hombre sentado a la de­recha del Padre y venir sobre las nubes del cielo». El eco solemne de esta manifestación la encontramos en boca del centurión: «verdaderamente éste era Hijo de Dios». Apuntemos para la primera manifestación -respuesta de Jesús al sacerdote- la conjunción de las tradiciones «mesiánica» y «apocalíptica» en la persona de Jesús: Jesús, el Mesías-Rey descendiente de David, salvador del pueblo, y Jesús, el Hijo del hombre, ser celeste y supe­rior, anunciado por Daniel. El título de Hijo de Dios, que algún evangelista pone en este momento, está en alto: el hijo de David, rey, es el Rey Ungido por Dios, perteneciente a la esfera divina, hijo de Dios en sen­tido propio. El venir sobre las nubes, en efecto, lo asimila a Dios; ¿quién otro que Dios puede venir sobre las nubes? De esta forma se precisa y explícita también la naturaleza de su trono: a la derecha de Dios en las alturas, en el trono de Dios.

A estas tradiciones debemos añadir otra, la más chocante quizás, ava­lada por el acontecimiento-cumplimiento en Jesús de las Sagradas Escritu­ras- y será: Jesús, el Siervo Paciente de Yahvé. Todas ellas redondean el misterio, al mismo tiempo que se integran plenamente entre sí.

Jesús es el Mesías de Dios; pero su mesianismo, sin dejar de ser real, se lleva a cabo mediante el sufrimiento. La carta a los Hebreos comentará que Jesús «fue perfeccionado por el sufrimiento». Jesús es el Siervo de Dios; pero su servicio redundó en beneficio de todos. Fue «disposición de Dios, comenta así mismo otra vez la carta a los hebreos, que gustara la muerte en favor de todos». Un triunfo a través de la pasión – que lo recalca Jesús, en Lucas, a los discípulos de Emaús – y una pasión que llevó adelante el que era «Hijo». Este último término nos descubre la identidad del sujeto que sobrellevaba el peso de las injurias, abandono y muerte, y despertó en la resurrección : Jesús el Hijo de Dios; muerto, pero vivo; juzgado, pero juez, humillado, pero exaltado; siervo, pero Rey. Confesemos, pues, valiente y devotamente, como lo hace la carta a los filipenses, que Jesús es nuestro Señor, Rey e Hijo de Dios, muerto por nosotros, pero glorificado para siempre y constituido causa de eterna salvación.

Otro elemento singular es el tema del «templo». Dos veces aparece la acu­sación; -en el proceso judío y ya clavado en la cruz- de querer Jesús destruir el templo y levantar otro no hecho de manos humanas. El evangelio la llama acusación falsa. Pero no lo es tanto, si tenemos en cuenta el desarrollo de la Pasión. Jesús acaba, de hecho, con la Economía Antigua y comienza la Nueva. El Templo nuevo será él. Juan lo afirmará expresamente en 2, 20-22 y Pablo lo insinuará suficientemente al decir que «habita en él la plenitud de la divinidad corporalmente». Es pues la Tienda más amplia y más perfecta, no hecha por manos hu­manas, dará a entender la carta a los Hebreos, es su Cuerpo Glorioso (9, 11ss). El detalle de la ruptura del velo al momento de morir Jesús favorece esta interpretación.

El tema del Templo nuevo, aquí brevemente esbozado, abre la perspec­tiva hacia la Iglesia, Templo de Dios y Cuerpo de Cristo. Es su Reino y su Pueblo. ¿Y no fue de su costado, abierto por la lanza – estamos ya en Juan -, de donde, según los Padres, nació la Iglesia, Esposa del Señor? Iglesia so­mos, y no podemos menos de vernos integrados en la Pasión y Resurrección del Señor.

3.      Oración final:

 

 “Dios todopoderoso y eterno,  tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre  y muriese en la cruz,  para mostrar al género humano  el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad;  concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio y que un día participemos en su gloriosa resurrección” Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

Pueden encontrar algunos de los cantos propios de Domingo de Ramos y Triduo Pascual en esta página.

Domingo I de Adviento – Ciclo B

DOMINGO I DE ADVIENTO ciclo B

El Adviento es tiempo de esperanza, pero de esperanza responsable y vigilante. Para el antiguo Israel la espera del Mesías significó una larga preparación, no siempre fiel, para sentir la necesidad de un Redentor, que fuera revelación plena y personal del amor de Dios. Para nosotros en la Iglesia, el Adviento significa la responsabilidad y la fidelidad ante el que ha venido como Redentor,  pero que volverá un día para coronar en nosotros su obra de salvación en la eternidad.

El Adviento es una espera y una certidumbre. Es la espera de que el Dios vivo va a venir a nuestra vida. Es una certidumbre de que ha venido realmente. Es una llamada para que le abramos nuestras puertas.

Este es el sentido del Adviento: prepararnos para acoger la presencia del Dios vivo, terrible y purificador, que derrite los montes de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia y de nuestra injusticia. «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!», grita el AT por boca del profeta Isaías. Y después continúa: «Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia». En la medida que los creyentes tengamos valor y amor para derretir los montes del egoísmo, en esa medida será inteligible la Buena Nueva de que el Cristo vino a transformar a la humanidad. Seguir leyendo «Domingo I de Adviento – Ciclo B»

Domingo 30 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

DOMINGO TRIGÉSIMO DEL TIEMPO ORDINARIO

En este domingo en el que la Iglesia dedica una especial atención a las necesidades particulares de las misiones en otras iglesias más pobres, nos reunimos en torno al altar de nuestra eucaristía sintiéndonos más hermanos suyos, en comunión con toda la Iglesia, hoy más universal y católica si cabe. Escuchemos la Palabra de Dios que nos alienta a vivir la fe con entrega y celebremos la acción de gracias a Dios por todo lo que somos y recibimos de Él.
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Domingo 23 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Domingo vigésimo tercero del tiempo ordinario ciclo A

«Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría.

Para creer en Ti, tengo que creer en el amor y en la justicia; vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar Tu nombre.

Fuera de ellas es imposible que te encuentre; y quienes las toman por guía están en el camino que lleva hasta Ti».

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Domingo 21 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

DOMINGO VIGESIMO PRIMERO DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

Dichosa nuestra comunidad porque llevamos dentro la convicción de fe que Pedro confiesa, dichosa nuestra reunión porque nos abrimos, desde nuestras vacilaciones y pequeña fe, a la fe de toda la Iglesia, a la fe de los apóstoles.

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Domingo 15 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

Prayer of the Sawer, Pieter Bruegel the Elder (1566)

DOMINGO DECIMO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO ciclo A

A lo largo de muchos años Dios viene sembrando su Palabra en nuestro corazón. Más ¿cuáles son sus frutos? ¿Por qué con frecuencia fracasa? Hoy vamos a reflexionar sobre estos problemas que se relacionan con nuestro inmediato crecimiento en la vida de fe. El mismo Jesús nos dará las pistas para que ahondemos en la reflexión.

 El profeta nos presenta imágenes del mundo de la agricultura y de la naturaleza para hablamos del Reino de Dios, de Dios y de nosotros. La imagen del agua, que hace surgir la vida de la tierra como la eficacia de la Palabra de Dios que cumplirá su encargo.
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Domingo 14 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

DOMINGO CATORCE DEL TIEMPO ORDINARIO CICLO A

San Agustín, en el primer libro de las Confesiones, hace esta plegaria: «Tú me incitas a que me deleite en alabarte, porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti». Y en una carta afirma: «amamos el reposo, pero si no es amando a Dios no lo encontramos». Aquel obispo de Hipona, en el siglo IV, tuvo una vida apasionada que le sembró vanas inquietudes en el corazón y le hizo caer en la cuenta del ansia de una Verdad para reposar espiritualmente. Él buscaba, sentía la necesidad de conversión, pero su corazón regateaba con Dios. La experiencia de nuestro héroe de la santidad manifiesta los sentimientos de los corazones humanos de todas las épocas. Todos los hombres están en proceso de búsqueda. Todos querrían un punto que sostuviera y unificara el haz de los sentimientos y deseos. Uno se da cuenta de que hay una búsqueda de la felicidad, de la verdad y del sentido. Pero no siempre la gente acierta a encontrarlos.

Una de las invitaciones más cordiales del Evangelio: «Venid a mí…» Una invitación conmovedora. Uno adivina que las palabras de Jesús, sin duda, son el secreto de la coherencia de la propia vida. No es complicado. Es cuestión de sencillez, de dejarse arrebatar por la persona de Cristo. A fin de cuentas, ofrece reposo. Él hace que el corazón de los que se entregan, avancen serenamente por las rutas que el Espíritu tiene trazadas para cada bautizado. Y, para que no todo quede en bellas palabras, valdría la pena meditar esta semana sobre este evangelio. Convertirlo en oración personal. Hacer el propósito de confiar a Cristo las preocupaciones, las fatigas, los desencantos, las trabas de la vida… Aprender a encontrar algún momento diario de silencio para confiarse al Señor a través de la contemplación de su existencia reflejada en los evangelios.
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Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Tanto las lecturas como las oraciones y el prefacio sitúan bien el contenido de la fiesta de hoy. Conviene que los leamos y meditemos antes de la celebración con profundidad. Y mucho mejor si los podemos comentar en grupo, con el equipo de liturgia, por ejemplo, si lo hay. Y que hagamos un comentario que nos ayude a relacionarlo todo con la vida del lugar donde nos encontramos. Así, la preparación misma será imagen de la asamblea eucarística, Cuerpo de Cristo, como nos dice san Pablo: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan».
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Solemnidad de Pentecostés – Ciclo A

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO A

La Iglesia es la comunidad convocada por el Espíritu «para formar un solo cuerpo», un cuerpo de hombres y mujeres transformados por dentro, por haber «bebido» el Espíritu, y que se siente «enviada» a hablar de las maravillas de Dios, hoy podríamos resaltar qué es lo que hace que merezca la pena pertenecer a esta comunidad convocada por el Espíritu: la Iglesia es el conjunto de hombres y mujeres que a lo largo de la Historia se han ido transmitiendo el testimonio de Jesucristo, hasta llegar a nosotros; es el lugar en el que podemos vivir y llenarnos de estos signos simples en los que reconocemos la presencia de Jesucristo; es el encuentro con otros que, como nosotros, quieren vivir la presencia y el seguimiento de Jesucristo, y sin los que nosotros andaríamos demasiado solos como para poder intentar de verdad ser cristianos.

I. Oración

 

V/ Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles  R/ y enciende en ellos el fuego de  tu amor.

V. Envía tu Espíritu y todo será creado. R. Y se renovará la faz de la tierra.

 

Oremos

 

¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,

R. Amén.

2. Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:

 

1Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.  2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. 3Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. 6Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. 7Estupefactos y admirados decían: „¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? 8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?  9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, 10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”.

 

1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)

 

1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)

La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7×7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.

 

La fiesta de la cosecha de los cereales

En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17). Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20). La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).

 

De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí

La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.  Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la Ley del Sinaí. En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.

 

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza

Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso. Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús. En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.

 

1.2 El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)

La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14. Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús. Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

 

 

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)

2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)

Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia. En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.

(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)

Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (2,2).  El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado. No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.  Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa. El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).

 

(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)

Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3). Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).  Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando. La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de los apóstoles. Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).

 

2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)

Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?

Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª). Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas). Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.

Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.

Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.

Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.

 

2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)

El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús. El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b). El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y resurrección. Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios. Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

 

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)

 

La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.

 

3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)

Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban) estupefactos y admirados…”.

 

3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)

Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos concéntricos. La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés. Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo. En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente. Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en definitiva las relaciones. Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por eso esa laga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.

 

3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)

Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.  En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11 Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.  Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos de amor- y se han centrado en Dios. Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el mundo. Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración. Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.

II. SALMO RESPONSORIAL Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 3

El salmo 103 proclama a Dios admirable en las obras de la creación. Para el creyente, la creación se hace transparente, y ve en ella la mano de Dios. Especialmente, en el misterio de la vida. Una misma palabra, «ruah», designa en hebreo el viento, el aliento y el espíritu vital (los traductores griegos lo llamarán pneuma, y los latinos spiritus). Si un hombre, animal o planta muere, el salmista que contempla la naturaleza entiende que Dios le ha retirado el ruah, y por eso vuelve al polvo de donde había salido (v. 29). Pero Dios no cesa de enviar su espíritu a la tierra, renovando así la creación y repoblando la faz de la tierra (v. 30, R/). Todo aliento de vida de la creación es una participación o reflejo del ruah de Dios. Si hay vida sobre la tierra es porque Dios no cesa de enviar su aliento. Por eso la vida es sagrada. El gesto de Jesús exhalando su aliento sobre los discípulos sugiere el sentido cristiano de este salmo.


 

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. 

 

 

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. 

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.


 

III. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,3b-7. 12-13.

Hermanos: Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Un solo Espíritu…, un solo Señor…, un solo Dios. Dios es la fuente de los diversos dones que tienen los creyentes, y es además el modelo de cómo la diversidad se compagina con la unidad. Una larga comparación con el cuerpo viviente permite entender lo que es la Iglesia y, al mismo tiempo, nos muestra cómo tenemos que complementarnos y respetarnos unos a otros. No hay comunidad auténtica, si cada uno no participa activamente en la vida de esa comunidad, poniendo su talento al servicio de todos. Hasta el cristiano más humilde, o más pobre, puede tener riquezas de orden moral, artístico, etc., con que puede servir a los demás. Cuando uno se compromete en la vida cristiana, el Espíritu despierta en él nuevas capacidades, muchas veces inesperadas. Si sabemos demostrar más atención a las riquezas propias de cada uno, y despertarle la conciencia de su dignidad y de su responsabilidad, veremos brotar en la Iglesia una multitud de iniciativas, fruto del Espíritu.

III. Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

El autor del cuarto evangelio sitúa las apariciones del Señor resucitado narradas en el capítulo 20, del que hoy la Iglesia nos propone unos versículos, con los detalles del tiempo y lugar en que se realizan. Teniendo presente su estilo habitual, sabemos que todas estas indicaciones tienen un sentido preciso, son ellas también “signos”, con un valor teológico profundo.

Así pues, el texto que hoy proclamamos y que nos acompaña en la oración personal y en la celebración, nos sitúa en el domingo de Pascua, el primer día de la semana. Este apelativo en el Nuevo Testamento indica siempre el domingo. A finales ya del primer siglo, el vidente de Patmos lo llamará también “el día del Señor” (Ap 1,10). Día importante, porque recuerda la resurrección de Cristo el Señor (cf. Mc 16, 9), y también el día en el que el mismo Resucitado se aparece a los discípulos, sus “hermanos” (cf. Mt 28,10) y a las mujeres que “muy de madrugada van al sepulcro” (Mt 28,9-10; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20, 1).

La primera aparición del Maestro resucitado tiene, pues, lugar en “el atardecer de aquel día, el día primero de la semana” (Jn 20, 19). Los discípulos están “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Cristo resucitado es Señor del tiempo y del espacio: las puertas cerradas, lo mismo que la muerte, ya no constituyen un obstáculo para que él se manifieste, “ya no tienen dominio sobre él” (cf. Rom 6, 9.

Entra en casa, se pone en medio de los suyos, les muestra las señales que lo identifican: las manos y el costado con las heridas propias del Crucificado el viernes santo.

Por dos veces les saluda con el saludo propio de Israel, “Shalom!”, que aquí es también el primer don de su resurrección. Inmediatamente los saca de sus miedos, los lanza al anuncio, a la misión, la misma que él realizó por voluntad del Padre. En las palabras del envío “Como el Padre me envió os envío yo también a vosotros” (v. 21), encuentro una expresión repetida de la igualdad entre Jesús y el Padre. Esta fórmula es frecuente en el evangelio de Juan de manera especial. Me gusta por lo menos citar alguna otra, teniendo en cuenta no sólo ni tanto la belleza literaria de las expresiones cuanto más bien la profunda realidad ontológica que revelan: “El Padre y yo somos uno” (cf. Jn 5, 19.21.23.26; 10, 15.25.30; 14, 6-7.11.20; 15, 9; 17, 21).

Como el Padre, así también Yo”. El modelo, el referente es siempre el Abbá, el Padre. Y Jesús hablará de lo que le ha oído al Padre, hará las obras que ha visto realizar al Padre; como el Padre le conoce íntimamente a él, él conoce a sus ovejas, a los que son suyos, a los que el Padre le ha confiado. ¡Que seguridad le tenía que dar a Jesús esta igualdad con el Padre en todo y qué seguridad me da también a mí! Con Jesús está siempre el Padre…

Juan prosigue en su narración: Dicho esto”, el Maestro exhala su aliento, su “ruah” sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo. Otro gesto preñado de significado: Jesús exhala sobre los discípulos su mismo Espíritu. Les transmite así el verdadero don pascual. «Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al evento de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la “hora”, a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte, y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu”.

En la cruz, “sabiendo Jesús que todo estaba cumplido”, había entregado el espíritu (cf. Jn 19, 28.30), como preludio de esta efusión plena la tarde de Pascua. La entrega-comunicación del Espíritu está aquí relacionada con el poder de perdonar el pecado. El Espíritu es, en efecto, “la remisión de los pecados”. Así lo identifica la liturgia.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:

Ven, oh Espíritu Santo, y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;  (un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina; un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos; un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;  un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad

(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Sugerencia de Cantos:
Entrada: Ser Testigos (Alfonso Luna – Testigos en la Fe), Llenos del Espíritu de Dios (Mercedes Gonzales – Balada del Camino) Secuencia: Ven Espíritu Divino (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Aleluya: Canta Aleluya ( Luis Alfredo – Ven Espíritu Santo) Presentación de Dones: Este pan y vino (Carmelo Erdozaín – Cerca está el Señor) Comunión: Envía tu Espíritu (Joaquín Madurga – Unidos en la Fiesta) Oh Señor, envía tu Espíritu ( Lucien Deiss – Pueblo de Reyes) El espíritu del Señor (Kairoi – A tu lado Señor)
La hora del espíritu (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos o Todavía nacen flores) Soplo de vida (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Salida: Reina de los apóstoles – Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos

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Cantos para el 5o. Domingo de Pascua – Ciclo A

ALREDEDOR DE TU MESA

F. Palazón – Alrededor de tu mesa

Alrededor de tu mesa,
venimos a recordar (2)
que tu palabra es camino
tu cuerpo fraternidad (2)

Hemos venido a tu mesa
a renovar el misterio de tu amor
con nuestras manos manchadas
arrepentidos buscamos tu perdón.

Juntos y a veces sin vernos,
celebramos tu presencia sin sentir
que se interrumpe el camino,
si no vamos como hermanos hacia ti.

SEÑOR, TEN PIEDAD

A. Mejía – Asamblea que canta

Señor, Señor,
piedad, piedad. (2)

Señor, Señor, Señor, Señor
piedad, piedad, piedad, piedad.

Cristo,
piedad, piedad. (2)

Cristo, Cristo,
piedad, piedad, piedad, piedad.

Señor, Señor,
piedad, piedad. (2)

Señor, Señor, Señor, Señor,
piedad, piedad, piedad, piedad.

GLORIA

A. Mejía – Asamblea que canta

Gloria, Gloria, a Dios en el cielo,
y en la tierra a los hombres paz (bis)

Te alabamos y te bendecimos,
te adoramos, y glorificamos.
Y nosotros hoy te damos gracias,
por tu grande y eterna gloria.

Gloria, Gloria, a Dios en el cielo,
y en la tierra a los hombres paz (bis)

Señor Dios Nuestro Padre,
Padre, Padre,
Señor Dios Hijo,
Piedad, piedad, piedad Señor.
Tú que quitas el pecado del mundo,
Escúchanos, escúchanos.
Tú que estás a la derecha del padre,
Piedad, piedad, Piedad Señor.

Solo tú eres Santo, solo tu Señor,
solo tu Altísimo, Jesucristo.

Con el Santo Espíritu en la gloria de Dios Padre, Amén, Amén, Amén.

¡ALELUYA!

A. Mejía – Asamblea que canta

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

EL MILAGRO DE LOS PANES

Todo lo que tengo en tus manos ahora está
son los frutos de la tierra que tu multiplicarás.
Son también mis manos y con ellas Tú podrás
repartir al mundo entero el pan que a todos saciará.

Solo una gota has puesto entre mis manos,
sólo una gota que ahora quieres que te dé. Ah…
Una gota que entre tus manos en lluvia se convertirá
y la tierra fecundará.

Todo lo que tengo…

Y nuestras gotas todas hechas lluvia en ti
serán la linfa de una nueva humanidad. Ah…
Y la tierra preparará la fiesta de este pan
que el mundo compartirá.

Y otra vez el viento desde lejos traerá,
el perfume de trigales que el mundo llenará.
Y el amor a todos la cosecha repartirá
y el milagro de los panes de nuevo se repetirá.

SANTO

A. Mejía – Asamblea que canta

Santo, santo, santo es el Señor
Dios poderoso del universo.
Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo,
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en el nombre del Señor,
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo
hosanna, hosanna, hosanna en el cielo.

CORDERO

A. Mejía – Asamblea que canta

Cordero de Dios,
que quitas el pecado del mundo

Ten piedad de nosotros,
ten piedad de nosotros. (bis)

Cordero de Dios,
que quitas el pecado del mundo,
Danos la paz, danos la paz,
danos la paz.

¿A QUIÉN IREMOS?

A. Mejía – Asamblea que canta

Señor, ¿A quién iremos?
Tú tienes palabras de vida.
Nosotros hemos creído
que Tú eres el Hijo de Dios.

Soy el pan que os da la vida eterna;
el que viene a mí no tendrá hambre,
el que viene a mí no tendrá sed.
Así ha hablado Jesús.

No busquéis alimento que perece,
sino aquel que perdura eternamente;
el que ofrece el Hijo del hombre,
que el Padre os ha enviado.

No es Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre quien da pan verdadero,
porque el pan de Dios baja del cielo;
y da la vida al mundo.

Pues si yo he bajado del cielo
no es para hacer mi voluntad
sino la voluntad de mi Padre
que es dar la vida al mundo.

Soy el pan vivo que del cielo baja,
el que come de este pan por siempre vive;
pues el pan que daré es mi carne,
que da la vida al mundo.

El que viene al banquete de mi cuerpo
en mí vive y yo vivo en él;
brotará en él la vida eterna
y lo resucitaré.

JESÚS ES LA VERDAD

Kairoi – Hermanos

Jesús es la verdad, la luz,
camino y vida, es nuestro Señor (Bis)

Tú, que triste vas,  y en el dolor no hayas respuesta
Tú, que crees tener, razón sin más.
Tú, quieres gritar  la libertad como propuesta.
Tú, que al dejar de ser tú, ya no vez donde vas.

Tú, piensas quizá que es falsedad y nada cuenta.
Tú, quieres vivir feliz y en paz.
Tú, quieres vender tu corazón por poca cosa,
Tú, que al sentir el amor puedes dar mucho más.

CAMINO, VERDAD Y VIDA

J. A. Olivar, C. Gabarain – Camino, Verdad y Vida

No hablaste de caminos porque eres el camino.
No hablaste de verdades porque eres la verdad.
No hablaste de la vida porque eres tú la vida.
Tú eres el camino, la vida y la verdad.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que pobre nos nace en Belén
hasta que triunfa en su resurrección.

Camino, Verdad y Vida
es la vida de Jesús
desde que oculto nació en Nazaret
hasta que dijo “del mundo soy luz”

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que a todo exigió renunciar
hasta que a todos su vida nos dio.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que manda a todos amar
hasta que exige el completo perdón.

Camino, Verdad y Vida
es la vida del Señor
desde que exige la ofensa olvidar
hasta que a todos nos brinda el perdón.

TU CAMINO Y TU VERDAD

Kairoi-Vive

Yo quiero ser instrumento de vida
quiero seguir tu camino y tu verdad.(2)

Lo que he vivido me enseñó que eres un Dios de vida y paz.
Que la justicia y el amor, es lo que quieres de verdad.
Quiero seguirte, mi Señor; tus actitudes; asumir.
Y que la duda y el temor no me hagan cómplice del mal.

Como inocente, muerto en cruz, el Padre te resucitó.
Yo te he podido descubrir de tus verdugos, triunfador.
Protege a los que matarán por el delito de pensar,
y abrir la boca y exigir para vivir con dignidad.

Te alabo a ti, Señor Jesús, Tú me has mostrado al Padre Dios.
Te asesinó el viejo poder que usa tu nombre para odiar.
Este poder que te acalló aún hoy mata y dicta ley.
Dame la fuerza para hablar, como profeta denunciar.

Hundes al rico en su ambición. Llenas al pobre con tu paz.
Al orgulloso haces caer y al más humilde das honor.
Yo ya estoy harto de callar y adormecido consentir.
La prepotencia y la opresión contra el que no tiene ni voz.

MADRE DE LOS APÓSTOLES

J. A. Olivar, C. Gabarain – Camino, Verdad y Vida

María, Tú eres madre
de los que hemos dejado padre y madre
por seguir la llamada del Señor.
ayúdanos, Oh Madre
a llevar a los hombres el mensaje
de tu hijo redentor.

Madre de los apóstoles
María, aumenta nuestra entrega y nuestro amor,
nuestra fidelidad a la palabra
nuestra fe en el poder de la oración.

Madre de los apóstoles
María, incúlcanos el celo abrasador
que tuvieron un día Pedro y Pablo,
respondiendo a la llamada del Señor.