Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo B

DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (ciclo B)

 

La constitución dogmática Dei Verbun de Concilio Vaticano II dice: “Quiso Dios en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf. Ef 1,9); por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cf. Ef 2,18; 2 Pe 1,4. En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía…(DV 2).

  1. 1.      Oración a la Santísima Trinidad

¡Oh Dios mío, trinidad adorable, ayúdame a olvidarme por entero para establecerme en ti!

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Siento mi impotencia y te pido que me revistas de ti mismo, que identifiques mi alma con todos los movimientos de tu alma; que me sustituyas, para que mi vida no sea más que una irradiación de tu propia vida. Ven a mí como adorador, como reparador y como salvador…

¡Oh fuego consumidor, Espíritu de amor! Ven a mí, para que se haga en mi alma una como encarnación del Verbo; que yo sea para él una humanidad sobreañadida en la que él renueve todo su misterio.

Y tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre tu criatura; no veas en ella más que a tu amado en el que has puesto todas tus complacencias.

¡Oh mis tres, mi todo, mi dicha, soledad infinita, inmensidad en que me pierdo! Me entrego a vos como una presa; sepultaos en mi para que yo me sepulte en vos, en espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Trinidad)

2.      Textos y comentario

2.1.Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Moisés habló al pueblo, diciendo: – «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

A lo largo de todo el cap. 4 el autor intenta comentar e inculcar la primera palabra del Decálogo: “No tendrás otros dioses frente a mí”. Para el escritor el Señor no es una momia del pasado sino un Dios muy cercano que puede verse y palparse; sólo es necesario que el hombre abra de par en par sus ojos a los acontecimientos históricos: “Pues, ¿qué nación… tiene un Dios tan cercano como está el Señor, nuestro Dios, cuando lo invocamos?” (v. 7).

Y estas palabras están dirigidas al pueblo de Israel que conoce la dura experiencia del destierro de Babilonia (a. 587 a.C.) por su perversión (vs. 25-26). Según la concepción de aquellos pueblos el triunfo de los babilonios implicaba la victoria de sus dioses sobre el Dios de Israel. Por eso los israelitas se preguntan ¿dónde está ese dios tan cercano que permite nuestra derrota político-militar? El Dios de Israel parece enmudecer, ¿qué ha ocurrido?.

¿Por qué Dios calla y permite el triunfo de los dioses babilonios? El autor intenta responder a todas estas preguntas a lo largo de todo el capítulo estructurándolo de forma muy sencilla:

1) Percepción; abrir los ojos-ver-preguntar-oir y reflexión; reconocer “vuestros ojos han visto…” (vs. 3,4), “… los sucesos que vieron tus ojos…” (vs. 9 ss.), “pregunta… a los tiempos antiguos…” (vs. 32 ss) etc. La experiencia que Israel tiene de su Dios abarca todos los tiempos y espacios, no sólo se apela a la historia del pasado sino también al hoy histórico. En el v. 32, el autor se sitúa al término de una larga historia e invita a Israel a contemplar la historia universal en su más amplio espacio temporal (desde la creación del hombre) y geográfico (de un extremo a otro del cielo). Nada de lo acaecido en el mundo se puede parangonar con las gestas de Dios en la historia de Israel.

La conclusión es evidente. Israel ha de reconocer “hoy” que nada de lo que ha acontecido en la historia puede parangonarse con las gestas del Dios de Israel. Por eso han de reconocer que el Señor es único y no admite competencias (vs. 35, 39). Los otros pueblos podrán tener sus dioses pero Israel sólo debe reconocer a su Dios. Por escoger a otras divinidades Israel ha servido como esclavo en Babel. La culpa no es de Dios (vs. 23-38).

2) Cumplimiento (guardar, cuidarse bien de, observar…) Dios se ha elegido en exclusividad a Israel; en consecuencia Israel deberá servir exclusivamente al Señor. Y si el Dios de Israel se ha revelado en los acontecimientos históricos la respuesta que se exige al pueblo no es exclusivamente mental sino existencial: con mente, sentimientos, quereres… La historia de Dios con el pueblo aún no ha terminado (vs. 29-31); las grandes obras realizadas en el pasado no lo fueron en vano. Si Israel reconoce sólo y exclusivamente al Señor su Dios, aún es posible la esperanza. La promesa a los padres (v. 37) prevalecerá sobre la maldición de la Alianza que pesa sobre los desterrados.

2.2. Salmo responsorial Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 1 2b)

Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos, porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

2.3.Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 14-17

Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Los versículos de la lectura litúrgica del día de hoy describen los ejes fundamentales en que se basa esta existencia.

a) La primera dimensión de esta existencia es la de hijo de Dios (vv. 14-15). Dios ha dado al hombre su Espíritu para que este acceda a la casa paterna. Por tanto, el hombre no debe dejarse dominar por un espíritu de temor sino vivir unas relaciones filiales que, por sí mismas, ahuyentan el temor. El privilegio del hijo de Dios consiste en poder llamar a Dios Padre (Abba alude, quizá, a la oración de Padre Nuestro, que quizá algunos de los interlocutores de Pablo conocían en arameo: v. 15). El hijo de Dios no tiene que fabricarse una religión en que, como sucede en la religión judía, sería necesario contabilizar los esfuerzos ante un Dios-Juez, o, como en la religión pagana, acumular los ritos para ganarse la benevolencia de un Dios terrible. El cristiano puede llamar Padre a su Dios, con todo lo que esto supone de familiaridad y, sobre todo, de iniciativa misericordiosa por parte de Dios.

b) La segunda dimensión de esta existencia es la de heredero de Dios (v. 17). Al ser hijo, el hombre tiene derecho a una vida de familia y dispone de los bienes de la casa. El término “heredero” no debe comprenderse aquí en el sentido moderno (el que dispone de los bienes del padre, después de la muerte de este), sino en el sentido hebreo de “tomar posesión” (Is 60, 21; 61, 7; Mt 19, 29; 1 Cor 6, 9). El pensamiento de Pablo se asocia a la concepción que el Antiguo Testamento se hacía de la herencia, pero la completa al unirla a la idea de la filiación. Los hombres adquieren de ahora en adelante la herencia, en relación a su unión al Hijo por excelencia, el único que goza, efectivamente, de todos los bienes divinos, por su naturaleza. Efectivamente, el hijo de Dios hereda la gloria divina, irradiación de la vida de Dios en la persona de Cristo. Pero la herencia sólo se obtiene mediante el sufrimiento. Se hereda con Cristo si se sufre con El. El sufrimiento conduce a la gloria, no como condición meritoria, sino como signo de vida-en-Cristo, prenda de herencia de la gloria con El.

Por tanto, toda la Trinidad actúa en la justificación del hombre: el Padre aporta su amor para hacer de los hombres hijos suyos; el Espíritu viene a cada uno de ellos a dominar su miedo e iniciarlos paulatinamente en un comportamiento filial; finalmente, el Hijo, el único Hijo por naturaleza, el único heredero de derecho, viene a la tierra a hacer de la condición humana y del sufrimiento el camino de acceso a la filiación, revelando así a sus hermanos las condiciones de la herencia.

Este nuevo estado del hombre, hijo y heredero, elimina todos los temores alienantes (v. 15). No se trata solamente del temor de los judíos ante la retribución de un juez, o del pánico de los paganos ante las fatalidades y los determinismos: la condición de hijo permite al cristiano vencer todos los miedos actuales, modernos, y rechazar las falsas seguridades que ellas originan: las seguridades de las instituciones y de las fórmulas hechas, las del poder y de las jerarquías.

El miedo desaparece por la presencia del Espíritu que inspira a cada uno el amor a los hermanos y lo hace capaz de triunfar sobre su propio miedo cuando están en juego la vida y la libertad de otro. Porque el Espíritu libera al hombre de la autosuficiencia y le da las armas para luchar victoriosamente contra las obras de la “carne”. La venida del Espíritu está asociada a los sufrimientos y a la resurrección de Jesús. Precisamente porque es el Hijo de Dios, este hombre ha respondido perfectamente a la iniciativa previsora del Padre y ha decidido enviar al Espíritu sobre todos aquellos a quienes Dios llama a la adopción filial. En la vinculación viva con Jesucristo, que le ofrece la Iglesia, el hombre se convierte en hijo de Dios y obtiene una participación en los bienes de la familia del Padre propuestos en la Eucaristía.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: – «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Mateo 28, 16: La primera y última aparición de Jesús resucitado a los Once discípulos. Jesús aparece antes que a nadie a las mujeres (Mt 28,9) y, a través de las mujeres, hace saber a los hombres que debían andar a Galilea para verlo de nuevo. En Galilea habían recibido la primera llamada (Mt 4, 12.18) y la primera misión oficial (Mt 10,1-16). Y es allá, en Galilea, donde todo comenzará de nuevo: ¡una nueva llamada, una nueva misión! Como en el Antiguo Testamento, las cosas importantes acontecen siempre sobre la montaña, la Montaña de Dios.

Mateo 28, 17: Algunos dudaban. Al ver a Jesús, los discípulos se postraron delante de Él. La postración y la posición del que cree y acoge la presencia de Dios, aunque ella sorprende y sobrepasa la capacidad humana de comprensión. Algunos, por tanto, dudaron. Todos los cuatro evangelistas acentúan la duda y la incredulidad de los discípulos de frente a la resurrección de Jesús (Mt 28,17; Mc 16,11.13.14; Lc 24,11.24.37-38; Jn 20,25). Sirve para demostrar que los apóstoles no eran unos ingenuos y para animar a las comunidades de los años ochenta d. de C. que tenían todavía dudas.

Mateo 20,18: La autoridad de Jesús. “Me ha sido dado todo poder sobre la tierra”. Solemne frase que se parece mucho a esta otra afirmación: “Todo me ha sido dado por mi Padre” (Mt 11,27). También son semejantes algunas afirmaciones de Jesús que se encuentran en el evangelio de Juan: “Sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos” (Jn 13,3) y “Todo lo que es mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10). La misma convicción de fe con respecto a Jesús se vislumbra en los cánticos conservados en las cartas de Pablo (Ef 1,3-14; Fil 2,6-11; Col 1,15-20). En Jesús se manifestó la plenitud de la divinidad (Col 1,19). Esta autoridad de Jesús, nacida de su identidad con Dios Padre, da fundamento a la misión que los Once están por recibir y es la base de nuestra fe en la Santísima Trinidad.

Mateo 28, 19-20ª: La triple misión. Jesús comunica una triple misión: (1) hacer discípulos a todas las naciones, (2) bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y (3) enseñarles a observar todo lo que había mandado.

a) Llegar a ser discípulos: El discípulo convive con el maestro y aprende de él en la convivencia cotidiana. Forma comunidad con el maestro y lo sigue, tratando de imitar su modo de vivir y de convivir. Discípulo es aquella persona que no absolutiza su propio pensamiento, sino que está siempre dispuesto a aprender. Como el “siervo de Yahvé”, el discípulo, él o ella, afinan el oído para escuchar lo que Dios ha de decir (Is 50,4).

b) Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

La Buena Noticia de Dios que Jesús nos ha traído es la revelación de que Dios es el Padre y que por tanto todo somos hermanos y hermanas. Esta nueva experiencia de Dios, Jesús la ha vivido y obtenido para nuestra bien con su muerte y resurrección. Es el nuevo Espíritu que Él ha derramado sobre sus seguidores en el día de Pentecostés. En aquel tiempo, ser bautizado en nombre de alguno significaba asumir públicamente el empeño de observar el mensaje anunciado. Por tanto, ser bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, era lo mismo que ser bautizado en el nombre de Jesús. (Hch 2,38) y lo mismo que ser bautizado en el Espíritu Santo (Hch 1,5). Significaba y significa asumir públicamente el compromiso de vivir la Buena Noticia que Jesús nos ha dado: revelar a través de la fraternidad profética que Dios es Padre y luchar porque se superen las divisiones y las separaciones entre los hombres y afirmar que todos somos hijos e hijas de Dios.

c) Enseñar a observar todo lo que Jesús ha ordenado:

No enseñamos doctrinas nuevas ni nuestras, sino que revelamos el rostro de Dios que Jesús nos ha revelado. De aquí es de donde se deriva toda la doctrina que nos fue transmitida por los apóstoles.

Mateo 28,20b: Dios con nosotros hasta el final de los tiempos.

Esta es la gran promesa, la síntesis de todo lo que ha sido revelado desde el comienzo. Es el resumen del Nombre del Dios, el resumen de todo el Antiguo Testamento, de todas las promesas, de todas las aspiraciones del corazón humano. Es el resumen final de la buena Noticia de Dios, transmitida por el Evangelio de Mateo.

En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”.

 

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Domingo de Pentecostés – Ciclo B

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de  tu amor.

V. Envía tu Espíritu y todo será creado.

R. Y se renovará la faz de la tierra.

 

  1. 1.     Oremos

¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro, R. Amén.


Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!

  1. 2.     Lecturas y comentario:

2.1.Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: – «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»

En 2, 1 se nos dice que «estaban TODOS reunidos». No se trata sólo de los 12 apóstoles, sino de la asamblea de los 120 (1, 15), entre los cuales está María, la madre de Jesús, el grupo de las mujeres y el grupo de los hermanos de Jesús, entre los cuales con certeza también Santiago, el hermano del Señor (1, 14). El don del Espíritu se da a esta primera comunidad, si bien es Pedro, junto con los once, el que va a pronunciar el discurso (vv.14-36). Se añade también que están reunidos «con un mismo propósito». Este mismo propósito es posiblemente la estrategia restauracionista implícita en la elección de Matías en 1, 15-26. La irrupción del Espíritu viene a romper este propósito de restauración, que mira más al pasado que al futuro. El Espíritu viene de repente, con ruido como de viento impetuoso y en lenguas como de fuego: estos símbolos (huracán u fuego) muestran la «violencia» necesaria del Espíritu para transformar al grupo presente y reorientar la primera comunidad, desde una posición restauracionista hacia una posición profética y misionera. Esta tensión entre restauración y misión, es la que vimos en 1, 6-11. Pentecostés es el bautismo en el Espíritu Santo anunciado en 1, 5. El bautismo de Juan Bautista era de agua, un símbolo judío de conversión personal; ahora de trata del bautismo en el Espíritu, que es el símbolo característico del movimiento profético de Jesús, no ya sólo de conversión personal, sino de transformación de la comunidad de los discípulos en auténtica comunidad profética, para dar testimonio de Jesús hasta los confines de la tierra. Los que se reúnen, atraídos por los sucesos de Pentecostés, son «hombres piadosos, que habitaban en Jerusalén, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo». Tenemos aquí una ficción literaria de Lucas, pues es un hecho extraordinario que estén reunidos en Jerusalén gente piadosa de todas las naciones del mundo. El hecho es tan extraordinario, que manuscritos posteriores (tradición occidental) agregan la palabra «judíos»: los reunidos serían «judíos de todas las naciones, que habitan en Jerusalén». Lucas con su ficción literaria tiene una clara intención teológica: reúne simbólicamente en Jerusalén a gente piadosa de todas las naciones del mundo, que en Pentecostés van a recibir el testimonio profético de la primera comunidad apostólica. El Espíritu es derramado en función de todos los pueblos y culturas del mundo. Eso ya se da para Lucas en el hecho fundante de Pentecostés.

En los vv. 9-11 tenemos la lista de la naciones. Lucas enumera 12 pueblos y tres regiones. El primer grupo lo constituyen los nativos partos, medos y elamitas. El segundo grupo son los habitantes de Judea, Capadocia, Ponto, Frigia, Panfilia y Egipto. Aquí también se enumeran tres regiones: la Mesopotamia, el Asia y la Libia, que confina con Cirene. El tercer grupo son los forasteros: romanos, cretenses y árabes. ¿Cuál es la lógica de esta enumeración? En primer lugar Lucas distingue nativos, habitantes y forasteros. Los nativos son pueblos del oriente, civilizaciones del pasado. Los habitantes están repartidos en tres regiones: la Mesopotamia (al este), el Asia (al norte) y la Libia (al sur) y en 6 pueblos: Judea (al centro), Capadocia, Ponto, Frigia y Panfilia (al norte) y Egipto (al sur). Por último los forasteros romanos que vienen de visita a Jerusalén; entre estos se distinguen romanos judíos y romanos prosélitos, los cretenses, son un pueblo marítimo, en expansión hacia occidente y los árabes sería una designación global para referirse a los pueblos del desierto, en expansión hacia oriente. La lógica geográfica es la que domina al grupo de los habitantes (oriente, norte y sur, con Judea al centro). Los visitantes (romanos, cretense y árabes) no siguen una lógica geográfica, sino más bien la lógica de visitantes esporádicos (grupos amplios y ambiguos), que regresan a su patria. En síntesis, los representantes de los pueblos vienen de todas las regiones de la tierra, de las culturas antiguas de oriente, de los pueblos establecidos en torno a Judea (oriente, norte y sur) y de las poblaciones que se desplazan hacia oriente y occidente, cuyo centro es Roma. Lucas combina criterios culturales, geográficos y sociales y construye así históricamente el paradigma misionero del Espíritu. Lo curioso es que no se menciona Siria, Macedonia y Grecia, que es el territorio de las iglesias paulinas. Quizás no aparecen estos pueblos, pues es ahí donde Lucas escribe su obra y son ya en su tiempo Iglesias independientes de Jerusalén.

Lucas insiste tres veces (vv. 6.8 y 11) en que los presentes, que vienen de todos los pueblos, entienden el discurso de Pedro, cada uno en su propia lengua. Pedro y los Once son galileos (v. 7) y hablan por lo tanto en arameo, que era una lengua bastante conocida en Siria y oriente. El milagro de Pentecostés es que cada uno entiende a los apóstoles en su propia lengua nativa. No se trata de la glosolalia, pues cada pueblo escucha el Evangelio en su propia lengua, y podríamos agregar, en su propia cultura. Por eso consideramos hoy en día a Pentecostés como la fiesta cristiana de la Inculturación del Evangelio.

En Pentecostés se habría recuperado la unidad perdida en Babel. Desde la perspectiva liberadora de la inculturación del Evangelio, la diversidad de lenguas es el hecho liberador que permitió la huída de los trabajadores y la paralización de la construcción de la ciudad. En Pentecostés cada pueblo conserva su lengua y cultura. Lo nuevo en Pentecostés es la unidad en la comprensión del Evangelio, manteniendo la diversidad de lenguas y culturas. La unicidad de lenguas no es el proyecto original de Dios, ni tampoco su recuperación en Pentecostés, sino una forma de dominación cultural. El proyecto original de Dios, recuperado en Pentecostés, es una humanidad plurilingüe y multicultural.

2.2.Salmo responsorial Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

Este Salmo es un canto de alabanza dirigido a Dios creador. La liturgia retiene algunos versículos que se refieren al soplo de Dios. Después del invitatorio, en el que el Salmista se dirige a sí mismo, aparece el tema central de la alabanza: “¡Señor, Dios mío, qué grande eres!” (v.1b). La grandeza de Dios se manifiesta en la magnificencia de su creación. Entre los bienes más preciosos de la creación figura el “soplo vital”. Dado a los animales, este soplo confiere la vida. Cuando Dios lo quita, llega la muerte. En el capítulo 37 de la profecía de Ezequiel, el soplo de Dios es dado a los huesos descalcificados esparcidos en un valle, éstos reciben de nuevo carne y vida. Esta imagen poética designa la restauración del pueblo. El v.30, en su versión latina (de la “Vulgata”) se hizo como texto de la acción del Espíritu Santo en el alma de los fieles y en el mundo entero redimido: “Envía tu Espíritu y será creado y renovarás la faz de la tierra”. En Pentecostés, el soplo divino es dado a la Iglesia naciente. Una nueva creación comienza.

2.3.Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Este texto es importante para comprender la teología paulina del Espíritu Santo: (1) El Espíritu Santo es el alma de la profesión de fe en Cristo Señor. (2) El Espíritu Santo es la fuente de todos los carismas y, por la convergencia de los mismos (“para el bien común”), es el principio de la unidad de la Iglesia. (3) El Espíritu Santo está vinculado a los sacramentos, particularmente al Bautismo y a la Eucaristía. (4) El Espíritu no se comprende sin la Trinidad. En los vv.4-7 se insinúa una visión trinitaria de misterio cristiano. Nótese la unidad entre el Espíritu (v.4: “el Espíritu es el mismo”), el Señor (=Jesús; v.5: “el Señor es el mismo”) y Dios (=Padre; v.6: “el mismo Dios que obra todo en todos”).

En el trasfondo de este pasaje hay una problemática pastoral que no hay que dejar pasar desapercibida: en la comunidad de Corinto, aquellos que se beneficiaban de algunos carismas y manifestaciones espirituales se creían superiores a los otros. Pablo reacciona insistiendo en el hecho de que los carismas son “dones” (ver que aparece siete veces esta palabra a lo largo del pasaje). La respuesta va en esta dirección: (1) Dichos “dones” tienen un mismo origen: el mismo Espíritu, el mismo Señor, el mismo Dios, quien hace la unidad en la diversidad. (2) Los “dones” son ofrecidos por Dios a cada persona en función “del bien de todos”, es decir, al servicio de la edificación de la comunidad y de la misión. El Espíritu Santo no sólo hace nacer sino también crecer a la Iglesia, “Cuerpo de Cristo”. La comparación con el “Cuerpo” destaca la diversidad, la solidaridad y la unidad de la Iglesia.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros.» Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: – «Recibid’ el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

1ª) Reconocimiento de Jesús vivo.

Les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Como el Padre me ha enviado así os envío yo a vosotros. En la escuela joánica se insiste de modo particular en la misión. El Padre envía al Hijo al mundo para salvarlo y no para condenarlo. El Padre y el Hijo envían al Espíritu, y juntos a los Apóstoles. La cadena de la misión se prolonga hasta la vuelta del Señor Glorioso al final de los tiempos. Este carácter teológico de la misión se traduce en un sentido misionero profundo que invade el Evangelio.

2ª) El Espíritu realiza la nueva creación.

Jesús les dijo: Paz a vosotros. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos. Aliento y viento se expresan en hebreo con el mismo término de «Ruaj» (que en griego se traduce por «Pneûma» y en castellano «Espíritu»). Este doble sentido del término es el que expresa toda la riqueza del Espíritu. Es necesario observar algunos detalles para la comprensión del fragmento. En primer lugar, Jesús es el transmisor del Espíritu. Se ha cumplido la era mesiánica y Jesús, verdadero Mesías, dispone del Espíritu recibido del Padre y lo entrega a sus discípulos. En segundo lugar, el verbo «exhalar» remite a dos momentos importantes en el pan del Dios creador y salvador: la creación del hombre (Gn 2,7): Dios sopla en las narices de la imagen elaborada con la arcilla y se convierte en un ser vivo. Es la primera creación, que traduce el proyecto del Dios Creador que es de vida y para la vida. El hombre es un ser vivo por la acción del Espíritu. En segundo lugar, la visión de los huesos secos que vuelven a la vida (Ez 37). Esta visión se enmarca en el exilio de Babilonia. Los huesos secos representan a la casa de Israel que ha perdido su esperanza y siente el peso del silencio de Dios. De nuevo aparece el Espíritu y de nuevo la misma expresión verbal «soplar». Este acontecimiento histórico, pasa a ser símbolo de la nueva creación por obra del Espíritu. Estos datos precedentes nos ayudan a valorar las expresiones de Juan cuando nos transmite que Jesús resucitado se hace presente entre sus discípulos, «sopla» su aliento sobre ellos y les entrega el Espíritu. Nos permite comprender que se trata del Espíritu Creador que va a llevar adelante la nueva creación.

3ª) Nueva creación y perdón de los pecados.

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». El don del Espíritu Creador se manifiesta en el perdón de pecados. El pecado es el que malogró, en el paraíso, el proyecto de Dios sobre el hombre. Lo quiso para la vida y feliz pero en la obediencia y comunión con su Creador. El hombre desconfía de su propio Creador y comete el pecado de querer ser él mismo en total independencia de Dios. El Espíritu Santo, llevando adelante su actividad de perdonar los pecados a través de los Apóstoles y de la Iglesia, hará presente en el mundo la nueva creación; manifestará en el mundo el verdadero proyecto de Dios. El pecado no pertenece a la textura original del hombre. Por eso podemos afirmar que el pecado no es humano, es decir, no entra en el proyecto original de hombre. Y por eso hay que afirmar que Jesús no lo pudo tener como hombre (y mucho menos como Dios), aun cuando fue igual a nosotros en todo. Con la reconciliación universal, obra de la Muerte-Resurrección de Jesús y que se actualiza siempre por el Espíritu Santo, aparece de nuevo cuál fue el sentido del hombre en el proyecto de Dios creador.

Cristo desborda la plenitud del Espíritu Santo.

Cristo desborda la plenitud del Espíritu Santo para hacer partícipes del mismo Espíritu a los Apóstoles: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. O sea, los Apóstoles son enviados por obra del Espíritu Santo para continuar la obra salvífica de Cristo. Los apóstoles reciben el poder del Espíritu de Cristo para perdonar o retener los pecados, para aplicar los frutos de la Redención de Cristo.

El día de Pentecostés.

El día de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre la totalidad de la Iglesia instituida por Cristo y a la que ha ido dotando progresivamente de las estructuras necesarias para cumplir su misión. Pentecostés es, también, una fuerte llamada para amar a la Iglesia de Cristo animada por el Espíritu Santo-Amor. Por eso, renovamos nuestra fidelidad a la Iglesia de Cristo desde la fidelidad a las exigencias de nuestro carisma específico.

  1. 3.     Invocación mariana.

María; eres Madre de la Iglesia porque eres Madre de Cristo por obra del Espíritu Santo. Eres nuestra Madre espiritual.

Nos consagramos a ti, María, Esposa del Espíritu Santo y te pedimos que nos enseñe a ser fieles a la presencia y acción del Espíritu Santo.

Solemnidad de Santa María Madre de Dios – Ciclo B

DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS Ciclo B

Hoy es la octava de navidad y el primer día del nuevo año, una conclusión y un comienzo. La Iglesia lo dedica a la «Virgen del camino», a la que encontramos en cada estadio de la andadura de la vida, en su momento inicial y «en la hora de nuestra muerte».

Se le ha dado ese título en el nuevo calendario litúrgico revisado. La denominación pone claramente de manifiesto que se trata de una fiesta de Nuestra Señora, y que tiene por objeto honrar su maternidad divina con la solemnidad conveniente. Antes de cambiarse el título en 1969, se conocía la fiesta como la «Circuncisión de nuestro Señor». También se conmemora esto, la imposición del nombre de Jesús al niño de María pero el objeto principal de la fiesta es la maternidad virginal de María contemplada a la luz de la navidad. Seguir leyendo «Solemnidad de Santa María Madre de Dios – Ciclo B»

La bella historia de la Navidad

La bella historia de la Navidad Lucas 2, 1-20

En cuanto adoramos el nacimiento de nuestro salvador, celebramos también nuestro propio inicio” (San León Magno)

Recibamos este grandioso día diciendo junto con uno de los mayores cantores de la Navidad que ha conocido la historia: “Hoy la Virgen da a luz al Trascendente, y la tierra le ofrece una gruta al Inaccesible; los ángeles y los pastores lo alaban, y los Magos tras la estrella avanzan, porque hoy ha nacido por nosotros, cual Niño Pequeñito, el Dios que existe desde antes de los siglos” (Romano el Melode, S.VI, “Contaquio”) Seguir leyendo «La bella historia de la Navidad»

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – Ciclo A

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Tanto las lecturas como las oraciones y el prefacio sitúan bien el contenido de la fiesta de hoy. Conviene que los leamos y meditemos antes de la celebración con profundidad. Y mucho mejor si los podemos comentar en grupo, con el equipo de liturgia, por ejemplo, si lo hay. Y que hagamos un comentario que nos ayude a relacionarlo todo con la vida del lugar donde nos encontramos. Así, la preparación misma será imagen de la asamblea eucarística, Cuerpo de Cristo, como nos dice san Pablo: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan».
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Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A

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Domingo de la solemnidad de la Santísima Trinidad ciclo A

Nuestro Dios lo hemos conocido con Jesús, el Hijo, que ha compartido la condición humana hasta la muerte, para la salvación del mundo (evangelio). Al fin y al cabo, a través de Jesús hemos comprendido que la actitud básica de Dios es amar: toda la historia de Dios es una historia de amor, una voluntad de amor más fuerte que el mal de los hombres.

Contemplando a Jesús, vemos en él un diluvio de gracia, que es presencia de ese amor absoluto de Dios: una gracia y un amor de los cuales se nos hace partícipes por ese don de comunión que es el Espíritu (2a.lectura). Y todavía, todo eso, tiene como consecuencia dos actitudes a potenciar en nosotros: primero, el agradecimiento y la alabanza a este Dios grande y amoroso (salmo); y segundo, la experiencia gozosa de vivir en comunidad de seguidores de este Dios que está con nosotros (2a.lectura)

1. Lectura del Libro del Exodo 34,4b-6. 8-9.

En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Moisés al momento se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: -Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque ése es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya.

Los israelitas habían roto la alianza adorando a un ídolo como salvador del pueblo. Moisés había roto las tablas de piedra. Pero, no obstante, no dejó de interceder al Señor en favor de su pueblo. Su intercesión se hace cada vez mas osada, hasta el extremo de pedir poder ver la gloria del Señor, algo que no puede hacer ningún mortal. No obstante, el Señor le invita a subir otra vez a la montaña, donde rehará la alianza y se le revelará. La montaña es un lugar común de la manifestación de Dios. La nube es símbolo de la presencia divina. Proclamar el nombre es darse a conocer. En este sentido es importante darse cuenta de que el Señor se da a conocer en términos de acción amorosa. Más que una definición de él mismo (imposible de hacer si no se quiere convertir a Dios en un ídolo), el Señor señala cómo actúa: con esta indicación será posible seguir los caminos que conducen a Dios, caminos de compasión, de amor fiel.

Ante Dios, la única actitud correcta del hombre es la adoración.

Es lo que hace Moisés. Y su adoración se transforma en petición: Moisés, como tantas veces, pide la presencia del Señor en medio de su pueblo a pesar de la infidelidad constante de este pueblo. De hecho, Moisés está diciendo que sin la compasión y el amor fiel es imposible la vida.

En el Salmo proclamamos un fragmento del himno de los tres jóvenes que se halla en el texto griego de Daniel. Es una letanía que canta la gloria de Dios, este Dios trascendente, pero que se hace presente en la historia de los hombres: es el «Dios de nuestros padres», está presente en «el templo de tu santa gloria», a la vez que se sienta «sobre el trono de tu reino».

2. SALMO RESPONSORIAL
Dan 3,52. 53. 54. 55. 56

R/. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres;
a ti gloria y alabanza por los siglos.
Bendito tu nombre santo y glorioso;
a él gloria y alabanza por los siglos.

Bendito eres en el templo de tu santa gloria.

Bendito eres sobre el trono de tu reino.
Bendito eres tú, que, sentado sobre querubines,
sondeas los abismos.
Bendito eres en la bóveda del cielo.

3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 13,11-13.

Hermanos: Alegraos, trabajad por vuestra perfección, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso santo. Os saludan todos los fieles. La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros.

Conclusión de la segunda carta a los Corintios, que tiene muchas semejanzas con las conclusiones de otras cartas. No obstante, en esta está muy presente la situación de la comunidad de Corinto, marcada por las divisiones internas y el cuestionamiento que algunos hacen del ministerio de Pablo.

La alegría, fruto de la fe en Jesucristo, es un motivo presente en otros pasajes de las cartas paulinas. También lo es la «paz», pero en este caso tiene un énfasis especial, dada la situación de la comunidad. Si no viven en paz, ¿cómo podrá estar presente en medio de ellos «el Dios del amor y de la paz»? El «beso ritual», típico de las primeras comunidades es un gesto que hace visible la comunión profunda entre los miembros de la comunidad. Pablo no descuida expresar la comunión entre las diversas comunidades; por eso transmite el saludo de» todos los santos».

La fórmula final, que hallamos en la conclusión o en el encabezamiento de otras cartas, es un deseo de bendición en el que se atribuyen a Jesucristo, a Dios y al Espíritu los bienes de la gracia, el amor y la comunión.

4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 3,16-18.

En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nicodemo, que sólo aparece en este evangelio, es presentado como un doctor de la Ley, miembro fariseo del sanedrín. Es el prototipo del judío piadoso preocupado por la cuestión de la salvación, en definitiva por el problema central de todo hombre: el sentido.

El fragmento que leemos es la parte final del diálogo iniciado entre Jesús y Nicodemo. Algunos afirman que se trata de palabras del evangelista que ha introducido como explicación de lo que dice antes Jesús. Pero quizá sencillamente haya que tener presente lo que otros han puesto de manifiesto: el Jesús del cuarto evangelio habla como el autor de la primera carta de Juan, es decir, se hace muy difícil o imposible, y seguramente no hay ninguna necesidad de hacerlo… separar las palabras de Jesús de las del evangelista.

El mundo es objeto del amor de Dios. La voluntad de Dios es de salvación universal no para unos cuantos y no de condenación ¡y hay quienes todavía no se han enterado!. Su amor por el mundo es tan grande que «entregó a su Hijo único». En esta expresión se esconde evidentemente una alusión a la cruz: de hecho el amor inmenso de Dios se ha visto de una manera palpable en la donación hasta el final, hasta el extremo, de Jesús. Por otro lado, también es clara la alusión al hijo único de Abrahan, Isaac.

Queda abierta la posibilidad de condenación, a pesar de la voluntad única de salvación de Dios. Uno puede rechazar el amor de Dios, o cerrarse a él. Habría que recordar que en la obra juánica creer y amar son sinónimos. Cuidado, pues, en no identificar rápidamente a «los que creen» y «los que no creen»…

Solemnidad de Pentecostés – Ciclo A

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS CICLO A

La Iglesia es la comunidad convocada por el Espíritu «para formar un solo cuerpo», un cuerpo de hombres y mujeres transformados por dentro, por haber «bebido» el Espíritu, y que se siente «enviada» a hablar de las maravillas de Dios, hoy podríamos resaltar qué es lo que hace que merezca la pena pertenecer a esta comunidad convocada por el Espíritu: la Iglesia es el conjunto de hombres y mujeres que a lo largo de la Historia se han ido transmitiendo el testimonio de Jesucristo, hasta llegar a nosotros; es el lugar en el que podemos vivir y llenarnos de estos signos simples en los que reconocemos la presencia de Jesucristo; es el encuentro con otros que, como nosotros, quieren vivir la presencia y el seguimiento de Jesucristo, y sin los que nosotros andaríamos demasiado solos como para poder intentar de verdad ser cristianos.

I. Oración

 

V/ Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles  R/ y enciende en ellos el fuego de  tu amor.

V. Envía tu Espíritu y todo será creado. R. Y se renovará la faz de la tierra.

 

Oremos

 

¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,

R. Amén.

2. Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:

 

1Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.  2De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. 3Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. 5Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. 6Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. 7Estupefactos y admirados decían: „¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? 8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?  9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, 10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios”.

 

1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)

 

1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)

La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7×7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.

 

La fiesta de la cosecha de los cereales

En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17). Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20). La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).

 

De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí

La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.  Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la Ley del Sinaí. En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.

 

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza

Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso. Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús. En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.

 

1.2 El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)

La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14. Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús. Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

 

 

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)

2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)

Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia. En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.

(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)

Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (2,2).  El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado. No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8). Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.  Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa. El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).

 

(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)

Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3). Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).  Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando. La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de los apóstoles. Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).

 

2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)

Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?

Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª). Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas). Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.

Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.

Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.

Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.

 

2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)

El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús. El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b). El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y resurrección. Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios. Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

 

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)

 

La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.

 

3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)

Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban) estupefactos y admirados…”.

 

3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)

Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos concéntricos. La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés. Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo. En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente. Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en definitiva las relaciones. Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por eso esa laga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.

 

3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)

Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.  En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11 Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.  Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos de amor- y se han centrado en Dios. Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el mundo. Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración. Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.

II. SALMO RESPONSORIAL Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 3

El salmo 103 proclama a Dios admirable en las obras de la creación. Para el creyente, la creación se hace transparente, y ve en ella la mano de Dios. Especialmente, en el misterio de la vida. Una misma palabra, «ruah», designa en hebreo el viento, el aliento y el espíritu vital (los traductores griegos lo llamarán pneuma, y los latinos spiritus). Si un hombre, animal o planta muere, el salmista que contempla la naturaleza entiende que Dios le ha retirado el ruah, y por eso vuelve al polvo de donde había salido (v. 29). Pero Dios no cesa de enviar su espíritu a la tierra, renovando así la creación y repoblando la faz de la tierra (v. 30, R/). Todo aliento de vida de la creación es una participación o reflejo del ruah de Dios. Si hay vida sobre la tierra es porque Dios no cesa de enviar su aliento. Por eso la vida es sagrada. El gesto de Jesús exhalando su aliento sobre los discípulos sugiere el sentido cristiano de este salmo.


 

R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor.
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. 

 

 

Les retiras el aliento, y expiran,
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. 

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.


 

III. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,3b-7. 12-13.

Hermanos: Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Un solo Espíritu…, un solo Señor…, un solo Dios. Dios es la fuente de los diversos dones que tienen los creyentes, y es además el modelo de cómo la diversidad se compagina con la unidad. Una larga comparación con el cuerpo viviente permite entender lo que es la Iglesia y, al mismo tiempo, nos muestra cómo tenemos que complementarnos y respetarnos unos a otros. No hay comunidad auténtica, si cada uno no participa activamente en la vida de esa comunidad, poniendo su talento al servicio de todos. Hasta el cristiano más humilde, o más pobre, puede tener riquezas de orden moral, artístico, etc., con que puede servir a los demás. Cuando uno se compromete en la vida cristiana, el Espíritu despierta en él nuevas capacidades, muchas veces inesperadas. Si sabemos demostrar más atención a las riquezas propias de cada uno, y despertarle la conciencia de su dignidad y de su responsabilidad, veremos brotar en la Iglesia una multitud de iniciativas, fruto del Espíritu.

III. Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

El autor del cuarto evangelio sitúa las apariciones del Señor resucitado narradas en el capítulo 20, del que hoy la Iglesia nos propone unos versículos, con los detalles del tiempo y lugar en que se realizan. Teniendo presente su estilo habitual, sabemos que todas estas indicaciones tienen un sentido preciso, son ellas también “signos”, con un valor teológico profundo.

Así pues, el texto que hoy proclamamos y que nos acompaña en la oración personal y en la celebración, nos sitúa en el domingo de Pascua, el primer día de la semana. Este apelativo en el Nuevo Testamento indica siempre el domingo. A finales ya del primer siglo, el vidente de Patmos lo llamará también “el día del Señor” (Ap 1,10). Día importante, porque recuerda la resurrección de Cristo el Señor (cf. Mc 16, 9), y también el día en el que el mismo Resucitado se aparece a los discípulos, sus “hermanos” (cf. Mt 28,10) y a las mujeres que “muy de madrugada van al sepulcro” (Mt 28,9-10; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20, 1).

La primera aparición del Maestro resucitado tiene, pues, lugar en “el atardecer de aquel día, el día primero de la semana” (Jn 20, 19). Los discípulos están “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Cristo resucitado es Señor del tiempo y del espacio: las puertas cerradas, lo mismo que la muerte, ya no constituyen un obstáculo para que él se manifieste, “ya no tienen dominio sobre él” (cf. Rom 6, 9.

Entra en casa, se pone en medio de los suyos, les muestra las señales que lo identifican: las manos y el costado con las heridas propias del Crucificado el viernes santo.

Por dos veces les saluda con el saludo propio de Israel, “Shalom!”, que aquí es también el primer don de su resurrección. Inmediatamente los saca de sus miedos, los lanza al anuncio, a la misión, la misma que él realizó por voluntad del Padre. En las palabras del envío “Como el Padre me envió os envío yo también a vosotros” (v. 21), encuentro una expresión repetida de la igualdad entre Jesús y el Padre. Esta fórmula es frecuente en el evangelio de Juan de manera especial. Me gusta por lo menos citar alguna otra, teniendo en cuenta no sólo ni tanto la belleza literaria de las expresiones cuanto más bien la profunda realidad ontológica que revelan: “El Padre y yo somos uno” (cf. Jn 5, 19.21.23.26; 10, 15.25.30; 14, 6-7.11.20; 15, 9; 17, 21).

Como el Padre, así también Yo”. El modelo, el referente es siempre el Abbá, el Padre. Y Jesús hablará de lo que le ha oído al Padre, hará las obras que ha visto realizar al Padre; como el Padre le conoce íntimamente a él, él conoce a sus ovejas, a los que son suyos, a los que el Padre le ha confiado. ¡Que seguridad le tenía que dar a Jesús esta igualdad con el Padre en todo y qué seguridad me da también a mí! Con Jesús está siempre el Padre…

Juan prosigue en su narración: Dicho esto”, el Maestro exhala su aliento, su “ruah” sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo. Otro gesto preñado de significado: Jesús exhala sobre los discípulos su mismo Espíritu. Les transmite así el verdadero don pascual. «Es el Pentecostés joaneo, que el evangelista aproxima al evento de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la “hora”, a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte, y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu”.

En la cruz, “sabiendo Jesús que todo estaba cumplido”, había entregado el espíritu (cf. Jn 19, 28.30), como preludio de esta efusión plena la tarde de Pascua. La entrega-comunicación del Espíritu está aquí relacionada con el poder de perdonar el pecado. El Espíritu es, en efecto, “la remisión de los pecados”. Así lo identifica la liturgia.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:

Ven, oh Espíritu Santo, y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;  (un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina; un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos; un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;  un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad

(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Sugerencia de Cantos:
Entrada: Ser Testigos (Alfonso Luna – Testigos en la Fe), Llenos del Espíritu de Dios (Mercedes Gonzales – Balada del Camino) Secuencia: Ven Espíritu Divino (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Aleluya: Canta Aleluya ( Luis Alfredo – Ven Espíritu Santo) Presentación de Dones: Este pan y vino (Carmelo Erdozaín – Cerca está el Señor) Comunión: Envía tu Espíritu (Joaquín Madurga – Unidos en la Fiesta) Oh Señor, envía tu Espíritu ( Lucien Deiss – Pueblo de Reyes) El espíritu del Señor (Kairoi – A tu lado Señor)
La hora del espíritu (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos o Todavía nacen flores) Soplo de vida (Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos) Salida: Reina de los apóstoles – Antonio Alcalde – Espíritu Santo Guíanos

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El Bautismo del Señor

Domingo: Fiesta del Bautismo del Señor

La liturgia de este domingo nos va a poner ante la presentación «oficial» de Jesús en público. Su aparición ante los hombres y mujeres de su época para dar comienzo a los que tradicionalmente se ha llamado su «ministerio público». Pero, como punto de partida en esta cuestión, como es lógico y normal, lo primero será presentar al «protagonista»: ¿quién es Jesús? El evangelio de hoy nos dará una respuesta clara, una respuesta de fe, a esta pregunta: es el Hijo predilecto de Dios.
La memoria del bautismo de Jesús en el Jordán quiere responder a una serie de interrogantes que se planteó la comunidad primitiva y que se formulan también hoy. ¿Quién es Jesús? ¿En qué se funda la autoridad de su mensaje? Jesús es el siervo de Yahvé (1. lectura) que ha pasado haciendo el bien (2. lectura). El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12).

1. Lectura del Profeta Isaías 42,1-4. 6-7.

Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes, que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en las tinieblas.

Tenemos aquí la primera de las cuatro piezas literarias que se conocen con el nombre de «cantos del siervo de Yahveh». Se trata de un ciclo de profecías en las que, avanzando progresivamente en hondura y extensión. Se describe la figura del discípulo verdadero de Yahveh que ha sido elegido para enseñar «el derecho» a las naciones, que ha sido fortalecido para aguantarlo todo con tal de cumplir su misión y que, después de expiar con su dolor los pecados del pueblo, será glorificado por Dios. La Iglesia ha visto en estos cantos la descripción profética de la pasión y muerte de Jesús; sin embargo, resulta exegéticamente imposible determinar quién sea el siervo de Yahvé. Probablemente se refiere a todo un grupo dentro de Israel. «Siervo» es aquí un título honorífico, no tiene que ver nada con la condición y el «Status» sociológico de los esclavos. Frecuentemente se llama «siervo» a personas físicas; por ejemplo, a Abraham, a Moisés, a David…, todos ellos son llamados en la Biblia «siervos de Yahveh». También se da este nombre a todo el pueblo de Israel.
Estas primeras palabras tienen el sentido de una designación; es decir, de una elección y de una presentación. Dios elige al Siervo y lo presenta a Israel y a las naciones. Esta designación difiere de la designación de los reyes y de la vocación de los profetas. En el caso de los reyes, Dios elige a un caudillo carismático y lo presenta al pueblo para que éste lo acepte y después sigue la proclamación real; en el caso de los profetas, la vocación acontece sin testigos. Dios elige al Siervo porque quiere, porque se complace en él, sin fijarse en las cualidades que tenga y sin justificar ante nadie su elección. Dios elige a su Siervo soberanamente, y lo presenta después a todo el mundo.
La misión del siervo de Yahveh es sentenciar justicia y llevar el derecho a las naciones. El siervo dará una nueva constitución a los pueblos y establecerá un orden nuevo en el que habite la justicia. Se piensa aquí especialmente en la sentencia que ha de resolver el pleito de Yahveh con todas las naciones y que pondrá en claro que Yahveh es el único Dios. La proclamación del nuevo orden no se hará según la costumbre de los reyes orientales que sancionaban las leyes antiguas y establecían otras nuevas tan pronto ascendían al trono, que las hacían pregonar por las calles y las plazas en todas sus ciudades. El Siervo de Yahveh actuará en silencio, sin el ruido y la pompa de los conquistadores de este mundo, que, como Ciro, conmueven toda la tierra para establecer el derecho de los más fuertes. Esta sentencia no será ejecutada violentamente contra los débiles, los vencidos y los que estén ya moribundos.
Aunque el Siervo de Yahveh es también una caña cascada, no se quebrará ni vacilarán sus rodillas hasta implantar la justicia. El será la fortaleza de todos los oprimidos. Como otro Moisés será mediador en la nueva alianza entre Dios y su pueblo. Como «luz de las naciones» llevará a todas partes el conocimiento de Dios. Su misión es universal. Por fin, se subraya el carácter liberador del Siervo de Yahveh.

2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10

 R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.

Hijos de Dios, aclamad al Señor, 
aclamad la gloria del nombre del Señor, 
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas, 
el Señor sobre las aguas torrenciales. 
La voz del Señor es potente, 
la voz del Señor es magnífica.

El Dios de la gloria ha tronado. 
El Señor descorteza las selvas. 
En su templo, un grito unánime: ¡Gloria! 
El Señor se sienta por encima del aguacero, 
El señor se sienta como rey eterno.

3. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: —Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él.
Pedro se encuentra en casa de Cornelio, comparte con él la misma mesa y le anuncia el Evangelio. Comprende que no debe distinguir ya entre alimentos puros e impuros, tampoco entre gentiles y judíos. Pero proclama la universalidad de la salvación que realiza Dios en Cristo. Todos los hombres son iguales ante la salvación de Dios.

Pedro confiesa abiertamente que ahora comprende lo que dicen las Escrituras, que Dios no hace distinciones (Dt, 10, 17; Rm 2, 11; Gal 2, 6) y que el Evangelio no puede detenerse ante las fronteras de ningún pueblo, raza o nación. La igualdad de los hombres ante Dios era comúnmente aceptada por los helenistas, esto es, por los cristianos procedentes de la gentilidad que habían sido mentalizados por la filosofía estoica. Sin embargo, para Pedro y los cristianos procedentes del judaísmo se trataba de un cambio radical en su concepción de la historia de salvación. Pero confiesa que el Evangelio es para todo el mundo, porque Jesús es el Señor de todos los hombres (Mt, 28, 18-20; Jn 1, 1ss; Fl 2, 5-11).

Después de esta introducción, Pedro pasa ahora a predicar el Evangelio de Jesucristo. La descripción que se hace aquí de la actividad pública de Jesús a partir del Jordán y comenzando en Galilea recuerda el Evangelio según San Marcos, que recoge precisamente la tradición de San Pedro. En atención a sus oyentes gentiles, Pedro destaca particularmente el poder de hacer milagros y la fuerza con la que Jesús libera a los oprimidos por el diablo. Jesús es el «ungido», es decir, el Cristo o Mesías. Sobre él descendió el Espíritu Santo y fue consagrado con toda la plenitud de Dios. Su dignidad mesiánica está inseparablemente unida a su misión salvadora.

Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, pasó por el mundo haciendo bien y curando a los oprimidos. Esta expresión sugiere el título de Salvador (Soter) y Benefactor (Euergetes), títulos que solían dar los antiguos a los soberanos después de su apoteosis. Claro que todos estos «salvadores y benefactores» no entendieron su autoridad como un servicio que se acercaba al menos al que prestó el Siervo de Yahveh. Los cristianos de la naciente Iglesia, confesando su fe en Cristo, el Señor, protestaban contra todo culto a los emperadores. Sólo Jesús vino a servir y no a ser servido, por eso Jesús es el Señor.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 3,13-17

En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: -Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí? Jesús le contestó: -Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: -Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12); en lugar de ello, ve venir hacia él a un hombre confundido entre la multitud. Así, Juan y Jesús representan dos concepciones mesiánicas. La afirmación me parece importante, y conviene documentarla con mayor cuidado. En el capítulo 3 se pueden distinguir tres unidades literarias, determinadas por la repetición de «entonces» (adverbio que Mateo usa con mucha frecuencia para relacionar las diversas escenas de un relato): 3,5.13.15.

En la primera unidad, el Bautista censura enérgicamente la religiosidad demasiado segura de sí, demasiado confiada en su patrimonio nacional, demasiado legalista. Juan invita a esta religiosidad a convertirse en profundidad. ¿Motivo? Va a sonar la hora del juicio, la hora en que el hacha está puesta en la raíz. Es el lenguaje de los profetas.

En la segunda unidad literaria (3,13-15a), al presentarse Jesús al bautismo como uno más de la multitud, desconcierta el proyecto mesiánico del Bautista. No es el juez, sino el siervo del Señor; se diría que más que el juicio le conviene la mansedumbre; aunque mejor podríamos hablar quizá de «solidaridad». El Mesías vive una profunda solidaridad con el pueblo judío; se muestra solidario con el momento penitencial que está llamado a vivir el pueblo, y todo ello por obedecer al plan de Dios.

La tercera unidad literaria (3,15b), brevísima, cuenta que el Bautista se sometió a Jesús. Así pues, ambos mesianismos se encontraron frente a frente, y el del Bautista (no así el de los fariseos y los saduceos) se abrió al proyecto de Jesús, lo aceptó y se sometió a él; un ejemplo de cómo hubiera debido comportarse todo el pueblo judío y, en mayor escala, de cómo debe conducirse cualquiera otra expectativa del hombre.

Ahora podemos entender mejor una afirmación ya expuesta: «cumplir toda justicia» significa someterse al plan de Dios revelado por las sagradas Escrituras, plan de Dios que se revela como proyecto de humildad y de solidaridad. En el gesto de Cristo, que se confunde con la muchedumbre de los pecadores, se contiene ya aquella lógica que le llevará a la cruz, a morir por los pecados del pueblo. No podemos pasar por alto el hecho de que las primeras palabras (3,15) de Jesús sean: «Conviene que se cumpla toda justicia». Estas breves palabras, las primeras de Jesús, definen su actitud profunda; ha venido a cumplir el plan de Dios, y no permite que nada le aparte de él. Su actitud profunda es la sumisión, la obediencia que se expresa como una lógica de humildad y de solidaridad con todo el pueblo pecador.

Mateo subraya luego que estas actitudes de Cristo, que definen la lógica de toda su existencia, suponen ciertamente una ruptura con las expectativas mesiánicas de su tiempo, pero no con el verdadero significado del AT. Ruptura con el judaísmo, pero no con lo que pretendían las Escrituras. La conversión a que son invitados el Bautista y todo el judaísmo es una vuelta a sus propios orígenes. El verdadero judío es el que se hace cristiano. -La Voz Celestial. Obviamente, no podemos reducir todo el significado del bautismo al diálogo que hemos examinado. Hemos de tomar en consideración otros elementos de gran importancia.
Para comprender el significado fundamental de la apertura de los cielos y del descenso del Espíritu, hay que referirse a Isaías 63,19: «¡Oh, si tú abrieses los cielos y bajases; ante tu rostro vacilarían los montes!» Se trata de un versículo que pertenece a un salmo (63,7-64,11), en el cual el que ora pide a Dios que vuelva a abrir el cielo, que se manifieste y descienda en medio del pueblo, a fin de llevar a cabo un nuevo éxodo y guiar otra vez al pueblo hacia la libertad. Tal es el significado de nuestro episodio; después de un largo silencio por parte de Dios y por parte de su Espíritu, ahora comienza el tiempo esperado, el tiempo de la salvación, en el cual Dios de nuevo se da a los hombres y vuelve a hablar. Mateo modifica, respecto a Marcos y Lucas, las palabras de la voz celestial; la proclamación no está en segunda, sino en tercera persona: «Este es mi hijo amado». No es una revelación dirigida a Jesús, sino una revelación sobre Jesús dirigida a los hombres. Con ello Mateo encuadra el episodio en una perspectiva eclesial, convirtiéndolo en una profesión de fe hoy. Invita a los lectores a reconocer en Jesús al Hijo de Dios.

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(1 de enero de 2011)

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El Bautismo del Señor

BAUTISMO DEL SEÑOR

Introducción

La fiesta del Bautismo del Señor enlaza con la Epifanía por su condición de celebración de la primera manifestación pública de Jesús, al comienzo de su ministerio. Hemos pasado, en la celebración de los misterios, de la infancia a la edad adulta de Jesús. La antífona de entrada (Mt 3,16-17) expresa bien el contenido celebrativo de esta solemnidad: «Apenas se bautizó el Señor, se abrió el cielo, y el Espíritu se posó sobre él. Y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». Hay varios signos epifánicos: el abrirse el cielo, cerrado para la humanidad por su pecado, el posarse sobre Jesús el Espíritu en un gesto que recuerda la primera creación, ungiéndole como Mesías, y la voz del Padre manifestando que aquel hombre, aparentemente pecador, es su Hijo predilecto (prefacio). Esto mismo expresa la oración colecta: «Dios todopoderoso y eterno, que en el Bautismo de Cristo, en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo»… El Bautismo de Jesús es la revelación solemne, la epifanía esplendorosa de quién es aquel que lucha para que Juan le bautice.

Con esta fiesta se cierra el ciclo navideño de las manifestaciones de Dios en la carne, para dar paso al tiempo ordinario.

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