Segundo Domingo de Pascua

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

El domingo, la Pascua semanal, el día que dedicamos a Cristo. O mejor, el día que Cristo  Resucitado, presente en nuestra vida los siete días de la semana, nos muestra su cercanía  de un modo especial. Como a los apóstoles, nos da su Espíritu, nos comunica su paz, nos  envía a anunciar la reconciliación y alaba nuestra fe…

Nuestra reunión eucarística dominical es algo más que cumplir un precepto o satisfacer  unos deseos espirituales. Vale la pena presentar los valores del domingo cristiano en unos  tiempos en que está peligrando su misma existencia, o al menos su sentido profundo.

1. Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,42-47.

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

La vida del hombre transcurre y se realiza entre sueños y realidades. Cualquier proyecto  de vida lleva consigo una carga de utopía que luego puede contrastar con la realidad  conseguida.

Pero, a pesar de todo, permanece siempre un hecho: nuestra realidad cotidiana, nuestra  realidad de hombres que nos vamos formando, se transfigura poco a poco en la medida en  que dejamos rendijas abiertas a nuestros sueños.

La primera cosa importante a subrayar es el vigor del testimonio de los apóstoles en  vistas a hacer cambiar las perspectivas de vida de aquella primera comunidad. La  experiencia de su fe es un revulsivo para todos los creyentes. La fuerza del testimonio de  una vida, los signos de haber aceptado una vida nueva, siempre está en relación directa  con la intensidad de una fe asumida plenamente.

La realidad fundamental de toda comunidad es su unidad de corazón y espíritu. Es la  unidad que se construye constantemente; nace y crece; es la única manera de que no  llegue a envejecer. Significa haber descubierto la propia plenitud en la comunicación con  los demás: comunicación de sentimientos, de experiencias y, sobre todo de fe. En otro lugar  se habla de comunicación (koinonia) (Hech. 2, 42): es la expresión de la realidad de vida  compartida.

La comunidad de bienes es, quizás, el elemento más sorprendente de esta lectura.  Quizás sea también el más utópico, pero tiene su importancia para continuar viviendo con  alegría y esperanza. En cualquier lugar y momento la comunidad cristiana debe manifestar  su realidad de «comunión». Los signos podrán ser diferentes y diversificados según el  tiempo y el lugar, pero siempre son necesarios para fortalecer y expresar la fe en el  Resucitado.

2. SALMO RESPONSORIAL
Sal 117,2-4. 13-15. 22-24

R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
[o, Aleluya]

Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.

Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos.

La piedra que desecharon los arquitectos,
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.

3. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 1,3-9.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo.

La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo, nuestro Señor.

No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.

El seguimiento de Jesús es vivido con alegría aun en medio de la dificultad. Podríamos  decir que se asume con estilo deportivo. El evangelio es siempre buena noticia y nunca  amarga la vida. Es lo contrario de un cristianismo de cumplimientos mínimos o de actitud resignada. Será precisamente esta satisfacción interior la fuerza psicológica que moverá  espontáneamente a la evangelización de los demás.

La diferencia entre el obrar por amor y el obrar por obligación no sólo tiene repercusiones  en el interior del sujeto, sino también en su talante exterior. Así se comprueba la verdad de  las palabras de Jesús: «mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11, 30).

4. Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-31.

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.  Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

Cuando se escribe este evangelio, el domingo, el día del Señor, es ya el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu. Juan muestra que el misterio pascual es una unidad. Miedo y cerrazón. Unas actitudes de los discípulos que Jesús resucitado supera. A pesar del miedo y la cerrazón, él se les pone en medio. El evangelio subraya que la presencia de Jesús es real, pero distinta de la de antes, y que este Jesús es el crucificado: la resurrección no quita nada de la absurdidad y el sufrimiento de la muerte; en todo caso, nos hace ir más allá, nos la hace mirar con otra esperanza.

Jesús puede dar aquella paz que proviene de dar la vida. Jesús resucitado, dador de la paz, lleva la alegría. Quizá podríamos decir: al principio de la comunidad hay ya alegría… Jesús, enviado del Padre, envía a los discípulos. La misión de los discípulos es la misma de Jesús: ser testimonios del Padre, del Dios que ama tanto al mundo que le da la propia vida. Y el evangelista no habla de unos cuantos discípulos privilegiados, sino de todos. Empieza una nueva creación. Así como Dios había alentado sobre aquella figura de barro para darle la vida, Jesús da el Espíritu a los discípulos para que tengan su misma vida, una vida que se caracteriza por la reconciliación, por la capacidad de ser corderos de Dios que quitan el pecado del mundo a base de dar la propia vida por amor y con plena libertad. Tomás pide otros signos que no son el testimonio de la comunidad creyente que habla en nombre del Señor. De hecho, le bastará con el «reproche» que le dirige Jesús, y creerá como los demás, por su palabra. Y no sólo eso: hará la confesión máxima de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza final se dirige a todos aquellos que creerán por la palabra y el testimonio.

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