Domingo II de Adviento – Ciclo B

Domingo II de Aviento ciclo B

1. Oración:

Oh Dios que nos has puesto en este mundo sin darnos todas las respuestas a los interrogantes que de él nos brotan sobre él mismo y sobre el sentido de nuestra propia existencia; te expresamos nuestro deseo de encarnarnos en él, de buscarte sumergidos en él, siendo conscientes de las responsabilidades divinas que contienen para nosotros cada uno de los «afanes mundanos» que nos has encomendado. Tú que vives y haces vivir, desde siempre y para siempre. Amén.

Introducción:

Después de varios siglos en que se habían silenciado los profetas, de repente en el desierto una voz resuena. Ya viene aquel que es verdaderamente el Evangelio de Dios, la buena noticia del Padre. Por medio del bautismo en el Espíritu Santo ofrece el don de su perdón y la comunión con Dios a todos los que saben esperarlo y recibirlo. En Jesús se realiza este encuentro salvífico, ¡el gran acontecimiento de la historia! ¡Hay que preparar la venida del Señor!

Cuando leemos el Evangelio de hoy nos percatamos que la venida del Hijo de Dios al mundo había sido preparada por la historia de la salvación y finalmente por san Juan Bautista. A nosotros nos corresponde ahora hacer la preparación mediante una buena disposición del corazón, tomándonos en serio los llamados que nos hacen el evangelista Marcos, las voces de los profetas y la predicación de Juan Bautista.

¿Por qué prepararnos?

En los domingos anteriores hemos recordado que el Señor viene a nuestro encuentro. Pero su venida no tocará al hombre a pesar del hombre, sino que exige en cada persona algo así como el movimiento de una danza, una conversión de la mentalidad y de la acción. Entremos en el pasaje de este día para descubrir el itinerario que hay que recorrer para que la preparación sea auténtica, completa, y a fondo

2. Lecturas y comentarios:

2.1.Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11

«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido, su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.» Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos – ha hablado la boca del Señor» -Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; Álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios Llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con el su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

Libro de Isaías. Del segundo Isaías, para ser más exacto. Un poema. Y como poema, un canto. Y como canto, una explosión gozosa del espíritu. Una «Buena nueva», un oráculo de salvación. La «Buena nueva» que necesitaba el pueblo en aquellos momentos. El profeta, llamado y consagrado por la voz de lo alto, es enviado a proclamar la «disposición»: ¡La vuelta del destierro y la construcción de Jerusalén! Una noticia maravillosa, alentadora, revolucio­naria. Dios habla al corazón de su pueblo. Y el impacto es tal que cambia radicalmente el rumbo de su historia. Los desterrados, en el límite ya de la desesperación, oyen de nuevo, la voz de su Señor. La voz del Dios de los Pa­dres rompe el silencio, borra las distancias y olvida el olvido de tantos años. La voz de Dios envuelve de nuevo a su pueblo y lo transporta de alegría. Se han enternecido las entrañas de Dios: «Consolad, consolad a mi pueblo». Dios habla la salvación. Son palabras de promesa y de consuelo. Por ellas recibe esta parte del libro el título de «libro de la consolación».

Las palabras de Dios son consuelo porque son acción: hacen lo que dicen. Y Dios pide «perdón». El pueblo ha purgado su gran pecado -doble pecado y se encuentra dispuesto, tras la «instrucción» de Dios en el destierro, a se­cundar sus planes. Dios olvida la injuria y tiende de nuevo la mano amiga para abrazar a sus fieles. Es el abrazo santo y creativo del pacto. Con él sus dones y su bendición; más, él mismo. El los acompañará, el los guiará; él será su fuerza, él será su gloria. Y tal va a ser la explosión de su poder que hasta las más lejanas gentes quedarán estupefactas: todas las naciones con­templarán la gloria de Dios. Dios ha hablado.

Y la voz se expande briosa por valles y collados, por páramos y vergeles, por frondas y desiertos. La recogen los barrancos, rebota en las laderas y el viento viajero la silba por soledades, cobijo de alimañas y fieras. Y siega las cimas, y doblega los cabezos, y barre los pedregales, y estira las sendas, y cubre la felpa fina y verde el camino que conduce a Jerusalén. El Señor viene con su pueblo; el Pastor, solícito, al frente de su rebaño hacia los pas­tos de Sión. Y las criaturas todas, a la voz de su Amo, tocadas de su presen­cia, dan paso fácil al pueblo que lo aclama. Un nuevo Éxodo, una creación nueva. El poeta inspirado lo ha oído; lo proclama y lo lanza al viento. Dios consuela a su pueblo con un abrazo eterno. Y el abrazo eterno es Cristo Je­sús.

2.2.Salmo responsorial Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14 8)

R/ Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante é1, la salvación seguirá sus pasos.

Salmo de lamentación y con oráculo de salvación.

El estribillo mantiene el tono de súplica; el cuerpo del salmo, el oráculo de salvación. A la súplica confiada responde la voz salvadora de Dios. Es la se­cular experiencia de Israel. Dios responde siempre que el hombre lo invoca. Gran dignidad del hombre, gran bondad de Dios. Excepcional fuerza del hombre, consoladora «debilidad» de Dios. La voz del cielo es eficiente, lleva la vida; la tierra, solícita al eco, capaz de germinar. Del cielo la lluvia; del vientre de la tierra, fecundado, la flor. Del cielo la paz y la justicia, la fideli­dad y la misericordia. «Voy a escuchar lo que dice el Señor». Escuchemos la paz y hagamos la paz; oigamos la justicia y seamos justos; recibamos la mi­sericordia y hagamos misericordia; cobijémonos en su fidelidad. Perfecta colaboración a la voz de Dios. Y la voz creadora de Dios, su Palabra, es Cristo Jesús. He ahí la paz que llueve el cielo. He ahí la misericordia hecha carne. He ahí la justicia, rocío divino que justifica. He ahí la Fidelidad de Dios, fruto Magnífico del Espíritu en el vientre de María. Escuchemos su voz: ¡Nos anuncia la Paz! Son los bienes mesiánicos.

2.3.Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 3, 8-14

Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

Palabras de Pedro. Palabras de exhortación. El pensamiento gira en torno a la Venida del Señor. Gran acontecimiento aquel. Coronación de los siglos y meta del género humano. «Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva». En realidad, un mundo nuevo. No se trata de repetir la creación. Es una creación de naturaleza completamente nueva. Un mundo donde habite la justicia. La carta a los hebreos lo llama «Descanso» de Dios, Dios mismo. Cristo tiene la llave. El nos abre la puerta. Algo grande, algo inefable, algo divino. El momento se aproxima, está a las puertas, no tardará. ¿Qué son los años, qué son los siglos, qué los milenios? ¿No fue ayer cuando el Altísimo sopló la luz, esparció las estrellas, encendió el sol, soltó la luna y modeló la tierra? ¿No fue ayer cualquier acontecimiento de la historia? ¿No somos no­sotros ya de ayer camino del «Mañana»? ¿Qué es el tiempo para Dios? ¿Qué queda de todo ello? Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva. Ese es nuestro destino, esa es nuestra Patria. Fuera de ella seremos como ser sin sentido, como mar sin agua, como luz sin luz. El Señor lo ha prometido. El Señor viene. Sólo la misericordia lo retarda. El Señor tiene paciencia. Hermosa paciencia esta que nos invita a vivir un «Hoy» de gracia, despertando de ese ayer borroso para entrar en un «Mañana» espléndido, lleno de luz y de sol. Vigilancia pues para el que duerme -vendrá como ladrón-, paciencia para el que suspira, vida santa y pura para el que espera. Puro y santo, en justicia, es el mundo nuevo que esperamos. Así la preparación.

2.4.Lectura del santo evangelio según san Marcos 1,1-8

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y é1 los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo.»

Comienzo del Evangelio según San Marcos. Evangelio significa Buena Nueva. Algo bueno, algo grande. Algo capaz de hacernos felices, algo capaz de rebosar esta vasija de barro. El mensaje toca al individuo y toca a la so­ciedad; toca al cuerpo y toca al alma, toca lo más profundo del espíritu. Una Buena Nueva que nos transforma, que nos eleva, que nos «realiza» según el plan de Dios nuestro Creador. El Portador y Consumador es Cristo, Hijo de Dios nada menos. Y la Buena Nueva nos la trae a nosotros. Nosotros somos los destinatarios.

Cosa curiosa, la Buena Nueva que debe hacernos felices comienza con un llamamiento a la penitencia, a la conversión. Hay que volver. Hay que reco­nocer las propias culpas, hay que dejar los malos hábitos, hay que pedir per­dón. La figura del heraldo es sintomática. Un hombre suelto y libre. Sin pa­lacios, sin ropajes, sin adornos, sin ataduras de ninguna clase. Voz de Dios en el desierto. Una piel de camello, un cinturón, un puñado de saltamontes. Libre de toda traba y de todo impedimento. Todo un hombre.

¿No es esto una buena lección? ¿Qué buscamos con tanto afán de este mundo que pasa? ¿Qué pretendemos llevarnos para ese «Mañana» radical­mente nuevo? ¿Cómo vamos a ser la voz del Señor si nos tapamos la boca? Actual y cristiano: una vuelta a la senci­llez y a la austeridad.

El Evangelio acomoda a Cristo el texto de Isaías. Así recibe su mejor cumplimiento. Ahí está la Consolación: Cristo cura, Cristo sana, Cristo salva, Cristo lava los delitos, Cristo perdona las culpas, Cristo reconcilia con el Padre. Cristo confiere el don divino del Espíritu Santo. Somos renovados, somos transformados, somos hijos del Padre. Somos sus confidentes, somos sus amigos, somos herederos de su Gloria. Somos hacederos de su Reino. A todo eso llamamos Salvación y nos quedamos cortos. La Salvación opera ya desde ahora en forma admirable, pero el «Mañana», el Día Grande del Se­ñor, nos lo revelará por completo. Hay que prepararse. Hay que hacer peni­tencia y creer en el Evangelio.

1. ¿Quién es Jesús según la primera línea del Evangelio de Marcos? ¿Por qué se le dan esos títulos? ¿Qué implica para un discípulo confesar a Jesús de esa manera?

2. ¿Cuál es el mensaje del texto de Isaías que es citado?

3. ¿Por qué Juan aparece en el desierto? ¿Qué idea nos da de Juan?

4. ¿Cuál es la forma concreta como Juan prepara la venida del Mesías?

5. ¿Qué dice Juan Bautista acerca de Jesús? ¿Qué puedo esperar de él, en su venida a mi vida?

3. Oración final:

Oh Dios que has hecho de la esperanza una estructura indispensable de la existencia humana. Calienta nuestro ánimo y acaricia nuestro corazón, para que nunca se apague en nuestra vida el aliento vivo de la esperanza, y para que nuestra sociedad cansada y deprimida vuelva a encontrar los imprescindibles motivos para vivir y para esperar. Tú que eres garantía de toda esperanza, desde siempre y para siempre. Amén

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