Tercer domingo de Adviento – Ciclo B

Domingo III de Adviento ciclo B

1. Oración comunitaria</strong
Oh Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo: al acercarse las entrañables fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean tu ternura, tú mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Haz que lo vivamos como lo vivió Jesús, nuestro hermano, que contigo vive y reina, y con nosotros vive y camina, por los siglos de los siglos. Amén.
El tema de este domingo es de alegría y gozo en la perspectiva de una realidad salvífica esperada, pero ya «misteriosamente» presente. En este clima se mueve la primera lectura y el salmo responsorial. La segunda lectura es una invitación a la alegría y el evangelio nos presenta el motivo o fundamento de la misma: la venida del Señor. Presencia real y operante aunque pocos sabrán apreciarla y tomar conciencia de que «en medio de vosotros está uno que no conocéis». La misión del Bautista es dar testimonio del Mesías que viene.

2. Lecturas y comentario
2.1.Lectura del Profeta Isaías 61,1-2a. 10-11.
El Espíritu del Señor está sobre mí porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Esta lectura primera la componen un par de fragmentos del capítulo 61 de Isaías. Estamos, pues, en el tercer Isaías. Para tener una idea más com­pleta del mensaje profético es menester leer todo el capítulo. El tema funda­mental es un anuncio solemne de la salvación.
El tema profeta siente en sí, vigoroso, el espíritu de Dios que lo mueve e impulsa a proclamar abiertamente, a los cuatro vientos, el plan divino de salvación. Esta, la salvación, en manifiesto crescendo va extendiéndose desde la liberación de los males, que aquejan al pueblo, hasta la promesa de posesión segura de todos los bienes. Termina con una explosión de júbilo ante el estupendo plan de bendición que Dios promete poner por obra.
Los dos fragmentos que se leen en la Santa Misa son el principio y el fin del poema. He ahí los puntos más importantes:
1) Se trata de un profeta -«el Espíritu del Señor Yavé sobre mí»- que se siente movido por Dios. La unción de que se habla, es su consagración como profeta. Es un enviado cualificado, un profeta auténtico.
2) Su misión va dirigida a los pobres, desamparados, abatidos, esclavos, injustamente oprimidos. Les anuncia la liberación, el consuelo, la bendición de Dios. Esa es la Buena Nueva: gracia de Dios para los pobres, día de ven­ganza del Señor. Nótese: Jesús se aplicó a sí mismo este pasaje. Identificó su misión con la misión del profeta en Isaías 61. Léanse los vv. 16- 20 del capí­tulo 4 de Lucas. Nótese por otra parte también la presencia de este texto en al formulación de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-10). A ellos dirigió Jesús su mensaje, su Buena Nueva.

3) Conocido el plan de Dios, el gozo invade el alma del profeta. ¡Dios va a hacer justicia, Dios va a darnos la salvación! Con unas palabras semejantes comienza María el Magníficat.

2.2. SALMO RESPONSORIAL Lc 1,46-48. 49-50. 53-54
R/.Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia.

Un cántico; acción de gracias. Aire jubiloso con tendencia a la alabanza. Incontenible en la persona se extiende a la comuni­dad. El mundo entero da gracias y alaba al Señor. El cántico es de la Madre de Dios.
Dios ha obrado una maravilla. Sabemos a qué se refiere el canto: el Mis­terio de la encarnación. La Virgen María ha sido «elegida» madre de Dios: «Ha hecho obras grandes en mí (por mí)». La obra, en lo personal, encumbra al humilde: «Ha mirado la humillación de su esclava». Pero se desborda y alcanza a todas las generaciones: «De generación en generación».

Dios es grande porque es bueno. Bueno en todos los tiempos y en todas las circunstancias. Se acuerda siempre de su misericordia. Y su misericordia es salvar. Salvar al humilde, al hambriento, al pobre. Dios, bueno y poderoso, invierte los esquemas del mundo. Una verdadera maravilla.
La Virgen explota de alegría. Le ha envuelto la gloria de Dios y la ha en­cumbrado: «Me felicitarán todas las generaciones». La nueva y excelsa «Abraham». Y la bendición se alarga y alarga hasta tocarnos a todos. Si nos asemejamos a ella, naturalmente. Hemos de recoger la Palabra de Dios con devoción y dedicación. ¿No dijo Jesús que seríamos «madre» y «hermanos» suyos si cumplimos la voluntad de Dios? La Iglesia es la «virgen» de Cristo. Y la Virgen María la mejor expresión de la Iglesia. La veneramos en el canto y la acompañamos en la acción de gracias. El misterio de la encarnación nos llega a todos: «Bendito sea el Señor».
2.2.Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24.
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
El texto forma parte de un grupo de exhortaciones que el Apóstol dirige a los cristianos de Tesalónica. Parte el Apóstol de una verdad fundamental cristiana, es a saber, de la presencia en los fieles del Espíritu Santo. El Es­píritu Santo habita en ellos. Es fuego, es vida, es un árbol cargado de copiosos frutos. Los fieles deben procurar no poner trabas a su acción. El debe obrar con soltura. Que su fuego siga llameando, para que sus frutos sean copiosos.
El primero y muy característico por cierto, es la alegría, el gozo (v.16). El gozo nace de la posesión de un bien, o de la seguridad plena de la posesión de un bien en un tiempo futuro. ¿No es El, por ventura, el que nos hace sentir­nos hijos de Dios y llamarle afectuosamente Abba, Padre? ¿No es Él el Paráclito, el Consolador? De El procede el gozo santo y la alegría sana.
El nos mantiene en unión con Dios. De ello hablan los vv.:17-18. Oración y acción de gracias constantes. «En El oramos y en El damos a Dios gracias de todo bien recibido». Es menester secundar sus inspiraciones. Dejémosle obrar. Evitemos el mal y movidos por El practiquemos el bien (21-22).
El deseo del Apóstol es que ese Espíritu llene y transforme completamente el ser humano; el espíritu, lo más alto y más agudo del alma humana; el alma entera con sus potencias; el cuerpo en sus debilidades (v. 23). Todo debe ser transformado. Debe, por ahora, conservarse sin mancha. La transformación perfecta tendrá lugar en la Venida del Señor. Nuestros cuerpos serán transformados, resucitarán; veremos a Dios tal cual El es. Todo es ob­jeto de la esperanza cristiana. Nuestra esperanza es firme; se apoya en la fidelidad de Dios (v.24).
2.3.Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: —¿Tú quién eres? El confesó sin reservas: —Yo no soy el Mesías. Le preguntaron: —Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías? El dijo: —No lo soy. —¿Eres tú el Profeta? Respondió: —No. Y le dijeron: —¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo? El contestó: —Yo soy «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías). Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: —Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías ni Elías, ni el Profeta? Juan les respondió: —Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Cuando Jesús se entera de que el Bautista ha sido encarcelado, abandona su aldea de Nazaret y marcha a la ribera del lago de Galilea para comenzar su misión. Su primera intervención no tiene nada de espectacular. No realiza un prodigio. Sencillamente, llama a unos pescadores que responden inmediatamente a su voz: «Seguidme». Así comienza el movimiento de seguidores de Jesús. Aquí está el germen humilde de lo que un día será su Iglesia. Aquí se nos manifiesta por vez primera la relación que ha de mantenerse siempre viva entre Jesús y quienes creen en él. El cristianismo es, antes que nada, seguimiento a Jesucristo.
Esto significa que la fe cristiana no es sólo adhesión doctrinal, sino conducta y vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Creer en Jesucristo es vivir su estilo de vida, animados por su Espíritu, colaborando en su proyecto del reino de Dios y cargando con su cruz para compartir su resurrección.
Nuestra tentación es siempre querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo nuestra fe a una afirmación dogmática o a un culto a Jesús como Señor e Hijo de Dios. Sin embargo, el criterio para verificar si creemos en Jesús como Hijo encarnado de Dios es comprobar si le seguimos sólo a él.
La adhesión a Jesús no consiste sólo en admirarlo como hombre ni en adorarlo como Dios. Quien lo admira o lo adora, quedándose personalmente fuera, sin descubrir en él la exigencia a seguirle de cerca, no vive la fe cristiana de manera integral. Sólo el que sigue a Jesús se coloca en la verdadera perspectiva para entender y vivir la experiencia cristiana de forma auténtica.
En el cristianismo actual vivimos una situación paradójica. A la Iglesia no sólo pertenecen los que siguen o intentan seguir a Jesús, sino, además, los que no se preocupan en absoluto de caminar tras sus pasos. Basta estar bautizado y no romper la comunión con la institución, para pertenecer oficialmente a la Iglesia de Jesús, aunque jamás se haya propuesto seguirle.

Lo primero que hemos de escuchar de Jesús en esta Iglesia es su llamada a seguirle sin reservas, liberándonos de ataduras, cobardías y desviaciones que nos impiden caminar tras él. Estos tiempos de crisis pueden ser la mejor oportunidad para corregir el cristianismo y mover a la Iglesia en dirección hacia Jesús.
Hemos de aprender a vivir en nuestras comunidades y grupos cristianos de manera dinámica, con los ojos fijos en él, siguiendo sus pasos y colaborando con él en humanizar la vida. Disfrutaremos de nuestra fe de manera nueva.

Reflexionemos:
A) Cristo se aplicó a sí mismo el pasaje de Isaías, según nos cuenta Lu­cas, en el discurso habido en la sinagoga de Nazaret: «Hoy se cumple esto en Mí». El es el «Profeta» de que habla Juan. El está lleno del Espíritu Santo; El es el Ungido; El es el Enviado; El es el Prometido; El es el Esperado de las naciones.
B) Ahí están sus dones: para el encarcelado, para el esclavo, para el oprimido injustamente, para el sujeto a poderes despóticos, la liberación; para el agobiado, para el triste, para el angustiado, para el que sufre, para el que llora, Gozo y Consuelo; Fuerza y Salud para el enfermo, para el débil: Luz para el ciego, para el ignorante, para el que yerra; para el pusilánime, para el apocado, para el paralítico e inmóvil, Vida y Espíritu.
C) El tema del gozo invade este domingo. El gozo es un fruto del Espíritu. ¿Hasta dónde llega nuestro gozo? Debemos gozarnos en el Señor. El es nues­tro Padre; El habita en nosotros. Somos hermanos de Cristo; esperamos y nos gozamos de su Venida. Un gozo así se hace comunitario. ¿Dónde está nuestra alegría; dónde nuestro gozo de ser cristianos? ¿No damos la sensa­ción muchas veces de que caminamos agobiados por el peso de nuestra reli­gión? Probablemente el Espíritu de Dios no actúa considerablemente en no­sotros; no le damos facilidades.
La unión con Dios, la oración, la acción de gracias. Son también fruto del Espíritu. El trato afectuoso con Dios ¿dónde está? La oración será una buena preparación para la Venida del Mesías. Así mismo la práctica de las buenas obras.
D) Visión secundaria. ¿Somos luz, somos consuelo, somos alegría y fuerza para los demás? Nuestra conducta será la voz que clame, será la antorcha que ilumine, el dedo que indique: ¡Aquí está Cristo! Hay que hacer vivir al Espíritu. Pidamos al Señor nos llene de su Espíritu. Sería una buena peti­ción, al mismo tiempo que preparación para la Venida del Mesías.
La primera agraciada con la salvación es la Virgen. Llena de gracia y de alegría, es la primera en proclamar la grandeza de Dios y en comunicar la salvación divina, llena del Espíritu.
3. Oración final:
Dios nuestro, tú que quieres que trabajemos de tal modo que, cooperando unos con otros, realicemos en esta tierra tu Reino, ayúdanos a asumir, en medio de nuestros trabajos diarios, nuestra condición de hijos tuyos y hermanos de todas las personas. Por Jesucristo, nuestro Hermano y Señor. Amén.

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