Domingo 33 del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Fuenteycumbre

Estamos por finalizar el Año Litúrgico, el próximo domingo es Cristo Rey, nos disponemos a comenzar el Adviento, y qué oportuna es la recomendación que nos hace el apóstol san Pablo para que no pensemos que la vida espiritual del cristiano es ajena al mundo y sólo se sostiene con la esperanza en la venida del Señor. Pablo nos dirá «el que no trabaja, que no coma»; el motivo de esta expresión respondía a la creencia en una inminente venida del Señor, lo cual motivó que algunos hermanos de la Iglesia de Tesalónica se desentendieran del trabajo diario viviendo en el ocio total.

1. Oración:

Señor Jesús, Tú que viniste a anunciar el reinado de Dios, a darnos a conocer su proyecto de amor, también nos dijiste que volverías, para derrotar definitivamente a la muerte, y así instaurar y manifestar el proyecto original del Padre, ahora vienes a advertirnos sobre algunas situaciones que antecederán esa manifestación plena de tu gloria, previniéndonos de las adversidades, contrariedades y aún persecuciones que tendremos que pasar para dar testimonio de nuestra fe en ti. Por eso, Señor, danos la gracia de ser conscientes lo que implica seguirte a ti y vivir de acuerdo a tu voluntad, para que en todo momento, te demos a conocer con nuestra vida y con nuestras acciones y actitudes. Que así sea.

 

2. Texto y comentario

2.1. Malaquías 3, 19-20a

Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos-, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

Malaquías, uno de los doce profetas menores. El nombre de Malaquías sig­nifica, en hebreo, «mi mensajero». Puede que no se llamara así el autor de este librito. El nombre le vendría del capítulo 3, 1 «mi mensajero». Muchos autores lo creen así. El au­tor, pues, nos sería desconocido.

Todos los profetas son en verdad mensajeros de Dios. Por él son enviados; y en su nombre hablan al pueblo. Por eso, sus palabras duran para siempre. Mal síntoma era para el pueblo de Israel la ausen­cia de la palabra profética. Los profetas consue­lan, los profetas amenazan; los profetas alaban, los profe­tas recriminan. El Espíritu de Dios los abrasa y los enciende; él los mantiene firmes en el cumplimiento de su misión. También a Malaquías.

No era fácil mantener entusiasta y fervorosa a la comunidad recién venida del destierro. Los primeros profetas postexílicos habían acudido ani­mosos a levantar al pueblo de la postración primera. El impulso por ellos dado había durado un tiempo. La comunidad, empero, daba de nuevo se­ñales de cansan­cio y de abandono. Otras voces vie­nen a despertarlo. Entre ellas la de Mala­quías. El culto languidecía enviciado; los matrimonios mix­tos -tan recrimina­dos por la Ley- estaban socavando, lenta pero irresistiblemente, la vieja reli­giosidad del pueblo. Malaquías denuncia el mal y proclama el Día del Señor.

El Día del Señor, clásico en la literatura profé­tica, recordaba en un principio cualquier intervención, señalada, de Dios; debía ser portentosa. Cuando Dios interviene en la historia del hombre, juzga. El juicio acompaña a Dios donde­quiera que se presente. El juicio de Dios camina en dos direc­ciones y se mueve según el binomio ira-misericor­dia o lo que es lo mismo castigo salvación. El Día del Señor va cargado de promesas y amenazas. Por eso, a unos alienta y regocija, a otros amenaza y aterroriza. Y es que Dios, cuando interviene, a unos castiga y a otros levanta.

La expresión señala de por sí al futuro. Como quiera que las intervenciones de Dios no son defini­tivas, permanece siempre en el mundo la tensión justicia-injusticia más o menos tolerable. Pero las cosas no pueden seguir así por una eternidad. La justicia de Dios, junto con su santidad, exige una definitiva in­tervención que ponga en orden las co­sas para siempre. Será un último juicio de Dios. Los profetas lo han entrevisto en la voluntad divina. Así lo anuncian. La literatura apocalíptica le dará amplitud y vuelo. El Señor anuncia su Día.

El Día del Señor viene como un fuego, dice Ma­laquías; devorador para unos; salvador para otros. Las misma realidad, Día del Señor, Dios mismo, es para unos vida y es para otros muerte. Nótese el término horno: lugar candente, abrasador, cerrado, donde nadie encuentra un resquicio para escapar. Allí será consumido el impío, como paja vana, que no puede oponer resistencia, como árbol seco al que ni siquiera las raíces se le han perdonado. Lugar de ex­terminio radical y completo. El fuego divino es sol de justicia para los piado­sos. La imagen del sol es sugestiva: sol de luz que ilumina, sol de calor que da vida, sol de justicia que regocija y da pla­cer. Así de terrible y de consolador viene el Día del Señor. El contraste es vigoroso. El Sol de Justi­cia nos recuerda a Cristo, Sol de Justicia. Él ha de venir a juzgar.

2.2. Salmo responsorial: 97

R. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

Tañed la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor. R.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes al Señor, que llega para regir la tierra. R.

Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud. R.

 

Es muy discutido entre los autores, si existía o no en Jerusalén una fiesta litúrgica que tuviera por motivo y objeto la aclamación de Dios como Rey. De inclinarse uno a dar razón a los que lo afirman, quedaría aún por discutir -nada fácil en verdad- cuál era la liturgia que acompañaba a semejante fiesta. Sea de ello lo que fuere, es de todos sabido que Israel aclama a su Dios «Rey»

Dios es Rey. He ahí la aclamación y el hecho. Esta confesión de Israel a Yavé como Rey del universo radica sin duda alguna en la experiencia se­cular que posee de un Dios, que lo puede siempre todo. Hasta ahora nadie ha po­dido resistirle. El faraón fue derrotado, el desierto superado, los enemigos ani­quilados. Israel ha resistido, bajo la guía de Dios, todas las tempestades de la historia. Dios se ha mostrado Rey. El culto, memoria viva de los aconteci­mientos del pasado, ha ele­vado esta experiencia a «confesión» y aclamación. Pero la confesión que radica en el pasado se yergue hacia el futuro. La expe­riencia de un Dios Rey, salvador, no ha terminado. Las intervenciones de Dios, hasta ahora parciales, preparan una última y definitiva intervención. A Dios se le ve venir ya, como Rey, para poner todo en orden: El Señor llega para regir la tierra con justicia. Ese es el tema. Nótese el aire del salmo: conmoción gozosa del universo, júbilo incontenible de los fieles. El pueblo confiesa a su Dios «rey», lo aclama, lo espera jubi­loso. El coro de la creación entera le responde con una confesión y aclamación de amplitud cósmica. La creación entera no puede ocultar su intensa emo­ción ante el Señor que se presenta. (San Pablo dirá que la creación, humanidad incluida, gime por este Día).

 

2.3. 2Tesalonicenses 3, 7-12

Hermanos: Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandarnos: el que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a esos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

La idea de la proximidad de la Venida del Se­ñor conmovía a muchos en la primitiva comunidad. En Tesalónica había llegado a ser problema acu­ciante. En efecto, algunos, bajo pretexto de que el fin estaba ya encima, no querían trabajar. Más aún, predicaban la inacción. Con ello no sólo dismi­nuían las obras de caridad -no tenían con qué ayu­dar a nadie-, sino que molestaban y depauperaban a los miembros de la comunidad. Los fieles vivían en tensión molesta. Pablo se enfrenta decidido y tajante a tal inmoralidad: el que no tra­baja, que no coma. No es de cristianos andar ociosos y molestando. Pablo trata del trabajo manual, único en aquel tiempo.

Pablo también trabaja. Bien pudiera haberse dispensado del trabajo ma­nual, pues era apóstol. Su ocupación primera era la evangelización. Con ello le bastaba. De hecho ese trabajo llenaba toda su vida. Sin embargo, los resqui­cios, que aún le quedaban vacíos, los sabía emplear para ganarse el sustento. De esa forma trasmitía Pablo más li­bremente su evangelio. La conducta de Pablo es ejemplar: de nadie tomó nada; para nadie fue carga; nadie le dio nada de balde; trabaja en todas partes, se fatiga de día y de noche. La ley del trabajo obliga a todos. Hay que tra­bajar tranquilamente para ganarse el pan. La re­comendación viene en nombre del Señor. Así debe ser el cristiano.

2.4. Evangelio según San Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.» Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» Él contesto: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.» Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

 

Jerusalén. El Templo. Se han apagado ya las voces de la discusión. La sa­biduría y la vivacidad del Maestro han quedado muy por encima del sa­ber y astucia de los dirigentes de Israel. Los fari­seos y los saduceos han desapare­cido, aunque con aire de derrota, entre la multitud. Su animosidad hacia el Maestro ¿los llevará a darle muerte? El relato de la Pasión se presenta inme­diato. Jesús se dirige a la salida. A su paso por el lugar donde se recogían las limosnas, el gesto de la viuda que deposita sus únicos centavos, adoctrina a los discípulos acerca de la verda­dera limosna. Los apóstoles admiran todo: al Ma­estro, la doctrina tan nueva, la fábrica del Tem­plo. Efectivamente el esplendor del sagrado re­cinto, la magnitud de sus dimensiones, la riqueza de sus materiales los deslumbra un tanto. Alguien lo comenta en alto ¡Qué maravilla!

Jesús ha escuchado el comentario. Sus ojos se elevan por encima de los te­jados de aquella maravilla y contempla el ocaso; el ocaso de su vida -tras este discurso comienza la Pasión-. el ocaso del Templo, el ocaso de la Antigua Eco­nomía, el ocaso de la antigua creación, el ocaso del mundo entero. El ocaso, el fin. Todo nos habla de ello en estos versículos. Cristo contesta a la admirada exclamación del discípulo con todo un largo discurso. Es el llamado discurso es­catológico. Es el contexto próximo. Lucas ha tratado de dar claridad a las pa­labras misteriosas del Maestro. Vamos a divi­dirlo en partes.

Versículos 5-6: Admiración de los discípulos. Profecía de Cristo sobre la des­trucción del templo. Pregunta acerca de las señales precursoras.

Las palabras de Cristo suscitaron, sin duda al­guna, la sorpresa de los dis­cípulos. Si Jesús es el Mesías, y de ello estaban seguros, y el Mesías te­nía que reinar ¿cómo se puede aceptar la destrucción del Templo, lo más sagrado del reino de Is­rael? De ahí la pregunta acerca de las señales pre­cursoras.

Versículos 8-11: Señales precursoras. La descrip­ción de Cristo abarca el tiempo que va desde la destrucción del templo a la venida del Señor. Lu­cas subraya el aspecto admonitorio y exhortativo:

a) Falsos profetas. Esa es una calamidad por la que han de pasar los dis­cípulos antes que venga el fin. Los ha de haber desde la muerte de Jesús hasta su venida. Cristo quiere mantenerlos alerta:…que nadie os engañe; no vayáis tras ellos. Todavía no es el fin.

b) Guerras y revoluciones. Todo eso ha de suce­der; no hay por qué tener miedo. Todavía no es el fin.

c) Terremotos, señales del cielo. La convulsión humana de unos contra otros se verá agrandada por la conmoción cósmica. El mundo amenazará ruina. En­tonces, parece ser, vendrá el fin.

Versillos 12-19: Persecuciones. Preceden al fin.

a) Seréis perseguidos. ¡Así podréis dar testi­monio!

b) No preparéis vuestra defensa. ¡Yo os haré hablar palabras que ningún adversario podrá con­tradecir!

c) Vuestros parientes os traicionarán. ¡Ni un cabello de vuestra cabeza pe­recerá! ¡Perseverad! En la perseverancia está vuestra salvación.

Como se ve por el cuadro expuesto, la intención es exhortativa y el anuncio del fin teñido de opti­mismo. Antes de que llegue el fin han de suceder muchas calamidades. El cristiano no tiene por qué temer. Trate solamente de no ser engañado y de re­sistir la adversidad y la tentación. Superada la prueba, al­canza uno la salvación.

reflexionemos

Todo tiene un término en este mundo, solemos decir. Y así es en verdad. Tras un día viene otro; un año tras otro año. Las estaciones se suceden unas a otras sin que ninguna de ellas permanezca para siempre. Una generación deja paso a otra y ésta a la siguiente. Los espectáculos se agotan, las diversiones se esfuman, los negocios terminan, la vida misma encuentra su fin. Todo pasa. El mar inmenso, las altas montañas, el mismo firmamento no siempre han tenido la misma configuración que ahora tienen. Las convulsiones de la tierra, las ca­tástrofes, los cataclismos indican a las claras su falta de consis­tencia eterna. No pueden remediarlo, son contingentes. El mismo sol, que alumbra desde generaciones sin número la faz de la tierra, da se­ñales de can­sancio. Un día llegará su fin. La misma humanidad vislumbra a través de los acontecimien­tos su fin quizás no lejano. No hay paz, no hay tranquilidad. El actual orden de cosas no puede ser eterno. Tiene que haber por fuerza un or­den nuevo. Tras una guerra viene la paz y tras ésta de nuevo la guerra. Habrá un fin. Todo tiene un fin. También el año litúrgico. Su término quiere recor­dar­nos el fin universal. A la luz de esta verdad cobran sentido las cosas. La con­tingencia de la crea­ción con sus instituciones nos obliga a ordenar nuestra vida. Las lecturas de hoy están colocadas en esa perspectiva. El fin no es el argumento cen­tral, pero sí el fondo.

He aquí algunos puntos:

A) Vendrá el fin. El evangelio lo anuncia sufi­cientemente sin describirlo. Signos precursores: guerras, epidemias, cataclismos siderales. El terror se apoderará de los humanos. Todas esas catástrofes muestran, por lo demás, a las claras la con­tingencia de la creación. Denotan enfermedad; anuncian la muerte. ¿Cuándo? No lo sabemos.

B) El Señor viene. El Señor viene a juzgar. La humanidad entera debe dar cuenta a Dios de sus dichas y de sus hechos, de sus acciones y de sus omisio­nes. El Señor, el Creador viene; de ahí la conmoción general del universo; por eso, la ala­banza y regocijo de los fieles. Los impíos deben temer; los fieles deben ale­grarse. La primera lectura lo re­calca: un horno para la paja inútil y el árbol infruc­tuoso; un sol de vida y de luz para los hijos de Dios. Así será el Día del Señor. El juicio del Señor será definitivo. La justicia acabará con la injusticia, el bien con el mal. Los corazones rectos suspiran por ese momento.

C) Postura que hay que tomar. Todavía no ha llegado el fin. El hombre vive en este mundo esperándolo, consciente de la caducidad de lo que ahora posee. La esperanza se viste de paciencia debido a las pruebas a que está sometida. Por eso:

a) Cuidado con los falsos profetas. Ha de ha­ber falsos profetas. No debemos separarnos de la doctrina de Cristo. ¡Qué actual es esta adver­tencia!

b) No hay por qué tener miedo. Las convulsio­nes de la humanidad delatan su contingencia. Dios está con nosotros.

c) Las persecuciones no son insuperables. De­ben alegrarnos. Entonces ten­dremos ocasión de dar testimonio de nuestra fidelidad a Cristo. Él nos asistirá en todo momento.

d) Los mismos parientes nos han de perseguir. Nada nos acobarde. Ni un cabello tan sólo ha de caer de nuestra cabeza. Serenidad, tranquilidad. La perseverancia en la prueba nos dará la salvación. Pidámosla. A pesar de los trabajos llegaremos al fin. Aun la vida cotidiana está cargada de trabajos. San Pablo nos recuerda la obligación de trabajar para ganarnos el pan con tranquilidad. Aquí cabría una pausa. ¿Cuál es nuestra postura frente a esa obligación del trabajo? ¿Somos ociosos? ¿Qué relación existe en nosotros entre la evangelización y el ganarse el sustento? Basta mirar a Pablo para encontrar la respuesta. Hoy día es una cuestión acuciante y llena de importancia. El Sol de justicia, Cristo, nos encamina a la Fiesta de Cristo Rey. Próximo domingo.

3. Oración final:

Señor Jesús, Tú que nos adviertes respecto de la situación previa a tu venida que nos haces tomar conciencia de las adversidades que tendremos que pasar por vivir nuestra fe en ti, te pedimos que nos des la gracia de tu Espíritu Santo, para que en todo momento, en cada circunstancia, nuestra vida y nuestras actitudes, hablen de ti y te den a conocer, para que así mostremos tu proyecto de amor, que buscamos hacerlo vida, aún en medio de persecuciones y desprecios, pero buscando siempre identificarnos contigo, imitándote y buscando ser como Tú, dando testimonio de ti, en todo momento, buscando ser fieles y coherentes, haciendo vida tus enseñanzas. Que así sea.

 

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