Sexto domingo de Pascua – Ciclo B

Pascua6B

La presencia de Cristo resucitado en el mundo tiene lugar especialmente a través del signo del amor. Por eso el evangelio de hoy insiste en el mandamiento dado por Cristo a sus discípulos: «Permaneced en mi amor»; «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros». Y la segunda lectura relaciona explícitamente el amor fraterno a la misma fuente divina de la que procede la fuerza de la resurrección: «Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios».

  1. Oración colecta:

«Concédenos, Dios todopoderoso, continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado; y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras».

  1. Textos y comentario

2.1. Hechos de los apóstoles 10,25-26.34-35.44-48

Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú.» Pedro tomó la palabra y dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.» Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?» Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos.

La conversión de Cornelio, representa todo un hito en este caminar de la Iglesia primitiva. Es un centurión romano, que siendo temeroso de Dios, acepta el mensaje de salvación, él y toda su familia. Este era un hombre bueno, justo, amigo de los judíos, generoso con ellos. Son esos hombres, aceptos a Dios, y por lo tanto, pueden ingresar en la Iglesia (cfr. Lc. 7, 5). Pedro vence sus escrúpulos, y la mentalidad judía, que prohibía acercarse a la casa de un pagano. Dios se lo había demostrado con la visión del mantel, y los animales puros e impuros: no hay acepción de personas en Dios, es más, ningún hombre puede ser considerado impuro, por el hecho de pertenecer a otro pueblo (vv. 9-15). Los primeros destinatarios de la salvación, fueron los judíos, Israel, pero en la plenitud de los tiempos, Jesús establece la paz entre judíos y gentiles, es el auténtico Señor, que perdona los pecados de todos (vv. 34-36). En el discurso de Pedro, encontramos los elementos esenciales del Kerigma: que todo comenzó en Galilea, cuando Juan predicaba el bautismo, cómo Dios a Jesús de Nazaret, le ungió con el Espíritu Santo, poseído por el Espíritu, tema propio de Lucas (cfr. Is. 61,12); cómo Él pasó haciendo el bien, y como ellos, son testigos de todo lo que hizo, y que Dios le resucitó al tercer día, hasta que los mandó a predicar que ha sido constituido por Dios Juez de vivos y muertos. A los que crean, se les perdonan los pecados. Se destaca tres veces, el hecho que los apóstoles, fueron escogidos para ser testigos (vv. 39. 41. 42). Así es, como la palabra profética, se confirma ahora con la palabra apostólica, la presencia del Espíritu Santo, respalda las palabras y acciones de Pedro. No se les puede negar, el bautismo a quienes, Dios ha concedido el Espíritu Santo. Esta acción es fundamental, en la admisión de los paganos en la Iglesia.

2.2. Salmo responsorial: 97

El Señor revela a las naciones su salvación.

Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas; / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y si fidelidad / en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclama al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad. R.

Salmo de Dios Rey. Alabanza. Acción de gracias. Júbilo y canto.

Dios se muestra Rey en sus intervenciones. Una de ellas en particular lo ha manifestado con mayor relieve. El salmista parece pensar en la vuelta del destierro. Dios reveló ante todos los pueblos su fidelidad y amor a Israel. Por eso un cántico nuevo.

La intervención pasada, con todo, era un esbozo de la intervención futura: Dios ha intervenido de forma suprema y definitiva en Cristo Jesús. Los tér­minos del salmo se sienten desbordados. Es un cántico y es el cántico; es nuevo y es para toda la eternidad; es una victoria y es la Victoria definitiva; es la justicia de Dios a Israel para todas las gentes. La Iglesia, cántico y alabanza ella misma, lo proclama jubilosa en la Acción de Gracias.

2.3. 1Juan 4,7-10

Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Otra vez el amor. Esta carta, comenta S. Agustín, no habla de otra cosa que del amor. Conforme avanza, nos vamos acercando más a su raíz. El pa­saje es denso y sucinto, como Dios en su amor, simple e inmenso.

Comienza la lectura con una cordial exhortación al amor fraterno. Juan intenta declarar las señales más ciertas de la comunión con Dios: el amor fraterno. El que ama vive en unión con Dios. El amor encuentra su raíz en Dios y su expresión, como garantía de autenticidad, en la entrega y servicio a los hermanos. Hay que advertir, por eso, que todo amor, aun el que se pro­fesa al enemigo, es amor fraterno. El mundo, que no cree y no ama, está lejos de Dios; más, enfrentado a él. Los movimientos religiosos del tipo que sean que no muestren amor, no conocen a Dios, son realmente falsos.

¿Por qué tanto valor al amor? Porque Dios es amor. He ahí la gran reve­lación. Si Dios es amor, habrá que comprender que todo lo que hace Dios lo hace por amor. Pues el amor es su naturaleza. Con esta definición se alarga de forma ilimitada el concepto de la bondad de Dios, tan fuertemente subra­yada ya en el A. Testamento. La expresión más bella y acabada, con todo, de su amor- de sí mismo- es la entrega de su Hijo para nuestra salvación. En la entrega de su Hijo Dios revela la naturaleza de su amor y el amor como naturaleza. No hay otro amor que ese. El amor humano, se es amor de ver­dad, será como él y se fundirá en él. Con otras palabras: Dios nos amó pri­mero. El amor que Dios nos tiene nos capacita para amarle. El amor que le profesamos está sustentado, y es al mismo tiempo su expresión, por el amor que nos tiene. El amor de Dios nos hace capaces de amar. La salvación, pues, está en dejarse amar y amar en Cristo Jesús.

El amor de Dios es creativo: nos constituye hijos. Poseemos la capacidad de amarlo como hijos. El amor a Dios filial es respecto a los hombres fra­terno. Dios nos capacita para amarle y para amarnos. El amarnos es ga­rantía segura de la permanencia en su amor. Nuestro amor a él y a los her­manos es del mismo signo que el suyo: es en el Espíritu Santo. Si la natura­leza de Dios es amar, el amor que se nos concede, nos naturaliza con él: amaremos por naturaleza. En otras palabras: todos nuestros actos han de ser expresión de nuestra filiación de Dios y de nuestra fraternidad con los hermanos, nacidos todos del amor. Por eso el que ama muestra dónde está -en Dios- y qué es: hijo de Dios y hermano de todos. En Jesús se ha mostrado Dios amor, que ama y cómo ama. El amor que profesamos y cómo lo profe­samos mostrará si estamos en Jesús y, por tanto, en Dios. Amemos a los hermanos: quien no ama no conoce a Dios.

2.4. Juan 15,9-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

El evangelio nos habla de permanecer en Jesús, su amor, para dar la vida por el prójimo. Fuente de todo amor en la comunidad eclesial, y en la vida del creyente, es Dios. La iniciativa es de Dios, que envía por amor, a su Hijo al mundo, como Enviado del Padre, por y para estar con los hombres. El Hijo, acepta esta iniciativa, esta misión, y trae ese amor de Dios a los hombres, con lo que se inicia, el movimiento de retorno de los hombres al Padre por medio del Hijo. Esta comunión de amor y obediencia en la fe, constituyen el núcleo fundamental de la fe cristiana, para el auténtico discípulo de Cristo. Son dos realidades las que involucra este mandato de amarse entre los hombres: el amor de Jesucristo para con sus discípulos, y fruto de esta amistad, es el amor fraterno en el grupo. El mandato se podrá cumplir, y adquirirá su pleno significado, una vez, que comprendamos, que para amar al prójimo, primero hay que comprender que ÉL, nos ha amado desde siempre. Sólo así se entiende, que nos podamos amar entre nosotros. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (v. 12). Juan, pone el acento en amarse, amor mutuo, que no excluye al enemigo (cfr. Mt.5, 44), sino en que el amor de los cristianos, debe ser reflejo del amor que existe entre el Padre y el Hijo. Entregar su vida por sus amigos, sus discípulos, es la máxima expresión de su amor por ellos de parte de Jesús (v. 13). Un amor crucificado, es una vida hecha de entrega; una sangre derramada, por su salvación, para darles vida nueva de hijos de Dios. “A vosotros os llamo amigos, si hacéis lo que yo os mando” (v. 14). Es la capacidad de sacrificio, por ello, antes que se les pida a los discípulos, llegar a tal calidad de mayor y entrega, Jesucristo, les ha dado muestras de este amor al prójimo, desde que vino a los hombres, bajando del cielo hasta su muerte en cruz y resurrección. Es Jesús, quien inicia esta amistad, los escoge de entre los hombres, para ser sus amigos, sus discípulos, continuadores de su misión. Llamarles para ser sus amigos, ya es notorio, pero más aún, la amistad que supone igualdad, ÉL no gana nada con esta amistad. Es su Dios y Señor, los discípulos, sus siervos. Pero no, les llama amigos, simplemente por el hecho de elegirlos, precisamente para ser sus amigos y amarles, hasta el extremo, de dar su vida por ellos, y con ellos, ofrecerles su salvación (cfr. Jn.13, 1). Esta iniciativa parte de Jesús y del Padre, iniciativa del Amor, lo que abre su íntima relación a los creyentes. Depositarios ahora de todo cuanto el Padre le ha confiado a su Hijo, de todos sus secretos. Porque ÉL los ha escogido, cuanto pidan al Padre en su Nombre, les será concedido. Resumiendo: Amor, obediencia y amistad, son un ramillete de criterios y actitudes básicas, que el discípulo, debe manejar a la hora de establecer contacto con Cristo, y dejarse guiar, por la mano del Padre hacia su Hijo. El amor al prójimo, al grupo, a la comunidad, tiene su modelo en el amor de Jesucristo: la entrega de la propia vida. Amor crucificado, que viene a significar, olvido de sí, al momento de entregar tiempo, y amor al necesitado, triste, acongojado etc., amor auténtico, que sabe a caridad divina, inscrita a fuego por el Espíritu en el corazón del cristiano.

 

Un comentario sobre “Sexto domingo de Pascua – Ciclo B

  1. Gracias por estas sugerencias,son de mucho apoyo para nuestro guion de la Santa Eucaristia…Paz y bien,desde Honduras un abrazo

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