Domingo 18 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

XVIII

DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO ciclo b 2015

Los rasgos que configuran a Jesús, están en torno a uno  fundamental: Jesús es Don de Dios a los hombres. Jesús es el Enviado, marcado con el  sello personal del Padre; Jesús es el pan de Dios que baja del cielo para dar vida al mundo;  Jesús es el pan que da la vida y sacia plenamente al hombre con sus dones, anunciados por  Isaías como característicos de la nueva alianza.

  1. Oración colecta

 Ven, Señor, en ayuda de tus hijos, derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos a favor de los que te alaban como creador y como guía. Por nuestro Señor Jesucristo…

 Texto y comentario

2.1. Primera lectura: Éxodo 16,2-4.12-15

En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad.» El Señor dijo a Moisés: «Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: «Hacía el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios.»» Por la tarde, una banda de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor de campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas dijeron: «¿Qué es esto?» Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer.»

El pueblo que salió de la esclavitud de Egipto empieza ahora a cansarse de la libertad, ahora que tropieza con las primeras dificultades. Este pueblo tiene hambre y el hambre es mala consejera. En medio de él se levanta la sospecha, la crítica y la murmuración contra los caudillos: «Nos habéis sacado a este desierto para matarnos de hambre…». Y son tantas las calamidades presentes, que hacen buenos los tiempos pasados en Egipto. Los murmuradores idealizan la situación anterior: aunque la carne formara parte de la dieta de los egipcios, no hay que pensar que abundara en la dieta de sus esclavos. La murmuración de este pueblo hambriento alcanza también al mismo Dios y no sólo a sus representantes.

Por eso es Dios el que responde a las quejas de Israel; el mismo que lo sacó de Egipto es ahora el que sacará de apuros en el desierto. El «pan del cielo» o «maná» (v. 31) es un alimento conocido desde antiguo y hasta nuestros días en las regiones interiores de la península arábiga, donde las tribus nómadas lo siguen llamando «mann». Se trata de una especie de gotitas, como el rocío, que se forman en las hojas del tamarisco («tamarix mannifera») producidas por la secreción de unas cochinillas, y caen después y se endurecen a causa del frío de la noche. Pero los israelitas, que no conocían el maná, se llenaron de asombro al encontrarlo, y vieron en él un alimento providencial. Se preguntaron: «¿Qué es esto?» (en hebreo arcaico: manhu), y lo llamaron, en consecuencia, «maná». Esto, según la etimología popular que recoge la Biblia.

También puede explicarse naturalmente el fenómeno de las codornices. En efecto, sabemos que en las costas mediterráneas de la península del Sinaí todos los años, en primavera y en otoño, aparecen bandadas de codornices, las cuales llegan a veces tan cansadas que pueden capturar fácilmente con la mano. El carácter milagroso de ambos fenómenos, de suyo naturales, depende sobre todo de las circunstancias en que se hallaban los israelitas. No cabe duda que para ellos se trató de un alimento providencial.

2.2. Salmo responsorial: 77

El Señor les dio un trigo celeste.

Lo que oímos y aprendimos, / lo que nuestros padres nos contaron, / lo contaremos a la futura generación: / las alabanzas del Señor, su poder. R.

Dio orden a las altas nubes, / abrió las compuertas del cielo: / hizo llover sobre ellos maná, / les dio un trigo celeste. R.

Y el hombre comió pan de ángeles, / les mandó provisiones hasta la hartura. / Los hizo entrar por las santas fronteras, / hasta el monte que su diestra había adquirido. R.

Este largo recuento histórico no es ni desesperado, ni desesperante, a pesar de las apariencias. A los pecados renovados sin cesar, Dios responde siempre con el perdón y nuevos beneficios. A pesar de todas las «infidelidades», Dios permanece «fiel» a su Alianza.

El salmo culmina con una perspectiva de esperanza: todo se espera de un David rey-pastor íntegro, prudente que guía a su pueblo. Y Jesús se presenta como este «Pastor» que viene a «dar su vida para salvará su pueblo» (Juan 10). No olvidemos nunca que Jesús entró en aquella historia y que es El mismo, un «hecho histórico». Nuestra fe cristiana no es tanto una «doctrina» como un acontecimiento. Igual que este salmo, el Evangelio de San Juan resume toda la historia en un drama: el rechazo permanente opuesto por el incrédulo a los múltiples dones de Dios. «Vosotros me veis, y no creéis» (Juan 6,36). «Os lo he dicho y no me creéis» (Juan 10,25).

2.3. Efesios 4, 17.20-24

Hermanos: Esto es los que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

Continuando con las exhortaciones éticas de la carta, volvemos a encontrar una nueva recomendación general a una conducta correcta y conforme a la fe que se dice profesar. Siempre sin entrar en muchos particulares. Por un lado, está claro que el cristianismo no es un modo de vida libertino o independiente de la ética y moral. Lo necesidad será averiguar las concretizaciones de esta actitud general. Ciertamente, un creyente se diferencia, aun en lo externo de quien no lo es o como él mismo antes de vivir la fe.

Por otra parte se indican las motivaciones profundas de esta ética. Aunque no encontremos nuevos contenidos morales en la vida cristiana, específicos de ella, contrapuestos a una auténtica ética, hallamos ciertamente un «ethos» nuevo, una raíz profunda, de donde brota ese modo de vivir: la realidad creada por Jesucristo en nosotros es algo que inevitablemente se nota en la vida de todos los días, no solamente en actitudes internas. El hombre viejo es el que no ha aceptado a Jesús y aun cuando pudiera tener una ética, de hecho a menudo no la cumple. Pero el cristiano tiene una nueva y más fuerte motivación para ella.

El cristianismo aparece así, como fuerza transformadora de la realidad en un sentido humano, no descarnado o lejano de los hombres, abierto a la colaboración con otros, aun no creyentes, pero interesado por una conducta ética y justa. Se coincidirá con ellos en contenido, pero con mayor facilidad de compromiso, al conocer el profundo sentido de la vida humana, iluminada por el Señor Jesús.

2.4. Lectura del santo evangelio según san Juan 6,24-35

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús contesto: «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.» Le replicaron: «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo.»» Jesús les replicó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

El hambre. 

La multiplicación de los panes y peces, que considerábamos el domingo pasado, supuso un notable éxito popular para Jesús. Pero no era ése el éxito que Jesús deseaba. La multitud de seguidores comió, se sació y con ello se dio por satisfecha. Todo lo que deseaban era satisfacer el hambre. Por eso todos estaban de acuerdo a la hora de proclamar rey a Jesús.

Con un rey así, pensaron, tenían cubiertas, de una vez por todas, todas sus necesidades. Pero Jesús soslayó la tentación populista y declinó el compromiso. Su misión no era dar de comer a los hambrientos, sino despertar el hambre de los satisfechos. Para eso había venido al mundo, para descubrir a los hombres que la vocación humana es la libertad y la solidaridad.

El desierto.

Nos cuenta la primera lectura una situación semejante de hace tres mil años. El pueblo de Israel, liberado de la esclavitud de Egipto, emprende animosamente el éxodo, la aventura de la libertad. Pero el ejercicio de la libertad es comprometido y no todos los que se declaran partidarios de la libertad asumen con igual empeño su responsabilidad. De ahí que, al cabo de unas jornadas, acuciados por el hambre en el desierto, añoran los ajos y las cebollas de Egipto y menosprecian la libertad. El desierto es el lugar de la prueba, es la intimidad del hombre y la soledad imponente de la decisión. El desierto es la imagen de esta vida y de todo cuanto los hombres hemos ido añadiendo a la vida hasta convertir el mundo en un lugar inhóspito y la vida en un modo de convivencia inhumano.

El maná. 

El maná fue la señal del cielo para el pueblo de Israel. La mañana en que vieron la tierra cubierta del fruto del tamarisco, entendieron que el Señor estaba con ellos. Comieron y se saciaron y quedaron reconfortados para continuar la aventura. Y esto les ocurriría muchas veces durante el éxodo, hasta que llegaron a la tierra prometida. Unas veces les faltaba el pan y encontraban el maná, otras añoraban la carne y podían cazar codornices, llegó a faltarles el agua y la encontraron en la que brotaba de una peña. A medida que iban dando respuesta a sus necesidades inmediatas, iban también encontrando la respuesta y la providencia de Dios. Hoy la técnica es el maná de nuestro tiempo. En las maravillas de la tecnología vamos descubriendo el modo de resolver la satisfacción de nuestras necesidades. Porque necesitamos comer para vivir.

El pan del cielo. 

Pero corremos el riesgo de vivir para comer, o, lo que es lo mismo, vivir para consumir. Los productos del trabajo del hombre y de la técnica, que adquirimos en los establecimientos de venta, apenas nos dicen nada más que el precio que hemos de pagar, o el pequeño placer que nos va a proporcionar. No es un maná que viene del cielo. Nosotros sabemos o creemos saber de dónde viene, cómo se produce y cuánto cuesta.

Creemos saberlo todo. Y en consecuencia, nos atribuimos todo el mérito. Como ocurrió mil años más tarde del éxodo, los judíos contemporáneos de Jesús ya habían perdido de vista la perspectiva del maná, don de Dios, para echar en cara a Jesús que fue Moisés quien les diera pan del cielo. Y Jesús tuvo que puntualizar: no fue Moisés quien hizo bajar pan del cielo, sino el Padre. Perder de vista la providencia de Dios y su obra creadora y atribuirnos todo el mérito de lo que sólo es manipulación de la naturaleza creada por Dios y puesta a disposición de todos los hombres, es convertir el pan del cielo en mero pan, que sólo satisface el hambre y que ni siquiera satisface el hambre de todos. Porque cuando nos apropiamos el pan y todas las cosas, lo despojamos de su sentido religioso y universal y no lo compartimos, y así lo desnaturalizamos.

El pan de vida. 

El pan del cielo es el pan de vida, el que no sólo sirve para sustentar la vida, sino que le da sentido. Por eso Jesús nos dice hoy que trabajemos no por el pan que perece, sino por el que perdura. Es perecedero el pan que sólo sirve para consumir y nos hace consumidores. Perdura el pan que se reparte y comparte y que nos hace hermanos. Todos los bienes del mundo, todos los productos del trabajo y de la técnica tienen, además de su utilidad inmediata, un sentido y una dimensión trascendental. Porque pueden servirnos para especular y explotar, y así sembrar discordia y enfrentamiento entre los hombres; o pueden servirnos para distribuir y compartir, y así colmar de gozo y de sentido humano la convivencia.

Vamos a partir el pan. 

Porque sólo hay dos modos de vivir y entender la vida: o acaparar o repartir, o compartir o competir.

Como dice Pablo, y nos insta hoy a nosotros, si somos cristianos, no podemos movernos en la vaciedad de los criterios como los gentiles. El camino del egoísmo, de la ambición, lleva ineludiblemente a la desigualdad, al abismo entre pobres y ricos, la explotación, la injusticia y la destrucción. Los cristianos tenemos que dejarnos renovar por el Espíritu de Jesús y cambiar de criterio de acuerdo con nuestra nueva condición de hijos de Dios, hermanos de todos.

Cada vez que nos reunimos a celebrar la eucaristía, a partir el pan, como decían los primeros cristianos, lo hacemos para llenarnos del espíritu de Jesús y recuperar su punto de vista y así descubrir el sentido del pan y de todas las cosas, que es su dimensión humana universal. En la eucaristía celebramos ya, como un anticipo, esa gran fraternidad de todos los hombres hijos de Dios. Pero no podemos dar por supuesto lo que aún esperamos. Y así, la eucaristía es el maná que alimenta nuestra fe y nuestra esperanza en la gran marcha de la caridad hasta dar la vuelta al mundo y construir sobre él una sociedad de iguales y de hermanos.

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