Domingo 20 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

XX

Este domingo proclamamos la parte más específicamente eucarística del discurso del Pan de la Vida. Hasta ahora habíamos leído los pasajes que hablaban de «creer en Jesús». Aspecto que se ve reflejado en la primera parte de la celebración, la liturgia de la Palabra. Hoy damos un paso adelante: además de «venir» a Jesús y «creer» en él, hay que «comer» su Carné y «beber» su Sangre. Que en el fondo es lo mismo, pero ahora con lenguaje específicamente sacramental. Son las dos dimensiones básicas de la Eucaristía. Comulgar con Cristo-Palabra en su primera parte nos ayuda a que sea provechosa la comunión con Cristo-Pan-y-Vino en la segunda.

  1. Oración colecta:

Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman, infunde tu amor en nuestros corazones, para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo…

  1. Texto y comentario

2.1. Primera lectura: Proverbios 9,1-6

La sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas, ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: «Los inexpertos que vengan aquí, quiero hablar a los faltos de juicio: «Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia.»»

La «sabiduría» es un don divino, como lo es también la vida. Son inseparables. Quien camina en «sabiduría» alcanza la «vida» demuestra ser «sabio».

La contemplación de la naturaleza, la reflexión sobre la historia y la me­ditación de los vaivenes de la vida son el alimento del sabio. Hay muchos inte­rrogantes en la vida y muchos misterios en la creación y en la historia. La experiencia, propia y ajena, y la revelación de lo alto ayudan a ordenarlos y a comprenderlos de alguna forma. Sobre la creación y sobre el hombre, en particular, hay un ser que lo ordena y dirige todo. Orden y concierto en todo lo creado. ¿Cómo llegar a conocer el espíritu que los anima y la finalidad que lo orienta? Están, al mismo tiempo, sembrados de paradojas y contrastes. Cómo encontrar la clave de todo ello? El hombre es menguado de inteligencia y de corta duración. ¿Cómo conocer el propio destino y el camino práctico que a él conduce en medio de tanta encrucijada intelectual y afectiva? La Sabiduría, personificación de saber divino, «orden» y «providencia», le sale al encuentro y se le ofrece abiertamente. Es un don de Dios.

Un palacio suntuoso, un «banquete» espléndido, una invitación cordial a todos. Invita con sencillez, acoge benigna, sacia con prontitud. Reparte el pan de la vida y escancia el vino de la inmortalidad. Gratis, gustosa, atrac­tiva. A los hambrientos, a los sedientos, a los sencillos. Llama a los incautos, espolea a los inexpertos. Es el arte del «buen vivir». La vida está en el ca­mino de la «prudencia». La «inexperiencia», la falta de «juicio», llevan a la muerte. La «sabiduría» comienza por el temor de Dios. El «sabio» invita a caminar según los preceptos del Señor. En ellos encontraremos la vida. Pues Dios hizo la vida, no la muerte. Es un bien ofrecido a todos los hombres. ¡Venid: comed y bebed! La Sabiduría, personificación, se revelará persona, Cristo, Sabiduría de Dios, Sabiduría nuestra.

2.2. Salmo responsorial: 33

Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Todos sus santos, temed al Señor, / porque nada les falta a los que le temen; / los ricos empobrecen y pasan hambre, / los que buscan al Señor no carecen de nada. R.

Venid, hijos, escuchadme: / os instruiré en el temor del Señor; / ¿hay alguien que ame la vida / y desee días de prosperidad? R.

Guarda tu lengua del mal, / tus labios de la falsedad; / apártate del mal, obra el bien, / busca la paz y corre tras ella. R.

La experiencia religiosa está siempre revestida de nuevos matices. Dios es inabarcable. Hay que repetir una y otra vez el in­tento de «gustar» y de «ver» que bueno es el Señor. Nuestra condición actual lo necesita. Nos limitan el espacio y el tiempo. La bondad del Señor se hace sentir de diversas formas y en distintos momentos. También nuestra actitud es diferente: pedimos, esperamos, agradecemos, contemplamos, reflexionamos, con­sideramos. Queremos bendecir al Señor en todo momento. Cuando llueve y cuando no llueve; cuando tenemos y cuando no tenemos; cuando estamos sa­nos y cuando estamos enfermos: Siempre.

Los versículos elegidos presentan un carácter marcadamente sapiencial. El salmista quiere darnos una instrucción para alcanzar la vida y días de prosperidad. La última estrofa señala el camino: Guarda tu lengua del mal… busca la paz y corre tras ella. El camino del Señor es el camino de la vida. El salmo nos invita a reflexionar. Reflexionemos y actuemos en conse­cuencia.

2.3. Segunda lectura: Efesios 5,15-20

Hermanos: Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.

El cristiano está iluminado por la fe. La fe obliga a ver las cosas en una dimensión que el ojo humano, por si mismo, no puede descubrir. La fe, aun­que en cierta oscuridad, aprecia el sentido auténtico de las cosas y de los acontecimientos en su verdadero valor, en su relación con Dios. La fe, con todo, hay que ejercitarla; corre el peligro de atrofiarse. Y ejercitarla en cada momento y en cada acontecimiento de la vida. Pues el cristiano es un ser que camina. El día último se perfila ya en lontananza, se avecina. Y la luz que despide dibuja ya en este mundo el tamaño y valor de cada cosa. Portadores e iluminados por aquella luz superior, debemos aprovechar al máximo el valor que cada cosa y momento nos brindan. Es cosa de sabios.

Debemos reflexionar y actuar. Debemos, como cristianos, conducirnos a la luz de aquel «día». Sería una insensatez portarse de otra forma. En todo y ante todo busquemos la voluntad de Dios. Es lo que vale, lo que cuenta. Sin aturdimiento, con serenidad y aplomo. Como hombres maduros y conscientes del fin que les espera.

Los gentiles ofrecen en sus orgías, banquetes y fiestas religiosas, una es­tampa engañosa y falsa de la vida. No son la parranda y el entusiasmo que producen el vino y las comilonas expresión genuina de la vida iluminada por Dios. Es cierto que tales celebraciones, por el vino, por los manjares, por las mixturas de bebidas fermentadas, por la presencia contagiosa de los inicia­dos, por el canto rítmico de himnos y coplas, experimentan los hombres cierta euforia, cierta elevación de ánimo, cierta sensación de pertenecer a otro orden, a otra esfera, a una esfera sobrehumana. Hasta hay algunos que, movidos por los espíritus danzan y hablan de forma extraña. Pero todo ello es engañoso. Es una falsa alegría. En el fondo es una huída. Las bebidas producen más sed y las comidas más hambre. El hombre no se une real­mente con Dios. La vibración auténtica, por el contrario -paz, alegría, gozo, seguridad, entusiasmo, etc- viene del Espíritu Santo. El Espíritu «llena», «ilumina», «anima», «consuela», «levanta» y «empuja» de forma auténtica. Las reuniones cristianas llevan pues otro aire. Son auténticos «banquetes», «ágapes», donde la comunión fraterna de amor y comprensión se funda en la comunión con Dios en Cristo. Una comida auténtica, una bebida auténtica, un entusiasmo y una vibración comunitaria en el Espíritu Santo. También hay cantos, himnos, salmos de todo tipo, pero religiosos, que, ordenadamente ejecutados, son expresión de la acción de Dios en nosotros. Es la magní­fica «Acción de gracias» (Eucaristía) a Dios Padre en nombre de nuestro Se­ñor Jesucristo. (Hay una alusión trinitaria).

2.4. Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.»

La lectura de hoy reasume los dos últimos versículos de la lectura del do­mingo pasado. Sirven de puente. Aquí encabezan la declaración de Jesús y enlazan el tema del «Pan de vida» con el de la «Carne» y «Sangre» que deben ser comida y bebida. Pasamos de un misterio a otro en la misma línea. O, si se quiere, damos un paso adelante en la revelación del misterio. Así es el es­tilo de Juan. Procede a modo de espiral. Siempre delante, la misma figura, y ésta, bajo diversos aspectos, y éstos, bajo diversas posturas.

Jesús ha declarado ser Pan de vida. Y no cualquier pan, sino el único, el «divino», capaz de dar la Vida al mundo. Para alcanzar la Vida hay que aceptar a Jesús por la fe. Fuera de él no hay vida divina posible.

Era una pretensión atrevida. ¿Qué signo haces? ¿Quién eres tú? , había sido la réplica de los oyentes. Pero Jesús no presenta otro signo, apuntado ya en la multiplicación de los panes, que la misma realidad de su persona y de su misión: Dios ofrece en su Hijo la Vida al mundo. No hay otro pan ni otro alimento, que comuniquen la vida divina, que Jesús, Hijo de Dios. El signo será, de alguna forma, la propia exaltación de Jesús. El gran signo de Jonás, en los sinópticos.

Comienza ahora una nueva sección dentro del mismo discurso. Jesús va a dar «carne» en comida y su« sangre» en bebida, para la vida del mundo. El Pan de vida es, avanzando en el «misterio», la carne y la sangre de Jesús. La pregunta de los oyentes pasa del « ¿Quién es éste?» al « ¿Como lo hará?». Y Jesús, como es su costumbre, contesta con una declaración reveladora: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». Jesús no razona, no explica el misterio. Los acontecimientos futuros irán revelando e institu­yendo la verdad aquí anunciada. Sólo los que lo han aceptado como Pan de vida, los que creen en él, los fieles, recibirán la revelación preciosa.

También la expresión «para vida de mundo» desemboca en una formula­ción más precisa: «Habita en mí y yo en él». En eso consiste la Vida. Jesús vive por el Padre. De la misma manera, quien come su carne y bebe su san­gre, vivirá por él. Y esa vida no es otra cosa, dentro del misterio, que la vida eterna. Quien come a Cristo, asimila a Cristo, vive en él. Y si vive en él, vive en el Padre. Y si vive en el Padre, posee la vida eterna: «…Y yo lo resucitaré en el último día». Es, pues, necesario alimentarse de ese manjar para alcan­zar la Vida. La alusión, de nuevo, al maná de los padres, señala la conclu­sión del discurso y lo resume: «El que come de este pan vivirá para siempre».

La referencia a la Eucaristía cristiana es clara y segura. La Iglesia que escucha este evangelio no puede menos de pensar en ella. Los térmi­nos «carne» y «sangre» no pueden tener otro sentido. De forma implícita se re­cuerda la muerte de Cristo por nosotros; muerte que, para Juan, es ya la Exaltación. En la Eucaristía comemos y bebemos, de forma misteriosa, la carne y la sangre de Cristo exaltado. En este Banquete se nos confiere la vida eterna. Misterio de fe, Misterio de esperanza, Misterio de amor.

Reflexionemos:

Las lecturas de los domingos anteriores apuntaban ya al misterio de Cristo hacia la Eucaristía. El milagro de los panes; el maná nuevo; el Pan de vida que promete Jesús. Es el alimento nuevo. Alimento que es necesario tomar. Y hay que tomarlo como él se presenta: venido del Padre y muerto por nosotros. Necesaria la fe.

Seguimos con el mismo tema. Sólo que con una tonalidad un tanto nueva. Vamos a probar a representarlo bajo la imagen de «banquete». Al término comer, de los domingos pasados, se añade el de beber. Comer la carne y be­ber la sangre un auténtico banquete. El banquete evoca la compañía: «coméis», «bebéis»; hay un plural significativo. La promesa «habitará en mí y yo en él» encaja satisfactoriamente. En ese banquete está la Vida: «Lo resucitaré en el último día». Así se da también cumplida respuesta a la más profunda aspiración humana, representada en el salmo: « ¿Hay alguien que ame la vida?». Y la constante e imperiosa invitación a acercarse: «Gustad y ved que bueno es el Señor». Por otra parte, la Eucaristía nos introduce en una comunión inefable con Dios en Cristo: «Como el Padre vive y yo vivo por el Padre, el que come mi carne y bebe mi sangre vivirá por mí». Soberano y divino alimento la Eucaristía.

Por otra parte, la Sabiduría, Cristo, según san Pablo se presenta bajo la figura de un banquete: una sala suntuosa, vino mezclado, pan, invitados. ¿No fue el deseo de ser «sabio» el que introdujo la muerte en el mundo?» Así fue en efecto; por envidia de la serpiente. De nuevo se presenta el mismo apetitoso fruto; pero con notable diferencia. La oferta viene de Dios, no del diablo; por amor a los hombres, no por envidia; no para romper con Dios, sino para vivir en él su misma vida. Es Cristo y sus dones. El Árbol de la Vida, la Cruz de Cristo, nos señala el camino: cumplir la voluntad de Dios. Y esta es creer en su Hijo, comer su carne y beber su sangre. Banquete que comunica la Sabiduría, banquete que da la Vida.

Las palabras de Pablo evocan, en el fondo, el banquete cristiano, la Euca­ristía. No las comilonas, no el alcohol, no los cantares paganos, sucios y or­giásticos. No las drogas, no la embriagueces, no falsa euforia y huida de la realidad. Todo lo contrario: «la Acción de Gracias a Dios Padre en nuestro Señor Jesucristo». Cena del Señor, comunicación fraterna de bienes; cantos inspirados, himnos, acción de gracias; asistencia mutua, consuelo de los afli­gidos, amor entrañable; plenitud del Espíritu, dones espirituales. El capítulo 11 de I Corintios puede iluminar esta maravilla. Un verdadero Banquete: comemos, bebemos, cantamos, exultamos, nos sentimos un en el Señor. El Espíritu que se nos otorga en este banquete, ilumina, consuela, anima, ro­bustece, embriaga, sostiene y sublima la realidad. Es el Vino de Dios, el au­téntico vino que precisa el hombre. El don está vinculado al comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo.

El Banquete eucarístico, prepara y anuncia el Gran Banquete del cielo. Es prenda segura y pregustación de aquella Gran Cena de Bodas que el Se­ñor tiene preparada para los que lo aman.

Un comentario sobre “Domingo 20 del Tiempo Ordinario – Ciclo B

  1. Bendito sea Dios. Gracias hermanos por las lecturas y tan ilustrativos reflexiones. Cada día podemos ver mas claro el camino que nos ilumina nuestro Rey. Compartir este banquete nos fortalece pero nos llena de una alegría que deseamos compartirla.

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