Domingo 26 del Tiempo Ordinario – Ciclo A

ordinario

La parábola de hoy es quizá la más clara, elemental, sencilla, evidente, de todas las que Jesús explica en el evangelio. Decíamos el domingo pasado que esta serie de parábolas se referían al paso del antiguo al nuevo pueblo de Dios. Hoy, después de la parábola, Jesús explicita su significado: el pueblo de Israel, el pueblo escogido, a pesar de haberse comprometido en la alianza con Dios, a la hora de la verdad ha sido infiel; en cambio, los que aparecían como alejados de la alianza con Dios son los únicos que se han sentido tocados por la llamada del Reino y han respondido.

1. Oración inicial

Oh Dios que en todas las grandes religiones nos muestras la necesidad de coherencia entre la palabra y la acción; danos el coraje necesario para que purifiquemos nuestro corazón y fortalezcamos nuestra voluntad, de manera que entre uno y otra haya en nuestras vidas una total afinidad, tal como nosotros lo experimentamos en Jesús, nuestro hermano mayor, que vive y ama contigo por los siglos. Amén.

2. Lecturas y comentario

2.1. Lectura del Profeta Ezequiel 18,25-28

Esto dice el Señor: Comentáis: no es justo el proceder del Señor. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?; ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.

La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.

El profeta Ezequiel le llama la atención a su pueblo, envuelto en intrigas y completamente enajenado por las permanentes conspiraciones contra el imperio babilonio. La situación era extremadamente precaria luego de la primera deportación en el año 597 a.c. Los lideres del pueblo habían sido obligados a caminar a tierras extranjeras y vivían en condiciones extremadamente pobres. La situación en Jerusalén era extremadamente volátil. La falta de discernimiento, la manipulación de los sentimientos patrióticos y el oportunismo de los nuevos lideres los dejaban a la merced de una nueva y devastadora intervención de Babilonia como efectivamente ocurrió en el año 587 a.c. En medio de tanta tensión, caos y confusión el profeta hace un llamado a la cordura y al buen juicio. La falsa consciencia religiosa estaba inflando los planes de las autoridades del Templo y de los altos funcionarios de la corte. Se consideraban a sí mismos propietarios de la salvación y personas más allá del ‘bien y del mal’. Ezequiel los llama a la humildad y la honestidad, al servicio al pueblo y a la justicia, pues, en nombre del bien de la patria no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento jurídico y ético de la alianza de Yahvé con su pueblo. Considerarse a si mismo justo, mientras se comenten las peores atrocidades no es sino un engaño inútil. El bien consiste en el respeto del derecho y en la práctica de la justicia.

2.2. Salmo responsorial 

Sal 24,4bc-5. 6-7. 8-9

R/. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme, en tus sendas,
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.

El Señor es bueno y es recto
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.

Salmo de tipo sapiencial. Alternan los motivos de reflexión y las súplicas a modo de jaculatorias. El pecado es en verdad lo único que entorpece las re­laciones con Dios. El salmista reflexiona sobre la misericordia de Dios y acude a ella, impe­trando perdón. El Señor perdona los pecados y usa largamente de miseri­cordia. En Cristo se revelará plenamente. 


2.3. Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,1-11.

Hermanos: Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu, y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. [El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo- y toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!» para gloria de Dios Padre.]

Pablo sabía por experiencia con qué frecuencia nacían en las comunidades discordias y altercados. En Filipos, a pesar de su entrega al Evangelio (1. 3-11), había signos de discordia (1. 27; 2. 14) y por eso anima a sus amigos a la unidad y a la concordia. Este tipo de exhortación, frecuente en Pablo (cf. Rm 12. 16; 15. 5), no empaña la alegría confiada que invade toda la carta. Pero deja también claro que la unidad no se realizará más que por el camino del servicio. Y en esa materia cada uno tiene que sentirse llamado personalmente (cf. 4. 2).

Pablo no emplea ningún argumento de tipo filosófico para explicar a sus amigos de Filipos que deben deponer la ambición en favor del bien de todos. Recurre a un argumento evangélico: Jesús ha llegado al despojo total. Si vosotros no sois capaces de despojaros de vuestras opiniones, de dar el brazo a torcer, no habéis entendido la figura de Jesús que ha hecho de sí mismo un despojo absoluto en esta vida. Más aún, ese despojo le ha valido el llegar a ser Hijo. Pablo no sabe qué admirar más, si el despojo de un Dios que se hace hombre, o el hecho de que la encarnación ha sido el máximo vaciarse de un hombre.

Los vv. 6-11 son tan diferentes por su estilo y su contenido, que muchos ven en él un himno cristiano antiguo que Pablo citaría aquí retocándolo un poquito y adaptándolo al caso. Hay una progresión calculada en la primera parte del himno sobre el vaciarse de Jesús (vv. 6-8). En primer lugar Jesús, que podía haber tenido los honores de un Dios aquí en la tierra, no los quiso (v. 6); no contento con rechazarlos tomó para sí una condición social de entre los débiles (v. 7), comprometió su vida en un camino de fidelidad hasta el final (v. 8), y un final, por lo demás, de ningún modo deseable (v. 8). La conclusión que se impone es que Jesús, ejemplo a seguir para los «hombres valientes» (3. 15), es un modelo absoluto de despojo. Solamente por ese camino hay posibilidad de llegar a una verdadera comunidad, al grupo donde se vive en fidelidad.

Este «levantar» a Jesús se confunde en Pablo con la resurrección o la ascensión, acción soberana del Padre (1 Tes 1. 10; Rm 1. 4). Jesús ha creído firmemente que su persona, a pesar del fracaso, podía ser útil, fundamentalmente válida, para la salvación de otros. Esta es la clave de la verdadera solidaridad entre hermanos: llegar a pensar que nuestra persona puede ser útil para que otros cumplan el evangelio. Para esto la capacidad de sufrimiento y de aguante así como de consideración y de tacto de la que hay que hacer acopio es considerable. Camino para gente decidida.

2.4. Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,28-32.

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» El le contestó: -«No quiero.» Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le contestó: -«Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: -El primero. Jesús les dijo: -Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.

La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.

Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.

Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.

Pablo nos muestra la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es lo que el llama ‘entrañas de misericordia’, o sea, el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó siempre en el mundo con entrañas de misericordia.

Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas.

3. Oración final

Señor, que quieres darte a conocer como el Padre misericordioso que nos perdona y nos da siempre una nueva oportunidad; derrama incesantemente tu amor sobre nosotros para que, renovados por tu amor, vivamos siendo siempre coherentes con el “sí” que te hemos dado. Por Jesucristo.

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